Quiero ser la que seré - Silvia Molina - E-Book

Quiero ser la que seré E-Book

Silvia Molina

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Beschreibung

Cuando María del Carmen lee o escribe cambia las letras de lugar o las confunde con otras, por eso sus maestras la regañan, pues creen que es rebelde y caprichosa. Mari relata los días de su vida cotidiana en los que, debido a su peculiaridad, se tiene que enfrentar a las burlas de los demás niños y comentarios negativos de las personas. Pero Mari no lo hace intencionalmente, sino que tiene una dificultad que no le permite leer y escribir como los demás. Ella nos relata su historia, que se desarrolla en una época en la que no se conocía la dislexia y mucho menos se sabía que necesita un tratamiento especial.

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Primera edición, 2017Primera edición electrónica, 2017

© 2017, Silvia Molina por el texto

© 2017, Cecilia Varela por las ilustraciones

D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Colección dirigida por Socorro Venegas Edición: Susana Figueroa León Diseño: Miguel Venegas Geffroy

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-5094-8 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

SILVIA MOLINA

ilustrado por

CECILIA VARELA

Para Silvia Verónica

Índice

Mi escuelaEl primer día de clasesTereLas cuentasMi mamáLa LadyLos anteojos de viejitoMi padrastroIsabelMis hermanosEl perico LorenzoLo que me gustabaMis maestras y mi problemaUna nueva vida

Mi escuela

Tenía un portón inmenso, tan grande, que sólo abrían la puerta pequeña hecha en una de sus hojas. Me divertía pensar que de una puerta salía otra, como si fueran muñequitas rusas; o como si fuera la casa de Los tres ositos: la puerta grandota para el Papá Oso y la pequeña para el Osito.

Por ahí entraba y salía de mi escuela: el Instituto Francés.

No recuerdo si la abertura estaba en la hoja izquierda o en la derecha porque siempre confundí un lado y el otro .

Cuando comencé a escribir, era la única en el salón de clase a la que la maestra cambiaba el lápiz de mano y hacía repetir en voz alta:

De arriba a abajo;

de la izquierda a la derecha.

De arriba a abajo;

de la izquierda a la derecha.

Porque empezaba al revés que el resto de mis compañeras.

Al decir: “De arriba a abajo...”, no tenía ningún problema, pero cuando iba en: “...de la izquierda a la derecha”, se me olvidaba cuál lado era cuál . Entonces, tenía que mirar de reojo a Isabel para ver cómo escribía ella, y la imitaba.

Mi escuela tenía el piso de los pasillos de mosaico. Me encantaba caminar por él porque me recordaba la casa de mi abuela.

En mi escuela había tres patios: el primero, pequeño; el segundo, mediano; y el tercero, grande (como para Los tres ositos), en ellos jugábamos a la hora del recreo las chiquillas, las medianas y las muchachas.

Tenía, además, muchos salones de clase. Nunca los conté, aunque contaba muy bien; pero debieron ser... como cincuenta.

Mi escuela, el Instituto Francés, era grande y tenía tanto prestigio que a ella íbamos muchas niñas que nada teníamos que ver con Francia ni con su cultura ni con su idioma.

Las profesoras eran religiosas, vestidas, disfrazadas, encubiertas de mujeres comunes y corrientes: sin hábito; aunque no era difícil darse cuenta de que eran religiosas, venidas en su mayoría de Francia, porque su vestido era negro, como sus medias y no se pintaban ni usaban tacones ni llevaban el pelo suelto sino bien atado bajo la nuca.

El Instituto Francés era una de las pocas escuelas católicas que quedaron después de la persecución religiosa que hubo en México, hace ya muchísimo tiempo. Persecución que yo no viví, pero las religiosas más viejitas sí; y por eso tenían miedo, ya que la enseñanza debía ser laica; o sea, sin nada de religión.

Para disimular, a las religiosas les decíamos madamme, es decir, “señora” en francés.

“Madamme, voulez vous me donner un chocolat? S´il vous plaît”. “Señora, ¿me da un chocolate, por favor?” Fue lo primero que aprendí a decir en francés a la hora del recreo en la tienda escolar, porque me encantaban los chocolates.

Me gustaba mi escuela, pero no aprender a leer y escribir porque no acababa nunca de entender eso de la (¿