Ser locutor - Héctor Rossi - E-Book

Ser locutor E-Book

Héctor Rossi

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Beschreibung

Ser Locutor, no es tener una voz grave, ni una voz "radiofónica". Para ser Locutor no hay que tener voz de locutor, porque no existe tal concepto. Es un estereotipo errado ese paradigma. Somos comunicadores, y lo importante es comunicar, llegar, traspasar la pantalla y/o el parlante. La técnica es un condimento, no el todo. No existe un esquema "locutivo". La sociedad cambió, los medios también. Ser Locutor es Ser uno mismo, con una técnica que acompañe. El contenido intelectual que podamos adquirir, tiene que ser "La chispa" disparadora, para expresar nuestro contenido, ese que nos define, que nos hace únicos. Pasen y lean, lo que para mí, es Ser Locutor.Héctor Rossi

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Seitenzahl: 168

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Rossi, Héctor

Ser locutor. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015. 1680 p. ; 15x22 cm.

ISBN 978-987-711-309-9

1. Locución. 2. Actuación Profesional. I. Título

CDD 302.2

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de interior: Juan Andrés Gallardo

© 2015 Héctor Rossi.

A mi mamá Blanca,

que me enseñó con su ejemplo,

que se puede soñar y volar, pese a todo…

A mis hermanas Laura y Florencia,

que compartieron juegos con micrófonos y

parlantes, mis primeras compañeras de vocación….

Al amor de mi vida, May.

Sos todo, y más.Sabemos que nada

es para siempre, excepto nosotros.

A los Martorelli,

gracias por la contención,

gracias por el calor de hogar

en el momento justo.

A mis amigos, compañeros y colegas,

a todos los que sonrien

con esta vocación hermosa…

A mi papá, “Coco”,

este libro es dedicado a tu memoria pa. Sé que seguís orgulloso de tu hijo,

donde estés te veo con tus anteojos, leyendo esto con una sonrisa.

 

Nada fue sencillo en nuestro camino, pero sé que siempre seguí mis intuiciones y señales, como lo hace él, no se como llamarlo, diría percepción, pero a veces las señales te van guiando y nuestra voz interior también, somos muy parecidos.

¿Que les puedo decir de mi hijo?

Primero que lo admiro y me siento orgullosa de todo lo que logró desde siempre.

Desde chiquito era una persona muy creativa e inteligente, me acuerdo que a los 6 años cuando se fracturó la tibia y el peroné jugando con sus primos en el mes de febrero y en marzo empezaba primer grado, yo pensé que era una tragedia.

A raíz de este incidente no pudo ir al colegio hasta el mes de agosto.

Tuvo una maestra domiciliaria. Un día cuando se iba me dijo, -este chico va a llegar muy lejos es muy creativo e inteligente.

Héctor tenía mucha imaginación. Sus dibujos e historias de terror eran fantásticas para un niño de esa edad, desde ahí supe que tenía un gran camino por recorrer.

Con el tiempo sus juegos siempre se fueron enfocando a la tele y la radio, recuerdo que me pidió que le compráramos un micrófono y con el pasacassete y una filmadora que le prestaba siempre “el tío Pichu” se las ideaba para realizar filmaciones caseras armando peliculas terroríficas y después las editaba agregándole música y los audios, jugando con sus hermanas y sus primos.

Si alguien viera las filmaciones guardadas que hay entenderían que esto siempre estaba dentro suyo.

Sus juegos siempre estaban ligados a la radio, en su habitación, que estaba en un entrepiso, siempre estaba jugando a la radio, un micrófono, auriculares, grabar, editar, pasar música.

Siempre tuvo eso de animar y divertir a sus pares, así fue en toda la primaria y ya en la escuela secundaria estaba más afianzada su verdadera vocación.

Ahí ya sabía, lo que iba a Ser. Locutor.

Un día me dijo: ¡Voy a estudiar locución! y ya en el San Ramón su deseo fue cada vez más fuerte, fue parte del grupo perseverancia. ¡Flor de nombre!

Animador de niños de segundo y tercer grado en los campamentos y retiros que hacían, con el megáfono, la filmadora, ordenándolos y pensando juegos e historias para los más chicos, siempre rodeado de chicos, querido por todos en la parroquia.

Ahí también gestó su vocación. Todos los 31 de agosto Héctor estaba en una camioneta con altoparlantes hablándole a los peregrinos, el día del Santo protector de las embarazadas, las caminatas a Lujan, locutando, imitando profesores, animando actos, hasta que llego el momento para dar los exámenes de ingreso al Iser.

Eso si fue difícil… pero nunca bajó los brazos.

Muchas veces fui a Paseo Colon, porque ahí estaba el Iser en ese momento, ir a la hora que ponían las notas para ver si había aprobado, dura tarea para una madre tener que decirle a un hijo… ¡no aprobaste!

Pero traté de encontrar siempre las palabras necesarias para que no suene tan duro. Eso ya quedo atrás y hoy todo ese sacrificio y su perseverancia han demostrado que es un gran profesional pero sobre todo, sigue siendo ese mismo niño que vive jugando y divirtiéndose como lo hacía cuando era un pequeño soñador tratando de llegar a la radio.

Hay miles de anécdotas mas para seguir contando, pero los que lo conocemos sabemos lo que es como persona, como hermano, como amigo y como profesional.

Como hijo es este que les conté.

Siempre deseo que nunca pierda su sonrisa y su niño interior.

Blanca Ireizo.

 

Era un grupo numeroso, con caracteres de personalidad muy diferentes y con historias de vida muy dispares, pero justamente aquello que podría haber sido nuestra mayor dificultad se constituyo en nuestra mayor virtud: sabíamos comunicarnos desde nuestra esencia, y cada uno permitía como también favorecía a que el otro expresara lo mejor.

La química que generaba esta empatía profunda yacía en la gran libertad con que deseábamos construir espacios de vida, de alegría, de expresividad y de un importante grado de locura (sana y contagiosa).

En marzo del 98 sin darnos cuenta, mas allá de la circunstancia anecdótica del lugar donde la vida naturalmente nos convoco, comenzamos a soñar que podíamos ser felices, que podíamos crear espacios de libertad, donde equivocarse no era fracasar, sino crecer y fortalecer nuestras certezas, desde una experiencia de amistad muy sana.

Por cuestiones que van mas allá de este relato, yo era uno de los más veteranos, y me toco en suerte conducir como acompañar un hermoso proceso personal y comunitario de búsquedas y necesidades.

Entre los artífices de esa experiencia que bautizamos “escuela de vida”, se encontraba un muy inquieto y chispeante Héctor Rossi, y si hay alguien que supo darle forma desde lo expresivo y desde su talento natural para “contagiar ganas de comunicar”, ténganlo por seguro, Héctor fue el que se llevo todos los aplausos, como todo el cariño y respeto.

En una estructura muerta, insegura, anacrónica y muy estática nos decidimos a dar un salto de calidad y rompimos con todos los paradigmas preestablecidos hasta ese momento, e instalamos una nueva forma de sellar vínculos: SOÑAR y SER PROTAGONISTAS.

Nadie entendía el “protagonismo” como “competencia”, el protagonismo del que hablo era capacidad de escuchar, necesidad de contar con lo mejor del otro, deseo de conquistar sueños como grupo, y posibilidad de ser feliz por hacer felices a los demás.

Muchos chicos con los cuales compartimos mañanas enteras de sábados, campamentos, salidas, y otras tantas experiencias grupales, siempre entendieron y nos evidenciaron que nuestra locura contagiaba ganas de descubrir esos talentos ocultos que cada uno poseía, y de poder asombrarse de las capacidades que cada uno llevaba dentro de sí y que buscaban un espacio donde poder expresarse.

Esta experiencia que les transmito, me posibilito crecer y asentarme como un “comunicador entre comunicadores”, me permitió constatar que la vocación de comunicar implica madurar tres momentos muy diferentes por el cual debe tamizarse nuestra palabra: El silencio, (al cual podríamos definirlo como “matriz de la palabra”), para comunicar primero es necesario observar pacifica y pausadamente las huellas que deja toda experiencia de vida, el que comunica en primer lugar es testigo de un hecho, una vivencia, un encuentro o una pregunta.

Comunicar es dejarse observar por la vida misma, para luego entrar en un silencio dialogal.

Cuando el silencio madura en arte, explota la palabra como la flor en primavera, como el amanecer en el mar, haciendo que la luz de su sonido llegue hasta los lugares mas recónditos e impensados.

La palabra toma forma y color, juega en nuestros pechos vibrantes de expresión, haciéndose sombra y cobijo para aquellos que se encuentran distantes del contacto humano debido a tener que enfrentar situaciones de soledad, tristeza o dolor. Paradoja asombrosa:

La palabra es capaz de matar y hacer daño, como así también de sanar y dar nueva vida.

El tercer momento de la palabra, es el más misterioso de todos, es cuando lo que uno expresa hace “eco” en el corazón, la memoria o la vida de cada persona. No siempre puede volver a nosotros todo lo que genero de hermoso, lo que permitió embellecer o lo que supo sanar. Como el agua, llevamos vida a todo lo que se encuentra oculto en la tierra, pero no todo lo que florece es lo único que existe, no todo lo que a veces se ve es todo lo que hay.

Comunicar es sembrar esperanza.

Hoy estamos ante otro cambio de época porque justamente son épocas de cambio, y si bien decir como decirse, comunicar como comunicarse, pareciera mantener formatos ya preestablecidos, creo que no estaría mal romper los moldes, cambiar los paradigmas y animarse a soñar tomando un nuevo vuelo en este arte de ser originales, genuinos y cercanos a los corazones que escuchan.

Qué gran misterio... el oído oye, percibe, siente....pero solamente el corazón escucha y vive.

No me asombra que el querido autor de este libro se encuentre transitando en esta nueva bisagra comunicacional, poniendo sus manos en el picaporte de una puerta vital que por lo que observo, ya hace unos años comenzó a abrir, por eso querido amigo lector, adelante, tome asiento y siéntase cómodo, seguramente hay mucho para asombrarse y celebrar.

Alejandro Centurión.

 

Guau.... Como decir que no a semejante acto de amor. Es como formar parte de la creación de un hijo, con todo lo que eso implica.

Con el ruido de la lluvia como escenario y con música en mis oídos me dejo llevar y me remonto al año 2000... en la lista del Iser los apellidos iban en este orden, Rodriguez, Rossi... y un día cuando dimos el ultimo examen de Televisión, alguien toco mi hombro para mostrarme que en las pantallas del estudio estaban pasando mi examen,... era él, “Hector Rossi LOCUTOR” .... creo que en ese momento si miraba su DNI ese era su nombre completo!

Porque esa palabra forma parte de su genetica! Y ahí conocí a un pibe de ojitos brillosos, con ansias de ir tras el sueño de su vida,... ser locutor. Pero para él, esa palabra no era suficiente. Su sueño era… “ser comunicador”

Durante los 3 años de carrera hemos sabido convertirnos en grandes amigos, de esos a los que le compartís un día a las 3 am mate de por medio cualquier momento de tu vida mientras hacíamos los trabajos prácticos que te mandaban en el Iser, con tantos otros amigos y compañeros.

Y en el transcurso de todos esos años hubo siempre un factor común.... un Héctor que siempre veía más allá, un pibe que no solo valoraba cada hora de clase porque NUNCA se olvidaba que estaba desandando el camino de su mayor sueño, sino un pibe diferente, demostrando siempre que para ser locutor no había que ponerse el traje y saber gesticular con las manos en televisión, que para triunfar y ser exitoso no había que tener una voz linda, sino simplemente UNA VOZ QUE TUVIERA UN MENSAJE PARA DAR, siempre desde lo diferente, desde el humor, desde la diversión... conectando con nuestra esencia, porque seamos realistas... si las cosas que nos dan vida no tienen esa cuota de optimismo y alegría, ¡nada en el mundo puede tenerlo!

El presente no lo encuentra muy diferente al sueño que el tenia dibujado en el centro de su alma,.... ha sabido demostrar que con una voz diferente, y marcando su impronta, la que late en las venas de cada uno de nosotros, dejando las estructuras de lado y yendo por donde nuestro corazón nos guía, se puede llegar mas alto que nadie...

Juntos soñamos por muchos años este presente, y hoy seguimos soñando por lo que vendrá... una vision diferente de esta gran profesión que es “SER LOCUTOR”

Karin Rodríguez

 

El día que fui a dar el examen de ingreso, el ISER estaba en llamas. No es una metáfora, se había prendido fuego. Llegué corriendo a Paseo Colón 315 con los nervios de rendir uno de los ingresos más difíciles del país y me frenó en el hall un bombero empapado que no sabía cómo hacerme entender. “Qué ingreso, flaco. El ISER se incendió.” Así que el examen se pospuso indefinidamente y yo empecé las clases en CoSal —la única alternativa en esa época—, donde me había anotado por las dudas, sin saber cómo lo iba a pagar. Éramos unos cuantos en la misma situación, pero cuando las instalaciones del ISER estuvieron rehabilitadas y llamaron finalmente a examen, solo dos aprobamos. “Vos y el rolinga aquel”, me dijo alguien esa noche en el patio saleciano y me señaló a un flaco blanquísimo y jetón, con jardinero, pañuelo y flequillo. Entre todos los señoritos locutores de camisa, que caminaban derechitos y hablaban fuerte y grave, este parecía que estaba ahí por error o que había ido a llevar una pizza. No me quedó otra que ir a saludarlo, porque íbamos a ser compañeros por tres años. Era Héctor Rossi.

“Pobre”, pensé, “encima tiene nombre de viejo”.

Enseguida nos caímos bien porque los dos éramos pibes de barrio y habíamos trabajado en supermercados. Yo estudiaba la carrera de locución por estudiar algo, pero en él vi con los meses su talento para el micrófono y su vocación a prueba de todo y comprendí que no tenía nombre de viejo, tenía nombre de locutor. De no haberse llamado Héctor Rossi, se habría llamado Antonio Larrea o Cacho Soldán. Y por eso, terminando el primer año, cuando necesité reemplazo en FM Sur —una radio trucha de Remedios de Escalada en la que yo jugaba a conducir—, cometí el error feliz de dejarle mi micrófono a él. Cuando volví encontré que Héctor no solo había mejorado infinitamente el bodrio que hacía yo, sino que ya tenía además su programa propio, a continuación del mío. Y hasta creo que tenía oyentes.

A esto siguen unos años en que nos divertimos como adolescentes, hicimos todo lo que no hay que hacer en los medios de comunicación y nos fogueamos en la acción de jóvenes inconscientes, engreídos y deslenguados que no tenían nada que perder. Cada uno participaba del programa del otro, inventábamos emisiones especiales con cualquier pretexto, invitábamos a otros compañeros a hacer sus programas (Karin Rodríguez y Paula Varela, por ejemplo), y terminamos ocupando casi todos los espacios libres del aire. Nos apropiamos de la radio. El dueño era un chantapufi demasiado ocupado en sus chanchullos como para prestarnos atención y nosotros nos operábamos solos y teníamos las llaves, así que pronto la radio se convirtió en nuestra casa. Nos ganábamos unos mangos para el colectivo y los apuntes del ISER con el curro de operar para otros programas, de modo que estábamos día y noche ahí.

El dueño nos decía que una FM tenía que ser noventa y cinco por ciento música, que el locutor tenía que intervenir solo para anunciar los temas, la hora y la temperatura. Nosotros le decíamos que sí, pero no. Queríamos ser Lalo, Dolina, Pergolini, Larrea, Peña y sabíamos que estábamos ahí para aprender. Inventábamos consignas (Héctor inventaba consignas) para las que prometíamos premios inexistentes y charlábamos con los oyentes de los temas más inverosímiles. De a poco el edificio de la radio —una casa chorizo sobre Marco Avellaneda— se fue llenando de visitantes, vecinos, amigos y gente que hasta hoy no sabemos de dónde salía. Llegó a haber tanta gente en el estudio, que hacíamos fideos para todos y almorzábamos al aire charlando, como Mirtha Legrand. Yo presentaba el bloque diciendo “Almuerzan hoy con el señor Héctor Rossi de Tinayre...” y, por ejemplo, “Adriana Díaz. Vecina”, etcétera. Teníamos un fan de doce años, Mauro, que era nuestro oyente más fiel. Nos grababa, se sabía todas nuestras estupideces de memoria y quería ser como nosotros, pobre. Lo presentábamos en el almuerzo como “Mauro González. Pendejo” y lo usábamos de actor natural. Después nos encariñamos con él y somos amigos hasta el día de hoy. Una sola cosa es segura: la Sur nunca había tenido tantos oyentes.

Héctor siempre tenía un proyecto, siempre una idea nueva, siempre estaba haciendo algo pero pensando en lo siguiente y sigue siendo así. En la Sur creábamos personajes (Héctor creaba personajes) e improvisábamos sketches delirantes y absurdos. En pleno desastre de 2001, Héctor consiguió la cortina que TN usaba para su nueva placa de “urgente” —que competía con la “primicia” de Crónica” e imitábamos a Bonelli y

Sylvestre tirando una bomba cada 10 minutos. El país se prendía fuego y nosotros muertos de risa. Éramos militantes del sinsentido, la realidad nos importaba un pito, pero no por nihilismo ni por desidia, sino porque ya habíamos comprendido que los medios de comunicación son para jugar, no son otra cosa que entretenimiento, incluso los noticieros —y en este país, especialmente los noticieros—. Lo que salga al aire no tiene que ser bueno ni tiene que ser verdadero, solo tiene que “vender”, tiene que ser entretenido. En un disco que me robé de esa radio, Roger Waters dice que la humanidad se va a “morir de entretenimiento” y tiene razón. Es solo un juego y nosotros aprendimos también a reírnos de la gente que se lo cree, de uno u otro lado del receptor.

Por esa época Héctor empezó a hacer la voz de una anciana a la que llamó Elvira. Primero era una oyente que salía por teléfono, pero terminó “viniendo” al estudio y adueñándose del aire para hacer todas las cosas que el ISER nos prohibía: silencios larguísimos, respiración audible, pepeo, toses, carraspeos, muletillas, redundancias... Así, Elvira encarnaba nuestra catarsis, nuestra venganza de “las reglas” de la radio. Yo la definía de esa manera, pero Héctor lo hacía más sencillo: “es una vieja de mierda”. Elvira irrumpía en cualquier momento, golpeando el micrófono preguntaba “¿esto está prendido, pibe?” y arrancaba con sus temas de vieja, reflexiones de vieja y divagues de vieja. Y especialmente opiniones de vieja, porque la impunidad de Elvira nos permitía explorar también la incorreción política. “En mi casa trabaja una de estas paraguayitas que se vienen a matar el hambre acá”, por ejemplo, o “esos mostros que andan a la noche por Palermo, nene, dejame de joder. ¡Son tipos disfrazados, alguien lo tiene que decir!”. Increíblemente, Elvira llegó a tener su propio programa, también conmigo, en Radio Cooperativa.

En la época de la Sur me habían contado que en los noventa, en la radio Energy, había un bloque semanal en el que contaban historias de terror. Nosotros decidimos robarle más o menos la idea y hacer un programa de trasnoche sobre “esos temas oscuros de los que se habla en un fogón”. La muerte, la locura, la religión, lo desconocido, la vida extraterrestre, los misterios de la mente... “Tengo el nombre”, dijo Héctor enseguida, “Estado Alfa. Así se llama la fase entre el sueño y la vigilia”. Se sumaron al proyecto Nora Acosta y Gabo Rodríguez y en algún momento de 2002 comenzó Estado Alfa, los sábados de 0 a 5 de la mañana. Creábamos el clima, tirábamos dos o tres puntas de temas y eran los oyentes al aire los que aportaban el verdadero contenido. Apagábamos las luces del estudio y del control y hablábamos susurrando, viéndonos apenas los perfiles iluminados por la pantalla de la PC y el cartelito rojo de AIRE. Para nuestro asombro, el programa cultivó en pocas semanas una audiencia interesante de adolescentes solitarios y frikis deslunados. Estado Alfa fue nuestro único programa sin humor y una experiencia decididamente gótica. Héctor decía que era el único momento de la radio en que él era él, sin obligación de ser dinámico ni gracioso, sin personaje ni máscara de locutor. Creo que esas largas charlas profundas, casi como sesiones de terapia de grupo en las que desnudábamos junto a los oyentes nuestros miedos y obsesiones es lo que terminó de forjar la amistad que conservamos los cuatro hasta hoy.