¡Se nos ha ido la olla! - Amaia Telleria - E-Book

¡Se nos ha ido la olla! E-Book

Amaia Telleria

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Beschreibung

La madre de Jone está muy preocupada por los mensajes excluyentes que su hija ha recibido en el móvil a lo largo del curso. Pedirá a su hermana, residente en un pueblo costero, que acoja a su hija adolescente con la excusa de acudir a las colonias de surf, por ver si un cambio de ambiente pudiera mejorar su estado de ánimo. Jone pasará el mes de julio con Euri, su prima. Euri es todo lo que Jone querría ser: guapa, simpática, alegre, con mucha personalidad. Pero Jone pronto se dará cuenta de que muchas cosas no son como parecen, tampoco Euri...

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¡SE NOS HA IDO LA OLLA!

La versión original en euskera de esta obra fue editada en 2021 por ALBERDANIA con el título Pitzatuta gaude denok!

Primera edición: marzo de 2022.

Este libro ha recibido una ayuda a la edición del Departamento de Cultura

y Política Lingüística del Gobierno Vasco.

© 2022, Amaia Telleria

© De la presente edición: 2022, ALBERDANIA, SL

Istillaga, 2, bajo C - 20304 Irun

Tel.: 943632814

[email protected]

www.alberdania.net

Portada: Concetta Probanza.

Impreso en Ulzama (Huarte, Navarra)

ISBN digital: 978-84-9868-728-6

ISBN papel: 978-84-9868-727-9

Depósito legal: D. 179/2022

A Edur, Itti, Lupe, Madda, Nai, Naro, Sanz y Ubixi; por recordarme día a día que la amistad es un tesoro valiosísimo.

JONE

Un campamento de surf en un pueblo costero no sonaba nada mal. Sería el mejor verano de los últimos años, seguro. Mi madre no había parado de repetirlo los días anteriores. Yo albergaba mis dudas por aquel entonces, tengo que admitirlo. Nunca me han gustado las sorpresas.

Caminé por todo el paseo de tabernas de pescadores con las manos en los bolsillos y esquivando las miradas curiosas de los lugareños. Mi tía Iratxe, por el contrario, los saludaba a todos levantando la mano. Euri iba casi tan callada como yo, balanceando su melena dorada al andar. Al final de la calle, la tía Iratxe empujó la puerta de un bar de estilo hípstery nos invitó a entrar.

–¿Qué os apetece, bonitas? ¡Preparan unos batidos de muerte! –nos dijo, señalando con la mano una mesa contigua a la cristalera que daba al mar.

–Uno de chocolate, por favor –respondí obligándome a sonreír.

–Un smoothie de mango y maracuyá –añadió Euri tras dejar su mochila en la mesa.

–Sin leche, claro –apuntó con una carcajada la tía Iratxe.

Euri me miró negando con la cabeza, mientras sacaba su móvil de la mochila. Le respondí con una sonrisa.

–¿Para qué preguntas si sabes la respuesta? –le dijo a su madre con un suspiro de impaciencia, y volvió su mirada al móvil–. Bufff, vaya montón de mensajes... Contestaré más tarde.

–Ya, suele pasar… –mentí.

No recibí más de diez mensajes ni cuando me echaron del grupo de WhatsApp. Pero bueno…, Euri no tenía por qué saberlo. Alguien le habría contado algo de que tenía problemas con mis amigos. Por suerte, la tía Iratxese acercaba con las bebidas, con cuidado de no derramar nada.

–Por aquí el de chocolate, y el smoothie de Euri. ¿Algo para picar?

–No, gracias –respondí, y Euri negó con la cabeza.

Mi tía se sentó al lado de Euri y alargó su brazo en busca de mi mano.

–Bueno, bueno… ¡Aquí estás! ¿Animada?

–Claro, ¡cómo no! Bueno, también estoy algo nerviosa… Nunca he hecho surf –admití sintiendo que mi mano empezaba a sudar entre las suyas.

Ellame soltó para agarrar su taza de café, y mis manos buscaron el frescor del vaso.

–No te preocupes por eso. Suele haber muchos novatos en el grupo, y Euri te ayudará a conocer gente.

–Bueno, tampoco es que yo conozca a todo el mundo. Da igual. Lo pasarás genial, ya verás –intentó tranquilizarme mi prima, antes de darle un sorbo al smoothie.

Ella no parecía demasiado nerviosa por el campamento. Normal. Todos estarían deseando estar con ella y, además, su cuerpo parecía hecho para el surf. En cambio, yo nunca lograba descansar la víspera de comenzar algo nuevo.

–Seguro –le di la razón de todas formas.

–Si os parece bien podemos dar un paseo por el puerto al salir de aquí y cenamos juntas viendo alguna peli–propuso la tía Iratxe.

–¿Podemos pedir que nos traigan algo? ¿Unas hamburguesas de seitán del Enbata? –le preguntó Euri, sonriéndome.

Su contagioso entusiasmo hizo que el nudo en mi estómago empezase a soltarse, por fin.

–Me parece bien, si Jone está de acuerdo. ¿Qué dices? ¿Te gustan?

–No las he probado, pero el plan mola –le respondí a mi tía, encogiendo los hombros.

Euri alargó la mano para que se la chocase. ¿Me lo pareció o tenía un tatuaje de una mariposa en la parte interior del brazo?

–¡Sí! –celebró cuando se juntaron nuestras manos–. ¡Están superbuenas, ya verás!

Caminamos hasta el final del malecón, disfrutando del silencio que solo rompían el sonido de las olas y las gaviotas. Se respiraba una paz increíble...

–El campamento empezará allí –señaló Euri apuntando hacia una pequeña playa que quedaba a nuestra derecha.

Aunque el mar estaba bastante tranquilo, unos jóvenes esperaban olas flotando sobre sus tablas. Me pareció un sitio precioso.

La tía Iratxe se empeñó en sacarnos una foto a las dos primas, diciendo que la vista era espectacular con el atardecer de fondo. Euri me rodeó el cuello con sus brazos y levantó la pierna posando para la foto. Por un momento perdimos el equilibrio y ¡casi nos caemos al agua! Por suerte, la escena quedó capturada en una buena instantánea.

–¡Qué bonita! La subiré a Instagram –me dijo Euri.

–Yo no tengo –admití un poco avergonzada, pero sonreí al ver que mi prima ponía el icono de un corazón como comentario.

Tal vez mi madre tuviera razón: me haría bien pasar este mes con Euri, lejos del pueblo y mis supuestos amigos. Hice el camino a casa con renovada ilusión.

Vivían en un piso del casco antiguo, y las tiendecitas próximas estaban cerrando para cuando llegamos allí. Un chico colgó el cartel de cerrado en la puerta de una tienda de chucherías justo cuando pasamos por su lado, y una mujer morena estaba pasando la escoba en la peluquería que quedaba en frente del portal. El primer día estaba llegando a su fin.

–Euri, ¿no es esa tu amiga? ¿Cómo la llamáis…? ¿Di? –dijo mi tía mientras buscaba las llaves en el bolso, y señaló hacia la peluquería.

Debía de ser aquella chica que le estaba pintando las uñas a la última clienta. No parecía mayor que nosotras.

–¿También se ha apuntado al campamento? –preguntó de nuevo la tía Iratxe, aunque Euri no le había respondido.

–Yo qué sé… No se lo he preguntado… –contestó, al fin.

La chica nos miró a través del cristal, y Euri la saludó con la mano. Ella hizo un ademán con la cabeza y siguió con la manicura.

–¡Vaya! ¡Todo el día juntas y no os contáis nada! –se rio la tía Iratxe, mientras empujaba la puerta para dejarnos pasar.

EURI

Me encantaba sentir el salitre en mi piel. Mis pies bailaban de impaciencia sobre la arena.

–Ay, Euri… Erik está mejor cada año, ¿no? –me susurró Nerea apretándome la muñeca con emoción.

–No está nada mal…

–Os va a oír –nos advirtió Lur, temerosa.

–¿Y? No decimos nada malo –me encogí de hombros.

–Por lo menos deberíamos ponerle un mote.

–¿Faltará gente? –pregunté mirando a los monitores, que seguían hablando entre ellos, y, después, me dirigí a Jone–: ¿Preparada?

Sonrió y la cogí del brazo, intentando transmitirle la emoción que sentía. Erik nos mandó callar con un gesto de la mano.

–¡Buenos días! Para quien no nos conozcáis, somos Maddi y Erik, y seremos vuestros monitores en el campamento.

–Vamos a sentarnos en círculo y empezamos a pasar lista, ¿de acuerdo? –ordenó Maddi a su lado.

Me quité las chanclas y me senté sobre la arena, al lado de Jone. Supuse que estaría nerviosa, pues no había abierto la boca en todo el rato que llevábamos allí. Su palidez pedía a gritos un poco de sol.

–¿Diana Almeida? –preguntó Erik mirando alrededor–. ¿No ha venido?

–¿Di se ha apuntado? –murmuró Lur.

–Vete a saber… –respondí mientras apoyaba las manos en la arena y echaba la espalda hacia atrás.

–¡Aquí estoy! –gritó Diana, que acababa de aparecer, apresurada, detrás de nosotros.

Se sentó en un hueco entre Jone y Nerea, sin dar más explicaciones. Vi que los chicos nuevos empezaban a susurrar entre ellos, y puse los ojos en blanco: todos se volvían locos por el culo de Di. Volví la mirada hacia Maddi y Erik, que seguían con la lista de nombres.

Tras las explicaciones usuales, comenzamos con un juego de presentación. Uno de esos juegos tontos que se hacen para aprenderse los nombres de los demás. Muy fácil para mí, ya que conocía a la mayoría de participantes… De todas formas, fue divertido, ya que uno de los chicos nuevos no paró de hacer tonterías, haciéndonos a todos reír a carcajadas.

–El tuyo me lo sé, seguro… Tú eras… ¡Patxi! –gritó, fallando el nombre por cuarta vez consecutiva.

El aludido le dio una colleja, entre las risas de todos. El chico divertido me miró y me di cuenta de que tenía una sonrisa preciosa.

–Suficiente, ¿no? –le dijo Maddi a Erik, levantando las cejas.

Los monitores dieron el juego por finalizado y nos dividieron en dos grupos: los principiantes y los que ya habíamos hecho surf antes. Miré a Jone y le deseé suerte en voz baja. Los novatos empezarían a practicar las posturas correctas colocando la tabla sobre la arena. Nosotros iríamos directamente al agua. Me retoqué la parte de arriba del bikini y observé a nuestro grupo: Nerea y Lur estaban conmigo y también otros cuatro chicos que no conocía. Uno de ellos era el graciosillo de antes. Creía haber escuchado que se llamaba Xuban. Llevaba un collar de cuero y no paraba de contarles algo que parecía realmente divertido a sus amigos, que le miraban muy atentos.

Erik nos llamó para que nos acercáramos a la cabaña donde se guardaba el material y empezó a repartir los neoprenos tras calcularnos la talla en un vistazo.

–¿De verdad tenemos que ponernos eso? –le pregunté a Erik con una sonrisa traviesa.

–Todos los años la misma pregunta, Euri… Y la respuesta es...

–¡Que sí! –le dije cazando al vuelo el neopreno que me había lanzado y le saqué la lengua.

Él me guiñó el ojo, tras lo cual Nerea no pudo resistirse a darme un golpecito en la espalda. Sonreí, pero con cierto aire de reprobación en la mirada: iba a dejarnos como niñas con esa actitud.

La mañana pasó volando, y conseguí ponerme de pie un par de veces. El tal Xuban lo celebró con una palmada la primera vez que lo hice.

–¡Hostia! Tienes buen equilibrio, ¿eh?

–¿Qué te creías? –le respondí altanera, alzando la tabla y apoyando mi mano en la cadera.

Los monitores nos llevaron al parque contiguo a la playa para finalizar la jornada. Allí nos sentamos de nuevo en círculo, y Maddi encendió un pequeño altavoz bluetooth, por el que comenzó a sonar Zelan, la canción de The Uskis, a todo volumen. Alargué mi brazo hacia Jone y comencé a bailotear moviendo los hombros. Ella respondió con una carcajada.

Erik me puso la mano en la cabeza para pedirme que le prestara atención.

–Sabéis que el equilibrio es muy importante para el surf… o sea que haremos algo de slackline para terminar. ¡Venga, a ver quién llega más lejos!

Comencé a peinarme después de lavarme los dientes y vi que Jone se acercaba al espejo. Se estaba quitando una espinilla de la barbilla. Alargué el brazo hacia la estantería en busca de un bote.

–Oye, esta mascarilla hace milagros y es orgánica. Ese grano será historia para mañana.

–¿En serio?

–Venga, nos la damos las dos –propuse, y corrimos a mi cuarto.

Me eché sobre la cama y le hice un gesto a Jone para que hiciese lo mismo. Debíamos estar ridículas con esas mascarillas verdes, pero me daba igual. Levanté los pies hasta apoyarlos en la pared.

–Esta es una de tus imposibles posturitas de yoga, ¿no? –me preguntó Jone riéndose y alzó sus pies hasta colocarlos junto a los míos.

–Eres boba –le respondí, dándole un codazo.

–¿Es de los de verdad? –quiso saber Jone, señalando mi tatuaje.

–¿Este? ¡Qué va! Es de henna. Estuve en Ibiza la semana pasada… Visitando a mi padre, ya sabes... Me lo hice allí.

–¡Me encanta! –dijo Jone, y le sonreí.

–Se supone que dura como un mes. A ver si no se me va antes.

–¿Qué tal tu padre? ¿Bien?

–Sí… ¡A su aire! ¡Pasar medio año en una isla paradisíaca no es mal plan! –expliqué sonriente y me giré para mirarla–. Pero dime: ¿qué te está pareciendo el campamento?

–Bueno… Tengo que admitir que, aunque soy bastante torpe…, ¡ha estado genial!

–¿Ves? Y no te preocupes por lo de la torpeza, notarás mejoría en seguida. Además, hay gente supermaja.

–Sí –respondió mirando al techo, con sus manos sobre el estómago.

–¡No me extrañaría que para finales de verano estuvieras suplicando a tus padres que te dejen quedarte a vivir aquí! –le auguré, y nos reímos las dos.