Rescate por amor - Furia y pasión - Melodía de pasión - Emma Darcy - E-Book

Rescate por amor - Furia y pasión - Melodía de pasión E-Book

Emma Darcy

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Beschreibung

Rescate por amor Emma Darcy A los dieciséis, Ric Donato había amado a Lara Seymour, pero pertenecían a mundos diferentes y la frustración había llevado a Ric a rebelarse. El tiempo lo obligó a crecer y no volvió a mirar atrás. Años después, era un hombre de éxito que conseguía todo lo que deseaba. ¿Todo? Cuando Lara volvió a aparecer en la vida de Ric, estaba más bella que nunca, y tan lejos de sus posibilidades como siempre. Furia y pasión Emma Darcy Mitch Tyler había dejado atrás su oscuro pasado y se había convertido en un abogado de éxito. Con su fuerza y su inteligencia, era el único que podía proteger a Kathryn Ledger, la bella secretaria de su amigo Ric Donato. Por mucho que fingiera estar haciéndole un favor a su mejor amigo, lo cierto era que Mitch se estaba volviendo loco por ella. Pero tenía que ocultar la atracción que sentía porque ella estaba prometida... Melodía de pasión Emma Darcy Cuando el millonario Johnny Ellis heredó parte de Gundamurra, el rancho de ovejas que con tanto cariño recordaba de su juventud, lo último que le interesó fue el dinero. Pero la oportunidad de ayudar a recuperar el negocio lo impulsó a regresar. No había previsto la hostilidad con que lo iba a recibir su nueva socia, Megan Maguire. Megan había pasado años intentando olvidarse de la atracción que sentía por Johnny...

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Seitenzahl: 424

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 55 - noviembre 2021

© 2004 Emma Darcy

Rescate por amor

Título original: The Outback Marriage Ransom

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

© 2004 Emma Darcy

Furia y pasión

Título original: The Outback Wedding Takeover

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

© 2004 Emma Darcy

Melodía de pasión

Título original: The Outback Bridal Rescue

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2004, 2005 y 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-1105-229-0

Índice

Créditos

Rescate por amor

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Furia y pasión

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Melodía de pasión

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

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Prólogo

El primer día en Gundamurra

La avioneta se dirigía hacia una pista de tierra. Además de los edificios del rancho ovejero de Gundamurra, no había nada más, sólo un paisaje desierto, interminable, con algún árbol pelado. Ric habría deseado llevar con él la cámara fotográfica que había robado. Allí podría hacer unas fotos preciosas.

–Estamos en medio de ninguna parte –suspiró Mitch Tyler–. Empiezo a pensar que hemos cometido un error.

–No –dijo Johnny Ellis–. Cualquier cosa es mejor que estar encerrados. Aquí, al menos, podremos respirar.

–¿Qué, arena? –se burló Mitch.

La avioneta aterrizó, levantando una nube de polvo.

–Bienvenidos a Gundamurra –dijo el policía que los escoltaba–. Y si queréis sobrevivir, recordad que de aquí no se puede salir.

Ninguno de los tres le hizo caso. Tenían dieciséis años y, a pesar de lo que la vida les había deparado, iban dispuestos a sobrevivir como fuera. Además, Johnny tenía razón, pensó Ric. Seis meses trabajando en un rancho ovejero tenía que ser mejor que un año en un reformatorio.

Él, por ejemplo, no soportaba la autoridad. Y esperaba que el tipo que dirigía el rancho no fuese un tirano.

¿Qué había dicho el juez cuando los sentenció? Algo sobre recuperar los valores morales. Un programa que les enseñaría la realidad de la vida. En otras palabras, que tendrían que trabajar para sobrevivir, no estafar a los demás. Para él, era fácil decir eso, sentado en su estrado, con su sueldo del gobierno...

Pero en su mundo no había seguridad.

Nunca la hubo.

Robar lo que uno quería era la única forma de conseguirlo. Y Ric deseaba muchas cosas.

Aunque robar un Porsche para impresionar a Lara Seymour había sido una soberana estupidez. La había perdido, eso seguro. Una chica rica como ella nunca saldría con un tipo condenado por robo.

La avioneta se detuvo al lado de un jeep Cherokee, conducido por un hombre muy alto, de hombros anchos, con el rostro surcado de arrugas y el pelo gris. Debía tener más de cincuenta años, pero su apariencia era formidable. Aunque a él el tamaño le daba igual. Si se le ocurría ponerle una mano encima...

–Mira, John Wayne –se burló Mitch, tan irónico como siempre. Podía ser una pesadez convivir con él.

–Pero sin caballo –comentó Johnny, con una sonrisa en los labios.

Sería más fácil convivir con él, pensó Ric.

Johnny Ellis seguramente había decidido que ser afable reportaba múltiples beneficios, aunque era lo suficientemente grande y fuerte como para pelearse con cualquiera. Tenía los ojos pardos y el pelo rubio, que le caía sobre la frente.

Lo habían pillado vendiendo marihuana, aunque él juraba que sólo era para unos amigos músicos, que la habrían comprado en cualquier otro sitio.

Mitch Tyler era un tipo muy diferente, acusado de pegarle una paliza a un hombre que había violado a su hermana. Aunque no arguyó eso en los tribunales porque, según él, no quería ensuciar el nombre de una adolescente. Era alto, pelo oscuro, ojos azules... su actitud era siempre de una violencia contenida.

Ric era de tez bronceada, herencia de sus abuelos italianos, pelo oscuro, ojos castaños y el típico aspecto que gustaba a las chicas. A cualquier chica. Incluso a Lara Seymour. Pero el aspecto físico no lo era todo en la vida. Había que tener dinero. Y las cosas que podían comprarse con dinero. Era la única forma de luchar contra la diferencia de clases.

La puerta de la avioneta se abrió en ese momento y el policía les dijo que tomaran sus mochilas. Unos minutos después, los tres empezarían una nueva vida, de la que no sabían nada.

La presentación hizo que Ric se pusiera un poco tenso.

–Aquí están sus chicos, señor Maguire. De las calles de la ciudad al campo, a ver si aprenden, aunque sea a golpes.

El señor Maguire, que parecía más grande de cerca, miró al policía con cara de pocos amigos.

–Aquí no hacemos las cosas así.

Lo había dicho sin levantar la voz, pero en su tono había una autoridad impresionante.

–Soy Patrick Maguire. Bienvenidos a Gundamurra. En el idioma aborigen, significa «buen día». Y espero que algún día os parezca que así fue el día que pusisteis los pies aquí.

Ric pensó que no le importaría darle una oportunidad a aquel tipo.

–¿Cómo te llamas? –le preguntó a Mitch.

–Mitch Tyler –contestó él, estrechando su mano.

Johnny alargó la mano también.

–Johnny Ellis. Encantado de conocerlo, señor Maguire –dijo, con una de sus encantadoras sonrisas.

Ric vio que él sonreía también. No era ningún tonto, pensó al sentir sobre sí la sabia mirada del hombre.

–Ric Donato –murmuró, estrechando su mano. Fue un apretón cálido, que borró en parte la angustia de estar en aquel sitio.

–¿Nos vamos? –preguntó Maguire.

–Yo estoy listo –contestó Ric.

Estaba dispuesto a comerse el mundo.

Y a conseguir a Lara.

No podía quitársela de la cabeza. Quizá no lo conseguiría nunca. Clase, eso era lo que ella tenía. Por el momento, no podía estar a su altura, pero lo estaría algún día.

De una forma o de otra, llegaría donde quería llegar.

Capítulo 1

Dieciocho años después...

Ric Donato estaba en su despacho de Sidney con su secretaria de dirección, Kathryn Ledger, echando un vistazo a las fotografías de los famosos que habían acudido al festival de cine australiano. Ése sería el número de aquella semana. Los fotógrafos, algunos tan famosos como las estrellas, otros simples paparazzis, se las enviaban por Internet y su equipo elegía las mejores para venderlas a revistas de todo el mundo.

Clase, siempre clase, pensaba Ric con considerable ironía. Eso era lo que vendía su agencia, en Australia, en Los Ángeles, en Nueva York, en Londres.

Las tristes fotografías que él había hecho como reportero de guerra le habían conseguido muchos premios y respeto en la profesión, pero el atractivo de esas fotografías era limitado. Pronto aprendió que eran las fotos bonitas las que se vendían en todas partes. La gente quería ver clase, dinero, fama. No querían saber nada del sufrimiento y la muerte.

Concentrarse en eso le había dado buenos resultados. A los ricos y famosos les gustaba su agencia porque garantizaba que sus vidas privadas permanecerían de ese modo, privadas. Incluso alertaban a los fotógrafos que trabajaban para él sobre cuándo podían hacerles alguna foto interesante, mientras que éstas fueran beneficiosas para ellos. Y las revistas pagaban mucho dinero.

Todo el mundo estaba contento.

La fórmula mágica del éxito.

Clase.

Era el pasaporte al paraíso, al menos en términos de dinero y aceptación en los mejores círculos. Eso era algo que Ric había sabido por instinto a los dieciséis años, que olvidó a partir de los veinte y aprendió de nuevo a tiempo para construir lo que se había convertido en un imperio que valía millones de dólares.

Kathryn descargó otra fotografía del aeropuerto, más estrellas de Hollywood, pensó Ric, mirando sin mucho interés... hasta que una cara llamó su atención.

¿Lara?

Tenía la cabeza agachada y llevaba gafas de sol. ¿Eso que había sobre su pómulo izquierdo era un moratón? También tenía los labios un poco hinchados...

Entonces miró al hombre que la acompañaba. Era Gary Chappel, su marido, heredero y presidente del imperio de residencias sanitarias que había levantado su padre. Millonario y tan atractivo que podría haber sido modelo.

Pero en aquella foto no parecía tan atractivo. Con los labios apretados y un brillo amenazador en los ojos, tenía un aspecto temible.

Lara caminaba con la cabeza baja y él la sujetaba por la cintura con una mano y del brazo con la otra.

–Mira esta foto. Esto sale en las páginas de cotilleos –murmuró Kathryn.

Gary y Lara Chappel, una pareja de la alta sociedad australiana, eran considerados como uno de los matrimonios más atractivos del país. Ric había visto muchas fotografías suyas, pero nunca como aquélla.

–¿La borro? –preguntó su ayudante.

–¡No!

Kathryn levantó la mirada, sorprendida.

–No es una fotografía bonita, Ric.

–Hazme una copia y compra los derechos.

–Pero...

–Si no la compramos nosotros, lo hará otra agencia y, como tú misma has dicho, acabará en las páginas de cotilleos. No quiero que nadie publique esto –dijo él entonces.

–Nosotros no tenemos por qué proteger a nadie –le recordó Kathryn.

Su secretaria estaba entrenada para lidiar con todos los asuntos de la empresa cuando él no estaba en Sidney y Ric confiaba en su buen juicio. Pero aquello era personal. Muy personal. Y no podía tomárselo a broma.

Curioso que siguiera importándole después de tantos años y sin haber vuelto a tener contacto con Lara Seymour desde que lo llevaron a Gundamurra... Sin embargo, aquella fotografía, en la que claramente se la veía maltratada por su marido, le resultaba insoportable.

Pero Kathryn lo miraba como si hubiera perdido la cabeza...

Kathryn Ledger, ojos verdes, pelo castaño cortado a la última, bonita cara, bonita figura siempre con elegantes trajes de chaqueta. Una chica muy atractiva, en resumen, y con la cabeza bien amueblada. Ric sentía un gran aprecio por Kathryn y le deseaba lo mejor en su próxima boda.

Sin embargo, nunca le atrajo como mujer, nunca sintió por ella lo que había sentido por Lara Seymour.

Para él, Lara era la viva imagen de la femineidad: delgada, idealmente proporcionada, con una melena rubia que caía por su espalda como una cascada de oro, un rostro de facciones aristocráticas, ojos de un azul tan brillante como el cielo en verano, una sonrisa que era a la vez tímida e invitadora, una piel perfecta que él soñaba con acariciar.

Había entendido la expresión «cuello de cisne» al ver cómo Lara movía la cabeza. Además, caminaba como una bailarina.

Todo en ella hablaba de la mística femenina, de lo inalcanzable, empujándolo a... pero eso pertenecía al pasado.

–Lara y yo nos conocemos hace tiempo, Kathryn –dijo en voz baja–. Y a ella no le gustaría que se publicara esta foto.

–¿Lara Chappel y tú? –preguntó su ayudante, incrédula.

–Lara Seymour...

–¿Es ella la razón...? –Kathryn no terminó la frase, mirando de nuevo la pantalla–. Déjalo. Te haré una copia de la foto.

–¿La razón de qué?

–No es asunto mío, Ric.

–Dilo de todas formas.

Ella se encogió de hombros.

–La gente habla de ti, ya sabes. Eres uno de los solteros más cotizados del mundo. Podrías haberte casado con cualquier mujer y sin embargo...

–¿Sin embargo qué?

–Nunca has tenido una relación seria.

–Porque tengo cosas más importantes que hacer, Kathryn –sonrió Ric.

–Ya, claro –murmuró ella, ocupándose en imprimir la fotografía.

Sí, le resultaba fácil salir con cualquier chica atractiva, pero la atracción nunca duraba mucho. Sus relaciones solían terminar pronto, cuando se daba cuenta de lo «encantadas» que estaban esas mujeres con lo que él podía darles. No lo conocían, sólo estaban interesadas en él por su dinero, por su poder, por sus contactos.

Desde luego, había conseguido lo que quería: llegar arriba, a lo más alto. El mundo era suyo. Tenía apartamento en Londres, en Nueva York y en Sidney, éste con una magnífica vista del puerto. También tenía coches de lujo, un Jaguar en Londres, un Lamborghini en Nueva York, un Ferrari en Sidney.

Entonces recordó el Porsche que una vez robó para impresionar a Lara. Podría haber comprado uno, pero no quería. ¿Por qué acordarse de las frustraciones, de la derrota? Aunque él ya no era un crío, como entonces. ¿O sí?

¿Alguien podía escapar del pasado?

Kathryn le dio la fotografía y Ric la miró, sintiendo que volvía a aquel momento, cuando Lara Seymour era lo más importante de su vida, lo único que deseaba.

–¿Tienes un sobre? –preguntó.

–Sí, claro.

–Hazme cinco copias más y guárdalas en la caja fuerte. Luego, borra la fotografía.

Ella asintió.

–¿Cuánto debo pagar por el copyright?

–Me da igual –suspiró Ric, guardando la fotografía en el sobre–. Intenta negociar un buen precio, pero no importa lo que cueste. Quiero ese negativo.

–Muy bien –murmuró su ayudante, mirándolo con expresión de sorpresa.

También eso le daba igual. Tenía la impresión de que Lara estaba pasando por un mal momento con Gary Chappel... y la fotografía había sido tomada en el aeropuerto. ¿Estaría Lara intentando huir?

La violencia doméstica tenía lugar en todo tipo de familia y, a menudo, se escondía por vergüenza. Y por miedo. Su propia madre había sido víctima de un maltratador y murió cuando él era un niño. Entonces había sido demasiado pequeño para protegerla y cada vez que lo había intentado se había llevado una paliza. Al menos, su padre había ido a la cárcel por ello, pero Ric nunca olvidaría el miedo que sintió al testificar contra él.

Si Lara estaba teniendo un problema parecido...

Ric apretó los puños mientras bajaba al garaje en el ascensor. No era asunto suyo, se dijo. Pero no podía hacer como si no supiera nada.

Ya no era un niño.

Era un hombre rico.

Con clase y dinero para quemar, si le apetecía.

Y estaba a la altura de Gary Chappel.

Se alegraba de llevar su traje favorito de Armani porque había quedado a comer con Mitch Tyler. Los abogados siempre llevaban traje de chaqueta y Mitch era uno de los abogados más prestigiosos de Sidney. También él había llegado donde quería. Y Johnny Ellis, que tenía varios discos de platino, y no sólo en Australia.

Después del tiempo que pasaron en Gundamurra seguían en contacto y se veían siempre que les era posible.

Ninguno de los tres se había casado.

Mientras subía a su Ferrari, Ric se preguntó si Johnny y Mitch habrían tenido los mismos problemas que él con las mujeres. En realidad, seguramente ellos se entendían mejor de lo que podría entenderlos cualquier mujer. Y le gustaría pedirle ayuda a Mitch sobre el asunto de Lara... si ella quería su ayuda.

El sobre que contenía la fotografía estaba sobre el asiento y era un arma que Lara podría utilizar si quería ser libre.

Sabía dónde vivía porque todas las revistas del país habían publicado fotografías de la mansión Vaucluse, de la que Lara era la perfecta anfitriona.

Aunque ahora se preguntaba qué habría de verdad en esas fotografías. Hasta entonces había pensado que era una mujer bendecida con todos los dones... y aún imposible para él.

Era absurdo provocar un encuentro con ella, pensó. Mejor olvidar el pasado.

Entonces, ¿por qué no dejaba de mirar el sobre?

Porque esa fotografía lo había cambiado todo.

¿Qué esperaba conseguir con su intervención? ¿Quién creía que era?

Podría terminar metiendo la pata, pero sabía que no sería capaz de descansar hasta que descubriera qué se escondía tras la foto.

Esa determinación lo llevó hasta Vaucluse, esa misma determinación le hizo subir los escalones de piedra que llevaban al porche flanqueado por columnas y llamar al timbre. Esa determinación lo hizo esperar hasta que alguien abrió la puerta, no Lara, sino una mujer de mediana edad con un uniforme azul marino. El ama de llaves, seguramente.

–Mi nombre es Ric Donato. He venido para ver a la señora Chappel.

–Lo siento, señor Donato. La señora Chappel no recibe a nadie hoy –contestó la mujer.

–Si le dice quién soy, querrá verme –insistió él, mostrándole el sobre–. Por favor, dele esto y dígale que quiero hablar con ella. Espero una respuesta.

–Muy bien, señor.

La mujer tomó el sobre y cerró la puerta.

Ric esperó.

En cierto sentido, era un chantaje. Lara sabría que no era la única copia de la fotografía y tendría miedo. El miedo le abriría su puerta. Y entonces entraría de nuevo en su vida.

Aunque no sabía por cuánto tiempo.

Pero para Ric era algo sencillamente inevitable.

Capítulo 2

Lara estaba sentada en la mecedora de la habitación, intentando no pensar en nada. Y sabía que nada podría aliviar la angustia de estar aprisionada en aquella vida con Gary.

Tenía que escapar. Tenía que hacerlo. ¿Pero cómo?

Entonces miró la cuna vacía, el moisés vacío... todo lo que había comprado para el niño que no tenía. Para el niño que había perdido. Ojalá también ella hubiera muerto. Ésa sería una forma de escapar, la única forma. Gary nunca la dejaría ir.

Pero tenía que escapar antes de volver a quedar embarazada. Rezaba, angustiada, para no haber quedado embarazada la noche anterior. Eso sería insoportable.

Había conseguido una caja de pastillas anticonceptivas en una farmacia de King Cross, pero sólo llevaba dos semanas tomándolas y no sabía si habrían dado resultado.

Tener un hijo la atraparía en aquel matrimonio para siempre. Si se iba, Gary exigiría la custodia del niño alegando que ella había abandonado el hogar... Y no podía dejar a su hijo en manos de ese bárbaro, eso no podía pasar.

Marian Keith, el ama de llaves que Gary había contratado, apareció entonces en la puerta, con un sobre en la mano. Era una viuda sin medios económicos, muy agradecida por el sueldo que recibía allí y muy fiel a su jefe.

Todos los empleados habían sido contratados por Gary y todos le eran fieles. Sin embargo, Lara veía de vez en cuando un brillo de simpatía en los ojos del ama de llaves. Más que nadie, Marian Keith sabía lo que pasaba en aquella casa. Aunque no lo veía todo. Gary solía ejercer su violencia en privado.

–Perdone, señora Chappel, hay un hombre en la puerta...

–Sabes que hoy no recibo a nadie, Marian –la interrumpió Lara, sin dejar de mirar la pared, pintada con dibujitos de Disney. Blancanieves, pensó, irónica. También ella había mordido una manzana envenenada cuando se casó con Gary. Y no había nadie que pudiera rescatarla, nadie.

–Ha insistido mucho, señora Chappel. Se llama Ric Donato...

Ella levantó la mirada, sorprendida.

–¿Quién has dicho?

–Ric Donato.

Increíble después de tantos años. ¿Cuántas veces había esperado encontrárselo, cuántas veces pensó en volver a verlo? Ric...

Un sueño perdido.

Un sueño enterrado con los años. Y ya era demasiado tarde. No quería que la viera así.

–Me ha pedido que le dé esto –dijo el ama de llaves, ofreciéndole el sobre–. Está esperando en la puerta, señora Chappel.

Lara abrió el sobre y, al ver la fotografía, la guardó apresuradamente. Tenía el corazón acelerado. Y miedo. Miedo de las consecuencias.

–¿Qué le digo, señora Chappel?

Ric Donato estaba en la puerta, dispuesto a hablar de esa fotografía...

No tenía elección.

Lara respiró profundamente y tomó la única decisión que podría evitar la ira de su marido.

–Dile que me espere en el patio. Lo veré allí.

–¿Está segura, señora?

Gary se enteraría de que había tenido una visita. Tendría que contárselo. Pero era mejor evitar que publicasen la fotografía y soportar la ira de su marido por provocar la escena.

–Estoy segura, señora Keith –murmuró.

–Muy bien.

Lara no podía moverse. Sujetaba el sobre con el puño apretado, como si fuera una mecha de dinamita a punto de explotar. Aunque pudiese evitar la publicación de esa fotografía, Gary no podría soportar que alguien supiera algo sobre su matrimonio y Ric Donato sabía algo.

Ric, con sus ojos oscuros como terciopelo negro, acariciándola, haciéndola sentir...

Lara sintió un escalofrío. Había pasado demasiado tiempo. Entonces sólo tenía quince años y Ric dieciséis. Había sido una obsesión romántica, un sueño loco... Romeo y Julieta, una relación que nunca tuvo la menor oportunidad de sobrevivir.

Y sobrevivir era lo único importante.

Sabiendo que el encuentro era inevitable, Lara fue al cuarto de baño. El maquillaje casi escondía el moratón en la cara y el carmín minimizaba la hinchazón del labio, pero el ojo morado era imposible de disimular. Su pelo rubio, como siempre, caía en cascada por su espalda. Incluso en casa, su marido esperaba que estuviera siempre perfecta.

Llevaba unos vaqueros de diseño y una camisa de manga larga de rayas blancas y marrones. El puño de la camisa cubría el moratón de la muñeca. Antes de salir, Lara se puso unas gafas de sol, algo muy razonable para estar en el patio, cerca de la piscina.

Aunque sería imposible engañar a Ric Donato.

¿Para qué habría ido?, se preguntó, intentando esconder su agitación.

Con el sobre en la mano, Lara salió al patio. Lo vio de pie, bajo las ramas de un tilo, mirando las aguas cristalinas del puerto de Sidney.

Le sorprendió que llevase un traje de chaqueta. El corte y el tejido le recordaron qué clase de hombre era Ric Donato ahora... un hombre que podía comprar todos los trajes de diseño que quisiera, un hombre que tenía el poder de contar sus secretos al mundo entero.

Durante aquellos años, había leído muchos artículos sobre él: fotógrafo reconocido, propietario de una agencia de prensa famosa en el mundo entero...

Sin embargo, se quedó mirando su pelo oscuro un poco demasiado largo, recordando a un Ric mucho más joven, recordándose a sí misma cuando aún tenía sueños...

Y recordando un beso.

Eso fue lo que hubo entre ellos.

Sólo un beso.

Él se volvió abruptamente, como si hubiera intuido su presencia. Lara no podía mirarlo a los ojos... unos ojos que adivinarían enseguida su situación. ¿Cómo había llegado a eso?, se preguntó. ¿Por qué su vida se había convertido en aquella prisión?

–Hola, Lara.

La profunda voz masculina aceleró su pulso, pero seguía sin poder mirarlo a los ojos. Miraba sus labios, tan sensuales, en contraste con el mentón cuadrado y la nariz romana.

Recordaba cómo la había besado... lenta, dulcemente, despertando el alma romántica que tenía entonces. Si pudiera volver al pasado, volver a elegir, tomar un camino diferente...

–Hola, Ric.

Él señaló el sobre.

–La tomaron en el aeropuerto. Y está en venta.

–¿La has vendido? –preguntó Lara.

–No, y no voy a venderla. De hecho, mi ayudante está ahora mismo asegurándose el copyright.

–Pagaré el precio que me digas.

Ric negó con la cabeza.

–Eso es irrelevante.

–No entiendo. Entonces, ¿para qué has venido si no...?

–¿Pensaba hacer una inversión? –terminó Ric la frase por ella–. No, no he venido por eso. He venido por ti.

–¿Por mí? –repitió Lara, intentando contener la emoción.

–Quítate las gafas, Lara. No tienes que esconderte de mí.

–Yo no... Prefiero no hacerlo, Ric. También tengo mi orgullo.

–No estamos hablando de orgullo, sino de la verdad. Entre tú y yo –dijo él, como si fuera una promesa de lealtad.

Una promesa que Lara creyó de inmediato.

Además, acababa de decirle que había comprado el copyright. ¿No probaba eso que no iba a sacar provecho?

Con un suspiro de resignación, Lara se quitó las gafas.

–Ésta es la verdad –murmuró, intentando contener las lágrimas.

Él asintió.

–Nunca te conté que mi madre fue una mujer maltratada.

Ella lo miró, sorprendida.

–No lo sabía.

–Murió tras una paliza que le propinó mi padre cuando yo tenía ocho años. Aunque intenté protegerla, no conseguí salvarla.

–Lo siento, yo...

–Pero puedo salvarte a ti. Si quieres –siguió Ric.

Lara se dejó caer sobre una silla, cubriéndose la cara con las manos. ¿Salvarla de su marido? Nunca podría salvarla de alguien que no quería dejarla ir.

–Gracias, pero no puedes hacer nada –dijo por fin–. Excepto lo que has hecho, guardar esa fotografía. Y te lo agradezco muchísimo. No sabes cómo.

–En el aeropuerto... ¿intentabas huir de él?

–Lo intenté, pero no pude –admitió ella, angustiada–. Todo el mundo, todos los empleados le informan sobre mis movimientos. No puedo ir a ninguna parte sin que él se entere.

–¿Tu familia no te ayuda, Lara?

–Mi padre sufrió un infarto y está en una de las residencias de la familia Chappel. Mi madre no quiere oír nada contra Gary. Es demasiado... horrible.

Ric sabía que Lara era hija única. No tenía hermanos que la apoyasen. En cuanto a sus amigos, seguramente los elegía Gary. Y estaba seguro de que había perdido el contacto con sus amigas, con las que compartió los años de modelo.

–Pero quieres dejarlo, ¿no?

–Claro que sí. No soy masoquista.

–¿Hasta dónde piensas llegar para apartar a Gary Chappel de tu vida?

Ella negó con la cabeza.

–No puedo hacerlo.

–¿Cómo que no?

–¿Crees que no lo he intentado?

Ric lo pensó un momento. Sólo un momento.

–¿Pasarías un año en un rancho, lejos de todo, a mil kilómetros de aquí? –preguntó entonces.

Lara lo miró, sorprendida. Nunca se le había ocurrido, pero... quizá así se libraría del miedo, aquel miedo constante, paralizante.

–Sí –contestó, sin pensarlo dos veces. La desesperación llevaba a tomar medidas drásticas.

–¿Estás preparada para irte conmigo ahora mismo? Sin maletas, en este mismo instante.

–¿Contigo?

Ric Donato no estaba proponiendo una teoría, estaba pidiéndole que se fuera con él. ¿Cómo podía irse con él a ninguna parte si hacía dieciocho años que no se veían, si sus únicos recuerdos de Ric eran recuerdos de adolescencia?

–Yo puedo ayudarte a escapar, Lara. En Gundamurra estarás protegida de tu marido. Estarás a salvo durante el año que tarda en confirmarse un divorcio.

Gundamurra. Sonaba como algo... primitivo, como el fin del mundo.

–Yo...

–Tienes que elegir, Lara. Si los empleados informan a tu marido, es posible que ya sepa que he venido a verte.

–¿Cómo puedo confiar en ti? –preguntó ella entonces.

–¿Qué tienes que perder?

–Si me engañas, será mucho peor.

–No te engaño, Lara.

–Gary tiene un hombre vigilándome veinticuatro horas. Vigila todos mis pasos.

–Mi coche está aparcado en la puerta y sé evadirme de cualquiera –contestó él.

Lo decía con calma, con absoluta tranquilidad, y con una seguridad que, en cierto modo, aplacó sus miedos. ¿Podía hacerlo? ¿Podía escapar de Gary?

Un rancho en el campo a mil kilómetros de allí.

¿Por qué no?

Tenía que ser más civilizado que vivir como vivía ella.

–Tienes que decidirte, Lara. Será una vida diferente, pero al menos podrás respirar tranquila.

–Gundamurra... ¿es tuyo?

–No, pero he vivido allí. Y te tratarán bien, te lo aseguro. Y serás libre.

«Serás libre». Eso era lo único que le importaba, pero la libertad podría tener un precio.

–Si lo hago... si consigo llegar hasta allí, te deberé un gran favor, Ric.

Él sonrió.

–No me deberás nada. No estamos hablando de dinero.

¿Dinero? Lara no había pensado en dinero. Pero, ¿qué quería de ella?, se preguntó.

¿Intentaba ayudarla por compasión? ¿Y si era como Gary? No, no podía ser. Además, su madre había sido una mujer maltratada...

–De todas formas, puedes pagarme lo que creas que me debes cuando hayas conseguido el divorcio.

–¿Y cómo voy a divorciarme si...?

–Conozco a alguien que puede ayudarte –la interrumpió Ric–. No te preocupes. Mitch crucificará a Gary Chappel por lo que te ha hecho. Ya no podrá hacerte daño nunca más.

Lara sacudió la cabeza, incrédula. Todo estaba ocurriendo tan deprisa...

–¿Estás seguro?

–Absolutamente –contestó él–. Esa fotografía te conseguirá la compensación justa por lo que has sufrido.

Cuando lo miró a los ojos, los sentimientos que una vez albergó por Ric Donato parecieron renacer. Pero entonces, dieciocho años atrás, a él lo detuvieron por robar un coche...

Ya no tenía que robar, pensó. Tenía dinero y poder para conseguir lo que quería. Y, si era sincera consigo misma, debía admitir que confiaba en él.

Al menos, debía intentarlo.

De modo que se levantó, decidida.

–Voy por mis cosas.

–Guarda lo menos posible, Lara. Una bolsa de aseo, el permiso de conducir, lo que lleves normalmente en el bolso.

–Muy bien. Bajo en cinco minutos. ¿Me esperas aquí?

–Sí. Y puedes volver a ponerte las gafas de sol.

Lara lo hizo y, sin darse cuenta, se encontró sonriendo.

–Gracias, Ric.

–Siempre he querido ser un caballero andante para rescatar a una damisela en apuros. Me alegro de poder ayudarte, de verdad. Eso es suficiente para mí.

Era una forma de decir que no iba a pedirle nada.

A lo mejor era cierto que los cuentos de hadas existían, pensó Lara, mientras corría a buscar su bolso. Aunque no veía a Ric Donato como un caballero andante. Más bien, como un príncipe encantado.

Y si podía salvarla de Gary, sería un príncipe.

Capítulo 3

Los minutos pasaban, cada segundo interminable para Ric, que caminaba de un lado a otro del patio, deseando que Lara no cambiase de opinión a última hora. No podía dejar de mirar el reloj. El tiempo era crítico. Si alguien avisaba a Gary Chappel... si volvía a casa antes de tiempo... Un enfrentamiento cara a cara podía dar al traste con todo.

Entonces oyó pasos y se volvió, tenso.

Pero era Lara... con un bolso grande y un sombrero en la mano.

–Estoy lista –dijo, decidida.

–Vámonos.

El ama de llaves estaba en el vestíbulo y los miró, angustiada.

–¿Señora Chappel...?

–Voy a salir un rato –dijo Lara–. No tardaré mucho, señora Keith.

–Señora Chappel –insistió la mujer.

Sabía lo que ocurría en aquella casa y no le gustaba, estaba claro.

–No se preocupe. Yo cuidaré de ella –dijo Ric entonces.

La mujer dio un paso atrás, asintiendo con la cabeza.

Lara frunció el ceño al ver el Ferrari.

–Será fácil que se fijen en nosotros.

–Tranquila. Cambiaremos de coche enseguida –contestó Ric.

Pero cuando salían de la mansión, un coche gris se colocó de inmediato tras el Ferrari. El conductor llevaba gafas de sol.

Sin decir nada, Ric tomó el móvil y marcó el teléfono de su oficina.

–Kathryn, estoy con Lara Chappel y necesito tu ayuda. Baja al garaje con las llaves de tu coche y espérame allí, llegaremos en diez minutos.

–Muy bien, Ric.

–Dile a tu secretaria que te vas a una reunión y no volverás hasta después de comer.

–Eso haré, no te preocupes.

–Gracias.

–¿Quién es Kathryn? –preguntó Lara cuando Ric guardó el móvil.

–Kathryn Ledger, mi secretaria. Es una persona de confianza.

–¿Es la que ha comprado los derechos de la foto?

–Sí.

Lara respiró profundamente.

–Imagino que vamos a usar su coche.

–Eso es. No vuelvas la cabeza, nos están siguiendo.

Lara apretó los puños, pero no dijo nada.

Ric se preguntó entonces cuántas veces habría intentado escapar. Y cuántas veces eso habría despertado la ira de su marido. Pero ya daba igual, lo importante ahora era sacarla de allí.

En el siguiente semáforo volvió a sacar el móvil para llamar al aeropuerto de Bankstown.

–Soy Ric Donato. Voy a llevarme la avioneta de Johnny Ellis a Bourke. ¿Pueden prepararla en menos de una hora?

–Haré lo que pueda, señor Donato. ¿Quiere que subamos comida a bordo?

–Sí. Para dos personas, por favor.

–Muy bien.

Lara lo miró, cada vez más sorprendida.

–¿Una avioneta privada?

–Es de un amigo mío, pero puedo usarla cuando la necesito. Johnny está en Estados Unidos ahora mismo y no creo que le haga falta.

–¿Sabes pilotar?

–Claro, tengo licencia de piloto y cientos de horas de vuelo.

–¿Vamos a Bourke?

–Esa es la primera parada. Allí compraremos algo de ropa.

–No traigo mucho dinero. Llevo una tarjeta de crédito, pero si Gary quiere encontrarme...

–Nada de tarjetas de crédito. Yo pagaré lo que haga falta. Considéralo un préstamo.

Lara no protestó y Ric tuvo que esconder una sonrisa. Estaba emocionado. Era casi como volver a sus viejos tiempos como reportero de guerra, cuando las acciones rápidas eran fundamentales para sobrevivir.

Aquella era una batalla diferente, pero una batalla en cualquier caso. La vida de Lara estaba en juego.

Sobre eso no tenía ninguna duda. El ojo morado, las lágrimas, la expresión de angustia... y la evidencia de que alguien los estaba siguiendo dejaban bien claro que la situación era desesperada. La mansión Vaucluse había sido una cárcel en la que Gary Chappel había encerrado a su mujer.

Curiosamente, después de tantos años, seguía sintiéndose atado a ella. Lara había sido su primer amor, su único amor quizá. En realidad, más una fantasía, se dijo a sí mismo.

La miró de reojo y comprobó que se había quitado la alianza. Un gesto de valentía, pensó. Y un gesto de confianza hacia él. Quizá también Lara sentía esa conexión...

Fuera como fuera, había ido con él y Ric no pensaba abusar de su confianza. Para empezar, tenía que hacer que se sintiera segura. Y luego, ayudarla a dar por terminado su matrimonio con Gary Chappel. Entonces, recordó su cita para comer con Mitch.

Llamó a la oficina de su amigo y le dejó un mensaje a un empleado cancelando su cita.

–Éste es el abogado del que te he hablado, Lara. Él sabrá los pasos que hay que dar.

–Ah, ya... tienes unos amigos muy útiles, ¿no?

Muchos amigos, pero sólo un puñado con los que pudiese contar para todo.

–Johnny y Mitch estuvieron conmigo en Gundamurra –le explicó–. El propietario del rancho, Patrick Maguire, fue como un padre para nosotros en un momento crítico de nuestras vidas. Cada uno de nosotros haría todo lo que estuviera en su mano para protegerte, Lara.

–¿Por ti?

–No, porque no les gusta que nadie haga daño a nadie. Y tu marido no puede intimidarlos.

Ella dejó escapar un suspiro.

–Eso no será fácil.

Ric sonrió.

–Son hombres hechos y derechos.

–Tu también –sonrió Lara–. No quiero que Gary te haga daño, pero está acostumbrado a salirse con la suya, te lo aseguro. Habrá... repercusiones por haberme ayudado.

Era asombroso que estuviera más preocupada por él que por su propia supervivencia, pensó Ric.

–Hay veces que una persona tiene que ponerse al lado de otra, Lara. Y si no lo hace, es un canalla.

Había tantas injusticias en el mundo... Durante años, él las había mostrado con su cámara, pero esas fotografías no habían cambiado nada. Sólo eran pruebas de lo deshumanizado que es el hombre. Y quizá en parte ayudaba a Lara porque necesitaba hacer algo que cambiara la vida de alguien.

Poco después llegaron al garaje de su oficina.

–El hombre que nos sigue no puede entrar aquí, es un garaje privado. Pero tendremos que agacharnos para que no nos vea salir. ¿De acuerdo?

–Sí.

Kathryn estaba esperando al volante del coche y salieron de allí sin ser vistos. Una vez en Bourke, Ric abrió una cuenta corriente a su nombre.

–¿Qué debo comprar? No sé qué voy a encontrarme...

Ric se alegraba de que hubiera aceptado pasar un año lejos de Sidney porque eso demostraba que no era una niña mimada. Se preguntó entonces si podría soportar el aislamiento. Sólo el tiempo lo diría.

–Pantalones cortos, vaqueros, camisetas, zapatillas de deporte... Ah, una chaqueta que abrigue y un par de jerséis. Por la noche hace frío en Gundamurra.

No vería a mucha gente en ese tiempo. Estaban a finales de febrero y la carretera de Gundamurra estaría impracticable. La única forma de entrar y salir del rancho era en avioneta. Aunque Gary Chappel descubriese el paradero de su mujer, le sería imposible llegar hasta ella. Patrick Maguire se encargaría de eso.

–Tienes que comprar lo que necesites... pero lo antes posible. Si queremos llegar a Gundamurra antes de anochecer, hay que salir de aquí a las seis como muy tarde.

–Acabaré enseguida –le prometió ella–. A nadie le va a importar mi aspecto, ¿verdad?

Ric sonrió.

–A nadie. En el campo no se te juzga por tu aspecto. Lo que cuenta es qué clase de persona eres.

–Ya, sí... Pero ya no soy la persona que conociste, Ric.

Él asintió.

–Lo sé. Ésta será una oportunidad para descubrir quién eres. Venga, te espero en el coche.

La vio entrar en una tienda y se dio cuenta de que disfrutaba, seguramente por primera vez en mucho tiempo, de su recién encontrada libertad. Le gustaba verla así, caminando sin miedo... Ésa era su recompensa.

El siguiente paso era avisar a Patrick de su llegada. Pero lo haría desde una cabina, por si Gary Chappel había pinchado su teléfono móvil.

–Hola, Patrick, soy Ric. Estoy en Bourke y llegaré a Gundamurra antes de anochecer.

–Ah, estupendo. Nos encontraremos en la pista de aterrizaje –contestó el hombre.

–Patrick, voy con una mujer. Le he prometido que podrá alojarse en tu rancho durante un año.

–¿Un año? –repitió Patrick Maguire, sorprendido–. ¿Es tu Lara? ¿La chica por la que robaste el Porsche?

«Su Lara». Ella nunca fue suya. No lo sería jamás.

–Tengo que rescatarla, Patrick. ¿Podrías ayudarme? Necesita tiempo para dejar atrás un matrimonio terrible.

–Puede que esto no salga como tú quieres –le advirtió el hombre–. No es bueno salir de una prisión para meterse en otra. Pero será bienvenida durante el tiempo que quiera.

–Eso es todo lo que te pido –suspiró Ric.

–De acuerdo.

–Gracias por todo, Patrick.

–De nada, hijo. Estoy deseando conocerla.

«Puede que esto no salga como tú quieres». Ric recordaba esas palabras mientras iba hacia el café para esperar a Lara.

¿Qué era lo que quería?

Sabía lo que «no quería», que Lara siguiera sufriendo el maltrato de su marido.

Pero más allá de librarla de Gary Chappel... quería ver alegría en sus ojos, recuperar a la chica que conoció dieciocho años atrás, la que hacía que todo fuera especial.

Mágico.

¿O ese era un sueño inalcanzable?

Ric sacudió la cabeza. Quizá Patrick tuviera razón.

Pero eso no evitaba que albergase esperanzas.

Capítulo 4

Ric estaba apoyado en el capó del coche que habían alquilado en el aeropuerto, de brazos cruzados. Había dejado la chaqueta y la corbata en la avioneta y tenía abierto el cuello de la camisa.

Lara se detuvo un momento. Al verlo así a distancia se dio cuenta de que era más fornido que Gary. Sus brazos eran más musculosos y sus hombros más anchos. Había cambiado mucho desde que era un crío.

Nunca pensó que un fotógrafo hiciera mucho ejercicio, pero no debió ser fácil sobrevivir en zonas de guerra. Y si había trabajado también en el rancho...

Aunque, ¿por qué habría ido a Gundamurra?

Era una elección extraña para un chico de ciudad como él.

Ahora era rico, pero diferente a los hombres ricos que ella conocía. Eso no había cambiado. Ric Donato era atractivo, emocionante, honesto. Pero más que eso, Lara sabía por instinto que nunca le haría daño.

Quizá porque había visto sufrir a su madre.

Incluso cuando eran adolescentes la trataba como si fuera algo precioso, como a una princesa...

Ahora era poco más que una mendiga, pensó, irónica. Y no quería que volviesen a verla como una princesa.

Lara siguió acercándose, contenta con la ropa que había comprado. Nada artificial, nada elegante. Ahora que estaba libre de Gary, iba a ser una persona, no una percha que mostrar como posesión masculina.

Al verla, Ric se irguió inmediatamente. «Un hombre de acción», pensó Lara, con una alegría casi infantil, asombrada de que hubiera orquestado aquel escape. Aunque aún no habían llegado a su destino, se recordó a sí misma. Pero Ric le había dicho que era un lugar seguro y le creía.

Y lo creyó aún más cuando se acercaban a la pista de Gundamurra. Aquello parecía estar en el fin del mundo, pensó, observando el paraje desierto, inacabable, aparentemente alejado de la civilización.

–¿Gundamurra es muy grande?

–Ciento sesenta mil acres –contestó él–. Patrick tiene cuarenta mil ovejas.

Lara hizo un cálculo matemático.

–¿Cada oveja tiene cuatro acres para ella sola?

Ric asintió.

–Sí, aquí no hay muchos pastos y necesitan todo el terreno posible.

–¿Y cómo se mueve en una propiedad tan grande?

–Con un jeep, con un camión, con la avioneta... depende de lo que tenga que hacer.

–Y esos edificios... parecen casi un pueblo, ¿no?

–Son graneros, establos, casas de peones, una escuela, un comedor... Y la casa. Tiene doce empleados y todos viven con su familia, así que en total son alrededor de treinta. Tendrás compañía, aunque no la compañía a la que estás acostumbrada.

–Afortunadamente.

–El correo llega una vez a la semana en avioneta.

Como una isla, autosuficiente, pensó Lara. Aunque estaba rodeada de tierra, no de agua.

–¿Y por qué viniste tú a Gundamurra, Ric? ¿Cómo supiste de este sitio?

Él se encogió de hombros.

–No elegí venir. Cuando me condenaron por robar el Porsche, el juez me dio a elegir entre pasar un año en un reformatorio o trabajar aquí.

Así que era eso, pensó Lara, sorprendida.

–Patrick tiene un programa de acogida para jóvenes delincuentes. En nuestra primera reunión nos dijo que Gundamurra significaba «buen día» en el idioma aborigen y que esperaba que recordásemos nuestra llegada como un buen día en nuestra vida.

–¿Y lo fue?

–Desde luego que sí.

Lara suspiró al recordar la noche que la policía los pilló en el Porsche. Ric declaró que ella no había tenido nada que ver y sus padres...

–Mis padres me enviaron a un internado donde me vigilaban día y noche.

–¿Para que no volvieras a tener amigos indeseables? –sonrió él.

–Para que no volviera a tener amigos sin contactos o sin el apellido adecuado –suspiró Lara–. Durante las vacaciones, me llevaban a Europa para que no pudiera verte. Ni a ti ni a nadie como tú.

–Te escribí desde Gundamurra. Varias veces.

Lo decía sin enfado, pero Lara intuyó la desilusión de no haber recibido respuesta.

–Nunca recibí esas cartas.

–No, ya me lo imagino.

–Lo siento. Mis padres debieron tirarlas.

–Sólo tenías quince años, Lara. Y entonces yo no merecía la pena.

–Sí merecías la pena –replicó ella–. Me gustaba estar contigo, Ric.

Él sonrió, concentrado en la pista de aterrizaje.

–A mí también me gustaba estar contigo.

Lara se quedó en silencio, sorprendida por las emociones que despertaba su encuentro con Ric Donato. ¿Cómo podía desear a un hombre después de su experiencia con Gary? Era una locura. Ric era un salvoconducto hacia su libertad, nada más. Se sentía agradecida, pero... ¿desearlo?

No. Estaba agotada emocionalmente, deshecha, desequilibrada. Seguramente sólo deseaba que la protegiera de Gary. Pero en Gundamurra estaría protegida. Allí podría pensar y descubrir quién era antes de mantener otra relación con nadie.

El encanto superficial de Gary la había convencido para casarse con él. Y la aprobación de sus padres también influyó. Una inmensa fortuna prometía seguridad, tranquilidad, todo lo bueno de la vida. Esas promesas eran falsas y ella las había creído, sin embargo.

¿Qué decía eso de su personalidad?

Aquel sitio la ayudaría a pensar, a entenderse. El propietario del rancho la ayudaría a saber quién era, como ayudó a Ric.

Patrick Maguire, un hombre formidable, un gigante, estaba esperando en su jeep.

–¿Le has dicho que venía contigo? –preguntó Lara al darse cuenta de que estaban ya en su destino.

–Sí –contestó él–. No pasa nada, de verdad. Patrick te tratará muy bien.

Ella respiró profundamente. Ric se había encargado de eso como se encargaba de todo. Se dio cuenta entonces de que había estado en una nube desde Vaucluse hasta Bourke, sin creer de verdad lo que estaba pasando. Más bien dejando que ocurriera, pensando sólo en alejarse de Gary.

Ahora tenía que pensar, tenía que intentar dar una buena impresión a Patrick Maguire, el hombre que la albergaría en su casa hasta que pudiera poner fin a su desastroso matrimonio.

Y si pudiera devolverle el favor de alguna forma... trabajando, quizá.

Cuando bajaron de la avioneta, bolsas en mano, se preguntó si Maguire la vería como una mujer extravagante, mimada. No se había quitado los vaqueros y la camisa de diseño y quizá debería haberlo hecho...

Patrick Maguire abrió el maletero del jeep para que guardasen las bolsas.

–Lara tuvo que salir de su casa sin nada. Hemos comprado esto en Bourke –explicó Ric.

El hombre asintió, sin hacer comentario alguno. Debía de tener unos setenta años, aunque los llevaba muy bien. Tenía el pelo blanco y el rostro cubierto de arrugas, pero daba una gran impresión de fortaleza.

–Lara, te presento a Patrick Maguire. Patrick, Lara Chappel.

–Bienvenida, Lara –dijo el hombre, ofreciendo su mano.

–Gracias por acogerme en su casa –sonrió ella, quitándose las gafas de sol.

Patrick miró el ojo morado y asintió con la cabeza.

–De nada. Aquí te curarás. Y tutéame, por favor.

–No quiero que mi estancia sea gratuita. Haré lo que tú digas para ganarme el sustento.

Él asintió, complacido.

–Ya llegará el momento. Por ahora, lo importante es que te acomodes a esta nueva vida.

–Muy bien.

Patrick miró de uno a otro.

–Pero hay algo que los dos debéis saber: tu marido está buscándote.

Lara se puso pálida.

–¿Cómo lo sabes? –preguntó Ric.

–Mitch llamó para preguntar si sabía algo de ti.

–¿Mitch, el abogado? –preguntó Lara.

–Sí. ¿Por qué te ha llamado, Patrick?

–Quería ponerse en contacto contigo. Por lo visto, el marido de Lara ha estado en tu oficina...

–¡Dios mío, yo sabía que Gary no me dejaría escapar! Tú no lo conoces, Ric. No sabes de lo que es capaz. Tengo que volver...

–¡No! –exclamó él.

–No quiero que sufras por mi culpa...

–No voy a dejar que sigas siendo su víctima, Lara.

–No lo entiendes. Tú serás su víctima, tú, tu negocio...

–No te preocupes por eso –la interrumpió él, apretando su mano–. Supongo que ha sido Kathryn la que ha llamado a Mitch. ¿Qué ha pasado, Patrick?

–Kathryn ha logrado contener la situación. Pero para que Lara esté a salvo aquí, tienes que irte –contestó él–. Que sigan tu pista y no puedan encontrar la de Gundamurra.

–No, no –protestó Lara.

–Mitch llamará esta noche. Quiere hablar con los dos.

–Ric, no puedes poner en peligro tu negocio por mí –insistió ella.

–No hay forma de volverse atrás –dijo Patrick entonces–. Ric ha elegido un camino y yo creo que hace lo correcto.

–Pero no quiero destrozar la vida de nadie.

Patrick Maguire la miró a los ojos.

–Hay veces en las que una persona debe actuar según su conciencia. Al final, todos tenemos que vivir con nosotros mismos.

Era un argumento irrebatible.

La decisión estaba tomada.

No había vuelta atrás.

Capítulo 5

Después de acompañar a Lara a su habitación, Ric la dejó colocando sus cosas.

Patrick le había dicho que podía tomar prestada la ropa de sus hijas si le hacía falta algo. Las tres estaban trabajando fuera, por lo visto, pero volvían a casa de vez en cuando para visitarlo. Su mujer había muerto de cáncer unos años antes.

Le había contado eso para apaciguar sus miedos, pero había otros miedos y de ellos le habló Ric cuando se quedaron solos:

–Has querido ponerla a prueba, ¿verdad?

–No sólo a ella, a ti también.

–¿Por qué le has contado que su marido está buscándola?

–Han pasado dieciocho años, Ric. Quería saber si estás dispuesto a enfrentarte con su marido, con todo lo que eso puede acarrearte.

–Claro que estoy dispuesto.

–Y ya no eres el único. Ella está completamente decidida.

–¿Tú también, Patrick?

–Sí. Pero existía la posibilidad de que Lara te estuviera usando. Sé que nunca contestó a tus cartas...

–Nunca las recibió. Sus padres no se las dieron –suspiró Ric–. Pero dame detalles de lo que te ha contado Mitch.

–No sé mucho más. Aparentemente, Gary Chappel fue a tu oficina, exigiendo conocer el paradero de su esposa, pero Kathryn le dijo que estabas en una reunión y que no sabía nada. Después, llamó a Mitch.

–Eso fue lo que le dije que hiciera si Gary Chappel iba a la oficina.

–Mitch recibió una llamada en los Juzgados. Después de que Kathryn le contara todo, envió a dos de sus empleados para que fueran a recogerla. Ahora está con él en su oficina.

–Será mejor que hable con él ahora mismo.

–Puedes llamar desde mi despacho.

En su opinión, lo mejor era que Kathryn siguiera trabajando como si no pasara nada. Él no estaba siempre en Sidney, iba y venía. Además, pasaba la mayor parte del tiempo en Londres, de modo que a nadie le extrañaría su desaparición.

–Hola, Mitch, soy yo. ¿Kathryn está contigo?

–Sí, está aquí, a mi lado.

–¿Por qué? ¿No crees que así se convierte en objetivo de Gary Chappel?

–De todas formas lo sería. Gary Chappel no es una persona normal –contestó su amigo–. He visto la fotografía y has hecho bien en llevarte a Lara. Estoy contigo al cien por cien.

–Me alegro, pero no quiero que Kathryn se convierta en un blanco para ese tipo. Esto no tiene nada que ver con ella.

–Pero es tu ayudante, la persona más cercana a ti. Para mantenerla a salvo necesito tu ayuda y la de Lara. Supongo que ella quiere el divorcio, ¿no?

–Sí.

–Tengo que hablar con ella. Necesitamos empezar el proceso de divorcio lo antes posible. Y no vuelvas a Sidney por ahora, es lo mejor.

–De acuerdo.

–Toma el primer avión con el destino que sea y llama a la oficina para decir dónde estás.

–Pero cuando descubran que viajo solo...

–Da igual. Así tendré tiempo de empezar a mover esto.

Ric respiró profundamente.