Recuerdos ocultos - La excepción a la regla - Andrea Laurence - E-Book
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Recuerdos ocultos - La excepción a la regla E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

Recuerdos ocultos Decían que era Cynthia Dempsey, prometida del magnate de la prensa Will Taylor. Pero, por más que lo intentaba, no conseguía recordar su vida en la alta sociedad ni al hombre que la visitaba en el hospital. Sin embargo, su cuerpo sí lo recordaba. Aunque percibía que estaban distanciados, cuando se tocaban sentía una innegable atracción. A Will le costaba creer en la transformación de Cynthia. La reina de hielo que lo había traicionado había dado paso a una mujer que parecía cálida y auténtica. ¿Podría volver a arriesgar su corazón sin saber qué ocurriría cuando ella recuperase la memoria? La excepción a la regla A Alex Stanton le gustaban las relaciones breves y sin complicaciones, pero su apasionada aventura con Gwen Wright lo había dejado con ganas de más. Así que, cuando se le presentó la oportunidad de pasar una semana con unos amigos y en compañía de Gwen, la aprovechó. Las cosas habían cambiado desde su último encuentro. Además de estar embarazada, Gwen juraba que no quería saber nada de los hombres. Sin embargo, sus nuevas y excitantes formas la hacían más apetecible que nunca. ¿Cómo podría salvar Alex su corazón de soltero cuando ansiaba constantemente a la futura mamá?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 416 - julio 2019

© 2012 Andrea Laurence

Recuerdos ocultos

Título original: What Lies Beneath

© 2012 Andrea Laurence

La excepción a la regla

Título original: More Than He Expected

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012 y 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Recuerdos ocultos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

La excepción a la regla

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

No volveré a utilizar esta aerolínea. ¿Sabe cuánto he pagado por el billete? ¡Esto es ridículo!

El chirrido de la voz femenina, hirió los oídos de Adrienne en cuanto subió al avión. La mujer sonaba como ella se sentía, solo que Adrienne estaba furiosa consigo misma, no con una azafata indefensa. Volvía a casa tras haber fracasado, pero no podía culpar a nadie, más que a ella.

Su tía le había dicho que utilizar el dinero del seguro de vida de su padre para montar una empresa de diseño de moda en Manhattan era arriesgado y estúpido. Y que un año después estaría de vuelta en Milwaukee, arruinada.

Al menos, su tía no había acertado en todo. Habían pasado casi tres años. Adrienne había tenido un éxito moderado y algunos clientes fijos, pero el coste de mantenerse a flote en la ciudad de Nueva York era más de lo que podía permitirse sin un gran éxito, que no había llegado.

Adrienne miró su tarjeta de embarque y fue avanzando hacia el asiento 14B. Al llegar, se dio cuenta de que la mujer de voz chillona iba a ser su compañera de vuelo. Aunque más calmada, no parecía feliz. Adrienne agarró su libro, colocó su bolsa en el compartimento superior y ocupó su asiento, evitando el contacto ocular.

–No puedo creer que, por un grupo de hombres de negocios japoneses, me hayan sacado de primera clase y adjudicado un asiento de ventanilla. Apenas puedo mover los brazos.

–¿Le gustaría cambiar de asiento? –ofreció Adrienne.

–Eso sería maravilloso, gracias.

La expresión de la mujer se suavizó. Era muy guapa. Tenía una sonrisa amplia, con perfectos blancos y labios carnosos; el pelo castaño oscuro, largo y liso; y ojos verdes. A Adrienne le recordó a su madre; de hecho podría haber sido su atractiva y elegante hermana mayor. Llevaba un traje caro, de corte impecable, y calzaba los Jimmy Choos de más éxito de la temporada.

Esa mujer tendría que haber sido la hija única de la bella y fabulosa Miriam Lockhart. Adrienne había heredado el gusto de su madre por la moda y su destreza en la máquina de coser, pero tenía el pelo ondulado e indomable y lo dientes torcidos de su padre.

Se puso en pie para cambiar de asiento. No le importaba ir en la ventanilla, y así vería cómo Nueva York quedaba atrás, junto con sus sueños.

–Me llamo Cynthia Dempsey –dijo la mujer.

Adrienne metió el libro en el bolsillo del asiento de delante y le sonrió, esperando que la mujer no se fijara en sus dientes torcidos.

–Adrienne Lockhart –se presentó.

–Es un nombre genial. Quedaría fantástico en un cartel de cine en Times Square.

–No nací para la fama, pero gracias –Adrienne habría querido verlo en la etiqueta de una colección de prendas de diseño exclusivo.

Cynthia jugueteó con el anillo de compromiso que llevaba puesto, que le bailaba en el dedo. El diamante y la montura eran tan grandes que resultaba abrumador en esos dedos tan delgados.

–¿Vas a casarte pronto?

–Sí –suspiró Cynthia. Su rostro no se iluminó como habría debido. Se inclinó hacia ella como si fuera a contarle un cotilleo–. Me caso con William Taylor Tercero en el Plaza, en mayo. Propietario del Daily Observer.

Con eso quedaba dicho todo. Seguramente gastaría más en su vestido de boda que lo que Adrienne había heredado cuando falleció su padre.

–¿Quién diseñará tu vestido? –le preguntó.

–Badgley Mischka.

–Me encantan. Hice prácticas con ellos un verano, en la facultad, pero prefiero la ropa de diario para la mujer moderna y trabajadora. Ropa deportiva. Prendas sueltas para coordinar.

–¿Te dedicas a la industria de la moda?

–Me dedicaba –Adrienne torció el gesto–. Tenía una boutique en SoHo, que acabo de cerrar.

–¿Dónde podría haber visto tu trabajo?

–Me temo que esta es tu última oportunidad de ver un Adrienne Lockhart –señaló la blusa gris y rosa que llevaba puesta. El inusual del cuello y el pespunteado le daban su toque distintivo.

–Es una lástima –Cynthia frunció el ceño–. Me encanta, y a mis amigas también les gustaría.

Adrienne había intentado dar publicidad a sus prendas durante tres años. Había enviado muestras a estilistas y había lucido su ropa siempre que podía, buscando captar la atención de alguien influyente. Y, típico de su suerte, conocía a la persona adecuada en el avión de vuelta a casa.

Adrienne se recostó y cerró los ojos. Odiaba volar. Odiaba las turbulencias. Odiaba la sensación en el estómago en el despegue y el aterrizaje. Los motores rugieron y el avión aceleró. Abrió los ojos un segundo y vio a Cynthia dando vueltas al anillo con nerviosismo. Tampoco parecía gustarle volar.

Las ruedas abandonaron el suelo y el avión se estremeció con una sacudida. El codo de Cynthia resbaló del reposabrazos y el anillo salió disparado y rodó por el suelo hacia las filas de atrás.

–¡Oh!, diablos –protestó Cynthia.

Era el peor momento para que ocurriera algo así. Adrienne iba a tranquilizarla cuando se oyó una explosión. El avión se inclinó hacia delante. Adrienne miró por la ventanilla, aún no estaban demasiado lejos del suelo.

Cerró los ojos, ignorando los crujidos del avión y los gritos de los pasajeros. El piloto anunció un aterrizaje de emergencia. Adrienne apoyó la cabeza en las rodillas y se abrazó las piernas. Sonó otro estallido, las luces se apagaron y el avión cayó en picado.

Solo quedaba rezar.

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Cuatro semanas después

 

¿Cynthia?

La voz atravesó la niebla, arrancándola de la nube de sueño que le pedía el cuerpo. Deseó decirle a la voz que se fuera, que era más feliz dormida y sin dolor, pero la voz insistió.

–Cynthia, Will está aquí.

Algo aguijoneaba su mente, una sensación inquietante que le hacía arrugar la frente cada vez que alguien decía su nombre. Pero duraba un instante y no le daba tiempo a interpretar qué era.

–Quizás debería venir después. Necesita descansar –la voz grave del hombre la acercó más a la consciencia. Tenía ese poder sobre ella desde la primera vez que la había oído. Su cuerpo respondía a él, a su pesar.

–No, está sesteando. Quieren que se despierte, se mueva y participe en conversaciones.

–¿Para qué? No sabe quiénes somos.

–Dicen que puede recuperar la memoria en cualquier momento –la voz de la mujer sonó irritada–. Hablarle es lo mejor que podemos hacer para ayudar. Sé que es difícil, pero debemos intentarlo todos. Cynthia, despierta, por favor.

Abrió los ojos e intentó enfocarlos. Primero vio los fluorescentes, luego el rostro de la mujer mayor. Rebuscó en su mente. Decían que era su madre, Pauline Dempsey. Era descorazonador que ni la mujer que le había dado la vida hubiera dejado rastro en su cerebro.

Estaba muy guapa. Llevaba al cuello un pañuelo de flores que entonaba con el azul del traje pantalón y sus ojos verdes. Quiso alzar el brazo para ajustarlo, pero el cabestrillo se lo impidió. Sin saber por qué, había pensado que un ligero cambio de posición daría un aire más moderno y favorecedor al pañuelo.

–Will está aquí, cariño –Pauline pulsó el botón para alzar la cabecera de la cama de hospital.

Ella se pasó la mano por el pelo y ajustó el cabestrillo para que la escayola le molestara menos. Ya incorporada, vio a Will sentado a los pies de la cama. Decían que era su prometido. Cuando miraba a ese hombre guapo y bien vestido, le costaba creerlo. Pelo corto de color castaño y rasgos aristocráticos y angulosos, exceptuando los labios carnosos. Ojos azules, pero no sabía de qué tono porque mirarlo directamente la incomodaba. No sabía si era por cómo la escrutaba o por la poca emoción que veía en su mirada.

No sabía nada de nada, pero en las últimas semanas se había dado cuenta de que no parecía gustarle a su prometido. Siempre se sentaba lejos y la observaba con el ceño fruncido. O parecía suspicaz y confuso por lo que decía, o indiferente hacia ella y su estado. Eso le provocaba ganas de llorar, pero las ocultaba; en cuanto se inquietaba las enfermeras llegaban corriendo con calmantes que le adormecían todo, hasta el corazón.

Le gustaba ver la ropa de la gente y cómo la coordinaban, así que decidió centrarse en eso. Él llevaba un traje gris carbón, camisa azul y corbata de rombos. Dirigía un periódico y solo podía visitarla durante el almuerzo o después de trabajar, excepto si tenía reuniones. Y tenía muchas.

O eso, o era una excusa para no ir a verla.

–Hola, Will –dijo, aunque no sonó como ella quería. Las múltiples operaciones que habían hecho en su rostro iban bien, pero tardarían en cicatrizar. Había perdido todos los dientes delanteros en el accidente. Le habían implantado nuevos, pero los sentía raros en la boca. Aunque ya le habían quitado los puntos y había bajado la hinchazón, le costaba vocalizar.

–Os dejaré solos –dijo Pauline–. ¿Quieres que te suba un café, Will?

–No, estoy bien, gracias.

Su madre salió, dejándolos solos en la gran habitación privada, reservada para pacientes VIP. Por lo visto, ella lo era porque su familia había hecho una cuantiosa donación unos años antes.

–¿Cómo estás hoy, Cynthia?

–Bastante bien, gracias. ¿Cómo estás tú?

–Estoy bien –Will arrugó la frente un instante–. Ocupado, como siempre.

–Pareces cansado –dijo ella. No sabía qué aspecto tenía normalmente, pero tenía ojeras–. ¿Duermes bien?

–Supongo que no –admitió él tras una breve pausa–. Ha sido un mes muy estresante.

–Necesitas un poco de esto –dijo ella, tocando el tubo de la vía intravenosa–. Dormirás dieciséis horas como un bebé, quieras o no.

La complació que Will sonriera; era la primera vez que veía su sonrisa desde que había despertado en el hospital. Deseó oírlo reír. Él irradiaba seguridad y sexualidad; no dudaba que su risa sería de lo más sexy.

–Apuesto a que sí –dijo él, incómodo.

Ella nunca sabía qué decirle. Recibía visitas constantes de amigos y parientes, a los que habría jurado no haber visto en su vida, pero ninguna era tan incómoda como las de Will. Cuanto más amable era, más distante se volvía él, casi como si no esperase que ella lo tratara bien.

–Tengo algo para ti.

–¿En serio? –ella se incorporó algo más.

Al principio habían inundado su habitación de regalos. Y seguían llegando ramos de la familia e incluso de desconocidos que habían leído su historia en las noticias. Ser una de tres supervivientes de un accidente de avión era digno de muchos titulares.

–Me llamó la aerolínea. Siguen clasificando los restos y encontraron esto. La inscripción láser del número de serie del diamante, los condujo a mí –sacó una cajita de terciopelo del bolsillo. La abrió y reveló un enorme anillo de diamantes.

–Es una belleza.

Por la cara de Will, no era la respuesta correcta.

–Es tu anillo de compromiso.

Ella estuvo a punto de reírse, pero al ver su expresión seria, se contuvo.

–¿Mío? –le parecía desorbitado ser dueña de un anillo como ese. Contempló a Will ponérselo en el anular de la mano izquierda. Le quedaba algo justo, pero tenía los dedos hinchados por la rotura del brazo. Miró el anillo y sintió una vaga familiaridad–. Sí que me parece haberlo visto antes –los médicos le habían dicho que comentara cualquier cosa que resonara como recuerdo.

–Eso es bueno. Es único, si te resulta familiar es porque lo has visto antes. Lo llevé a que lo limpiaran y revisaran, pero quería traértelo. No me extraña que lo perdieras en el accidente. Con tanto hacer dieta para la boda te quedaba suelto.

–Y ahora me está demasiado justo y parezco la perdedora de una pelea de boxeo –dijo ella con una mueca que le provocó un pinchazo de dolor en la mejilla.

–No te preocupes, hay tiempo de sobra. Estamos en octubre. En mayo estarás recuperada.

–En mayo en el Plaza –dijo ella, sin saber por qué recordaba eso en concreto.

–Poco a poco irá volviendo todo –dijo él con una sonrisa que no reflejaron sus ojos. Se puso en pie y guardó la caja en el bolsillo–. Esta noche ceno con Alex, así que será mejor que me vaya.

Ella recordaba la visita de Alex la semana anterior. Era amigo de Will desde el colegio, y un conquistador. Incluso con su aspecto, le había dicho que era una belleza y que se la robaría a Will si no estuvieran prometidos. Aunque fuera mentira, ella había agradecido el esfuerzo.

–Pasadlo bien. Creo que aquí cenaremos pollo de goma con arroz.

Will soltó una risita y le acarició la mano.

–Te veré mañana –dijo.

En cuanto la tocó, ella sintió un escalofrío familiar en la espalda. Cada terminación nerviosa de su cuerpo se encendió con interés, en vez de dolor. Involuntariamente, le apretó la mano para alargar la conexión que anhelaba.

El contacto con él era mejor que la morfina. El mero roce de sus dedos en la piel hacía que se sintiera viva y excitada. Había sido así desde la primera vez que él le había besado el dorso de la mano. Aunque su cerebro no reconociera la imagen, su cuerpo sí reconocía a su amante.

Will miró su mano y luego a ella con una curiosidad que le hizo preguntarse si él sentía la misma conexión. Entonces se dio cuenta de que su ojos eran azul grisáceo. Durante un momento parecieron suaves y receptivos, como si su indiferencia se disolviera, pero justo entonces un pitido de su teléfono lo distrajo y se apartó.

–Buenas noches, Cynthia –dijo, yendo hacia la puerta.

En cuanto se fue, la estancia se volvió tan fría y estéril como cualquier otra habitación de hospital, y ella se sintió más sola que nunca.

 

 

Alex paladeaba su bebida, al otro lado de la mesa. Había estado en silencio durante los dos primeros platos. Will apreciaba su capacidad de disfrutar del silencio y no forzar la conversación para rellenarlo. Sabía que su amigo entendía que tenía muchas cosas en la cabeza y necesitaba disfrutar de su whisky escocés antes de hablar.

Había invitado a Alex a cenar porque necesitaba hablar con alguien sincero. La mayoría de la gente le decía lo que quería oír. Pero Alex era una de las pocas personas que conocía que tenía más dinero que él, y no tenía pelos en la lengua. Era un notorio playboy y Will no solía pedirle consejos de tipo romántico, pero sabía que Alex le daría claramente su opinión respecto a Cynthia.

La relación entre ellos era un desastre. Hacía unas semanas no había creído que pudiera empeorar, pero había sido como tentar al diablo.

–¿Cómo está Cynthia? –preguntó Alex por fin.

–Mejor. Está recuperándose muy bien, pero sigue sin recordar nada.

–¿Incluida la discusión?

–Sobre todo la discusión –Will suspiró.

Antes de que Cynthia pusiera rumbo a Chicago, Will se había enfrentado a ella con la evidencia de su infidelidad y había roto el compromiso. Ella le había dicho que podían hablarlo y solucionarlo cuando volviera, pero para él habían acabado. El avión de Cynthia se había estrellado y ella se había despertado con amnesia. A Will le había parecido cruel dejarla sola y había decidido esperar a que se recuperara y marcharse después.

Esa había sido la idea original. Pero la situación se estaba complicando. Por eso había llamado a Alex, para que le ayudara a aclararse.

–¿Se lo has dicho ya?

–No. Hablaremos cuando le den el alta. Casi nunca estamos solos en el hospital, y no quiero que sus padre se involucren.

–¿No ha vuelto a ser la arpía frígida que todos conocemos y amamos? –ironizó Alex.

Will negó con la cabeza. Una parte de él deseaba que lo fuera. Entonces podría irse sin sentirse culpable. Pero era una mujer distinta desde el accidente. Le estaba costando adaptarse a los cambios que veía en ella, y seguía esperando que empezara a ladrar órdenes o a criticar al personal del hospital. Pero no lo hacía nunca. A su pesar, Will cada vez disfrutaba más en sus visitas.

–Es como si hubiera sido abducida por los extraterrestres y reemplazada por otra.

–Tengo que admitir que fue muy agradable cuando la visité el otro día.

–Sí, lo sé. Cada vez que voy a verla, observo con incredulidad que pregunta a la gente qué tal está y da gracias a todos por visitarla y llevarle cosas. Es dulce, considerada, graciosa… no se parece nada a la mujer que se fue a Chicago.

–Sonríes cuando hablas de ella –Alex se inclinó hacia delante con el ceño fruncido–. Las cosas han cambiado de verdad. Te gusta –acusó.

–Sí. Es más agradable y me gusta estar con ella. Pero los médicos dicen que su amnesia probablemente sea temporal. Podría volver a la normalidad en cualquier momento. Me niego a invertir en la relación para acabar donde empecé.

–Probablemente temporal puede significar posiblemente permanente. Quizá se quede así.

–No importa –Will movió la cabeza. Típico de Alex animarlo a arriesgarse–. Puede que ella no recuerde lo que hizo, pero yo sí. No podré volver a confiar en ella, y eso significa que hemos acabado.

–O esta podría ser tu segunda oportunidad. Si realmente es una persona distinta, trátala como si lo fuera. No le tengas en cuenta un pasado que no recuerda. Podrías perderte algo fantástico.

Alex había dicho justo lo que Will temía pensar. Estar con Cynthia era como conocer a una mujer nueva. Pensaba en ella cuando tendría que concentrarse en el trabajo y casi corría a verla cuando salía de la oficina. Esa tarde había sentido un innegable cosquilleo cuando se habían tocado. No sabía si era por lo cerca que había estado de la muerte o por su cambio de personalidad, pero parte de él quería seguir el consejo de Alex.

Sin embargo, aunque no lo pareciera, la antigua Cynthia seguía estando dentro de ella. Esa mujer desagradable e infiel que había pisoteado sus sentimientos, resurgiría. Will había roto con ella y no iba a entregar su corazón, su libertad y más años de su vida a esa relación.

Los médicos decían que pronto podría volver a casa. Estaba seguro de que Pauline y George la querrían con ellos en la finca, pero Will iba a insistir en que volviera al ático que compartían para cuidarla, era lo natural. Estaría más cerca del médico y la ayudaría estar rodeada de sus cosas.

Si con eso recuperaba la memoria, se ahorraría tener que romper con ella una segunda vez.

 

 

«¿Le gustaría cambiar de asiento?».

Las palabras flotaron en su mente. Sus sueños mezclaban realidad y fantasía, y los calmantes para el dolor volvían todo aún más confuso.

«Me llamo Cynthia Dempsey».

Arrugó la frente Cynthia Dempsey. Deseaba que dejaran de llamarla así. Pero no sabía cómo quería que la llamaran. Si no era Cynthia Dempsey, ¿no tendría que saber quién era?

Lo sabía. Tenía el nombre en la punta de la lengua. El estallido de un motor y el fuego lo borraron de su mente. Luego siguió la horrible sensación de caída libre hacia el suelo.

–¡No!

Se incorporó de repente. Tenía el corazón desbocado y jadeaba. El monitor empezó a pitar y no tardó en llegar una enfermera del turno de noche.

–¿Cómo está, señorita Dempsey?

–Deje de llamarme así –espetó ella, demasiado adormilada para tener buenos modales.

–Bueno… Cynthia. ¿Estás bien?

Cuando encendió la luz de noche, vio que era su enfermera favorita, Gwen. Era una diminuta chica sureña con rizado pelo rubio platino y una actitud positiva respecto a la vida.

–Sí –se frotó los ojos con la mano buena. He tenido una pesadilla. Siento haber gruñido así.

–No te preocupes por eso –dijo Gwen con un fuerte acento sureño. Apagó la alarma y comprobó el suero–. Muchos pacientes de trauma tienen pesadillas. ¿Quieres que te dé algo para dormir?

–No. Estoy cansada de… de no sentirme como yo misma. Aunque empiezo a preguntarme si tiene algo que ver con la medicación.

–Sufriste un trauma muy fuerte –Gwen se sentó al borde de la cama y le dio una palmadita en la rodilla–. Es posible que nunca vuelvas a sentirte como antes. O que cuando ocurra, no lo sepas. Intenta disfrutar de cómo te sientes ahora.

Cynthia decidió aprovechar a la única persona con la que podía hablar de ese tema. Will no lo entendería. Y a Pauline le dolería. Su madre pasaba horas en el hospital, enseñándole fotos y contándole historias, buscando la llave que abriera su memoria. Decirle que no se sentía como ella misma sería un insulto a los esfuerzos de Pauline.

–Todo me parece erróneo. La gente. Su forma de tratarme. Es decir, mira esto –sacó la mano del cabestrillo para mostrarle el anillo de compromiso.

–Es precioso –dijo Gwen con educación, aunque sus ojos marrones se habían abierto como platos al ver el enorme diamante.

–Déjalo. Las dos sabemos que esto daría de comer a un país del tercer mundo un año entero.

–Probablemente –concedió la enfermera.

–Esto no cuadra conmigo. No me siento como una chica de barrio alto que fue a una escuela privada y siempre tuvo todo lo que quería. Me siento como un pez fuera del agua. Si esta es mi vida, ¿por qué me parece tan lejana? ¿Cómo puedo ser quien soy cuando no sé quién era?

–Cielo, esta conversación es muy profunda a las tres de la mañana. Pero te daré un consejo de pez de Tennessee en aguas de Manhattan: deja de preocuparte por quién eras y sé tu misma.

–¿Cómo hago eso?

–Para empezar, deja de luchar. Cuando salgas de esta habitación para iniciar tu nueva vida, acepta ser Cynthia Dempsey. Luego, haz lo que quieras. Si la nueva Cynthia prefiere un partido de béisbol a una sinfonía, está bien. Si ya no te gustan el caviar y el vino caro, cómete una hamburguesa y una cerveza. Solo tú sabes quién quieres ser ahora. No dejes que nadie cambie eso.

–Gracias, Gwen –se inclinó hacia ella y le dio un abrazo–. Me dan el alta mañana. Will me lleva de vuelta a nuestro ático. No sé qué me espera allí pero, si me apetece una cerveza y una hamburguesas, ¿puedo llamarte?

–Desde luego –Gwen sonrió y apuntó su teléfono en la libreta que Cynthia usaba para tomar notas–. Y no te preocupes. No puedo imaginarme un futuro malo si Will Taylor es parte de él.

Cynthia sonrió. ¡Ojalá Gwen tuviera razón!

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Will observó a Cynthia pasear por el piso como si estuviera en un museo. Tenía que reconocer que a él también se lo parecía, con tanto cristal, mármol y cuero. No era lo que él habría elegido, pero todo cumplía su función, así que le daba igual.

Ella examinó cada habitación, admirando los cuadros y acariciando los tejidos, aparentemente complacida. Él pensó que tendría que gustarle. Ella y su maldito decorador lo habían elegido todo.

Cynthia, condicionada por la rigidez de los músculos, se movía lentamente. Le habían cambiado la escayola del brazo por una férula para que pudiera quitársela para ducharse. Todas las vendas y puntos habían desaparecido y solo tenía algunas zonas del rostro y cuerpo descoloridas. Si no fuera por la leve cojera y la férula, nadie habría sabido por qué tipo de trauma había pasado.

Pauline había llevado a una peluquera al hospital para que la peinara antes de salir. Le habían cortado los trozos quemados por el fuego y la estilista convirtió el desastre en una melena corta y lisa que le caía hasta los hombros. Era un cambio que Will había admirado cuando lo vio. Un nuevo estilo para la nueva mujer de su vida.

Will se dio la vuelta y vio a Cynthia mirando la gigantesca foto de compromiso que colgaba en la pared del salón. Maldijo para sí. Había recorrido el piso recogiendo todas sus fotos, como le había pedido Pauline, pero se le había olvidado la más prominente. Por lo que él sabía, aún no había visto fotos de sí misma antes del accidente. Y, tras verla, suponía que no tardaría en telefonear al doctor Takashi y amenazarlo con una demanda. Él creía, personalmente, que el cirujano plástico había hecho un gran trabajo, aunque pareciera distinta.

Pero no ocurrió nada. Examinó la foto en silencio y siguió recorriendo el piso. El pitido del móvil lo distrajo un momento. Ella siguió explorando.

–¡Este baño es enorme! ¿Es mío?

–¿Tiene un jacuzzi empotrado en el suelo?

–No.

–Entonces, no. Es el de invitados. El nuestro está en el dormitorio principal –dijo él con una risita. Tres semanas antes del accidente ella se había quejado de que su cuarto de baño era demasiado pequeño. Él le había preguntado si quería dar una fiesta allí y ella se había enfadado.

Will volvió a colgarse el móvil del cinturón y fue en su busca. La encontró en el vestidor, con la mirada perdida. Empezó a pasar perchas una a una.

–Dior. Donna Karan. Kate Spade. Esta ropa… ¿es mía?

–Toda. Hace seis meses sacaste mis cosas de aquí para hacer sitio a tu colección de zapatos.

Ella se dio la vuelta hacia la pared de zapatos que había a su espalda, como si no la hubiera visto antes. Abrió una caja de Christian Louboutin, se quitó los mocasines que llevaba puestos y se probó los zapatos de cuero negro y suela roja.

–Me quedan un poco grandes –dijo. Era raro.

–Bueno, si tus pies encogieron en el accidente, seguro que disfrutarás reemplazando todos estos zapatos por otros de tu talla.

Ella le lanzó una mirada incrédula. Se sentía algo inestable con los tacones de doce centímetros de altura, pero sonrió de oreja a oreja.

–Un refuerzo en el talón servirá. No desperdiciaría estos zapatos –volvió a mirar la ropa–. ¿Cómo es posible que reconozca a estos diseñadores y entienda su valor, pero mi madre sea una desconocida para mí?

Era una buena pregunta. Él no tenía ni idea de cómo funcionaba la amnesia. Sacudió la cabeza.

–Tal vez tu cerebro solo recuerda lo que tenía más importancia para ti.

Cynthia se volvió hacia él. La expresión maravillada se había borrado del todo.

–¿Prefería los zapatos a mi propia familia?

–No lo sé –Will se encogió de hombros–. No me hacías ese tipo de confidencias.

Ella se quitó los zapatos y los devolvió a su caja. Como si hubiera perdido todo interés por el vestidor, salió y desapareció por el pasillo.

Él fue en su busca y la encontró sentada en el sofá, mirando sin ver el horrible cuadro moderno que colgaba ante la mesa del comedor.

–¿Estás bien?

–Me siento como si todo el mundo anduviera de puntillas a mi alrededor. Como si hubiera un elefante en la habitación que todos ven menos yo. Si te hago algunas preguntas, ¿las contestarás? ¿Con sinceridad?

Él arrugó la frente, pero asintió y se sentó en el sofá, a su lado. Tenían que hablar.

–¿Tú y yo estamos enamorados?

–No –contestó. Ella era directa y él también lo sería. Endulzar la verdad no podía ayudar a nadie.

–Entonces, ¿por qué estamos comprometidos? –sus grandes ojos verdes parecían decepcionados.

–No lo estamos.

–Pero… –Cynthia miró el anillo.

–Estuvimos enamorados hace mucho tiempo –explicó Will–. Nuestras familias tenían amistad y salimos juntos en la universidad. Pedí tu mano hace dos años, después tú cambiaste y nos fuimos distanciando. Tu familia aún no lo sabe, pero rompí el compromiso justo antes de tu viaje.

–¿Por qué?

–Tenías una aventura. En realidad ya no teníamos una relación. Tu padre y yo queremos lanzar un proyecto muy lucrativo para ambas empresas. Él prefiere trabajar con la familia, así que seguí contigo, con la esperanza de que superásemos el bache. Cuando descubrí que tenías una aventura, no me quedó elección. Aunque el proyecto se fuera a pique, no habría boda. Te dije que me iría de aquí a finales de octubre. Los planes cambiaron después del accidente, claro.

–¿Vas a quedarte? –lo miró con ojos esperanzados que a él le atenazaron el corazón.

De alguna manera, parecía injusto castigarla por los pecados que parecían de otra persona.

–No. Me quedaré hasta que estés bien. Luego anunciaremos la ruptura y me iré, según el plan.

Cynthia asintió como si lo entendiera, pero él creyó ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.

–Debo de haber sido una persona horrible. ¿Siempre fui así? No me habrías querido, ¿no?

–Me gustaba la mujer que eras cuando nos conocimos. Pero no la mujer en la que te convertiste después de la facultad.

Ella tragó saliva y bajó la mirada. Había pedido la verdad y la estaba oyendo, por dura que fuera.

–¿Era agradable con alguien?

–Con tu familia y tus amistades, en general. Y mimabas mucho a tu hermana menor. Pero tenías muy mal genio si alguien te irritaba.

–¿Ahora sigo siendo así?

–No. Eres muy distinta desde el accidente. Pero no sé cuánto durará. El médico dice que la amnesia es temporal y que cualquier cosa podría hacer que lo recordaras todo. En cualquier momento, la mujer que hay ante mí podría desaparecer.

–Y no quieres que eso ocurra, ¿verdad?

Miró el rostro de su prometida, tan familiar pero tan distinto. Sus ojos verdes lo miraban suplicantes, y vio en ellos motas doradas en las que nunca se había fijado. Deseó descubrir otros detalles que le hubieran pasado desapercibidos. Se preguntó si había estado enamorado de Cynthia o de la idea de ellos dos juntos. La chica más guapa e inteligente de Yale y el capitán del equipo de polo. Ambos de familias ricas. Eran la pareja ideal.

Sin embargo, en ese momento quería conocer a la mujer que tenía ante sí. Quería ayudarla a explorar el mundo y a descubrir quién era y quién quería ser. Habría sido piadoso decirle que le daba igual que recordara o no, pero prefirió ser honesto.

–No, no lo quiero.

–La verdad –dijo ella, pensativa–, me molesta que falte una parte de mí. Pero por lo que oigo, tal vez sea mejor así. No recordar y empezar de cero.

Eso había dicho Alex, que podría ser una segunda oportunidad. Will se preguntó si se atrevía a ofrecérsela. Ella lo había traicionado y abusado de su confianza. ¿Cambiaba algo el que no lo recordase? No estaba seguro.

–Siempre puedes elegir –repuso él.

–¿Qué quieres decir?

–Tu memoria puede volver en cualquier momento. Cuando ocurra, puedes elegir seguir siendo la persona que eres ahora, en vez de volver a ser la de antes. Puedes empezar de nuevo.

–Sé que no te gustaba como persona, pero ¿te atraía físicamente antes del accidente?

–Eras una mujer muy bella.

–No esquives la pregunta –dijo ella, mirándolo a los ojos. La irritación tiñó sus mejillas de rubor.

Se había transformado en una mujer emocional que se sonrojaba de ira y vergüenza, cuyos ojos se llenaban de lágrimas de confusión y tristeza. Era mucho mejor que la princesa de hielo de antaño. Will se preguntó cómo sería hacerle el amor.

–No lo hago. Eras muy bella. Todos los alumnos de Yale te deseaban, incluido yo.

–Esa foto del vestíbulo…

–¿Nuestro retrato de compromiso?

–Sí. Ahora no soy así. Dudo que vuelva a serlo –su rostro expresó una vulnerabilidad que Will no había visto antes. Cynthia nunca se mostraba débil.

En esta mujer había algo frágil que lo incitaba a confortarla. Nunca había sentido eso con Cynthia. Incapaz de resistirse, le deslizó el pulgar por la mejilla. La hinchazón casi había desaparecido.

–Antes eras como una estatua. Perfecta, pero fría –acarició la piel suave, color marfil–. Creo que las imperfecciones dan carácter. Eres mucho más bella ahora. Y por dentro también.

–Gracias por decir eso, aunque no sea verdad –Cynthia alzó la mano y la puso sobre la de él. Agarró sus dedos y llevó la mano a su regazo, sin soltarla–. No sé qué te hice, solo lo imagino. Lo siento. ¿Crees que podrás perdonarme alguna vez por lo que hice en el pasado?

Al ver que tenía los ojos llenos de lágrimas, se le encogió el corazón. La reconcomían los remordimientos por pecados que no recordaba. No le pedía que volviera a amarla ni que se quedara con ella. Solo suplicaba su perdón.

Verla así, pasar tiempo a su lado esas últimas semanas, lo había llevado a sentir cosas nuevas y distintas por ella. Sentimientos que podían acabar hiriéndolo y que rechazaba de plano. Pero tal vez sí podía ofrecerle su absolución. Para empezar.

–Quizás lo que ambos necesitamos sea empezar desde cero. Hacer borrón y cuenta nueva –dijo.

–¿Empezar de nuevo? –lo miró con sorpresa.

–Sí. Necesitamos dejar el pasado atrás y avanzar. Tú deja de preocuparte por lo que hiciste y por quién eras y céntrate en lo que quieres para el futuro. Y tal vez yo consiga dejar de castigarnos a ambos por cosas que no podemos cambiar.

–¿Qué significa eso para ti y para mí?

Era una buena pregunta. Él no estaba listo para contestar, pero al menos podía intentarlo.

–Significa que nosotros también empezamos de cero. En realidad no nos conocemos, no tenemos razones para confiar el uno en el otro, y menos aún para amarnos. Lo que ocurra entre nosotros, si ocurre algo, lo dirá el tiempo.

–¿Y esto? –ella alzó el anillo de compromiso.

–Sigue llevándolo de momento. Esto es asunto nuestro. No necesitamos opiniones de nadie, y menos de nuestras familias.

Cynthia asintió y una leve sonrisa le curvó los labios. Sus ojos se encendieron con el optimismo de nuevas oportunidades. Tras semanas de verla derrumbada, parecía brillar. Estaba bellísima. Tanto, que sintió el irrefrenable deseo de besarla.

Se inclinó y posó la boca en la suya. Fue poco más que un roce, una silenciosa confirmación de que todo iría bien, incluso si no seguían juntos.

Esa, al menos, había sido su idea. Pero todo su cuerpo reaccionó al contacto. Se dijo que era porque llevaba demasiado tiempo sin sexo, pero deseó tomar su rostro entre las manos y beber de su boca. No se atrevió. Por un lado, no estaba curada del todo y no quería hacerle daño. Por otro, era descender a un pozo del que no podría salir.

–Piensa en lo que quieres que sea tu vida. Y en lo que quieres que seamos juntos –susurró contra su boca. Después, se apartó antes de hacer algo de lo que podría arrepentirse.

 

 

Cynthia no se sentía bella. Le daba igual lo que dijera Will. El beso seguramente había sido por lástima, para que se sintiera mejor tras comprender que había sido una mujer bella y horrible que se había transformado en una mujer dulce y rota. Era obvio que él se sentía incómodo y cuando le sonó el móvil aprovechó la oportunidad para desaparecer en su despacho. Y la dejó sola para que volviera a acostumbrarse a su nuevo-antiguo hogar.

El problema era que no tenía sensación de hogar. Admiraba las líneas limpias y las telas, pero era un espacio demasiado frío y moderno para su gusto. No había ni un mueble que la incitara a ponerse cómoda. El sofá era firme, de cuero, y las sillas de madera o metal, nada mullidas. Tras curiosear un poco, fue al dormitorio a ver la televisión. La cama era enorme y cómoda.

Cuando se cansó de eso, decidió darse la primera ducha desde el accidente. Se desnudó y se quitó la férula plástica del brazo. Tras pasar media hora bajo los chorros de agua se sintió más humana y normal, pero la sensación se evaporó cuando se sentó ante el tocador.

Pauline, su… madre, le había impedido que se mirara al espejo durante semanas. Cynthia no sabía qué aspecto tendría que tener, pero no le hacía falta espejo para saber que había habido un cambio drástico, y no para mejor. La expresión de los que la conocían lo dejaba muy claro.

El día que el doctor Takashi le había quitado el último vendaje y le había ofrecido un espejo de mano, Cynthia no había querido mirarse porque no sabía qué se iba a encontrar. Su madre era una mujer atractiva, y su hermana, Emma, era una bonita adolescente, pero tal vez ella se parecía a su padre. George era un hombre imponente, pero no guapo. Tenía la nariz como el pico de un halcón y ojos pequeños y fríos.

Mirarse en el espejo esa primera vez había sido difícil, pero se había acostumbrado. Su imagen mejoraba día a día. Su madre le había llevado una caja llena de fotografías para recordarle a su familia y amigos, pero ella no aparecía en ninguna. Nadie le había enseñado una foto de cómo era antes del accidente.

Y al llegar al piso se había encontrado con el enorme retrato de compromiso. Ella llevaba el pelo largo y oscuro sobre un hombro, pendientes de zafiros y un vestido color azul real. Will lucía pantalones caqui y camisa azul claro. Estaban sentados juntos bajo un árbol.

La mujer de la foto tenía rasgos elegantes y delicados. Su piel era cremosa y tersa, los ojos verde vívido. Estaba tan bien maquillada que parecía no estarlo. Era perfecta.

Había creído que la inquietaría ver una foto suya, pero había sido una experiencia vacía, como mirar la foto de una desconocida.

En ese momento, ante el espejo del tocador, no fue difícil comparar y catalogar las diferencias. Los pómulos altos y la nariz delicada habían sufrido el impacto del accidente. El tiempo diría si las placas e implantes utilizados por el doctor Takashi le devolverían esos rasgos.

Solo los ojos y la sonrisa le recordaban al retrato. Sonrió y admiró los dientes implantados. Eran como los de la foto, pero seguía sintiéndose rara cuando intentaba comer o hablar. Y la expresión de sus ojos era distinta, menos segura.

Con un suspiro, Cynthia empezó a extenderse por el cuello y el rostro la crema que le habían dado en el hospital. Se suponía que mejoraba y aceleraba el proceso de cicatrización.

Aunque no volviera a ser la del retrato, Cynthia quería sentirse bien en su propia piel, y no era el caso. La crema no arreglaría eso.

–Apuesto a que has disfrutado de la ducha después de tantos baños de esponja.

Cynthia volvió la cabeza y vio a Will apoyado el umbral, con las manos en los bolsillos.

Avergonzada, alzó y aseguró la toalla que llevaba anudada al pecho. Se sentía atraída por él, pero la incomodaba estar casi desnuda. Aunque se hubieran visto desnudos cientos de veces, no lo recordaba. Era un desconocido.

–Disculpa. Supongo que te sientes incómoda –él dio un paso atrás–. No lo había pensado. Me iré.

–No, no te vayas –no quería estar sola. Llevaba toda la tarde paseando por el piso, confusa y triste, esperando que algo le reactivara la memoria.

–Volveré enseguida –dijo él, alzando un dedo. Regresó un momento después con un esponjoso albornoz de chenilla color azul hielo–. Era tu favorito. Te lo ponías por la noche para leer en el sofá bebiendo una copa de vino.

Cynthia se levantó, sin soltar la toalla, y dejó que se lo pusiera sobre los hombros. Metió los brazos en las mangas, ató el cinturón y dejó caer la toalla.

No podía imaginar nada mejor que estar recién duchada y envuelta en suavidad y calidez. Al menos hasta que sus dedos rozaron los de él y un cosquilleo la recorrió de arriba abajo. Dejó escapar un gemido y apartó los dedos.

–Es una maravilla –murmuró–. Gracias.

Él asintió y dio un paso atrás, sin dejar de escrutarla. Ella deseó poder entender qué significaba su intensa mirada, no sabía si deseo, enfado o curiosidad.

–¿Tienes hambre?

–Sí –admitió. Por lo visto, había confundido una mirada de hambre con una de lujuria.

–Vale –sonrió–. Iré a por algo. Hay una restaurante tailandés cerca.

Will asintió y salió de la habitación. Poco después, se oyó la puerta cerrarse.

Ella se desenredó el pelo y fue al armario en busca de algo cómodo. En la parte de atrás había ropa una talla más grande. Miraba unas mallas elásticas cuando sonó el teléfono.

Pensando que sería Will, fue al dormitorio para contestar la llamada.

–¿Hola?

–¿Cynthia? –susurró una voz de hombre, más grave que la de Will.

–Sí, soy Cynthia. ¿Quién llama?

–Nena, soy Nigel.

Nigel, el nombre no le decía nada, pero la había llamado «nena», y eso no le gustaba nada.

–Disculpe. No le recuerdo. He tenido un accidente y me han diagnosticado amnesia.

–¿Amnesia? Dios, Cynthia. Tengo que verte. Llevo semanas muerto de preocupación. Tu móvil está desconectado. No pude verte en el hospital. Solo sé lo que lei en los periódicos, y no es mucho. ¿Podemos vernos mañana, cuando Will esté en el trabajo?

A Cynthia se le encogió el estómago. Parecía obvio que Nigel era su amante. Recordó lo que había dicho Will: «Siempre puedes elegir».

El pasado era el pasado. Will le había ofrecido una hoja en blanco y, tal vez, un futuro juntos. Estaba dispuesta a intentarlo. Quería que Will se quedara. El hombre que había al teléfono podía arruinarlo todo.

–No, lo siento.

–Nena, espera. Tomaré el primer tren desde el Bronx y tomaremos café juntos.

–No. Por favor, no vuelva a llamar. Adiós –colgó el teléfono. Unos segundos después volvió a sonar y vio en la pantalla que era el mismo número. No contestó.

Tomó aire y volvió al armario para vestirse para su primera cena con Will.