Recompensa de amor - Catherine George - E-Book

Recompensa de amor E-Book

CATHERINE GEORGE

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Cuando el atractivo italiano Lorenzo Forli se le declaró, Jess pensó que quería casarse con ella porque la amaba. Jess no tenía reparos en hacer el amor con su futuro marido. Pero él no le había contado algo acerca de su pasado. ¿Podría ser que hubiera empleado todos los medios a su alcance tan solo para conseguir lo que de verdad quería... seducirla para llevarla a la cama?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 193

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Catherine George

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Recompensa de amor, n.º 1156- marzo 2021

Título original: Lorenzo’s Reward

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-566-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

 

EN EL pub atestado hacía calor, estaba lleno de humo y de hombres trajeados que hablaban de negocios durante el almuerzo. Jess miró su reloj con impaciencia, deseando que Simon se diera prisa, luego alzó la vista para observar a un completo desconocido que la miraba con intensidad desde el otro extremo de la barra. Experimentó una sensación extraña en el estómago cuando unos ojos oscuros de párpados pesados se iluminaron con un reconocimiento incrédulo al encontrarse con los suyos. Miró por encima del hombro, convencida de que debía estar contemplando a otra mujer, pero no había nadie más a la vista.

Volvió a mirarlo, lo que fue un error. En esa ocasión no pudo apartar la vista. Sintió calor en la cara. Irritada, se ordenó dejar de estar sentada como un conejo hipnotizado mientras el hombre se olvidaba de su copa y se abría paso entre la gente. Pero antes de que pudiera llegar hasta ella, se le unieron otros dos hombres y le bloquearon el camino. El desconocido se encogió de hombros con pesar y Jess al final rompió el contacto visual. Entonces se dio cuenta de que uno de sus acompañantes era el señor Jeremy Lonsdale, irreconocible durante un momento sin su peluca y toga de abogado. Pero cuando el tercer miembro del trío giró la cabeza, jadeó consternada. Era demasiado familiar, con ojos que centellearon una afrenta incrédula cuando Jess se asustó al verlo, giró en redondo y huyó del pub, con Simon Hollister, su asombrado compañero de comida, detrás de ella.

Esquivó el tráfico y corrió como un ciervo hasta el tribunal, para someterse al habitual proceso de seguridad del interior. Aún respiraba de forma entrecortada cuando Simon la alcanzó en el restaurante del jurado.

—¿A qué diablos se debió eso? —jadeó.

—El fiscal… estaba allí. Con amigos —respiró hondo—. Uno de ellos era Roberto Forli, el ex novio de mi hermana —concluyó. Simon silbó.

—Y a nosotros, miembros del jurado, se nos prohibe cualquier contacto con alguien sobre el caso.

—Exacto.

—¿Lo conoces bien?

—Solo lo vi una vez.

—¿Lonsdale te vio?

—No lo creo. Me daba la espalda.

—Entonces seguro que no pasa nada —la tranquilizó con una sonrisa—. Comamos algo antes de que nos llamen. Cuando te marchaste tuve que dejar mi almuerzo en el pub.

Pero Jess fue incapaz de pensar en comida. Tenía la mente centrada en su encuentro inesperado con Roberto Forli. Y el desconocido que lo acompañaba. El recuerdo de esos ojos oscuros e intensos le provocó escalofríos. Era obvio que la había reconocido de alguna parte. ¿De dónde? ¿Y cuándo? Se terminó el agua mineral en el momento en que llamaron al jurado.

Al ocupar su sitio en el tribunal, se abotonó la chaqueta por el frío que hacía en la sala, glacial comparado con el día estival. Mientras esperaban que entrara el juez, descartó de la mente el incidente del almuerzo y rememoró las dos semanas que llevaba como jurado. En ese momento le alegraba la experiencia, pero el primer día se había sentido intimidada. En un tribunal vacío, con los otros recién llegados, había observado un vídeo que establecía las reglas, aunque transcurrió una espera de dos días antes de que los llamaran.

El funcionario había mezclado tarjetas y pronunciado los nombres como de costumbre, pero en esa ocasión Jessamy Dysart figuraba entre los elegidos. La condujeron a una sala, y en compañía de otros once miembros, había pronunciado el juramento de los jurados. Jess se había sentido desconcertada por hallarse tan cerca no solo del acusado en el banquillo, sino de los abogados y fiscales situados de cara al juez.

En ese momento quedaba un día de otro juicio con diferente jurado. En esa ocasión quedó sentada delante de otros miembros del jurado junto a Simon Hollister. Se había acercado a ella desde el primer día y reconocido con franqueza que su intención original había sido aducir presión en su trabajo de marketing en la ciudad para alegar que no podía cumplir con su papel. Pero una vez que estuvo en el tribunal, un inesperado sentido cívico hizo que se quedara.

—Sumado a la perspectiva de estar quince días a tu lado, Jess —había añadido con una sonrisa.

Ella se lo había tomado de buen humor. Simon era un seductor y le caía bien, pero lo mismo le sucedía con Edward, ex director de colegio, y con June, señora de la limpieza, y casi todos los demás miembros del jurado. La joven mujer sentada en el banquillo de los acusados, según la fiscalía, había introducido drogas de contrabando en el país. Por las pruebas presentadas parecía haber pocas dudas de su culpabilidad.

En otras ocasiones, había preferido comer unos sándwiches en la cafetería del jurado en compañía de los demás. Pero ese día, a instancias de Simon, le alegró escapar del recuerdo de los ojos impotentes de la acusada. En ese instante deseó no haberlo hecho. El fascinante interés del desconocido la había intrigado, y en otras circunstancias le habría gustado conocerlo. Pero no cuando formaba grupo con Roberto Forli y el fiscal.

Por suerte nadie la recusó y por la tarde la vista prosiguió sin incidentes. Después de que el abogado defensor presentara su conclusión, el juez levantó la sesión. Dejaría las capitulaciones para el día siguiente.

El sol de junio era cálido mientras Jess regresaba a su apartamento entre el tráfico de la hora punta. Las calles atestadas de la ciudad le provocaron una súbita añoranza de Friars Wood, de la casa fresca en lo alto de los riscos que daban al Valle Wye y de la cena que en ese mismo momento estaría preparando su madre para la familia. Se consoló pensando que quedaba un solo día y luego podría ir a casa a descansar.

Encontró aparcamiento cerca de su apartamento en Bayswater, luego avanzó por delante de las altas casas blancas, contenta de regresar a un piso que era mucho más tranquilo desde que Fiona Todd se había ido a vivir con su novio. Jess y la otra compañera de piso que quedaba, Emily Shaw, eran las únicas arrendatarias, un acuerdo que funcionaba a la perfección.

Al entrar vio a Emily echada en el sofá mirando la televisión.

—Hola —saludó mientras apagaba el aparato—. Pareces extenuada. ¿Qué pasa?

—¡He tenido un día horrible! —gimió Jess.

—¿Es un secreto de estado o me lo puedes contar?

—Me encontré con Roberto Forli en un pub durante el almuerzo.

—¿De verdad? —Emily abrió mucho los ojos—. ¿El ex de tu hermana, de Florencia? ¿Qué hace aquí en Londres?

—Ni idea. Sea lo que fuere, me gustaría que fuera en otra parte —soltó irritada.

—¿Por qué? —preguntó su compañera asombrada.

—Es una larga historia.

—Pero muy interesante, al parecer.

—Simon Hollister, mi compañero del jurado, me convenció de que saliéramos a almorzar. Por pura mala suerte nos encontramos en el mismo pub con el fiscal.

—¡No!

Le describió el incidente con Roberto Forli. Pero por motivos que no supo analizar, no mencionó al desconocido.

—Se nos prohibe mantener contacto con nadie relacionado con el caso, desde luego, de modo que al ver que Roberto era amigo del fiscal, me largué de ahí a toda velocidad y volví corriendo al tribunal.

—¿Roberto te vio?

—Puedes apostarlo —se dejó caer en un sillón, agradecida por el zumo de frutas que le pasó su amiga—. Gracias, lo necesitaba. Menos mal que hoy has llegado pronto a casa.

Emily Shaw trabajaba para un ejecutivo de una empresa de tarjetas de crédito, y era raro que regresara tan pronto.

—El jefe ha tenido que irse de viaje, y me he matado para dejar todo arreglado antes de tomarme las vacaciones. Después de comer me empezó a doler la cabeza, así que por una vez me fui temprano.

—Tú tampoco tienes buen aspecto. ¿Has tomado algún analgésico?

—Sí, enfermera. Y me voy a ir a acostar pronto —sonrió—. Para variar, tú también deberías hacerlo.

—Lo más probable es que lo haga —sonrió con gesto melancólico—. Es una pena que tuviera que ofender a Roberto de esa manera. ¡Tendrías que haber visto su cara cuando salí corriendo!

—Me pregunto qué hará el ex de Leonie en Londres.

—Ni idea —Jess suspiró—. Es una pena que estuviera con el fiscal. En cualquier otro momento, me habría gustado mucho charlar con él —y al mismo tiempo que le hubiera presentado al interesante desconocido que lo acompañaba.

—No te preocupes —consoló Emily—. Quizá Leo lo sepa y te lo cuente cuando vayas a casa para la boda.

—Temía tener que regresar deprisa el lunes para volver al tribunal, pero con un poco de suerte el caso concluirá mañana. Bueno, suerte para mí.

—Alégrate, las predicciones del tiempo para el fin de semana son buenas. El sol va a brillar para Leonie el domingo. En cuanto me subo a un avión para irme de vacaciones, siempre viene una ola de calor.

—Poco importa, ya que te vas a la soleada Italia —Jess suspiró otra vez—. Ojalá fuera contigo. No tuve valor para decirle a mi hermana que la fecha de su boda coincidía con mis vacaciones.

—Sabes que nada te habría impedido asistir a su boda. Tranquila, ya nos iremos juntas en otra ocasión. Y a mi hermana le encantó cuando le pedí que me sustituyera.

—¿Quién va a cuidar de los niños?

—Mi madre se turnará con la otra abuela. Además, Jack llega a tiempo para supervisar que se den un baño y se metan en la cama. Le dije a Celia que se relajara… que iban a poder arreglarse bien.

—Por supuesto —bostezó—. Me voy a dar un baño.

 

 

Jess se secaba su tupido cabello rubio cuando Emily llamó a la puerta del cuarto de baño.

—Tienes una llamada. ¿Adivina de quién?

—Sorpréndeme.

—¡Un caballero de voz sexy de apellido Forli!

—¿Qué? Di que es una broma, Emily —abrió la puerta consternada.

—Claro que no —se indignó—. Lo tienes al teléfono, cariño, así que ve a contestar.

—Sigo sin poder hablar con él —movió la cabeza con vehemencia.

—¿Y qué diablos le digo?

—Que estoy en el baño. Dormida. Cualquier cosa. ¿Por qué no le dijiste que había salido?

—No sabía que también era tabú una llamada telefónica. De verdad, Jess, cualquier mujer en su sano juicio mataría por escuchar esa voz. ¿Quién lo sabrá? —alzó las manos—. Vale, vale, mentiré y aduciré que te mata una migraña.

—Perfecto.

Cuando se reunió con Emily unos minutos más tarde, su amiga sonreía mientras echaba nata y salmón ahumado sobre un cuenco con pasta.

—Me temo que no se creyó ni una palabra. Aunque fue demasiado civilizado para echarle la culpa al mensajero.

—¡Maldición! —musitó Jess—. En cualquier otra ocasión me habría encantado hablar con él.

—Te creo. ¿Es alto, de piel cetrina y atractivo a juego con esa voz?

—No del todo —esa descripción en particular correspondía al tercer hombre en la ecuación—. Roberto es bastante alto, pero de tez blanca. Según Leo, es una estrella del esquí.

—Con unos ojos azules abrasadores, sin duda —Emily chasqueó los labios.

—¿Qué has estado leyendo últimamente? En realidad, sus ojos son oscuros como los míos.

—Entonces, unos ojos negros abrasadores.

El corazón le dio un vuelco al recordar unos ojos oscuros encendidos que no era capaz de quitarse de la cabeza. Apretó los dientes con frustración. Si hubiera podido hablar con Roberto, se lo habría podido presentar. ¿Por qué ese tipo de cosas jamás le salían bien? Observó a Emily esperanzada.

—Imagino que Roberto no te habrá dado su número, ¿verdad? Me encantaría llamarlo mañana, después del juicio.

—Lo siento. Pero el pobre habrá considerado que un segundo rechazo era demasiado.

—Seguro. Más aún cuando mi hermana lo dejó hace poco. Las mujeres Dysart sabemos cómo tratar a un hombre, ¿no? Quizá Leo sepa su número. En ese caso, lo llamaré para disculparme —«y preguntarle de paso quién es su amigo».

—No solo le supliques… ¡arrástrate! —aconsejó Emily.

—Si no lo conoces.

—¡No me hace falta. Me bastó con oír esa voz.

 

 

Al día siguiente la sesión concluyó antes de lo esperado. El juez le recordó al jurado el significado exacto de la acusación, lo que estaba obligada a probar la fiscalía para ganar el caso y lo que debía hacer la defensa para persuadir al jurado de que absolviera a su representado, y concluyó diciéndoles que la decisión dependía de ellos. Los ujieres condujeron a Jess y a sus compañeros a una sala privada, donde se encerraron para realizar sus deliberaciones.

En esa ocasión los hechos eran tan concluyentes que los miembros votaron de manera unánime y al regresar a la sala, Edward, el portavoz, declaró el veredicto de culpabilidad.

Al terminar, los doce miembros se dirigieron al pub del que Jess había huido el día anterior. Pero en esa ocasión no había rastro de Roberto Forli y Jeremy Lonsdale, ni, lo más decepcionante de todo, del tercer miembro del trío.

—Matengámonos en contacto, Jess —pidió Simon Hollister al salir con los demás al caluroso sol de la tarde.

—Me encantaría —convino ella—. Aunque de momento no es posible. Me marcho a Gloucestershire para la boda de mi hermana mañana, y me voy a quedar algunos días.

—Eres afortunada —comentó con envidia—. Yo vuelvo al trabajo el lunes. Te llamaré más o menos en una semana, entonces.

Jess asintió y le hizo una señal a June.

—Es hora de irme. Voy a llevar a nuestra amiga a su casa. Nos vemos, Simon —en cuanto llegó a su piso llamó al hogar familiar—. Hola, mamá. El juicio terminó hoy, así que podré quedarme unos días.

—Gracias al cielo —aceptó Frances Dysart aliviada—. ¿Cómo estás, cariño? ¿Cansada?

—Agotada. ¿Cómo van las cosas por allí? ¿Pánico en todos los bandos?

—En absoluto. La novia flota en una nube y Fenny, no hace falta decirlo, rebosa entusiasmo. Pero Kate se encuentra un poco tensa. Le queda la mitad de los exámenes.

—¡No puedo creerme que le preocupe no aprobar! Kate es el cerebro de la familia —rio entre dientes—. Leo es la belleza y Adam el encanto, mientras que yo…

—Mientras que tú —repitió su madre— eres la más sexy, según tu hermano.

—¿De verdad? —inquirió asombrada—. ¿Cuándo ha dicho eso Adam?

—Esta mañana. Llegó cargado con ropa para lavar.. y a tiempo para el almuerzo, por supuesto.

—¿Cómo fueron sus exámenes finales? —rio.

—No es capaz de afirmarlo. Volverá a Edimburgo después de la boda, pero por el momento creo que se alegra de que se hayan acabado.

—¿Y cómo estáis papá y tú? ¿Os agota tanto ajetreo?

—Para nada. Tenemos todo bajo control. ¿A qué hora llegas mañana?

—Creo que llegaré por la tarde. Y tómatelo con calma, madre, no trabajes demasiado. Nos veremos mañana. ¿Puedes conseguir que la novia baje de su nube y se ponga al teléfono?

Leonie Dysart saludó a su hermana con tanta exuberancia que Jess sintió un poco de melancolía y se preguntó cómo sería estar enamorada, y que esos sentimientos fueran compartidos.

—Leo, me gustaría preguntarte si sabrías cómo ponerte en contacto con Roberto Forli. Aquí en Inglaterra, desde luego. No te lo vas a creer, pero ayer me encontré con él…

—¡Ni me lo digas! Me llamó después y me contó que al verlo en el pub saliste corriendo. Parecía tan abatido que me sorprende que me pidas su número. ¿Te llamó anoche?

—Sí. Pero entonces tampoco podía hablar con él.

—¿Por qué no? —inquirió su hermana sorprendida—. Pensé que te caía bien.

—Y así es —suspiró y le explicó al detalle su problema.

—¡Oh, Jess, qué mala suerte! Sabía que Roberto tenía un amigo fiscal con el que a veces se queda cuando viene a Londres.

—Por desgracia era el fiscal del caso en el que hice de jurado. De modo que pensé que si lo llamaba para explicarle…

—No es necesario —cortó Leonie—. Lo verás el domingo. Lo he invitado a la boda.

—¿Qué? ¿Y va a asistir? —preguntó atónita—. ¿Qué piensa Jonah al respecto? ¿No le importa que a su boda acudan tus antiguos amantes?

—Solo uno —expuso—. Y en realidad Roberto no fue mi amante, como bien sabes. De todos modos, invité a los Ravello, propietarios de la escuela en Florencia. Y como fue a través de ellos que conocí a Roberto cuando enseñaba allí, me pareció educado enviarle también una invitación. Aunque la verdad es que jamás soñé con que aceptara.

—¿Jonah no se ha molestado?

—Está entusiasmado.

Jess rio entre dientes.

—Te refieres a que le alegra que Roberto vea con dientes apretados cómo aceptas a Jonah Savage como legítimo marido.

—Exacto —rio—. En cualquier caso, intenta suavizar las cosas con Roberto. Recuerda que es un buen amigo y que le tengo cariño. Pobre. Las mujeres siempre van detrás de Roberto Forli, no huyen de él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

 

EL trayecto a casa fue largo y caluroso, la carretera se hallaba atestada con el tráfico de las vacaciones y Jess sintió que su estado de ánimo se elevaba al ver las torres gemelas del viejo puente de Severn perfiladas contra el cielo azul. Cruzó el puente, bajó hasta Chepstow y prosiguió los pocos kilómetros que le quedaban. Cuando al fin atravesó las puertas de Friars Wood, pasó por delante de la casa principal y aparcó en un camino de grava en su lugar habitual bajo los árboles, cerca de la casa de verano al final del paseo.

Tocó el claxon y se indignó cuando nadie salió de la casa a saludarla. Bajó del coche riendo al ver a Fenella, de seis años, correr por el jardín en compañía de un gran labrador dorado. Leonie la siguió a paso más tranquilo vestida con un top, unos pantalones cortos color caqui y unas viejas zapatillas; llevaba el pelo castaño claro recogido.

—Eres una novia descuidada, Leo —dijo, abrazando a Fenny mientras esquivaba a Marzi, que daba vueltas alrededor de ellas—. ¿Dónde anda todo el mundo?

—Adam ha llevado a Kate a la casa de su amiga a buscar unos libros —jadeó la pequeña, que miraba con los ojos como platos el pelo de Jess.

—Y papá ha llevado a mamá a la peluquería —explicó Leonie—. Fenny se impacientó esperándote, de modo que salimos a jugar con el perro antes de que lo desterremos a la granja durante el fin de semana —besó a su hermana y luego se apartó con una sonrisa—. Me encanta tu pelo.

—¿Sí? —Jess sonrió aliviada—. Imagino que primero tendría que haber solicitado tu aprobación. Es tu boda. Pero estaba cansada de cómo lo llevaba. Me dieron ganas de algo un poco más salvaje, para variar.

—Papá lo odiará —rio Leonie—. Pero a mí me encanta cómo cae sobre un ojo. Muy sexy. Vamos a tomar el té; debes tener calor después de conducir. Fen, ¿llevo yo la correa de Marzi?

—No, puedo hacerlo yo —insistió la pequeña.

—Es evidente que tú no piensas molestarte en ir a la peluquería, Leo —comentó Jess cuando entraron en el fresco interior de la casa.

—No, yo misma me lavaré los bucles, como de costumbre. Quiero estar como siempre.

—Es exactamente lo que Jonah quiere, desde luego. Siempre ha sido así —añadió Jess.

—Lo sé —asintió con los ojos oscuros iluminados—. Soy tan afortunada.

—Y también Jonah. Bueno, ¿dónde está ese té?

—Mamá dijo que lo más probable es que no llegaras para comer. Te he preparado un poco de ensalada y oculté de Adam unas tartaletas de champiñones de mamá.

—Y tarta de coco —indicó Fen con ojos golosos al mirar la tarta blanca bajo una campana de cristal—. ¿Puedo comer un poco, Leo? ¿Por favor?

—Y bien, ¿qué habrá esta noche? —inquirió Jess mientras se servía ensalada.

—Jonah va a cenar con su familia en Pennington, y nosotros celebraremos una cena familiar aquí —cortó una porción de tarta para Fenny—. Roberto también va a alojarse en Pennington, con los Ravello —comentó como al descuido—. Podrías llamarlo esta noche al Chesterton para charlar con él. Si te apetece.

—¿Debo hacerlo? —miró consternada a su hermana.

—Pensé que te gustaría. Para que todo estuviera bien mañana.

El gemido de Jess quedó cortado por la llegada de Tom y Frances Dysart, que entraron seguidos de Adam y Kate. Se levantó para abrazarlos a todos, y hubo una risa general cuando su padre hizo un gesto teatral al notar su pelo. La cocina se llenó de sonidos. Jess respiró hondo, feliz. Estaba en casa.

Después de cenar temprano para que Fenny pudiera compartir la cena con ellos, Adam se dirigió a la granja para entregar al perro, Kate fue a estudiar para su siguiente examen y Tom Dysart se retiró a su estudio en busca de algo de tranquilidad mientras Jess admiraba los regalos de boda en la habitación de Leonie.

—Espero que Jonah no se sienta decepcionado porque no lleve el vestido clásico tipo merengue con velo —comentó Leonie mientras volvía a guardar un jarrón de cristal de Baccarat.

—¡Claro que no! —afirmó Jess—. El vestido es perfecto. ¿Qué has decidido para tu pelo al final?

—Al principio no iba a ponerme nada. Pero cuando papá mencionó una subasta de joyas que iba a llevar a cabo en Dysart’s, Jonah pujó por unos pendientes antiguos, unas perlas barrocas en diminutas cadenas de oro con un broche a juego. He cosido el broche a una hebilla de seda para sostenerme el pelo —lo sacó del envoltorio y sujetó un mechón de pelo—. ¿Qué te parece?

—¡Perfecto! —aprobó Jess—. Ponte los pendientes para que pueda ver todo el conjunto.

Leonie buscó en un cajón, luego giró en redondo con ojos dominados por el pánico.