Secretos ilustrados - Facu Fernández - E-Book

Secretos ilustrados E-Book

Facu Fernández

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Beschreibung

Dante es un famoso artista que vive en Ajllasga. El día de su cumpleaños número 49 recibe un llamado inesperado que lo enfrentará con sus miedos y fantasmas más oscuros. El odio y la bronca frente a su madre enferma, lo instalará ante la necesidad de contratar a una enfermera que lo ayude con su cuidado esto hará que se genere una lucha interna entre su esposa Claudina y la enfermera. Pues bien, la que obtenga más poder sobre él, conseguirá influir en el mundo de Dante Salvatierra. ¿Podrá Dante enfrentarse con su pasado?, ¿conseguirá construir su futuro? ¿Quién será la elegida?

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Fernández, Facundo Gabriel

Secretos ilustrados / Facundo Gabriel Fernández . - 1a ed . - Córdoba : Tinta Libre, 2019.

186 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-396-5

1. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Efecto Psicológico. 3. Novelas de Misterio.

I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor. Está tam-

bién totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet

o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2019. Facundo G. Fernández.

© 2019. Tinta Libre Ediciones

“No es fácil disfrazar a la tristeza,si hasta un espantapájaros luce mejor que yo.”

En memoria de mi abuela Dori y de mi ángel de la guarda, María.

Agradecimientos

A Dios, por mostrarme el camino.

A Luciana Garay.

A Clarisa, por insistir en que cumpla mis sueños.

En especial, a mis padres, a mis hermanas y a mi abuelo Vargas.

A Agustina Gauna, por la corrección de la novela y demás aportes.

A María Cecilia Bogado, por su gran ayuda y dedicación.

A mosqueteros al diván.

A Marcos Andrada y a Diego Pramparo, por su arte.

Como siempre a mis hijos, Bianca y Joaquín, con mucho amor.

Palabras del autor

Cuando se deben derrumbar barreras y avanzar hacia situaciones incontrolables, es cuando el poder de supervivencia sale a la luz y deviene como resultado la lucha. La situación aún más se complica cuando la batalla está en nuestro interior. Muchos factores influyen en que los miedos, los reproches, los fantasmas de nuestro pasado —y por qué no los del presente— puedan ser vencidos. A veces, este proceso lleva días, semanas o meses. Otras veces, muchos años o toda una vida. Dante Salvatierra es un caballero muy reconocido por el mundo, aunque él todavía no ha llegado a darse cuenta de quién es y deberá animarse a dar el paso más importante de su vida para conseguirlo.

Secretos ilustrados

Facundo G. Fernández

Primera parte

Capítulo 1

La llamada

Enero terrible y caluroso en Ajllasga, la tranquilidad y las ausencias de sonidos terrenales eran aliados perfectos. La oscuridad y las sombrías luces de la calle disparaban apacibles centellas sobre el ventanal antiguo. Mientras, la brisa se confundía siendo la más hermosa y misteriosa compañía. Hasta que el sonido ensordecedor del maldito teléfono lo despertó, haciendo que la injusticia de ese 17 de enero, día de su cumpleaños —fecha olvidada y tachada en todos los calendarios de la casona desde hacía muchísimos años— lograra expulsarlo haciéndolo saltar de manera estrepitosa de su añeja cama de resortes de bronce reconvertidos en un reconocible negro opaco como su alma. Con tal enfado y agitada corrida maratónica, llegó y tomó con enojo el tubo del veterano aparato.

Mientras intentaba concentrarse en la llamada, tuvo tiempo de insultar a Bell, el creador del teléfono, pero recordó que había escuchado un tiempo atrás por radio, que él no había sido el verdadero inventor sino un italiano de nombre Antonio Meucci que, por falta de dinero y mala fortuna, no pudo patentarlo, pero sí había presentado un pequeño documento de su creación. Meucci pasó por la vida terrenal sin pena ni gloria y en la ruina y así, de la misma manera, murió. Pero, por cierto, la historia lo había dejado al célebre Bell, con la tilde de su supuesta invención, como fraude y falsedad. Al fin y al cabo, a Dante le daba lo mismo quien fuera su real inventor porque estaba rojo de furia y no hacía más que denigrar y bastardear el ring, ring intolerante del teléfono, tan insolente como él.

—Disculpe la hora, por favor, ¿me podría comunicar de manera urgente con el señor Dante Salvatierra? —expresaban desde el otro lado de la línea.

—Sí, con él habla ¿No le parece de mal gusto y desconsiderado llamar a las tres de la madrugada? ¿Quién habla? ¿Qué quiere? —contestó.

—Dante, soy Rodolfo, el ex esposo de tu madre, de Isolina. ¡Créame que de no ser de gravedad no lo molestaría! —se presentó la voz.

—¿Qué Rodolfo? —insistió Dante.

—Rodolfo Murúa. Dante, te repito, el ex esposo de tu madre —respondió el caballero.

—Sí, sí ahora lo recuerdo. Estaba muy dormido. —¿Qué sucede como para que llame a esta hora y después de tanto tiempo? La verdad, no me interesa en lo más mínimo escucharlo, caballero, sea breve que ya de solo oírlo me dan ganas de vomitar y si lo tuviera aquí frente a mí le arrancaría los ojos con mis propias manos y me los comería crudos —gritó Dante Salvatierra.

—Insisto, de no ser de gravedad no lo molestaría. Me acaban de comunicar que han internado de urgencia a su madre en un estado muy crítico y desesperante —le comentó el señor, con miedo en su voz.

—¿Cómo es que le acaban de avisar? ¿No está usted junto con ella o en qué parte de la historia me he quedado? ¿Yo qué tengo que ver en todo esto? ¡Discúlpeme, caballero, no me interesa en absoluto saber lo que le pase o pasa a esa señora, es su responsabilidad, no la mía y le aseguro que jamás lo será! Es su mujer —dijo Salvatierra.

—Querido Dante —intentó apaciguarlo Murúa —hace más de 17 años que me he divorciado de su madre, yo solo cumplo conavisarle. Estoy viviendo en el Uruguay y ya nada tengo que ver con ella. Me llamaron desde el Hospital Privado Salazar de Buenos Aires para avisarme lo de su madre. Ya no soy más familiar directo y entre viejos papeles encontré su número telefónico, rogaba a Dios que no lo haya cambiado. Le mando un abrazo y ojalá no sea nada grave lo de Isolina. Me dijeron que, de encontrarle, viaje usted de manera inminente. Espero que pueda llegar a tiempo: le aseguro que si no lo hace no se lo va a perdonar jamás.

—Al que jamás voy a perdonar es a usted y tampoco a esa maldita que ahora se hace llamar mi madre. ¿Me escucha? ¡Rodolfo, Rodolfo! —gritó desesperado Dante Salvatierra.

Y, a los pocos segundos, el sonido de corte de la llamada se incrustaba sobre los oídos y se empezaba a esparcir como brote de una epidemia por las venas de Dante Salvatierra.

Con sus dos manos empezó a tocarse la cabeza de atrás hacia adelante de forma repetitiva como si fuera un movimiento propio de la consternación y de la ira contenida. No sabía si lo que acababa de ocurrir era cierto o era otro fantasma más de su pasado que se estaba apoderando de su ser. Esta terrible sensación quería transitar y corromper su alma quedándose para siempre instalada en sus hemisferios cerebrales como si fuera la dueña de todas sus funciones motrices, verbales y no verbales. Quería quedarse allí para la eternidad, atormentándolo, encarcelándose en sus sienes, como para ser su perfecta cómplice del dolor, el desamor y el abandono.

Encendió todas las luces del hogar, empezó un loco recorrido por la casona buscando excusas o algo que pudiera traerlo otra vez al llamado. Empujó de forma brusca la puerta del baño, abrió el grifo de la bañadera, puso el tapón y empezó a llenarla de agua fría, para depositar el conjunto de carne y huesos de su cuerpo desvencijado y con ellos, también, el sin fin de pensamientos y sentimientos que se estaban formando. Quería ahogarlos y luego de salir de allí, sacar el tapón, ver al torbellino que formaba el desagote y que se fueran todas las penas y las broncas alojadas hasta en su médula por las cañerías.

Una vez que se llenó la bañadera se sumergió en ella. Abrió los ojos bajo el agua aguantando la respiración hasta ponerse morado. Se levantó de manera violenta, dando un grito de furia comenzó a injuriar la absurda llamada que le traía de nuevo a su vida nombres, apellidos y figuras de personas que nunca más pensó oír, y menos aún, saber de ellas, aunque por ese momento en su cabeza retumbaban acechando como bestias salvajes.

Dante estaba deshecho, sentía náuseas y muchísima angustia, su cuerpo se ponía duro al recordar a su madre y a Rodolfo, de solo pensarlos lograban poner tiesos hasta los músculos más pequeños de su rostro.

Su inestable cordura lo puso en jaque. Otra vez se puso de pie y salió en total desnudez, empapado de agua helada como su espíritu e hizo estrellar una pequeña lámpara que utilizaba de adorno sobre una mesa ratona que estaba acompañada de una foto de su padre y de una imagen de una hermosísima dama pegada junto a la de su progenitor.

Salió corriendo hacia el patio acompañado de su desquiciado conjunto de células. Su cabellera larga y su barba tupida conformaban un combo maquiavélico bravío hacia el jardín. Se arrodilló mirando al cielo como buscando en el horizonte alguna respuesta que no iba a encontrar allí. Vaya a saber dónde la encontraría. Estaba devastado y desarticulado, la soledad se había convertido en su peor secuaz y compañera.

Con enfado y desenfreno comenzó a rasguñar el piso, como lo haría un perro buscando algo escondido, no soportó no hallar respuestas. Irrumpió alocado por la galería embadurnando de barro fértil todo el lugar. Cada paso que daba iba dejando huellas oscuras y húmedas que no eran más que los signos y la demostración más genuina e intensa de un odio tremebundo hacia Rodolfo Murúa y hacia su madre Isolina Cantoro. En sus manos sostenía las ruinas de la amargura y en sus rodillas los rastros del peso de su bravura.

Ingresó otra vez a la casona, se paró frente al teléfono esperando que el sonido lo sorprendiera de nuevo, estaba seguro de que esta vez, correría con la misma suerte que la lámpara que reposaba despellejada en el suelo, pero luego de una hora de espera sin trasladarse de allí fue apaciguando su furia y esa llamada nunca llegó.

De la misma forma en la que estaba, se acercó a las imágenes que yacían sobre la pequeña mesa ratona, las tomó entre sus manos, las trajo hacia su pecho y comenzó como un niño a llorar desconsolado. Como pudo entre sollozos y pesadumbre apenas contenida, caminó de nuevo por toda la antigua casa, abrió la puerta de su habitación y, estando sucio y desnudo, se tendió sobre la cama que lo recibió como cuando un cadáver es depositado bajo tierra, esperando que los insectos y demás alimañas consumieran su estropeado cuerpo.

No pudo estar siquiera cinco minutos recostado, como si fuese sonámbulo, de manera radical y despojado de vergüenza, decidió ir al sótano. No encendió ninguna luz, fue ciego como conociendo cada rincón de la casona. Llegó a una especie de antesala, abrió una puerta diminuta que de algún modo podría haber sido un pasadizo secreto de cuentos de duendes. Descendió con energía como si decantase al mismísimo infierno.

Lo esperaban 17 escalones que lo separaban del piso y fue sorteándolos como si fueran pequeños peldaños invisibles, pero al llegar al maldito último escalón, saltó. Con la misma intensidad se dirigió hacia un costado, más precisamente donde aparentaban estar los artículos de madera y tomó de allí un antiguo reloj tallado a mano que, por suerte angelical, por la metafísica o por quién sea, todavía funcionaba a la perfección. Del mismo modo caminó unos cuatro pasos hacia su izquierda, donde se encontraban varios objetos de metal y extrajo de allí unos cuantos cuadros de dudosa interpretación, pero de una belleza inapelable. Otra vez, decidió subir a oscuras, cuando llegó al último peldaño, al número 17, retornó a la sala principal dando brincos ya sin tanta fuerza y dejó las cosas apoyadas en el piso.

Dante Salvatierra estaba inconsolable, fuera de sí y con mucha rabia. Intentó concentrarse de nuevo en la llamada, pero no pudo.

Decidió bajar al sótano otra vez de manera repetitiva, trayendo desde allí más dudas que certezas acerca de lo que pensaba hacer con todas las cosas que subía y dejaba sobre el piso.

Una vez conforme, resolvió colgar cada objeto aparentemente en su lugar: al reloj, lo colocó sobre una columna, lo emparejó de manera tal que la marca presumía ser perfecta, puesto que fue siempre su lugar de origen allí. Acto seguido, ubicó a los cuadros de diferentes tamaños de una manera poco ortodoxa, formando a la vista una “R” misteriosa. Se paró frente a ellos, acomodó un cuadro que parecía estar fuera de su centro, lo giró sacándolo de la pared, muchas veces adecuó el anillo que lo sostenía y lo volvió a colocar en su sitio. Mientras, las primeras luces del día aparecían sobre el ventanal que daba a la galería principal.

Satisfecho por su logro, tomó una silla de tapizado en pana azul, se sentó dirigiendo su mirada al tictac pendular del reloj, exhalando el aire puro de sus pulmones de manera suave, adaptándolos al vaivén del sonido. Logró de modo sensible apaciguar los pensamientos de destrucción que se habían formado en su cerebro abrumado y sediento de venganza hacia los mismos elementos que había acomodado en los respectivos lugares.

Ya había perdido la noción del tiempo, el día de su cumpleaños había comenzado de mala y drástica forma. El sol para ese entonces ya se había posado sobre el tejado de la casona, las pequeñas gotas de humedad y el rocío del amanecer se colaban y caían sobre el césped sin pudor, mientras que Dante Salvatierra contaba —cómo una por una— se iban esparciendo y secando por el calor del sol que ya se afianzaba con total naturalidad.

Después de estar por largas horas mirando el movimiento repetitivo del reloj diseñado por su padre, se vistió más bien por costumbre y no por ganas, se fue hasta la cocina, encendió la hornalla, con la particularidad de usar la pava silbadora de color verde militar en desuso vaya uno a saber desde cuándo.  Poco le importó el abollón que tenía ya que él mismo en algún momento de ira estancada le dio su merecido trato. Cuando la pava le informó con el pitido que el agua hervía, el mate ya estaba listo para ser cebado y la soledad y los pensamientos destructivos parecían hacerse presentes de nuevo.

Su mirada lejana y descolocada desde la cocina se posaba con cólera sobre el teléfono y hacia él fue buscando vengarse con determinación. La antigua guía telefónica yacía como una cómplice de lujo y parecía que también iba a tener su meritorio capítulo o despedida. Hizo un parate a mitad del camino, aunque la mirada se mantenía firme en su rostro, la paranoia se apoderaba de todo su ser. Se percibía con claridad en su andar taciturno, una decisión que llevaba horas analizándose y varias batallas internas y externas para poder tomarla.

Cuando su descanso fue en vano, se pronunciaron las 8 de la mañana, llegó hasta el teléfono, lo tomó con desidia y sucumbió sus ojos reconvertidos en flechas envenenadas sobre las páginas amarillentas de la guía: buscó de manera imperiosa dónde decía números importantes y llamó.

Capítulo 2

Dante

Dante Salvatierra nació hace 49 años en Ajllasga que en lengua quechua significa “La Elegida”, en un hermoso y soñado lugar prácticamente escondido entre las sierras de la provincia de Córdoba, rodeado de un hermoso río y cerros. Lo dieron a luz en esa misma casona de altos techos de estilo colonial y calles de viejos adoquines, en la que la tranquilidad de los no más de 1500 habitantes se ve modificada en la temporada veraniega o en algún invierno cruel, donde las nevadas esporádicas pero intensas convierten ese lugar, en verdad, en un sitio elegido por Dios, donde lo fantástico se vuelve más bonito y donde lo bonito es fantástico y soñado.

En La Elegida, la gente es muy amable, agradable y gentil, razón por la cual los visitantes del valle quedan aún más enamorados de un sitio extraordinario que, a pesar de no ser un territorio extenso, queda instalado en las pupilas y en los corazones de quienes se dignan a conocerlo. Después, muchas de las personas lo toman como lugar de veraneo continuo y hasta muchísimos de ellos se instalan de manera definitiva en Ajllasga.

Dante Salvatierra es una de las personalidades más destacadas y reconocidas de la localidad, es dibujante e ilustrador autodidacta. Su trabajo se alinea al realismo o hiperrealismo, es especialista en retratos, paisajes y siluetas de bellas damas imaginarias. Utiliza como técnicas el lápiz color, lápiz grafito, bolígrafos y acuarelas. Siempre deja reposar sus ideas sobre láminas de papel.

Alcanzó su reconocimiento masivo gracias a la representación que logró dibujar justo el día de su cumpleaños número 17, cuando descubrió entre los visitantes de Ajllasga a una joven actriz argentina llamada Mónica Butragueño y, desde ese mismo instante en que la preciosa rubia de silueta angelical ingresó a su salón de tareas, no cesó de trabajar de manera incansable. Mónica en aquel tiempo ya era muy reconocida, trabajaba en la televisión argentina en telenovelas muy populares y su último gran éxito lo había alcanzado en México trabajando en una película llamada “Piel y traición”, film en el que fue protagonista estelar junto a famosísimos actores del país azteca. Había llegado de incógnito y en total silencio, puesto que quería pasar desapercibida para poder disfrutar de la bella Ajllasga. Dante jamás se hubiese dado cuenta de su estadía allí si no fuera gracias a Lupe que le insistió en reiteradas ocasiones en que se acercara a la joven y le propusiera ilustrarla sin cobrarle un centavo, solo por “amor al arte”, prometiéndole absoluta reserva y discreción.

La señorita Butragueño dudó un poco: los ojos azules de Dante y su cuerpo humilde hicieron que la actriz siquiera lo pensara demasiado. Acordaron que ese mismo día, cuando bajase el sol, se presentaría en la casona de la calle Comechingones. Así fue como poco a poco le fue dando forma a lo que sería un trabajo excelente. Tan realista resultó la obra que Mónica quedó impactada y decidió quedarse más de lo normal y no salió de la casa de Dante Salvatierra durante el tiempo que estuvo en Ajllasga. Hasta que un día cualquiera de ese verano, llegó un auto de marca alemana y de modo abrupto la arrebató del lado del genio del lápiz. Muchos vecinos y visitantes comentaron que salió semidesnuda, solo acompañada de una camisa de jeans y de una marea de lágrimas en los ojos, expresándole a los gritos al joven dibujante: “Te prometo que nos volveremos a ver, te amo, Dante”.

Más allá de este suceso, su amiga Lupe, buscó la forma de hacerle llegar a Mónica la mejor obra lograda de Dante, que al parecer la había dibujado de todas las maneras posibles y en las posiciones más raras y exuberantes que pudiesen existir, y así de la nada o como un presagio divino o astrológico, parece que al fin de cuentas el destino lleno de glorias estaba del lado del joven Salvatierra.

Si bien la práctica de ilustrar retratos había caducado a nivel mundial este joven desconocido comenzó a impulsarla de nuevo, produciendo una suerte de resurrección divina, hasta se podría decir mágica y misteriosa. Razón por la cual su figura, hasta el momento ignorada, se popularizó de manera progresiva, pasando de ser un perfecto desconocido a alcanzar notoriedad internacional debido a que sus obras de arte contienen un realismo indescriptible.

Pero como era de prever, la fama no lo encegueció jamás y rechazó innumerables propuestas de instalarse en la gran ciudad de las avenidas como así también en países de Europa. Aceptó estar lejos de los flashes y el ropaje acartonado de la farándula e hizo más que reconocida a Ajllasga, tanto en toda Córdoba y en toda la Argentina, como así también a nivel mundial, trayendo consigo, gracias a sus obras, a muchísimas personalidades de otros continentes. Pero Mónica Butragueño jamás regresó y su promesa de retorno incumplida caló profundo en el jovencito.

Dante es una persona sumisa, silenciosa y misteriosa, capaz de pasar desapercibida por donde quisiera. Su pasado es desconocido ya que no hay indicios de familiares directos que aún vivan en Ajllasga o a sus alrededores.

Según redacta su biografía no autorizada, y por escasa información, es viudo en primeras nupcias de Claudina, su único amor, quien murió fulminada por un cáncer de útero que le arrebató así a su única compañía y se llevó consigo la posibilidad de los futuros niños que nunca llegaron a corretear por la antigua galería y menos aún, a tomar los lápices con sus pequeñitas manos y dibujar en las húmedas paredes de la calle Comechingones sin número.

Sin número, no porque no posea dirección alguna o por error municipal, sino porque la maldita numerología a la cual es creyente el artista o el mismísimo destino, hizo que el número 17 se borrara de su vida aquel 17 de julio en un crudo invierno en que Claudina dejó de existir y con su partida se fueron sus ricas costumbres, su aroma y su piel dejándolo en plena soledad, solo acompañado de sus lápices, sus láminas y los recuerdos de un amor plasmado sobre dibujos e ilustraciones colgadas por toda la casona.

En cierta forma, los dibujos conforman para Dante un nexo entre la vida y la muerte. A través de sus trabajos busca su vía de escape de verse aniquilado en vida.

Pero si de ausencias sabe Dante, todavía está en su memoria infantil el abandono de su madre a la edad de los seis años, cuando al despertar encontró a su padre llorando angustiado sobre la mesa blanca que daba a la enorme puerta de entrada gritándole, “¡se fue, nos dejó!”, mostrándole una carta manuscrita, en donde pudo reconocer, con su escasa lectura de niño de primer grado, solo tres palabras: “Te ama, Mamá”. Frase no suficiente para aquel pequeño abandonado que no comprendía en totalidad lo que estaba sucediendo. Después de varias charlas y demandantes preguntas acerca de dónde estaba y si volvería alguna vez su madre, su padre terminó saldando sus dudas, con un “nos abandonó, se fue a vivir a Buenos Aires con el maldito, el detestable y rufián de Murúa. Te juro, hijo, de encontrármelos los mataría, les arrojaría kerosene y los prendería fuego para verlos consumirse en su propio infierno”.

Rodolfo Murúa, era un asiduo visitante de este hermoso valle, caballero amante de la gastronomía y de los juegos de azar, dueño de una docena de restaurantes distribuidos por todo el país y de varias casas de juegos y apuestas. Según lo que comenta la gente de La Elegida, es que habría pensado que allí podría desembarcar algún que otro lugar en donde deleitar con su célebre cocina, pero nunca logró su objetivo, es más, se supo que a lo largo de su vida fue cediendo cada uno de sus locales y transfiriendo sus bienes a testaferros por la continua persecución que, según él, tenían los controladores fiscales sobre su persona y que no dejaban de hostigarlo y perseguirlo de manera constante.

De las casas de apuestas nunca se supo mucho, pero la noticia más comentada se jactaba de haberlo perdido todo por haber pagado coimas a grandes corporaciones que, al enterarse de sus juegos clandestinos y demás obscenidades generadas del dinero sucio, le hicieron tomar otro rumbo. De igual modo nunca dejó de tener muchísimo dinero. Eso comentan las malas lenguas, ¿comprobable?: por supuesto, poco.

Este señor de apellido Murúa, sedujo a la madre de Dante un agobiante verano en aquel inmenso cerro que no por casualidad es reconocido por “Khuyay”, que significa “Compasión”.

“Compasión”: palabra esquiva y evasiva para Dante, que lo alejó del mundo, de las calles y hasta del colegio secundario, lo encerró día tras día en su sombría sala de tareas, a la que llamó como aquélla hermosa olla de agua que poco a poco se fue convirtiendo en un paseo turístico de la zona denominado “Los Rufianes” y, que se encuentra rodeado de vestigios de un antiguo asentamiento indígena lleno de pinturas rupestres, al cual Dante le propinó ese nombre en insinuación a su abandónica madre y a Rodolfo. Aunque en realidad, al hablar de “Los Rufianes”, según la historia de Ajllasga, hace referencia a una leyenda o mito que cuenta que un par de aborígenes traidores según su tribu, se enamoraron de unas gringas de “La Elegida”, se casaron y crearon así un mestizaje muy raro. Se comenta, también, que sobre esas bellas aguas fueron bautizados sus hijos en rituales semejantes a los cristianos.

Dante Salvatierra pasa largas jornadas recluido en la casona escuchando el mismo disco de vinilo de música clásica, situación que es de manera esporádica interrumpida con la presencia de Lupe, una señora mayor que va todos los días a asear la casa, a hacer las compras, cocinar y a dar el visto bueno con un sí o con un no cerrado y contundente a las obras de arte de Dante, como por ejemplo, a la última ilustración que fue vendida con varios ceros a manos de un coleccionista internacional, que fue en búsqueda de un retrato de Mahatma Gandhi, captado de una foto que el mismo señor de origen Rumano en persona rescató en alguna visita a la India.

Así mismo, no todo el dinero que atesora Dante Salvatierra tapa o cubren las ausencias, los miedos, los duelos jamás cumplidos, ni el fantasma de su esposa muerta que aún cree ver en esa vieja casona de tejas que todavía conserva su arquitectura de cemento y piedras autóctonas desde 1916 y que, en algún momento soñó en convertirla en un museo, cuestión que todavía anhela.

Pero sigue allí, hundido en el más incomprensible mutismo y oculto de su hermosa localidad, si hasta hay sectores que, desde la muerte de Lalo Salvatierra, su padre, no sabe que existen, como lo son, los piletones de cemento, el parque de los vientos y la restauración del museo. Sin embargo, lo peor de todo es que no pudo siquiera volver al lugar que tanto le gustaba visitar de niño, la olla “Los Rufianes”.