Sentimientos intensos - Leigh Michaels - E-Book
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Sentimientos intensos E-Book

Leigh Michaels

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Beschreibung

¡Tenían que estar juntos por el bien de los gemelos! Nikki siempre estaba encantada de cuidar a los gemelos de su amiga, pero parecía que la mamá se estaba retrasando y Nikki necesitaba ayuda. El tío de los bebés, Seth Baxter, no tardó en acudir al rescate. Y resultó que era un tipo guapísimo... ¿Cómo iba a pasar cada minuto del día junto a él? Era duro, sobre todo porque Nikki había decidido no volver a sentirse unida a nadie. Pero jugar a la familia feliz con Seth le demostró que él podría ser el hombre que la hiciera cambiar de opinión... ¡y de vida!

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Leigh Michaels. Todos los derechos reservados.

SENTIMIENTOS INTENSOS, Nº 1946 - noviembre 2012

Título original: Assignment: Twins

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1198-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

Nikki hundió las manos en el agua cálida y jabonosa por última vez y quitó el tapón del fregadero.

–Ya está –aclaró el biberón y lo dejó sobre el paño de cocina para que se secara.

–¡Lavarme los platos sucios te hace merecedora de la medalla de la amistad! –le gritó su amiga Laura desde el salón.

Nikki se aproximó hasta la puerta. Laura estaba de espaldas, observando a dos hermosas criaturas de apenas un año que, sentadas en sus tronas, trataban de comer con sendas cucharas de plástico en las manos. La pastosa sustancia, que debería estar en sus estómagos, se encontraba dispersa por las caras de los infantes. Unos cuantos goterones inmensos habían caído sobre el tapete de plástico que, precavida, Laura había colocado en el suelo.

«Después de todo, fregando los platos me he llevado la mejor parte», pensó Nikki.

Los niños de Laura eran adorables, pero Nikki se alegraba de que su vida hubiera seguido un camino diferente al de su amiga.

–¿Necesitas algo más? ¿Quieres que te ayude con los niños? –preguntó.

–No, gracias, ya has hecho bastante. No me gustaría verte con un lamparón de papilla en ese elegante traje que llevas. Limpiar los platos ha sido más que suficiente. No sabes lo difícil que me resulta la vida con dos gemelos y un lavaplatos estropeado.

Nikki se sentó en una silla.

–Sé que últimamente vuestra economía anda un poco ajustada, pero deberías pedir que te lo arreglaran.

Laura asintió.

–Seth va a venir a repararlo en cuanto tenga tiempo.

–¿Cómo está «El Reparador Solitario»?

Laura miró a su amiga con un gesto de sospecha.

–¿Desde cuándo te interesas por Seth?

–Preguntaba por preguntar, nada más. Pero si no quieres hablar del hermano de tu marido...

–Pensé que quizá te lo hubieras encontrado recientemente. Está trabajando en una casa en el barrio de Rockhurst. Es una de esas inmensas mansiones que están cerca del museo de arte. Es un gran trabajo.

–Y eso, junto con el gran número de bellezas locales que requieren su atención, es el motivo de que tu lavaplatos esté aún roto.

–La verdad es que no estaría mal que Seth saliera alguna vez con alguien cuyo grado de inteligencia fuera un poco más grande que su minifalda. Pero, al margen de todo, debo decir en su favor que mi lavaplatos no es responsabilidad suya.

–Bueno, es una pena que Stephen no sea tan habilidoso como su hermano.

–El pobre lo intenta. La semana pasada puso un toallero en el baño.

–¿Sin la supervisión de Seth? Me dejas atónita.

–Bueno, se cayó a los dos días y arrancó una hilera de baldosines. A este paso no vamos a ser capaces de poner esta casa en forma para venderla. Claro que, si pudiéramos arreglárnoslas hasta que los gemelos cumplieran los dieciocho, no necesitaríamos una casa más grande. Eso sí, los próximos dieciocho años serían un verdadero reto, con dos habitaciones y una cocina del tamaño de un sello postal.

–Pero esta casa es encantadora.

–Se nota que te dedicas a la venta de inmuebles. Encuentras el adjetivo adecuado para cualquier cosa.

–Este es el hogar perfecto para una pareja que está empezando.

–Sí, hasta que, inesperadamente, llegan unos gemelos –dijo Laura mientras le daba una cucharada de cereales a Anna–. Stephen quiere que te pida un favor. Le prometí que lo haría, porque ya sabes lo pesados que se ponen los hombres con estas cosas. Pero ya le he dicho que no puedes, así que no tienes que preocuparte.

–Entonces, por lo que se ve, todo está solucionado. Aunque, no estaría de más que me dijeras de qué se trata, por si Stephen me pregunta.

–¡Lo siento! –dijo Laura–. Tienes razón. Verás, Stephen tiene que viajar la semana que viene y quiere que vaya con él.

–Así que necesitas una canguro. No hay ningún problema, yo me encargaré de los niños.

–La cuestión es que no se trata sólo de una noche, sino de todo el fin de semana.

–No importa –dijo Nikki–. Pero, ¿qué vas a hacer tú durante las horas en que él esté ocupado?

–La convención tendrá lugar en un pequeño crucero en el Caribe –dijo Laura–. Pero yo ya le he dicho que no podré ir.

Nikki la miró fijamente.

–¡Claro que puedes! ¿Estás loca? ¿Cuántas veces tendrás la oportunidad de disfrutar de una segunda luna de miel gratis?

–Bueno, no sería exactamente gratis. Tendría que pagar mi billete y eso ya es más de lo que me puedo permitir. He preguntado cuánto me costaría una niñera y es directamente prohibitivo.

–Me lo puedo imaginar. Así que Stephen te ha sugerido que me lo pidas a mí.

Laura asintió con un gesto atormentado.

–Sé lo ocupada que estás...

–¿Es el próximo fin de semana?

–Un fin de semana bastante largo. Sería desde el viernes hasta el domingo por la noche.

–No tengo ningún cliente el viernes, así que...

–¿Y citas? ¿Sigues saliendo con Richard?

–Nos vemos de vez en cuando, pero no hay nada serio.

–Nikki, por favor, no te sientas obligada. Incluso Stephen admitió que era mucho pedir para cualquiera que no estuviera acostumbrado a cuidar de gemelos. Lo entenderá perfectamente si dices que no.

–¿Quieres ir?

–¡Claro que quiero! Probablemente sea la única oportunidad que tenga en mi vida de ir a un crucero. Pero, seguramente, me marearé, así que...

–No en un barco grande. Ponte a hacer las maletas, porque te marchas.

Nikki agarró la chaqueta que estaba en el respaldo de la silla. Mientras se la ponía, observó a Laura y a los niños. Zack tenía las cejas llenas de papilla y a Anna el pastoso elemento le cubría la nariz.

«Tres días sola con los gemelos», pensó Nikki.

–Decidle adiós a la tía Nikki –instó Laura a los niños.

Zack estaba demasiado ocupado dándole la vuelta al cuenco como para prestar atención. Anna, sin embargo, agitó entusiastamente la cuchara, logrando que una sustanciosa cantidad cayera directamente en la solapa de la impecable chaqueta de Nikki.

–¡Lo siento! –dijo Laura rápidamente, y se fue a buscar un paño húmedo.

Nikki quitó con el pulgar la pegajosa papilla y se restregó la mancha con el paño húmedo.

–¡Olvida lo que te he pedido! –insistió Laura.

–No te preocupes. Moveré el cartel con mi nombre hacia arriba para cubrir la mancha –dijo Nikki–. Y sigo insistiendo en quedarme con los gemelos. Tú lo haces siempre, así que yo no tendré problemas en cuidarlos durante tres días.

Nikki ya se había ocupado de los gemelos con anterioridad, aunque sólo durante unas horas. No creía que estar con ellos tres días pudiera ser muy diferente, sólo un poco más largo.

El sábado por la tarde, mientras paseaba a los pequeños en sus sillitas, se dio cuenta de que ya estaba agotada. Zack se había despertado en mitad de la noche y había tardado más de una hora en recobrar el sueño.

Sólo había pasado medio fin de semana y ya había acabado con todos los medios que tenía a su alcance para entretenerlos.

Siempre encontraban algo con lo que trastear, antes incluso de haber concluido la primera travesura.

De vuelta a casa, antes de que pudiera desatar a Anna, Zack ya había logrado bajarse por su cuenta del cochecito, dispuesto a encontrar algún objeto preciado que destrozar. Anna, en cuanto se vio liberada, gateó rápidamente para unirse a su hermano en su siguiente despropósito.

En mitad de aquella situación, Nikki oyó que alguien entraba por la puerta trasera.

–¿Hay alguien en casa?

¡Era Seth Baxter! «El Reparador Solitario» había encontrado, finalmente, tiempo para reparar el lavaplatos.

Se preguntó por qué tenía que aparecer en aquel preciso instante. ¿No podía haberlo hecho cuando estaba Laura? ¿O en alguno de esos escasos momentos en los que los gemelos estaban dormidos? La noche anterior, por ejemplo, cuando, tras un largo baño, había logrado que se tranquilizaran en sus cunas. Claro que a semejantes horas su aspecto dejaba mucho que desear. Por supuesto, a Seth su estado físico le era absolutamente indiferente. Estuviera como estuviera, siempre la miraba igual, fijamente y con aquel gesto irónico que hacía que quisiera gritar. Sin duda, habría preferido que la ignorara por completo, antes de que la observara como un espécimen raro sacado de una tienda de animales exóticos.

Suspiró y dio gracias por no tener que verlo a menudo.

–Estamos en el salón, Seth –dijo Nikki.

Seth apareció por la puerta de la cocina.

–¿Qué haces aquí?

Nikki agarró al pequeño Zack, que trataba de colarse por debajo del cochecito.

–¿No te contaron que se iban de crucero?

–Sí, Steve me comentó algo, pero había olvidado que era este fin de semana –Seth se apoyó en la jamba de la puerta y se cruzó de brazos–. Veo que estás realmente ocupada.

Nikki consiguió sacar a Zack de su improvisado escondite y el pequeño se puso a llorar desconsoladamente. Mientras le limpiaba las lágrimas, miró rápidamente la imponente estampa del hombre que tenía delante.

Seguía tan guapo como la última vez que lo había visto, en el bautizo de los pequeños. El pelo castaño oscuro le había crecido ligeramente desde entonces y, en lugar de un traje, llevaba unos vaqueros y un polo que le favorecían casi más. Sus hombros destacaban firmes y musculosos bajo la tela de algodón. Sus ojos verdes daban el toque final a aquella belleza masculina.

Al reparar en su tío, la pequeña Anna dejó lo que tenía entre manos y gateó presurosa hacia él.

Seth levantó a la pequeña sin apartar los ojos de Nikki.

–¿Qué tal lo llevas?

–Bien, lo llevo muy bien –mintió ella.

–¿Cuántas veces ha llamado Laura?

–Desde el barco sólo una. Me aseguró que llamaría otra, pero pude oír a Stephen por detrás recordándole que estaban de vacaciones. Ha dejado una lista con todo lo que está estropeado en la puerta del frigorífico.

–¿Y cabe ahí? Yo esperaba varios volúmenes de quinientas páginas.

Nikki sonrió.

–No debió de tener tiempo para escribirlo todo –aseguró ella–. Me disponía a llevar a los niños a la cama, y no quiero entretenerte.

Se acercó a él lo suficiente para que su aroma masculino y embriagador la perturbara. Le tendió los brazos a Anna, pero la pequeña escondió el rostro en el hombro de su tío.

Laura acarició la espalda de la pequeña y, sin querer, rozó levemente el brazo de Seth. Sintió un escalofrío.

«No seas tonta», se dijo. «Seguro que ya lo habías rozado en alguna ocasión».

Al fin y al cabo, hacía tiempo que se conocían. Seguro que se habían dado la mano al conocerse. No obstante, Nikki no recordaba aquel momento. Seguramente, habría sido en alguna fiesta en la que Seth no había sido para ella más que un invitado. Por aquel entonces, Laura ya salía con Stephen y Nikki estaba comprometida con Thope. Quizás se hubieran conocido en la misma época en la que los cuatro habían empezado a planificar una boda doble.

Seth le tendió el bebé a Nikki, y en el tránsito de unos brazos a otros no pudo evitarse un último roce que la estremeció. Aquella reacción le resulto ridícula y sorprendente. Sin duda, no lo había tocado antes, porque, de otro modo, recordaría aquel calor reconfortante que transmitía.

Apartó de su mente ciertas ideas que trataban de trastornarla y se llevó a los niños al dormitorio.

Tras una ardua batalla con los pequeños, logró que, finalmente, sucumbieran al sueño y salió sigilosamente de la habitación.

La casa estaba en silencio. Sólo el suave ritmo de una música de jazz apaciguaba el vacío sonoro.

Nikki se detuvo en el vano de la puerta a observar al trabajador tendido en el suelo.

–¿Has encontrado el problema?

–No. Sé que no es la bomba.

–¿Eso es bueno o malo?

–Voy descartando todo lo fácil, así que...

Significaba que iba a estar por allí más tiempo del previsto.

«Lo mejor será que le deje trabajar a solas», pensó, pero no se movió.

–¿Te apetece una taza de café?

–Sí –dijo él, saliendo de debajo del lavaplatos–. ¿Qué tal estás, Nikki? Hacía mucho que no te veía.

–Sí, tres o cuatro meses, creo –dijo ella encogiéndose de hombros.

–Tres, para ser exactos. Nos vimos en el bautizo, y te escandalizaste de que un salvaje como yo pudiera ser el padrino de los gemelos.

Nikki no se molestó en replicar. En lugar de eso, siguió preparando el café.

–¿Qué tal está Inga? ¿O se llamaba Elsa? La verdad es que confundo a tus novias.

Todas las mujeres con las que Seth se relacionaba tenían el mismo aspecto, se llamaban de un modo parecido y actuaban igual.

Él no respondió y Nikki pensó que tal vez ni se acordaba de quién había sido la afortunada en aquella ocasión.

–¿Y tú? –preguntó Seth–. ¿Sigues con el corredor de bolsa?

–Era un analista financiero y no, no sigo con él. El corredor de bolsa era el anterior. Ahora estoy con un banquero.

–¿Qué pasó con el analista? Aquel día estaba muy cariñoso contigo.

Nikki se tomó unos segundos para hacer memoria.

–Decidí que si quería estar al día en noticias económicas me valía con ver el canal financiero, con la ventaja de que podía apagarlo cuando me cansara.

–Si no eres el centro de atención no te encuentras a gusto, ¿verdad?

Ella dejó lo que tenía entre las manos y se volvió hacia él.

–Ahora resulta que «El Reparador Solitario» se ha convertido en psicólogo.

Él se metió de nuevo bajo el lavaplatos con un par de alicates.

–Sigues enfadada por lo de la boda, ¿verdad?

–Han pasado dos años, Seth. No te preocupes, lo he olvidado y he seguido con mi vida –respondió ella irónicamente–. Así que, ¿puedes olvidarlo tú también?

–No. Ha sido una de las escenas más dramáticas que he visto en mi vida. Fue realmente intenso ver cómo mandabas a Thope al infierno.

Nikki encendió la cafetera.

–Me aseguraré de que estés presente la próxima vez que rompa un compromiso.

–No te molestes, no podrás igualar el espectáculo. Fue increíble verte aparecer, con el vestido de novia a medio poner y empezar a gritarle como una endemoniada al pobre Thope, que tenía una resaca de muerte.

–No estaba gritando.

–Sí que lo hacías. Además, tenías motivos para hacerlo, sólo que no contra mí. Yo sólo estaba allí por casualidad.

–¡Escondido detrás de una columna! Deberías haberte dejado ver antes.

–No podía interrumpirte en aquel momento. Sí es cierto que tuviste suerte de que sólo estuviera yo –Seth se quedó en silencio durante unos segundos–. La verdad es que te admiro por lo que hiciste.

Nikki se quedó sorprendida con el comentario.

–¿Por cancelar la boda después de que el novio se hubiera pasado la noche en brazos de un montón de perdidas?

–No exactamente. Te admiro porque, a pesar de tu dolor, fuiste capaz de enfrentarte a la multitud sin remilgos, porque no querías estropearle la boda a Laura, que también se casaba ese día.

A Nikki se le puso un nudo en la garganta.

–Gracias.