Rosa en el asfalto - Angie Thomas - E-Book

Rosa en el asfalto E-Book

Angie Thomas

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Beschreibung

EN GARDEN HEIGHTS, SER NIÑO implica, desde muy temprano, demostrar que eres un hombre. La lealtad a tu pandilla, a tu familia, a tus ideales, es un peso que amenaza con derrumbarte cada día. Maverick Carter lo comprenderá de la manera más angustiosa. Angie Thomas explora la masculinidad y el doloroso tránsito a la edad adulta en la precuela de su éxito de ventas El odio que das. Si hay algo que Maverick Carter sabe es que un hombre de verdad se ocupa de su familia. Como hijo de una antigua leyenda de las pandillas, Mav lo hace de la única forma que sabe: traficando para los King Lords. Con el dinero que consigue puede ayudar a su madre, mientras su padre cumple una condena en la cárcel. La vida no es perfecta, pero gracias a su novia y a su primo, que lo protege, Mav parece tenerlo todo bajo control. Hasta que se entera de que es padre. De repente, tiene un bebé que depende de él para todo y ya no resulta tan fácil vender droga, terminar sus estudios y criar a un hijo. En ese momento se le ofrece la oportunidad de enderezar su vida, y él sabe que debe aprovecharla. Sin embargo, cuando la sangre de los King Lords corre por tus venas, no es tan fácil renunciar sin más. La lealtad, la venganza y la responsabilidad amenazan con arrollar a Mav, y él tendrá que descubrir por sí mismo lo que significa realmente ser un hombre. "Este libro contiene una verdad universal: independientemente de los errores cometidos, existe la posibilidad de atravesar el asfalto y florecer con libertad. Es posible reunir todo lo duro, frío, gris y transformarlo en algo de inesperada belleza. Pero requiere que todos los que nos rodean lo cuiden y cultiven". Time

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Para todas las rosas que crecen en el asfalto.Sigan floreciendo

PRIMERA PARTE

UNO

Cuando hablamos de la calle, hay reglas.

No están escritas y no las encontrarás en un libro. Es algo natural que ya conoces desde el momento en que tu mamá te deja salir de casa. De la misma manera que sabes respirar sin que nadie te haya dicho cómo hacerlo.

Sin embargo, si hubiera un libro, habría una sección completa dedicada al basquetbol callejero, y la regla más importante, la que estaría por encima de todo lo demás, en grandes letras resaltadas en negritas, sería la siguiente:

No dejes que te pateen el trasero frente a una chica hermosa, sobre todo si se trata de tu chica.

Pero eso es justo lo que estoy haciendo: conseguir que me pateen el trasero frente a Lisa.

—Todo bien, Maverick —grita ella desde una mesa de picnic—. ¡Ya lo tienes!

¿En serio? No tengo nada. King y yo llevamos cero puntos frente a los once de Dre y Shawn. Uno más y nos derrotan. Con lo grande que es King, pensarías que no tendría problemas para bloquear el desgarbado trasero de Shawn o algo así. Pero Shawn lo evade como si ni siquiera existiera. Le gana los rebotes, salta y lanza la pelota justo en su cara. Eso es todo. Ha conseguido que los hermanos enloquezcan a los lados de la cancha y que King se vea como un imbécil.

No puedo enojarme con él. No si tomas en cuenta lo que está pasando hoy. Mi cabeza tampoco está en el juego.

Es uno de esos días perfectos de agosto, donde el sol brilla con intensidad, pero todavía no hace demasiado calor para alejarnos de la cancha. Rose Park está lleno de King Lords, vestidos de gris y negro… parece que todos los hermanos vinieron aquí a jugar. No es tampoco que los King Lords necesitemos una excusa para venir al parque. Éste es nuestro territorio. Nos encargamos de los negocios aquí, nos relajamos aquí, nos patean el trasero en la cancha aquí.

Llevo la mirada de la pelota a Dre.

Tiene una sonrisa del doble de ancho.

—Vamos, Mav. ¿Vas a morir así frente a tu chica? Lisa debería haber jugado en tu lugar.

—Oooh —resuena a lo largo de las líneas laterales. Dre nunca me trata bien porque soy su primo más joven. Me ha estado fastidiando desde que fui lo suficientemente grande para sostener una pelota.

—Preocúpate por la golpiza que tú vas a recibir frente a tus chicas —digo—. Keisha y Andreanna te van a desconocer después de hoy.

Se oyen más Oooh. La prometida de Dre, Keisha, está en la mesa con Lisa, riendo. La hija de Keisha y Dre, Andreanna, está en su regazo.

—Mira a este hermanito bravucón —dice Shawn, divertido con su sonrisa de oro.

—Deberíamos llamarlo Martin Luther King, porque sueña si cree que vencerá —añade Dre.

—Yo tengo un sueño —Shawn intenta sonar como Martin Luther King—, ¡que un día, puedas pisar esta cancha y conseguir un jodido punto!

Los hermanos ríen. La verdad es que la broma de Shawn podría haber sido cualquier idiotez y se habrían reído igual. Eso es lo que pasa cuando tienes la corona de los King Lords, como el César de Roma. La gente hace lo que se supone que debe hacer para mantenerse de tu lado.

—¡No dejen que se burlen de ustedes, pequeño Don y pequeño Zeke! —grita uno de ellos.

No importa que mi viejo haya estado encerrado durante nueve años o que el de King haya estado muerto casi el mismo tiempo. Ellos siguen siendo Gran Don, la excorona, y Gran Zeke, su mano derecha. Eso me convierte a mí en el pequeño Don y a King, en el pequeño Zeke. Supongo que todavía no tenemos la edad suficiente para usar nuestros propios nombres.

Dre rebota la pelota.

—¿Qué te pasa, primo?

Arranca de inmediato. Lo sigo y corro directo hacia el pecho de Shawn. Están haciendo una cortina. Dre se aleja de mí y King se lanza tras él, con lo que deja el camino libre para Shawn. Shawn sale disparado hasta el aro. Dre lanza la pelota hacia arriba y…

¡Maldita sea! Shawn encesta por encima de King.

—¡Tómala! —grita Shawn mientras cuelga del aro. Se deja caer, y él y Dre se dan ese apretón de manos que han compartido desde que eran niños.

—¡No pueden meterse con nosotros! —dice Shawn.

—¡Diablos, no! —responde Dre.

Nunca escucharé un final para esto: no lo habrá. Treinta años después de ahora, Dre seguirá diciendo algo como: “¿Te acuerdas de esa vez que Shawn y yo no dejamos que anotaras un solo punto?”.

King azota la pelota contra el concreto.

—¡Mierda!

Se toma la derrota en serio.

—Uoo, relájate —le digo—. Los derrotaremos la próxima…

—¡Les dieron una buena golpiza! —uno de los hermanos, P-Nut, ríe. Es un tipo bajo con barba espesa, bien conocido por su enorme bocota. Ésa es la razón de varias de sus cicatrices en la cara y el cuello.

—Deberíamos haber dejado de llamarte pequeño Don desde hace mucho. Eres una vergüenza para los gangstas originales, con lo mal que juegas.

Los otros ríen.

Aprieto la mandíbula. Debería estar acostumbrado a este tipo de golpes. Dejar que un montón de imbéciles en el juego lo digan. Yo no soy tan duro como mi padre, no tengo tanta calle como mi padre, no soy tan bueno en nada como él.

Ellos no tienen idea de lo que estoy haciendo a escondidas.

—Me parezco más a mi viejo de lo que imaginas —digo a P-Nut.

—Me podrías haber engañado. La próxima vez, ese grandote debería poner tanto esfuerzo en el juego como en comer.

King da un paso hacia P-Nut.

—O podría patear tu trasero.

P-Nut también da un paso hacia él.

—¿Y luego qué, idiota?

—¡Espera, espera, espera! —digo, haciendo retroceder a King. Es rápido para la pelea—. ¡Relájate!

—Así es, tranquilízate —dice Shawn—. Es sólo un juego de pelota.

—Tienes razón, tienes razón. Mi error, Shawn —dice P-Nut con las manos en alto—. Puedo ser un poco temperamista.

Tempera… ¿qué? Lo juro, P-Nut se inventa palabras para sonar como un chico listo.

Por la forma en que las fosas nasales de King se dilatan, tengo la sensación de que esta pelea es más que un partido de basquetbol para él. Se sacude para liberarse de mí y emprende la marcha a través del parque. Shawn, Dre y todos me miran.

—Tiene muchas cosas encima, eso es todo —farfullo.

—Sí —agrega Dre, y baja la voz para dirigirse a Shawn—. ¿Recuerdas esa situación con él, Mav y esa chica de la que te hablé? Hoy se enterarán.

—No hay excusas, Dre. Él siempre se desequilibra —dice Shawn—. O controla ese temperamento o alguien lo va a llamar al orden.

En otras palabras, va a recibir una golpiza. Así es como los hermanos mayores de la pandilla nos mantienen a raya a los pequeños. Verás, hay niveles entre los King Lords. Tienes a los más chicos, los niños rudos de la secundaria que juran que son los siguientes. Hacen lo que sea que los demás les digamos. Luego, tienes a los hermanos pequeños, como yo, King y nuestros chicos Rico y Junie. Nosotros nos encargamos de las iniciaciones, el reclutamiento y la venta de hierba. Los siguientes son los hermanos mayores, como Dre y Shawn. Ellos venden las sustancias duras, se aseguran de que el resto de nosotros tengamos lo que necesitamos, hacen alianzas y disciplinan a cualquiera que se pase de la raya. Cuando tenemos problemas con los Discípulos del Jardín, la pandilla del lado este, por lo general son ellos los que se encargan. Luego están los GO: los gangstas originales. Los adultos que ya llevan mucho tiempo en esto. Ellos aconsejan a Shawn. El problema es que no quedan muchos en las calles. La mayoría están encerrados, como mi viejo, o muertos.

Una golpiza de los hermanos mayores no es cosa de broma. No puedo dejar que King se vaya así.

—Hablaré con él —digo a Shawn.

—Más vale que alguien lo haga —dice, y voltea hacia los demás—. Ahora, ¿quién quiere recibir una tunda en esta cancha?

King está a punto de salir del parque. Corro para alcanzarlo.

—Hey, perro, no puedes dejar así a la gente. ¿Estás tratando de causarnos problemas?

—No voy a dejar que nadie me insulte, Mav —gruñe King—. Me importa un carajo si es uno de los hermanos mayores.

Miro hacia atrás, a las canchas. Estamos lo suficientemente lejos para que Shawn y ellos no me escuchen.

—Tenemos que mantener la cabeza fría, ¿recuerdas?

Durante los últimos seis meses, King y yo nos hemos movido a espaldas de los hermanos mayores. Como dije, los pequeños sólo podemos vender hierba, pero no hay tanto dinero en eso como en lo otro. Además, tenemos que entregarles la mayor parte de nuestra tajada a Shawn y a ellos, porque son los que surten el producto. Un día, King decidió hacerlo por su lado y consiguió su propio proveedor. Muy rápido me incluyó en la operación. Nuestros bolsillos se mantienen provistos.

Estaremos hundidos en la gran mierda si Shawn y ellos lo averiguan en algún momento. Esto es casi tan malo como tomar su territorio. Pero, mamá tiene dos trabajos. No debería tener que comprarme zapatos y ropa cuando se esfuerza tanto por mantener un techo sobre nuestras cabezas. Hablando en serio.

—Deja que P-Nut y cualquiera digan lo que les dé su maldita gana —digo a King—. Nosotros nos encargamos de lo nuestro, y es en lo único que necesitamos concentrarnos. ¿De acuerdo?

Le extiendo la mano a King. Al principio la mira fijamente, y no sé si es por Shawn y P-Nut o por esa otra situación que estamos pasando.

Finalmente, estrecha su mano contra la mía.

—Sí, de acuerdo.

Lo atraigo hacia mí y le golpeo la espalda con el puño.

—No te preocupes por esa otra cosa. Va a salir como debe.

—No voy a alucinar. Es lo que es.

Es lo mismo que dice sobre el asesinato de sus padres cuando él tenía once años y sobre todo lo que vivió con sus familias de acogida. Supongo que si él quiere dejarlo así, yo también puedo.

Se va del parque y yo voy con Lisa. Está más buena que una jarra de cerveza. Viste una blusa que deja ver su ombligo y unos pantaloncillos tan cortos que tienen a mi cabeza dando vueltas.

Me paro entre sus piernas.

—Somos basura, ¿eh?

Lisa envuelve sus brazos alrededor de mi cuello.

—A ustedes dos les vendría bien trabajar.

—Como ya dije, somos basura.

Ríe.

—Tal vez, pero eres mi basura.

Me besa y eso hace que olvide todo lo demás.

Siempre ha sido así con Lisa. La vi en un juego de basquetbol del primer año. Su equipo les estaba partiendo el trasero a las chicas de la preparatoria Garden. Para ser honesto, ella juega mejor que yo. Había ido para ver a Junie, que jugaría después, cuando Lisa llamó mi atención. Sabía rebotar bien la pelota y era buena como nadie. Además, vaya que tenía un buen trasero. No puedo mentir, me di cuenta de eso desde el salto.

Ella hizo un tiro y grité: “¡Diablos, sí, pequeña!”. Miró en dirección a mí con esos bonitos ojos marrones y sonrió. Eso fue todo, yo debía hablar con ella. Una vez que me dio entrada, ha sido así desde entonces.

Meto la pata a lo grande. Pensar en lo que sé hace que deje de besarla.

—¿Qué pasa? —pregunta.

Juego con sus trenzas.

—Nada. Me enoja haber perdido frente a ti.

—¡Papi te dio una golpiza! —dice Andreanna.

Nada como una niña de tres años gritándote. Andreanna se parece a Dre, lo que significa que se parece a mí. Todo el mundo dice que Dre y yo somos prácticamente gemelos. Nuestras mamás son hermanas y nuestros papás son primos, por lo que tiene sentido que tengamos los mismos ojos grandes, cejas gruesas y tez marrón oscura.

—Deberías haberme apoyado —le hago cosquillas a Andreanna. Ella se retuerce y ríe en el regazo de Keisha—. No deberías haber apoyado a tu papi.

—Diablos, sí, debería haber apoyado a su papi —dice Dre mientras se acerca. Levanta a Andreanna y la hace planear como un avión. Nadie consigue hacerla reír como él.

—¿Todos irán a la fiesta esta noche? —pregunta Lisa.

Shawn organiza una fiesta en su casa, como suele hacerlo al final de cada verano.

—Ya sabes que Dre no va a fiestas —dice Keisha.

—Diablos, no. Nos quedaremos con toda la diversión. ¿No es así, mi bebé? —Dre besa la mejilla de Andreanna.

—Hey, hombre. Es viernes por la noche —digo—. No puedes quedarte en casa.

Eso no le importa a Dre. Ya no va a ninguna parte. Tener a Andreanna lo cambió a lo grande. Dejó de divertirse y de salir. Creo que dejaría de ser un King Lord si pudiera.

No hay forma de salirte de los King Lords. A menos que quieras terminar muerto, o jodidamente cerca de eso.

—Estoy donde quiero estar —le sonríe a Andreanna. Me mira—. ¿Tú estás seguro de que irás a la fiesta?

Dre sabe lo que está pasando hoy, eso que podría cambiar mi vida. El problema es que Lisa no. Pero apuesto a que él no se lo dirá.

—Seguro —digo.

Dre me mira como un hermano mayor al pequeño que no se está portando bien. Me saca de quicio y me hace sentir como una mierda, todo al mismo tiempo.

Prefiero mirar a Lisa.

—Nada nos impedirá ir a esa fiesta. Tenemos que colarnos en alguna antes de que empiecen las clases.

Lisa lanza sus brazos alrededor de mi cuello.

—Así es. Pero piensa que dentro de un año estaremos en la universidad y podremos ir a todas las fiestas.

—Seguro —las fiestas son la principal razón por la que iría a la universidad. Si voy. Todavía no estoy seguro—. ¿Y la de esta noche? Todo el mundo volteará a verte cuando llegues con esto.

Saco el collar de mi bolsillo. El dije tiene el nombre “Maverick” en letras cursivas. Está hecho de oro real con pequeños diamantes incrustados a lo largo. Un tipo en el centro comercial me lo hizo la semana pasada.

—¡Dios mío! —Lisa jadea mientras lo toma—. Es hermoso.

—Muy bien, Mav —dice Keisha—. Veo que gastas dinero en tu chica.

—Demonios, sí. Ya sabes cómo soy.

—Esos collares cuestan mucho dinero —dice Dre—. ¿De dónde sacas billetes para pagar algo así?

Dre no sabe que vendo más que sólo hierba con King, y quiero que él siga en la ignorancia. Me costó mucho convencerlo de dejarme vender hierba, para empezar. A pesar de que él mismo lo hace, me repetía esa mierda de “haz lo que te digo, no lo que hago” durante mucho tiempo. Le dije que quería ayudar a mamá y finalmente cedió. Sólo me permite vender la suficiente hierba para que pueda pagar un recibo de servicios o dos. Si descubre lo que tengo con King, acabará con mi trasero.

—Hice algunos trabajos en el barrio, como siempre —miento—. Y ahorré lo suficiente.

—Bueno, me encanta —dice Lisa. Ella sí sabe lo que hago. Es maravillosa para cambiar de tema—. Gracias.

—Lo que sea por ti, niña —la beso de nuevo.

—¡Puaj! No hagan eso frente a mi bebé —Dre cubre los ojos de Andreanna, lo que hace reír a Keisha—. Harán que se traume de por vida.

—Si soporta verte la cara, estará bien —digo mientras suena una bocina en el estacionamiento, pertenece a un Datsun oxidado.

Una de las ventanillas desciende y un tipo musculoso y de piel clara grita:

—¡Lisa! ¡Vamos!

Ella pone los ojos en blanco con un quejido.

—¿En serio?

Es su hermano mayor, Carlos. Nunca le he agradado. La primera vez que llamé a Lisa, me interrogó como si fuera la policía. “¿Cuántos años tienes? ¿A qué escuela vas? ¿Qué calificaciones obtienes? ¿Estás en una pandilla?” Todo ese tipo de cosas que no son de su incumbencia. Cuando me conoció, yo iba vestido de gris y negro, lo que demostraba que soy un King. El idiota me miró como si yo fuera un insecto debajo de su zapato. Llegó a casa de la universidad este verano, y ya me urge que su trasero se largue de regreso a la escuela.

—¿Qué está haciendo aquí? —pregunto.

—Mamá le pidió que me llevara de compras para la escuela —dice Lisa—. Tengo que conseguir más de esos feos uniformes de Saint Mary.

—Uf, te verás buenísima con esas faldas a cuadros.

Lisa lucha para evitar una sonrisa, y eso me hace sonreír.

—Como sea, esas faldas siguen siendo feas —salta de la mesa—. Lo mejor será que me vaya antes de que el capitán Entrometido monte aquí una escena.

Río y tomo su mano.

—Vamos. Te acompaño.

Se despide de Keisha y de Dre, y cruza el parque conmigo. Carlos me mata con la mirada durante todo el camino. Amargado.

Lisa y yo nos detenemos junto al coche.

—Pasaré por ti a las ocho —le digo.

—Nos vemos a las ocho y cuarto, entonces —sonríe—. Nunca llegas a tiempo.

—No, esta noche llegaré temprano. Te amo.

La primera vez que le dije eso, me desconcerté. Nunca antes le había dicho a una chica que la amaba, pero tampoco había tenido una Lisa antes.

—Yo también te amo —dice ella—. Cuídate, ¿de acuerdo?

—No iré a ninguna parte. No puedes deshacerte de mí tan fácilmente.

Sonríe y me da un beso rápido.

—Te haré cumplirlo.

Abro la puerta del copiloto para ella. Carlos me fulmina con la maldita mirada. Se la regreso cuando Lisa no me está viendo.

—¿Por qué estás alucinando? —le pregunta Lisa, y escucho a Carlos decir algo sobre un “parque de pandilleros” mientras arranca.

Sólo ha pasado alrededor de un minuto desde que se fueron cuando un viejo Camry con quemacocos entra en el estacionamiento. Mamá tenía antes un Lexus, pero los federales lo incautaron cuando se llevaron a mi viejo.

—¡Oh, oh! —grita P-Nut—. El pequeño Don se metió en problemaaas. Hizo que su mamá viniera hasta acá para un traslado disciplinacista.

Disci… ¿qué?

Olvídate de P-Nut. Abro la puerta del copiloto del auto de mamá.

—Hey, ma.

—Hey, be… —se tapa la nariz—. ¡Maldición, niño! ¡Apestas! ¿Qué has estado haciendo que hueles tan mal?

Me huelo. No está tan mal.

—Estuve jugando a la pelota.

—¿Y también luchaste con cerdos? ¡Dios mío! Vas a hacer que la clínica se vacíe.

—Si pasamos rápido por la casa, puedo tomar un baño.

—No tenemos tiempo para eso, Maverick. Les dijimos a Iesha y a su madre que nos encontraríamos con ellas a las dos. Ya es la una cuarenta y cinco.

—Oh —no me había dado cuenta de que mi vida podría cambiar tan pronto—. Mi error.

Mamá debe escuchar el bajón en mi voz.

—Necesitamos saber la verdad. Lo entiendes, ¿cierto?

—Ma, lo que voy a hacer si…

—Hey —dice, y la miro—. No importa qué pase, yo estoy contigo.

Me tiende el puño.

Sonrío.

—Eres demasiado vieja para andar chocando puños.

—¿Vieja? ¡Por favor, niño! Debes saber que me pidieron la identificación el sábado pasado, que Moe y yo salimos. ¡Pum! ¿Quién es demasiado viejo ahora?

Río mientras pone en marcha el coche.

—Tú. Eres demasiado vieja.

—¡Hey, esperen! —grita Shawn. Cruza corriendo el estacionamiento hacia el lado de mamá—. Tengo que saludar a la reina. ¿Cómo está, señora Carter?

—Hola, Shawn —dice mamá—. ¿Todo en orden?

—Sí, señora. Aquí cuidando a su chico.

—Bien —dice mamá, y su voz baja.

No hay madre que quiera que su hijo esté en una pandilla, pero tampoco hay madre que quiera a su hijo muerto. Mi viejo se ganó tantos enemigos en las calles que necesito que alguien me respalde. Él fue quien dijo a mamá que debía unirme. Como sea, la sangre King corre por mis venas. Los hermanos de mamá la llevaban, también mi viejo y sus primos. Es como una fraternidad para nosotros.

Sin embargo, mamá cree que soy un “asociado”, alguien que pertenece, pero no se involucra en los “negocios”. Ella dice que todo esto de los King Lords es temporal. Taladra en mi cabeza todo el tiempo que debo obtener mi diploma de la preparatoria y marcharme a la universidad para que consiga escapar de esto.

—Tenemos una cita —le dice a Shawn—. Cuídate, bebé.

—Sí, señora —Shawn me mira y asiente—. Buena suerte, hermanito.

Asiento en respuesta.

Mamá sale del estacionamiento y yo miro a los hermanos por el espejo retrovisor. Siguen jugando en las canchas sin importarles nada en el mundo. Ojalá así pudiera estar yo otra vez.

En cambio, me dirijo a la clínica para averiguar si el hijo de King en realidad es mío.

DOS

La clínica gratuita está llena para ser viernes por la tarde. Todos en Garden, también conocido como el Jardín, prefieren venir aquí que ir a la clínica del condado, porque la gente que va allá rara vez regresa. Un hombre con muletas habla muy alto en el teléfono público, como si quisiera que todos escucháramos que necesita que alguien lo lleve. De alguna manera, no ha conseguido despertar a la mujer en silla de ruedas que está al lado de nosotros. Una chica de mi edad persigue a un niño y lo llama en español.

Es salvaje pensar que ése podría ser yo en un par de años.

Toda esta situación es un poco complicada. King tiene a esta chica del barrio, Iesha. Ella no es su novia, para nada. Juguetean mucho, si sabes a lo que me refiero. Sin embargo, Iesha es conocida por juguetear con un montón de tipos. No quiero faltarle el respeto, pero es un hecho.

Hace aproximadamente un año, Lisa rompió conmigo después de que Carlos afirmó que me había visto hablando con otra chica. Una descarada mentira, pero Lisa le creyó a ese idiota por alguna razón. Estresado por eso, fui a la casa de King. Él le pidió a Iesha que me ayudara a dejar de pensar en todas esas cosas. Yo no estaba seguro al principio, porque parecía algo malo, como si casi se tratara de un engaño. Pero una vez que Iesha y yo nos pusimos en marcha, olvidé el bien y el mal.

En algún momento, el condón se rompió.

Ahora estoy en la clínica gratuita, a la espera de los resultados de las pruebas de ADN del bebé de Iesha, que ya tiene tres meses.

La pierna de mamá no se queda quieta, como si quisiera salir corriendo de esta sala de espera. Le lanza una mirada a su reloj.

—Ya deberían estar aquí para esta hora. Maverick, ¿has hablado con Iesha últimamente?

—No, desde la semana pasada.

—Dios. Vamos a tener montón de trabajo con esta niña.

Mamá siempre habla con Dios. Por lo general, son cosas como: “Dios mío, evita que lastime a este niño”. Supongo que es agradable que le hable sobre alguien más por una vez.

Dice que la he hecho envejecer antes de tiempo por puro estrés. Mantiene su cabello ondulado con los dedos y ya tiene un par de canas que no deberían estar ahí a los treinta y ocho. No es mi culpa. Es por el montón de horas que se la pasa trabajando. Mamá está en el mostrador de registro de un hotel durante el día y limpia oficinas por las noches. Siempre le digo: “Yo me voy a encargar de ti”.

Ella sonríe y dice: “Encárgate de ti, Maverick”.

Y durante semanas ha sido: “Encárgate de tu hijo”. Está convencida de que soy su papá.

No lo soy.

—No sé por qué hacemos esto —farfullo—. No es mi hijo.

—¿Por qué? ¿Porque sólo estuviste con esa chica una vez? —pregunta mamá—. Eso es lo único que se necesita, Maverick.

—Ella jura que es el bebé de King. Incluso le pusieron el nombre de King.

—Sí, ¿y a quién se parece? —pregunta mamá.

Hombre… está bien, me acorraló. Cuando nació King Jr., no se parecía a nadie. Para mí, todos los recién nacidos parecen extraterrestres. Después de un par de semanas, los ojos, la nariz y los labios se parecían a los míos. King no estaba por ningún lado. El bebé tampoco se parece a Iesha.

Por eso King dejó de tratar con Iesha por completo. Ella quiere demostrarle que yo no soy el padre y me pidió que me hiciera una prueba de ADN. Aquí estamos. A menos que tenga la peor suerte del mundo, de ninguna manera ese bebé es mío.

Mi localizador suena en mi cintura y aparece el número del señor Wyatt. Es nuestro vecino de al lado. Corto el pasto de su jardín del frente todas las semanas. Tal vez quiera que vaya hoy. Tendré que buscarlo más tarde.

Mamá me mira con una sonrisa.

—¿Te crees muy importante sólo porque tienes ese localizador, eh?

Río. Compré esta cosa hace dos meses. Lo tengo en una funda azul transparente. Más inflado imposible.

—Na, mamá. Nunca.

—¿Cómo va el negocio? —pregunta—. ¿Cuántos jardines estás cortando ahora?

Mamá cree que gano dinero cortando el pasto en el barrio. Lo hago, pero gano más vendiendo drogas. Todo este asunto de jardinería me ha ayudado a mantener eso en la oscuridad. Cuando me ve luciendo zapatos o ropa nuevos, actúo como si los hubiera comprado por poco dinero en el mercado de pulgas en lugar del centro comercial. Odio poder mentirle tan bien.

—Va bien —digo—. Estoy trabajando como en diez jardines en este momento. Intento conseguir todos los que pueda antes de que llegue el invierno.

—No te preocupes, encontrarás algo más que hacer. Dios sabe que los bebés no son baratos. Descubrirás cómo salir adelante.

No tendré que hacerlo. Ese bebé no es mío.

La puerta de la clínica se abre y la señora Robinson entra. Mantiene la puerta abierta para que pase alguien más.

—¡Trae aquí tu lento trasero!

Iesha entra con los ojos en blanco. Lleva una pañalera al hombro y carga un portabebés en la mano. Con un pequeño hombre dormido adentro. Su diminuto puño descansa sobre su cabeza, y sus cejas están todas arrugadas, como si estuviera pensando en algo profundo en sus sueños.

—Hey, Faye —le dice la señora Robinson a mamá—. Lo siento, llegamos tarde.

—Mmmmm… —responde mamá. No es aprobación ni juicio. Luego me mira, como si esperara que yo hiciera algo. Le devuelvo la mirada, confundido.

—Déjale a Iesha tu asiento, niño —dice mamá.

—¡Oh! Mi error —salto para levantarme. Mamá se empeña conmigo con ese rollo de ser un caballero.

Iesha toma mi silla y coloca el portabebés a sus pies. Mamá se queda embobada de repente.

—Uf, mira nada más a ese hombrecito —dice con una voz que sólo usa con los bebés—. Quedó fuera de combate.

—Por fin —dice Iesha—. Me mantuvo despierta toda la noche.

—No es como si tuvieras algún otro lugar adonde ir —la interrumpe la señora Robinson—. Señorita Me-escapo-de-la-escuela-de-verano-para-ir-detrás-de-un-chico.

—Oh, Dios mío —se lamenta Iesha.

—Pronto dormirá toda la noche —dice mamá—. Maverick no durmió bien hasta que cumplió cinco meses. Era como si necesitara saber qué estaba pasando todo el tiempo.

—Él es exactamente igual —dice la señora Robinson, mirándome.

Puede mirarme todo lo que quiera. Eso no lo convierte en mi hijo.

El hombrecito se queja en el portabebés.

Iesha suspira.

—¿Ahora qué?

—Tal vez quiera su chupón, bebé —dice mamá.

Iesha lo mete en su boca y él de pronto está bien.

Analizo a Iesha con atención. Tiene bolsas debajo de los ojos que antes no tenía.

—¿Alguien te está ayudando con él?

—¿Ayudando? —responde su mamá, como si yo hubiera lanzado una maldición—. ¿Quién se supone que debe ayudarla? ¿Yo?

—Vamos, Yolanda —dice mamá—. Esto es mucho para que cualquiera pueda manejarlo, y mucho más para una jovencita de diecisiete años.

—¡Ajáaa! Quiere actuar como si fuera mayor, así que puede lidiar con esto como si fuera mayor. Ella. Sola.

Iesha parpadea muy rápido.

De pronto, me siento muy mal por ella.

—Si es mío, no volverás a hacer esto sola, ¿de acuerdo? Vendré y ayudaré tanto como pueda.

Hace cinco segundos parecía estar lista para llorar. Ahora, me sonríe.

—Oh, ¿en serio? ¿Tu novia estará bien con eso?

No sé cómo va a reaccionar Lisa. Había pensado que si el bebé no era mío, ella no necesitaba saber nada al respecto. Pero si es mío…

—No te preocupes por ella —le digo a Iesha.

—Oh, no estoy preocupada. Tú eres el que debería estarlo. Su engreído trasero te dejará muy pronto.

—¡Hey, no hables así de ella!

—Como sea. Con todas esas chicas de la preparatoria Garden que babean por ti, y tú te vas con la presumida de la escuela católica. Todo está bien. Mi bebé no es tuyo. En cuanto nos entreguen los resultados, lo llevaré con su verdadero papi y seremos una familia. Ya verás.

—¡Iesha Robinson! —grita la enfermera.

Todos miramos en esa dirección.

Aquí está.

—Ve —le dice la señora Robinson a Iesha.

Iesha se levanta y suspira por la nariz.

—Esto es tan estúpido.

—¡Lo estúpido es que no sepas quién es el padre! —dice su madre detrás de ella—. ¡Eso es lo estúpido!

Bueno, maldita sea. ¿Mamá y yo hacemos cosas así? Demonios, sí, todo el tiempo. Pero no en público.

Iesha regresa y pone el sobre en la mano de su madre.

—Apuesto a que yo tengo razón. ¡Te lo apuesto!

La señora Robinson saca los papeles y los lee. Por esa mirada engreída que tiene, sé lo que dicen.

—Felicitaciones, Maverick —dice, mirando fijamente a su hija—. Eres padre.

Mierda.

—Jesús —mamá se toca la frente. Decir que era mío y saberlo son dos cosas distintas.

Iesha le arrebata los papeles. Los mira y su expresión se desploma.

—¡Mierda!

—Maldita sea, ¿por qué estás enojada?

—¡Éste debería ser el bebé de King! ¡No quiero lidiar con tu trasero!

—¡Yo tampoco quiero lidiar con el tuyo!

—¡Maverick! —estalla mamá.

Mi hijo llora en el portabebés.

Mamá me lanza una mirada dura y lo levanta.

—¿Qué pasa, Enano? ¿Eh? —ella no necesita conocerte mucho para ponerte un apodo. Mamá huele cerca de su trasero y arruga la nariz—. Oh, ya sé lo que está mal. ¿Dónde están sus pañales?

—En la pañalera del bebé —farfulla Iesha.

—Toma la pañalera, Maverick —dice mamá—. Nosotros nos encargaremos.

De repente, yo tengo un hijo y él tiene un pañal sucio.

—No sé cómo cambiar un pañal.

—Entonces, llegó la hora de que aprendas. Vamos.

Mamá entra al baño de mujeres y actúa como si yo tuviera que seguirla. Diablos, no. Ella regresa a la puerta.

—Vamos, niño.

—¡Yo no puedo entrar ahí!

—No hay nadie. Hasta que pongan cambiadores en el baño de hombres, vamos.

Maldita sea, esto no está bien. La sigo. El hombrecito llora como loco. Entiendo por qué. Ese pañal apesta. Mamá me pasa al bebé para que ella pueda registrar el bolso, pero lo mantengo lejos de mí. No voy a terminar embarrado.

—Tienen un montón de ropa, seguro —dice mamá—. Veamos si Lisa puso por aquí algún cambiador. Si no es así… olvídalo, aquí está —mamá lo acomoda sobre la tabla—. Está bien, ahora recuéstalo.

—¿Y si se cae?

—No lo hará. Ahí lo tienes —dice mientras lo acuesto—. Ahora abre su…

Me pierdo el resto de la frase mientras lo miro fijamente.

Antes, cuando lo miraba, me asombraba que existiera algo tan pequeño. Ahora lo veo y es mío, sin duda.

¿La peor parte? Yo soy suyo.

Tengo miedo. Lo arruiné. Apenas cumplí diecisiete hace un mes, y ahora tengo que cuidar de otra persona.

Él me necesita.

Depende de mí.

Me dirá papá.

—¿Maverick?

Mamá toca mi hombro.

—Puedes con esto —dice—. Estoy contigo.

No se refiere sólo al pañal.

—Está bien.

Cambio mi primer pañal con su ayuda. Entra una enfermera y nos ve luchando con los pañales —ha pasado un tiempo desde la última vez que mamá había hecho esto—, y nos da algunos consejos. El hombrecito sigue quejándose, a pesar de que ya está limpio. Mamá lo sostiene contra su hombro y le frota la espalda.

—Está bien, Enano —lo arrulla—. Todo está bien.

Pronto se calma. Supongo que eso es lo único que necesitaba saber.

Agarro su pañalera y salimos de regreso a la sala de espera. El portabebés de mi hijo está en el suelo con los papeles del ADN adentro. La señora Robinson no está.

Tampoco Iesha.

TRES

—¡Esa maldita víbora! Y no estoy hablando de Iesha —dice mamá—. ¡Me refiero a su madre!

Mamá no ha parado con su escándalo desde que salimos de la clínica.

Al principio pensé que Iesha y la señora Robinson estaban afuera, esperándonos. No, se habían ido. Una de las enfermeras nos dijo que les avisó que estaban dejando el portabebés. La señora Robinson contestó: “Ya no lo necesitamos”, y empujó a Iesha hacia la puerta.

Fuimos directo a su casa. Golpeé las puertas, miré por las ventanas. Nadie respondió. No tuvimos más remedio que llevarnos a nuestro hombrecito a casa.

Subo la escalera del porche cargándolo en su portabebés. Está tan concentrado en los juguetes que cuelgan del asa que no sabe que su madre lo acaba de abandonar como si fuera basura.

Mamá empuja la puerta de la entrada para abrirla.

—Tuve una sensación extraña cuando vi toda esa ropa en la pañalera. ¡Lo dejaron sin decir una sola palabra!

Dejo el portabebés sobre la mesa de centro. ¿Qué demonios acaba de pasar? En verdad, hombre. De repente, tengo a todo un ser humano a mi cuidado cuando ni siquiera he cuidado a un perro jamás.

—¿Qué hacemos ahora, ma?

—Obviamente, tendremos que quedarnos con él hasta que averigüemos qué están tramando Iesha y su madre. Esto podría ser por el fin de semana, pero por más víboras que sean… —cierra los ojos y se toca la frente—. Dios mío, espero que esta niña no haya abandonado a este bebé.

Mi corazón se desploma hasta mis zapatos.

—¿Lo abandonó ? ¿Qué se supone que yo debo…?

—Tú vas a hacer lo que tengas que hacer, Maverick —dice—. Eso es lo que significa ser padre. Tu hijo ahora es tu responsabilidad. Tú le cambiarás los pañales. Tú lo alimentarás. Tú lidiarás con él en medio de la noche. Tú…

Toda mi vida patas arriba y no le importa.

Ésa es mamá. La abuela dice que llegó al mundo lista para lo que fuera. Cuando las cosas se derrumban, ella se apresura a reunir las piezas y formar algo nuevo con ellas.

—¿Me estás escuchando? —pregunta.

Rasco mis trenzas.

—Te oigo.

—Dije: ¿me estás escuchando? Hay una diferencia.

—Te escucho, ma.

—Bien. Dejaron suficientes pañales y fórmula para el fin de semana. Llamaré a tu tía Nita, para ver si todavía tienen la vieja cuna de Andreanna. Podemos instalarlo en tu recámara.

—¿En mi recámara? ¡No me va a dejar dormir!

Pone la mano en su cadera.

—¿Y a quién más se supone que debe mantener despierto?

—Hombre —me quejo.

—¡No me digas eso! Ahora eres padre. Ya no se trata de ti —mamá toma la pañalera del bebé—. Le prepararé un biberón. ¿Puedes vigilarlo o es un problema?

—Lo vigilaré —farfullo.

—Gracias —va a la cocina—. “No me va a dejar dormir.” ¡Hay que ser desvergonzado!

Me dejo caer en el sofá. El hombrecito me mira desde el portabebés. Así es como lo llamaré por ahora: Hombrecito. King Jr. no se siente bien cuando se trata de mi hijo.

Mi hijo. Es una locura pensar que un pequeño agujero en el condón me convirtió en el padre de alguien. Suspiro.

—Supongo que ahora somos tú y yo, ¿eh?

Estiro mi mano hacia él y agarra mi dedo. Es fuerte para ser tan pequeño.

—Hey —río—. Me vas a romper el dedo.

Intenta llevárselo a la boca, pero no lo dejo. Mi uña está muy sucia. Eso lo hace gemir.

—Hey, hey, relájate —lo libero y lo levanto. Es mucho más pesado de lo que parece. Intento acomodarlo en mis brazos y sostener su cuello como mamá me dijo. Él gimotea y se retuerce hasta que de repente comienza a chillar—. ¡Ma!

Regresa con el biberón.

—¿Qué, Maverick?

—No sé cargarlo bien.

Lo acomoda en mis brazos.

—Sí tú te relajas, él se relaja. Y ahora toma, dale el biberón —me lo entrega y se lo meto en la boca—. Bájalo un poco, Maverick. No querrás alimentarlo rápido. Ahí está. Cuando vaya a la mitad, hazlo eructar. Y de nuevo a la hora que se lo termine.

—¿Cómo?

—Lo sostienes contra tu hombro y le das palmaditas en la espalda.

Sostenerlo bien, bajar el biberón, hacerlo eructar.

—Ma, no puedo…

—Sí, sí puedes. De hecho, lo estás haciendo ahora.

No me había dado cuenta de que Hombrecito ya dejó de llorar. Está tomando su biberón y agarra con fuerza mi camisa, mientras me mira fijamente.

Lo miro. O sea, lo miro. Sí, me veo… no puedo negar que es mío. Más que eso, veo a mi hijo.

Mi corazón se hincha como pelota en mi pecho.

—Hey, hombre —por alguna razón, siento que lo estoy viendo por primera vez—. Hey.

—Voy a echar toda su ropa a la lavadora —dice mamá—. Quién sabe qué tipo de gérmenes tengan en esa casa.

Nadie odia los gérmenes como mamá. Tiene asma y las cosas más extrañas le pueden afectar.

—Gracias, ma.

Sale otra vez, ahora rumbo a la lavadora. Miro a mi hijo y debo admitir que, por mucho que me asombre, nunca había estado tan asustado en mi vida. Es un ser humano completo que yo ayudé a hacer. Tiene corazón, pulmones, cerebro, en parte debido a mí, y ahora básicamente tengo que mantenerlo con vida.

Esto es casi demasiado. Definitivamente, no es como planeé pasar mi noche de vier…

Maldición. La fiesta. No hay manera de que mamá me deje ir.

Dejo de alimentar a Hombrecito el tiempo suficiente para marcar el número de Lisa en el teléfono inalámbrico. Lo sostengo en mi oreja con el hombro. Suena un par de veces y entonces responde:

—Hey, Mav.

Siempre olvido que su madre tiene identificador de llamadas.

—Hey. No es mal momento, ¿verdad?

Hay un sonido amortiguado, como si ella se estuviera moviendo.

—No. Sólo estoy eligiendo mi atuendo para la fiesta. ¿Por qué? ¿Qué pasa?

Realmente, me siento como una mierda ahora.

—Mmm… no podré llevarte esta noche. Surgió algo.

—¿Todo está bien?

—Sí. Mamá quiere que me quede en casa y me ocupe de las cosas aquí.

Eso no es mentira. Sólo es parte de la verdad. Este bebé en mis brazos no es exactamente una conversación telefónica, ¿sabes?

—Suena como mi mamá —dice Lisa, y casi puedo escucharla poner los ojos en blanco—. Podría ir para allá y hacerte compañía si quieres.

—¡Na!

Asusté a Hombrecito. Su rostro se arruga.

—Mi error —le digo a él y a Lisa, y lo reboto un poco en los brazos. Por favor, Dios, no permitas que empiece a llorar—. No necesitas pasar tu viernes viéndome hacer el quehacer de la casa. Estoy bien.

—Está bien —dice Lisa—. ¿Te veo este fin de semana?

—Na. No tengo permiso de ir a ningún lado.

—Maldita sea. ¿Qué hiciste?

Ésa es una pregunta capciosa.

—Ya sabes cómo son las cosas. Nos veremos después.

Nos decimos “te amo” como siempre, y cuelgo con una respiración profunda.

—Estuviste a punto de meterme en problemas, Hombrecito.

Deja de chupar el biberón el tiempo suficiente para estirar la boca y bostezar. Claramente, no le importa.

Ya terminó la mitad del biberón. Supongo que ahora tengo que hacerlo eructar. Mamá dijo que lo sostuviera contra mi hombro y le golpeara la espalda con suavidad. Doy palmaditas una, dos, tres veces…

Un hipo. Algo cálido y húmedo resbala por mi espalda.

—¡Aaargg, hombre! —salto del sofá. Este chico me vomitó encima. Él llora y grita, yo quiero llorar—. ¡Ma!

—¿Y ahora qué, Maverick? —pregunta, y regresa a la puerta. Tiene la desfachatez de sonreír—. Bienvenido a la paternidad, donde la ropa nunca se mantiene limpia.

—¿Qué tengo que hacer?

—Poner una toalla sobre tu hombro la próxima vez. Por ahora, termina de alimentarlo y hazlo eructar de nuevo.

—¿Tengo que volver a sentarme aquí con el vómito encima?

—¿Qué te dije hace un rato? Ya no se trata de ti. Vas a aprender. Parece que tienes al mejor maestro.

Podría haberse guardado esta lección para él, en serio.

Suena el timbre. Mamá se asoma primero por la ventana del frente. Después de que los federales entran en tu casa, siempre tendrás cuidado. Abre la puerta.

—Hey, Andre, cariño.

—Hey, tía. ¿Se hicieron la prueba…? —se fija en mí y en mi hijo, y sus ojos se agrandan—. ¡Heeey! ¿Así que es tuyo?

—Sí. Es mío.

—Maldición —dice Dre mientras entra a la casa—. Aunque se parece tanto a ti que no debería sorprenderme mucho, en realidad.

—Ajá. Y ya está haciendo sufrir a Mav —mamá suelta una risita.

Me alegra que alguien piense que esto es gracioso.

—Hombre, lo hice eructar y vomitó sobre mí.

Dre ríe.

—Necesitas tener la toalla en todo momento, primo —da la vuelta para ver a Hombrecito descansando contra mi hombro—. Hey, primito. Soy Dre. Algún día te enseñaré a jugar basquetbol, ya que tus padres no saben.

—Olvídalo —digo.

—Sólo digo la verdad. ¿Te vas a quedar con él toda la noche o algo así?

Me siento en el borde del sofá, acomodo a Hombrecito y le doy de comer de nuevo.

—No lo sé. Iesha y su madre lo botaron.

Dre baja un poco la botella que estoy sosteniendo.

—No lo alimentes tan rápido. ¿Qué quieres decir con que lo botaron?

—Lo llevamos al baño para cambiarlo, regresamos y ellas ya no estaban.

—Miéeer… coles —Dre intenta no maldecir en frente de mamá—. ¿Las buscaron?

—Pasamos por su casa y no había nadie —dice mamá—. No debería sorprenderme que la maldita víbora de Yolanda hiciera algo como esto.

—Maldita sea —dice Dre—. Bueno, veamos, si necesitan una cuna, nosotros tenemos todavía la vieja cuna de Andreanna guardada, y también su carriola. Puedo traerlas más tarde.

—Eso es dulce de tu parte, bebé. Gracias —mamá toma su bolso del sofá—. Voy a ir por algo para cenar con Reuben. Dios sabe que no estoy de humor para cocinar. Y ustedes, pórtense bien mientras yo no esté.

—Sí, señora —decimos ambos. A pesar de que Dre tiene veintitrés, hace todo lo que mamá le dice.

Ella se va y Dre se sienta a mi lado en el sofá. Me ve alimentar a Hombrecito.

—Maldita sea, Mav. En verdad eres un padre.

—Todavía no puedo creerlo.

—Lo entiendo. La paternidad es un viaje, pero no podría imaginar mi vida sin mi bebé. Incluso tan mala como Andreanna es.

Río.

—No puede ser tan mala. Sólo tiene tres años.

—Mieerda. Ella cree que lo sabe todo y se mete en todo. La gente habla de los terribles dos años. Para nada, ¡los tres son peor! Tres es el siguiente nivel —se calla por un segundo—. Voy a extrañar su pequeño trasero malvado cuando las deje a ella y a Keisha.

Hace un par de años, Keisha se mudó de la ciudad para estudiar en Markham State y se llevó a Andreanna con ella. Está a sólo dos horas de distancia y Dre las visita todos los fines de semana. Él se quedó en Garden para ayudar a la tía Nita con el tío Ray, después de que él sufrió un derrame cerebral, el año pasado.

—Aguanta, hombre —le digo—. Antes de que te des cuenta, Keisha ya se habrá graduado y estarán intercambiando sus votos en julio.

—Si acaso logro sobrevivir a todas estas cosas de la boda —pone la mano en mi nuca—. ¿Estás bien?

Diablos, no. Echaron mi vida en una licuadora y me dejaron convertido en algo que ni siquiera reconozco. Y además de eso, de repente soy el papá de alguien cuando desearía tener a mi propio padre conmigo.

No, hombre. No puedo volverme loco. Tengo que hacerme cargo de lo mío, como dice la canción G Shit. No me alucinaré.

—Sabes que está bien tener miedo, ¿cierto?

—¿Miedo de qué? ¿De un pequeño bebé?

—De todas esas cosas que vienen con tener un bebé pequeño —dice Dre—. La primera vez que cargué a Andreanna, lloré. Era tan hermosa y me tenía a mí como padre.

Miro a mi hijo y, maldita sea, siento lo mismo.

—Decidí entonces que sería el tipo de padre que ella se merecía —dice—. Tenía que ser un hombre, madurar. Eso es lo que tienes que hacer, Mav. Madurar.

—Ya soy un hombre, imbécil —digo.

Dre levanta las manos.

—De acuerdo. Ya eres un hombre. Tan hombre que te atreves a vender a espaldas mías y de Shawn.

Casi dejo caer a mi hijo.

—¿Qué?

—Me escuchaste. Le compras collares costosos a tu chica, luces tenis nuevos cada semana. Sé cuánto dinero sacas trabajando para nosotros. Me aseguré de que fuera lo suficiente para que pudieras ayudar un poco a la tía Faye. ¿De dónde sacas todo este dinero extra?

Sostengo a mi hijo contra mi hombro y lo hago eructar de nuevo.

—Ya te he dicho que hago trabajos esporádicos.

—¡Sí, claro! No me mientas. ¿Quién te metió en esto? ¿De dónde sacas tu basura?

—No soy un soplón, Dre.

—Ohhhh, entonces estás haciendo algo a nuestras espaldas.

—¡No, no quise decir eso! —me defiendo.

—Sí, lo hiciste. Apuesto a que fue King, ¿cierto? Sí, parece del tipo que se sigue por su cuenta.

Mierda, mierda, mierda.

—Dre, no puedo…

—No te delataré con Shawn —dice—. Dices que eres un hombre, demuéstralo. Los hombres reconocen su propia mierda. Reconoce la tuya.

Maldita sea, tenía que ponerlo de esta manera. Debo admitir que me sentía muy mal ocultándole todo esto a Dre. Él es el hermano mayor que nunca tuve. Nunca nos guardamos secretos el uno al otro. E incluso si no lo admito, él va a encontrar la manera de enterarse de la verdad. Eso podría ser en verdad malo para King.

Dejo a mi hijo en el portabebés mientras se queda dormido. No puedo permitir que mi amigo se meta en problemas. Debo ocuparme de esto por el equipo.

—Está bien, sí —digo—. He estado vendiendo otras sustancias a sus espaldas. Nadie me ayuda. Encontré una manera de conseguirlas.

Dre suspira.

—¿Qué diablos, Mav?

—¡Quiero ganar dinero! Tú y Shawn no me iban a dejar vender más que hierba.

—Porque te cuidamos a ti y al resto de los hermanos pequeños. Vender esa otra mierda es peligroso en más de un sentido. No necesitas hacer eso.

Sólo lo miro.

—¡Imbécil, tú lo haces! —en serio, no puedo creer que tenga la desfachatez de sermonearme.

—Soy inteligente con lo mío, a diferencia de ti —dice Dre—. Tú tal vez seas lo suficientemente descuidado para conducir a los puercos directo hacia ti. Para ser sincero, debes dejar esta mierda de trabajar por tu cuenta, punto. Hierba, piedra, pastillas, polvo, lo que sea. Suéltalo todo.

—¿Qué? Mira, ahora tú estás alucinando.

—Hablo en serio, Mav. Ahora tienes un hijo en el que debes pensar…

—Y tú tienes una hija.

—Sí, y quiero que aprendas de mis errores y seas un mejor padre que yo —dice Dre—. Odio que ésa sea la manera que tengo para mantener a Andreanna, pero estoy demasiado atrapado para salir de ahí. Tú no —me da un leve golpe en el pecho—. Podríamos conseguirte un trabajo normal, algo en Wal-Mart o Mickey D’s…

—¡¿McDonald's? ¡Eso no deja dinero!

—Es dinero limpio —dice Dre—. También puedo hablar con Shawn sobre dejarte salir del equipo.

—Oh, estás alucinando en serio —le digo—. Shawn no puede sólo dejarme salir. Tú lo sabes. Viste lo que le pasó a Kenny.

Kenny es este King Lord que alguna vez jugó futbol americano para la preparatoria Garden. Recibió una oferta de beca completa para una de esas grandes universidades y decidió que quería salirse. Supongo que no quería que en la escuela se descubrieran sus vínculos con las pandillas. Sólo hay unas cuantas formas de salir de los King Lords: o haces un trabajo importante, como hacerte cargo de alguien, o ellos se encargan de dejarte fuera. A Kenny lo dejaron fuera. Los hermanos mayores lo golpearon tanto que terminó en coma. Cuando despertó, estaba demasiado dañado para recibir una beca. Salirse no vale la pena.

—Quizá podamos encontrar una forma diferente para ti —dice Dre.

Niego con la cabeza.

—Deja de mentirte, hombre. ¿Por qué debería salirme, como sea? La sangre King corre en nuestras venas, ¿lo recuerdas?

—Tú podrías romper ese ciclo —dice Dre—. Sé mejor que yo, primo, mejor que todos nosotros. Haz las cosas de la manera correcta.

—Sí, eso es fácil de decir cuando conduces un Beamer —digo—. Eres un hipócrita, perro. Y también un maldito idiota si crees que me voy a alejar de este dinero, sobre todo ahora que tengo un hijo.

—¿Así son las cosas? De acuerdo —dice Dre, asintiendo—. O te rindes o se lo digo a la tía y al tío Don.

—Entonces tendrías que admitir que me dejaste vender hierba.

—Estoy dispuesto a reconocer mi parte como un hombre. También le diré a Shawn lo que está haciendo King.

—Ya te lo dije, King no está involucrado en esto.

—Sí, claro —dice Dre—. Todo esto tiene su nombre. No necesitas admitirlo. Shawn y yo lo investigaremos y nos encargaremos de esto.

—¡Dijiste que no meterías a Shawn en esto!

—No, dije que no te delataría con él. No dije que no delataría a King. Entonces, ¿qué vas a hacer, primo? ¿Vas a dejar que la venta de drogas se acabe por completo o vas a permitir que tú y tu chico se metan en problemas?

—¡Esto es chantaje!

—Es tu elección verlo de esa manera —dice Dre.

—¡Porque lo es! ¿Cómo puedo estar seguro de que no delatarás a King? —pregunto.