Resucitó - José Miguel García Pérez - E-Book

Resucitó E-Book

José Miguel García Pérez

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«Desde los inicios del cristianismo los seguidores de Jesús de Nazaret creen y anuncian que Resucitó de entre los muertos y lo indican como el Salvador de toda la humanidad (...) De la realidad del suceso de la resurrección de Jesús depende nuestra salvación, el perdón de los pecados, la victoria definitiva sobre la muerte y el mal». El presente ensayo aborda, pues, el fundamento de la fe cristiana. José Miguel García centra la atención sobre las dificultades o extrañezas contenidas en los relatos evangélicos, que son los testimonios más explícitos acerca de lo que aconteció después de la muerte y sepultura de Jesús de Nazaret. «Esperamos que el estudio de estos relatos pascuales sea ocasión para conocer mejor a Jesús, penetrar en el misterio de su persona y crecer en la conciencia del bien inmenso que concede a todos los que le siguen: participar en su victoria sobre la muerte y el mal, al igual que tener parte en su humanidad, en ser ya en este mundo una creatura nueva».

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José Miguel García Pérez

Resucitó

Lectura de los relatos evangélicos

© El autor y Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2024

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Colección 100XUNO, nº 128

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN: 978-84-1339-178-6

ISBN EPUB: 978-84-1339-511-1

Depósito Legal: M-47-2024

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa

y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

INTRODUCCIÓN

I. ¿EN QUÉ CONSISTIÓ LA RESURRECCIÓN DE JESÚS?

1. Objeciones modernas al acontecimiento de la resurrección

2. La resurrección: ¿un evento histórico?

3. Otros indicios de la resurrección de Jesús en la historia

4. La sábana santa

Conclusión

II. CARACTERÍSTICAS DE LOS RELATOS PASCUALES

1. Peculiaridades literarias

2. Valor histórico de los relatos pascuales

III. Los relatos del hallazgo del sepulcro vacío

Introducción

1. El hallazgo del sepulcro según Marcos (Mc 16,1-8)

2. El hallazgo del sepulcro vacío en los otros dos sinópticos

3. María Magdalena y dos apóstoles en el sepulcro (Jn 20,1-12)

IV. Los relatos de las apariciones

Introducción

1. Las apariciones del Resucitado en el Evangelio según Mateo

2. La aparición a los dos discípulos camino de Emaús (Lc 24,13-32)

3. La aparición del Resucitado a María Magdalena (Jn 20,11-18)

4. Aparición a la orilla del mar (Jn 21,1-19)

V. LOS RELATOS DE LA ASCENSIÓN

1. Estridencias del texto griego

2. Los últimos versículos del evangelio

3. Primeros versículos de Hechos

Conclusión

VI. REFLEXIÓN TEOLÓGICA SOBRE LOS RELATOS PASCUALES

1. El hallazgo del sepulcro vacío

2. La aparición en el camino hacia Emaús

3. La aparición a María Magdalena

4. El primado de Pedro

5. El envío misionero

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

«La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo», afirma el Catecismo de la Iglesia católica (CCE)1. El apóstol Pablo subrayó esta centralidad de la resurrección de Jesús con palabras radicales en su primera carta a la comunidad de Corinto: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también vuestra fe […] y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís estando en vuestros pecados; de modo que incluso los que murieron en Cristo han perecido» (1Cor 15,14.17-18). En efecto, de la realidad del suceso de la resurrección de Jesús depende nuestra salvación, el perdón de los pecados, la victoria definitiva sobre la muerte y el mal. Por lo demás, también este acontecimiento extraordinario confirma la pretensión divina de Jesús, manifestada en sus palabras y hechos durante su ministerio público. El tribunal judío acusó al Maestro de Galilea de blasfemia y herejía y lo condenó a muerte, pero la acción realizada por el Padre después de la muerte en cruz y posterior sepultura desmintió semejante veredicto.

Abordamos, pues, en este libro el fundamento de la fe cristiana. Como afirma J. Ratzinger-Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, «la fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos. Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas interesantes sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre y su deber ser —una especie de concepción religiosa del mundo—, pero la fe cristiana queda muerta. En este caso, Jesús es una personalidad religiosa fallida; una personalidad que, a pesar de su fracaso, sigue siendo grande y puede dar lugar a nuestra reflexión, pero permanece en una dimensión puramente humana, y su autoridad solo es válida en la medida en que su mensaje nos convence»2.

En la resurrección Jesús es constituido Señor del universo, exaltado a la diestra del Padre, ha sido investido con la gloria que tenía antes de que el mundo existiese (cf. Jn 17,5), y en él se desvela la verdad del hombre y de todo lo creado. Por ello, sus gestos y dichos se convierten en criterio para la vida del ser humano que lo encuentra. De otro modo, su enseñanza, su mensaje, que sería lo único que nos habría dejado, vendría aceptado únicamente según nuestra valoración personal, juzgado según nuestros criterios e intereses, como afirma Benedicto XVI. Por tanto, el hombre concreto permanecería en su soledad, encerrado en su propia capacidad (o por mejor decir, en su incapacidad) para llevar a cumplimiento lo que desea y espera su corazón inquieto. Solo en el encuentro con Jesús resucitado se vence esta soledad; solo en la adhesión y seguimiento del Resucitado la persona humana puede experimentar la plenitud de vida que su corazón anhela y busca.

Desde los inicios del cristianismo los seguidores de Jesús de Nazaret creen y anuncian que resucitó de entre los muertos y lo indican como el Salvador de toda la humanidad. Según ellos, algunos días después de su muerte en cruz, ordenada por el prefecto romano, Poncio Pilato, que gobernaba a la sazón en la región de Judea, su cuerpo desapareció del sepulcro donde había sido enterrado y se mostró vivo a sus seguidores. Así está testimoniado en los libros del Nuevo Testamento; de modo especial en los llamados Evangelios, que son las principales fuentes para conocer los sucesos acaecidos aquel primer día de la semana. Según estos escritos, los discípulos habían visto y oído cosas extraordinarias durante los años de la predicación pública de Jesús, eventos que habían suscitado en ellos la esperanza cierta de que las promesas se iban a cumplir por medio de su Maestro, que el reino de Israel iba a ser restaurado en toda su grandeza (cf. Hch 1,6). Sin embargo, la condena a muerte por blasfemo decretada por el sanedrín, y ejecutada por el poder romano en el Gólgota, echó por tierra las esperanzas que había despertado en ellos aquel hombre venido de Nazaret. La piedra que cerró el sepulcro en que depositaron su cadáver era también la losa que sepultaba las certezas que habían alcanzado en la convivencia con él. De hecho, todos los apóstoles le abandonan en el momento del prendimiento (Mt 26,56; Mc 14,50), y como informa el cuarto evangelio, se encerraron en el cenáculo por miedo a los judíos (Jn 20,19). Sin embargo, la muerte en la cruz y la sepultura no fueron la última y definitiva palabra a la aventura que habían vivido durante algunos años con el predicador de Galilea. Algo sucedió de forma inesperada que los liberó del escándalo y el desaliento, que los volvió a poner en la historia como verdaderos protagonistas: verlo vivo después de su muerte. Únicamente la resurrección de Jesús explica que sus discípulos no quedasen dominados por el escándalo de la condena ante el alto tribunal judío y la muerte oprobiosa en la cruz.

No obstante, no todas las personas que confiesan la fe cristiana explican de la misma manera tal evento. Para algunos, la resurrección de Jesús significa que, aunque murió en la cruz, su «espíritu» de alguna manera «vive» en los corazones de sus seguidores. Otras personas, incluidos varios eruditos que han estudiado los relatos evangélicos, argumentan que su espíritu ascendió al cielo después de su muerte, que fue exaltado o llevado a la presencia de Dios. Otros prefieren ver la resurrección como una especie de reivindicación divina de Jesús, un modo de afirmar que Dios confirmó la verdad de su enseñanza. En cualquier caso, quienes adoptan estos puntos de vista tienden a ser ambiguos sobre lo que sucedió con el cuerpo de Jesús y, a menudo, afirman que en realidad importa poco lo que sucedió en su tumba. Hay estudiosos que han identificado una alucinación o sugestión de los apóstoles como origen de estos relatos; según ellos, estaríamos ante percepciones subjetivas, imaginaciones o fantasías de las personas que proclamaron este acontecimiento. Por supuesto, en autores no cristianos es fácil encontrar un rechazo explícito de la realidad trascendente del evento. Algunos consideran que la resurrección fue solamente una mera reanimación del cuerpo del Crucificado, un volver a la vida de antes. Otros, rechazando frontalmente el testimonio de la Iglesia, niegan que Jesús resucitara de entre los muertos, pues lo normal es que las personas muertas permanezcan muertas. ¿Por qué debería ser diferente con el hombre de Nazaret?3.

Todas estas interpretaciones, de un modo u otro, censuran alguno de los datos de la realidad testimoniada en los evangelios; por tanto, hay que rechazarlas por parciales o tendenciosas. Como veremos más adelante, la resurrección de Jesús no se puede explicar como una invención o fenómeno psicológico, por el mero hecho de que los apóstoles no solo estaban dominados por el miedo y la percepción del fracaso, sino también porque carecían de las categorías mentales para inventar un suceso de tal envergadura. Por lo demás, semejante mentira difícilmente la habrían mantenido los seguidores de Jesús ante la persecución y el tormento físico.

A decir verdad, el testimonio recogido en los relatos pascuales de los evangelios no es coincidente y armónico. N.T. Wright, en su libro sobre la resurrección de Jesús, al iniciar su estudio, reconoce que «las narraciones sobre la resurrección contenidas en los evangelios están entre las historias más extrañas jamás escritas»4. En efecto, las noticias evangélicas sobre este suceso contienen llamativas diferencias y algunas expresiones oscuras que habrá que explicar; sobre todo teniendo en cuenta que han servido como argumentos para negar el valor histórico de estos relatos pascuales. En cualquier caso, a pesar de la discordancia, estas narraciones son un buen testimonio de la sorpresa que experimentaron aquellos que habían seguido a Jesús durante su ministerio público ante el hallazgo del sepulcro vacío y los encuentros con el Resucitado.

Nuestro estudio centrará la atención sobre estas dificultades o extrañezas contenidas en los relatos evangélicos que, como hemos dicho, son los testimonios más explícitos acerca de lo que aconteció después de la muerte y sepultura de Jesús de Nazaret. Aunque son parcos al referirse al hecho mismo de la resurrección de Jesús, pues se alude a él pero no se describe, refieren lo que vieron y oyeron sus seguidores al encontrarse con el Resucitado, al igual que la sorpresa del hallazgo de la tumba vacía en las primeras horas del día después del sábado. Esperamos que el estudio de estos relatos pascuales sea ocasión para conocer mejor a Jesús, penetrar en el misterio de su persona y crecer en la conciencia del bien inmenso que concede a todos los que le siguen: participar en su victoria sobre la muerte y el mal, al igual que tener parte en su humanidad, en ser ya en este mundo una creatura nueva.

I. ¿EN QUÉ CONSISTIÓ LA RESURRECCIÓN DE JESÚS?

Los evangelios concluyen su testimonio con los denominados relatos pascuales, que están centrados en el hallazgo del sepulcro vacío y las apariciones de Cristo a sus seguidores después de su muerte en la cruz. La forma que tienen de expresarse sobre la resurrección de Jesús es bastante diferente a los milagros de resurrección: no se trata de la vuelta a la vida que experimentaron algunos muertos en virtud de la acción poderosa de Cristo. Los evangelios han recogido tres milagros de este tipo: la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,21-24.35-43; Mt 9,18-19.23-26; Lc 8,40-42.49-56), del hijo de la viuda de Naín (Lc 7,11-17) y de Lázaro (Jn 11,1-44). Estas resurrecciones son una vuelta a esta vida terrena, sujeta todavía a la muerte y a las necesidades propias de la condición humana, como manifiestan los mismos relatos. Así, por ejemplo, Jesús manda a Jairo y su mujer dar de comer a su hija; pone al muchacho adolescente bajo la custodia de su madre; manda desatar las vendas que envolvían el cuerpo de Lázaro y dejarle andar sin impedimento alguno. Este fenómeno extraordinario, por lo demás, era ya conocido en el judaísmo; basta leer 1 Re 17,17-23, donde se narra la resurrección del hijo de la viuda de Sarepta, realizado por el profeta Elías, o 2 Re 4,18-37, que relata la resurrección del hijo de la Sunamita, llevada a cabo por el profeta Eliseo. Es más, existen también relatos de resurrección de muertos fuera del judaísmo. Un buen ejemplo es el episodio de la resurrección de una joven, realizada por Apolonio de Tiana, un filósofo pitagórico que vivió en el siglo I5.

El acontecimiento de la resurrección de Jesús no pertenece a este tipo de narraciones; estamos ante un fenómeno absolutamente novedoso. En ella Cristo ha triunfado de forma definitiva sobre la muerte, pues vive para siempre. Es más, su cuerpo no está sometido a ninguna condición o limitación de este mundo, ya que no pertenece a esta tierra al haber sido exaltado junto al Padre. El Catecismo subraya esta diferencia: «La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las resurrecciones que él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naín, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena ‘ordinaria’. En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. Sigue siendo hombre, por tanto, con un cuerpo, pero glorioso. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que san Pablo puede decir de Cristo que es ‘el hombre celestial’ (cf. 1 Co 15,35-50)»6. Como dice Pablo: «Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él […], vive para Dios» (Rm 6,9-10)7.

La resurrección de Jesús, por tanto, es un hecho único en la historia, no se trata de un mero retorno a la vida, sino de una glorificación, de un ser constituido Señor de todo lo creado. En palabras de H. Schlier: «En la resurrección de Jesucristo, Dios ha arrebatado del dominio de la muerte al que murió en la cruz y fue sepultado, y lo ha exaltado al poder y a la gloria de la vida otorgada por Dios, que es la vida en absoluto, sin adjetivos. La resurrección de Jesucristo es la subida de Jesucristo muerto al poder de la vida de Dios»8. Seguramente la afirmación más conocida del Nuevo Testamento que expresa esta realidad está contenida en el himno cristológico de la carta a los Filipenses: «Se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre» (2,8-10)9. En este sentido, el acontecimiento de la resurrección de Jesús no pertenece a este mundo temporal, sino al más allá. Por eso, no se narra en ningún evangelio. Se adentra en el misterio de Dios. De lo que ocurrió en la sepultura previo a la visita de las mujeres nada dicen los evangelistas; solo el evangelio según Mateo narra, con un lenguaje más bien apocalíptico, la apertura de la tumba. Por lo demás, cualquier persona contemporánea podía ver aquellas personas que Jesús resucitó, mientras que el Resucitado fue visto solamente por sus seguidores porque se manifestó delante de ellos, se dejó ver y tocar solo por ellos.

En otras palabras, el acontecimiento mismo de la resurrección de Jesús no es un hecho verificable con los métodos históricos o científicos; no sucede en esta historia, ante los ojos de las personas. En el plano fenomenológico no se puede contemplar o constatar a Cristo resucitando como una puesta de sol o el vendedor que ofrece su producto en el mercado, pues no se puede captar por los sentidos. La resurrección de Jesús, al ser la victoria definitiva sobre la muerte y su glorificación celestial, excede el tiempo y el espacio; no está dentro de los parámetros del conocimiento humano. Es, por tanto, metahistórico. Como hemos dicho, no se trata de una vuelta a la vida pasada, sino de alcanzar la vida inmortal. Por ello, la naturaleza del evento de la resurrección de Jesús, su esencia íntima, no la puede conocer el hombre si no la da a conocer el mismo Resucitado. Nadie puede decir cómo sucedió en realidad este hecho, pues, como hemos dicho, el entrar en la vida eterna, el volver a la gloria celeste, no es perceptible a los sentidos humanos. Nos hallamos ante un evento real, pero que no se puede objetivar con los métodos de la ciencia positivista. Así pues, el estudio histórico se limita al testimonio de los hombres que afirmaron que Jesús había resucitado y algunas consecuencias que se derivaron de tal suceso.

En su libro sobre Jesús de Nazaret, Benedicto XVI explicita el carácter único de la resurrección de Jesús con estas palabras: «La resurrección de Jesús ha consistido en un romper las cadenas para ir hacia un tipo de vida totalmente nuevo, a una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de eso; una vida que ha inaugurado una nueva dimensión del ser hombre. Por eso, la resurrección de Jesús no es un acontecimiento aislado que podríamos pasar por alto y que pertenecería únicamente al pasado, sino que es una especie de ‘mutación decisiva’ (por usar analógicamente esta palabra, aunque sea equívoca), un salto cualitativo. En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad»10.

1. Objeciones modernas al acontecimiento de la resurrección

Algunos estudiosos modernos se resisten a aceptar que la resurrección haya sucedido en realidad, que el cadáver de Jesús enterrado en la tumba nueva de José de Arimatea haya sido resucitado de forma prodigiosa; prefieren considerar estos relatos como expresión «mítica» del triunfo de Jesús en la fe de los discípulos. Dado que ha tenido un gran influjo en la exégesis, nos detendremos únicamente en la interpretación de Rudolf Bultmann. El exegeta alemán afirma que la resurrección de Jesús no pudo ser un evento histórico, pues es imposible que un cadáver vuelva a la vida. Los textos neotestamentarios no intentan narrar lo que sucedió en la tumba de Jesús, ni siquiera se interesan en ello, sino en lo que sucedió a los apóstoles después de la muerte de Jesús. En realidad, esos relatos serían la expresión del significado de la cruz: creer en la resurrección es reconocer la muerte de Cristo como evento salvífico. De este modo, lo único que sería histórico es el anuncio que sus discípulos hicieron ante sus contemporáneos, pues estaban convencidos de que Jesús no podía ser vencido por la muerte. Por tanto, la resurrección aconteció en el kerigma de la Iglesia. Es decir, la resurrección se cumple en aquel hombre que acogiendo la predicación cristiana trata de vivir según Dios11.

Según el parecer de este estudioso, la resurrección de Jesús no es un acontecimiento histórico que podamos estudiar ni demostrar. Se cree en la resurrección sin apoyo alguno, por pura fe, que nace de acoger el anuncio de que en la muerte de Cristo en la cruz se concede la salvación. Creer en Jesús resucitado no es otra cosa que acoger la eficacia salvífica de la cruz. La resurrección es un evento escatológico, en el sentido de que Dios actúa renovando la existencia humana, como sucedió a los apóstoles. Afirma Bultmann: «En la predicación, Cristo se encuentra con nosotros como crucificado y resucitado. Se encuentra con nosotros en la palabra de la predicación, y en ningún otro sitio. La fe pascual es en realidad ésta: fe en la palabra de la predicación»12. Así pues, no le interesa el acontecimiento, la intervención de Dios en el cadáver enterrado, sino en el creyente. Se despreocupa y niega la dimensión real y verídica del hecho histórico a favor de la dimensión existencial en el creyente.

Heinrich Schlier, comentando esta explicación de Bultmann, concluye que esta interpretación de la resurrección de Jesús supone un prodigio no menor que el afirmado por los discípulos de Jesús: «¿De dónde nace la enigmática fe que —en el kerigma— cree en su presencia? […] ¿Cómo se puede aceptar precisamente este prodigio del kerigma, en el cual ‘Jesús está verdaderamente presente’? Jesús realmente presente en el kerigma, sin que este Jesús haya sido resucitado de entre los muertos y exaltado, es un prodigio no pequeño, pero ininteligible por completo, ante el cual la historiografía no está menos perpleja que ante el anuncio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos»13.

En efecto, la lectura e interpretación de los textos sagrados que llevan a cabo Bultmann y sus seguidores no nacen de un estudio serio de los relatos evangélicos, sino de una concepción filosófica previa. Considerándola verdadera, censuran o manipulan los relatos evangélicos hasta leer en ellos algo contrario a lo que dijeron los testigos de los acontecimientos. Como afirma Benedicto XVI en su obra sobre la infancia de Jesús: «Karl Barth ha hecho notar que hay dos puntos en la historia de Jesús en los que la acción de Dios interviene directamente en el mundo material: el parto de la Virgen y la resurrección del sepulcro, en el que Jesús no permaneció ni sufrió la corrupción. Estos dos puntos son un escándalo para el espíritu moderno. A Dios se le permite actuar en las ideas y en los pensamientos, en la esfera espiritual, pero no en la materia. Esto nos estorba. No es este su lugar. Pero se trata precisamente de eso, a saber, de que Dios es Dios, y no se mueve solo en el mundo de las ideas. En este sentido, se trata en ambos campos del mismo ser-Dios de Dios. Está en juego la pregunta: ¿Le pertenece también la materia? […] Por eso, estos dos puntos —el parto virginal y la resurrección real del sepulcro— son piedras de toque de la fe. Si Dios no tiene poder también sobre la materia, entonces no es Dios»14.

2. La resurrección: ¿un evento histórico?

La resurrección de Jesús, como afirman los textos sagrados, consiste en vencer definitivamente a la muerte entrando en la vida plena mediante su ascensión a los cielos; Dios Padre lo ha glorificado y sentado a su derecha. Así lo confesamos en el Credo: «Resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre». El hombre por sí mismo no es capaz de descubrir y penetrar en la naturaleza de este hecho irrepetible. Solo una revelación de Dios posibilita el conocimiento humano, como dice Hch 10,40-41: «Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección de entre los muertos». Es así como las mujeres tuvieron noticia de la resurrección de Jesús por medio del mensaje del ángel, cuando entraron en el sepulcro; o como Pedro y Juan reconocieron el hecho prodigioso que había ocurrido en la tumba al acordarse del anuncio realizado por Jesús. Por tanto, en qué consiste la resurrección de Jesús no se descubre con los medios del conocimiento natural: es algo que pertenece a la esfera de Dios y solo puede ser conocido por testimonio y acogido por la fe. Un conocimiento por fe que implica el testigo: la persona no ve con sus propios ojos el objeto en cuestión, no conoce de forma directa la realidad de la que se habla, sino que viene a saber de ella a través de un testigo. La persona adquiere así un conocimiento cierto, un saber real sobre el hecho acaecido a través de otro. Las mujeres que hallaron el sepulcro vacío conocieron el suceso extraordinario que había tenido lugar a través del mensaje angélico; los apóstoles, encontrando y conviviendo con el Señor después de su resurrección; nosotros, por el testimonio de la Iglesia.

Por ello, afirma F. Mussner: «Al reflexionar sobre la resurrección de Jesús encontramos ciertos límites que nos impiden hablar estrictamente como de un ‘hecho comprobablemente histórico’. Entramos en un acontecimiento escatológico del que los testigos hablan de él y que se manifiesta como ‘hecho histórico’ en las apariciones del resucitado a determinados testigos»15. En efecto, Cristo dio a conocer su resurrección a los discípulos al demostrar con algunas señales evidentísimas que había resucitado de verdad: comieron y bebieron con él después de su muerte, le vieron vivo cuando sabían que había muerto, tocaron las llagas de los clavos en sus manos y la herida de su costado. Y estos hechos estuvieron acompañados por la palabra de Cristo, por su explicación de lo que veían y oían. Así los introdujo en el acontecimiento de la resurrección y su significado. Por ello, «al acontecimiento de la resurrección de Jesucristo pertenece también la ‘palabra’ de la declaración propia del Resucitado en cuanto tal. La resurrección de Jesucristo acontece en la forma de la atestiguación del Resucitado en la experiencia e historia de los hombres. En la experiencia histórica tal acontecer se realiza en la ‘aparición’ del Resucitado en vista del testimonio de los testigos»16.

Por este motivo, los relatos pascuales evangélicos y las afirmaciones o referencias a la resurrección de Jesús que encontramos en los escritos neotestamentarios reflejan una modalidad de testimonio o confesión de fe. El relato neutral o la declaración aséptica no es posible en ellos ya que no se trata de crónicas o meras constataciones de sucesos normales, sino de un anuncio jubiloso dirigido a aquellos que son discípulos de Jesús. A través de estos relatos o afirmaciones se testimonia la fe en la resurrección de Cristo. El suceso, lo acontecido llega hasta nosotros a través del anuncio de los testigos, de su propia implicación en los sucesos que refieren. Testimonio que no es solo verbal, sino también vital, pues la novedad del hecho sucedido en la tumba de Jesús se refleja en el cambio radical de las vidas de los discípulos. Estamos ante un evento que exige la implicación existencial de aquellos que lo reconocen; solo en cuanto creyentes son constituidos testigos.

Hay que distinguir entre la resurrección de Jesús y los acontecimientos en que la resurrección se manifiesta, según los relatos evangélicos: sepulcro vacío y apariciones. El hallazgo del sepulcro vacío por sí mismo no es prueba de la resurrección de Jesús, como ponen en evidencia los mismos evangelios. Dice el Catecismo de la Iglesia católica: «La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo (cf. Jn 20,13; Mt 28,11-15). A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido un signo esencial para todos. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección»17. En cuanto a los relatos de las apariciones son el testimonio cierto de algunos hombres que dijeron haber visto a Jesús vivo después de su crucifixión y sepultura. Ambos son datos objetivos que ningún historiador puede negar; podrá no estar de acuerdo con la interpretación que tenemos en los evangelios, pero no cuestionar el realismo de los hechos; ni siquiera lo negaron los judíos contemporáneos que rechazaron a Jesús18. Como podemos leer en el Catecismo, «el misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas»19.

Así pues, el sepulcro vacío y el testimonio de unos hombres que aseguran haber visto vivo al Crucificado son hechos que pertenecen a nuestro mundo empírico espacio-temporal y son accesibles a la investigación histórica20. Pero, el hecho mismo de la resurrección de Jesús se escapa a la lupa del historiador. Por eso, G. Lohfink afirma: «Si un teólogo afirma que la resurrección de Jesús no es un hecho histórico, la reacción no debe ser un violento sobresalto, sino sencillamente la pregunta de qué quiere decir con ello. Si el tal teólogo quiere decir que la resurrección no es un hecho real, entonces es el momento de sobresaltarse o protestar. Pero si lo que quiere decir es que la resurrección, como acontecimiento escatológico y trascendente, no puede ser directamente objeto de investigación histórica de forma explícita, entonces tiene razón. Lo único de que puede ocuparse el historiador son los acontecimientos en torno al sepulcro y de los fenómenos de las apariciones»21.

En efecto, el evento de la resurrección de Jesús, es decir, la afirmación de que Dios lo resucitó de entre los muertos y lo exaltó a su derecha, como hacen los primeros escritos cristianos, es una afirmación de fe. Asimismo, no es un tipo de verdad que se puede probar con datos históricos. A la historia se puede apelar para ciertos sucesos relacionados con esta afirmación de fe. Por ejemplo, no se puede dudar del convencimiento de Pedro, Pablo y los apóstoles de que vieron a Jesús vivo después de su muerte; una certeza que permaneció a lo largo de su vida, incluso ante la tortura y el martirio. De igual modo, podemos afirmar que el cuerpo de Jesús desapareció; si los judíos y romanos lo buscaron, no fueron capaces de hallarlo. Estos sucesos, y otros semejantes, podemos reconocerlos como reales, pero en modo alguno pueden probar que Dios glorificó a Jesús resucitándolo de entre los muertos. Lo sucedido en la tumba de Jesús siempre podría ser explicado de otro modo distinto. Aunque es cierto que no todas las explicaciones tienen idéntico valor ni todas ellas son razonables.

3. Otros indicios de la resurrección de Jesús en la historia

Aludimos de modo breve a otros indicios históricos de la resurrección de Jesús. En primer lugar, la sorprendente predicación apostólica sobre Jesús después de la condena del tribunal supremo judío y su ignominiosa muerte en el suplicio de la cruz. Es necesario recordar que, para todo fiel judío, la condena del sanedrín significaba el juicio de Dios. Pues bien, en dicho juicio se había establecido que Jesús era un blasfemo, un impío, un maldito de Dios (cf. Mt 26,65; Mc 14,64). Los apóstoles, sin embargo, comenzaron a proclamarlo Mesías, como enviado de Dios al mundo para salvar a todos los hombres. ¿Cómo es posible que un grupo de judíos no aceptase la sentencia incuestionable del tribunal supremo? Es más, ¿cómo es posible que aquellos hombres, después de la muerte de su Maestro, se atreviesen a predicar que la plenitud de la vida humana se concedía al que acogía a Jesús? En otras palabras, ¿cómo se explica que el condenado a la vergonzosa muerte en cruz fuese proclamado el salvador de los hombres, como aquel que consigue que Dios perdone los pecados de la humanidad y restablece la amistad con Dios? La única explicación posible es el hecho inaudito de la resurrección, que los discípulos de Jesús consideraron el verdadero juicio divino: Dios, al resucitarlo, se manifestó de acuerdo con la pretensión de Jesús y descalificó la condena del sanedrín. El acontecimiento sorprendente de la resurrección de Jesús es la única razón explicativa de la existencia de la predicación cristiana.

Quien no admita este acontecimiento no podrá encontrar una interpretación razonable al origen de la predicación cristiana sobre la resurrección; todo se convierte en una incógnita incapaz de resolver22. Una comparación puede ayudarnos a entender mejor lo que estamos diciendo. Pensemos en aquellos judíos que lucharon con Simón bar Kokba en la segunda revuelta contra los romanos al considerarlo el Mesías enviado por Dios para liberar a su pueblo; después del fracaso total de su intento revolucionario y muerte a manos de los romanos, era imposible que pudiesen seguir considerándolo como tal, pues estos hechos habían puesto de manifiesto la falsedad de su pretensión mesiánica. De igual modo ocurriría con los apóstoles. Aunque se mantuviese vivo todavía el recuerdo de los milagros que había realizado, aunque se hubiesen sorprendido ante su inteligencia excepcional y bondad sin parangón alguno, todo quedaba eliminado por la condena del sanedrín y la ejecución capital realizada por el poder romano. Ante los hombres, su muerte en la cruz desveló su pretensión mesiánica y divina como algo falso. Si ellos siguieron creyendo en él, si lo proclamaron en todo el mundo Mesías y Señor, solo pudo ser porque tuvieron una experiencia singular que resolvía el gran escándalo, la gran negación de su condena y muerte. Solo la resurrección de entre los muertos pudo vencer el gran escándalo al que fueron sometidos los seguidores de Jesús (cf. Mc 14,27, Lc 22,28-33).

El testimonio evangélico certifica que esta crisis o escándalo de los discípulos ante la condena y muerte de Jesús fue algo real, pues hallamos en él referencias explícitas a su incredulidad, a su resistencia a creer incluso después de escuchar el anuncio de las mujeres que habían visto y oído el mensaje angélico. Esta terquedad o dificultad para creer fue superada por la presencia del Resucitado23. Apariciones que les pillaron tan de improviso que no acababan de entender. Solo en virtud de la relación con Cristo resucitado y por su testimonio terminaron creyendo. Haber visto vivo a Jesús después de muerto no solo permite el anuncio evangélico, sino también comenzar a identificar la muerte de Jesús como redentora: no murió a causa de una blasfemia o herejía, sino por la remisión de los pecados de los hombres24. En Cristo crucificado y resucitado identifican los apóstoles el inicio de una vida reconciliada y santa25.

De igual modo, sabemos que los seguidores de Jesús lo afirmaron como Dios a pesar de haber sido condenado por el sanedrín y clavado en una cruz en el Gólgota. El origen de esta confesión está en la conciencia que Jesús tenía de sí mismo y que manifestó de diferentes modos durante su vida pública26. Pero la confirmación de su pretensión divina fue el hecho extraordinario de la resurrección; esa fue la palabra definitiva de Dios Padre sobre Jesús. De hecho, en contra de lo que han sostenido algunos exegetas modernos que consideran la confesión de fe en la divinidad de Jesús un influjo posterior del helenismo/paganismo, hemos de reconocer que el Crucificado fue adorado como Dios desde fecha tempranísima, como atestiguan las cartas de Pablo y los discursos de los Hechos de los Apóstoles. También la arqueología testimonia esta fe en Jesús, Hijo de Dios. Con motivo de nuevas construcciones en el barrio de Talpiot de Jerusalén, en 1945 se descubrió una tumba sin profanar. En su interior había cinco osarios que fueron datados en el año 50 de nuestra era. En uno de los osarios, marcado con el signo de la cruz, se leen estas palabras griegas: Iesou Iou, que significan «Jesús, ayúdale», y en otro esta inscripción aramea: Yeshu Aloth, que traducida al español dice así: «Jesús, resucítalo». ¿Quién puede resucitar a los muertos sino solo Dios?