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Testigo de los muchos cambios socioeconómicos y políticos que continuaban erosionando los principios republicanos, y de los innumerables intentos por recomponer el imaginario colectivo democrático norteamericano a través de nuevas formas de intervención públicas, Whitman, fervoroso creyente en las posibilidades que encerraba la prensa como herramienta ideológica al servicio de la mejora social, elabora en estas narraciones una voz profundamente enraizada en las retóricas populares y sensacionalistas de preguerra, con el fin de restañar las heridas abiertas en la utópica comunidad republicana imaginada por los padres fundadores. Quien surge tras la lectura de estos relatos no es otro que el mismo Whitman que aparecerá en esencia en su poesía: el hombre compasivo, un individuo capaz de situarse en la posición del otro.
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Seitenzahl: 656
Veröffentlichungsjahr: 2018
WALT WHITMAN
Relatos
Edición de Carme Manuel
Traducción de Consuelo Rubio Alcover
INTRODUCCIÓN
Los relatos: una cartografía compasiva de la Norteamérica de preguerra
Padres e hijos: lo doméstico como proyección de la nación
La sentimentalización de la muerte y la literatura consolatoria
La construcción de la memoria histórica
Contra el alcohol: el discurso de la temperancia
Relatos visionarios
Relatos sensacionalistas y la ideología reformista
La ficción contra la pena capital
Reescritura bíblica
Relatos morales sobre la integridad personal
BIBLIOGRAFÍA
RELATOS
Muerte en el aula (un hecho real) (1841)
El regreso de Frank Salvaje (1841)
El defensor del niño (1841)
Bervance: o, padre e hijo (1841)
La floración de la tumba (1842)
El último del ejército sagrado (1842)
El niño fantasma; una historia del último lealista (1842)
El último deseo de Reuben (1842)
Una leyenda de vida y amor (1842)
El ángel de las lágrimas (1842)
La tentación de Lingave (1842)
El loco (1843)
El joven amante (1843)
El amor de eris: la crónica de un espíritu (1844)
El sueño del bombero: con la historia de su extraño camarada. un cuento fantástico (1844)
Mis niños y mis niñas (1844)
Kate la sordomuda, una muerte temprana (1844)
Los niños del trineo, un esbozo de una mañana de invierno pasada en el parque de batería (1844)
El mestizo: un cuento de la frontera del oeste (1845)
Shirval: un cuento de Jerusalén (1845)
La viuda de Richard Parker (1845)
Venganza y desquite; una historia de un asesino huido (1845)
Algunos hechos novelescos pero reales (1845)
La sombra y la luz en el alma de un joven (1848)
CRÉDITOS
EL 10 de junio de 1837, con motivo de la apertura de una escuela, Ralph Waldo Emerson pronunció el discurso, «An Address Delivered at Providence, Rhode Island, On the Occasion of the Opening of the Greene State School», en el que se hacía eco del sentimiento de desmoralización y falta de oportunidades que sufrían los Estados Unidos, algo que bien podría reflejar el estado de muchas sociedades víctimas de cualquier tipo de crisis económica. Comenzaba así: «En ocasiones esta tierra huele a suicidio. Los jóvenes no tienen esperanzas. Los que tienen estudios vagabundean por las calles. Nadie los reclama para trabajar. Incluso los reflexivos y prudentes, quizás los mejores, no encuentran empleo, ni tampoco tienen nada que ambicionar, y malgastan en nimiedades una fuerza que procede de Dios» (47). El pesimismo que envolvía la alocución del filósofo de Concord obedecía a un hecho concreto: un mes antes, el 10 de mayo, se había desencadenado el caos cuando todos los bancos de Nueva York dejaron de efectuar sus pagos en especie, y la economía se hundía en una crisis que precipitaría al país a unos niveles muy elevados de desempleo. La miseria se hacía presente entre la población, en la que un tercio de los trabajadores acabaría encontrándose en paro y los que conservaron sus empleos vieron reducidos sus salarios entre un treinta y un cincuenta por ciento (Bosch, 105). Lo que se llamó el Pánico de 1837 destruyó, ante la ausencia de un sistema bancario y monetario fuerte, una década de prosperidad fundamentada en el crédito y la especulación de tierras (Sandage, 40). La severa recesión duraría hasta mediados de la década siguiente y encabezaría, para historiadores como Alasdair Roberts, la lista de los grandes cataclismos financieros que jalonan la historia del país y que, por sus repercusiones, la hacen comparable con la Gran Depresión de los años de 1930.
Fue en este periodo de principios de la década de 1840 cuando el entonces Walter Whitman, quien una década después acabaría convirtiéndose en el bardo más representativo de la poesía norteamericana de todos los tiempos, inició su trayectoria como periodista, escritor de relatos y novelista, una producción que muestra desde el primer momento, ante todo, su férreo compromiso con los problemas sociales de su tiempo. Whitman estaba convencido de que tenía una misión y los relatos que compuso, y que aquí se presentan en su totalidad, son buena prueba de sus preocupaciones sociales y políticas. En estas narraciones y gracias a lo que David S. Reynolds denomina «ventriloquía cultural» (1996: 271), el Whitman periodista absorbió y reflejó los diferentes estilos populares de su tiempo: desde la lengua, el humor, la retórica reformista, el lenguaje espiritualista, la música y el teatro populares, hasta una infinidad de géneros sensacionalistas. Este «demócrata radical», como lo clasifica también Reynolds, fue un escritor tradicional del siglo XIX, porque si por una parte se mostró como un autor militante, subversivo e incluso corrosivo ante la realidad social de su tiempo, por otra, hizo también gala de una actitud profundamente nostálgica, sentimental y patriótica. Estas actitudes extremistas, que convivían armónicamente en la conciencia del joven Whitman, le llevaron, según Reynolds, a desarrollar «una relación casi esquizofrénica con la sociedad norteamericana de su tiempo, un sentimiento complejo de amor y odio» (1988b: 41). Ahora bien, sus relatos, lejos de difuminarse entre las brumas reformistas de la época, alcanzarían una gran notoriedad, como él mismo se encargó de recordar en una carta a Nathan Hale, director del Boston Miscellany of Literature and Fashion, el 14 de junio de 1842. Tras haberle enviado un relato que esperaba ver publicado, «The Angel of Tears», el autor le preguntaba por su decisión final, manifestando de paso, a su favor, que «mis historias, creo yo, han sido bastante populares y han sido reimpresas con cierta liberalidad» (cit. Miller, 26). Stephanie M. Blalock ha descubierto que, sin contar con los artículos periodísticos y primeros poemas, los relatos solos, entre publicaciones originales y reimpresiones, aparecieron en más de doscientos periódicos y revistas, hecho que confiere al que entonces se hacía llamar Walter Whitman, pero que a partir de la primera edición de Hojas de hierba en 1855 se presentaría al mundo como Walt Whitman, el derecho de ser considerado por méritos propios parte del grupo de grandes narradores contemporáneos en compañía, entre otros muchos, de Edgar Allan Poe o Nathaniel Hawthorne (2013a: 178-179). No cabe duda, pues, de que Whitman —W.W. tal y como firmaba en ocasiones— fue un autor muy apreciado y popular entre los lectores de prensa de las dos décadas anteriores a la Guerra Civil.
En 1906, el entonces profesor de Harvard y director editorial de The Atlantic Monthly, Bliss Perry, en uno de los primeros estudios sobre el poeta, ya manifestaba que los relatos de Whitman muestran su estrecho compromiso con la reforma de su sociedad y su papel como hombre inmerso en hacer frente a las muchas amenazas que hacían tambalear a la joven democracia. El escritor vivió en un momento de transformaciones radicales en la sociedad norteamericana, así como en la occidental en general, debido a los nuevos paradigmas económicos que se estaban estableciendo entre los distintos sistemas de producción, por lo que, como apunta Betsy Erkkila, en Whitman the Political Poet, «solo si leemos a Whitman dentro del contexto de la historia norteamericana del siglo XIX, descubriremos su talante más revolucionario». De ahí que «el compromiso de Whitman por la regeneración de los norteamericanos en lo referente a los principios republicanos se convirtiera en la base de su periodismo y ficción políticos durante la década de 1840, de la misma manera que lo sería en su posterior práctica poética» (Erkkila, 29).
De hecho, la vida de Walter Whitman está unida a las prácticas del periodismo desde sus años de la adolescencia. Nacido el 31 de mayo de 1819 en el pueblo de West Hills, en Long Island, a unas cincuenta millas al este de Manhattan, su infancia transcurrió en Brooklyn y en Long Island, en el seno de una familia de padres medio analfabetos que le proporcionaron un ambiente en el que se respetaba el liberalismo político y una fe de tintes deístas moldeada según las enseñanzas del cuaquerismo. De 1825 a 1830 el niño asistió a la única escuela pública de Brooklyn. Durante el verano de 1831 fue aprendiz de Samuel E. Clements, el director del semanario Long Island Patriot y, más tarde, del venerable William Hartshorne, impresor de este periódico. Fue aquí donde, según Gay Wilson Allen, «empezó a interesarse por el periodismo, que a su vez le despertó las ambiciones literarias» (17). Es muy posible que durante este tiempo publicara en este rotativo algunas colaboraciones.
Durante el verano de 1832 y con el estallido de la epidemia de cólera —la segunda pandemia mundial del siglo XIX, iniciada en la India y que se fue extendiendo hacia Occidente hasta llegar a las Américas— la familia regresó a West Hills, si bien el joven Whitman se quedó en Brooklyn trabajando de cajista en la redacción de The Long-Island Star, el semanario más importante de la ciudad, de talante whig y dirigido por Alden Spooner. Con Spooner trabajaría tres años, para tiempo después continuar con el oficio de cajista en otras publicaciones. En 1834 apareció su primer artículo firmado, «The Olden Time», un texto sobre el crecimiento de Nueva York, en el Mirror, el periódico de moda fundado por George P. Morris. En 1835 se sucedieron dos desastres que, en opinión de Allen, obligarían a Whitman a abandonar la metrópolis. El 12 de agosto Nueva York se vio envuelta en el peor incendio de los últimos cuarenta años de su historia, y el 16 de diciembre estalló otro fuego que arrasó con la parte comercial de Wall Street y llegó a los barrios que acogían un gran número de imprentas y de editoriales. En 1836 y 1837, debido a estos devastadores siniestros y al Pánico de 1837, Whitman tuvo dificultades en obtener un nuevo trabajo y se vio obligado a regresar a Long Island. Allí inició una etapa laboral como maestro que duraría unos seis años. Sus ambiciones literarias, sin embargo, no cesaron y en el otoño de 1837 se hizo miembro de la Debating Society de Smithtown, de la que fue elegido secretario. En la primavera de 1838, con diecinueve años, dejó el trabajo de maestro y en el pueblo de Huntington fundó un semanario llamado TheLong Islander, del que pasó a ser único responsable. Diez meses más tarde, abrumado por la ingente tarea, vendió la publicación, buscó sin éxito un empleo en las imprentas de Manhattan, y regresó a Long Island en agosto de 1839, ahora a la población de Jamaica, para trabajar como cajista en el Long-Island Democrat, un periódico dirigido por el demócrata James J. Brenton. Con anterioridad, Brenton le había publicado algunas piezas en prosa, además de su primer poema conocido, «Our Future Lot», que revisado y con el título «Time to Come» aparecería de nuevo en 1842, en el periódico Aurora.
Tras un año de trabajar aquí, volvió a emprender su trayectoria como maestro, una carrera por la que no siempre recibió elogios. Como los innovadores pedagogos de la época —Horace Mann, Amos Bronson Alcott, Elizabeth Peabody, entre otros—, Whitman era reacio al castigo corporal y a las férreas disciplinas metodológicas. Las actividades de Whitman durante el verano de 1840 se pueden adivinar gracias a las nueve cartas que escribió a Abraham Paul Leech —su entonces amigo y confidente de Jamaica, que contaba con unos veinticinco años— desde el pueblo de Woodbury, Long Island, y que este conservó. No hay noticias ciertas sobre las actividades de Whitman tras dejar Woodbury a principios de septiembre de 1840, aunque por lo que parece, continuó trabajando para el Long-Island Democrat hasta noviembre. El hecho es que se produjo un lapsus en su producción escrita que duró desde el 28 de noviembre de 1840 hasta el 22 de junio de 1841. En mayo de 1841 escribió a su amigo Leech diciéndole que se quedaría en este pueblo un poco más de tiempo. Sin embargo, antes de finales de aquel mismo mes, Whitman abandonó la docencia para siempre y se adentró en el mundo del periodismo de Manhattan. Durante este mismo periodo, Whitman escribió una serie de artículos llamados «The Sun-Down Papers from the Desk of a Schoolmaster», que, a pesar del título, no trataban de educación sino que denunciaban los males del momento.
A partir de la primavera de 1841 y hasta 1845 Whitman se decantó por el periodismo, profesión para la que mostró poseer un talento innato y en la que llegó a ser impresor, director de varios periódicos, además de colaborador literario. De hecho, entre agosto de 1841 y junio de 1848, y por lo que se sabe hasta el momento, Whitman publicó un total de veinticuatro narraciones y una novela antialcohólica1, siempre a través de un medio, el periodístico, que respetaba y apreciaba como vehículo propagandístico del cambio social y político. A esta lista hay que añadir, además, un nuevo título novelístico que Whitman publicó en 1852, descubierto por Zachary Turpin en 2015 y que fue anunciado al mundo en febrero de 2017. El 13 de marzo de 1852 se puede leer un anuncio en la página 3 de The New York Daily Times que daba cuenta de la próxima publicación de Life and Adventures of Jack Engle, una novela de 36.000 palabras, que aparecería por capítulos en un periódico de la competencia, The Sunday Dispatch, entre el 14 de marzo y el 18 de abril de aquel mismo año, y que entraba dentro del género de la novela de misterio situada en una gran ciudad2.
Como opina Mark Canada, «se aprovechó de los periódicos por su capacidad a la hora de transmitir ideas de una manera rápida y barata a una gran audiencia, con el fin de dirigir la atención hacia los males contemporáneos y sugerir soluciones» (52). Para algunos críticos, a pesar de que entre estas primeras obras no hay ninguna que sea comparable con la calidad literaria de su poesía, muestran que Whitman estaba experimentando con una variedad de temas e imágenes, inspirados en el mundo real que le rodeaba, que luego reciclaría en sus mejores poemas. Por tanto, esta etapa pre-Hojas de hierba puede ser considerada como un estadio de amplio aprendizaje.
La llegada de Whitman a Nueva York en marzo de 1841 tiene lugar un año después de que la ciudad se viera convulsionada por «una de las batallas periodísticas más feroces de la historia del periodismo norteamericano» (Allen, 41). El establecimiento de lo que se llamó la «penny press», es decir, la prensa popular que costaba un centavo, había incrementado el número de lectores. Entre los muchos nuevos títulos que habían alcanzado una importante circulación destacaban el Herald, fundado por James Gordon Bennett en 1835, y el Evening Signal, creado por Park Benjamin en 1840, quien también había fundado el semanario literario New World, que se destacaba por piratear impunemente y con enorme éxito a los escritores ingleses más célebres de la época.
A las pocas semanas de poner pie en la gran urbe, Whitman vendió su primer relato, «Death in the Schoolroom (a Fact)», que aparecería publicado en agosto en Democratic Review, la mejor revista literaria de la época. En el otoño de 1841 Whitman empezó a trabajar como cajista en el New World de Park Benjamin. En enero de 1842 publicó algunas colaboraciones en el periódico semanal de John Neal, Brother Jonathan: A Weekly Compend of Belles Lettres and the Fine Arts, Standard Literature, and General Intelligence, que se anunciaba como «el más barato del mundo» y cuyo título se hacía eco del nombre por el que se conocía a los norteamericanos durante los primeros años de la república, antes de que fuera sustituido por el de «Uncle Sam». Había empezado a publicarse en noviembre de 1839, bajo la dirección de Benjamin y Rufus Griswold, y desapareció en diciembre de 1843. Se especializó en la publicación de textos de muchos autores norteamericanos e ingleses —Charles Dickens, por ejemplo—, especialmente aquellos ligados al sensacionalismo. Whitman publicaría aquí dos poemas: «Ambition» (29 de enero de 1842) y «Death of the Nature-Lover» (11 de marzo de 1843).
En febrero de 1842 empezó a escribir para el Aurora, otro periódico de simpatías demócratas, cuyos responsables lo contrataron un mes después como director, por ser «un escritor osado, enérgico y original» (New York Aurora, 28 de marzo de 1842, cit. Allen, 47). En opinión de Reynolds, Whitman empezaría aquí a mostrar unas actitudes contradictorias con respecto a la población inmigrante, con puntos de vista que caracterizarían sus colaboraciones periodísticas y su poesía. Sucedió que, como consecuencia de la petición de fondos públicos para las escuelas católicas realizada por el obispo de Manhattan John Hughes, se produjo en el seno de los demócratas una escisión entre aquellos que se oponían a los extranjeros y los que intentaban atraerlos para ganarse el voto católico irlandés. Whitman condenó la actuación de Hughes y defendió a los agitadores procedentes de la clase trabajadora que lanzaron piedras contra la casa del prelado. Sin embargo, si por una parte atacaba e insultaba a la canalla irlandesa, sirviéndose de las imágenes estereotipadas del momento, por otra parecía que veía con buenos ojos la llegada de nuevas oleadas de europeos a tierras norteamericanas (Reynolds, 1996: 99). No cabe duda de que Whitman participó de pleno en el cruel mundo del periodismo sensacionalista de la época, que no escatimaba esfuerzos para arremeter contra instituciones y personas. Buena prueba de ello es el artículo, del 24 de marzo de 1842, titulado «Bamboozle and Benjamin» en el que se encarnizaba contra su otro patrón, Park Benjamin, y en el que le llamaba «farsante literario» y se mofaba de sus pretensiones poéticas. Su estancia en el Aurora fue breve porque a mediados de mayo fue despedido, según los propietarios, por su vaguería. De su colaboración en este periódico, Joseph J. Rubin y Charles H. Brown manifiestan que la prosa que escribió «aporta datos reveladores sobre su carácter: su individualismo, su estilo excéntrico, su presentación del pensamiento de manera intuitiva más que lógica, el modo impresionista de entender los hechos y las ideas, su sentimentalismo [...] Algunos de los amaneramientos estilísticos que presenta, por otra parte, llegarán hasta su poesía: el estilo breve y fervoroso, los largos catálogos, la ignorancia que demuestra de la sintaxis convencional y el uso que realiza del guion» (11).
Whitman encontró pocos días después empleo en otra publicación, el Evening Tattler, cuyas oficinas se encontraban justo enfrente de las del New World y para el que escribió sobre los asesinatos que se cometían en la ciudad. Poco tiempo después colaboró en el Daily Plebeian; dirigió el Statesman, un periódico bisemanal demócrata; y participó en el Sun. A principios de 1844 escribió una temporada para el New York Mirror, dirigido por el escritor Nathaniel Parker Willis y George Pope Morris; dirigió el Democrat; y en la primavera de 1845 colaboró con algunos relatos en The Aristidean, la recién fundada revista de Thomas Dunn English, el conocido enemigo de Poe.
En agosto de 1845 su familia regresó a Brooklyn y Whitman abandonó Manhattan para reunirse con sus parientes. Entre 1846 y 1848 ocupó el cargo de director de diversos diarios y periódicos, entre ellos el influyente órgano demócrata conservador, Daily Eagle de Brooklyn, en el que publicaría más de cincuenta artículos. De este diario fue despedido muy posiblemente a raíz de sus elogios desmedidos al partido de la Tierra Libre, la coalición política que en 1854 sería absorbida por el partido republicano, cuando el partido demócrata se dividió a causa de la guerra de México y apoyó el compromiso con los demócratas sureños. Implicado en los debates políticos y sociales de su tiempo, Whitman se opuso siempre a los abolicionistas, a quienes tachaba de extremistas, y apoyó, por sus simpatías con las aspiraciones de los granjeros y colonos blancos, la propuesta de David Wilmot. En 1846 Wilmot, un demócrata de Pensilvania, propuso que la esclavitud no se extendiera a los territorios que se adquirían de México. Los demócratas aceptaron esta provisión Wilmot, no por sentimientos antiesclavistas, sino porque no querían que sus intereses se sacrificaran a favor de los del Sur. El Oeste agrícola abandonó entonces la antigua alianza con el Sur esclavista de la plantación y estableció nuevos vínculos con el Norte industrial. Por lo que a Whitman respecta, es muy posible que su defensa de la provisión Wilmot lo enemistara con Isaac Van Anden, el demócrata conservador propietario del Daily Eagle, y que a mediados de enero de 1845 se quedara sin trabajo por esta razón.
Estos años de la década de 1840 se caracterizan por una intensa agitación a favor de una serie de movimientos reformistas: el abolicionismo, los derechos de las mujeres, la lucha antialcohólica, la educación universal, el higienismo, la libertad sexual, el socialismo utópico y el pacifismo. En los editoriales que Whitman escribió para el Daily Eagle demuestran su preocupación por estos temas. Whitman defendió los derechos de las mujeres, la inmigración, el comercio libre, la libertad de expresión, la conservación de la herencia nativo americana, las reformas laborales (condiciones de trabajo, salarios, mejor trato a las trabajadoras, etc.), la finalización del comercio esclavista, así como de la expansión de la esclavitud, las reformas educativas, del sistema penitenciario y de la pena capital, etc. (Erkkila, 34). Son estos los años en los que completó su carrera como prosista porque, como explica Reynolds, después de 1846 y hasta la aparición de Hojas de hierba en 1855, prácticamente solo compuso una narración y cinco poemas, si bien continuó produciendo artículos periodísticos que muestran cómo su poemario de 1855, «lejos de ser un milagro inexplicable, es el producto de una mente completamente inmersa en la escena cultural y social de la época» (1996: 98).
En febrero de 1848, tras su despido del Daily Eagle, viajó a Nueva Orleans con su hermano Jeff, que entonces contaba quince años. Llegaron a la ciudad el 26 de febrero y Whitman empezó a colaborar en el Crescent, que acabaría convirtiéndose en el tercer periódico de la ciudad y en el que permaneció tres meses. Su trabajo consistía en seleccionar noticias de otros periódicos para volverlas a publicar en el Crescent y escribir algunos artículos. El primer número apareció el 5 de marzo, y en él Whitman participó con un poema, «Sailing the Mississippi at Midnight», y un texto ensayístico, «Crossing the Alleghenies», el primero de los tres que compondrían sus «Excerpts from a Traveller’s Note Book». La estancia en Nueva Orleans parece ser que acrecentó sus simpatías por el Sur. El 25 de mayo abandonó la ciudad sin que se conozcan con certeza los motivos, y regresó a Nueva York.
A la vuelta Whitman se interesó de nuevo por la política y, contrario a que la esclavitud se extendiera por los territorios del Oeste, fue elegido delegado, junto con otros catorce más, para representar a Brooklyn en la convención del nuevo partido de Tierra Libre, celebrada en Buffalo. Tras esta convención, fundó un semanario, el Brooklyn Freeman, desde cuyas páginas apoyó al candidato presidencial de este partido, Martin Van Buren, que fue derrotado en las elecciones de noviembre. En 1849, forzado por la penosa situación económica que atravesaba, Whitman abrió una especie de colmado, que pronto convirtió en imprenta y que regentó junto con su hermano Jeff durante tres años. Al mismo tiempo, a finales de 1849, trabajó como director del periódico New York Daily News.
Mientras tanto, los acontecimientos políticos que se sucedían en el país iban teniendo cada vez más eco tanto en sus artículos periodísticos como en su poesía. Como explica Reynolds, el fracaso de las revoluciones burguesas en Europa le inspiró el poema «Resurgemus», que más tarde incluiría en Hojas de hierba, y la aprobación de la ley del esclavo fugitivo en 1850 provocó su rechazo en poemas como «Dough-Face Song» o «Blood Money» (2000: 24). Durante estos años continuó colaborando en periódicos tales como el Evening Post, dirigido por William Cullen Bryant, y desempeñó variados oficios como el de carpintero.
El Whitman de la década de 1840 no es una figura excepcional, sino un periodista y autor profundamente arraigado a las corrientes populares literarias y culturales de la época, desde las que, una década más tarde, será capaz de evolucionar hacia caminos antes inexplorados. Los críticos, sin embargo, se manifiestan claramente divididos ante la cuestión de la influencia de esta primera etapa de su trayectoria en su carrera posterior como gran poeta. Es a principios de la década de 1850 cuando Whitman madura y se inicia su transformación poética, que culmina el 4 de julio de 1855, fecha en la que apareció la primera edición de Leaves of Grass (Hojas de hierba). Hasta aquel momento había escrito veinticuatro relatos, diecinueve poemas e innumerables piezas periodísticas que no hacían vislumbrar la magnitud que encerraba aquel libro que ahora salía a la luz. No obstante, críticos como Shelley F. Fishkin opinan que «su éxito como poeta llegó solo cuando dejó de intentar ser “artístico” y volvió a los temas, estilo, actitud y estrategias que había desarrollado y utilizado como director del Aurora de Nueva York» (15). Para esta investigadora «la experiencia de Whitman como periodista le obligó a ser consciente de cómo las convenciones aceptadas sin cuestionamiento, las perspectivas de estrechas miras, las apariencias engañosas y todos los tipos de simulacros y falsificaciones podían interferir en la percepción e interpretación correctas del mundo que le rodeaba» (23). Sus relatos son, pues, ejemplos claros del posicionamiento político de Whitman ante una realidad social en crisis, y de su deseo de erigirse en mediador entre ese espacio externo y la conciencia moral de sus lectores.
La producción de relatos y otras piezas de ficción del entonces Walter Whitman se concentra fundamentalmente, como acabamos de ver, entre agosto de 1841 y junio de 1848 —aunque, como se ha mencionado con anterioridad, en 1852 escribió otra novela, de la que jamás volvió a hacer mención—, y se compone, hasta el momento, de unas veinticuatro obras, que aparecieron firmadas como W.W., si bien en algunas ocasiones fueron acompañadas con un pseudónimo y en otras aparecieron sin firmar. Fue el propio Whitman quien recopiló casi todos estos textos por primera vez y los incluyó en Specimen Days & Collect (1882). El primer texto de ficción publicado por Whitman del que se tiene noticia es «Death in the School-Room (a Fact)», que apareció en agosto de 1841 en Democratic Review, y el último, «The Shadow and the Light of a Young Man’s Soul», aparecido en junio de 1848 en Union Magazine of Literature and Art. Varios son los críticos que han intentado dar una explicación a esta aparente renuncia a la ficción después de 1848. Para Thomas L. Brasher, el abandono responde con toda probabilidad al hecho de que «hacia 1846 Whitman empezó a expresar pensamientos poco convencionales en formas métricas poco convencionales, y se dio cuenta de que la ficción no era lo suyo» (xvii). Ahora bien, por lo que parece fue el mismo Whitman quien se empecinó en menospreciar toda su producción anterior a Hojas de hierba. En la introducción a la sección Collect de Specimen Days and Collect (1882-1883), es él mismo quien advierte lo siguiente: «Mi deseo más ferviente sería que todos estos escabrosos relatos de juventud se quedaran en el olvido» (202). En 1906 Bliss Perry manifestaba que «en honor a la verdad, la prosa temprana de Whitman no encierra gran mérito literario». Sin embargo, había que tener en cuenta que «se caracteriza por un profundo sentido ético y por una especial simpatía por los pobres y los que sufren», y que, «a pesar de la endeble construcción y la tendencia a lo lacrimógeno y melodramático de la que pocas narraciones escritas entre 1840 y 1850 escapaban, sus relatos muestran un odio hacia la crueldad y la injusticia, y un respeto hacia la gente corriente que los convierte en reflejo interesante de lo que le pasaba por la cabeza» (28-29). En 1963, a Brasher le resultaba imposible calificar positivamente la producción narrativa del veinteañero Whitman, una ficción que se sometería al gusto del público en lo sentimental, lo didáctico y lo gótico, en un género en el que, según este investigador, no tenía ni el más mínimo talento (xvii). De ahí que el investigador acabe afirmando que, «por mucho que se tenga en cuenta la seriedad de los temas que trata en sus relatos, la verdad, se mire por donde se mire, es que Whitman no tenía ningún tino para la ficción» (xviii).
Con todo, estos relatos no son tan anodinos como sugieren estas opiniones críticas tan duras sino que encierran importantes valores, porque, entre otras cosas, demuestran cuáles eran los intereses del joven periodista, cómo se adaptó a los gustos populares de la época y cómo se preparó para el terreno poético desde el narrativo. En 1986 Justin Kaplan manifestaba que esta ficción poco tenía que ofrecer, porque se caracterizaba por ser «imitativa, sermoneadora y ejemplarizante». Ahora bien, a pesar de que «rezumaba sentimientos falsos, estereotipados y temas melodramáticos» (116), los relatos estaban, dice, mejor estructurados y eran más libres que sus primeros poemas. Pero aun así, se distinguían por la intensidad de sus ilógicas peculiaridades, muy posiblemente debidas al choque entre los temas prestados que exhibían y los imperativos que Whitman no sabía afrontar de verdad. Estos relatos son, pues, para Kaplan, «básicamente fantasías sobre la erosión de las relaciones y sobre los temores que envuelven el crecimiento personal, la separación de los padres, la muerte (en especial de los jóvenes) y el olvido de la identidad. El héroe es un joven al que se le niega la posibilidad de realizarse y es incluso destruido por un padre, real o simbólico que le castiga y somete a todo tipo de vejaciones. El protagonista se encuentra en un mundo de pérdida, amenazas y soledad» (117-118). En 1992 Byrne R. S. Fone interpretaba esta literatura whitmaniana como «testimonio mudo de una vida que existe por debajo de la vida» (38). Una vida que encerraba, según este crítico, expresiones de los sueños utópicos homoeróticos de su autor. De la misma manera, para Vivian R. Pollak, en 2001, si a estas narraciones se les concede un mínimo crédito, se verá que encierran un gran valor como textos implicados en la historia social, y otro aún mayor por ser «documentos estrafalarios de la historia de su perturbada conciencia» (39). Son en realidad unos relatos que tratan de «sacar a la luz y enmendar los abusos del poder patriarcal blanco» (38), y en algunos de ellos destaca un tema soterrado: el de los deseos homoeróticos. Pollak reconoce que Whitman «se une al proyecto imperial que organiza la masculinidad blanca nacional en torno a la construcción de una otredad sobre la base de raza y género» (39). No obstante, tras analizar algunas de estas narraciones, Pollak concluye diciendo que «a principios de la década de 1840, Whitman no se hallaba preparado para desarrollar los temas homoeróticos en su narrativa, si bien estos temas empezaban a dominar cada vez más su imaginación literaria» (54). Para esta estudiosa, en la ficción de la década de 1840, Whitman «estaba ya empezando a escribir en contra de la heterosexualidad obligada del argumento amoroso tradicional», y dejó de dedicarse a la ficción cuando «ya no pudo pasar por alto el conflicto entre su deseo de defender los valores heterosexuales de la vida familiar de clase media y su inclinación por socavar esos mismos valores por escrito» (55). En 1996, David S. Reynolds interpretaba los relatos teniendo en cuenta las tensas relaciones que mantuvo Whitman con los habitantes del pueblo de Woodbury y la quizás traumática persecución pública de la que pudo haber sido objeto en Southold, uno de los secretos que jalonan la historia literaria norteamericana. Como Kaplan, Reynolds manifiesta que sea como sea, el hecho es que cuando en el verano de 1841 publicó su primer relato, «Death in the School-Room», este aparece revestido de una negatividad y violencia exageradas que encierran tonos autobiográficos. Tanto en estas narraciones como en sus primeros poemas se encuentran «cicatrices de su sufrimiento» (1996: 53). Su entrada en el mundo de la literatura, recalca Reynolds, estuvo impulsada por algún dolor intenso, puesto que sus obras lo recrean dramáticamente o tal vez ayudaron a que lo conjurara. Este pesar gira en torno a la destrucción de la familia y es muy posible que le llevara de la reflexión a la creatividad y de ahí a la identificación política con los marginados y perdedores (1996: 53). Reynolds avanza unos pasos más en la apreciación de estas narraciones y concluye manifestando que «el dedicarse a la ficción en 1841 fue en gran parte una forma de purgar algunos demonios internos que le acosaban a través de escenas de violencia, homoerotismo, familias rotas, como si las tribulaciones que había sufrido desde 1836 hasta aquel momento las hubiera exorcizado en la narrativa, dejando huellas autobiográficas que le permitían afrontar los traumas padecidos» (1996: 79).
En realidad, el Whitman que surge tras la lectura de sus relatos es el mismo Whitman que aparecerá en esencia en su poesía: el hombre compasivo, un individuo capaz de situarse en la posición del otro. En el canto 22 de «Canto a mí mismo», tras una larga lista de elementos que celebra, la voz poética declara: «I am he attesting sympathy» (Soy el que testimonia simpatía). Y en el canto 33 manifiesta: «I do not ask the wounded person how he feels, I myself become the wounded person» (No pregunto al herido cómo se siente, soy el herido). El individuo que no muestra simpatía hacia los demás es descrito, en el canto 48, como «Who walks a furlong without sympathy walks to his own funeral drest in his shroud» (Quien camina una milla sin amor, se dirige a su propio funeral envuelto en su propia mortaja»). La compasión hacia los seres que nos rodean, requerida por Whitman en 1855, lejos de ser un sentimiento que refleja la tristeza es, en palabras de Martha Nussbaum, «una conmiseración con dientes», es decir, «un llamamiento a un cambio social radical con el propósito de que la nación se aleje de los tiempos de crueldad, culpabilidad, despilfarro, y aflicción» (100). Es esta una actitud que, como subraya Shelley Fisher Fishkin, también se extiende a sus escritos periodísticos y a su papel como director de prensa. Tanto en sus editoriales como en sus artículos, Whitman se lamentó de «los males del comercio esclavista, de la pena capital, de la brutalidad policial contra prostitutas y niños pobres, de los bajos salarios de las trabajadoras de las fábricas textiles, de las condiciones de las prisiones, y de la hostilidad de los norteamericanos hacia los extranjeros» (26). En realidad, «su compasión por los pobres, olvidados, marginados, sufrientes y oprimidos tuvo un mayor eco con cada nuevo ejemplo de injusticia y abuso que él descubría» (26). El Whitman que saluda al mundo y que se siente conectado con todos los seres de la humanidad a través del espacio y del tiempo, el que se erige como un todo con la naturaleza es también el Whitman periodista y narrador de la década de 1840. En The Books in My Life (1952), Henry Miller descubre al —para él— auténtico Whitman cuando, al compararlo con Dostoievski, la otra cima literaria que él señala en la literatura de la modernidad, declara que el poeta «contempla a la multitud, a las masas, a la muchedumbre, aunque siempre tiene los ojos puestos en la divinidad potencial del individuo», porque tiene la facultad de observar «lo angélico y lo demoníaco como partes del flujo heraclitiano». Es esta una «visión sanadora», por la compasión que muestra hacia sus congéneres, sean cuales sean (222-223).
Las décadas de 1830-1840, en las que Whitman se dedica a publicar ficción, ratifican su implicación con los esfuerzos seculares iniciados con la Ilustración para mejorar la sociedad a través de su reforma (Mintz, xiii). Whitman se construirá, a través de su discurso narrativo y periodístico en estos años en los que su inserción y participación activa en la vida social de la Nueva York de preguerra son completas, como una especie de shaman, según George B. Hutchinson. En su «Salut au Monde» exclamará el poeta Whitman: «Mi espíritu ha pasado con compasión y determinación alrededor de todo el mundo». Testigo de los muchos cambios socioeconómicos y políticos que continuaban erosionando los principios reverenciados republicanos, y de los innumerables intentos por recomponer el imaginario colectivo democrático norteamericano a través de nuevas formas de intervención públicas, Whitman, creyente ferviente en las posibilidades que encerraba la prensa como herramienta ideológica al servicio de la mejora social, elaborará una voz narrativa profundamente enraizada en las retóricas populares de preguerra, con el fin de restañar las heridas abiertas en la utópica comunidad republicana imaginada por los padres fundadores. Su ficción criticará los males derivados de la acumulación de capital, del poder y la corrupción empresariales, de la opresión de los trabajadores y de las mujeres, y del fanatismo religioso, entre otros. Muchos lectores reaccionan con incredulidad ante lo que en apariencia es una infranqueable distancia entre estos textos de esta primera etapa de creación literaria y Hojas de hierba. Sin embargo, es necesario recordar que Whitman aparece ya como un iconoclasta en 1855 porque, como destaca David S. Reynolds, desde sus inicios «experimentó con géneros populares que ya habían adquirido una serie de cualidades subversivas y progresistas»: desde la literatura antialcohólica, pasando por la gótica, la de antiprostitución, la defensora de la abolición de la pena capital y los castigos corporales, hasta la fúnebre y visionaria, la religiosa y bíblica, la ultrapatriótica y la social (Reynolds, 1996: 104).
Las dimensiones del proyecto narrativo whitmaniano han sido entendidas hasta hace poco tiempo como simple muestra de un «moralismo abrumador» (Loving, 67), anclado en el didactismo implícito en el sentimentalismo victoriano. Ahora bien, el hecho de que Whitman intentara atajar los males sociales, políticos y económicos, aportando una contribución que, desde el espacio de la ficción, recalcara las capacidades de sus compatriotas como individuos capaces de empatía y comprensión, ha de entenderse desde las nuevas concepciones que el sentimentalismo ha adquirido para los críticos desde las últimas décadas del siglo XX. Elizabeth Barnes explica que en la literatura norteamericana, «la identificación compasiva con el otro adquiere un significado político», y que, desde los autores revolucionarios como Tom Paine hasta la antiesclavista Harriet Beecher Stowe, la simpatía —expresada como un vínculo emocional, psicológico o biológico— es representada como la base de la democracia, y por lo tanto, como elemento fundamental a la hora de crear un carácter propio y genuinamente norteamericano (3). Durante el siglo XIX los distintos grupos reformistas apelaron a la ética de la simpatía esbozada por Adam Smith en La teoría de los sentimientos (1759) como fundamentación para sus políticas de cambio. Smith considera que la simpatía (y sus sinónimos, solidaridad y compasión) es el proceso por el que un individuo es capaz de ponerse en lugar del otro y asumir su situación, gracias a un acto de imaginación. El individuo puede llegar a entender el sufrimiento de sus congéneres y sus emociones con el propósito de formar una comunidad afectiva —no basada en lazos consaguíneos, sino en vínculos de sentimiento—, y con ello, ser capaz de integrarse en plataformas públicas que persigan el cambio social. El individuo con el que el lector ha de identificarse aparece bajo la figura bíblica de «el vecino». Según explica Rodrigo Andrés en un imprescindible artículo sobre el tema, «el vecino, en cuanto figura que no pertenece al espacio privado inmediato del círculo familiar y doméstico, pero que, aun y así, está en el círculo de la proximidad de la comunidad, es relevante por razones éticas y políticas», y ha sido objeto de reflexión en el pensamiento de Freud, Hannah Arendt, Zygmunt Bauman, Maurice Blanchot, Judith Butler, Roberto Esposito, Ernesto Laclau, Emmanuel Levinas, Kenneth Reihnard, Franz Rosenzweig, Eric Santner, Richard Sennett y Slavoj Žižek (15). Whitman, como miembro activo de distintos movimientos reformistas —el más destacado, el antialcohólico— utilizará unas estrategias narrativas para cultivar estos sentimientos de identificación en sus lectores con «el vecino» con el fin de que pasen, como apunta Levinas, de un yo cerrado a un yo abierto, y lograr su convencimiento, adhesión y defensa de las causas que expone. La cercanía hacia el otro desposeído (el huérfano, el borracho, el extranjero, la viuda, la prostituta, el ladrón, etc.) ha de conducir a una relación ética, con el fin de que los marginados afecten e importen, y se acorten las distancias entre estos individuos y los lectores.
Cabe recordar que la literatura sentimental se originó en el siglo XVIII con el culto a la sensibilidad, representado en la figura del hombre sentimental, el individuo afectado por las vidas de los demás. El sentimentalismo, lejos de ser el motivo de una mera efusión lacrimógena, va más allá de la esfera de las emociones privadas y empuja al lector para que, en un acto imaginativo, se dibuje como el otro, se apropie de la experiencia ajena y reaccione en consecuencia. La apropiación de la voz de estos sectores marginados o subalternos encierra distintos problemas, pero aun con todas las ambigüedades que rodean al discurso sentimental, como manifiesta Mary G. De Jong, «como discurso encaminado a la reforma, el sentimentalismo funcionó con efectividad y facilitó grandes cambios sociales» (3). En contra de visiones más negativas (Ann Douglas, The Feminization of American Culture, 1977; Laura Wexler, Tender Vision Domestic Visions in an Age of U.S. Imperialism, 2000, entre otras),los estudios de Jane Tompkins (Sensational Designs, 1985), Philip Fisher (Hard Facts, 1985), Mary Louise Kete (Sentimental Collaborations: Mourning and Middle-Class Identity in Nineteenth-Century America, 2000), entre otros, reivindicaron el potencial del sentimentalismo desde la década de 1980. Fisher, por ejemplo, manifiesta que, desde 1740 hasta 1860 —momento en que aparecería el naturalismo—, el sentimentalismo fue «una táctica crucial de representación política radical en todo el mundo occidental». Y añade que «el contenido político del sentimentalismo es democrático porque reconoce la humanidad de todos aquellos individuos a los que se les ha sido arrebatada esta categoría» (979).
El sentimentalismo que recorre la producción narrativa de Whitman es un modo retórico en el que el escritor se sirve de unas descripciones plásticas, unas apelaciones autoriales, una claridad estilística y unos recursos a la veracidad factual, elementos que buscan emocionar al lector apelando a su identificación con los personajes de la historia y a su capacidad para volcar sus sentimientos hacia ellos y con los de ellos.
Este traspaso emocional, sin embargo, no debió satisfacer completamente a Whitman hacia finales de la década de 1840. Naomi Greyser (278) explica que, aunque es cierto que el sentimentalismo generó cambios ético-sociales, también está repleto de contradicciones, puesto que articula lo que ella denomina «intimidades imposibles», puesto que «describe unas relaciones parciales o totalmente inexistentes, además de imaginar a los sujetos compartiendo un espacio físico de maneras prohibidas por las leyes de la física» (278). Como otros escritores y escritoras reformistas de la época, Whitman recalca, desde su posición privilegiada, la necesidad de ampliar la simpatía a personas excluidas del marco de la respetabilidad. Ahora bien, el paso de la narrativa a la poesía que emprenderá en 1855 demuestra que, a pesar de que sus relatos son testimonio inequívoco de sus esfuerzos por sentar las bases de sus convicciones democráticos, será en Hojas de hierba donde encontrará total libertad para reformular el género y el lenguaje poéticos, y sobre todo, para construirse como la voz por excelencia que «testimonia simpatía» y que crea «intimidades posibles».
Whitman cultivó una enorme variedad temática en sus relatos, pero antes de adentrarnos, en el análisis, conviene tener una visión de conjunto de los mismos según su cronología:
1841
«Death in the School-Room (a Fact)» (Democratic Review, agosto).
«Wild Frank’s Return» (Democratic Review, noviembre).
«The Child’s Champion» (New World, 20 de noviembre). Con el título de «The Child and the Profligate» apareció en The Aristidean.
«Bervance; or, Father and Son» (Democratic Review, diciembre).
1842
«The Tomb Blossoms» (Democratic Review, enero).
«The Last of the Sacred Army» (Democratic Review, marzo).
«The Child-Ghost; a Story of the Last Loyalist» (Democratic Review, mayo). Con el título de «The Last Loyalist» apareció en Specimen Days and Collect (1882).
«Reuben’s Last Wish» (Washingtonian, 21 de mayo).
«A Legend of Live and Love» (Democratic Review, julio).
«The Angel of Tears» (Democratic Review, septiembre).
Franklin Evans, or The Inebriate, A Tale of the Times(New World, 23 de noviembre).
«Lingave’s Temptation» (New-York Observer, 26 de noviembre).
1843
«The Madman» (2 capítulos de esta novela inconclusa aparecieron en New YorkWashingtonian and Organ, 28 de enero).
«The Boy Lover» (título aparecido en The American Review, mayo de 1845, de un anterior relato titulado «The Love of The Four Students» (The New Mirror, 9 de diciembre).
1844
«Eris: A Spirit Record» (The Columbian Lady’s and Gentleman’s Magazine, marzo).
«The Fireman’s Dream: With the Story of His Strange Companion, A Tale of Fantasie» (2 capítulos de esta novela inconclusa aparecieron en el New YorkSunday Times & Noah’s Weekly Messenger, 31 de marzo).
«My Boys and Girls» (The Rover, 20 de abril).
«Dumb Kate – An Early Death» (Columbian Magazine, mayo).
«The Little Sleighers. A Sketch of a Winter Morning on the Battery» (Columbian Magazine, septiembre).
1845
«Arrow-Tip» (The Aristidean, marzo). Este relato se reimprimió en capítulos durante junio de 1846 (1-6, 8, 9) con el título de «The Half-Breed: A Tale of the Western Frontier».
«Shirval: A Tale of Jerusalem» (The Aristidean, marzo).
«Richard Parker’s Widow» (The Aristidean, abril).
«Revenge and Requital; A Tale of a Murderer Escaped» (Democratic Review, julio-agosto). Reimpreso con el título de «One Wicked Impulse» en Specimen Days and Collect (1882).
«Some Fact-Romances» (The Aristidean, diciembre) (cinco narraciones basadas en hechos verídicos, según el autor). Tres de las mismas (I, II, V) aparecieron en Daily Eagle en 1846 al principio de dirigir Whitman esta publicación.
1848
«The Shadow and the Light of Young Man’s Soul» (Union Magazine of Literature and Art, junio).
1852
Life and Adventures of Jack Engle(The Sunday Dispatch, 14 de marzo-18 de abril)
La trayectoria narrativa de Whitman está estrechamente vinculada en sus comienzos, como hemos visto, a la revista mensual Democratic Review. Su primer relato, «Death in the School-Room (a Fact)», apareció en agosto de 1841 en la que por entonces era la mejor revista literaria de Estados Unidos y en la que publicaban Edgar A. Poe, William Cullen Bryant, Nathaniel Hawthorne. Ralph Waldo Emerson, James Fenimore Cooper, James Russell Lowell, William Gilmore Simms, Henry David Thoreau, Evert Duyckinck y otras eminencias de la literatura nacional. El prestigio que la publicación otorgó a sus pretensiones literarias se vio justificado porque, como ha descubierto Stephanie N. Blalock, hacia noviembre de 1842, momento en que apareció su novela, Franklin Evans, el relato «Death in the School-Room» había aparecido reimpreso por lo menos en sesenta y una ocasiones, en cincuenta y cinco ciudades de quince estados. En más de la mitad de estos casos, el relato aparecía completo o, como mínimo, algún trozo en la página inicial del periódico, con el autor identificado con las iniciales «W.W.». Esto indica, por una parte, que los responsables de estas publicaciones estaban seguros de que el título de la narración atraería la atención de los lectores y les aseguraría una provechosa venta; y por otra, que es el relato de Whitman que más circulación logró y más veces se publicó (Blalock, 2013: 176).
Democratic Review había sido fundada por John L. O’Sullivan, un ardiente demócrata, con el nombre de United States Magazine and Democratic Review, con un doble objetivo: propagar las políticas liberales del partido Demócrata y consolidar el desarrollo de unas letras nacionales propias exentas de las influencias foráneas. La revista se publicó de octubre de 1837 a diciembre de 1851, y además de cambiar de título, también cambió de director a lo largo del tiempo, si bien Whitman publicó siempre bajo la dirección de O’Sullivan. Además de «voz del nacionalismo cultural» (Kaplan 98), O’Sullivan era asimismo uno de los promotores del movimiento mesiánico de la «Young America», un grupo entre cuyas ideas destacaba la de extender la democracia por todo el mundo. Edward L. Widmer, en Young America: The Flowering of Democracy in New York City, explica cómo O’Sullivan supo articular una revista de primer orden, única en la historia norteamericana, en la que se combinaban el periodismo político y la ficción más vanguardista (13). Entre los muchos artículos políticos que fueron apareciendo, destaca el primer editorial en el que presentaba el célebre concepto de «destino manifiesto». O’Sullivan, sin ninguna modestia, destacó, además, que todos los temas que ocupaban el pensamiento norteamericano debían ser repensados por la nueva generación. Mientras Ralph W. Emerson lanzaba una llamada a los norteamericanos para que atajaran la necesidad de construir una literatura auténticamente nacional, O’Sullivan, la personificación de las esperanzas y preocupaciones de una nueva generación, llevaba a la práctica el manifiesto emersoniano por una cultura democrática. De hecho, como explica Widmer, la ferocidad con que arremetió contra la tradición, que consideraba obsoleta, desconcertó al mismo Emerson (13). El estilo que imprimieron los sucesivos directores y colaboradores se definió por la búsqueda de la novedad y de la originalidad, lo que hizo de Democratic Review una publicación pionera en lo referente al periodismo popular, conocida y leída tanto por las élites culturales como por las clases populares.
«Death in the School-Room (a Fact)» no sería el único texto de ficción que Whitman, un fanático entusiasta de la Democratic Review y de su talante político, publicaría en la revista. Entre 1841 y 1845, aparecerían nueve relatos, y también aparecería «A Dialogue [Against Capital Punishment]» en noviembre de 1845, una de sus contribuciones a favor de la abolición de la pena de muerte. Estas colaboraciones justifican el conocimiento que los lectores tenían ya de Whitman cuando en 1855 publicó Hojas de hierba.
En estos relatos y otros que escribió en estos primeros años, considerados por la mayoría de críticos y lectores como simples formas de supervivencia, además de ejemplos de ínfimo valor literario, el joven Whitman, sin embargo, deja patente la seria visión de su quehacer periodístico como compromiso político y social. Establece así en su ficción una importante relación entro lo privado y lo público, como indica Erkkila (31), por lo que su preocupación por temas domésticos, y en concreto por la gobernabilidad de lo doméstico, está unida a otros temas de mayor envergadura respecto a la gobernabilidad nacional. En la introducción a su novela antialcohólica Franklin Evans, el borracho (1842), Whitman deja constancia de su convencimiento en cuanto al poder regenerativo de la literatura popular, de los «books for the people». De ahí que, como explica Erkkila, en estos relatos de la década de 1840, «la fábula doméstica se convierta en uno de los instrumentos más idóneos con el que transmitir las bondades del sistema democrático de gobierno y los males que acarrea la violación del mismo» (31). En sus piezas periodísticas y narrativas, Whitman construye una voz que retoma la defensa de los valores revolucionarios patrios. Su discurso neorrepublicano se nutre, por tanto, del tema de la rebelión contra el opresor abusivo, ya sea un padre o cualquier otra figura que metaforice las relaciones de autoridad. Ronald Paulson explica cómo la imagen de un padre injusto ha sido tradicionalmente utilizada para representar al rey en las pinturas y descripciones de la revolución, mientras que las imágenes de los hijos, tales como los «Hijos de la Libertad» norteamericanos, han sido utilizadas para representar a los revolucionarios (76-78). Los padres tiránicos, opresores de esposas e hijos, encadenados a los vicios que merman los cimientos sociales —como el alcohol—, o la urdimbre emocional de la comunidad «imaginada» norteamericana —como practicantes de castigos físicos—, se erigen como protagonistas indiscutibles de muchos de los relatos domésticos de Whitman, sinécdoques del espacio público nacional.
«Death in the School-Room (a Fact)» gira en torno a la brutalidad de un maestro, Lugare, que acusa injustamente a un alumno de trece años, Tim Baker, de haber cometido un robo. Ante el silencio del niño, lo azota con tal violencia que le causa la muerte, aunque, dominado y ciego de ira, no percibe el fallecimiento del niño y sigue azotándolo. Para Reynolds, el relato rezuma autobiografismo. A la luz del escándalo que protagonizó Whitman como maestro y de las secuelas que en él habría podido dejar una experiencia tan traumática, parece que exista ese fondo en las reminiscencias del propio autor tanto de la figura del enseñante cruel como del párvulo maltratado, objeto de persecución (1996: 76). Aunque estos ecos se escuchen, la narración, sin embargo, forma parte de los anhelos reformistas educativos que Whitman desplegará a lo largo de la década en otras narraciones y artículos periodísticos, en los que manifiesta su protesta contra los abusos del autoritarismo, y en concreto, contra el uso del castigo corporal en las escuelas. Whitman se unía de esta manera a la legión de autores que condenaban la violencia física contra los escolares en la época. En 1847 Lyman Cobb, célebre autor del manual A Just Standard for Pronouncing the English Language (1821), publicó otro libro, The Evil Tendencies of Corporal Punishment: As a Means of Moral Discipline in Families and Schools, que se convirtió en una especie de texto de cabecera del movimiento, del que Whitman y otros periodistas publicaron fragmentos para ilegalizar la práctica (Parille, 28). En «Death in the School-Room», Whitman aplica muchos de los conceptos que formarán la argumentación de Cobb, en especial la inocencia del niño protagonista y su indefensión ante la autoridad del maestro, con el fin de mostrar la irracionalidad de una práctica aceptada que, sin embargo, vulneraba los principios de la más básica justicia. La escena final, en la que el maestro golpea repetidamente el cuerpo del niño ya muerto, forma un cuadro deplorable que reverbera con implicaciones políticas. La fragilidad de Tim incrementa el patetismo del episodio, al tiempo que el afecto que siente por su madre lo alejan del prototipo de adolescente rudo y lo acercan a la imagen del niño angelical, tradicional en la literatura victoriana como personaje necesario para la redención espiritual de los malvados y ejemplo para los lectores. «Morir es lo que los niños más y mejor hacen en la imaginación literaria y cultural de la Norteamérica del siglo XIX», explica Karen Sánchez Eppler (101). Estas muertes omnipresentes, que se prodigan asimismo en la narrativa de Whitman, son representativas del poder y pasan a utilizarse «para defender una gran variedad de cuestiones sociales, y cualquier lector de narrativa del siglo XIX puede fácilmente desgranar una lista de lecciones: antialcoholismo, abolición de la esclavitud, caridad, castidad y, sobre todo, compasión» (Sánchez-Eppler, 191). La muerte del pequeño Tim Baker, en el primer relato que Whitman publica, es ejemplo de cómo el autor se sirve del acervo cultural popular de la época para articular sus preocupaciones sociales respecto a la nación, porque «las muertes de los niños sirven para expresar el duelo de una cultura respecto a la mercantilización del afecto y las relaciones sociales en una Norteamérica cada vez más urbanizada, industrializada e impersonal» (Sánchez-Eppler, 102).
Como en otros relatos, Whitman utiliza aquí el lenguaje político del tirano y su víctima para mostrar las consecuencias del dominio inmoral del padre o de la figura paterna. El relato describe la ira y la violencia del maestro, el miedo que se apodera del niño, y el horror que sienten los personajes que los acompañan ante la falta de misericordia del más poderoso. Esta es la razón por la que, para Leslie Jamison, la brutal agresividad del texto no consiste en la violencia, sino en «el fracaso de la identificación empática y en la destrucción de la sensibilidad entre individuos» (27). Florence Berstein Freedman manifiesta que, para Whitman, incluso en estos primeros años de juventud, la educación no era un tema que se ciñera exclusivamente a los docentes. De hecho, el entonces periodista y narrador «adoptó el papel de maestro en su relación con los hombres de su entorno, y dirigió algunos de sus artículos a los jóvenes que habían dejado el colegio, al igual que a los trabajadores, puesto que, como otros muchos directores de periódicos, Whitman consideraba que estas publicaciones constituían los libros de textos de los adultos» (53-54).
Monika M. Elbert y Lesley Ginsberg (1) explican cómo la educación, en este periodo, se nutrió de una pedagogía liberadora que espiritualmente ensalzaba a los niños, mientras se rebelaba contra lo que sus practicantes veían como las pedagogías mecanicistas lockeanas, gracias a la transformación de una enseñanza memorística por unos métodos de corte socrático en las que prevalecía la intervención dialógica y crítica de los escolares. Estas nuevas ideas educativas proponían cambiar las prácticas punitivas basadas en el castigo corporal por la interiorización de estrategias de autocontrol, además de incentivar los lazos afectivos entre docentes y alumnos con tal de erradicar el miedo. El relato de Whitman se inscribe dentro de estas corrientes progresistas de reforma nacional de lo didáctico, espacio fundamental del transcendentalismo norteamericano. Según Elbert y Ginsberg, «las corrientes pedagógicas románticas se desarrollaron en un momento en que la expansión de las oportunidades educativas simbolizaba la fortaleza de la nación y la creencia en el poder de la educación se convertía en casi artículo de fe en un país que reverenciaba la educación como camino hacia la consecución de la ciudadanía, si bien al mismo tiempo se hallaba profundamente dividido sobre los límites de la igualdad» (1). De hecho, Vivian Pollak (39) señala que Whitman, «por mucho que se identifique con las víctimas de las injusticias, al reescribir la masculinidad norteamericana, se ocupa principalmente de los abusos del poder que llevan a cabo los hombres blancos norteamericanos. Como representantes de la cultura dominante, lo que les guía es la ambición económica y las pautas competitivas que rigen las leyes de mercado son las que introducen en el espacio doméstico de la familia blanca, y las que provocan, en consecuencia, la destrucción de la institución familiar» (Pollak, 39).
«Wild Frank’s Return», la siguiente narración en aparecer, en noviembre de 1841, en Democratic Review, trata también sobre la relación perversa entre padres e hijos, además de sobre los efectos perniciosos del alcohol, y como la anterior, la moraleja es tanto personal como política (Erkkila, 32). Relatada la historia en un flashback, habla del regreso del hijo pródigo a su familia, tras haber discurrido por los caminos de la disipación. Las preferencias del padre por su otro hermano generan la discordia entre los hijos, y el enfrentamiento del protagonista con el progenitor. Sin embargo, la deseada reconciliación entre ambas partes no llega a tener lugar por producirse un trágico accidente, del que el joven es, en último término, el causante, simbolizando el relato así el nefasto destino que aguarda a quienes se entregan a la afición de la bebida.
Como explica Reynolds, los textos que escribe Whitman sobre el alcoholismo se tiñen de gran sensacionalismo con el surgimiento de los washingtonianos (1996: 94). La narración es un alegato contra el alcohol, y también la primera en que Whitman se sirve de ecos bíblicos —en esta ocasión, la historia de dos hermanos, cuyas vidas siguen derroteros diferentes, y que acaba con la muerte de uno de ellos—. Pero, además, junto con el relato de «Bervance or, Father and Son» es también una nueva muestra de la obsesión que Whitman sentía hacia la crueldad paterna. Este es uno de los primeros relatos en que Whitman utiliza el filicidio como figuración de la nación. La representación familiar, las relaciones de abuso entre padres e hijos, sugieren una metaforización de procesos y de ideas más amplias. Esta narración se enmarca dentro de una lógica de ansiedad política, de la lucha crítica frente a los discursos autoritarios y patriarcales de un orden ideológico que es opresor y criminal. Whitman cuestiona la autoridad del padre, desvelando de esta manera la crisis política de la década de 1840. El filicidio en estos relatos es un tema que subraya la violencia inmanente de los discursos fundacionales del imaginario social norteamericano, que parecen desechar en estos años la noción primordial del individuo como ser digno de reconocimiento y, por el contrario, perpetúan su opresión y destrucción. El filicidio en Whitman surge así como una metáfora de la tiranía paterna que desafía simbólicamente la sucesión nacional, por lo que el despotismo parental corre el riesgo de acabar en un culturicidio.
«The Child’s Champion», una narración aparecida en New World, el 20 de noviembre de 1841, es un relato sobre el poder regenerativo del afecto de un joven por un niño, pero en consonancia con la reforma antialcohólica. Junto con «Death in the School Room», es el relato que más ocasiones se reeditó. En sus distintas reimpresiones fue objeto de una profunda revisión. En octubre de 1844 apareció como «The Child and the Profligate» en Columbian Magazine, transformado en un claro alegato contra el alcoholismo. De igual modo apareció en enero de 1847, en Daily Eagle de Brooklyn, al final de la etapa de director de Whitman en el periódico y en 1882 en Specimen Days and Collect, aunque con los tintes de didactismo algo rebajados.
Al inicio de la historia, el protagonista, Charles, un aprendiz de trece años, aparece cruelmente explotado por un granjero para quien trabaja sin descanso. Hijo único, se despide de su madre, una viuda que trabaja para malvivir y que es incapaz de mantenerlo. Langton, el joven que intenta ayudar al niño, oculta un pasado de disipación, aunque aparece como su salvador y lo rescata a él y a su madre de la miseria en la que viven. Al proteger al niño de la violencia, Langton se redime de su pasado de depravación, y se salva. La narración, sin embargo, tiene dos finales. En la primera versión, la publicada en New World, tras rescatar a Charles de las garras de un marinero borracho, Langton y el niño pasan la noche juntos durmiendo en una misma cama, para, a la mañana siguiente, librar el joven a su protegido de la servidumbre del granjero. La escena está bendecida por un ángel. En la segunda versión, Whitman elimina este idilio homoerótico, y Langton interviene cuando el marinero está obligando a Charles a beber un gran vaso de brandy. Es entonces cuando el niño recuerda las palabras de consejo de su madre contra el alcohol y Langton recuerda también su pasado y se siente con fuerzas para liberarlo.
