Razón, islam y cristianismo - Joseph Ratzinger - E-Book

Razón, islam y cristianismo E-Book

Joseph Ratzinger

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Beschreibung

Ratisbona fue el hogar de Ratzinger, en cuya universidad enseñó durante ocho años. Y allí dio un giro su pontificado, cuando pronunció un discurso como Benedicto XVI. Partiendo de las relaciones entre fe y ciencia, el debate se amplió al mundo islámico, y a las mismas relaciones entre filosofía y teología en el nunca pronunciado discurso en La Sapienza. Pablo Blanco Sarto, profesor titular de Teología sistemática, nos ofrece los textos y sus contextos.

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BENEDICTO XVI

RAZÓN, ISLAM Y CRISTIANISMO

Los discursos de Ratisbona y La Sapienza

Presentación, contexto y epílogo de Pablo Blanco Sarto

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2006 y 2008 by Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana

© 2023 de la presentación, contexto y epílogo de Pablo Blanco Sartoby EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6521-4

ISBN (edición digital): 978-84-321-6522-1

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6523-8

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Presentación

1. Fe, razón y amor

2. Buenos recuerdos

3. La polémica

I. El contexto

1. «La fe es sencilla»

2. Una nueva razón

3. Unidos en el amor

II. El texto

1. La polémica cita

2. La triple deshelenización

3. La «razón ampliada»

III. El debate

1. Precedentes

2. Primeras reacciones

3. Un discurso globalizado

Epílogo

1. Otra polémica

2. El papa y la universidad

3. Dos «hermanas gemelas»

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

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Notas

PRESENTACIÓN

Parecía un día tranquilo. Los dos hermanos, Georg y Joseph, continuaron juntos durante el día siguiente, en la visita a la ciudad donde habían vivido juntos durante ocho años, allá en los años setenta del siglo pasado: Ratisbona, la ciudad de la polémica. En la calle, bastante ajenos y lejanos a ella, reinaba un ambiente de Fußball-Weltmeisterschaft, de Mundial de fútbol. En la misa celebrada en las afueras de la ciudad habló de la sencillez de la fe. Benedicto XVI se expresó en un tono menos académico y más pastoral ahí, en la explanada de Isling, donde reunía incluso más participantes que en Múnich: había acudido gente de la ciudad y de las zonas limítrofes, incluidas Austria, Polonia o Chequia. Una cruz de 36 metros y diez toneladas centraba la mirada a muchos kilómetros a la redonda. No podía faltar el ejército de monaguillos, con la sotana verde o roja. Por la noche, linternas y sacos de dormir, vela ante el Santísimo y rezo del rosario. La organización, perfecta1.

1. Fe, razón y amor

Por la mañana, tras agradecer a los voluntarios que habían reconstruido su casa y su jardín en Pentling, el papa profesor preguntaba a los allí presentes:

«¿En qué creemos realmente? ¿Qué significa “creer”? ¿Puede existir todavía algo así en el mundo moderno? Al ver las grandes summae de teología escritas en la Edad media o al pensar en la cantidad de libros escritos cada día a favor o en contra la fe, podemos desalentarnos y pensar que todo esto es demasiado complicado. Al final, si se ven las ramas por separado, no se ve mejor el bosque. Es verdad —proseguía—: la visión de la fe comprende cielo y tierra; el pasado, el presente, el futuro, la eternidad, y por ello no es agotable jamás. Ahora bien, en su núcleo es mucho más sencilla. [...] La fe es sencilla [...] y la fe es amor, porque el amor de Dios quiere «contagiarnos». Esto es lo primero: nosotros creemos en Dios, y esto trae consigo también la esperanza y el amor»2.

Después habló de la razón y de la creación, uno de sus temas preferidos: «La Razón creadora es bien, es amor, tiene un rostro: Dios no nos ha dejado a oscuras, sino que se ha mostrado como hombre». Fue aquella una «fiesta familiar de la fe»: además de los coloridos trajes típicos bávaros y las sotanillas de los diecisiete mil Ministranten o monaguillos, destacaban las elegantes vestimentas de los obispos orientales, católicos y ortodoxos. En primera fila, la baronesa Thurn und Taxis —alma e historia de la ciudad— y su amiga Alessandra Borghese. La canción compuesta para la ocasión se titulaba «El que cree, ¡no está solo!», se dirigía a Cristo, quien llamaba a Pedro y a todos los presentes. Fue este el lema de su vida, que explicará años después: «Yo no actúo solo, pues ni siquiera sería capaz. Sé que él está siempre a mi lado. Debo tan solo escuchar y abrirme a él». Y lo explicaba así: «no se debe parar de pedirle al Señor —¡tienes que ayudarme ahora!— y recogerme, permanecer en silencio. Y de vez en cuando sondear el terreno con la oración. Funciona». Al final se refirió a la fiesta del Dulce nombre de María, que se celebraba ese día y en el que festejaban su santo su propia madre y su hermana. Para terminar, el Te Deum, un canto de acción de gracias en honor de la Trinidad3.

Pero lo que ocupará la primera plana de los periódicos no será este llamamiento a la fe y al amor, sino una réplica al 11-S de 2001, cuando dos aviones se estrellaron contra las dos Torres Gemelas neoyorkinas. Tras celebrar esta misa multitudinaria, Benedicto XVI se dirigió a la repleta aula magna de la universidad de Ratisbona, y nada parecía presagiar la tormenta que iba a venir después. El tema en realidad se refería a la razón (antes había hablado de la fe), pero una cita incidental llevó a algunos a pensar que el asunto abordado era otro. El discurso pronunciado por Benedicto XVI ante científicos e intelectuales de todo el país fue un texto largo y complejo. La cita de la polémica era: «Muéstrame también lo que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba»4. Las críticas del emperador bizantino Manuel II Paleólogo (1350-1425) contra el recurso de ciertas facciones del islam a la violencia y a la «guerra santa» para extender la fe, sirvieron a Benedicto XVI para reiterar su condena de los extremismos y fanatismos, así como del prejuicio de enfrentar razón y religión, incluso en el seno del cristianismo (recuérdese el fideísmo o los desarrollos lejanos a la razón también en el seno del protestantismo). En realidad, era un discurso dirigido sobre todo al mundo alemán que, por la dinámica interna de los medios de comunicación, de repente se globalizó. El papa alemán reconocía: «No había valorado el significado político del evento» académico. A lo que añadía sin afán exculpatorio, pero resulta difícil no pensar en sus colaboradores: «Nadie me advirtió nada sobre el texto»5.

Según Benedicto XVI, «el acercamiento entre la fe bíblica y los interrogantes filosóficos del pensamiento griego es un acontecimiento de importancia decisiva no solo desde el punto de vista de la historia de las religiones, sino también de la historia universal»6. El cristianismo se había apoyado desde un primer momento con su más difícil aliada: la razón, la ciencia, la filosofía, y no se había refugiado en el simbolismo de las religiones orientales. Fe y razón, ciencia, cultura y religión deben ir inseparablemente unidas, recordaba Benedicto XVI a sus antiguos colegas. Esta afirmación se podría también extender a otras religiones. Los mil quinientos presentes aplaudieron con entusiasmo esas palabras; ninguno de ellos imaginaba ni de lejos lo que se avecinaba. Includos el Bild publicaba todavía al día siguiente: «Hemos disfrutado hoy de un pedacito de cielo»…7.

«Para que el mundo crea» (Jn 17,21), debemos ser una sola cosa, recordó el sucesor de Pedro en las vísperas solemnes ecuménicas en la catedral de San Pedro: al final, se refirió de nuevo al amor y a la caridad, ante cristianos de otras iglesias y confesiones cristianas. Ese mismo martes 12 de septiembre por la tarde, tuvo lugar una celebración ecuménica de las vísperas en la bella y magnífica catedral gótica de Ratisbona. En el encuentro participaron representantes de las diferentes confesiones cristianas de Baviera, en concreto, de la luterana y la ortodoxa. Allí se veían las vistosas ropas de los orientales y la sobria y discreta indumentaria de los luteranos, junto a la sonrisa de los rabinos. Tras el saludo del obispo de la diócesis Gerhard Ludwig Müller (n. 1947), vinieron las lecturas realizadas por un protestante que alternaron con el himno cantado por un eparca oriental8. Comenzó el papa bávaro con unos recuerdos personales:

«Siempre he considerado un don especial de la divina Providencia que, siendo profesor en Bonn, pude conocer y amar a la Iglesia ortodoxa, de manera personal, a través de dos jóvenes archimandritas: Stylianos Harkianakis y Damaskinos Papandréou, quienes después se convirtieron en metropolitanos. [...] Me alegra reconocer —continuaba— algunas caras familiares y renovar amistades pasadas. [...]

»Me vienen también a la memoria muchos recuerdos de los amigos del círculo [católico-luterano] Jäger-Stählin, ya fallecidos, y estos recuerdos se mezclan con gratitud por nuestras presentes reuniones. Por supuesto que pienso particularmente en los exigentes esfuerzos para alcanzar la declaración conjunta sobre la justificación [firmada en 1999 con los luteranos y en 2003 con los metodistas]. Recuerdo todas las etapas en este proceso, hasta la memorable reunión con el entonces obispo Hanselmann aquí, en Ratisbona, que contribuyó decisivamente a su feliz término»9.

Tras leer detenidamente los textos de la Escritura, tal como solía hacer en sus obras de teología y que tanto aprecian los protestantes, añadió: «Y así llegamos a la tercera palabra de nuestro texto (1Jn 4,9) —concluía con palabras ya bien conocidas—, que me gustaría destacar: agape, amor. Esta es la palabra clave de toda la carta y particularmente del texto que hemos escuchado. Agape no tiene un significado sentimental o altisonante; sino que es algo totalmente sobrio y realista. Traté de explicar algo de esto en mi encíclica Deus caritas est. Agape, amor, es en realidad la síntesis de la Ley y los Profetas». En el amor «todo queda incluido», pero este todo debe ser cotidianamente «desarrollado». En el versículo 16 de nuestro texto encontramos la maravillosa frase: «Conocemos y creemos el amor que Dios nos tiene». «¡Sí, podemos creer en el amor! ¡Demos testimonio de nuestra fe de modo tal que brille y aparezca como el poder del amor, “para que el mundo crea”» (Jn 17,21). ¡Amén!»10.

Los temas abordados en esa jornada de Ratisbona eran por tanto la fe, la razón y el amor. En ese orden: con el amor y la anteriormente mencionada verdad —fe y razón— que se unen en la persona de Jesucristo, se puede llegar a la unidad entre los cristianos y entre todos los hombres y mujeres de buena voluntad, parecía concluir el papa alemán11. Hubo una photo-finish con los Regensburger Dompatzen, los pequeños cantores de la catedral de Ratisbona. Tras disfrutar de la gastronomía local (los cocineros quisieron hacer los honores) y pernoctar en un apartamento de cuarenta metros cuadrados en el seminario ratisboniense, pudo ver la fuente inaugurada para la ocasión: tres escalones en cuyo centro mana el agua con la frase Deus caritas est. No podía faltar la bendición de un órgano rococó en la Alte Kapelle, en una ciudad de acendrada tradición musical. El día siguiente era de descanso: la jornada que pasó con su hermano, en su antigua casita en Pentling, conmovió a los alemanes, tan hogareños ellos. «Hemos cocinado como solíamos, pero no nos han permitido lavar los platos», declaró con sencillez Georg12. Pentling se volcó: allí pudo saludar y bendecir que le acercaban. Recibió también los saludos de las autoridades locales y la banda de música de los bomberos realizó una de sus mejores actuaciones. Tras una breve siesta, visitó en el cementerio la tumba de sus padres y su hermana, fallecida poco después de visitarla, en 1991. Estuvieron un tiempo rezando juntos en silencio. «¿Era la despedida definitiva?»13.

2. Buenos recuerdos

La última etapa del viaje era Frisinga, la pequeña ciudad a orillas del Isar, donde el papa bávaro había comenzado sus estudios de filosofía y teología. De nuevo inolvidables recuerdos. Allí, en esa misma catedral, Joseph Ratzinger había sido ordenado sacerdote, hacía ya más de cincuenta años. Algunos de los que se ordenaron con él estaban también allí presentes, por lo que era un momento un tanto especial. Tal vez por eso el papa prefirió dejar el texto de lado, y habló directamente a los sacerdotes, sin leer los papeles que tenía preparados. «La mies es mucha, pero los obreros son pocos» (Mt 9,37), recordó el papa la invitación de Jesús a «rezar al Dueño de la mies» para que envíe obreros. Jesús «no pidió ir a llamar voluntarios o a organizar campañas de gestión de empresas para encontrar nuevos candidatos», explicó. «Tenemos que rezar a Dios y pedirle: “Despierta el corazón de los hombres”. Tenemos que pedir al Dueño de la mies que despierte un profundo sí en el corazón de los hombres». La eficacia del trabajo del sacerdote depende de la oración, pues de lo contrario «el ministerio se convierte en activismo»14, añadió.

A continuación, dejó sus consejos más personales a los sacerdotes que le escuchaban, para que pudieran mantener vivo el deseo de acercar a la gente a Dios, a la vez que encontraran la humildad necesaria para reconocer los propios límites. No todo lo hacemos nosotros, venía a recordar. «Esto también es válido para el papa», añadió con una sonrisa un tanto autocrítica. Y siguió adelante con su confesión personal: «También yo querría hacer muchas cosas, pero tengo pocas fuerzas. Todo lo demás tengo que dejárselo a Dios». Era un modo de pedirles ayuda... Estaba ya todo dicho. Andreas Englisch la considera una de las mejores homilías de su pontificado.

Pero debía partir. Poco después, se dirigía al vecino aeropuerto y tomaba un avión, pilotado por un ex-alumno suyo ¡de teología! (en Alemania, esto es posible). Tras los discursos de rigor, se volvía a Roma con un intenso sabor de despedida. Mientras tanto, el avión despegaba e iba tomando altura. Todavía quiso decir adiós a sus paisanos por medio de la radio del avión, que fueron transmitidas por la megafonía del aeropuerto: se despedía así «de ese mundo de sueños de la infancia», que iba a evocar más adelante15:

«Pude transcurrir otros inolvidables tres años y medio con mis padres en el Lerchenfeldhof —dirá cuatro años después, al recibir la ciudadanía honoraria de Frisinga—, y por tanto sentirme una vez más plenamente en casa. Estos últimos tres años y medio con mis padres fueron para mí un regalo inmenso e hicieron verdaderamente de Frisinga mi casa. Pienso en las fiestas, en cómo celebramos juntos la navidad, la pascua, pentecostés; en los paseos que hicimos juntos por los prados; en cómo íbamos al bosque a recoger ramas de abeto y musgo para el belén, y en nuestras excursiones por los campos a lo largo del Isar.

»Así Frisinga se convirtió para nosotros en una verdadera patria, y como patria permanece en mi corazón. Hoy en las puertas de Frisinga se encuentra el aeropuerto de Múnich. Al aterrizar y despegar se pueden ver las torres de la catedral de Frisinga, ve el mons doctus, y quizás puede intuir un poco de su historia y de su presente. […] La catedral con sus torres indica una altura que es muy superior y distinta respecto a la que alcanzamos con los aviones, es la altura verdadera, la altura de Dios, de la que procede el amor que nos da la auténtica humanidad. […] Así Frisinga es para mí también la señal de un camino»16.

3. La polémica

Sin embargo, no todo se quedó en los dulces recuerdos de la infancia, y las reacciones ante el discurso de Ratisbona en parte del mundo islámico fueron tremendas, hasta el punto de que se llegó a asesinar a una monja en Somalia (nueve años después, por las caricaturas de Charlie Hebdo, morirían ocho cristianos en Níger, a la vez que fueron destruidas cuarenta y cinco iglesias). Como hemos dicho, el discurso ratisboniense no versaba sobre el islam, sino que iba dirigido sobre todo a profesores alemanes: se refería más bien a la deriva del pensamiento germano en los últimos siglos. El problema fue que esta problemática local era difícil de entender en un contexto global, y se quedaron tan solo con la cita que tan solo pretendía captar la atención del auditorio. Evidentemente lo consiguió, pero no precisamente como captatio benevolentiae… Tal vez alguien no previó las consecuencias que pidían tener esas palabras en la «aldea global». Fue un traspiés en esos primeros pasos. Por otra parte, el resto del discurso era demasiado complicado para el lector ajeno a la problemática germana. Este primer malentendido o tal vez manipulación del mensaje hiceron el resto.

«Nos enteramos que se estaban produciendo reacciones airadas —comentaba Georg Gänswein, el entonces secretario de Benedicto XVI— cuando estábamos en el aeropuerto de Roma, tras el regreso desde Baviera. Fue una gran sorpresa, también para el papa. El verdadero problema surgió cuando algunos medios de comunicación sacaron de contexto una cita aislada, y la presentaron como una opinión personal del papa»17.

El viaje a Turquía fue el «más difícil», según sus propias palabras: «Erdogan al principio no quería recibirme. Poco a poco, sin embargo, la atmósfera ha ido entrando en calor hasta convertirse en acogedora. […] Estoy agradecido al buen Dios de que haya abierto los corazones de ambas partes». En esos momentos dos representantes musulmanes de Kuwait, uno chií y otro suní, acusaron a Benedicto XVI de «mal conocimiento del islam», mientras el periódico egipcio Al Ahram afirmó que «el papa atribuye a los musulmanes lo que hace una minoría extremista»; Al Jazira, principal agencia del mundo islámico, afirmó que «el papa critica el islam y cita una ofensa al Profeta», mientras Al Arabija anuncia una oleada de «rabia islámica». Y esta rabia explota después en Indonesia, Marruecos, Egipto, Afganistán, Irak: «Multitudes fanatizadas y enfurecidas —enumera Politi— ocupan las plazas. Resuenan eslóganes violentos. Se incendian y se asaltan iglesias»18, corroborando la necesidad de la razón de la que había hablado el papa. El ministro de Exteriores paquistaní Taslim Aslam sostiene que «las declaraciones del papa revelan ignorancia sobre el islam y su historia», mientras el portavoz de Al Fatah en Cisjordania manifiesta que «no refleja[n] los principios de tolerancia del cristianismo». El imán de la mezquita de París pide al Vaticano que «no confunda islam e islamismo», y solo el jefe de la comunidad musulmana en Alemania, Aiman Mazyek, afirma que no encuentra «ningún ataque al islam en el discurso del papa»19.

El Vaticano ofreció como mejor aclaración posible la rápida publicación del texto, a la vez que intentaba que se tradujera al mayor número posible de lenguas, incluido el árabe. Pero era demasiado largo para lectores en plena era de internet… Había que superar además ese malentendido, entre otras cosas porque el próximo viaje papal iba a ser además a un país de mayoría islámica. En Ratisbona se había hablado no solo sobre la razón, sino también sobre la fe y el amor; pero sus palabras fueron al parecer poco leídas20. En definitiva —decía allí—, se trataba de compatibilizar la verdad y el amor, presentes en la misma persona de Jesucristo: en ser —como afirmaba Weigel— «un servidor de la verdad y el amor»21. El discurso causó tanto impacto que sacudió literalmente el mundo cultural, con razón o sin ella, seguía diciendo este periodista y profesor. En esa lección estaban sustentados el juicio y el proyecto del papa sobre la Iglesia y occidente, incluidos su relación con el islam. En efecto, según los cánones del realismo geopolítico, Benedicto XVI no debería haber pronunciado jamás ese discurso en la ciudad del Danubio: debería haberla hecho ver antes y hacerla pulir por diplomáticos expertos. Algunos se lo recriminaron; él mismo admitió un cierto error de cálculo: «Yo había concebido el discurso como una conferencia estrictamente académica, y así lo pronuncié, sin ser consciente de que un discurso papal no es interpretado en clave académica, sino política»22. Sin embargo, a distancia de los años, los hechos hablarán por sí solos:

«A pesar de los malos augurios —recordaba Magister—, entre la Iglesia católica y el islam surgió un diálogo que antes de Ratisbona no había existido jamás y que incluso parecía impensable. Un diálogo no solo intelectual —representado por ejemplo por las iniciativas que siguieron a la Carta de los ciento treinta y ocho intelectuales musulmanes, sino también político. Este último tuvo una aceleración impresionante después de la audiencia del 6 de noviembre del 2007 en el Vaticano, la primera en la historia, entre el papa y el rey de Arabia Saudita»23.

«Si Benedicto XVI —afirma Diat— hubiera respetado las reglas de la realpolitik y los códigos de la diplomacia, el discurso de Ratisbona no se habría leído jamás». A lo que añade más adelante un parangón con la actitud de Juan Pablo II con la órbita soviética. De un mal comienzo se han seguido frutos mejores. «Hay quien augura —afirmaba Restán—, a medio plazo, un efecto positivo en el incidente de Ratisbona: el estreno de una base de diálogo sobre bases nuevas entre la Iglesia católica y el mundo musulmán»24