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Este libro está escrito para que refexiones sobre la verdad más importante de tu vida: Jesús anhela tu santidad. Luchar para alcanzarla puede no ser un camino fácil, pero merece la pena el esfuerzo: es el camino más feliz, hermoso y verdadero que puedes tomar en tu vida. Ninguna droga, riqueza o fama pueden proporcionarte más plenitud. No tendrás que hacer ninguna locura para convertirte en santo, ni tampoco necesitas superpoderes. De hecho, aunque a veces te sientas un loser, el evangelio está lleno de ellos, y alcanzaron su objetivo precisamente por ser unos "perdedores" que se faron de Jesús. Porque este camino no es para una élite espiritual, sino para todos los pecadores normales de buena voluntad.
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Seitenzahl: 125
Veröffentlichungsjahr: 2024
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PAUL GRAAS
Santidad para losers
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original en holandés: Heiligheid voor losers
© 2024 byPaul Graas
© 2024 by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Preimpresión: produccioneditorial.com
ISBN (edición impresa): 978-84-321-6811-6
ISBN (edición digital): 978-84-321-6812-3
ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6813-0
Prólogo
Introducción
1. Ideas equivocadas sobre la santidad
2. Tu identidad más profunda
3. Lo que Dios desea fervientemente
4. Desarrollar tu paladar moral
5. Haz de tu día un sacrificio eucarístico
6. No estás solo
7. Tu propio magníficat
Cubierta
Portada
Créditos
Índice
Comenzar a leer
Notas
Un libro que trata de ser santo, ¿es algo para ti? Puede ser que cuando piensas en un santo, pienses en una estatua en una iglesia o en alguien lejano y distante. La belleza de este libro es que te muestra de forma inspiradora que la llamada a la santidad es algo para gente muy corriente, ¡para ti y para mí!
Permíteme decirlo sin rodeos: la santidad no trata de no cometer errores. Seguramente muchos de nosotros sentimos esa presión: tienes que ser perfecto, no puedes fallar, tienes que “brillar”. La exigencia de la ‘imagen perfecta’ hace que vivas entre bastidores: el decorado parece bonito, pero la vida que hay detrás permanece oculta y nadie puede verla. Creo que mucha gente tiene miedo de mostrarse como es, porque si te abres, te haces vulnerable. La “cultura de la cancelación” no ayuda mucho en este sentido. Si es absolutamente necesario ser bueno y perfecto, algunas cosas se etiquetan como OK, básicamente porque no puedes cometer errores. Una cultura así casi te obliga a no ser santo. Porque la santidad es ante todo veracidad, honestidad.
El papa Francisco respondió a esa cultura de la “imagen perfecta” durante la Misa final de las Jornadas Mundiales de la Juventud en Portugal:
No nos volvemos luminosos cuando nos ponemos debajo de los reflectores, no, eso encandila. No nos volvemos luminosos cuando mostramos una imagen perfecta, bien prolijitos, bien terminaditos; no, no, aunque nos sintamos fuertes y exitosos. Fuertes y exitosos, pero no luminosos. Nos volvemos luminosos, brillamos, cuando, acogiendo a Jesús, aprendemos a amar como Él.
Puede sonar un poco contradictorio, pero uno se hace santo siendo pequeño y sintiéndose pecador, afrontando las cosas y atreviéndose a hablar de tus debilidades. Es la única manera. Por supuesto, no tienes que hablar de tus luchas espirituales en todas partes y con todo el mundo, pero es cierto que has obtenido una victoria sobre ti mismo y sobre el pecado cuando te atreves a abrir tu alma en una buena conversación. El mal pierde un aguijón venenoso cuando hablas de él con confianza. No por nada la frase: “No tengas miedo”, se repite sin cesar en la Biblia.
No pienses que eres el único que sufre por este pecado o con esa tentación en particular. Si piensas eso, es porque no conoces lo suficiente a otras personas. Y, por favor, no pienses que tú no tienes solución, que nunca podrás vencer ese pecado y que por tanto no tiene sentido luchar contra él. ¡No es verdad! Además, tú no eres bueno porque vences, sino porque luchas y no te desanimas. Acéptate a ti mismo y lucha la buena batalla; el resto es gracia. Tu caminar por la vida depende de Dios. Trata de confiar en Él y acepta que —¡gracias a Dios!— no eres esa “imagen perfecta” que la cultura actual intenta imponer. ¡Así es como te conviertes en un pecador santo! Un santo es siempre un pecador, pero uno que vive por la gracia de Dios y que, sin embargo, siempre se levanta y trata de hacer algo hermoso de su vida permitiendo que el amor de Jesús entre en su corazón.
¡No puedo más que recomendar este libro!
+Jan Hendriks
Obispo de Haarlem-Amsterdam
«Cada santo tiene un pasado, y cada pecador tiene un futuro».
— Oscar Wilde1
¿Has asistido alguna vez a una canonización? Yo sí. He estado presente entre una multitud de personas de todas las razas y culturas, mientras el papa celebraba la Santa Misa. Todos los presentes estaban unidos por la devoción a la persona canonizada. Muchas personas contaban cómo el santo les había ayudado en dificultades o les había concedido favores. En algunos casos, incluso se había producido un milagro con el poder de Dios, como la curación inexplicable de una enfermedad.
Los santos sin duda son personas muy especiales. Han vivido vidas impresionantes. Han acercado a mucha gente a Dios. Algunos incluso hicieron milagros y tuvieron visiones, éxtasis u otros fenómenos extraordinarios. Sus vidas fueron una gran aventura humana y divina, porque supieron seguir este mensaje de Jesús: «Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto»2.
Después reflexiono sobre mi propia vida y me pregunto: «¿Debería yo también ser santo, como estos hombres y mujeres lo son?». Igual a uno le dan ganas de reírse al considerarlo: «¿Yo? Pero si soy tan normal. No soy mejor que nadie. De hecho, a veces me siento un loser incapaz de hacer algo bueno. ¿Cómo puedo llegar a ser santo, si ya tengo tantos desafíos y complicaciones en mi vida? ¿No es un ideal demasiado elevado que acabará causándome más decepciones de los que ya tengo en mi vida?».
También puede ser que este ideal de perfección cristiana no te atraiga: «¿Por qué necesito hacerme santo? ¿No soy bueno tal como soy? Además, no quiero obsesionarme con ser perfecto ni pretendo querer ser mejor que los demás».
Tal vez reconozcas estos pensamientos y razonamientos. Me puedo imaginar que el ideal de santidad no atrae personalmente a muchos cristianos, porque la idea que tienen de ella está demasiado lejos de la realidad de sus vidas. Parece como si el camino hacia la santidad fuera para un grupo de personas especiales, una especie de élite espiritual que tiene poderes y talentos especiales y que ha recibido una gracia muy especial de Dios. Se trataría de personas que hicieron cosas extraordinarias; que convirtieron muchas almas a la fe; que rezaron todo el día sin aburrirse; que supieron conmover con su carisma a todos los que les rodeaban y que ofrecieron al Señor sin titubeos los sufrimientos, la penuria y la enfermedad.
Luego están los cristianos normales. Personas que no son tan carismáticas; que ya se aburren si el sermón del domingo dura cinco minutos de más; que ya están contentos si consiguen tener una conversación un poco más profunda de lo normal con sus amigos; que se ponen de mal humor si se acaba la batería del teléfono o si no encuentran aparcamiento. El contraste parece enorme entre los santos y la gente normal.
Con este libro quiero convencerte de la verdad más importante de tu vida: Jesús anhela que seas santo. No te digo que el camino de la santidad sea fácil, pero es posible y, lo que es más importante, realmente vale la pena. Repito: vale la pena. Es el camino más feliz, hermoso y verdadero que puedes recorrer en tu vida. Es el camino que colmará tus deseos más profundos con una alegría y una paz que ninguna droga, riqueza o placer pueden proporcionarte. Al perseguir sinceramente la santidad, disfrutarás más de la amistad, de tu carrera, de tus deseos sexuales, de tus aficiones y de cualquier otro aspecto hermoso de la vida.
Supongo que ha habido santos que han pecado poco en su vida y no han tenido caídas importantes. Hombres y mujeres que han crecido gradualmente en el amor y la piedad desde la infancia y nunca han abandonado el camino. Eso es inspirador y es un motivo para dar gracias a Dios. Pero para la mayoría de nosotros no es así. De hecho, la mayoría de nosotros nos sentimos débiles y quebrados. Nos sentimos incapaces. Pero he aquí que eso no es obstáculo para llegar a ser santos.
He escrito este libro para personas que se ajustan a uno de los siguientes perfiles:
El que ha intentado repetidamente crecer en la vida cristiana, pero no ha alcanzado las expectativas que tenía y se ha desanimado.
El que se siente inseguro de sí mismo y cree que no está a la altura de las expectativas de Dios y de su prójimo.
El que sufre de problemas de salud mental, por ejemplo, debido a la depresión, la ansiedad, el estrés o el quebrantamiento interior.
El que está enredado en pecados como la pornografía y lucha por librarse de ellos.
El que tiene deseos de vida grande, pero suspira tumbado en la cama porque no tiene ni idea de por dónde empezar y tampoco se siente con fuerzas para ponerse realmente a ello.
El que se siente normal, sin talentos especiales, y que tampoco se siente llamado a tener una vida sensacional.
El que lo tiene difícil en su vida cristiana, porque no hay apenas gente a su alrededor que sea creyente, salvo el grupo de ancianos piadosos de la iglesia del pueblo y el loco que grita por la calle que se acerca el fin de los tiempos.
El que quiere seguir disfrutando de las cosas bonitas y agradables de este mundo como puede ser una fiesta, tomarse una cerveza con los amigos, unas buenas vacaciones o una tarde en el cine.
Si te sientes identificado con alguno de los perfiles anteriores, te pido que sigas leyendo con el corazón abierto, porque eres un candidato idóneo para ser santo y quiero compartir contigo cómo lograrlo. No tengo fórmulas mágicas ni sabiduría especial. La mayoría de las ideas proceden del Evangelio y de la tradición católica. También me inspiro en la literatura clásica y en la ciencia moderna. A parte, he tenido el privilegio de ver encarnado este ideal de santidad en personas de mi entorno: algunos aún están vivos y, por tanto, siguen en camino, otros han fallecido y han alcanzado el cielo tras una vida maravillosa aquí en la tierra. Cada uno de ellos fue normal, muy humano, con defectos y limitaciones. Cada uno de ellos ha sufrido golpes y algunos han tenido que cargar cruces bastante grandes. Cada uno de ellos disfrutó de esta vida en la tierra.
Pido al Espíritu Santo que te bendiga durante la lectura de este libro. Le pido que encienda un fuego en tu corazón. Le pido que imprima en tu alma la verdad más importante de tu vida: tú, siendo muy normal, estás llamado a la santidad y eso es lo mejor que te puede pasar.
«Jesús mío, ¿y Tú qué responderás a todas mis locuras?
¿Existe acaso un alma pequeña y más impotente que la mía?».
— Santa Teresa del Niño Jesús1
Cuando era adolescente, descubrí un anhelo fuerte de vivir realmente cerca de Jesús. No tenía una vida extraordinaria ni ningún don especial y creo que era un chico bastante normal. Me gustaba salir con mis amigos, hacía imbecilidades en el colegio e intentaba impresionar a las chicas. Pero a la vez sentía crecer en mi interior el deseo de vivir seriamente mi fe. Si me preguntas cómo es posible que un chaval en la edad del pavo quiere realmente seguir a Jesús, te diría que se debió en gran parte a mi entorno social: mis padres inculcaron ese deseo en mi corazón a través de su ejemplo y su testimonio. Y, además, conocía a cristianos que vivían con un ideal de santidad que me inspiraba.
La Iglesia, en consonancia con el mensaje del Evangelio, dice que todos los creyentes de cualquier estado y condición, y cada uno siguiendo su propio camino, están llamados a ser santos, siguiendo el ejemplo de Jesús2. Mi imagen de la santidad era que, si me ponía a ello, con los años rezaría cada vez mejor, pecaría cada vez menos y me volvería más virtuoso y perfecto, hasta que un día moriría y entraría en el Reino de Dios en ese estado de perfección. Cuando me decidí a seguir este ideal de santidad, suponía también que cometería errores, pero que nunca sería tan tonto de alejarme del camino que lleva al Cielo.
Con los años llegaron los golpes. Llegaron pequeñas caídas y algunas más grandes. Y con ello llegaron también serias dudas sobre mí mismo y sobre mi ideal de santidad. Sentía indignación y a veces frustración: «¿Cómo es posible que no esté ya más avanzado en mi camino hacia la perfección cristiana? ¡Lo tengo tan claro y dispongo de tantos recursos y aun así me la pego y me estanco en el camino!». Notaba cómo gradualmente ponía el listón más bajo: «Sigo queriendo seguir a Jesús, pero no creo que consiga hacerlo de forma incondicional y perfecta. Quizá no estoy hecho para ese ideal de santidad para la que otros sí que están hechos». Notaba que estás ideas me tiraba para abajo y me hacían sentir cada vez más un loser.
Un día llegó a mis manos un artículo del cardenal Ratzinger, el que después sería el papa Benedicto XVI. Había escrito ese artículo con ocasión de la canonización de san Josemaría Escrivá, en octubre de 2002. El artículo se titula Dejar obrar a Dios. En ese artículo escribía lo siguiente:
Conociendo un poco la historia de los santos, sabiendo que en los procesos de canonización se busca la virtud “heroica” podemos tener, casi inevitablemente, un concepto equivocado de la santidad porque tendemos a pensar: “esto no es para mí”; “yo no me siento capaz de practicar virtudes heroicas”; “es un ideal demasiado alto para mí”. En ese caso la santidad estaría reservada para algunos “grandes” de quienes vemos sus imágenes en los altares y que son muy diferentes a nosotros, normales pecadores. Esa sería una idea totalmente equivocada de la santidad3.
¿Has tenido alguna vez la sensación de leer algo y pensar: «Esto se ha escrito para mí, es exactamente lo que me pasa»? Yo tuve eso cuando leí estas palabras. Tenía la idea de que tenía que vivir a la perfección todas las virtudes para llegar a ser santo. Más adelante en este libro me detendré en el significado de las virtudes en la vida de un cristiano, pero es bueno aclarar el concepto de antemano. El Catecismo de la Iglesia Católica define la virtud como una actitud ante la vida, una disposición fija de la persona para hacer el bien4. A través de la inteligencia y la fuerza de voluntad, podemos actuar de manera que ciertas buenas cualidades se integren cada vez más en nuestro carácter. Piensa por ejemplo en la prudencia, la templanza, la sinceridad, la humildad, la castidad, la amabilidad, etc.