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Gustave Le Bon

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Beschreibung

Gustave Le Bon (1841-1931) fue un investigador francés, considerado el fundador de la Psicología Social. Le Bon fue un erudito que viajó por áreas como la antropología, la psicología, la sociología, la medicina y la física, pero sus obras más famosas abordaron la psicología social. En Psicologia de las Masas, Le Bon sugiere que las multitudes son como un rebaño servil y que, por tanto, no podrían existir sin la presencia de un líder con una personalidad fuerte, creencias bien definidas y una voluntad poderosa. La historia muestra, hasta el día de hoy, cómo las masas prefieren líderes de fuerte personalidad en detrimento de una ideología consistente, lucidez, capacidad de gestión, entre otras raras cualidades en los políticos. Habiendo sido publicado en 1911, "Psicología de las Masas" es una obra imprescindible y más actual que nunca.

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Gustave Le Bon

Psicologia de Las Masas

Título original:

“La psychologie des foules“

1a edición

Prefacio

Amigo Lector

Gustave Le Bon (1841-1931) fue un pensador francés, considerado el fundador de la Psicología Social. Le Bon fue un erudito, un erudito que transitó por áreas como la antropología, la psicología, la sociología, la medicina y la física, pero se hizo notorio por sus trabajos en el área de la psicología social.

Escribió numerosas obras sobre el tema, entre las que se destacan: “Psicología de las Masas”; “La Psicología del Socialismo”; “La Psicología de las Revoluciones” y “Opiniones y Creencias”. Sería difícil estudiar temas relacionados con el comportamiento de las masas sin explorar y apoyarse en los estudios de Gustave Le Bon. El mismo Freud, en “La Psicología de las Masas y el Análisis del Yo” parte de los estudios de Le Bon para desarrollar su teoría.

Le Bon sugiere que las multitudes son como un rebaño servil y que, por tanto, no podrían existir sin la presencia de un líder con una personalidad fuerte, creencias bien definidas y una voluntad poderosa. La historia muestra, hasta el día de hoy, cómo las masas prefieren líderes de fuerte personalidad en detrimento de una ideología consistente, lucidez, capacidad de gestión, entre otras raras cualidades en los políticos. Habiendo sido publicado en 1911, “Psicología de las Masas” es un trabajo más actual que nunca.

Excelente lectura.

LeBooks Editora

Sumario

PRESENTACIÓN

Sobre el autor y su obra

Prólogo del Autor

Introducción: La era de las masas

LIBRO I: La Mente de las Masas

Capítulo I: Características generales de las masas. Ley psicológica de su unidad mental.

Capítulo II: Los sentimientos y la moral de las masas

Capítulo III: Las ideas, el poder de raciocinio y la imaginación de las masas

Capítulo IV: La forma religiosa que toman todas las convicciones de las masas

LIBRO II: Las Opiniones y las Creencias de las Masas

Capítulo I: Factores remotos de la opinión y de las creencias de las masas.

Capítulo II: Los factores inmediatos de la opinión de las masas.

Capítulo III: Los conductores de masas y sus medios de persuasión

Capítulo IV: Limitaciones de la variabilidad de las creencias y las opiniones de las masas

LIBRO III: La clasificación y descripción de las clases de masas

Capítulo I: La clasificación de las masas

Capítulo II: Masas denominadas criminales

Capítulo III: Jurados penales

Capítulo IV: Masas electorales

Capítulo V: Asambleas parlamentarias

PRESENTACIÓN

Sobre el autor y su obra

Gustave Le Bon nació un 7 de mayo de 1841 en Nogent-le-Retrou y murió el 15 de diciembre de 1931 en París. Fue médico, etnólogo, psicólogo y sociólogo habiendo estudiado la carrera de Medicina, en la que se doctoró en 1876.

Después de doctorarse de médico se dedicó primero a los problemas de la higiene y luego emprendió numerosos viajes por Europa, África del Norte y Asia. La ampliación de su horizonte intelectual lograda a través de estas experiencias lo llevó a dedicarse intensivamente a la antropología y a la arqueología, actividades éstas que, a su vez, despertaron en él un interés cada vez mayor por las ciencias naturales en general y por la psicología en particular.

En su obra Les lois psychologiques de l'évolution des peuples (Las leyes psicológicas de la evolución de los pueblos – 1894) desarrolla la tesis que la Historia es, en una medida sustancial, el producto del carácter racial o nacional de un pueblo, siendo la fuerza motriz de la evolución social más la emoción que la razón.

Si bien no deja de percibir y afirmar que el verdadero progreso ha sido siempre y en última instancia fruto de la obra de minorías operantes y élites intelectuales, tampoco niega los hechos – de observación directa ya en su época – que apuntan a una cada vez mayor importancia e influencia de las masas. En su La psychologie des foules (La psicología de las masas) que data de 1895 – y que es, seguramente, su obra más conocida – establece y describe los fenómenos básicos relacionados con el comportamiento de las muchedumbres estableciendo las reglas fundamentales de este comportamiento: pérdida temporal de la personalidad individual conciente del individuo, su suplantación por la “mente colectiva” de la masa, acciones y reacciones dominadas por la unanimidad, la emocionalidad y la irracionalidad.

Lo notorio en este trabajo es que, si bien las investigaciones sobre el comportamiento colectivo han, naturalmente, continuado desde que Le Bon escribiera su obra más conocida, la verdad es que relativamente poco se ha agregado de verdaderamente importante a la tesis original. La psicología de las masas tiene, así, aún hoy, después de más de cien años de haber sido escrita, una vigencia y una actualidad sorprendentes.

 

Los conceptos

 

Con todo, hay algunos aspectos que el lector de nuestro tiempo debería tener presente puesto que, aún a pesar de la notable aplicabilidad de las ideas y conceptos de Le Bon a muchas de nuestras cuestiones actuales, cien años no han pasado en vano y, obviamente, existen algunas precisiones que resulta necesario hacer.

En primer lugar, convendría quizás aclarar los conceptos “civilización” y “cultura” y el significado que estos términos tienen dentro del contexto de la cultura francesa clásica. Para gran parte del pensamiento actual el término “cultura” es muchas veces entendido como un concepto genérico que incluye una “civilización” definida, a su vez, más bien en términos tecnológicos y económicos. Para el pensamiento francés clásico, “civilización” es el marco orgánico general dentro del cual la “cultura” es una manifestación de las facultades mentales y espirituales del ser humano. Demás está decir que Le Bon utiliza el término “civilización” más bien en este último sentido.

El otro concepto, sumamente controversial, que Le Bon emplea con frecuencia es el de la raza. Notará el lector que en el texto aparecen varias veces expresiones tales como “raza latina”, “raza anglosajona” y, en ocasiones, hasta “raza francesa”. Esto, probablemente, llevará a varios lectores actuales a recordar aquella ingeniosa frase de Paul Broca quien al respecto solía comentar: ”La raza latina no existe por la misma razón por la cual tampoco existe un diccionario braquicéfalo”.

Evidentemente, el adjudicar a fenómenos etnobiológicos criterios de clasificación que provienen de categorías linguísticas no parece ser ni aconsejable ni defendible. Sin embargo, no deberíamos olvidar varias cosas. Por de pronto, que hacia fines del Siglo XIX la palabra “raza” no expresaba exactamente lo mismo que hoy entendemos por ella. No se tenían aún los conocimientos sobre la genética que hoy poseemos, no se sabía absolutamente nada del ADN y su estructura molecular, y muchos mecanismos de la herencia se suponían bastante más de lo que se conocían.

Por el otro lado – y quizás esto sea lo más importante – Le Bon precisó bastante bien en otros trabajos su particular posición frente al concepto y no debería ser olvidado que a lo largo de La psicología de las masas el término de “raza” se refiere a lo que en otra parte denominó como “razas históricas”. Traduciendo de algún modo la terminología del Siglo XIX, hoy hablaríamos de etnoculturas, o bien – en el caso de intervenir en el concepto el ingrediente de una organización sociopolítica – de pueblos etnoculturalmente diferenciados.

Otro aspecto que quizás llame la atención del lector actual es la posición que Le Bon adopta frente a la cuestión educativa. El sistema educativo francés – al cual, de la mano de Taine, se le da bastante extensión en esta obra – es ya, en buena medida, una cuestión superada. Sin embargo, la crítica al saber casi exclusivamente obtenido de libros de texto sigue siendo fundamentalmente válida, aún cuando ya no esté de moda la memorización mecánica de estos textos. A pesar de que los oficios actuales exigen una preparación mental y teórica más intensiva que la que requería un obrero de fábrica o un empleado de oficina hacia fines del Siglo XIX, la discrepancia entre teoría y realidad, o abstracción y práctica, sigue siendo enorme en nuestros sistemas educativos presentes.

En muchos sentidos La psicología de las masas es una obra precursora en su tema. Ya hemos indicado que, a pesar de varios e importantes trabajos de investigación posteriores, no deja de llamar la atención lo relativamente poco que se ha avanzado en este terreno. Pero lo original y adelantado del pensamiento de Le Bon no se limita a este campo específico.

Llama la atención, por ejemplo, la importancia fundamental que ya en 1895 Le Bon otorgaba al inconsciente. Para tener una idea de lo que estamos indicando, acaso convenga recordar que 1895 es exactamente el mismo año en que Freud recién comenzaba a hacerse conocer publicando, en colaboración con Breuer, su Studien über Hysterie (Estudios sobre la Histeria). Tal como, con mucha precisión lo indica H. J. Eysenck: “Los apólogos de Freud lo presentan como si éste hubiera sido el primero en penetrar en los negros abismos del inconsciente (...) Desgraciadamente, nada está más lejos de los hechos. Como ha demostrado Whyte en su libro «El Inconsciente antes de Freud», éste tuvo centenares de predecesores que postularon la existencia de una mente inconsciente, y escribieron sobre ello con abundancia de detalles”{1}.  Bien mirado, cuando Freud llegó a ocuparse del tema de la psicología de las masas bastante más tarde, no hizo más que expandir la tesis básica de Le Bon, agregándole precisiones y detalles que, si bien pueden resultar útiles, no alteran en absoluto el fondo de la cuestión.

Otra idea precursora interesante es la que Le Bon expone, hacia el final de esta obra, respecto de la curiosa propiedad que parecen tener las civilizaciones en cuanto a pasar por determinados estadios, cumpliendo ciclos sorprendentemente semejantes, al menos en apariencia. Es una idea que Le Bon expresa aquí cuando Spengler tenía exactamente quince años.

Y, por último, tampoco estará nunca de más detenerse a analizar la opinión que hombres como Le Bon tenían de acontecimientos considerandos insignes para nuestro sistema sociopolítico actual. Revisar, desde la óptica de estas opiniones, acontecimientos tales como la Revolución Francesa, el papel de Napoleón en la Historia de Francia, la guerra franco-prusiana, las posibilidades reales que ya se percibían en el socialismo dogmático emergente por aquella época, el papel de las masas y de las ideas democráticas, y toda una serie de cuestiones que a pesar del tiempo transcurrido no han perdido actualidad, seguramente ayudará a comprender también la problemática de nuestros tiempos.

Y todo lo que contribuya a comprender lo que nos sucede, a entrever lo que posiblemente nos puede llegar a suceder y a brindarnos ideas útiles sobre lo que podríamos hacer al respecto, debería ser bienvenido por todos los que aún cultivan la cada vez más rara costumbre de la honestidad intelectual.

Prólogo del Autor

El siguiente trabajo está dedicado a un examen de las características de las masas.

El genio de una raza está constituido por la totalidad de las características comunes con las cuales la herencia dota a los individuos de esa raza. Sin embargo, cuando una determinada cantidad estos individuos está reunida en una muchedumbre con un propósito activo, la observación demuestra que – por el simple hecho de estar los individuos congregados – aparecen ciertas características psicológicas que se suman a las características raciales, siendo que se diferencian de ellas, a veces en un grado muy considerable.

Las muchedumbres organizadas siempre han desempeñado un papel importante en la vida de los pueblos, pero este papel no ha tenido nunca la envergadura que posee en nuestros días. La sustitución de la actividad consciente de los individuos por la acción inconsciente de las masas es una de las principales características de nuestro tiempo.

Me he propuesto examinar el difícil problema presentado por las masas de un modo puramente científico – esto es: haciendo un esfuerzo por proceder con método y sin dejarme influenciar por opiniones, teorías o doctrinas. Creo que éste es el único modo de descubrir algunas pocas partículas de verdad, especialmente cuando se trata de una cuestión que es objeto de apasionadas controversias como es el caso aquí. Un hombre de ciencia dedicado a verificar un fenómeno no debe preocuparse por los intereses que su verificación puede afectar. En una reciente publicación, un eminente pensador – M. Goblet d’Alviela – ha observado que, al no pertenecer a ninguna de las escuelas contemporáneas, ocasionalmente me encuentro en oposición a las conclusiones de todas ellas. Espero que este nuevo trabajo merezca una observación similar. El pertenecer a una escuela necesariamente implica abrazar sus prejuicios y sus opiniones preconcebidas.

Aun así, debería explicarle al lector por qué hallará que saco conclusiones de mis investigaciones que, a primera vista, podría pensarse que no se sustentan. Por qué, por ejemplo, aún después de

observar la extrema inferioridad mental de las masas – incluyendo asambleas elegidas – afirmo que sería peligroso manipular su organización a pesar de esta inferioridad.

La razón es que una atenta observación de los hechos históricos me ha demostrado invariablemente que en los organismos sociales, al ser éstos en todo sentido tan complicados como los demás seres, no es sabio utilizar nuestro poder para forzarlos a padecer transformaciones repentinas y extensas. La naturaleza recurre, de tiempo en tiempo, a medidas radicales; pero nunca siguiendo nuestras modas, lo cual explica por qué nada es más fatal para un pueblo que la manía por las grandes reformas, por más excelente que estas reformas puedan parecer en teoría. Serían útiles solamente si fuese posible cambiar instantáneamente el genio de las naciones. Este poder, sin embargo, sólo lo posee el tiempo. Los hombres se gobiernan por ideas, sentimientos y costumbres – elementos que constituyen nuestra esencia. Las instituciones y las leyes son la manifestación visible de nuestro carácter; la expresión de sus necesidades. Al ser su consecuencia, las leyes y las instituciones no pueden cambiar este carácter.

El estudio de los fenómenos sociales no puede ser separado del de los pueblos en medio de los cuales han surgido. Desde el punto de vista filosófico, estos fenómenos pueden tener un valor absoluto. En la práctica, sin embargo, sólo tienen un valor relativo.

En consecuencia, al estudiar un fenómeno social, es necesario considerarlo sucesivamente bajo dos aspectos muy diferentes. Al hacerlo, se verá que con mucha frecuencia que lo enseñado por la razón pura es contrario a lo que enseña la razón práctica. Apenas si hay datos – incluidos los físicos – a los cuales esta distinción no sería aplicable. Desde el punto de vista de la verdad absoluta, un cubo o un círculo son figuras geométricas invariables, rigurosamente definidas por ciertas fórmulas. Desde el punto de vista de la impresión que causan a nuestros ojos, estas figuras geométricas pueden adquirir formas muy variadas. Por la perspectiva, el cubo puede transformarse en una pirámide o en un cuadrado; el círculo en una elipse o en una línea recta. Más aún, la consideración de estas formas ficticias es por lejos más importante que la de las formas reales, puesto que son ellas – y ellas solas – las que vemos y a las cuales podemos reproducir en fotografías o en dibujos. En algunos casos hay más verdad en lo irreal que en lo real. Presentar los objetos en su forma geométrica exacta implicaría distorsionar su naturaleza y volverla irreconocible. Si nos imaginamos un mundo en el cual sus habitantes sólo pudiesen copiar o fotografiar objetos pero estuviesen imposibilitados de tocarlos, sería muy difícil para esas personas obtener una idea exacta de la forma de dichos objetos. Más todavía: el conocimiento de estas formas, accesible sólo a un reducido número de personas instruidas, despertaría un interés sumamente restringido.

El filósofo que estudia fenómenos sociales debería tener presente que, al lado de su valor teórico, estos fenómenos poseen un valor práctico y que éste último es el único importante en lo que concierne a la evolución de la civilización. El reconocimiento de este hecho debería volverlo muy circunspecto en relación con las conclusiones que la lógica aparentemente le impondría a primera vista.

Hay también otros motivos que le dictan una reserva similar. La complejidad de los hechos sociales es tal que resulta imposible aprehenderlos en su totalidad y prever los efectos de su influencia recíproca. Parece ser, también, que detrás de los hechos visibles se esconden a veces miles de causas invisibles. Los fenómenos sociales visibles parecen ser el resultado de una inmensa tarea inconsciente que, por regla general, se halla más allá de nuestro análisis. Los fenómenos perceptibles pueden ser comparados con las olas que, sobre la superficie del océano, constituyen la expresión de disturbios profundos acerca de los cuales nada sabemos. En lo que concierne a la mayoría de sus actos, las masas exhiben una singular inferioridad mental. Sin embargo, existen otros actos en los que parecen estar guiadas por aquellas misteriosas fuerzas que los antiguos llamaban destino, naturaleza, o providencia, ésas que llamamos las voces de los muertos, cuyo poder es imposible de ignorar aún cuando ignoremos su esencia. A veces parecería que hay fuerzas latentes en el ser interior de las naciones que sirven para guiarlas. ¿Qué, por ejemplo, puede ser más complicado, más lógico, más maravilloso que un idioma? Y, sin embargo, ¿de dónde pudo haber surgido esta admirablemente organizada manifestación excepto como resultado del genio inconsciente de las masas? Los académicos más doctos, los gramáticos más renombrados, no pueden hacer más que tomar nota de las leyes que gobiernan los idiomas. Serían totalmente incapaces de crearlos. Aún respecto de las ideas de los grandes hombres, ¿estamos seguros de que son la exclusiva creación de sus cerebros? No hay duda de que esas ideas son siempre creadas por mentes solitarias, pero ¿no es acaso el genio de las masas el que ha provisto los miles de granos de polvo que forman el suelo del cual esas ideas han brotado?

Sin duda, las masas son siempre inconscientes; pero esta misma inconciencia es quizás uno de los secretos de su fuerza. En el mundo natural, seres exclusivamente gobernados por el instinto producen hechos cuya complejidad nos asombra. La razón es un atributo demasiado reciente de la humanidad y todavía demasiado imperfecto como para revelar las leyes del inconsciente y más aún para suplantarlo. La parte que desempeña lo inconsciente en nuestros actos es inmensa y la parte que le toca a la razón, muy pequeña. Lo inconsciente actúa como una fuerza todavía desconocida.

Si deseamos, pues, permanecer dentro de los estrechos pero seguros límites dentro de los cuales la ciencia puede adquirir conocimientos y no deambular por el dominio de la vaga conjetura y las vanas hipótesis. Todo lo que debemos hacer es simplemente tomar nota de los fenómenos tal como éstos nos son accesibles y limitarnos a su consideración. Toda conclusión extraída de nuestra observación es, por regla general, prematura; porque detrás de los fenómenos que vemos con claridad hay otros fenómenos que vemos en forma confusa y, quizás, detrás de estos últimos hay aún otros que no vemos en absoluto.

Introducción: La era de las masas

Los grandes disturbios que preceden el cambio en las civilizaciones, tales como la caída del Imperio Romano o la fundación del Imperio Árabe, a primera vista parecen estar determinados más específicamente por transformaciones políticas, invasión extranjera o el derrocamiento de dinastías. Pero un estudio más atento de estos eventos demuestra que, detrás de estas causas aparentes, la causa real parece ser una profunda modificación de las ideas de los pueblos. Las verdaderas revoluciones históricas no son aquellas que nos sorprenden por su grandiosidad y violencia. Los únicos cambios importantes, de los cuales resulta la renovación de las civilizaciones, afectan ideas, concepciones y creencias. Los eventos memorables de la Historia son los efectos visibles de los invisibles cambios en el pensamiento humano. La razón por la cual estos eventos son tan raros es que no hay nada tan estable en una raza como el fundamento hereditario de sus pensamientos.

La época presente constituye uno de esos momentos críticos en los cuales el pensamiento de la humanidad está sufriendo un proceso de transformación.

En la base de esta transformación se encuentran dos factores fundamentales. El primero es el de la destrucción de aquellas creencias religiosas, políticas y sociales en las cuales todos los elementos de nuestra civilización tienen sus raíces. El segundo, es el de la creación de condiciones de existencia y de pensamiento enteramente nuevas, como resultado de los descubrimientos científicos e industriales modernos.

Con las ideas del pasado, aunque semidestruidas, aún muy poderosas, y con las ideas que han de reemplazarlas todavía en proceso de formación, la era moderna representa un período de transición y anarquía.

Todavía no es fácil determinar qué surgirá de este período necesariamente algo caótico. ¿Cuáles serán las ideas sobre las cuales se construirán las sociedades que habrán de seguirnos? Por el momento, no lo sabemos. Sin embargo, aun así, ya está claro que, cualesquiera que sean las líneas a lo largo de las cuales se organice la sociedad futura, las mismas deberán tener en cuenta un nuevo poder, la última fuerza soberana sobreviviente de los tiempos modernos: el poder de las masas. Sobre las ruinas de tantas ideas antes consideradas indiscutibles y que hoy han decaído o están decayendo, sobre tantas fuentes de autoridad que las sucesivas revoluciones han destruido, este poder, que es el único que ha surgido en su estela, parece pronto destinado a absorber a los demás. Mientras todas nuestras antiguas creencias están tambaleando y desapareciendo, el poder de la masa es la única fuerza a la cual nada amenaza y cuyo prestigio se halla continuamente en aumento. La era en la cual estamos ingresando será, de verdad, la era de las masas.

Apenas hace un siglo atrás, los principales factores que determinaban los hechos eran la tradicional política de los Estados europeos y las rivalidades de los soberanos. La opinión de las masas apenas si contaba y, en la mayoría de los casos, de hecho, no contaba en absoluto. Hoy, las que no cuentan son las tradiciones que solían determinar a la política y las tendenciosidades o rivalidades de los gobernantes mientras que, por el contrario, la voz de las masas se ha vuelto preponderante. Es esta voz la que dicta la conducta de los reyes, cuya misión es la de tomar nota de lo que expresa.

Actualmente, los destinos de las naciones se elaboran en el corazón de las masas y ya no más en los consejos de los príncipes.

El ingreso de las clases populares a la vida política – lo cual equivale a decir en realidad, su progresiva transformación en clases gobernantes – es una de las características más relevantes de nuestra época de transición. La introducción del sufragio universal, que por largo tiempo no tuvo sino una influencia escasa, no es, como podría pensarse, la característica distintiva de esta transferencia de poder político. El progresivo crecimiento del poder de las masas tuvo lugar al principio por la propagación de ciertas ideas que lentamente se implantaron en la mente de los hombres y después, por la asociación gradual de individuos dedicados a la realización de concepciones teóricas. Ha sido por la asociación que las masas se han procurado ideas referidas a sus intereses – ideas muy claramente definidas, aunque no particularmente justas – y han arribado a una conciencia de su fuerza. Las masas están fundando sindicatos ante los cuales las autoridades capitulan una después de la otra, también están las confederaciones laborales las que, a pesar de todas las leyes económicas, tienden a regular las condiciones de trabajo y los salarios. Las masas ingresan a asambleas que forman parte de gobiernos y sus representantes, careciendo enteramente de iniciativa e independencia, se limitan, la mayoría de las veces, a ser nada más que voceros de los comités que los han elegido.