Puño y Letra - Mario Ormaechea Lugones - E-Book

Puño y Letra E-Book

Mario Ormaechea Lugones

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Beschreibung

Descendió las escaleras, desde la habitación hasta su estudio. El Escriba acostumbraba a levantarse antes del alba. Repasó el documento, hecho en cuero de cerdo. La ortografía estaba en orden. Tenía todos los sellos adecuados, incluso el de él. Guardó el documento en una carpeta hecha en piel de becerro y madera de pino. En la cocina, el tercer ambiente que tenía su casa, calentó agua en la hoguera. Sostuvo la tetera de latón, en un soporte donde también asaba carnes rojas. Buscó en un tarro hecho de arcilla cocida, un puñado de hierbas de amargón. Lo endulzó con la poca miel que le quedaba. La miel era un producto difícil de conseguir. En su pueblo no conocían la apicultura. Se conseguía era panales silvestres. El Escriba sentado en la mesa, en una de las tres sillas que tenía, disfrutó del lujo del té con miel.

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Seitenzahl: 144

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Puño y letra

Ormaechea Lugones, Mario

    Punto y Letra. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.    

    E-Book.

    ISBN 978-987-711-315-0          

    1. Narrativa Argentina. 2.  Novela. I. Título

    CDD A863

Índice

1. La dulce ignorancia es esclavizante2. Esclavos del sexo

1

La dulce ignorancia es esclavizante

Descendió las escaleras, desde la habitación hasta su estudio. El Escriba acostumbraba a levantarse antes del alba. Repasó el documento, hecho en cuero de cerdo. La ortografía estaba en orden. Tenía todos los sellos adecuados, incluso el de él. Guardó el documento en una carpeta hecha en piel de becerro y madera de pino.

En la cocina, el tercer ambiente que tenía su casa, calentó agua en la hoguera. Sostuvo la tetera de latón, en un soporte donde también asaba carnes rojas.

Buscó en un tarro hecho de arcilla cocida, un puñado de hierbas de amargón. Lo endulzó con la poca miel que le quedaba. La miel era un producto difícil de conseguir. En su pueblo no conocían la apicultura. Se conseguía era panales silvestres. El Escriba sentado en la mesa, en una de las tres sillas que tenía, disfrutó del lujo del té con miel.

El benefactor clima estival, lo invitó a disfrutar, mirar el alba. Los primeros cantos matinales de los pajares, le endulzaron el letargo. Una vez terminado el té, sirvió en la misma taza un poco de agua del cántaro, traído del aljibe comunal. Regó la planta que tenía en una maceta, al lado de la ventana. No sabía el nombre de la planta, ni tampoco se lo preguntaba. La había encontrado en los bosques linderos a pueblo. Por curiosidad y belleza, la había trasplantado a una olla chica de arcilla, llenándola con tierra. Nunca vio a alguien trasplantar o cosa parecida a esto. Para él era algo de su invención. Tener una planta en casa, era innovador. Al principio, se le estuvo por morir. Notó que debía mojar la tierra de la maceta, con agua. Como en la naturaleza llueve, probó regarla, tuvo éxito. Los únicos nombres de plantas que conocía, eran los que cultivaban los agricultores del pueblo. El resto de las plantas no tenían nombre. Salvo los árboles de donde sacaban la madera los leñadores y carpinteros.

Llenó una tinaja con agua. Se baño usando un trapo viejo remojado. Vistió las mismas ropas sucias. Era la única que poseía. Tiró el agua enfrente de la casa.

Buscó un ábaco, una tabla de arcilla; con sus útiles, caminó hacía afuera del pueblo, en donde los sembradíos de trigo habían sido cosechados. Ese día le tocaba una de las tareas más importantes del año, llevar el recuento de las bolsas de granos. Debería calificar si la cosecha fue buena. Asunto importante para racionar el trigo en las siguientes estaciones. El verano pasado, las raciones fueron estrictas. La naturaleza no fue benevolente.

Terminó de contar, se dirigió hacía la casa grande donde vivía el consejo de ancianos. Entró al patio principal, buscó la habitación donde dormía el anciano Raúl. Tocó a la puerta y entró. El anciano guardó rápido un objeto, que el Escriba no llegó a identificar. El anciano se mostró nervioso por ser sorprendido. El Escriba, restó importancia al asunto, procedió a mostrarle el resultado de la contabilidad de la cosecha de trigo. En pocos días sería la fiesta de a cosecha. Toda la comuna festejaría la buena voluntad de la naturaleza. Matarían una vaca y la asarían. Bailarían al ritmo de la música interpretada por los ancianos. Con suerte la cerveza alcanzaría para todos y duraría para todo el festival.

El anciano Raúl le pidió que hiciese una requisa del ganado, los cerdos y las aves de corral. El Escriba notificó a la autoridad, el anciano, que la cerveza estaría lista para el día del festival. En la fiesta de la cosecha, era el único momento del año, en que los ancianos dejaban tomar bebidas alcohólicas. Asunto por el cual, los pueblerinos disfrutaban más el festejo.

El anciano Raúl, era una persona cordial y el más allegado del consejo, al Escriba. Los otros se mostraban distantes, impartían órdenes con rudeza. Raúl, ameno para hablar, siempre se mostraba alegre. En la banda de música de los ancianos tocaba el pandero. Para poder interpretar un instrumento, debía ser parte del consejo. Al resto del pueblo no les permitían tener nada parecido a un instrumento. Al Escriba le faltaba menos de una década para formar parte del ancianato. Exceptuando a los ancianos, El Escriba era una de los pueblerinos más añejo. El otro candidato era el herrero. Ambos tomaron aprendices para legar el oficio. El consejo había seleccionado entre todos los niños, dos para heredar el puesto. El anciano Raúl fue el encargado de emprender la tarea de designar aprendices. El protegido del Escriba era un joven vivaz y despierto. Ágil para aprender. El anciano Raúl, le pregunto cuan avanzado estaba su aprendiz, a lo que respondió que recién empezaba el aprendizaje. Recién en primavera había comenzado a legarle el oficio.

El Escriba notó que no había traído el documento escrito en cuero curtido de cerdo. El anciano preguntó por tal asunto. Le prometió que se lo entregaría después de terminar de recontar los animales de granja. El anciano Raúl quiso seleccionar personalmente los animales que se carnearían para el festival. Antes de formar parte del consejo, su ocupación fue encargarse del ganado y el criadero aves. Muchos años de oficio le habían concedido un buen ojo, para cotejar cual era un animal apropiado. El día del festival de la cosecha, era costumbre que el anciano Raúl se ocupara de asar la carne.

Por su carisma, era el más querido por los niños y jóvenes. Raúl irradiaba un aura de jovialidad, al parecer del Escriba. Nunca mostraba estar de mal humor. Desde la mañana a la noche era alegre. La única ocasión en que lo vio preocupado fue por asuntos de grave importancia. Como fue la ocasión en la cosecha fue mala y los animales les faltó buena pastura. Esa fue la única vez que, El Escriba, recordaba haber ser mal tratado por anciano Raúl.

El anciano, preguntó cuando desposaría una mujer. El Escriba le confeso que le era difícil hablar con ellas. Intentó muchas veces, durante los festivales, invitar a bailar a alguna señorita. Tal emprendimiento le hacía sentir nerviosos. Le faltaba el aliento y el corazón le palpitaba muy fuerte.

Le contó que había una mujer soltera y joven, que lo hacía desvelar. Todavía no estaba casada o noviaba con nadie. Raúl le pregunto quien era, el Escriba le confesó que el amor que sentía era por Estefanía. El anciano notó que con solo mencionarla el Escribano, le inundaba el miedo. Notó que el Escribano tenía muy buen gusto. Estefanía era hermosa, era pretendida por la mayoría de los jóvenes del pueblo.

_ Te ayudaré a cortejarla.

Tan solo de pensarlo se sintió agitado por el miedo.

_ No puedo ni acercarme a hablarle. ¿Cómo quieres que haga?

_ No te preocupes. Alguna idea se me ocurrirá. Déjalo en mis manos. Si para la medianoche del festival no estas besando a Estefanía, voy a dejar de llamarme consejero.

Estefanía era la hija del herrero. Su madre había fallecido cuando era una niña. El padre la cuidaba con recelo de los jóvenes. A la mayoría de edad, el herrero rechazó todas las ofertas para desposar a su hija. Notó que, su amigo el Escriba, le había echado el ojo. Esperó con paciencia que le venga a pedir la mano. Consideraba que el Escribano, era el único pretendiente aceptable. No lograba dilucidar por que nunca la cortejó o vino a pedir en matrimonio a su querida Estefanía. En todos los festivales la obligaba a esta cerca para que pudiera custodiar su tesoro. Ella, con el pasar de los años, pensó que sería soltera hasta que su padre falleciera.

Secretamente tenía un amante. Lo veía por las noches, cuando el padre dormía. El sueño pesado inamovible le permitía escaparse sin dificultades. Se encontraba en los bosques linderos al pueblo. No cruzaban palabras, solo se encontraba para amarse. Intercambiaban dos breves palabras para acordar cuando sería el próximo encuentro. De día, ni se miraban. Ignorarse era una buena solución para no despertar sospechas.

Estefanía sentía un profundo amor por su amante. Le costaba no mirarlo a los ojos en horas diurnas. La belleza del joven le era cautivadora. De rasgos marcados y cuerpo habituado a cortar leña y trabajar la madera. Fabián era, a sus ojos, un motivo para perderse entre sus brazos. Era muy pretendido por las otras señoritas del pueblo. Fabián rechazaba amablemente el cortejo. Solo tenía corazón para Estefanía. Anhelaba poder desposarla. Le era más que entendido que el herrero, no dejaría que se llevaran de su lado al único tesoro.

Habían hecho planes para escaparse más allá del pueblo. Nadie conocía lo que había lejos del pueblo. Si los encontraran escapándose, el castigo sería severo. Incluso lo pagarían con la muerte. El consejo de ancianos era muy estricto con la fornicación y en mayor medida el pasar más allá de los campos y bosques conocidos. El pueblo tenía muchos ojos, nadie dudaría de acusarlos.

Estefanía y Fabián sabían que arriesgaban la vida al verse de noche para amarse. Pero los sentimientos eran poderosos, podían obnubilar la razón. Al no tener otra forma de encontrarse, vivían solo para reencontrase bajo la luz de la luna.

Ella le había dicho, que si su padre la casaba, lo seguiría viendo todas las noches. Fabián se negaba, por la seguridad de ella. El riesgo de ser acusada de adulterio conlleva la pena máxima, ser desfigurada con aceite hirviendo. Tal asunto no solo podría maltratar la belleza, también podría causarle la muerte con una lenta agonía.

Recordaron el primer día en que se encontraron de noche, en el bosque. Fue en una noche posterior a la fiesta de la cosecha. Justo ese día el herrero no pudo ir al festival, por estar enfermo. Tantos años de ser sobreprotegida, le costaba socializar con los jóvenes de sexo opuesto. Sentada en un rincón, no intercambió palabra con nadie. En las fiestas, acostumbraba a acompañar a su padre, a reunirse con otros adultos. Se aburría profundamente. Desde la silla miraba a los otros adolescentes divertirse y bailar la música de los ancianos. Nunca le pediría permiso a su padre para ir a bailar. Sabía por demás, que solo obtendría una negación. Ese día había sido distinta. Esta sola lejos de la mirada castradora.

Se acercó hasta la periferia del círculo donde todos bailaban. Cruzó por primera vez la mirada con Fabián. Se sintió cautivada. No podía dejar de admirarlo. Era el joven más apuesto que vio jamás. Él bailaba con otras muchachas. Estefanía sintió envidia de ellas.

Quería atraer su mirada. No supo como decirle que baile con ella. Fabián se detuvo para tomar aliento. Notó que Estefanía lo miraba fijamente. Buscó al padre de ella, al no encontrarlo, pensó que estaba disponible para bailar. Con alegría en su sonrisa, la invitó. Estefanía estaba que estallaba de felicidad. El carilindo había notada entre las demás jóvenes.

Los ancianos cambiaron el ritmo a uno movido. La llevó al son de la música. Estefanía nunca antes había bailado. Conocía todos los pasos de baile, por mirar y bailar sola en su habitación, lejos de la vista del padre.

Notó que su compañero de baile, era de contextura grande y de músculos firmes. Sentía flotar, despegar del suelo. La firmeza de los músculos, despertaron deseos, tanto tiempo reprimido. Se acercó hasta pegar el cuerpo con el de él. Sabía que era un escándalo tal atrevimiento. Él deseó era intenso y pudo contra la censura. Otra joven le pidió que la invitar a bailar. Se negó. Disfrutaba el atrevimiento del contacto de cuerpos. Estefanía notó que Fabián también le gustaba el baile de escándalo. Quería besarla, como tantas veces vio a los adultos casados.

La tomó de la mano y la llevó a un lugar apartado. Estefanía anticipó la intención, lo besó en los labios. Cuando ella quiso explorarle cuerpo con las manos, Fabián se apartó en contra de los deseos. Le dijo que solo podían tocarse estando casados. Ella insistió.

_ No debemos rendirnos al deseo del cuerpo. Solo podemos besarnos.

Regañando con un suspiro, ella admitió que quebrantarían la ley de los ancianos.

_ Bésame. – Le imploró Estefanía.

Sentado lo suficiente lejos, le cumplió el pedido. Perdieron la noción del tiempo. Los ancianos ya habían dejado de interpretar música. Habían levantado las mesas. La mayoría había ido a dormir bajo los efectos de la cerveza. La primera luz del día le había quitado el amparo de la oscuridad. Fabián le preguntó como podría verla otra vez, sin que el herrero se enojara. Ella le dijo que esa noche pasaría por la casa y le tocaría despacio la ventana, para reencontrase. Irían al bosque lindero, para poder estar juntos.

Se despidieron con un beso en los labios. Fabián la miró irse. Hace varios años había notado su belleza. Nunca se había atrevido a acercase. El herrero la cuidaba con recelo. Cuando la perdió de vista, caminó hasta su casa. Trató de no hacer ruido para no despertar de la resaca a su padre, madre y hermanos.

El día después de la cosecha, era no laborable, el único en que los ancianos permitían descansar del trabajo.

Despertó cuando el sol se estaba poniendo. Entre las brumas del sueño recordó que esa noche la vería a Estefanía. Recordó que daría unos golpecitos en la ventana. Cenó junto con su familia. Cuando fueron a dormir, él esperó la señal. Ansioso y sin noción de cómo medir el tiempo, miró el recorrido de la luna en cielo nocturno. Fue a corroborar que sus padres y hermanos dormían. Si su padre lo atrapaba que se veía con una joven, lo castigaría, no titubearía en llevarlo al consejo de ancianos por la falta a la moral. Esperó hasta altas horas de la noche; su reciente novia no fue a buscarlo. Pensó miles de razones. Por desgracia no tenía oportunidad de preguntarle por que le había fallado. La única opción que tenía, era esperar todas las noches que pudiese. Lamentó la mala suerte de no poder hablar con ella. Hablarle a Estefanía a la vista de los habitantes del pueblo, solo le conllevaría problemas, sobre todo con el herrero.

Estefanía maldijo la mala suerte. Justo ese día, el padre había dormido toda la tarde debido a la enfermedad, quedó desvelado. Sintió temor, de que Fabián no la esperaría la siguiente noche. Temió que perdería interés en ella.

Fabián desesperanzado, durmió unas pocas horas hasta el momento en que debía comenzar a trabajar, con su padre, aserrando y talando. No podía pensar en otra cosa que no sea su bella novia. El padre lo notó distraído, le llamó la atención para que prestara atención, podría tener un accidente o causar daño a otro. Las horas de trabajo se hicieron interminables. Pensó y evaluó alguna forma de poder hablar, fuera de la vista del herrero. La esperaría en el aljibe comunal. El padre estaba impedido y en algún momento, ella debería ir a buscar agua. La esperaría todas las tardes hasta poder cruzar unas palabras con ella. Intentó varias tardes, por las noches esperaba que le golpeara la ventana. Llegó a pensar que Estefanía había perdido interés en él. Lamentó poca fortuna.

Desahuciado regreso a su casa. Por su parte Estefanía maldijo el mal tino de su padre por quedarse levantado durante la noche, impidiendo toda acción para encontrar a su bello amigo. Tirada en la cama, mucho después de haber terminado con las labores del hogar, solo podía pensar en el rostro de Fabián. Las sensaciones que le causaba recordarlo, le eran perturbadoras. Sentía que flotaba por encima de la cama, donde estaba postrada. Supuso que Fabián la estaría esperando. Cuanto más era la espera más deseos tenía de poder estar a solas con su amado.

Había pasado varios días desde que su padre estuvo enfermo. Al pasar junto a su hija, le comentó a la pasada, pese a estar enfermo, debería la mañana siguiente regresar al trabajo. Tenía trabajo pendiente que no podía posponerlo más. Estefanía pegó un sobresalto en la cama. La noche siguiente podría ir a buscar a su novio. Dudas y alegría se entremezclaron en el vientre. Pensó que tal si no lo encontraba. Que pasaría si Fabián hubiese conocido otra muchacha y la halla olvidado. Había pasado casi una semana después del festival de la cosecha. Muchas cosas podrían haber pasado. Llego a hasta creer que probablemente hasta pudiese haber tenido un accidente.

La fe pudo sobrepasar los temores. Dejo las dudas de lado y planeo y repaso el plan varias veces, de cómo se escaparía por la noche e iría hasta la casa del leñador. Seguro de que su amado la esperaría despierta escaparían al bosque para poder estar juntos.

Fabián no pudo dormir bien esa semana. Solo podía pensar en porque Estefanía lo había rechazado. El amargo trago del despecho, lo obnubiló. Tardaba mucho en dormirse. Durante las horas diurnas, su desempeño era pobre. El padre le llamó la atención incontables veces. El leñador llegó a pensar que su hijo debía haber pescado alguna peste. Su hijo se mostró inapetente. Había adelgazado notoriamente. Pensó en llevarlo al consejo de ancianos para que lo revisaran. Le costaba levantarse de la cama por las mañanas. Lo tenía que despertar varias veces hasta se levantaba. Llego hasta pensar que su hijo tenía un mal de ojo. La brujería estaba prohibida por los ancianos, ellos ordenaban que si se descubría a una, debían hacerse lo saber al consejo. La pena por brujería era tan severa como el adulterio.