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Reos de cuaresma se alza, sin dudas, como una obra sui generis en el contexto de la narrativa cubana contemporánea, todo ello desde el entramado estructural y temático, mas, muy especialmente, desde lo lingüístico-estilístico, a saber, el despliegue de un modus operandi que deja volar con extrema libertad ‒absolutamente ajeno a modas o procederes en boga‒ un estilo rotundo, en extremo inusual, personalísimo y de muy rara belleza. La Mujer parece ser el personaje central de este libro. Cuba y la Mujer deambulan en estas diez historias, suerte de decágono sacro y pagano, en el que bulle y rebulle el amor, el sexo, el desamor, la enfermedad, la muerte, el Arte, la amistad, el absurdo en el que deviene no pocas veces la vida, todo cuanto une y desune, cuanto lleva a ser y empuja a dejar de ser, universo transido de profundo humanismo, ternura cuasi desgarradora y el hálito de una esperanzada desesperanza, que hará cómplice y copartícipe al lector más exigente. Un libro salmo y ensalmo.
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Seitenzahl: 302
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Título: Reos de cuaresma
Todos los derechos reservados
© Rafael de Águila, 2024
© Sobre la presente edición:
Editorial Letras Cubanas, 2024
ISBN: 9789591026897
Tomado del libro impreso en 2024
Edición y corrección: Georgina Pérez Palmés / Dirección artística: Suney Noriega Ruiz / Fotografía de cubierta: Danela C. de Águila Sánchez / Emplane: Yuliett Marín Vidian
E-Book
E-Book -Edición-corrección, diagramación pdf interactivo y conversión a ePub: Angel Ferro Pérez / Diseño interior: Javier Toledo Prendes
Instituto Cubano del Libro / Editorial Letras Cubanas
Obispo 302, esquina a Aguiar, Habana Vieja.
La Habana, Cuba.
E-mail: [email protected]
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RAFAEL DE ÁGUILA. La Habana, 1962. Narrador. Crítico. Ensayista. Miembro de la UNEAC. Tiene publicados los libros Último viaje con Adriana, Editorial Letras Cubanas (Premio Pinos Nuevos, Cuento, 1997). Ellos orinan de pie, Editorial Letras Cubanas, Cuento. 2006. Del otro lado, Editorial Letras Cubanas, Cuento (Premio Alejo Carpentier 2010). Ventana tapiada con un hueco, Editorial Samarcanda, Lantia Publishing, España, Cuento, 2017. Viento del Neva y otros relatos, Editorial Letras Cubanas (Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, 2017). Todas las patas en el aire, Editorial Casa de las Américas, Premio de Cuento Casa de las Américas 2018 y Premio Nacional de la Crítica 2018. Una brizna de tiempo, Ediciones La Luz, Holguín, 2019. Ventana tapiada con un hueco, Editorial Letras Cubanas, Cuento, 2019. El aire puro de la isla, Editorial Mecenas, Cienfuegos, 2024. Ha recibido, además, el Premio de Cuento de La Gaceta de la UNEAC 2010 y el Premio Internacional de Cuento Tierra de Monegros, España, 2019. Recibió la Medalla por la Cultura Nacional. Artículos y ensayos suyos se publican en Cuba y el extranjero. Cuentos suyos se han llevado al teatro y al audiovisual. Ha sido publicado en múltiples antologías en Cuba y el extranjero.
Reos de cuaresma se alza, sin dudas, como una obra sui generis en el contexto de la narrativa cubana contemporánea, todo ello desde el entramado estructural y temático, mas, muy especialmente, desde lo lingüístico-estilístico, a saber, el despliegue de un modus operandi que deja volar con extrema libertad ‒absolutamente ajeno a modas o procederes en boga‒ un estilo rotundo, en extremo inusual, personalísimo y de muy rara belleza. La Mujer parece ser el personaje central de este libro. Cuba y la Mujer deambulan en estas diez historias, suerte de decágono sacro y pagano, en el que bulle y rebulle el amor, el sexo, el desamor, la enfermedad, la muerte, el Arte, la amistad, el absurdo en el que deviene no pocas veces la vida, todo cuanto une y desune, cuanto lleva a ser y empuja a dejar de ser, universo transido de profundo humanismo, ternura cuasi desgarradora y el hálito de una esperanzada desesperanza, que hará cómplice y copartícipe al lector más exigente. Un libro salmo y ensalmo.
Para mis padres.
Para Dane, hijita del alma.
Para Cristy, que me ha abrazado
en las malas y… en las peores.
«Anama anamaba amamabapa».
James Joyce
«¡Papé Satán, Papé Satán, aleppe!»
Dante Alighieri
OberturaI
Las hormigas rojas1
(Larguetto con espressione)
A la memoria de mi abuelo, el coronel del Ejército Libertador Mambí
Rafael Águila y Guiardiniú
El hombre estaba sentado sobre el tronco seco de lo que fuera un algarrobo. Más allá un grupo de hormigas rojas trataba de evadir a la legión de hormigas negras que les cerraba el paso. De vez en vez al hombre parecía interesarle aquello. Desde el sur comenzaba a asomar el turbio gris de ciertas nubes, presagio de algún futuro aguacero. Un mulato fuerte se acercó desde el centro del campamento y habló al centinela, después caminó hacia el hombre que lo miraba todo desde su puesto sobre el tronco. Mi comandante, dijo. Le daba vueltas y vueltas al sombrero, se ajustaba el rifle al hombro y bajaba la vista: no sé cómo ayudarlo. El aludido se incorporó y le puso una mano en el hombro: no hay cómo ayudarme, Palomino, no hay, uno es el hacedor de su propio destino. El mulato parecía dudar, al fin se decidió: ¿por qué lo hizo, mi comandante? El hombre dejó que los ojos se fueran lejos, fijó la vista allá, donde comenzaban a arremolinarse cúmulos y nimbos, el gris que con su pátina parecía asolar y desvaír todo el mediodía. Desde el sur no le llegaron respuestas. No sé, Palomino, hay momentos en los que uno deja de ser lo que ha sido. El mulato lo miró, enarcadas las cejas, por vez primera de frente. El hombre regresó a su sitio sobre el madero, otra vez prestó atención a las hormigas, algunos animales podían resultar muy sabios, desde el tronco explicó que los hombres eran lo que hacían: se me ha juzgado por lo que he hecho, Palomino. El mulato estrujaba el sombrero, el cabello encrespado y rebelde, casi totalmente blanco, contrastaba con lo robusto del cuerpo. Comandante, el coronel Sangenís es contrario al fallo del Consejo, no comparte la orden del coronel Molina, se dice que hará venir al brigadier… usted es amigo del brigadier, ¿verdad? Al hombre le pareció que los nubarrones fortalecían su gris allá, al sur, que el gris amenazaba con avanzar al centro, la llegada del brigadier no le complacía; tendría que dar la cara al jefe, era mejor acabar de una vez. El coronel Sangenís no tiene la razón, Palomino, el brigadier dará curso al fallo del Consejo. El mulato estrujaba a vueltas y vueltas el sombrero: quería decirle, mi comandante…, un grupo de hombres…, leales…, estamos dispuestos… a hacer lo que usted mande. Desde el tronco el hombre le fijó la vista, después la regresó a la tierra, ese sitio en el que maniobraban las hormigas. Palomino, como su superior, agradezca haga oído sordo a lo que acaba usted de sugerir, usted es un soldado, carajo, todo cuanto se le manda, y tenga claro que no lo mando yo, sino la patria, es que sea un militar…, de cuerpo entero, eso es todo cuanto pueden hacer usted y el resto de los hombres, leales sí, carajo, a la patria, eso… si quieren que los respete, ningún hombre vale algo frente a la patria, ahora… retírese. El mulato se alejó, los ojos perdidos, la cabeza al pecho, los brazos colgantes. Era ya de tarde cuando el centinela le hizo saber que el brigadier era esperado antes de la caída del sol, el coronel Sangenís había marchado a su encuentro con el ánimo de exponerle argumentos. El ocaso, a tenor de su gris, había expulsado ya al sol y la brisa de otoño hizo cabecear los árboles, todo lo inundó la tristeza de una luz PM, debajo las hormigas rojas dividieron fuerzas; las de la izquierda, maniobraron para eludir el amplio frente de hormigas negras, el resto presionaba en un sector más reducido. No son estúpidas, se dijo el hombre, asombrado. El ocaso estaba a un palmo cuando el revuelo desde la entrada del campamento dejó claro que se acercaba el brigadier. El hombre maldijo a Sangenís, no dejó de contemplar a las hormigas; las negras las doblaban en número pero carecían de talento para aprovechar la superioridad y el hombre apostó por las rojas. Siempre le había gustado pelear en minoría. El brigadier entró en el campamento justo al romper el ulular de los grillos, no siendo de la estirpe de los que consienten excesos al tiempo el hombre intuyó que muy pronto lo tendría delante, suspiró, se recompuso cuanto pudo las ropas, quitó algunos terrones a las maltrechas botas de montar, las escupió varias veces en función de intentar remover la persistente y añeja capa de polvo. Después se puso de pie, y el rostro, reflejo del gris de las alturas, exhibió la apretada textura del plomo. La tropa desmontó en mitad del vivaque, la distancia y apenas un atisbo de luz dejaban intuir un grupo bastante grande. Aquello desconcertó al hombre, pero se mantuvo impasible, intuía la primera pregunta del jefe y no había logrado atinar respuesta. La oscuridad no fue suficiente para ocultarle el corrillo de los tres oficiales al centro, el brigadier, tan alto como el coronel Molina; Sangenís, el más alto de todos. El hombre deseó tener el poder de hacer regresar el tiempo, vueltas y vueltas al hilo para ovillar las horas. Ovillarlo todo. Deshacer entuertos. Deseó haber muerto en la última batalla, la de Mampostón Verde. Recordó el último de los ascensos, cuando el brigadier le requiriera con aquella voz sincera y fuerte, como de estuco: comandante Estévez, haga siempre lo que deba y me sentiré orgulloso de usted. Y ahora esto. La vida y sus ovillos. Los sino del tiempo. Sus tornas. El destino, quizá. Nadie alcanza a saber los demonios que le bullen bajo la piel. Nadie. Los demonios del destino. Un día afloran, siempre lo hacen. No por gusto son demonios. No hay demonios controlados, demonio que se controla no es demonio. Un rayo sembró una extraña cintilación sobre el campo. El hombre pensó que la presencia del brigadier haría que se duplicaran las postas y los retenes, muchos no dormirían aquella noche, miró al cielo; la Luna, el más natural de los candiles, brillaba rotunda, el bochorno de la tarde parecía desvaído cuando desde el tronco alcanzó a ver al brigadier dejar detrás a los coroneles y avanzar solo, un tic comenzó a saltarle sobre el ojo derecho. El centinela se cuadró. El hombre también lo hizo. Pensó en las hormigas, en las rojas, por las que había apostado, en las negras más tontas, que las duplicaban en número. Los mecanismos para ovillar el tiempo eran una mierda, el tiempo seguía ahí, lineal, irreversible, jodiéndolo y enredándolo todo. Comandante Estévez. Brigadier. Los dos hombres quedaron ahí, de pie, mirándose. Midiéndose. Debería sentir usted vergüenza. Al hombre el tic se le hizo insoportable. La presentación de Alvear el año pasado, ahora… estos hechos de usted… son los sucesos más decepcionantes desde que asumí el mando acá. El centinela se alejó con respeto y los grillos acallaron su ulular. Confío en que al menos alcance usted a explicarse. Al hombre todas las hormigas le ascendieron desde la espalda, abrían huecos en la piel, cauces como de espadas, todo se le arremolinaba, giraba, como si la tempestad se le metiera dentro, la tempestad, las hormigas, los rayos, tajos de sable, todo a un tiempo, todo oscuro, negro, sin Luna. Lo siento, brigadier, no tengo respuestas. Estaban muy cerca el uno del otro y el hombre transpiraba a pesar de la brisa. No tiene respuestas, repitió el brigadier. No las tengo, ratificó rotundo y apesadumbrado el hombre. Otra vez le molestó el tic sobre el ojo, un relámpago iluminó los contornos y la luz hizo deambular sombras chinescas. Usted es abogado, comandante…, y siempre fue… un buen soldado, era además para mí… como un hijo. Al hombre el uso del pretérito acabó de desencuadernarle algo dentro, apretó duro los dientes y bajó la cabeza. Como comandante, como letrado, ¿qué piensa del propósito sobre el que disienten los coroneles Sangenís y Molina? El brigadier lo miraba, las manos anudadas a la espalda. El coronel Molina actúa llevado por la Ley, el Consejo respetó los reglamentos; Sangenis, usted bien lo sabe, es mi amigo personal, se deja conducir por ese sentimiento. Había olvidado citar a Sangenís por su grado y maldijo el desliz, se mantuvo en posición de firmes, las hormigas represándole toda la noche dentro, y el tic, el tic haciéndole crecer montañas sobre el ojo. Habló el abogado y… el hombre, deje usted, por favor, hablar al militar, al jefe, ¿cómo actuaría usted de encontrarse en mi lugar? El hombre advirtió que el ovillo tenía truncos los reintegros del tiempo. No puede separarse uno del otro, abogado, militar, hombre, jefe…, la respuesta es la misma. El brigadier se volvió para contemplar los ecos de un relámpago perdido allá, en el sur. De pronto comenzó a lloviznar, todavía a desgana, eran gotas finas, espaciadas. Gotas como si Dios o el Universo quisieran repensarlo todo, rehacerlo, hacer recular el tiempo. La respuesta es la misma, repitió el brigadier. Lo repitió despacio, silabeando casi, arrancándole a cada palabra el más oculto o críptico significado, después advirtió el tronco reseco, lo palpó y se sentó. Ha sido un día difícil, confesó. Se hizo silencio, un mutismo que el cielo y la tierra respetaron, la tempestad,expectante, guardó en el morral todo el vendaval de ruidos. Siéntense, comandante Estévez. El hombre obedeció, miró al suelo, ahí estaban las hormigas, fue una mirada rápida, no logró saber de qué lado cabalgaban ahora las ventajas. ¿Recuerda cuando me dijo que la patria no era un credo, un jefe, un gobierno… ¿lo recuerda? El hombre asintió. Pues la patria tampoco es lo que usted ha hecho. El hombre volvió a asentir con apenas un movimiento de cabeza. El silencio lo anegó todo. El silencio y dos hombres, dos hombres mirándose, eso fue apenas el mundo, desde el cielo se sumó ahora un haz de rayos. ¿Cree que la tormenta será muy fuerte? Al hombre lo desconcertó la pregunta, dijo que no lo creía; el viento era rápido, viento sur, llovería, mas no como para hacer intransitables los caminos. El brigadier carraspeó y el hombre intuyó que diría algo importante. Se dice que el coronel Urquiza se acerca al mando de una tropa de fusileros, también guerrilleros, quizá gente de por aquí, puede que intenten mañana abrirse paso hasta nosotros, el camino más corto es intentar el vado, ¿cree usted que la tormenta alcance a impedirlo?, usted conoce los vados, conoce como nadie la zona. El hombre lo pensó un poco, el mejor de los vados era el de Piedra Amarilla, no, no habría crecida, en cualquier caso, el vado sería practicable, Urquiza tendría seguramente un práctico, el práctico señalaría el lugar. Así lo expuso. El brigadier quiso saber si Piedra Amarilla resultaba un buen sitio para una emboscada. El hombre se extendió acerca de las virtudes del lugar; como vado era el mejor, eso no le restaba, sin embargo, cierta profundidad, la suficiente para impedir una rápida maniobra a la infantería, y aun a las cabalgaduras, del lado oriental todo era llano, pero el occidental era propicio; terreno escabroso, huecos, piedras, hierbas altas, todo en declive hacia las márgenes del río. Mañana vamos a dar batalla a Urquiza, sostuvo el brigadier. El hombre quiso exponer algunas ideas y pidió autorización para ello. La tropa podría dividirse en dos secciones; unos quedarían del lado oriental, el resto se ocultaría en la otra orilla, una vez que la mitad de la tropa de Urquiza haya puesto pies en el lado opuesto, los mejores tiradores hostigarían desde la ribera occidental a los que todavía en el agua intentasen el vado, el centro de Urquiza estaría en el río, a merced de tiradores bien parapetados a sus espaldas; la retaguardia recibiría el ataque desde lo alto, la vanguardia quedaría aislada. El brigadier quedó callado un rato, hizo varias preguntas, después carraspeó, estuvo conforme y se levantó. El hombre también lo hizo. Se hará como usted ha expuesto, comandante, una lástima no le sea posible dirigir a los hombres del lado occidental. Los dos quedaron en silencio, mirándose. ¿Ya ha escrito a su señora madre? El hombre explicó que a la espera de la decisión final no se le había provisto de lo necesario. Daré las debidas providencias, aseguró el brigadier. El viento se tornaba cada vez más rudo, volaban hojas de árboles y el aire llevaba y traía olor a bosque húmedo, a vida. Los mosquitos, que solían inundarlo todo a aquellas horas, habían desaparecido. Dispondré se le sirva comida. El hombre agradeció aquellos gestos, en especial la oportunidad de escribir la carta. No sea irónico, Estévez, sabe que me agradaría hacer mucho más. El brigadier llevó los ojos al sur, la lluvia y la Luna se confabularon para hacerle brillar pequeños círculos de agua desde el cabello. La guerra se va a ganar, Estévez, pero le juro… carajo, me habría gustado ganarla con usted. El hombre no supo qué decir, intentó una disculpa, pero apenas iniciada prefirió callar, deseó ser algo bien minúsculo, la lluvia, un mosquito, una hormiga, preferentemente roja. El brigadier le deseó buenas noches, y lo miró muy fijo y largo a los ojos antes de darse la vuelta, a los dos pasos tornó a mirarle: los reglamentos exigen la degradación, alguna vez se hace necesario… violarlos…, yo no voy a degradarlo, puede conservar además su arma de reglamento. El hombre agradeció otra vez, aprovechó para alertar acerca de mayor profundidad en la margen occidental del vado, aquel, dijo, era un detalle que no podría olvidarse. El brigadier lo miró largo y ceñudo, después se fue. El hombre pateó la tierra varias veces, se detuvo a observar a las hormigas, las rojas habían logrado evadir el cerco de las negras y marchaban dando un largo rodeo con su botín de hojas. Desde el sur arreciaban los relámpagos, se acercó una patrulla con órdenes, le llevarían a cubierto, bajo techo, allí encontraría lo necesario para escribir. Dentro del bohío un pabilo encendido inundaba el aire, la llama se inclinaba hasta anularse cuando desde la puerta daba tumbos algún brazo de aire. Le sirvieron ñame y algo de carne, para beber zumo de naranjas agrias y miel. El hombre no lo tocó. Tomó el papel y lo fechó, apretó duro los dientes: madre mía, escribió. Al amanecer se lucharía en el vado y pensar aquello hizo que el hombre sintiera envidia. Miró aquellas dos palabras en la carta, está mal, pensó, tendría que emplear caracteres claros, amplios, que la anciana lograra entenderlos. Desde afuera arreciaban los silbos del viento, los hombres, quizá llamados al orden por la presencia del brigadier, hacían silencio. Querida madre, escribió, y esta vez fueron letras grandes, redondas, lo leyó, y las palabras liaron bártulo para correr lejos, a la grupa de todas las alimañas del monte, para él todo quedó plano, blanco. El viento y la lluvia comenzaban a amainar cuando llegó el piquete. Un oficial, seguramente de los arribados con la tropa del brigadier, lo conminó a seguirle: es hora, comandante, créame que me entristece mi mandato. El hombre dejó sobre la mesa de tosco madero el pliego doblado. Caminaron unos diez minutos, los grillos y la lluvia llenaban la noche de una sinfonía a dos voces, un contrapunto de frescura y muerte. Erguido, firme, sereno, el hombre pensó en las hormigas, en las rojas, pensó que las negras las doblaban en número, calculó mal y las balas se adelantaron, no logró la última de las palabras de las tres que armaban la frase; solo alcanzó a dar vivas al país, no a desearlo libre. Se hizo parca la lluvia, a un lado y otro se levantaron montículos de tierra mojada, Palomino, el mulato robusto, se movía entre los que abrían el hueco. Con respeto, casi con veneración, el mulato descalzó al cadáver y se sentó sobre la tierra mojada para ajustarse las botas. Cumplía un acuerdo de meses atrás; el que quedara con vida tomaría una prenda del difunto. La llovizna, muy fría, parecía anegarlo todo y el viento silbó desde el lomerío. Las hormigas rojas dejaron atrás uno de los montículos y tropezaron con el cuerpo sin vida del hombre, un grupo le anduvo encima, pero la mayoría no supo qué hacer. Algunas se adelantaron, bordearon los charcos de agua y sangre para regresar y dar la confidencia. Lentas, concienzudas, el grueso bordeó el cuerpo y se alejó con su carga de hojas verdes. El viento feraz hizo cabecear los pinos y desde el cielo la lluvia y el gris, sobre todo el gris, se liaron en un fárrago de muerte, agua y aire.
1 Solenopsis invicta, una de las 280 especies del género Solenopsis, orden de los himenópteros, depicadura dolorosa que deja pústula en la piel, para medir los pasos dados utilizan podómetro interno, loshumanos, al carecer de podómetro, equivocamos pasos. Rojo, color de la sangre arterial humana, fotorecepción de luz cuya longitud de onda oscila entre 618 y 780 nm, del latín rüsseüs, derivado del Protoindoeuropeo reudh, el término comenzó a usarse en idioma castellano en el siglo xv. Larvatus prodeo,solía decir Descartes.
No Hodgkin2
(Adagio presto)
«Benedicta tu in mulieribus…»
Lucas 1:42
La avenida allá iluminada, en esta calleja todooscuro, detrás del árbol una sombra, algo se mueve, algo allí, en el parterre, una silueta, algo se inclina hacia delante, una figura rara, la poca luz no deja ver, casi colgante la cabeza, las manos sobre el árbol, alguien oculto, sí, alguien oculto allí, alguien con un cuchillo, un arma detrás del árbol, alguien y dame el reloj, el dinero, por eso me detuve, a la poca luz el cabello parecía muy corto, casi al rape, un loco, un preso fugado, eso a la poca luz, alguien que se arquea, una giba, una ondulación, las manos siempre sobre el árbol, las dos manos, no, nadie se oculta así, por eso me acerqué, me atreví: ¿le pasa algo?, otra vez la giba, la ondulación, vomitaba, un borracho, un borracho que vomita, otra vez se dobló adelante: ¿puedo ayudarlo?, reincidí en preguntar, que me muero, dijo, y no, no era voz de borracho, era voz menuda, siseo de muchacha, me acerqué, todavía lento, todavía desconfiado, la oscuridad no dejaba ver mucho, no dejaba ver el rostro: ¿te ayudo?, una muchacha, sí, bastante delgada: llévame a los bancos, quiero… sentarme, lo pidió y me echó el brazo por encima, no era alta, olía a vómito, un olor rancio y agrio, quise saber si había tomado, ¿tomado qué?, yo que si alcohol, la voz menuda confesó haber tomado algo, el fraseo largo, el nombre raro, raro para una bebida, cruzamos la avenida, caminaba despacio, inhalaba todo el aire de la ciudad, así, la animé, respira, respira profundo, eso evitará que sigas vomitando, ella apoyada en mi hombro, el peso nimio, breve, no supe qué podría haber estado haciendo allí, en el parterre, sola, en mitad de la noche, el cabello muy corto, unos pocos milímetros, alguna horrible moda nueva, en el parterre y vomitando, a la luz de la avenida la miré y no era fea, no, tenía ojos grandes, eso sí, y pómulos hundidos pero no era fea, delgada sí que era, unas cien libras, tal vez menos, gracias, dijo, nos sentamos en un banco, hasta ese instante no creo me hubiera mirado, de pronto volteó el rostro, una arcada, una sola, quedó así, inclinada, esperando el vómito, puedo llevarte a un hospital, hice saber, pero ella cerrados los ojos, yo que temeroso la miro, quizá haya tomado algo jodido, tal vez haya intentado suicidarse: ¿lo que tomaste te provoca esto?, haces muchas preguntas, se quejó, quiero ayudarte, para ayudarte necesito saber qué tomaste, preguntó si tenía dinero, asentí, cómprame allí… una cerveza, me negué: nada de cerveza, estás vomitando, pálida... ¿estás borracha?, respiró profundo, ojalá, dijo, y juró, juró no haber probado alcohol: la cerveza… me quitará el sabor… asqueroso… que tengo en la boca, al fin me miró, de frente, ojos grandes, grises, pómulos muy hundidos, voy y te compro un jugo, propuse, me miró, decepcionada: eres un tipo… aburrido, yo que sonrío; ¿qué sabor quieres?, ¿manzana?, es digestivo, se encogió de hombros, crucé, en el expendio no había manzana, opté por la pera, según se decía era también digestiva, al primer sorbo se quejó del ácido, quiso que compartiéramos jugo, no, eres tú quien lo necesita, no es contagioso, dijo, y sonrió, tomó el jugo lento, entre respiración y respiración un sorbo, oxígeno y jugo, aire y pera, buenos remedios, naturales, por momentos llevó el líquido a un lado y otro de la boca, eso para después pedir disculpas: lo siento, no es educado, pero necesito quitarme el mal sabor, así dijo, abultaba los carrillos y el líquido hacía parecer algo más llenos los pómulos, veinte libras más y muchacha normal, veinte libras y quince centímetros de pelo, ese dúo y muchacha linda, ahí estaban otra vez los aspavientos por el ácido, melindres, después el amago de sonrisa: está rico, gracias, otra vez respiró profundo, el aire todo de la avenida, aire como si la última vez, aire como si no llegara suficiente, cerró los ojos, las manos sobre el abdomen, así un rato, así hasta eructar, un eructo sonoro, eso y la sonrisa, burlona: espero sepas disculparme. Precisamente entonces comenzó a batir el viento, a mover las hojas de los árboles, me alegré, el viento ayudaría: ¿te sientes mejor?, un asco la pera, declaró, mejor la cerveza, pero al menos no tengo sabor a vómito en la boca. La miré, ahora tenía mejor aspecto: allá, en el parterre, pensé me asaltaría un delincuente, dijo no saber qué era un parterre, ese sitio a un lado de las aceras, aclaré, con tierra y plantas sembradas, parterre, repitió, nunca había escuchado la palabra, el viento dejó de mover las hojas de los árboles y ella sacó un espejo, uno pequeño: estoy hecha una saltimbanqui, por eso piensas que estoy borracha. Un semicírculo muy oscuro debajo de los ojos, muy expresivos los ojos, grises los ojos, lo único que brillaba en ella eran los ojos, los ojos y la voz, el resto apagado, un apagado colgante y umbroso, yo: ¿estás mejor?, ella: muriéndome, pero mejor, lo dijo y quedó muy seria, mirando adelante, respirando ahora normal, la porción exacta de aire de la avenida, la que le correspondía, los ojos enormes, las manos sobre los muslos, unos muslos delgados, filamentos casi, las uñas cortas, cortas y sin pintura, puedes irte, tu labor caritativa para con la sufrida humanidad terminó, el tono burlón, seco, parecía una conclusión, un cierre al vómito, el parterre, el cruce de la avenida, el banco y el jugo, mi labor estará concluida cuando te deje en tu casa, eso dije yo, ella que si era religioso: ¿Dios, Mahoma, Obbatalá, Jehová, el gran espíritu universal?, no, soy ateo, ella: ¿cura, monaguillo, obispo, babalawo, curandero?, ateo, repetí, antes de hablar otra vez respiró hondo: veamos si al menos eres un ateo… culto, ¿eres… filántropo? Intuí que deseaba crearme problemas con la palabra, amor a la humanidad, traduje, sinónimos… misericordioso, magnánimo, bondadoso, ¿basta con tres? Al menos no eres un tarado, concluyó, sin mirarme, soy periodista, dije, ella que si no escribía para el Washington Post o al-Jazeera era un tarado, quise saber por qué esos medios de prensa, ella que los del Post habían hecho renunciar a un presidente, Nixon, ese era el nombre del presidente, eso antes de que yo naciera, de al-Jazeera… me gusta el nombre. La muchacha sabía de Richard M. Nixon, era experta en Watergate y en el Emirato de Qatar, a esa edad pocas sabían de Richard M. Nixon, Watergate o Qatar. Tú… ¿qué haces tú?, quise saber. Cuarto año de Medicina, fue la respuesta. Un grupo de jóvenes se sentó allá, muy cerca, dos llevaban guitarras, unos coreaban a Fito: quién dice que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón, el resto intentaba silenciarlos: the answer, my friend, is blowin’ in the wind, the answer is blowin’ in the wind, la muchacha se volteó y otra vez fue la giba, la ondulación, el vómito, respira profundo, pedí, mantuvo los ojos cerrados, una de las manos sostenía los pliegues de la blusa, de llegar el vómito no los mancharía, me gusta Bob Dylan, admitió después, y abrió los ojos. También a mí, dije. En ese instante llegó el sonido del móvil, se demoró leyendo el sms, mi pareja, anunció, quiere que regrese, discutimos, me ha estado buscando. ¿Por qué no le escribes?, lo tranquilizas. Sonrió: que sufra… un poco, eso estimula…ciertos neurotransmisores, así dijo, los muchachos de las guitarras, todos, coreaban ahora a Bob Dylan, aseguraban que la respuesta estaba en el viento: the answer, my friend, is blowin’ in the wind, una canción de los años sesenta, millones habíamos estado buscándolas, buscándolas a ellas, a las respuestas, millones, en el viento, debajo de la tierra, en el agua, millones, pero no las habíamos encontrado. Cuando te sientas mejor te acompaño a tu casa, avisé, al menos te dejo cerca. Tal vez Bob Dylan había dicho la verdad y la respuesta estaba en el viento, tal vez siempre había estado en el viento, pero el viento era terco, el viento la tenía bien guardada, el viento se negaba a darla. Me miró: vamos a esperar… todavía un poco, me siento débil, le hice saber que estaba dispuesto a aguardar la salida del sol allí y sonrió: ¿tu labor caritativa para con la sufrida humanidad?, soy todo un filántropo, admití, los dos reímos, la sonrisa, la suya, era a un tiempo burlona y sincera, dos muchachos discutían allá sobre la afinación de una guitarra, uno la había prestado, el otro al parecer se había afanado moviendo clavijas, a mi lado la chica hablaba, miraba al cielo y hablaba, llevaba dos años con aquella pareja, vivían en un alquiler, eso contó, de la madre nada dijo; el padre era militar, alto oficial, piloto, no vivía en la ciudad, pregunté si estaba enamorada, se encogió de hombros: no sé qué significa… la palabra, detrás no creo haya algo… palpable, las palabras transmiten lo existente fuera de ellas, aseguré, se rió: ¿eso enseñan en la Facultad de Periodismo?, a ver, pareces un tipo…inteligente, ¿cuántos años tienes?, treinta y ocho, ella que ufff: eres una momia, a propósito de momias…, dijo, hoy no se momifica cadáveres, ¿verdad?, asentí, no obstante pensé en Lenin, Kim Il Sung, Mao, todos momias detrás de un vidrio, tampoco se construyen pirámides, siguió ella, pensé en la pirámide de cristal a la entrada del Louvre, pues un día se momificó cadáveres, y un día se construyeron pirámides, continuó ella…, un día pudo haber existido el amor, lo dijo y me miró, burlona, me proponía argumentar algo pero ella tornó a llevar el rostro a un lado y otra vez fue la giba, la ondulación, varias las arcadas, se mantuvo así un rato, abrió los ojos: ¿de verdad vas a acompañarme a la casa?, y yo: cuando digas, ¿estás mejor?, y ella: tan mejor que me voy a morir pronto, era la tercera vez que hablaba de morirse, ¿desde cuándo tienes esas náuseas?, quise saber, los chicos de las guitarras ahora cantaban algo de Silvio: una mujer se ha perdido…, los amores cobardes se quedan ahí, no se saben la canción, señores, no se la saben, se quejó una de las muchachas, tengo un linfoma, dijo, más allá los muchachos voceaban, reían, se disputaban las guitarras: ni el recuerdo los puede salvar, más acá yo no supe qué hacer, qué decir, más acá era un linfoma, y el viento movía las hojas de los árboles, el viento que no tenía respuestas y la muchacha del parterre que un linfoma, podría llegar un vendaval, un huracán de los más fuertes, podían aparecer todas las respuestas, ser bondadoso el viento y abrirnos el cofre, pero era un linfoma, un linfoma era un cáncer, contra eso el viento no puede, las respuestas no pueden, ni Bob Dylan ni Fito pueden, nadie puede. ¿Sabes qué es?, inquirió. Un… tumor, me atreví a decir, sonrió: pues eso…, eres una momia… bien informada, un tumor… maligno, originado en células del sistema inmune, los hay Hodgkin y no Hodgkin, el mío es… del segundo tipo, no Hodgkin, un LCGBMP, Linfoma de Células Grandes B Mediastinal Primario, lo recitó y me miró, la palabra tumor por sí sola aterraba, el resto era como para desmayarse, ese LCG… no Hodgkin es… ¿mejor o peor?, atiné a preguntar, ella: la Oncología no es como tu Periodismo, el pronóstico depende de… muchos factores…, histología, estadificación, la edad del paciente…, cualquiera puede irse al hoyo, la Oncología es compleja… y los tumores… unos cabrones, la escuché y pensé podría estar burlándose, contando una historia dramática: un novelón, aventuré, un novelón para después reírte, reírte de mí, me miró: no seas imbécil, nadie se burla de su muerte, tal vez los héroes o los locos, los héroes… me dan urticaria, y los locos… los locos me encantan… pero no soy de ese grupo, después llevó otra vez la cabeza más allá del espaldar, las manos sobre el extremo superior de la blusa, eso y la giba, eso y el vómito, amarillento el vómito, y hubo viento, sí, pero no ayudó, no ofreció respuestas, hubo viento y todo quedó vacío, viento pero sin cofre, vendaval pero sin aire, viento y vómito, solo eso, ahí se fue parte de tu jugo, dijo, con el pañuelo le limpié el mentón, la boca, el labio inferior era fino, el superior abultado, sobre todo al centro, ella se dejó hacer, más allá ahora los chicos cantaban otra canción, desconocida, algo suave y meloso, alguien mencionó stair way to heaven: esa, caballeros, esa, ¿quién se la sabe?,gracias, filántropo, dijo ella, yo tenía muchas preguntas pero no sabía hacerlas, las tragedias existen, uno no las palpa, no las ve, no aparecen cerca, uno sabe que existen, en teoría, aparecen en algún sitio, afectan a otro, algún prójimo las sufre, algún otro se muere, pierde un ojo, se le gangrena un pie, eso ha escuchado uno, eso ha ocurrido a montones de gente, uno ha escuchado los comentarios, uno ha visto las pelis, ha leído los libros, casi siempre malos libros, malas pelis, libros o pelis en los que siempre se muere la mujer, nunca el hombre, vaya a saber Dios por qué, como si los hombres no enfermaran, no murieran, la vida como burdo melodrama falocéntrico, y estaban las telenovelas, mexicanas o colombianas o brasileñas, sin olvidar las turcas, estaba todo eso, ahora sin embargo tenía el drama delante, el drama a un palmo, a un lado, no en un guion de O Globo o Televisa, no, ni libro ni peli, el drama frente a mí, escasa la piel, casi nulos los cabellos, un Hodgkin, decía, y más allá unos jóvenes, guitarras, y ella: un Hodgkin, eso y una canción desconocida, melosa, un Hodgkin y más allá alguien deseando stair way to heaven, eso allá,frente a mí las ojeras, las uñas sin pintar, el cuerpo finísimo, cien las libras, tal vez menos, y el drama, la giba, las manos que otra vez sostenían el extremo superior de la blusa, sobre el césped otra vez aquel líquido amarillo, bilis, jugo de pera o mezcla de ambos, canten stair way to heaven, reincidía en pedir allá la voz, ciertas escaleras llevan al cielo, otras a un no Hodgkin, uno mediastinal y células B, cualquiera fuera el significado de aquella jerga, el viento soplaba duro ahora desde el norte, el viento y a un lado aquella voz, viento pero sin respuestas, viento y menuda la voz, siseo de muchacha: un sesenta por ciento de los pacientes son mujeres; la edad promedio… los treinta años; la raza blanca; un sesenta y cinco por ciento es diagnosticado en… estadios localizados; un setenta tiene una gran masa tumoral, todo eso enumeró la voz, menuda la voz, manos sobre los muslos, filamentos los muslos, lo dijo y O Globo y Televisa lejos, del otro lado de la galaxia, de este lado sus ojos, expresivos los ojos, de este lado los árboles, tristísimos los árboles, clorofila y verde los árboles, todo acompasado, uniforme, y el viento, sí, el viento, sin una sola respuesta el viento pero fuerte, llegando desde el norte, los chicos de la guitarra cantaban al fin stair way to heaven