Romancero - Leopoldo Lugones - E-Book

Romancero E-Book

Leopoldo Lugones

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Beschreibung

Se trata de una recopilación de poemas de Leopoldo Lugones publicada en 1924. En estos poemas de madurez el autor renueva el Romancero popular, influido, en parte, por el poeta y ensayista alemán Heinrich Heine.-

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Leopoldo Lugones

Romancero

 

Saga

Romancero

 

Copyright © 1924, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726641950

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PREFACIO

Lector , si de los rigores

De amar, tu pena sabía,

Oye, contada en la mía,

La historia de tus amores.

Aun cuando sea una historia

Lo que voy aquí a contarte,

Si logro hacerlo con arte

Será común nuestra gloria.

Pues todo aquel que bien ama,

Se afama en su propio empeño,

Como exalta el ser del leño

La claridad de su llama.

Que la enciende yo es bien poco,

Si es que en ambos se completa

Lo que en ti haya de poeta

Con lo que tengo de loco.

Soy, pues digno de tu fe,

Y aunque estoy tan mal herido,

Todo cuanto he padecido

Por no llorar lo canté.

GAYA CIENCIA

Dijo la dama al poeta:

—Habéis cantado tan bien

Al ruiseñor amoroso,

Que con dulce placidez,

En vuestros versos oía

Sus propias perlas caer.

—Señora, dijo el poeta,

Ruiseñor fuí yo una vez.

—Habéis celebrado al lirio

Con tan noble sencillez

Y comprendido su gracia

Con un acierto tan fiel,

Que en vuestros versos parece

Duplicarse su esbeltez.

—Señora, dijo el poeta,

Yo he sido lirio también.

—La pompa de los palacios,

La gallardía y la prez

De monarcas y princesas

Dar con tal brillo sabéis,

Que en vuestros versos el oro

Parece resplandecer.

El poeta le repuso:

—Señora, yo he sido rey.

—Dolores que habéis cantado,

Sin padecerlos tal vez,

Tan hondo el alma me hirieron,

Que sin comprender por qué,

Bajo el peso de la angustia

Me sentí palidecer.

—Señora, dijo el poeta,

Yo fuí aquella palidez.

Que el secreto de las cosas

Y de las almas lo sé,

Y las canto por sabidas

Sin saberlas a la vez.

Pues para que bien cantase,

Mi hada madrina, al nacer,

Del gozo y pena de todos

Me hizo la dura merced.

—Entonces, dijo la dama,

Decirme, acaso, podréis,

Si es verdad que de amor mueren

Los que bien saben querer.

Así él triste ha respondido,

Quebrados acento y tez:

—A qué preguntáis, señora,

Lo que a la vista tenéis. . .

LAS FATALES

Las tres hermanas de negro

Se empiezan a marchitar

Al soplo de una desgracia

Que no se han dicho jamás.

De negro se visten siempre,

Tal vez porque sentará

A su cabello castaño

Y a su esbeltez natural;

Pero en el mudo designio

De aquella fidelidad,

Un vago pavor de duelo

Parece a ratos flotar.

Cada una calla, aunque sabe

Con certidumbre total,

Que cuando venga el amado

Las tres juntas lo han de amar.

Cada una sabe, aunque calla

Como un secreto mortal,

Que si una alcanza la dicha

Las otras dos morirán.

Pero bien comprenden todas,

Que si un día ha de llegar,

Cada una querrá alcanzarla

Con inexorable afán.

La dicha, en tanto, no llega,

Acaso no venga ya. . .

El amado que esperaban

Era una sombra quizás.

Mas, en el luto que llevan

Sin querérselo explicar,

Pasa la sombra del crimen

Que nunca cometerán.

LA APASIONADA

Cuando en la sombra y la duda

Tu amor me desconocía,

Yo amargamente lloraba

De tánto que te quería.

Ya tu cariño poseo,

Puro, fiel, noble y ardiente,

Y sólo puedo, amor mío,

Llorar por ti amargamente.

LA DAMA Y EL CABALLERO

No creo, dijo la dama,

Que nadie muera de amor.

—Es que nunca habéis amado,

El caballero afirmó.

—Aunque de muchos fuí amada,

Nadie ha muerto de mi amor.

—Acaso porque ninguno

Supo lo que es la pasión.

—Entonces si vos me amarais. . .

—El secreto de ese amor,

Con mi daga enterraría

En mi propio corazón.

—Bien comprendo ahora, dijo

La dama con dulce voz,

Que sólo la muerte alcanza

La perfección del amor.

EL ARROYITO

El arroyito es tan claro,

Que en su amable claridad,

Vienen las lindas pastoras

Su belleza a duplicar.

Es tan bueno el arroyito,

Que ante su dócil bondad,

La novia del pastor muerto

Viene y se sienta a llorar.

A unas les trae, cantando,

Hierbas del monte natal.

Gimiendo, a la otra le lleva

Sus amarguras al mar.

Sólo a la pobre olvidada

Por un amante falaz,

El arroyito no tiene

Qué traer ni qué llevar.

Pues contemplando el camino

Por donde él no volverá,

Los ojos se le quedaron

Secos de tanto mirar.

MARTIRIO

Al ver la angustia que siento

Si te apartan de mi lado,

Todos comprenden al punto

La gravedad de mi estado.

Con alarma me reprochan

La pasión de que me muero,

Y yo nada les respondo,

Pero más y más te quiero.

Como a nadie oculto el alma,

Todos conocen mi historia,

Y saben que en tu amor puse

Gozo y pena, infierno y gloria.

Me dicen que es un delirio,

Que labro mi mala suerte.

Yo sólo sé, les respondo,

Que la querré hasta la muerte.

(Variante. En la situación recíproca, la enamorada puede alabarse de amar con estos mismos versos, variando tan sólo dos: en la primera estrofa: “Si me apartan de tu lado”; y en la cuarta: “Que lo querré hasta la muerte”).

LA ULTIMA DICHA

I

Es tan grande y tan perfecta

La dicha de ser amada,

Que le tengo miedo a Dios

De que a envidiarme llegara.

Vengan las dulces amigas

Al son de alegres campanas.

La delicia de vivir

Perfuma mis manos claras.

II

La tristeza de querer,

Tan suave me llena el alma,

Que de Dios la escondería

Porque no me la envidiara.

Gocen su dicha los otros,

Mas ningún deleite iguala

La dulzura de morir

Que mis manos adelgaza.

LA PERFECTA

Moriré sin verlo, dijo

La moribunda a su amiga.

Bien sé ya que no me quiere,

Pues que mi mal no adivina.

—En tanta crueldad no creo,

Vendrá al fin, la otra replica.

—El, de no haberme querido,

Ninguna culpa tenía.

Dulce es que su amor me mate,

Y basta para mi dicha

Morir besando la flor

Que me dió por cortesía.

TROVA

Como en los cuentos antiguos

Del paje y la hija del rey,

Sólo me es dado, señora

Callar y palidecer.

Un fúnebre marmolero,

Con incansable cincel,

El mármol de la constancia

Cava en mi honda palidez.

Cava tanto, cava tanto,

Que pronto se ha de saber

Que el secreto de mis penas

Para siempre allá guardé.

Mas mi pálido silencio

Te seguirá por doquier,

En el claro de la luna