Recluta de Jesús - Armando Lechuga - E-Book

Recluta de Jesús E-Book

Armando Lechuga

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Beschreibung

Discipulado es la tarea que nos habla de seguidores de Jesucristo, es decir de hacer discípulos. Es la tarea que define la labor que hizo Jesús con sus apóstoles y con otras tantas personas que se sintieron atraídas por Él, y así mismo la comisión a la que Él mismo nos dio cuando dijo: Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19). Por eso resulta tan útil un libro como el que el lector tiene en sus manos. En sus páginas, el autor mezcla con sencillez la enseñanza de la Biblia con la experiencia personal, cosa que produce un texto que no es ni tan teórico que se queda alejado de la vida real, ni tan experimental que omite la enseñanza bíblica. El resultado es un libro claro y accesible, pero no por ello superficial. Una herramienta muy útil en un momento de la historia en que la iglesia necesita retomar los métodos del Maestro o, mejor, el método por excelencia: el discipulado relacional

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RECLUTA DE JESÚS

CÓMO SER DISCÍPULO Y HACER DISCÍPULOS

ARMANDO LECHUGA G.

EDITORIAL CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

Copyright © 1988 © 2023 por Armando Lechuga G.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

© 2023 por Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

RECLUTA DE JESÚS

ISBN: 978-84-19779-50-2

Ministerio cristiano

Discipulado

REL023000

Dedico este libro a todos los pioneros

que batallan por la fe de Cristo

en sus diferentes campos,

en especial a los que están en el Sahel.

ÍNDICE

Prólogo

Capítulo I. Cómo llegar a ser un discípulo de Jesús

Capítulo 2. Regeneración y rehabilitación en el discipulado

Capítulo 3. El discipulado y la gran comisión

Capítulo 4. El discipulado y el agua de vida

Capítulo 5. El discipulado ante la gracia y el legalismo

Capítulo 6. El discipulado y el conocimiento de Dios

Capítulo 7. El discipulado y las medidas disciplinarias

Capítulo 8. Clérigos y laicos en el discipulado

Conclusión

Testimonios

Obra pionera en Almacelles, Lérida

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Dedicatoria

Índice

Comenzar a leer

Prólogo

Actualmente, la iglesia, casi siempre permeable en mayor o menor medida a la influencia de la sociedad, vive inmersa en una cultura de la inmediatez. Así, se buscan métodos rápidos para plantar obras, hacer crecer las congregaciones y multiplicar el liderazgo. Y, en apariencia, muchos de estos métodos funcionan, dado que nacen nuevas iglesias, crecen las antiguas y aparecen nuevos líderes cuyo carisma cautiva a multitudes. Sin embargo, una investigación más profunda revelará, en muchos casos, que esos frutos son efímeros, cosa que contradice el llamado de Jesús a sus discípulos y, por extensión, a nosotros: Yo os escogí a vosotros, y os designé para que vayáis y deis fruto , y que vuestro fruto permanezca (Juan 15:16, énfasis añadido).

¿Cuál es la solución a esta contradicción? Sin duda, un método que, por su duración y la dedicación que requiere, colisiona con las tendencias de nuestro mundo moderno, tan dado a lo instantáneo: el discipulado. El discipulado choca con nuestra cultura actual, al menos, en dos sentidos: por un lado, porque requiere de relaciones significativas en un tiempo en que las personas tienden a aislarse y a evitar los compromisos de cualquier tipo. Por otro, porque es un trabajo profundo y a largo plazo, en una época en que nos conformamos con lo inmediato, por muy superficial que sea.

Quizá por eso hoy no se use mucho esta palabra.

Y, sin embargo, discipulado es lo que define, precisamente, la labor que hizo Jesús con sus apóstoles y con otras tantas personas que se sintieron atraídas por Él, y la labor a la que Él mismo nos llamó cuando dijo: Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19, énfasis añadido).

Por eso resulta tan útil un libro como este que el lector tiene en sus manos. En él, Armando Lechuga González, misionero, pastor y maestro, expone una serie de conceptos básicos que nos ayudarán a tener una noción clara de lo que es el discipulado: desde los inicios del discipulado hasta la disyuntiva que muchos discípulos maduros deben enfrentar cuando anhelan servir más al Señor y no saben si hacerlo a tiempo completo o parcial.

En sus páginas, el autor mezcla con sencillez la enseñanza de la Biblia con la experiencia personal, cosa que produce un texto que no es ni tan teórico que se queda alejado de la vida real, ni tan experimental que omite la enseñanza bíblica. El resultado es un libro claro y accesible, pero no por ello superficial. Una herramienta muy útil en un momento de la historia en que la iglesia necesita retomar los métodos del Maestro o, mejor, el método por excelencia: el discipulado relacional.

Recomiendo la lectura de este libro, tanto a los que apenas inician su caminar cristiano como a aquellos que ya llevan años sirviendo al Señor. Los primeros verán en este libro esa “guía de inicio rápido” que permite tener una visión de conjunto lo suficiente accesible para no asustar a nadie y, al mismo tiempo, lo suficiente completa para no omitir ningún asunto importante. Los segundos tendrán en estas páginas ese resumen que los estudiantes aplicados hacen para recordar todo lo importante de la materia y asegurarse de que están preparados para el examen final, o esa checklist que el piloto prudente comprueba antes de iniciar el vuelo para asegurarse de haber seguido el proceso adecuado.

Alejandro López Serrano

Licenciado en filología hebrea

Palencia, España, diciembre 2022

Capítulo I Cómo llegar a ser un discípulo de Jesús

¿Es lo mismo ser un creyente normal y un discípulo auténtico de Jesús? Mucha gente piensa: ¿pero en qué consiste ser un cristiano verdadero? Es curioso lo que generalmente asumen diferentes estratos sociales en nuestro entorno polivalente.

El judío normal, opina que un cristiano o cristiana es como Shakira o Madonna, sin distinguirlos de un Pedro de Arbués, un Hitler o un telepredicador. Todos ellos tienen algo en común: son cristianos.

Los árabes que clasifican a sus vecinos dicen: Todos son lo mismo, católicos, protestantes, o testigos de Jehová. Son igualmente cristianos.

Los católico-romanos siempre han dicho que tienen la exclusiva. Antes, para ellos, los protestantes eran herejes y los excomulgaban o quemaban; pero hoy día les llaman amablemente: hermanos separados.

Cuando enfocamos directamente a los evangélicos, que ostentan la verdad bíblica, nos sorprendemos: Algunos opinan que los que verdaderamente son genuinos, son los de su propia denominación particular, llámese pentecostal, bautista, hermano o luterano…

La mayoría de ellos no fuman, ni suelen decir palabrotas, tienen una hermosa sonrisa cuando van a sus cultos dominicales. Dan sus ofrendas y cantan himnos melodiosos, mientras que otros alaban a Dios cantando coritos repetitivos. De entre estos supuestos cristianos hay algunos que tienen la seguridad de su salvación, que era una seguridad absoluta y espiritual en las asambleas de cristianos primitivos, perseguidos por los emperadores romanos. Otros, malentendiendo sus posturas se dan algunos permisivos defectos, tales como criticar, chismorrear, envidiar, odiar, etc.; algunos hacen cosas aún peores, y a pesar de esto, opinan en sus adentros que se puede vivir así y seguir siendo cristianos; y de este modo continúan durante años sintiéndose mejores que los delincuentes comunes.

Mucha gente se pregunta: Bueno, ¿y por qué no se unen todas las religiones si todas van a parar a lo mismo?, ¿por qué no se unen los protestantes a la iglesia católica, que es la de siempre? Realmente hay bastantes cuestiones y opiniones, todas ellas muy respetables. Y es verdad: ¿por qué no hay unidad de ideas en todos los que se dicen creyentes? La razón principal, según veo, es que la vasta mayoría de los fieles creyentes, nunca han leído las Sagradas Escrituras de un modo completo. Algunos ni siquiera conocen los evangelios; por lo que no tienen base bíblica, sino muchos pensamientos propios, bien intencionados, pero amorfos.

En las Escrituras hay un libro muy especial, que es el evangelio de San Juan, que resume con asombrosa sencillez todo el mensaje y trama de la Biblia. Y el iluminador capítulo tres, cuando Jesús charla con un individuo lleno de preguntas. Nicodemo, un rabino principal de los judíos, vino a exponer en persona a Jesús sus inquietudes religiosas. Seguro que tenía mil preguntas que no le cuadraban en su mente, como cualquiera de nosotros hoy día; pues en nuestros tiempos es difícil hallar respuestas concretas a todo. El rabino, acostumbrado a enseñar se sentía importante, pero Jesús pronto bajó la conversación desde su altura intelectual al campo de la sencillez espiritual, o sea hablando directamente a su inquieto corazón: “…en verdad, en verdad te digo, que el que no vuelva a nacer, no puede ver el reino de Dios” (v. 3). ¡El rabino se quedó pasmado!..¿ por qué no le había hablado en un lenguaje académico? ¿por qué Jesús –se dijo– me responde tan secamente? ¿Es que acaso soy un pagano? ¡Soy un maestro de la sinagoga! Si Nicodemo no hubiera tenido hambre de conocer al Señor, se hubiera marchado enfadado. Pero se quedó y preguntó: “¿Cómo puede un hombre nacer otra vez siendo viejo?”.

Jesús continuó hablando al ver que el rabino seguía allí: “En verdad, en verdad te digo, que el que no nace otra vez de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios”, “…lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (vv. 5-6).

Hay dos naturalezas en el ser humano: la carnal, que es lo que vemos, y la espiritual, que no vemos pero que sentimos y notamos. Mucha gente con la que hablo a veces, quiere sin darse cuenta, encontrar a Dios con la carne; y no puede ser, ya que Dios es Espíritu.

Tenemos que plantear las preguntas nuestras en el terreno espiritual, y no solo en lo mental. Nicodemo había venido a Jesús de noche, por miedo a que sus conocidos le vieran con los “aleluyas” de aquel entonces Su postura era equivocada: Jesús le bajó el orgullo y le puso en el terreno de la humildad, que es como se debe venir a Dios. Y así siguió escuchando, ahora más sereno: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, más ni sabes de dónde viene, ni adónde va; así es todo el que vuelva a nace del Espíritu..” Todo judío sabedor de la Biblia había escuchado que el Dios infinito habló con Elías el profeta, en la antigüedad. Elías estaba en un monte, metido en una cueva rezando. Dios le dijo en lo invisible: “Sal fuera y yo pasaré delante de ti” El profeta se levantó. Se restregaba los ojos cuando sintió y oyó el rugir de un viento terrible que rompía las peñas; y se metió de nuevo.

Luego vino un terremoto que le cimbraba sobresaltándose, y le dio mucho miedo; miró fuera, pero Dios, aún no venía. Cuando se empezaba a recuperar del susto, un gran fuego abrasador y misterioso apareció ante sus ojos que le hizo retroceder temeroso. Pero Dios no estaba en el fuego. Finalmente, algo decepcionado, se sentó dentro, confuso y algo cansado. Cuando, ¡de pronto!, empezó a notar una brisa suave con un silbo apacible y delicado, en el que por fin, venía Dios. Elías entonces, muy emocionado, no quería mirar, cubriéndose la cara con su manto, mientras iba hacia la entrada de la cueva. El Señor, leyendo su corazón, le dijo con voz majestuosa: “¿Qué haces aquí Elías…?” Y a continuación el profeta recibió un mensaje reconfortante.

Todo hombre, como Nicodemo y Elías, tenemos preguntas que hacerle a Dios. Sin embargo, Él viene a nosotros con su silbo suave y apacible. Pero Él viene a su tiempo y a su manera. Él es el Señor todopoderoso y eterno, y nosotros somos mortales.

Nicodemo recordaría esta historia de Elías, cuando recibió la visita del Espíritu o viento de Dios (que en hebreo es la misma palabra). Pero, eso de nacer de agua, ¿qué significaría? ¿Cómo lo entendería el rabino?

Respecto a nacer de nuevo, es muy probable que vendría a su memoria la historia de Naamán el sirio. Este era un general muy famoso en el vecino y enorme país al norte de Israel. Era un militar ilustre, amigo del rey, debido a sus heroicidades en grandes batallas. Sin embargo, pese a todo, estaba leproso. Una de sus criadas era una muchacha hebrea, que habían capturado algunos de sus hombres. Ella le dijo compasiva a su ama la esposa del general: “Si rogase mi amo al profeta de Dios llamado Eliseo que hay en Samaria, le sanaría de su lepra”. El rey sirio no tardó en enviar a Naamán con un gran séquito con carros y caballos, lleno de regalos para el rey israelita, a fin de que mandara al profeta a sanar a su estimado amigo militar. Sin embargo, el rey judío dijo muy contrariado: “¿Soy acaso Dios para sanar a la gente?, ¡Yo no puedo hacerlo!” Y se puso triste pensando que el poderoso rey sirio le declararía la guerra. Eliseo lo supo y los hizo venir a su casa, pues el Dios verdadero que guarda a Israel, sí tiene poder para sanar la lepra. Los carruajes y escolta que acompañaban al sirio se detuvieron ante la humilde casa del profeta. Pero Eliseo no salió a recibirle. Le envió un mensajero a la puerta que hizo saltar en ira al ilustre general enfermo. El recado era: “Ve y lávate siete veces en el agua del Jordán, y tu lepra desaparecerá y se te restaurará la piel y serás limpio” (2 Reyes 5:10). Naamán enfadado exclamó, al considerar la fealdad del río Jordán en comparación con las aguas cristalinas del Farfar y del Abana que discurren en su tierra: “Si me lavare en los ríos de Siria ¿no sería también limpio?” Pero había una gran diferencia de unas aguas a otras. El río de Israel no era atractivo, pero era el escogido por Dios mediante el profeta. Finalmente, Naamán fue convencido por la prudencia de sus criados y obedeció zambulléndose tal como dijo Eliseo, y quedó completamente sano.

Nacer de agua es similar a ser sepultado en ella, como lo ilustra el bautismo por inmersión total. El rabino seguía escuchando a Jesús, atento, asintiendo con la cabeza que podría ser cierto. Que Jesús hablaba verdad. El viento y el agua son elementos que simbolizan una obra divina. Los lavacros de los hebreos, llamados MIKWE, eran su costumbre, y venía a su memoria la obra de Juan el Bautista instando al arrepentimiento, y metiendo a la gente en las aguas del río Jordán.

Jesús miró a los ojos a Nicodemo. No era el mismo que momentos antes entró altivo por la puerta. El semblante de su rostro era receptivo, y por tanto continuó explicándole paciente y con voz firme: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo… y como Moisés levantó sobre una asta la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Un latido fuerte sobrecogió al rabino en su pecho, al oír la referencia de la serpiente en lo alto de un palo: Claro, –pensó– recuerdo también de haberlo leído en la Torá, cuando fueron mordidos los hebreos por serpientes venenosas debido al pecado, que causaban la muerte. El relato decía algo así: “…y Moisés hizo una serpiente de bronce, poniéndola en una asta; y cuando una serpiente mordía a alguno, éste miraba a la serpiente de bronce y vivía…”. En este intervalo de la charla, mientras Jesús acercaba dos sillas, Nicodemo tuvo una sospecha cruda. Un pensamiento seco y cruel. “Si este nazareno es el Hijo del Hombre, es decir, el Mesías, tendrá que morir colgado en un palo, tal como mueren los criminales sentenciados por los romanos… ¡Y según nuestra ley será maldito!”

Jesús estaba llegando a lo más importante de su charla con Nicodemo. Le dio una gran noticia. Una auténtica revelación; algo que ni sus doce discípulos habían entendido aún: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna..”. A estas alturas el rabino estaba prácticamente convencido de que Jesús era el salvador del mundo. Pero como era un judío estricto, le costaba aceptar que el esperado Mesías pudiera ser tan humilde y sencillo, y ser tal vez ajusticiado. Sus pensamientos, lo mismo que sus sentimientos, estaban turbados. Quería sentirse feliz por esas palabras tan bellas, pero se sentía culpable por haber imaginado a su nuevo amigo colgado en un asta, como la serpiente de bronce en el desierto.

Jesús interrumpió sus pensamientos con acento grave: “…porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por medio de él…”, “…el que en él cree no es condenado, pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz…”.

Estas últimas palabras profundas de Jesús, le hicieron ponerse en pie, confundido. Escuchó el resto en la puerta. Despidiose muy amable y agradecido, por su visita tan tarde. Afuera se desvaneció su imagen, confundiéndose sus vestiduras pardas con la negrura de la noche. No se había decidido a inscribirse en la escuela de discipulado de Jesús abiertamente. Era demasiado importante en su comunidad para aceptar al excarpintero como su maestro. Se había perdido el privilegio de caminar al lado de Jesús…