Serena a los once - Tesa Arranz - E-Book

Serena a los once E-Book

Tesa Arranz

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Beschreibung

Serena se ha quedado huérfana, pero no está triste porque no congeniaba con sus padres, así que ¿por qué tendría que echarles de menos? Serena es práctica. Serena, que no es una niña muy normal, está más bien inquieta y expectante por el rumbo que pueda tomar ahora su vida. Serena tiene once años, la regla y tetas, aunque no por ello va a dejar que se las toquen (y eso que tiene tres novios). A Serena la llaman Pinki y siempre está pensando. Piensa, por ejemplo, que si su abuela se muriese sí que lloraría, porque no puede vivir sin ella. Sin embargo, a Serena no le gusta comerse el coco, aunque desde hace algunos días no para de hacerlo… porque se ha enamorado del novio extranjero y alcohólico de su querida tía, con quien ahora viven su hermano y ella. "Se ve que mi primo nació ya con ganas de ser artista y se empeñaron en que fuera abogado, cuando no tenía ganas de serlo. Así que ni estudió ni nada, pero ya fue como si tu avión sale cuando tienes dieciséis y te hacen esperar a los dieciocho y a los dieciocho sigues esperándolo y un buen día te dicen que ya ha despegado hace dos años. Y, como hasta los dieciocho te has tirado dos años medio muerto y empezaste a tomar drogas para poder soportar la pena, luego, cuando cumples precisamente los malditos dieciocho, estás de drogas hasta las orejas. Mi primo se pinchaba y, de eso, es muy difícil salir".

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Tesa Arranz

Para empezar a saber quién es Tesa Arranz quizás haya que buscar en Youtube algún vídeo de los Zombies, ese grupo de la movida madrileña liderado por Bernando Bonezzi y cuyo gran éxito fue la canciónGroenlandia. Tesa es esa hermosa joven que baila de forma surrealista, salvaje y anárquica.

En esa época se codeó con todos los grandes personajes que dieron nuevos aires de libertad en la España posfranquista, como Antonio Vega, Alaska, Almodóvar o Mecano. Muchos se atreven a decir que es la auténtica musa de la movida madrileña, un período que vivió los excesos con las drogas y que, por desgracia, se llevó a muchos otros genios por delante.

Con una sensibilidad artística fuera de lo común, Tesa, tras alejarse de ese alocado mundo, se refugió en la pintura y la escritura. Volvió a su Valencia natal y, entre cuadro y cuadro (en su mayoría, retratos de extraterrestres), ha escrito poesía y varias novelas, todas inéditas. Hasta la fecha, pues al fin se atreve a mostrar al público una de sus obras literarias con tintes autobiográficos.

«Me muero de ganas porque se acerque un platillo volante a mi ventana y salgan sus tripulantes y me lleven con ellos. Adoro a los extraterrestres. Es un amor que se ha hecho cada vez más fuerte según ha pasado el tiempo. La verdad es que he sido una marciana toda mi vida. Este mundo siempre me ha parecido algo extraño, ajeno a todas mis emociones. A lo mejor por eso me dejé llevar de aquella manera».

También ha hechoposible este libro

Armando Jiménez, «La mujer barbuda»

Sevillano del 72, diseñador, músico y disc-jockey ocasional, Armando Jiménez fundó junto a Davis R. el colectivo artístico «La mujer barbuda». Armando lleva trabajando más de quince años en el mundo del diseño y la creación audiovisual. Uno de sus últimos trabajos premiados ha sido el cartel para la 19.ª edición del Festival de cine de Málaga.

Con un síndrome de Diógenes exquisito, recopila cadáveres del paisaje urbano que conserva con cariño y que le han convertido a la postre en un celador de la estética de los 70s y 80s en nuestro país. ¿Quién mejor que él para ilustrar este libro de Tesa Arranz?

Título original: Serena a los once

Primera edición: noviembre de 2017

Diseño de colección y cubierta: Estudio Lápiz Ruso

Corrección: Elia Fernández

© del texto: Tesa Arranz, 2017

© de la ilustración de cubierta: Armando Jiménez “La mujer Barbuda”

© de la edición: Editorial Barrett

C/ Profesor Manuel Clavero Arévalo, 2, bloque C, 4.º D, Sevilla

www.editorialbarrett.org

[email protected]

ISBN: 978-84-948445-6-0

¿Será verdad que necesito cariño?

Por Germán Pose

… Y me convertiré en un mínimo de arena

Decía Graham Greene que siempre hay un momento en la infancia en el que se abre una puerta que deja entrar al futuro. Y ese futuro, ese espacio-tiempo indefinido, misterioso y efervescente, que está por venir, ya latía bajo la piel de Tesa desde que era puro embrión en el vientre de su madre. Cuando el destino se hace carne en el universo de un niño y se zambulle como quien no quiere la cosa en la marmita del druida, o le cruza el pecho un rayo de luz con el fuego de todas las estrellas del cosmos infinito, la cosa se pone seria y el niño deja de llorar como un niño. Cruzar la frontera del tiempo a destiempo —algunos no la rebasan nunca— puede resultar una aventura fantástica, pero ese rapto alucinante y transgresor no sale barato y acarrea su buena carga de maldición. En Serena a los once,Tesa Arranz adopta la voz de la niña prodigio que fue y sigue siendo y, en el viaje literario de este cuaderno de bitácora, navega sola como un marinero loco bajo la tempestad salvaje que provoca esa lucidez precoz. Dice Serena:

Cada día se me ocurren mil cosas y tengo que ponerlas en su sitio para que no bailen en mi cabeza más de la cuenta.

¡Caramba!, y de inmediato, reventó en mi memoria un lejano suceso que viví cuando observé a una niña de tres años, hija de un amigo, en un rincón del salón de su casa, negra de sombra, dándose tirones de su rubicundo cabello. Yo le pregunté qué le ocurría, y ella me contestó que no podía dejar de pensar. Y me quedé helado —¿qué turbios pensamientos sacudirían el alma de esa criatura?—, y prendió como una brasa el trago de whisky que acababa de echarme al coleto. ¿Cuántas Serenas vagarán por el mundo?

«Es horrible ser niña y sentirte mayor al mismo tiempo», comenta para sí misma Serena en otra parte de su diario, casi queriendo decir, en un lamento místico y tan melancólico, que muere porque no muere y que es posible que el gilipollas mental que pulula por ahí a sus anchas viva más plácido en el paisaje memo de su propia gilipollez que aquel ser dotado de inteligencia, talento y conocimiento.

Otras reflexiones de buen calado fluyen como si tal cosa:

Cuando me toque morirme, seguro que ya habré inventado mi propia manera de morir. ¡Y, ahora que lo pienso, lo mismo me muero de risa como el abuelo de Mary Poppins!

Y no escasea el torrente de interrogantes de severo fuste:

Dice mi amiga Celeste que todos necesitamos cariño. ¿Será verdad que necesito cariño? Soy maravillosa, pero me falta cariño. ¿No me puedo dar yo todo el cariño que me falta para no tener que buscar personas que me lo den?

El libro arranca con la muerte en accidente de tráfico de los padres de Serena. Ella y su hermano mellizo, Bobi, han quedado huérfanos a los once años y reinician una nueva vida al abrigo de sus tíos. Pero Serena afronta ese fatídico suceso con una madurez aterradora, sin llantos ni sentimentalismos. Con una crudeza seca, como la mirada del alacrán:

Papá ni nos hablaba, y a mamá le caíamos mal desde que engordó tanto a causa del embarazo.

A lo largo del diario Tesa/Serena ajusta cuentas con la vida con una frescura pasmosa y la clarividencia de un zorro viejo y sabio.

No es de extrañar que, entre toda la extensa obra poética de Tesa, que reposa como pétalos dormidos entre el polvo de sus cajones, se encuentre este poema que escribió cuando tenía catorce años:

Cuando mi madre se marche,y mi hermana y mi padre queden callados en otra habitación,subiré el tocadiscosy la música sabia abrirá mi vientre.Me sentiré grande y me convertiré en un mínimo de arenaen suelo limpio.Recorreré el suelo ya brillando, ya diamante.Rodaré deslizándome en paz.

…Y cuando deje de sonar la música suave y melódica,yo seré música.Me sentaré en un rincón a gustoy mi expresión risueña de éxtasis destruirá el mundo.Y los pocos diamantes que brillen se unirán sin rozarme.Sólo mi tocadiscos no se destruiráy comenzará su labor, ansioso, con el cielo y las nubes.

Pero, a pesar de toda la furia y el aire escéptico y bravo que late en su corazón de niña, Tesa/Serena derrama ternura por todos los costados de su piel de terciopelo negro en un viaje imposible hacia el amor. Y ya vemos que, en ocasiones, se aparta al rincón y baja el cuchillo, y se nos muestra desvalida como un animalillo asustado en busca de una caricia, su ansiado anhelo de paz y de cariño. Debe de ser terrible, a los once años, cruzarse de cara con ese Almuerzo desnudo (v. Burroughs), ese instante helado en el que todos ven lo que hay en la punta de sus tenedores.

Prepárense para el viaje y procuren no dejar el libro al alcance de algunos niños: los carga el demonio.

Germán Pose (Madrid, 1960) es periodista y autor de La mala fama, una recopilación de confesiones de los supervivientes de la movida madrileña, y libro en el que destaca, precisamente, un artículo sobre Tesa Arranz.

 

 

 

 

Día uno

 

—No soporto tu olor de pies —me dice tapándose la nariz.

—Ni yo tus pedos putrefactos.

Y le doy un pellizco fuerte en el brazo.

Tenemos once años y somos mellizos, casi gemelos, porque por fuera nos parecemos un montón.

Nuestros padres acaban de morir en un accidente de coche.

No estamos tristes. Papá era invisible y mamá engordó tanto en el embarazo que nos cogió manía. Estamos más bien emocionados… No sabemos dónde vamos a ir a vivir ni con quién.

Mi hermano es del género masculino y, como tal, un poco tonto, pero es mi hermano y, en el fondo, le quiero.

A mí me encantan los chicos, bueno, no todos, pero algunos son mi entretenimiento más divertido. Me gusta jugar con ellos y, aunque no soy guapa del todo, doy el pego porque, según dicen, soy interesante.

También me gusta leer libros que cuenten historias de chicas aventureras, no cuentos para niños pequeños como los que me obligan a leer en el colegio. Y si la protagonista del libro es bruja o maga, mejor. Hay libros que leo en una tarde sin deberes y, cuando los termino, tengo que pestañear varias veces y restregarme los ojos como si me acabara de despertar por la mañana, porque en realidad es como si hubiese vuelto de un viaje largo y extraño. Así que pido libros que sean como sueños.

 

Colecciono desde hace cuatro años las botellitas vacías de los perfumes de mi madre. Cada una tiene una forma distinta y los tapones son dorados o plateados. Meto en ellas pétalos de flores que huelan bien, porque algún día pienso fabricar mis propios perfumes.

Me llamo Serena, odio mi nombre y me lo pienso cambiar cuando me dejen. Mi madre se empeñó en este nombre por no sé qué actriz y mi padre, para variar, no se impuso ni un poquito. Aunque, menos mal que no ganó él, porque él prefería que me llamase Patricia, y ésas creo yo que fueron esclavas hace siglos.

Menos mal que todos me llaman Pinki. Todos los que me conocen de verdad, claro. Así que los profesores del colegio y otras personas adultas no cuentan.

Mi hermano se llama Gabriel, pero algunos amigos suyos se traban y le dicen Grabriel. Yo le llamo Bobi porque es bobo.

Pues nada, una vez hechas las presentaciones y aclarada la situación, paso a contaros la acción. ¡Cuenta atrás!

Tres,

dos,

uno,

¡YA!

 

 

Día dos

 

La gente llora alrededor y a mí no me cuadra. ¿No se supone que la muerte es un premio, que vuelves a tu verdadero hogar? ¿Que la vida no es más que un viajito más corto o más largo, y que, en realidad, no tiene mucha importancia si la comparamos con lo que hay después? Pues aquí está mi familia, llorando sin parar.

Menos mi tía Teresa, que no llora, aunque parece muy nerviosa. Ella es quien me ha informado sobre todas las verdades de la muerte. Es mi tía favorita y por eso quiero vivir ahora con ella, pero seguro que no me dejan, por su mala fama.

Me guiña un ojo desde el fondo del salón. Está muy recta y fumando, como siempre. Observa con atención, habla poco con los demás. En realidad, no se escuchan conversaciones largas hoy.

Bobi sigue jugando con su consola. Creo que se hace el fuerte, pero es un ñoño, y lo sé porque lo conozco bien. No deja de ser mi hermano casi gemelo, aunque seamos polos opuestos. También estaba más mimado y supongo que los echará mucho de menos.

Volviendo al tema de la muerte, creo que somos unos interesados y que lloramos por haber perdido el placer, del tipo que fuera, que nos proporcionaba la persona muerta y que sabemos que no volveremos a tener. El caso es que el viaje de mis padres ha acabado en otro viaje. Y Dios ya se habrá hecho cargo de ellos. Eso es lo que ha pasado. Seguro que estarán bien donde sea que estén.

Ahora debo pensar en el futuro de mi hermano y en el mío, aprovecharme un poco de la situación y acabar en la casa adecuada, con la familia adecuada para nosotros. Es un cambio de vida y, si me intereso por mis intereses, seguro que irá todo a mejor.

 

Voy a repasar: tengo tres tíos con sus esposas y tengo también a mi tía Teresa. También tengo primos de todo tipo, primos intermezclados, y reconozco que… ¡Ufff! Mi tía Teresa y el primo Junior, que tiene síndrome de Down, sí que me caen bien, pero los demás son terribles. De la única persona que no pienso separarme es de mi abuela querida. Si no viene ella conmigo, no iré a ninguna parte. Por ella sí lloraré, porque sus ojos chispeantes me producen cosquillas en el corazón. Mi abuela está sentada en una silla de ruedas, así que donde vayamos iremos mi abuela, la silla, mi hermano y yo. Y Rosa también irá con nosotros, porque es su cuidadora cuando no estoy yo, y siempre vigila que mi abuela no pase frío y se tome sus medicinas después de las comidas.

Pensándolo mejor, ¿por qué no nos quedamos donde estamos? Si hace falta, que venga alguien más: una prima, una tía o una pariente. En Bolivia hay un montón, por lo que me cuenta Rosa. Y como tenemos dinero, o eso me parece a mí, no veo el problema entonces. Sí, mejor nos quedamos aquí, en casa. ¡Y que vengan con nosotros!

 

 

Día tres

 

Estoy muy desarrollada para mi edad. Lo sé porque lo he escuchado y porque tengo ojos y me comparo con las niñas de mi clase y con las mayores. Esta mañana temprano he rebuscado en el armario y en el tocador de mi madre. Lo primero que he cogido son las botellitas de perfumes. Todas las que he visto, porque se le han quedado aquí y nadie las va a querer excepto yo. Luego, he echado un vistazo a su ropa, si bien he comprobado que tenemos gustos diferentes, de modo que he decidido regalarla. Sin embargo, en un cajón he encontrado una camiseta negra que pone «doble moral», con letras en color blanco brillante. No sé muy bien lo que significa eso, pero creo que con mis leggins negros tendré un conjunto muy apropiado para la ceremonia.

La verdad es que nadie me ha indicado lo que tengo que ponerme hoy. Me doy cuenta de que ya ejerzo de madre de Bobi y no he dudado en obligarle a vestirse más moderno. «Mamá era muy clásica», le he dicho cuando me contestó enfurruñado. He elegido unos vaqueros que yo misma he roto y una camiseta que lleva una lengua de los Rolling Stones. Recuerdo que se la regaló el tío Julio en su cumpleaños, otro de mis familiares favoritos, que murió de sida el año pasado. Otro día hablaré de él.

 

Me siento genial sacando mi vena rebelde sin que nadie me la estrangule.

¡No soporto que me corten el rollo! ¡Empiezo a sentirme libre!

 

Más tarde

 

Nos vestimos hace un rato y bajamos al salón, donde la espera se está haciendo eterna. Tengo calor y me quito el suéter sin dudarlo. Debajo llevo la camiseta. Salen las letras a relucir. Noto que me miran.

—¡Esta niña está muy espabilada…! ¡Demasiado! Necesita correa corta, y más ahora, que no tiene a su madre encima. ¡Ni a su padre tampoco! —dice la tía Marga subiendo las cejas. Yo la llamo tía Amarga.

 

—¡Mi padre no me decía nada! —le contesto, buscando a mi tía Tere porque necesito ver su cara.

La tía Teresa estaba al lado de la ventana y ha acudido a mi lado. Coge mi suéter y lo dobla mientras dice:

—Se ha puesto la camiseta al azar, qué va a saber ella de moralidades…

—Era de mi madre —me excuso y actúo como si fuese a empezar a llorar ahora.

De pronto, al oír lo que he dicho con voz rota, todos dejan de hablar de mí. Se callan y vuelven a mirarme, sorprendidos también, pero esta vez de una manera diferente, como si hubiera vuelto atrás y yo fuera una niña muy pequeña, casi un bebé. Algunos hacen muecas y cogen otro pañuelo al mismo tiempo. Parece que prefieren llorar también, pero de verdad.

Ahora sí que he descubierto un arma fabulosa para defenderme de las críticas. Ya tengo el truco perfecto: ¡hacer pucheros! Soy una actriz fantástica. Sé que me servirán de mucho mis dones artísticos. De todos modos, tengo que ir practicando porque de mayor quiero ser una actriz profesional.

Bobi, para no ser menos, se quita el suéter y sale la lengua a la vista. Pero se ve que es inofensiva comparada con mis dos palabras y mi hermano se queda entre más tranquilo y un poco celoso de la atención que me he llevado yo. Noto que duda entre las dos emociones. Ya crecerá.

A los cinco minutos, veo que es hora de irnos. Vamos al cementerio.