Necesito un marido - Leigh Michaels - E-Book

Necesito un marido E-Book

Leigh Michaels

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Beschreibung

Cómo encontrar marido... ¡en un solo día! Erika Forrester era una profesional de altos vuelos que acababa de heredar el puesto de directora general de una importante empresa. Había luchado mucho para llegar tan alto y estaba acostumbrada a la independencia y a la libertad de vivir sin las presiones de las relaciones sentimentales. Pero por primera vez en su vida, Erika necesitaba ayuda... ¡Necesitaba un marido! Había un único candidato al que podría tener en cuenta: Amos Abernathy. Ahora sólo esperaba que a él también le interesaran las condiciones del contrato...

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2004 Leigh Michaels. Todos los derechos reservados.

NECESITO UN MARIDO, Nº 1924 - octubre 2012

Título original: The Husband Sweepstake

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1117-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo 1

El viaje había sido mucho más ajetreado de lo habitual. Erika había concentrado tres semanas de trabajo en sólo diez días y ni siquiera una larga noche de sueño en su propia cama le había bastado para recuperarse del agotamiento y de la diferencia horaria. A pesar de que ya eran las diez, tuvo que reprimir un bostezo mientras bajaba en el ascensor.

Se sentía como si hubiera estado un mes fuera de Nueva York. Incluso el vestíbulo del edificio en el que vivía parecía distinto. Pero había algunas cosas que nunca cambiaban, pensó cariñosamente mientras se encaminaba al pequeño despacho que se hallaba junto a los ascensores.

Dentro, sentado de espaldas a la puerta e inclinado sobre el escritorio mientras examinaba unos papeles, se hallaba lo que, en opinión de Erika, suponía la mayor ventaja de vivir en aquel nuevo complejo de apartamentos. Según ponía en una placa en la puerta, Stephen era el encargado del lugar y se ocupaba de los alquileres, las reparaciones y las quejas de los inquilinos. Pero, en realidad, su trabajo era más parecido al de un conserje de un hotel de primera clase. Si alguien necesitaba unas entradas para algún espectáculo, hablaba con Stephen. Si alguien necesitaba que le pasearan al perro, hablaba con Stephen. Él se encargaba de solucionarlo.

Sin duda, contar con él era la mayor ventaja de vivir allí.

–Stephen, querido...

El hombre que se hallaba sentado se irguió y comenzó a darse la vuelta.

Erika supo de inmediato que había cometido un error, pues no se trataba de Stephen. Aquel hombre tenía el pelo bastante más oscuro, casi negro, y un poco más ondulado que el de Stephen. Sus ojos no eran marrones, como los de aquél, sino de un azul tan intenso como el de un cálido día de verano. No era exactamente atractivo, pero había algo en él que atraía la mirada. Y, aunque llevaba el mismo tipo de traje oscuro y el mismo tipo de corbata, no le sentaba del mismo modo. Por algún motivo parecía un tanto incómodo, como si no estuviera acostumbrado a vestir así.

–No soy Stephen... –dijo, y añadió enseguida–:... querido.

Erika abrió a boca para reprenderlo por su descaro, pero decidió que a la larga resultaría mejor ignorarlo.

–Ya me he dado cuenta –dijo con dulzura–. ¿Dónde está Stephen?

–Si quiere puedo localizarlo con el busca, señorita Forrester. Creo que está ayudando al señor Richard a encontrar su serpiente en la tercera planta.

Erika se estremeció.

–En ese caso, prefiero no molestarlo –dijo, y vio que los ojos del desconocido sonrieron un instante. Intrigada a pesar de sí misma, añadió–: ¿Y quién es usted?

–El nuevo ayudante de Stephen.

–Lo había deducido por el uniforme. No hay duda de que le vendrá bien contar con un ayudante. De hecho, a los residentes nos encantaría contar con dos Stephen.

El hombre bajó la mirada hacia su propio traje, como si no pudiera creer del todo que lo llevaba puesto.

–Desde luego, parece muy ocupado –dijo él.

–¿Y cómo se llama usted? En caso de que Stephen falte, sería útil saber con quién estoy hablando.

–Puede llamarme Amos...

Erika intuyó que había estado a punto de decir «Amos, querido». Al menos había tenido el sentido común de cerrar la boca antes de hacerlo.

–Le diré que ha pasado por aquí –continuó Amos–. Estoy seguro de que lamentará mucho no haber estado para atenderla –añadió a la vez que se volvía de nuevo hacia la mesa.

«¿Quién se creerá que es este tipo?», se preguntó Erika.

–Deje que le ponga al tanto de las rutinas –dijo en tono firme–. Hoy es día de limpieza y...

–¿Se refiere al servicio de limpieza de los apartamentos o a la tintorería? –interrumpió él educadamente–. Ya he sido informado de que su equipo de limpieza no tardará en llegar. Y Stephen ha dejado una nota para que también se lleve su ropa a la tintorería, ya que acaba de llegar de viaje. De manera que todo está controlado.

Erika lo miró un largo momento. El deseo de bajarle los humos empezaba a volverse irresistible. O lo ponía en su sitio, o se iba de allí cuanto antes.

–Si quiere tener éxito en su trabajo, puede que le venga bien recibir unas lecciones de Stephen sobre cómo tratar a los inquilinos.

Amos alzó las cejas.

–Sólo trataba de no hacerle perder el tiempo, señorita Forrester. ¿Qué sentido tiene que repita instrucciones de las que ya se ha hecho cargo Stephen? –preguntó inocentemente–. Suponía que preferiría que Stephen se ocupara de sus necesidades, ya que él está acostumbrado a sus rutinas. Pero si desea que me ocupe yo de algo –añadió con amabilidad–, sólo tiene que decirlo.

Erika no creyó una palabra.

–Haré lo posible por pensar en algo para que no sienta que no tiene nada que hacer por aquí mientras Stephen se ocupa de todo.

El paseo desde el complejo de apartamentos hasta el edificio de Ladylove en Manhattan despejó a Erika, que casi había olvidado todo lo relacionado con «Amos querido» cuando llegó a su oficina. Además, no merecía la pena pensar en él, se dijo. Con aquella actitud no iba a conservar mucho tiempo su puesto.

Cuando entró en su despacho vio que su secretaria ya había abierto el correo y acababa de ponerle una taza de café en la mesa.

–¿Cómo te las arreglas para tener el café preparado justo cuando llego, Kelly?

La pequeña pelirroja sonrió con expresión traviesa.

–La red de espionaje de la empresa, por supuesto. ¿No te habías dado cuenta de lo eficiente que es? –Kelly tomó la gabardina de Erika y la colgó en el armario del despacho–. Por cierto, tienes una cita con tu probadora esta mañana. Va a traer algunos vestidos para que puedas elegir el que te pondrás para el banquete del sábado por la noche.

–Trata de localizarla antes de que salga de la tienda. Necesito una camisa de seda blanca nueva, porque derramé un vaso de vino en la mía mientras estaba en Roma –Erika frunció el ceño–. Espera un momento... ¿qué banquete? No hay nada de eso en mi agenda.

–La invitación llegó mientras estabas fuera. Pero ya que el Sentinel del pasado viernes anunció que irías, me pareció conveniente estar preparada, así que envié un cheque para obtener dos entradas y llamé a la probadora.

–A veces me gustaría hacer lo contrario de lo que se espera de mí sólo para fastidiar a la prensa amarilla.

–Si lo hicieras, sacarían artículos sobre ti a diario en lugar de un par de veces a la semana. Además, el banquete es por una buena causa.

–Todos son por buenas causas –dijo Erika mientras se sentaba tras su escritorio.

–Sé lo que opinas sobre el Sentinel, pero deberías echar un vistazo a la edición de hoy.

En cuanto Kelly salió, Erika fue incapaz de contener su curiosidad y tomó el periódico, que se hallaba cuidadosamente doblado en su escritorio. ¿Qué nuevos cotilleos contaría sobre ella?

Pero por una vez, su propio rostro no la asaltó desde el interior del periódico mientras lo ojeaba. Finalmente encontró la historia en la página seis. Era el anuncio de un compromiso y la fotografía que acompañaba al artículo mostraba a una mujer con cara de niña y a un hombre al que Erika apenas reconoció. El editor había esperado hasta el último párrafo para decir que el novio había estado previamente comprometido... con ella.

Erika tomó un sorbo de su café y leyó el artículo atentamente.

Denby Miles estuvo previamente comprometido con Erika Forrester, que en aquella época era el rostro publicitario de Ladylove Cosmetics, empresa que en la actualidad dirige. El compromiso se rompió poco después de que Stanford Forrester III, el padre de Erika, comprara las fórmulas de perfumes del señor Miles para sumarlas al arsenal de Ladylove. Aún sigue especulándose sobre lo oportuna que fue la ruptura del compromiso. Según una conocida mujer que frecuenta los más altos círculos sociales, «lo que le hizo Erika a Denby apestaba aún más que los perfumes de éste. Lo engañó para conseguir lo que quería y luego lo dejó plantado. Me alegra que el pobre muchacho haya logrado superar finalmente lo sucedido».

Erika dobló el periódico y lo arrojó con todas sus fuerzas contra la puerta. Un instante después está se abrió y Kelly se asomó con cautela.

–¿Significa eso que no debo guardar ese artículo en tu álbum de recortes?

–Recuérdame que envíe un regalo a los editores del Sentinel por navidad. Les vendría bien un buen mazo, porque el que están usando se les va a gastar a este paso.

–Sí, creo que esta vez se han pasado un poco con los comentarios sobre los perfumes de Denby –dijo Kelly mientras recogía el periódico del suelo–. Había un par que no estaban mal.

Erika reprimió una sonrisa.

–Probablemente la mujer a la que citan sea la madre de Denby. ¿Pero qué he hecho yo para molestar tanto a la prensa del corazón?

–¿De verdad no lo sabes? Piensa en ello, Erika. Una modelo rubia supuestamente descerebrada se hace cargo del negocio de su padre y, en lugar de fracasar estrepitosamente, consigue mejorar los beneficios. Eso es lo que has hecho para molestar a la prensa sensacionalista. No te quedaste en el cajón que te habían asignado.

–Pero a estas alturas ya deberían haberse cansado. Ya han pasado dos años desde que mi padre murió y desde que rompí mi compromiso con Denby.

–Cada vez que sale un nuevo producto de Ladylove tu foto les recuerda lo equivocados que estaban. Disfrútalo, Erika. Es un indicio de tu éxito

–Trataré de recordarlo –Erika tomó su pluma–. Por cierto, Kelly, respecto al banquete del sábado, ¿ya habéis decidido tú o el Sentinel con quién voy a ir?

–Creo que eso deberías decidirlo tú –dijo Kelly, totalmente seria.

–Eso resulta reconfortante. ¿Qué buena causa voy a apoyar esta vez?

–Un programa de alfabetización de adultos.

–¿Alfabetización de adultos? No sé cómo va a ayudar a esa causa el que yo me coma el pollo de plástico que servirán en la cena mientras escucho a un orador durante horas.

En cuanto el taxi que llevó a Erika hasta su apartamento se detuvo, Stephen salió a saludarla.

–Justo la persona que quería ver –dijo Erika mientras le entregaba la bolsa que llevaba.

–Bienvenida a casa, señorita Forrester –dijo Stephen mientras entraban–. Lamento no haber estado anoche cuando llegó. Si le apetece, tengo café recién hecho en mi despacho.

–Eres un encanto, Stephen –Erika se sentó mientras Stephen colgaba la bolsa junto a otra idéntica en el perchero que tenía en su despacho–. ¿Qué ha pasado con tu nuevo ayudante? ¿Lo has enviado a casa a pasar la noche o ya ha renunciado al puesto?

–¿Por qué iba a renunciar? –preguntó Stephen, confundido.

–Esta mañana me ha parecido que ya estaba un poco harto de las rarezas de los residentes, así que supongo que no aguantará mucho.

–Oh, yo creo que Amos se quedará una temporada –dijo Stephen–. Lo único que sucede es que tiene una filosofía de trabajo un poco distinta a la mía.

«Eso ha sido el eufemismo del año», pensó Erika.

–¿Para qué quería verme, señorita Forrester? –añadió Stephen.

–Necesito tu ayuda. Saca tu agenda de direcciones y dime a cuál de tus amigos le gustaría asistir conmigo a un banquete el sábado. Podrá escuchar a un inspirado orador y...

–Me temo que me estoy quedando sin amigos dispuestos a eso.

–Habrá beneficios –insistió Erika.

Tras ella, alguien preguntó:

–¿Una mujer como usted necesita recurrir a un servicio de acompañantes?

Erika casi dejó caer la taza de café. Al volverse vio a Amos apoyado contra el quicio de la puerta y con los brazos cruzados.

Stephen suspiró.

–Amos, no puedes hablar a los residentes como si...

–No estoy de servicio –dijo Amos mientras entraba en el despacho y se sentaba en el borde del escritorio.

Y no lo parecía, pensó Erika. El traje había desaparecido y había sido sustituido por unos vaqueros gastados y un ligero jersey azul que resaltaba el brillo de sus ojos y hacía que sus hombros parecieran aún más poderosos.

–Ya te he dicho que en este trabajo uno siempre está de servicio.

–Habla por ti mismo, Stephen. No me extraña que estés siempre cansado. Quiero saber por qué necesita ayuda la señorita Forrester para conseguir una cita. Y siento curiosidad por los beneficios que ha mencionado.

Ya era demasiado tarde para pretender que había estado bromeando. Además, pensó Erika, ¿qué más le daba que «Amos querido» pensara que no podía atraer a un hombre sin ayuda?

–No sé por qué está resentido, pero si sólo tiene ese problema conmigo, prometo no volver a molestarlo. De hecho, me limitaré a ignorarlo. Si logra convencer a los demás residentes para que hagan lo mismo, su trabajo resultará realmente cómodo... mientras dure. Y ahora, le agradecería que se fuera y me dejara hablar con Stephen en privado.

Amos no se movió.

–La próxima vez que quiera hablar con Stephen en privado cierre la puerta. Es probable que ya la haya oído la mitad del edificio, así que, ¿por qué poner objeciones a que yo la haya escuchado casualmente?

Stephen se aclaró la garganta.

–Será mejor que nos centremos en el tema en cuestión. ¿De qué clase de banquete se trata? ¿Y quién asistirá? Si hay contactos, tal vez...

–Es una gala benéfica para una campaña de alfabetización de adultos. Tu amigo podría relacionarse con autores, editores, lectores, agentes... –al ver que Stephen sonreía, Erika preguntó–: ¿Ya has pensado en alguien? Eres un ángel.

Amos se irguió.

–Ya que el problema está resuelto, será mejor que me...

–Parece un trabajo hecho a la medida de Amos –dijo Stephen.

–No es momento para bromas –murmuró Erika con el ceño fruncido.

–Lo he dicho en serio. Amos está escribiendo un libro. Por eso está aquí.

Erika ladeó la cabeza para mirar a Amos y creyó captar cierta irritación en su expresión.

–¿Por qué está aquí? No entiendo lo que quieres decir.

–Este puesto de trabajo tiene varias ventajas –contestó el propio Amos–. Incluye el alojamiento y un horario flexible. Mientras me ocupe de las necesidades de los residentes puedo hacer lo que quiera con el resto de mi tiempo, fundamentalmente escribir.

–Y si puede conseguir que los residentes no le pidan nada, le irá aún mejor. No, Stephen, no podría perdonarme arrastrar a un genio de la nueva novela norteamericana a una aburrida cena –dijo Erika mientras se levantaba–. Además, seguro que el genio está de acuerdo conmigo.

–Eso depende de los beneficios a los que se ha referido antes –murmuró Amos–. ¿Qué incluyen exactamente?

Erika ignoró su pregunta y se volvió hacia las dos bolsas idénticas que colgaban del perchero.

–¿Cuál de estas es mía, Stephen? Ya no lo sé.

–Supongo que ha traído una blusa blanca de seda, ¿no? –preguntó Amos.

Erika no pudo ocultar su desconcierto.

–Sí, aunque eso no es todo lo que he traído. ¿Cómo lo ha adivinado?

–Ya que el hombre de la tintorería no ha querido responsabilizarse de su camisa manchada, Stephen ha insistido en que necesitaría una nueva de inmediato, y me ha enviado al centro a comprar una para usted.

–Así que ahora tengo dos camisas idénticas. Resulta un tanto hilarante.

–Supongo que querrá que devuelva una mañana –dijo Amos.

–Casi preferiría que la cambiara por una de otro tono...

–¿Qué tal rojo vino? Así podría acabar el trabajo que hizo con la original.

–Pensándolo bien, limítese a devolverla –contestó Erika en tono irónico–. Sería una tontería por mi parte asumir que entiende de colores, y podría acabar con algo fluorescente –tomó una bolsa en cada mano y se quedó con la más ligera–. Has sido muy atento al anticiparte a mis necesidades, Stephen –dijo mientras salía en dirección al ascensor.

La voz grave de Amos la hizo detenerse a unos pasos de la puerta.

–Estás equivocado, Stephen. Esa mujer no necesita un mánager que se ocupe de ella. Lo que necesita es un guardián.

Erika jugueteó nerviosamente con su copa mientras esperaba a que apareciera su invitado en el restaurante del Civic Club.

«No tienes ni idea de lo que estás haciendo», susurró en su mente una voz muy parecida a la de su padre.

Erika suspiró profundamente y trató de no escuchar.

«No tienes ninguna experiencia en el terreno de las compras y absorciones. De momento has tenido suerte, eso es todo, y no te va a durar siempre. Ten cuidado».

Erika tomó una revista de economía que se hallaba en una mesita cercana. Habría utilizado cualquier cosa para alejar la molesta voz de su cabeza.

Como bien había dicho Kelly, los editores del Sentinel no fueron los únicos en sorprenderse cuando Erika ocupó el puesto de su padre en Ladylove Cosmetics tras la muerte de éste. De hecho, ella misma se sorprendió cuando decidió enfrentarse a aquel reto. Los miembros de la junta directiva se quedaron anonadados cuando se enteraron, pero no tuvieron más remedio que aceptar la decisión de Erika, dueña de la mayoría de las acciones de la empresa. Su padre no tenía ninguna intención de cederle el control, ni siquiera después de muerto, pero en ningún momento sospechó cómo reaccionaría su hija.

«No utilices tu bonita cabeza para preocuparte por los negocios, cariño», solía decir. «Tu trabajo consiste en sonreír a la cámara».

Pero Erika había demostrado que su padre no tenía razón. Desde que era la directora de la empresa, Ladylove no había hecho más que crecer, y consideraba que ya había llegado el momento de expandirse. Comprar el negocio de Felix La Croix era lo más lógico que podía hacer. Lo único que hacía falta era convencerlo, dejar sellado el trato y unir ambas compañías.

Miró a su alrededor para comprobar si Felix había llegado, pero sólo vio a un montón de camareros muy ajetreados. Cerró los ojos un momento para relajarse y casi de inmediato sintió la presencia de alguien delante de ella.

–Felix, me alegra tanto que...

Pero enseguida comprobó que el hombre que tenía ante sí no era Felix, sino Denby Miles, su ex prometido.

En las pocas ocasiones en que se habían encontrado a lo largo de los dos años trascurridos desde la ruptura de su compromiso, ambos se habían mostrado fríamente educados. Denby no se había molestado nunca en buscarla, pero era obvio que lo había hecho en aquella ocasión. Y no parecía especialmente sonriente.

–Qué sorpresa verte aquí a la hora del almuerzo, Denby.

–¿Qué se supone que quiere decir eso? –preguntó él con expresión suspicaz.

–Sólo lo que he dicho. Si un simple comentario te ofende...

–Lo que me ofende es lo que implica el comentario. Seguro que piensas que un trabajador como yo debería estar en su puesto de nueve a cinco, sin descansos. Pero las cosas han cambiado.

–Sí, ya sé que vas a casarte con la hija de tu jefe –dijo Erika con calma–. Supongo que debo felicitarte.

–Claro que lo sabes. Y tenías que estropearlo, ¿verdad?

–¿Estropearlo? Me temo que no sé a qué te refieres.

–¿Por qué tienes que meterte en todo? ¡Ni siquiera has podido mantenerte al margen del anuncio de mi compromiso!

Erika se quedó momentáneamente boquiabierta.

–¿De verdad piensas que me interesaba meterme en eso?

–Jeanette está desolada. Éste es el acontecimiento más importante de su vida y tú tenía que fastidiarlo.

Erika se puso en pie.

–Pues más vale que lo supere. Formo parte de tu pasado, Denby. Te guste o no, no podemos borrarlo de un plumazo. Si vuestro compromiso es tan importante para ti como para ella, no tiene por qué preocuparse en lo que a mí concierne.

–Tienes que obtener toda la atención, ¿verdad? Ser el rostro de los anuncios no te bastó; también tenías que hacerte con la empresa y...

–No fue idea mía que el Sentinel