Rimas y Leyendas - Gustavo Adolfo Bécquer - E-Book

Rimas y Leyendas E-Book

Gustavo Adolfo Bécquer

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Beschreibung

"Rimas y Leyendas" es una obra del poeta español Gustavo Aldolfo Bécquer que inaugura la etapa de renovación poética en los últimos años del Romanticismo y da paso a la etapa que conocemos como literatura contemporánea. 
Aunque en un primer momento las Rimas de Bécquer se publicaron en diferentes periódicos madrileños, fueron sus amigos quienes, tras la muerte del famoso poeta, decidieron editarlas bajo el título "Rimas y Leyendas" en 1871, con el fin de ayudar a su mujer viuda y a sus hijos. 
Al final del Romanticismo surge la extraordinaria figura de Gustavo Adolfo Bécquer. Con sus Rimas comienza la poesía contemporánea en la literatura española. Algunos de sus poemas abren el camino más adecuado para la iniciación de los jóvenes en la lectura de poesía. Es un libro de versos cuya recomendación nunca falla: exaltación del amor, el desengaño, el dolor y la angustia... y la poesía.
Algo parecido cabe decir de las Leyendas, admirable conjunto de narraciones que representan lo mejor de la prosa romántica. Su lectura seducirá a todos los públicos por la fantasía y el misterio, el amor y el lirismo desplegados en el relato de lo sobrenatural y lo maravilloso enraizados en la existencia cotidiana.

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Gustavo Adolfo Bécquer

Rimas y Leyendas

Tabla de contenidos

RIMAS Y LEYENDAS

RIMAS

Introducción Sinfónica

— I —

— II —

— III —

— IV —

— V —

— VI —

— VII —

— VIII —

— IX —

— X —

— XI —

— XII —

— XIII —

— XIV —

— XV —

— XVI —

— XVII —

— XVIII —

— XIX —

— XX —

— XXI —

— XXII —

— XXIII —

— XXIV —

— XXV —

— XXVI —

— XXVII —

— XXVIII —

— XXIX —

— XXX —

— XXXI —

— XXXII —

— XXXIII —

— XXXIV —

— XXXV —

— XXXVI —

— XXXVII —

— XXXVIII —

— XXXIX —

— XL —

— XLI —

— XLII —

— XLIII —

— XLIV —

— XLV —

— XLVI —

— XLVII —

— XLVIII —

— XLIX —

— L —

— LI —

— LII —

— LIII —

— LIV —

— LV —

— LVI —

— LVII —

— LVIII —

— LIX —

— LX —

— LXI —

— LXII —

— LXIII —

— LXIV —

— LXV —

— LXVI —

— LXVII —

— LXVIII —

— LXIX —

— LXX —

— LXXI —

— LXXII —

— LXXIII —

— LXXIV —

— LXXV —

— LXXVI —

— LXXVII —

— LXXVIII —

— LXXIX —

— LXXX —

— LXXXI — AMOR ETERNO

— LXXXII — A CASTA

— LXXXIII — LA GOTA DEL ROCÍO

— LXXXIV —

— LXXXV — A TODOS LOS SANTOS

— LXXXVI — EN EL ÁLBUM DE LA SRA. DOÑA…

OTRAS RIMAS

— A Elisa —

— Flores tronchadas… —

— Es el alba… —

— Errante… —

— Negros fantasmas… —

— Yo soy el rayo… —

— No has sentido… —

— Apoyando mi frente… —

— Si copia tu frente… —

— ¡Quién fuera luna… —

— Yo me acogí… —

— Para encontrar… —

— Esas quejas… —

— Nave que surca… —

LEYENDAS

El caudillo de las manos rojas

La cruz del diablo

La ajorca de oro

El Monte de las Ánimas

Los ojos verdes

Maese Pérez el Organista

El rayo de luna

Creed en Dios

El miserere

El Cristo de la calavera

La voz del silencio

El gnomo

La cueva de la mora

La promesa

La corza blanca

El beso (Rima LXXVI)

La rosa de pasión

La creación

RIMAS Y LEYENDAS

Gustavo Adolfo Bécquer

RIMAS

Introducción Sinfónica

Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.

Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes a dar forma.

Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse, al beso del sol, en flores y frutos.

Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la medianoche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en formidable aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por dónde salir a la luz, de entre las tinieblas en que viven. Pero ¡ay!, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede salvar la palabra, y la palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar sus esfuerzos. Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. ¡Tal caen inertes en los surcos de las sendas, si cesa el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino!

Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres: ellas son la causa, desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término, y a éstas hay que ponerles punto.

El Insomnio y la Fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus creaciones, apretadas ya como las raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su fantástica existencia disputándose los átomos de la memoria, como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.

¡Andad, pues; andad y vivid con la única vida que puedo daros! Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables; os vestirá, aunque sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa tejida con frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con orgullo como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. ¡Mas es imposible!

No obstante, necesito descansar; necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo por cuyas henchidas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos.

Quedad, pues, consignados aquí como la estela nebulosa que señala el paso de un desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión que avienta por el aire la muerte antes que su creador haya podido pronunciar el fiat lux que separa la claridad de las sombras.

No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en extravagante procesión pidiéndome, con gestos y contorsiones, que os saque a la vida de la realidad, del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa, vieja y cascada ya, se pierdan, a la vez que el instrumento, las ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear, y las gentes de diversos campos se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales. Mi memoria clasifica, revueltos, nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado, con los días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.

Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin que vengáis a ser mi pesadilla maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que pasó por la tierra sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas.

Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje: de una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro.

Junio de 1868.

— I —

Yo sé un himno gigante y extraño

que anuncia en la noche del alma una aurora,

y estas páginas son de ese himno

cadencias que el aire dilata en las sombras.

Yo quisiera escribirlo, del hombre

domando el rebelde, mezquino idioma,

con palabras que fuesen a un tiempo

suspiros y risas, colores y notas.

Pero en vano es luchar; que no hay cifra

capaz de encerrarlo, y apenas, ¡oh, hermosa!,

si teniendo en mis manos las tuyas

pudiera al oído contártelo a solas.

— II —

Saeta que voladora

cruza, arrojada al azar,

sin adivinarse dónde

temblando se clavará;

hoja que del árbol seca

arrebata el vendaval,

sin que nadie acierte el surco

donde al polvo volverá;

gigante ola que el viento

riza y empuja en el mar,

y rueda y pasa, y se ignora

qué playa buscando va.

Luz que en cercos temblorosos

brilla próxima a expirar,

y que no sabe de ellos

cuál el último será.

Eso soy yo, que al acaso

cruzo el mundo, sin pensar

de dónde vengo ni a dónde

mis pasos me llevarán.

— III —

Sacudimiento extraño

que agita las ideas,

como el huracán empuja

las olas en tropel.

Murmullo que en el alma

se eleva y va creciendo,

como volcán que sordo

anuncia que va a arder.

Deformes siluetas

de seres imposibles;

paisajes que aparecen

como a través de un tul,

colores, que fundiéndose

remedan en el aire

los átomos del iris,

que nadan en la luz,

ideas sin palabras,

palabras sin sentido;

cadencias que no tienen

ni ritmo ni compás,

memorias y deseo

de cosas que no existen;

accesos de alegría,

impulsos de llorar,

actividad nerviosa

que no halla en qué emplearse;

sin rienda que lo guíe

caballo volador;

locura que el espíritu

exalta y enardece;

embriaguez divina

del genio creador.

Tal es la inspiración

Gigante voz que el caos

ordena en el cerebro,

y entre las sombras hace

la luz aparecer,

brillante rienda de oro

que poderosa enfrena

de la exaltada mente

el volador corcel,

hilo de luz que en haces

los pensamientos ata;

sol que las nubes rompe

y toca en el cenit.

Inteligente mano

que en un collar de perlas

consigue las indóciles

palabras reunir,

armonioso ritmo

que con cadencia y número

las fugitivas notas

encierra en el compás,

cincel que el bloque muerde

la estatua modelando,

y la belleza plástica

añade a la ideal,

atmósfera en que giran

con orden las ideas,

cual átomos que agrupa

recóndita atracción,

raudal en cuyas ondas

su sed la fiebre apaga;

oasis que al espíritu

devuelve su vigor.

Tal es nuestra razón.

Con ambas siempre lucha,

y de ambas vencedor,

tan sólo el genio puede

a un yugo atar las dos.

— IV —

No digáis que agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira:

podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas,

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista,

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías,

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista,

mientras la humanidad, siempre avanzando

no sepa a do camina;

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma,

sin que los labios rían;

mientras se llore, sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan,

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran,

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira,

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas,

mientras exista una mujer hermosa,

¡habrá poesía!

— V —

Espíritu sin nombre,

indefinible esencia,

yo vivo con la vida

sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,

del sol tiemblo en la hoguera,

palpito entre las sombras

y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro

de la lejana estrella,

yo soy de la alta luna

la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube

que en el ocaso ondea,

yo soy del astro errante

la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,

soy fuego en las arenas,

azul onda en los mares

y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,

perfume en la violeta,

fugaz llama en las tumbas

y en las ruinas yedra.

Yo atrueno en el torrente,

y silbo en la centella,

y ciego en el relámpago

y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,

susurro en la alta yerba,

suspiro en la onda pura,

y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos

del humo que se eleva

y al cielo lento sube

en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos

que los insectos cuelgan,

me mezco entre los árboles

en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas

que en la corriente fresca

del cristalino arroyo

desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales

que alfombran blancas perlas,

persigo en el océano

las náyades ligeras.

Yo en las cavernas cóncavas,

do el sol nunca penetra,

mezclándome a los gnomos

contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos

las ya borradas huellas,

y sé de esos imperios

de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo

los mundos que voltean,

y mi pupila abarca

la creación entera.

Yo sé de esas regiones

a do un rumor no llega,

y donde informes astros

de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo

el puente que atraviesa;

yo soy la ignota escala

que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible

anillo que sujeta

el mundo de la forma

al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,

desconocida esencia,

perfume misterioso,

de que es vaso el poeta.

— VI —

Como la brisa que la sangre orea

sobre el oscuro campo de batalla,

cargada de perfumes y armonías

en el silencio de la noche vaga;

símbolo del dolor y la ternura,

del bardo inglés en el horrible drama,

la dulce Ofelia, la razón perdida,

cogiendo flores y cantando pasa.

— VII —

Del salón en el ángulo oscuro,

de su dueño tal vez olvidada,

silenciosa y cubierta de polvo

veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas

como el pájaro duerme en las ramas,

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

¡Ay!, pensé; ¡cuántas veces el genio

así duerme en el fondo del alma,

y una voz, como Lázaro, espera

que le diga: «Levántate y anda!»

— VIII —

Cuando miro el azul horizonte

perderse a lo lejos,

al través de una gasa de polvo

dorado e inquieto,

me parece posible arrancarme

del mísero suelo

y flotar con la niebla dorada

en átomos leves

cual ella deshecho.

Cuando miro de noche en el fondo

oscuro del cielo

las estrellas temblar como ardientes

pupilas de fuego,

me parece posible a do brillan

subir en un vuelo

y anegarme en su luz, y con ellas

en lumbre encendido

fundirme en un beso.

En el mar de la duda en que bogo

ni aun sé lo que creo;

sin embargo, estas ansias me dicen

que yo llevo algo

divino aquí dentro.

— IX —

Besa el aura que gime blandamente

las leves ondas que jugando riza,

el sol besa a la nube en Occidente

y de púrpura y oro la matiza,

la llama en derredor del tronco ardiente

por besar a otra llama se desliza

y hasta el sauce inclinándose a su peso,

al río que le besa, vuelve un beso.

— X —

Los invisibles átomos del aire

en derredor palpitan y se inflaman,

el cielo se deshace en rayos de oro,

la tierra se estremece alborozada,

oigo flotando en olas de armonías

rumor de besos y batir de alas,

mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?

—¡Es el amor, que pasa!

— XI —

—Yo soy ardiente, yo soy morena,

yo soy el símbolo de la pasión,

de ansia de goces mi alma está llena:

¿a mí me buscas?

—No es a ti, no.

—Mi frente es pálida; mis trenzas, de oro;

puedo brindarte dichas sin fin,

yo de ternura guardo un tesoro:

¿a mí me llamas?

—No, no es a ti.

—Yo soy un sueño, un imposible,

vano fantasma de niebla y luz

soy incorpórea, soy intangible:

no puedo amarte.

—¡Oh, ven; ven tú!

— XII —

Porque son niña tus ojos

verdes como el mar, te quejas;

verdes los tienen las náyades,

verdes los tuvo Minerva,

y verdes son las pupilas

de las hurís del Profeta.

El verde es gala y ornato

del bosque en la primavera,

entre sus siete colores

brillante el iris lo ostenta,

las esmeraldas son verdes,

verde el color del que espera

y las ondas del océano

y el laurel de los poetas.

Es tu mejilla, temprana

rosa de escarcha cubierta

en que el carmín de los pétalos

se ve a través de las perlas.

Y sin embargo,

sé que te quejas

porque tus ojos

crees que la afean:

pues no lo creas.

Que parecen tus pupilas,

húmedas, verdes e inquietas,

tempranas hojas de almendro

que al soplo del aire tiemblan.

Es tu boca de rubíes

purpúrea granada abierta

que en el estío convida a

apagar la sed en ella.

Y sin embargo,

sé que te quejas

porque tus ojos

crees que la afean:

pues no lo creas,

Que parecen, si enojada

tus pupilas centellean,

las olas del mar que rompen

en las cantábricas peñas.

Es tu frente que corona

crespo el oro en ancha trenza,

nevada cumbre en que el día

su postrera luz refleja.

Y sin embargo,

sé que te quejas

porque tus ojos

crees que la afean:

pues no lo creas,

Que, entre las rubias pestañas,

junto a las sienes, semejan

broches de esmeralda y oro

que un blanco armiño sujetan.

Porque son niña tus ojos

verdes como el mar, te quejas,

quizá si negros o azules

se tornasen, lo sintieras.

— XIII —

Tu pupila es azul, y cuando ríes

su claridad suave me recuerda

el trémulo fulgor de la mañana

que en el mar se refleja.

Tu pupila es azul, y cuando lloras

las transparentes lágrimas en ella

se me figuran gotas de rocío

sobre una violeta.

Tu pupila es azul, y si en su fondo

como un punto de luz radia una idea,

me parece en el cielo de la tarde

una perdida estrella.

— XIV —

Te vi un punto, y flotando ante mis ojos,

la imagen de tus ojos se quedó,

como la mancha oscura, orlada en fuego

que flota y ciega si se mira al sol.

Adonde quiera que la vista fijo

torno a ver sus pupilas llamear

mas no te encuentro a ti; que es tu mirada,

unos ojos, los tuyos, nada más.

De mi alcoba en el ángulo los miro

desasidos fantásticos lucir;

cuando duermo los siento que se ciernen

de par en par abiertos sobre mí.

Yo sé que hay fuegos fatuos que en la noche

llevan al caminante a perecer;

yo me siento arrastrado por tus ojos,

pero adónde me arrastran no lo sé.

— XV —

Cendal flotante de leve bruma,

rizada cinta de blanca espuma,

rumor sonoro

de arpa de oro,

beso del aura, onda de luz,

eso eres tú.

Tú, sombra aérea, que cuantas veces

voy a tocarte te desvaneces.

¡Como la llama, como el sonido,

como la niebla, como el gemido

del lago azul!

En mar sin playas onda sonante,

en el vacío cometa errante,

largo lamento

del ronco viento,

ansia perpetua de algo mejor,

eso soy yo.

¡Yo, que a tus ojos en mi agonía

los ojos vuelvo de noche y día;

yo, que incansable corro demente

tras una sombra, tras la hija ardiente

de una visión!

— XVI —

Si al mecer las azules campanillas

de tu balcón,

crees que suspirando pasa el viento

murmurador,

sabe que oculto entre las verdes hojas

suspiro yo.

Si al resonar confuso a tus espaldas

vago rumor,

crees que por tu nombre te ha llamado

lejana voz,

sabe que entre las sombras que te cercan

te llamo yo.

Si te turba medroso en la alta noche

tu corazón,

al sentir en tus labios un aliento

abrasador,

sabe que, aunque invisible, al lado tuyo

respiro yo.

— XVII —

Hoy la tierra y los cielos me sonríen,

hoy llega al fondo de mi alma el sol,

hoy la he visto…, la he visto y me ha mirado…

¡Hoy creo en Dios!

— XVIII —

Fatigada del baile,

encendido el color, breve el aliento,

apoyada en mi brazo,

del salón se detuvo en un extremo.

Entre la leve gasa

que levanta el palpitante seno,

una flor se mecía

en compasado y dulce movimiento.

Como en cuna de nácar

que empuja el mar y que acaricia el céfiro,

tal vez allí dormía

al soplo de sus labios entreabiertos.

¡Oh!, ¡quién así, pensaba,

dejar pudiera deslizarse el tiempo!

¡Oh!, si las flores duermen,

¡qué dulcísimo sueño!

— XIX —

Cuando sobre el pecho inclinas

la melancólica frente,

una azucena tronchada

me pareces.

Porque al darte la pureza

de que es símbolo celeste,

como a ella te hizo Dios:

de oro y nieve.

— XX —

Sabe, si alguna vez tus labios rojos

quema invisible atmósfera abrasada,

que el alma que hablar puede con los ojos

también puede besar con la mirada.