Secretos en la cabaña - Cecilia Sahlström - E-Book

Secretos en la cabaña E-Book

Cecilia Sahlström

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Beschreibung

UN ASESINATO BRUTAL, UNA VÍCTIMA INTACHABLE Y UNA VERDAD QUE NADIE QUIERE VER. La policía Sara Vallén se siente vacía y desgarrada tras testificar contra el hombre que la maltrató. Aún lidiando con las secuelas emocionales, es llamada para investigar una muerte sospechosa en un apacible pueblo veraniego a las afueras de la ciudad universitaria de Lund, Suecia. Es otoño. Los manzanos están cargados de frutos y los parterres florecen con ásteres y caléndulas, pero la belleza del entorno contrasta con la brutalidad del crimen: un trabajador social ha sido asesinado de manera despiadada. Su círculo lo describe como el hombre perfecto: empático, leal y generoso. Sin embargo, Sara presiente que nadie es tan intachable. Y si lo era, ¿por qué alguien querría matarlo? A medida que la investigación avanza, las relaciones del fallecido revelan secretos oscuros que podrían cambiarlo todo. "Secretos en la cabaña" es el segundo libro de la serie de Cecilia Sahlström sobre Sara Vallén, pero puede leerse de forma independiente. Su debut, Lila blanca, fue elogiado por su precisión y realismo en el género policíaco.

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Seitenzahl: 344

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cecilia Sahlström

Secretos en la cabaña

Translated by Olga Vizán Gagamro

Saga

Secretos en la cabaña

 

Translated by Olga Vizán Gagamro

 

Original title: I egna häner

 

Original language: Swedish

 

Copyright © 2018, 2025 Cecilia Sahlström and Saga Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728014080

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser. It is prohibited to perform text and data mining (TDM) of this publication, including for the purposes of training AI technologies, without the prior written permission of the publisher.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

 

Vognmagergade 11, 2, 1120 København K, Denmark

1

—Por fin —susurró él.

Por fin. La besó apretándola contra sí mismo. Sintió el calor de su cuerpo y empezó a respirar más tranquila.

Su olor, los labios que se encontraron y los latidos tranquilos de su corazón la relajaron, y el miedo cedió mientras sus grandes manos le acariciaban el pelo.

La ropa estaba amontonada en el suelo.

Sus cuerpos desnudos se encontraron y se movieron simétricamente. Ella llegó al clímax mucho antes que él y, cuando llegó él, se había acabado el tiempo y tenían que separarse. Cada vez era más doloroso.

Se escabulló a lo largo de las calles de camino de vuelta a casa. Tomó Slagtoftavägen y luego giró a la derecha en Storgatan. El aire era frío y ligero; las estrellas resplandecían en un cielo oscuro. Pasó junto al concesionario de coches Månsson, que por la noche estaba desolado. Como siempre, le preocupaba que alguien la viera, la siguiera, supiera lo que había hecho. Una sensación de incomodidad le pesaba sobre la espalda, algo que sentía a esa hora de la noche casi cada semana desde que lo había conocido hacía ya varios meses, el hombre al que amaba por encima de todo. Apretaba los puños mientras forzaba la vista con el ceño fruncido. Apenas se atrevía a respirar. Escaneaba su entorno en busca de los posibles peligros, sin estar muy segura de lo que era una amenaza y de lo que no.

 

De repente, escuchó un ruido detrás, como grava bajo unos pies pesados. El corazón se le aceleró. Se giró tan rápido que la larga trenza que llevaba bailó sobre su espalda, pero no vio nada extraño. Allí no había nadie. Se repitió a sí misma que eran imaginaciones suyas, pero paró un momento para que se calmaran los latidos del pecho y cesara el zumbido de su cabeza. Luego se apresuró a continuar, en silencio. Pasó por la tienda de moda Sandahl, por la plaza de Hörbys Gamla y, finalmente, llegó a casa.

Se metió en la cama. Se sentía llena de amor, llena de él. Sin embargo, el miedo aún le latía en el pecho. Sus padres estaban dormidos; oía a su padre roncar a pesar del ruido que había hecho la puerta al cerrarse.

2

Tobias entró rápidamente al aparcamiento, abrió la puerta del coche y se agachó un poco para poder sentarse en el asiento del conductor. Escuchó algo detrás de él, pero no tuvo tiempo de ver qué o quién era antes de sentir un fuerte brazo rodear su garganta. Le resultó difícil incluso respirar; la cabeza empezó a darle vueltas y la vista se le emborronó. Un pensamiento apareció en el fondo de su mente, pero se negaba a revelarse.

Tenía la sensación de que le conocía, pero no conseguía dar con ello.

Intentó retorcer a su agresor, pero, cuanto más lo intentaba, más presión sentía y menos aire le entraba en los pulmones. Trató de respirar por la nariz, a la vez que mantenía a raya el miedo. Él era alto y fuerte, pero se dio cuenta de que quien lo sujetaba era aún más voluminoso. Trató de relajarse, no solo para poder respirar, sino también para ordenar sus pensamientos y tener la posibilidad de actuar.

El hombre respiraba pesadamente, el calor de su aliento le hacía cosquillas en el cuello. Al mismo tiempo, Tobias sentía el olor acre de sudor mezclado con un olor distintivo de colonia de hombre.

—No vas a verla nunca más —le susurró el tipo en el oído derecho.

Su aliento olía a metal.

Ella. Estaba claro que se trataba de ella. Intentó responder, pero no pudo hablar.

—Te lo advierto una sola vez, nunca más.

Siseaba y retumbaba en su cabeza. El corazón le latía con fuerza en la garganta.

—No mires —susurró la voz.

La presión del cuello se liberó. Los pasos se alejaron cada vez más, pero Tobias esperó hasta que ya no se oían en absoluto para moverse.

La puerta del coche seguía abierta. Su teléfono móvil estaba en el asiento. Marcó el 112, pero se arrepintió. Se subió al coche, salió del aparcamiento y giró a la izquierda en Slagtoftavägen. Condujo poco menos de un kilómetro hasta la entrada a la E22 y luego giró a la izquierda, al sur, hacia Lund. A mitad de camino, las piernas le empezaron a temblar tan fuerte que tuvo que desviarse y parar en el arcén. En ese momento sonó el móvil.

3

La inspectora jefa Sara Vallén se despertó calmada y buscó a tientas su móvil. Suspiró aliviada: el teléfono mostraba que solo eran las ocho. A través de las rendijas de las persianas, el sol brillaba en el espejo del cabecero. Daba esperanza. «Amado otoño», pensó Sara mientras se estiraba en la cama.

Ese día le tocaba testificar en el juicio contra Peter Matsson. Las diferentes declaraciones se habían llevado a cabo durante varios días y ese era el último antes de las alegaciones finales. Entonces todo habría terminado y Sara podría seguir adelante. Hasta ese momento el juicio había tratado sobre todos los años en los que él había maltratado a su esposa. Sara lo lamentaba profundamente por ella, aunque al mismo tiempo se sentía incluso molesta porque Linda Matsson hubiese permitido que sucediera durante tanto tiempo. Después de tantos años en la Policía, Sara sabía lo difícil que era para esas mujeres salir de sus relaciones destructivas y abusivas. El proceso de normalización era realmente duro. «Tan solo mira cómo reaccionaste», pensó, apartándose el pelo de la cara.

Se sentó en el borde de la cama y sacudió el cuerpo para quitarse la incomodidad que pesaba sobre sus hombros. Tenía muchísima ansiedad.

En realidad, no había pasado tanto tiempo desde el verano, pero aun así lo sentía como si hubiera transcurrido una eternidad, toda una vida. Había dejado atrás un verano que nunca olvidaría; probablemente había sido el peor de su vida. El chico lleno de dolor que se disparó después de cometer varios asesinatos; su querido Johannes, que había sido detenido por un delito que no había cometido; y, luego, Peter Matsson, el compañero del que se había enamorado y que resultó ser un demonio disfrazado de galán. Hoy iba a ser desenmascarado.

Sin embargo, también fue un verano que le hizo comprender lo frágil que es la vida y lo importante que es mantenerse unidos.

Sara se metió en la ducha y dejó que el agua caliente le relajara el cuerpo. Se palpó los pechos para asegurarse de que estaban bien, un hábito al que se había acostumbrado desde que empezó a hacerse mamografías. «Hoy tampoco hay tumores», pensó mientras cerraba el grifo.

Se probó la ropa que había preparado la noche anterior y sacó otro conjunto del armario. Se lo probó también. «No, esto tampoco». Finalmente, escogió unos tejanos negros, una camiseta blanca y una chaqueta negra. Sacó del vestidor las botas que había comprado en Simrishamn y las dejó en el vestíbulo. «Cuidado, allá voy», le había dicho Jonny Svensson cuando se las puso para ir a trabajar. Sonrió al recordarlo. Por algo le gustaban esas botas; eran negras y estaban cubiertas con bordados de colores brillantes.

4

Sara se apresuró por Kalendegatan y llegó al Tribunal de Distrito de Malmö. Saludó al recepcionista y subió las escaleras en tan solo unos pasos. Allí estaba sentada la abogada demandante, Marit Ståhl, esperándola.

—Maldita ciudad —dijo Sara—. Ninguna plaza de aparcamiento y hay aparcacoches por todos los lados.

—Así es la ciudad Por Eso Voy en Bici. ¿Has revisado tu testimonio?

—Sí —respondió Sara—. Todavía no me puedo creer que estuviera enamorada de él. Ni que yo, que he trabajado durante tantos años con delitos graves, no me diera cuenta.

—Bueno —afirmó la abogada, sonriendo amablemente—, pasa más a menudo de lo que crees.

—Lo sé —respondió Sara con una rígida sonrisa—. Pero no me puedo creer que aceptara su comportamiento. Vi las señales enseguida y aun así...

Sara guardó silencio. El fiscal especialista en casos policiales, Stig Malmsten, salió a la sala de espera al mismo tiempo que aparecían Peter Matsson y su abogado defensor. Dio comienzo la vista. Todos entraron a la sala del tribunal y se sentaron en sus lugares asignados: el fiscal, Sara Vallén y la abogada demandante, Marit Ståhl, en un lado; Peter Matsson y su abogado, en el opuesto.

Sara prefería no mirar a Peter, pero se obligó. Le sostuvo la mirada hasta que la de él comenzó a flaquear.

A pesar de que en la sala hacía frío, las mejillas de Sara estaban ardiendo. Se recordó a sí misma las palabras de ánimo de Rita Anker: «Pase lo que pase, no eres tú quien tiene que estar avergonzada, es él».

El fiscal presentó su alegato y el abogado defensor, el suyo como respuesta. Se llevaron a cabo los interrogatorios. Testificó Malva Gran, la comandante de exteriores de Rita Anker y Peter Matsson y, luego, el forense. El tiempo pasaba. Cuando el abogado defensor asaltó a Sara, esta tuvo que morderse la lengua para no enfurecerse.

—¿No provocó usted a Peter Matsson? —dijo el abogado, señalando al sospechoso.

—¿A qué se refiere?

—Aquí soy yo quien hace las preguntas —soltó él.

—No puedo responder porque no entiendo lo que quiere decir —lo cortó Sara con una mirada de enfado.

—Reformulo la pregunta —añadió el abogado, reclinándose hacia atrás—. ¿Tiene usted problemas para controlar su temperamento?

Sara lo miró fijamente.

—¿Problemas? ¡No!

—Pero sabemos que usted practica judo, ¿no?

—Sí.

—Y ha usado sus habilidades de judo para someter a un hombre, ¿verdad?

—Sí, un hombre que quiso atacarme.

—Entonces, pregunto de nuevo, ¿tiene usted problemas para controlar su temperamento? Porque atacó a Peter Matsson una vez, ¿no?

—¿Qué?

El juez se agitó y frunció el ceño. El fiscal se levantó, pero el juez le indicó que se sentara.

—¿Quiere el abogado, por favor, explicar a dónde quiere llegar con esto? —inquirió.

—Sí, por supuesto. Peter Matsson presenta lesiones que demuestran que sufrió un ataque violento, y esas lesiones se las habría causado la demandante Sara Vallén. Entonces, ¿tiene Sara Vallén problemas de manejo de la ira? O sea, esta no es la primera vez que ataca a un hombre...

Sara no daba crédito a lo que oía.

El fiscal se levantó una vez más.

—¿Qué tipo de lesiones y por qué es la primera vez que oímos hablar de ellas? —preguntó él agitando las manos.

—Sí, ¿qué tipo de lesiones? —preguntaron Marit Ståhl y el juez al mismo tiempo.

—Quisiera añadir algunas fotos como prueba al caso.

El juez asintió. El abogado se acercó y le dejó una carpeta. Luego entregó copias al fiscal y a la abogada demandante. Las fotos mostraban una fecha, la misma que cuando Sara había ido al médico y documentado sus heridas. Las imágenes mostraban un rasguño junto al ojo derecho de Peter y otro en la clavícula derecha, así como un hematoma en la barbilla, no más grande que una moneda de un céntimo.

El juez no parecía muy impresionado.

—¿Qué es esto, abogado? Agradecería que todos mostráramos algo de respeto por el tiempo del tribunal. La testigo no tiene por qué responder a la pregunta —dijo el magistrado, girándose hacia Sara.

—El principio de la libre apreciación de pruebas — respondió el abogado, haciendo una mueca como si no se encontrara bien.

—Obviamente, el abogado quiere alegar que esto sería proporcional a la violencia a la que ha sido sometida Sara Vallén. Como se ha dicho, vamos a mostrar algo de respecto a este tribunal.

El abogado protestó contra las palabras del juez, pero no recibió respuesta alguna y tiró la toalla.

La audiencia duró todo el día. La abogada demandante de Sara reclamó daños y perjuicios. Cuando Sara finalmente salió de la sala del tribunal, soltó un suspiro de alivio y sintió que la tensión se rebajaba un poco. La abogada Ståhl le dio unas palmadas amables en el hombro.

—Fue bien —dijo.

—Sí, pero, maldita sea, qué difícil ha sido.

—Lo sé. Hablamos después de los alegatos finales.

El fiscal ni siquiera había pensado en ninguna alternativa como acusación. Lo único de lo que lo acusaban era de violación grave de la integridad de las mujeres, tanto contra su esposa como contra Sara. Todos estaban convencidos de que Peter Matsson sería condenado por ello.

Antes de volver a casa, Sara llamó a Rita.

—No me siento exactamente aliviada, solo vacía. Vacía y triste, pero gracias por estar ahí —dijo cuando Rita le preguntó cómo se sentía.

—Lo entiendo, es una reacción normal —expresó Rita—. Lo que pasó, pasó. Nuestro sistema falla cuando se trata de delitos como estos y eso lo sabemos desde hace mucho tiempo.

—Lo sé. Pero lo más importante, creo, es que estoy completamente segura de que ya no va a poder trabajar con la Policía. Eso es bueno. Ya no pertenece al cuerpo.

5

Sara estaba saliendo por la puerta para ir a almorzar fuera. El teléfono no había dejado de sonar en toda la mañana y necesitaba moverse. Justo cuando cerró la puerta y bajó el primer escalón de la escalera, el teléfono volvió a sonar.

—Hola, soy Marit Ståhl.

—Hola.

—¿Tienes un momento?

—Sí, por supuesto. ¿Ha salido la sentencia?

—Sí. Han dictaminado que será despedido. Lo han condenado a un año y cuatro meses de prisión, y a ti se te otorga una indemnización de veinticinco mil coronas.

Sara resopló.

—Un año y cuatro meses. ¿Es eso lo que recibe por varios años de abuso a su esposa y por el maltrato que sufrí? No hay mucho que celebrar, si me preguntas.

—No, eso es una forma de verlo, pero, dado que no se pudieron probar todas las ocasiones de abuso como delitos separados, creo que podríamos estar contentos con el resultado. Al menos va a ser despedido y en el futuro no va a poder conseguir un trabajo que tenga relación alguna con atención al público.

Sara repitió su bufido.

—Por supuesto, pero aun así. ¿Tiene algo de dinero que se le pueda quitar? ¿Qué recibirá Linda Matsson por daños y perjuicios?

—Recibirá setenta mil.

Sara casi podía escuchar el tono defensivo de Marit Ståhl.

—Setenta mil, es ridículo. Por todos esos años de sufrimiento...

—Lo sé.

Sara notó que su propia voz sonaba como una puerta vieja y resquebrajada.

—Bueno, de todos modos, ahora ya se ha acabado. A menos que apele.

—Sí, eso está por verse.

—No me sorprendería.

—No, a mí tampoco. Aunque de ser así, estoy convencida de que no habrá ningún cambio en el veredicto, o quizá un recrudecimiento.

—No, quizá no. Cuídate.

—Igualmente, Sara. Adiós. —Marit Ståhl colgó.

Sara llegó a La Cucina en Hantverksgatan, entró y se sentó en una mesa junto a la ventana.

El camarero se acercó y le entregó la carta.

—Hola, bienvenida. ¿Qué quiere comer? ¿Pasta arrabiata? —preguntó con una sonrisa.

—Ja, ja, sí, como siempre —respondió Sara—. Y un agua con gas. Gracias.

 

De vuelta a la oficina, continuó con uno de los casos sin resolver en el que llevaban trabajando desde hacía mucho tiempo y en el que avanzaba, lentamente, a pesar de las dificultades.

A las cuatro y media decidió irse a casa. Había metido un brazo dentro de la manga de la chaqueta cuando le sonó el móvil, un número interno.

—Esta cosa no dejará de sonar —murmuró. Pese a todo, contestó—: Sara Vallén, justo me iba a casa.

—Hola, soy el oficial de guardia del condado. Lamento molestarte, pero una pareja de ancianos ha encontrado a un hombre muerto en una cabaña en su parcela de la zona de Västra Sommarstaden. Tienes que hacerte cargo. Un coche patrulla está de camino y ya he llamado al equipo forense. Avísame cuando llegues a la escena.

—Me ocuparé de ello, claro —suspiró Sara, terminando la conversación mientras salía al pasillo y llamaba a sus compañeros. Rita se asomó desde su oficina.

—Un tipo muerto en una cabaña de una parcela —dijo Sara brevemente.

Varios coches de policía estaban estacionados en Maskinvägen y en el pequeño tramo hacia Palettskolan. Las verjas de la parcela estaban abiertas. En el sendero de dentro había una ambulancia y, frente a ella, un coche de policía junto a la cabaña. Las luces azules resplandecían contra el cielo oscurecido; los curiosos se habían acumulado fuera de las cabañas. Sara y Rita levantaron las cintas azules y blancas y se adentraron en el exuberante huerto otoñal con manzanos repletos de frutas, ásteres y caléndulas. Una pareja de ancianos esperaba de pie en el sendero de grava a poca distancia de la cabaña, envueltos en las mantas azul claro del personal de la ambulancia.

—Hola —dijo Sara, acercándose a la pareja con pasos enérgicos y extendiendo la mano—. Me llamo Sara Vallén, soy comisaria de la Policía y coordinadora de operaciones. Ella es la inspectora Rita Anker.

Sara señaló a su compañera alta, rubia y corpulenta, que venía justo detrás de ella.

—Roland Bruhn —respondió el hombre.

—Anja Bruhn —agregó la mujer. La voz se le quebró al decir el apellido—. No entendemos nada, ni Roland ni yo. ¿Quién puede haber hecho tal cosa?

—Todavía no lo sabemos —respondió Sara y puso la mano en el delgado brazo de la mujer, que sobresalía por debajo de la manta—. Creo que deberían venir a la ambulancia. Por un lado, entrarán en calor y, por otro, tendrán algo de apoyo. Podemos hablar con ustedes más tarde, no se preocupen.

Ella asintió mirando hacia la ambulancia.

—Pero no queremos ir en la misma ambulancia que el hombre muerto —dijo Anja Bruhn, contrayendo la mandíbula temblorosa.

—Ah, no, no —prosiguió Sara—. Por desgracia, no será necesaria ninguna ambulancia para él. Ha fallecido y se lo llevarán en otro tipo de vehículo. Pueden estar completamente tranquilos.

El rostro del hombre se tensó. Se agarró el pecho y, por un momento, Sara pensó que le iba a dar un infarto.

—¡Enfermera, aquí! —gritó en dirección a la ambulancia.

La enfermera de la ambulancia llegó en cuestión de segundos y Sara le indicó en dirección a Roland Bruhn. La enfermera se lo llevó a la ambulancia sin que él pusiera objeciones. Anja Bruhn permaneció inmóvil con la mirada perdida.

—No se preocupe, estoy segura de que se encuentra bien —dijo Rita—. Vamos a la ambulancia y así ambos pueden ir al hospital para asegurarse de que todo está bien. Vamos.

Rita habló con firmeza pero con amabilidad y la mujer asintió. Al mismo tiempo, Sara subió hacia la pequeña casa y, al salir, se encontró con el médico, que se detuvo.

—Maldita sea. —Hizo una mueca—. Ha recibido muchísimas puñaladas en todo el cuerpo. Ha sido un ensañamiento increíble, y además le han arrancado las uñas, lo que desde luego muestra tortura. Los técnicos están dentro.

Hizo una mueca de nuevo, asintió con la cabeza y siguió andando. Sara lo observó saludar a Rita y sonrió para sus adentros al ver cómo enderezaba la espalda al hablar con ella.

Rita se limpió los zapatos en el felpudo y puso una mano en la espalda de Sara antes de entrar.

El hombre continuaba en el suelo. Sara retrocedió. «Mierda», pensó. El médico tenía razón. Tortura.

—Oh, maldita sea. ¿Qué es esto? —exclamó Rita.

El jefe del equipo forense, Ove Ovesson, se giró. Estaba inclinado sobre el cadáver, hurgando en algo que parecían uñas.

—Sí, es un corte en el cuello. Y, antes de eso, el asesino lo ha torturado. Tiene quemaduras en el rostro y las uñas arrancadas. Veremos qué dice el médico acerca de los genitales; en cualquier caso, hay sangre en el pantalón justo en esa zona.

6

La jefa de Policía de la zona, Beatrice Larsson, estaba sentada en el borde del escritorio mirando a Sara y a los otros cuatro empleados que había convocado para formar el equipo de investigación. Se frotó la sien con dos dedos mientras una gota de sudor asomaba en el nacimiento del pelo.

—La víctima todavía no ha sido identificada, pero hicimos una búsqueda en el sistema de personas desaparecidas y nos ha dado un posible resultado. Ayer se informó de la desaparición de un tal Tobias Klingström, aunque seguramente haya estado ausente desde hace unos cuantos días más. La descripción coincide; por desgracia, tenemos que pedirles a los padres que lo identifiquen, o al menos a uno de ellos. No va a ser fácil. ¿Sara?

—Sí, iniciamos todo el dispositivo de inmediato. Realmente no sé qué pensar sobre este asesinato. Por un lado, hay indicios que indican una ira desenfrenada, pero, al mismo tiempo, la tortura supone un cierto cálculo, es decir, nada de falta de control de los impulsos.

Sara miró a sus compañeros. Habían llamado a Jonny Svensson junto con Torsten Venngren desde Malmö. Jörgen Berg estaba apoyado en el marco de la puerta y Rita Anker se mantenía de pie junto a la ventana que daba al patio.

—Odio —afirmó Rita, agitando las manos.

—Sí, muy probable —respondió Jörgen.

—Muy probable —repitió Sara—. Tenemos que empezar por el principio. Es decir, identificando a la víctima.

—¿Empiezo llamando a los Klingström y reuniéndome con ellos en el hospital? —preguntó Torsten Venngren.

Sara asintió. Torsten era la persona indicada para hacerlo, tenía buena mano con todo tipo de personas y emociones.

—Tú te encargarás de investigar a Tobias Klingström: qué pasa con él, con quién sale y demás. —Sara señaló a Jörgen, que resopló.

—No sabemos si es él.

—Ahora mismo no importa, tenemos que ponernos en marcha rápidamente. Es muy probable que lo sea.

Jörgen negó con la cabeza ante Sara, aunque lo hizo mientras salía del despacho de Beatrice Larsson.

Jonny se señaló interrogativamente a sí mismo.

—¿Y yo?

—Llama al forense y pregúntale hasta dónde han llegado, qué han encontrado —respondió Sara de una forma mecánica. Por dentro ya estaba pensando en posibles escenarios.

Tanto Torsten como Jonny salieron de la sala y solo quedaban las tres mujeres.

—Tú vienes conmigo —le dijo Sara de repente a Rita, girándose rápidamente sobre sus talones en dirección a la puerta.

—Tened en cuenta que debe esclarecerse la identidad antes de que hagáis algo más drástico —recordó la jefa de Policía tras ellas.

Sara hizo un gesto con la mano hacia su jefa. Aunque sabía que intentaba ayudar, tenía la experiencia suficiente para no tener que lidiar con consejos totalmente innecesarios.

7

Torsten caminaba hacia la entrada de la comisaría, estremecido y arrepentido tras la visita al hospital. Debería haberse asegurado de la identidad de la víctima por los registros dentales. Los padres deberían haber visto a su hijo en otras circunstancias; debería haberlo hecho más presentable, lo más respetuoso posible, no de forma clínica y sin piedad. Todo podía haberse hecho mucho mejor, pensó, limpiándose el sudor de la frente.

El verano había desaparecido y, en su lugar, el aire resplandecía claro y fresco. Las hojas habían comenzado a ponerse anaranjadas y rojas y las bayas parecían llamas en los arbustos. Estaba muy bonito. Dentro de un mes, las hojas se habrían caído y todo sería más triste. Los campos alrededor de Lund no serían más que barro oscuro.

Una vez dentro del edificio, sintió cómo el calor se dispersaba por sus extremidades y subió las escaleras de tres en tres. Fue directamente al despacho de Sara Vallén. Estaba sentada junto a Rita frente al ordenador, perdidas en el laberinto online que constituye una vida humana.

—Es él —dijo Torsten—. Tobias Klingström. La madre lo ha identificado.

Sara y Rita levantaron la vista y ambas asintieron.

—Qué bien que esté identificado. ¿Tenían alguna idea de qué ha podido pasar? —preguntó Sara con un ojo entrecerrado. Se apresuró a corregir el gesto al encontrarse con la mirada de Torsten.

—¿A qué viene esa cara de superioridad?

—Sabes que no puedo evitarlo —respondió Sara en voz baja. Torsten asintió.

—En respuesta a tu pregunta solo puedo decir que no, no tenían ninguna teoría. Y la explicación para eso es que estaban tan conmocionados que tuve que llevarlos directamente al trabajador social del hospital, que llamó a un sacerdote. ¿De acuerdo?

—Lo siento, no pretendía ser grosera, pero aun así tenemos que obtener información de los padres.

 

—Mañana —dijo Torsten—. Seguro que Jörgen encuentra algo lo suficientemente bueno como para que podamos hacernos una buena idea de quién era.

8

Samira se despertó en su cama de niña, nada descansada y con una sensación de malestar en el estómago, como si hubiera pasado algo. Oyó un crujido detrás de ella y se incorporó rápidamente.

—¿Qué estás mirando? —le dijo a su padre, que la observaba en silencio con los brazos cruzados y las pobladas cejas fruncidas.

Después se cubrió con la manta.

—Di algo. Tengo que levantarme para ir a Lund; tengo seminarios en una hora —prosiguió, tratando de mantener la voz firme, a pesar de que algo se arrastraba por su columna.

Se hartó de que no respondiera.

—Vete —gritó—. Sal de mi habitación.

Su padre dio media vuelta y se fue. Mientras, ella podía ver en la postura de su espalda que estaba enfadado, muy enfadado. Murmuró algo en su idioma, pero solo escuchó una palabra: «Lejos».

Samira saltó de la cama y se vistió a toda prisa. Fue a la cocina, donde estaba sentada su madre, retorciéndose las manos en el regazo.

—¿Qué has hecho? —se lamentó su madre.

¿Qué quería decir? ¿Sabían algo? Había sido muy cuidadosa. Sintió que el miedo se apoderaba de ella, al mismo tiempo que sentía un extraño desprecio.

—Nada. No he hecho nada —respondió tercamente, y sintió que la voz le temblaba un poco—. Nada.

Fue al baño para arreglarse y lavarse los dientes. Salió al vestíbulo, se envolvió la cabeza con el pañuelo y abrió la puerta principal. Escuchó los pesados pasos de su padre detrás de ella y bajó corriendo la escalera de la entrada. Tropezó en el último tramo de escaleras y se golpeó la frente contra el suelo de piedra. Se levantó a toda velocidad y salió corriendo por la puerta. Llegó a la parada del autobús justo cuando el conductor cerraba la puerta, pero ella dio varios golpes en ella y el conductor la volvió a abrir, mirándola con asombro mientras subía. Ni le pidió el billete y Samira se apresuró por el pasillo del autobús hasta sentarse en la parte de atrás, mirando por la ventana cuando se alejaba.

9

Varios estudiantes ya estaban sentados en sus sitios. El único que reaccionó cuando Samira entró corriendo en clase fue Martin. A juzgar por su cara, algo iba mal. Se levantó, la agarró del brazo y la sacó de la sala.

—Estás llena de sangre —le susurró al oído.

Samira se llevó las manos a la cara en un movimiento automático, tenía la piel pegajosa.

Fueron al baño a toda prisa y, cuando se vio el rostro ensangrentado en el espejo, se sorprendió de no haberse dado cuenta antes. Abrió el agua caliente y se lavó la cara. Martin inspeccionó la herida por la que salía toda esa sangre.

—No parece muy profunda; creo que un poco de esparadrapo es suficiente.

Martin se fue corriendo y Samira se quedó allí, esperando. Se quitó el jersey de lana blanco con manchas rojas, le dio la vuelta y se lo ató a la cintura.

Se sonrojó; tenía la sensación de que las lágrimas ardían detrás de los párpados. Debería haberlo imaginado por cómo se había caído por la escalera. ¿Qué pensarían sus compañeros?

Después de que Martin hubiera cubierto la herida, volvieron a clase. Samira abrió la puerta del aula con cuidado y el profesor los miró molesto mientras volvían a su sitio.

—Sabéis lo que opino acerca de llegar tarde —se limitó a decir.

Asintieron al unísono. No dijeron nada más hasta después del seminario.

—¿Vas a ver a mi hermana hoy? —preguntó Martin.

Samira negó con la cabeza.

—No lo creo. ¿Sabes si está en la universidad ahora?

—Ni idea, pero puedo averiguarlo.

—No hace falta. La llamaré más tarde —añadió. Se apresuró a salir de la clase al mismo tiempo que entraban los estudiantes que tenían la próxima lección allí. Samira se dio la vuelta rápidamente y vio que Martin, que trataba de seguirle el ritmo, quedaba atrapado en la corriente. Siguió adelante sin él, hacia la siguiente clase que aparecía en el horario.

Durante el descanso de la comida llamó a Elin, la única en quien podía confiar plenamente, pero ni siquiera a ella podía contarle la verdadera razón por la que había bajado las escaleras con tanta prisa, o lo que temía que pasaría si su padre la alcanzaba.

—Me caí por las escaleras, tenía prisa por llegar al autobús —explicó.

Al menos eso era la mitad de la verdad. Aunque se conocían desde hacía muchos años, todavía había ciertas cosas... Elin adoraba a la familia de Samira. Cuando ella estaba guardaban las apariencias y no parecían más controladores que la mayoría de las familias afectuosas. Quizá Elin sospechaba algo, pero nunca había mencionado nada.

—Vaya, podrías haberte hecho mucho daño. ¿Cómo estás? Podrías haberte roto el cuello, Samira.

—No seas tan dramática, estoy bien. Martin me cuidó. Aunque mi jersey favorito está lleno de sangre.

—No te preocupes por eso, puedes comprarte uno nuevo. Eres muy caprichosa —Elin se echó a reír.

—No, no lo soy en absoluto.

—Era una broma —dijo Elin—. Me alegro de que estés bien.

—Quería contártelo yo porque seguramente Martin se inventará cualquier barbaridad, pero ahora ya sabes lo que ha pasado.

Terminó la conversación y el resto del día transcurrió sin que nadie le preguntara qué había sucedido. Martin seguía mirándola, pero por alguna razón ya no hablaron más.

10

—Esto es lo que sabemos —dijo Sara, señalando la pizarra donde había escrito un grupo de nombres unidos por líneas y flechas—. Tobias Klingström trabaja en el departamento de Servicios Sociales en Hörby como trabajador social. O trabajaba.

—Hörby, vaya sitio —sentenció Jonny Svensson con desprecio.

Sara le lanzó una mirada de desagrado.

—Lleva desaparecido desde el lunes, cuando no fue a trabajar. Sus padres denunciaron su desaparición la noche siguiente. No hay nada sobre él en el registro de búsqueda, pero he hablado brevemente con la jefa de servicios sociales. En cuanto terminemos aquí iré a Hörby y a la oficina de Tobias Klingström. Torsten y Rita se encargan del interrogatorio a los padres, están citados aquí a las diez.

Sara se giró hacia Jörgen.

—Tú ponte en contacto de nuevo con el médico forense y aclara la causa. Y también necesitamos hablar con los técnicos, seguro que Ove Ovesson tiene algo que contarnos.

Jörgen Berg asintió. Estaba sentado con el ordenador frente a él y anotaba mientras Sara hablaba.

—Jonny, necesito que hables con la pareja propietaria de la cabaña de la parcela.

—¿Por qué siempre tengo que encargarme de los ancianos?

—Alguien tiene que hacerlo.

Jonny se encogió de hombros y suspiró profundamente. Sin embargo, por una vez, no se quejó más. Sara asintió a sus compañeros y se fue a su despacho para hacer una llamada. Sonaron varios tonos.

—Servicios sociales, Karin Thorsson.

—Hola, me llamo Sara Vallén y soy inspectora jefa de Policía en Lund. Me gustaría acercarme a Hörby y hablar con ustedes sobre Tobias Klingström. Supongo que saben que lo han encontrado muerto.

—Sí, lo hemos escuchado. Todo esto da mucho miedo. Tobias era un compañero muy querido.

Sara se dio cuenta de la elección de palabras. «Entonces —pensó—, si Tobias no hubiera sido tan querido, no daría miedo». Pero se mordió la lengua.

—Pensaba pasarme ahora si es posible. Ya he hablado con su jefa, Gertrud Hagberg.

—Sí, por supuesto, es muy importante resolverlo lo antes posible. Puede venir en cualquier momento. La mayor parte del equipo está en la oficina hoy, acabamos de terminar una reunión hace escasos minutos.

—En ese caso, voy de inmediato para allá. Estaré ahí en menos de cuarenta minutos.

 

El paisaje vibraba con los colores del otoño, pero Sara estaba concentrada en sus propios pensamientos y apenas se dio cuenta de la carretera.

«Culpable. ¿Por qué me sentía culpable cuando Peter abusó de mí? ¿Y por qué no dejé esa relación en cuanto tuve la primera ocasión?». Conocía la respuesta. «Porque tienes una relación tóxica con los hombres». Era como si tuviera una persona sentada en cada hombro. Una quería ser amable con ella y la otra pensaba que lo que había pasado era por su culpa. Trató de quitárselas de encima, pero los pensamientos no se acallaban.

Ni siquiera ella misma podía responder a las preguntas que les había hecho a otras mujeres que habían sido maltratadas por sus maridos. Sara pensó en el intento por parte del abogado de hacerla parecer tan culpable como Peter Matsson, algo que ella misma había pensado muchas veces. Sin embargo, el juicio había sido una llamada de atención. «Es curioso cómo puedes convencerte de las cosas más extrañas», pensó y, cuando giró por la E22 hacia el centro, se dio cuenta de que estaba conduciendo demasiado rápido. Dejó de pensar en Peter Matsson de inmediato.

Aparcó el coche frente al edificio de servicios sociales en Slagtoftavägen 1. Tenía un aspecto pobre, bastante mal mantenido. En uno de los balcones había un hombre fumando.

—¿Quieres subir y hacerme compañía un rato? —dijo.

Era obvio que estaba borracho. «Parece un lugar

 

bastante apropiado para ubicar los servicios sociales», pensó Sara. O nada apropiado en absoluto.

11

Llamó al timbre, pero no vino nadie a abrir. Volvió a tocar y oyó unos pasos en la entrada. Abrió una mujer.

—Bienvenida —dijo, tendiéndole la mano—. Karin Thorson.

—Sara Vallén, policía.

Karin Thorsson dejó pasar a Sara, que se sorprendió al darse cuenta de lo descuidado que se veía el edificio también por dentro. Había pasado por el ayuntamiento, que parecía bastante moderno, y creyó que los otros edificios municipales, como el de servicios sociales, serían parecidos. Karin Thorsson guio a Sara con una débil sonrisa hasta la sala de reuniones. Se detuvieron junto a una gran mesa.

—¿Quiere ver al personal ahora? —le preguntó a Sara.

Ella negó con la cabeza.

—Prefiero hablar con usted primero. Luego estaré encantada de reunirme con algunos miembros del equipo si quieren compartir información interesante para la investigación. Estaría bien hablar con alguien que conociese bien a Tobias.

Karin Thorsson se quedó pensativa un momento.

—Entonces lo mejor será que hable con Staffan.

—¿Por qué Staffan?

—Se conocen bien y son buenos amigos fuera del trabajo.

Sara asintió.

—Hábleme de Tobias —le pidió a Karin Thorsson.

—Bueno, era un hombre enérgico, por lo general positivo con el trabajo, con los compañeros y con la gente en general.

—¿Qué opinaban sus compañeros de él? —preguntó Sara.

—Era muy popular. Una persona que hacía que los demás se sintieran bien, importantes. Era considerado y atento.

—¿Cómo se comportaba últimamente? Me refiero a si había notado cambios de humor repentinos o alguna otra señal de que algo no fuera bien.

—Para ser sincera, hacía ya unos meses que parecía un poco abatido, al menos a veces. Pensaba que se debía a una historia de amor, pero no estoy segura. Un día lo escuché hablando por teléfono y decir: «Te quiero».

—¿Pero no es algo que él le haya explicado, quiere decir?

—No, en absoluto.

—¿Podría describirlo un poco más?

Sara estudiaba a la mujer detenidamente, por si fuese posible ver alguna muestra de inseguridad. Karin Thorsson no parecía del todo cómoda con el interrogatorio, pero no mostraba signos de que estuviese mintiendo u ocultando algo.

—Él es..., quiero decir, era un hombre grande y atlético. Se llevaba bien con todo el mundo. Era sociable y maduro. Treinta años. Inteligente, pero quizá más práctico que analítico. A veces muy hablador, otras bastante callado. Eso es más o menos lo que puedo contarle sobre él.

Sara asentía y murmuraba para instar a la mujer a continuar. Se recostó en su silla y Sara hizo lo mismo.

—¿En qué situaciones era hablador?

—Cuando teníamos reuniones grandes o nos tomábamos un descanso para el café. Cuando estábamos todos reunidos, solía hablar a todo el grupo.

—¿Y cuándo se mostraba más reservado?

Karin Thorsson pensó.

—Por ejemplo, cuando estaba con un caso siempre parecía extremadamente concentrado. A pesar de que nos sentáramos y trabajáramos juntos, en grupo, no hablaba mucho.

Sara asintió.

—¿Tenía enemigos?

—No lo sé, pero me cuesta creerlo. Era un hombre muy amable y querido, tanto por los clientes como por sus compañeros.

Sara se quedó pensando. Trató de recordar qué había despertado su curiosidad del testimonio de la mujer. Y entonces se acordó.

—¿Puede describir lo que quiere decir con abatido, como dijo antes?

—Resulta difícil de describir. No es que estuviera deprimido, sino que entraba en su despacho y cerraba la puerta. Mostraba claramente que quería estar en paz. En realidad, no es nada raro, pero tengo la sensación de que estaba triste por algo, o abatido, como he dicho.

Karin Thorsson dejaba que el bolígrafo vagara entre una mano y la otra. Era el único signo de emoción.

12

—Inspectora Sara Vallén —dijo Sara, levantándose con la mano derecha extendida hacia el hombre que había entrado en la sala de reuniones. Notó que tenía la nariz y los ojos ligeramente enrojecidos. Había llorado.

—Staffan Davidsson —se presentó, agarrando con firmeza la mano de Sara. Sin embargo, apartó la mirada cuando ella intentó mirarlo a los ojos. Eso la sorprendió.

—Adelante, siéntese —lo animó.

Sara hizo un gesto disuasorio a la jefa de Staffan. Esta salió de la sala y cerró con cuidado la puerta.

Staffan se sentó en la silla, erguido en el respaldo, pero todavía sin mirar a Sara. Ella inició la grabación de la entrevista en su móvil y citó la fecha, hora y sus nombres. Luego lo orientó hacia Staffan.

—Imagino que sabe sobre la muerte de Tobias Klingström.

Staffan asintió. Parecía que iba a empezar a llorar de nuevo. Luego respiró hondo.

—Sí —afirmó—. Es terrible.

—Sí, lo es —corroboró Sara.

—Y difícil de creer —añadió—. Probablemente es la persona más buena que conozco. O... lo era. ¿Han hablado con sus padres?

—Sí, es lo primero que hemos hecho. ¿Conocía bien a Tobias?

—Éramos, lo que se diría, mejores amigos — respondió Staffan—. Nos conocemos desde que estudiábamos en la facultad de Trabajo Social y somos amigos desde entonces.

—Qué bonito. ¿Podría hablarnos de Tobias, sobre quién era y cómo vivía?

El joven asintió, sollozando al mismo tiempo. Sara le dio un minuto.

—Era ese tipo de persona que le cae bien a todo el mundo, receptivo, amable, querido y atento. Realmente tenía ese tipo de habilidades que todos quieren pero que pocos tienen, al menos no tan plenas como él. Era inteligente, pero nunca pisoteó a otros que no eran tan brillantes como él. Respetuoso y listo al mismo tiempo. Una infancia que pocos han tenido, ya sabe, casi demasiado buena.

—¿Ningún lado oculto, ninguna cualidad negativa? — preguntó Sara. Notó que volvía a entrecerrar un ojo. Vio que Staffan se percataba y parpadeó con fuerza.

—Seguramente las tenía, pero ninguna que se viera. O tal vez sí, en realidad. Creía que todo el mundo era bueno. De hecho, es una buena cualidad, pero solo mientras la gente sea buena de verdad. Si no lo es, puede resultar contraproducente.

Sonaba preparado, pero Sara no dijo nada.

—¿Con quién salía?

—Tenemos un grupo de amigos, salimos juntos. Puedo darle todos los nombres si quiere.

—Podemos hacerlo luego —dijo Sara—. Continúe, por favor.

—Tobias también tiene otro grupo; juegan al tenis y al golf juntos. Amigos de la infancia, creo.

Sara sonrió para ocultar la desconfianza.

—¿Novia? —continuó, sin embargo.

—Él no me contó nada, pero yo sospecho que hay una chica. No tengo ni idea de quién. Por alguna razón, se lo guardó para sí mismo. Es solo un presentimiento que tengo.

—Pero, si son tan buenos amigos, ¿por qué no se lo contaría?

—¿Cómo voy a saberlo? Probablemente porque Tobias no pensaba que duraría. No sé.