Siempre has sido tú - Carolina Méndez - E-Book

Siempre has sido tú E-Book

Carolina Méndez

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Beschreibung

Levi Madsen. La mezcla perfecta entre apariencia y personalidad. Ojos dulces, sonrisa pícara y la actitud más confusa del mundo. La mitad de las veces no logro entenderlo. Puedo sentirlo cercano en un momento y lejano al otro. Directo y claro hoy, confuso y evasivo mañana. No lo comprendo. ¿Cómo puede verme con tanto anhelo en un segundo y no soportar mirarme en el siguiente? La manera en que actúan todos a su alrededor me hace creer que esconde algo, un secreto que solo yo desconozco. Pero, teniendo en cuenta que somos compañeros de cuarto, sé que lo descubriré. Tarde o temprano encontraré lo que esconde y al fin entenderé esa extraña actitud suya… Pero por ahora solo queda intentar ser fuerte, superar mis miedos y soportar su humor tan cambiante, porque claudicar solo puede terminar con mi corazón roto.

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Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2018, Carolina Méndez

© 2018, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Abel Carretero Ernesto

Portada

María Alejandra Domínguez

Maquetación

María Alejandra Domínguez

Corrección y revisión

Abel Carretero Ernesto

Primera edición: noviembre de 2018

ISBN: 978-84-17589-37-0

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

Índice
Agradecimientos
No puedo más
Dolorosamente maravilloso
Nunca es suficiente
Cosas de la suerte
Un pasatiempo
¿Y el novio?
Inspiración
Demasiado consciente
La única explicación
El gran monstruo verde
La mirada en ella
De una vez por todas
Cuando entró en mi vida
Su opinión
Algo en sus ojos
Culpas encadenadas
Silencio aplastante
Corazón lacerado
Una nueva en el grupo
Hora de hablar
Inestable
Olvido
Te escucho
Confesar y decidir
La verdad
Increíble
Otra cara
Es ridículo
Miedo y dolor
Su voz
Respirar duele
De su boca
Todo estará bien
Nunca antes
Puntos débiles
El último hombre
Epílogo
Escena extra

Agradecimientos

Hay tantas personas a las que darles un fuerte abrazo y decirles gracias por apoyarme durante todo este tiempo y animarme a seguir avanzando. A mi familia, por reaccionar de la mejor manera cuando se enteraron de que escribía. A Araceli Samudio por creer en mí incluso cuando yo dudaba, a ti, gracias por ser mi amiga y darme el empujoncito que me faltaba, por estar para mí, porque te siento cerca a pesar de tenerte tan lejos.

A las chicas (y chicos) que me dieron la bienvenida en el grupo de WhatsApp y quienes están en el grupo de Facebook, a mis Eternas y condenados que me alegran solo con el hecho de existir. Gracias a Astrid, Eliana, Katita, Marcia, Carlita, Carla, Giselle, Naty, Issy, Nat, Daleska, Sheila, Nico, Kevin, Cami, Lisandri, Romi, Lesly y a todos los demás que se fueron uniendo con el tiempo y que me apoyan tanto, gracias por estar ahí.

A las Mishas, que me alegran el día con sus ocurrencias en WhatsApp y enInstagram, las quiero, son las mejores. A las chicas en el grupo de Nova Casa; aunque tiene poquito formado, me alegra ver la clase de personas que son, cómo nos ayudamos, apoyamos y aconsejamos unas a otras. Las admiro más por eso.

Al equipo de Nova Casa Editorial, para ustedes, por creer en mí, por darme la oportunidad de publicar y por hacerme sentir bienvenida y parte de algo importante, de una familia, va el más grande agradecimiento: ¡GRACIAS!

Gracias también a mis lectores enWattpad. A todos ustedes, quienes me tienen paciencia en las actualizaciones, quienes votan, quienes comentan y quienes solamente leen, gracias por darle una oportunidad a mis historias; gracias por estar y por ser parte de mi vida. Nunca podré agradecerles lo suficiente. Gracias por hacerme ver que los sueños sí pueden cumplirse.

«Tú siempre serás mi excepción favorita, esa regla que he roto varias veces, eso que negué, lo inimaginable, eso a lo que le dije nunca más.»

No puedo más

A mis casi diecinueve años me di cuenta de que no había experimentado lo que un adolescente promedio vivía a esas alturas de su vida. No había ido a fiestas, no había tenido novio y mucho menos había perdido mi virginidad. Nunca había probado el cigarrillo, tampoco el alcohol y jamás se me habría ocurrido faltar a una clase para escaparme a otro lugar con mis amigos. Me había privado de esas y otras muchas experiencias —ya fueran buenas o malas— por miedo. Y no me refiero al miedo a sufrir algún accidente o consecuencia, sino a decepcionar a mi madre. Tenía ya la mayoría de edad y ni siquiera había dado mi primer beso, ¿y todo por qué?

Miedo.

No me atreví a tener ninguna relación en mi adolescencia por temor a que mi madre me mirara con desaprobación, porque sabía —lo sentía debajo de mi piel— que para ella ningún chico sería lo suficientemente bueno. Casi dos décadas de mi vida desperdiciadas y no me di cuenta hasta que mi amiga Vick preguntó qué pensaba hacer una vez que egresara[1] del bachillerato.

¿Qué iba a ser de mí en el futuro?

No sabía qué estudiar, ni a qué quería dedicarme… No sabía qué hacer con mi vida. O, mejor dicho, lo sabía, pero tenía miedo de hacerlo. Mi madre era una mujer muy especial. Era trabajadora, organizada, inteligente y graciosa —cuando quería serlo—, pero también era muy exigente y perfeccionista. Era controladora. Ella te empujaba hasta el límite, te pedía más y más, lo quería todo a su manera, y cuando creías que lo habías dado todo, que te habías esforzado lo más posible y que al fin habías alcanzado y superado sus estándares, ella venía y te decía que no.

No, no había bastado.

No, no había sido suficiente.

A mis casi diecinueve años, estaba cansada de sentirme siempre tan pequeña en su presencia, bajo su cuidado y ojo avizor. No fue hasta que mi amiga hizo aquella simple pregunta, que lo supe.

—¿Entonces? ¿Qué piensas hacer, Ette? —insistió Vick.

Yo miré las manos entrelazadas sobre mi regazo, tomé una profunda respiración y me armé de valor para decir en voz alta:

—Voy a mudarme. No puedo… No puedo estar más aquí —admití.

Así fue como empezó todo. Vick me ayudó a conseguir un lugar, un piso compartido con un amigo suyo que buscaba un compañero. Al principio me sentí recelosa de compartir espacio con un hombre, pero mi amiga me contó maravillas acerca de él. Un chico alegre, respetuoso, estudioso y sin vicios, aunque algo fiestero y ligón. Creo que fue eso —la suma de sus cualidades y mi desesperación por salir de casa— lo que me impulsó a aceptar. Poco más de un mes después, ya me encontraba mudándome al que sería mi nuevo hogar.

Cogí la pesada maleta que llevaba cargando y con un resoplido la dejé caer dentro del departamento que sería mi hogar por los próximos años. Eso si tenía suerte. El sudor me adhería el cabello a las sienes y mejillas, las cuales sentía calientes, pero me encontraba feliz.

Me sentía liberada.

—Buscaré a Levi —dijo Vick tras de mí.

Incliné la cabeza en un asentimiento y ella se perdió dentro del estrecho pasillo. Aproveché ese momento a solas para estudiar con calma el interior del departamento y me agradó ver que todo estaba en orden. Para ser el lugar de un chico soltero no lucía como había imaginado, sino que todo parecía estar impecable. Los pisos estaban limpios, no se veían envolturas ni cajas de comida rápida en cada esquina ni latas de cerveza… Tal vez lo había encajonado dentro de un estereotipo, pero sin duda no era lo que había esperado.

Me sentí más relajada al saber que estaría conviviendo con un buen tipo, o por lo menos uno ordenado. Lo único a lo que iba a tener que acostumbrarme era a sus constantes entradas y salidas a altas horas de la noche. Cuando Vick me había contado esto, me dije que no sería un problema. Iba a mantenerme encerrada dentro de mi habitación el mayor tiempo posible y no me metería en su camino. Era lo menos que podía hacer para agradecerle que me diera asilo cuando más lo necesitaba. Sería como Casper, un fantasmita amigable.

Escuché murmullos y pasos acercándose de vuelta, así que me preparé para conocer al que sería mi compañero de cuarto. Las manos comenzaron a sudarme por los nervios. ¿Qué tal si cambiaba de opinión? ¿Si yo no le agradaba? ¿Y si decidía que mejor no necesitaba una compañera?

Planté una sonrisa en mi rostro a pesar de mis repentinas inseguridades, pero muy pronto mi gesto vaciló. Observé a mi amiga caminar hacia mí con alguien siguiéndola muy de cerca. Era un chico, y uno muy apuesto, lo cual en lugar de agradarme casi me hizo entrar en un ataque de pánico.

Observé su gesto cuando nuestros ojos se encontraron por primera vez. Por un momento pareció desconcertado, aunque casi de inmediato una sonrisa cálida destelló en su rostro logrando que sus ojos color chocolate se arrugaran en las esquinas.

—Hola —saludó, amable—, soy Levi. Tú debes ser Lucy.

Extendió la mano con seguridad, ignorando cómo las mías temblaban.

—Lucette —corregí—. Uh, sí. Hola.

Tomé su mano y, tras una rápida sacudida, la solté. Vick dio una sonora palmada.

—Bueno, chicos, mi parte está hecha. Luce, llámame si necesitas cualquier cosa. Y Levi… Pórtate bien, no le hagas pasar un mal rato.

Puse los ojos en blanco ante esa advertencia innecesaria. No necesitaba ser protegida, pero mi amiga no parecía creer lo mismo. La sonrisa de Levi creció al escucharla.

—Para nada.

—Bien, entonces los dejo para que se conozcan y para que descanses, Ette. Ha sido un largo día. —Vick se acercó a besar mi mejilla y susurró—: Ya sabes, si necesitas cualquier cosa…

—Te llamo, lo sé —sonreí—. Cuídate y saluda a Erica de mi parte, ¿sí? Gracias por todo.

—No hay de qué, yo le mando tus saludos. —Me dio un rápido abrazo—. Cuídate, Madsen —dijo a Levi.

—Tú igual.

Luego ella se fue y me dejó con mi nuevo compañero de piso. Cuando Levi volvió a mirarme con esos ojos cálidos que parecían sonreír, me dije que todo estaría bien, no tenía por qué suponer un problema para mí. Era atractivo, sí, pero eso no significaba que iba a enamorarme, ¿cierto?

No, claro que no. No era correcto y sin duda, de pasar, aquello iba a acarrearme mucho dolor, por lo que debía evitarlo a toda costa. Sin embargo, para el final del día, después de haber comido y charlado un poco, después de haber conocido a Levi Madsen… yo ya había bajado mis barreras.

[1]Terminar.

Dolorosamente maravilloso

DOS AÑOS DESPUÉS

Miré la pantalla del portátil y mi ritmo cardíaco se aceleró. Ahí estaba el aviso que tanto había esperado: al fin habían publicado los resultados.

Nos pedían que ingresáramos al sistema para corroborar que todo estuviera correcto, pero yo tenía miedo de encontrarme con algo que no me gustara. No quería ver la nota de la asignatura que más se me había dificultado, así que me encontraba tensa y preocupada. Mi rendimiento no había sido el mejor durante estos meses, tenía que aceptarlo, así que había una gran probabilidad de que mi calificación no fuera la mejor, y si ese era el caso, sabía que no pararía de torturarme y reclamarme a mí misma por no haber puesto más empeño.

Exhalé un suspiro tembloroso y escuché a Levi reír a mi lado. Lo miré con molestia. Parecía estar burlándose de mí.

—¿Qué? —pregunté. Él rio al escuchar mi tono alterado.

—Nada, solo pareces nerviosa. ¿Estás bien?

Señaló mi oreja con un movimiento de barbilla y me di cuenta de que jugaba con mi lóbulo de nuevo. Era un tic nervioso que tenía y del que no podía deshacerme. Rebotaba mis rodillas arriba y abajo y comenzaba a masajear mi oreja sin ser consciente. De inmediato detuve el movimiento. Coloqué ambas manos sobre mi regazo y apreté los puños, al igual que la mandíbula.

—Estoy bien —mascullé. Su sonrisa me dejó ver que no me creía.

—Te irá bien.

Lo miré con sorpresa.

—¿Cómo…?

—Te conozco.

Una sonrisa se escondió en sus ojos brillantes. Esas arruguitas que se le formaban alrededor de los ojos cada vez que sonreía —y la manera en que estos se volvían dos delgadas rejillas— me volvían loca. Me hicieron perder la razón la primera vez que las vi, y aún tenían ese poder sobre mí. Y ese efecto sobre mí no parecía que pudiera desaparecer pronto.

—¿Y por qué estás tan seguro?

—Porque vivo contigo. Sé cómo eres y he visto cuánto te exiges a ti misma. Tu mente suele desarrollar los peores escenarios y eso te mantiene tensa. A estas alturas ya deberías saber que nada es tan malo como lo es en tu imaginación, así que tranquila, ¿sí?

Me regaló una sonrisa reconfortante y yo le devolví el gesto.

—Gracias. Lo intentaré.

Inspiré y exhalé en un intento por relajar mis nervios y Levi se acercó más a mí. Su hombro tocó el mío y aquel simple e inocente roce elevó mi temperatura hasta sofocarme el rostro. Fijé la mirada en mi laptop otra vez en un intento porque él no notara mi turbación, sin embargo, cuando sus labios se acercaron a mi oreja y su aliento me acarició la piel, todos mis vellos se erizaron. Escuché cómo abría los labios para decir algo y un débil suspiro se me escapó cuando estos me rozaron la oreja.

—Te apuesto lo que quieras —susurró— a que tendrás la nota más alta.

Se alejó tras decir esto y sentí la piel del cuello y la mejilla enfriarse poco a poco, pero podía asegurar que mi rostro era el mismo reflejo de una manzana. Asentí hipnotizada sin despegar mi vista de la pantalla frente a mí y, distraída, pinché el enlace para ver mi nota.

Ni siquiera noté que Levi se ponía de pie. Una nueva pestaña se abrió en el navegador y mi atención se concentró por completo en el resultado frente a mis ojos. Parpadeé un par de veces, me tallé los párpados, acerqué mi rostro al portátil, pero el resultado no varió.

Ahí estaba, la nota más alta.

Miré hacia Levi al notarlo de pie frente a mí y me encontré con una amplia sonrisa. Por alguna razón, me pareció que se burlaba de mí.

—¿No deberías estar en el gimnasio? —pregunté. Aquello le hizo reír.

—Ya me voy. Vuelvo pronto, no me extrañes mucho.

Tomó un bolso deportivo que no había visto y se acercó a besar mi frente. Me frustraba que todavía tuviera esos gestos tan dulces conmigo aun cuando sabía lo mucho que me atraía.

—No te preocupes, no lo haré. —Intenté fingir indiferencia, pero estoy bastante segura de que no lo logré. El amor que le tenía se me notaba en cada gesto y mirada.

Su risa fue lo último que escuché antes de que la puerta se cerrara.

Aproveché el tiempo que tuve para intentar estudiar, pero cuando Levi volvió un par de horas después mi concentración se fue al carajo. Su cabello estaba húmedo tras haberse ejercitado y se le adhería a la frente, lo cual solo le hacía lucir mejor. Admiré la manera en que la ropa se aferraba a su cuerpo y desvié la mirada al sentir que me sofocaba.

Levi era un espectáculo digno de ser visto.

Mordí mi labio inferior cuando este pensamiento vino a mi mente y me regañé por no centrarme en lo que debía hacer. Se acercó al sofá donde estaba sentada y me rodeó con uno de sus brazos.

—¿Qué haces? —preguntó. Tenía la piel cálida y olía delicioso.

—Estudiando para historia. —Elevé mi libro al aire para que lo viera y volví a depositarlo en mi regazo sin mucho cuidado—. Mañana es mi examen final.

Hice una mueca al escuchar lo borde que había sonado. A veces el mal humor solo brotaba de mí, sobre todo cuando Levi invadía tanto mi espacio personal. Me ponía incómoda que no tuviera consideración de mis pobres hormonas frustradas.

—¿Supongo que no me acompañarás a la fiesta esta noche, entonces?

Fingí pensar por un momento en su pregunta para después sacudir la cabeza.

—No creo.

—Anda, vamos, aunque sea un rato.

—No puedo, tengo mucho por hacer —dije casi en una súplica.

Ir a una fiesta con Levi significaba estar de pie, sola, con el mismo vaso de cerveza durante todo el tiempo, mientras él andaba por ahí con otros amigos o coqueteando con alguna chica. Sabía que debía superarlo de una vez, empezar a salir, pero no era tan fácil. Mi corazón le pertenecía a un chico de ojos marrones sonrientes y no quería salir y experimentar con nadie más.

Sin embargo, yo siempre sería la amiga que lo adoraba desde la distancia.

Sacudí la cabeza una vez más cuando lo sentí hundirse a mi lado en el sillón.

—No se me ha olvidado la apuesta de hace rato, eh. Me debes algo.

—Yo no aposté nada —dije.

—Enana, por favor…

—Que no, Levi. Tengo que lavar mi ropa y ordenar el cuarto. También tengo que hacer la lista para la compra, esta semana me toca a mí ir al mercado y después de eso estudiaré un poco más porque la historia se me da pésimo, ya sabes. Además quiero visitar a Vick, no la he visto en una semana.

Sonreí tensa tras decir esto sin despegar la vista del libro frente a mí. En realidad no estaba enfocada en la lectura —las palabras nadaban sin orden frente a mis ojos—, pero no quería mirar a Levi porque sabía que podría convencerme si quisiera. No podía leer con él a mi lado cuando irradiaba tanto calor y olía tan bien; no era capaz de concentrarme, pero de igual manera no cerré el libro.

Sin duda las cosas serían más fáciles si el sudor de Levi apestara tal y como el de la gente normal.

—Bien —aceptó de mala gana y se puso de pie—. Pero la próxima semana no te escapas. Tienes que salir más de aquí y dejar de recluirte tanto. —Me lanzó una de sus miradas severas y yo suspiré—. Ahora dame un beso que me voy a casa de Carson.

Enarqué mis cejas y lo miré. Parecía encantado con mi reacción. No debería haberme extrañado, él era consciente de lo mucho que me alteraba su cercanía y se burlaba de mí. Le gustaba verme torpe y nerviosa a su alrededor.

No sabía por qué me sorprendía todavía si siempre hacía lo mismo. Me abrazaba frente a sus amigos, me llenaba las mejillas de besos y siempre buscaba alguna manera de tocarme. Amaba esos momentos especiales, los atesoraba junto a mi corazón, pero para él no significaban lo mismo que para mí. Para él no eran nada, mientras que para mí lo eran todo. Tenía apenas un par de años de conocer a Levi y convivir con él, pero ya era de las personas más importantes en mi vida. Solo me habían bastado unas cuantas semanas para caer por él.

Sabía que no lo iba a dejar pasar, por lo que exhalé con resignación y coloqué el libro a mi lado antes de incorporarme con lentitud. Me apoyé en las puntas de mis pies descalzos y besé su mejilla con suavidad; solo un roce delicado de mis labios sobre su piel. Fue un gesto de lo más inocente, pero hizo vibrar cada una de mis células. El simple contacto me hizo sentir como si fuera a estallar en llamas en cualquier instante.

Planeé apartarme con rapidez, sin embargo —como si hubiera leído mis intenciones— sus manos envolvieron mi cintura y me apretaron contra su torso, así que las mías quedaron aplastadas sobre su pecho, con mi nariz enterrada en el hueco bajo su garganta. Mi pulso se aceleró, pude sentir su corazón latiendo contra el mío. Sentí el rostro acalorado y mis rodillas comenzaron a temblar como producto de la íntima cercanía.

¡Me molestaba que hiciera eso! Sabía cómo me sentía y de igual manera hacía ese tipo de cosas, me trataba de una manera tan cariñosa, tan dulce, tan especial.

¿Por qué no podía simplemente tratarme mal? Ser grosero, desagradable y oler feo… De esa manera lo odiaría y superaría mi estúpido y no correspondido enamoramiento. Si Levi se hubiera comportado distante desde un inicio mi cerebro no haría un cortocircuito cada vez que miraba en mi dirección.

Sentí su pecho expandirse cuando tomó una profunda respiración.

—Te quiero tanto —susurró contra mi cabello. Esas tres palabras lograron hacerme sentir una dolorosa punzada en el corazón—. Y sabes que si pudiera cambiar esto lo haría, ¿cierto? —Exhalé al escucharlo repetir aquellas palabras que tanto odiaba—. Eres increíble, Ette. Mereces que te quieran con todo el corazón. Alguien va a llegar y te hará la mujer más feliz del mundo. Te consentirá y amará como solo tú mereces. Sabes eso, ¿no? ¿Que eres hermosa, graciosa, lista y que el hombre con el que te quedes se sacará la lotería?

Pero yo solo quiero estar contigo. Mordí mi mejilla para evitar decir aquello y asentí contra su pecho. Sus palabras, como siempre, habían logrado que algo se retorciera en mi interior.

—Bien. —Soltó su agarre sobre mi cuerpo y me tambaleé en mi prisa por poner más distancia entre nosotros. Volví a sentarme e ignoré el temblor de mis manos cuando cogí el libro para intentar retomar mi lectura—. Eres mi mejor amiga, Ette.

Su dedo índice le regaló una caricia a mi mejilla y yo me alejé un poco e hice una mueca al escucharle. Era un suplicio cada vez que sacaba este tema a colación y, aunque intentaba fingir que no me afectaba tanto, lo hacía. No sabía si no se daba cuenta o solo elegía ignorarlo. Quería gritarle con desesperación que se callara porque sus palabras me rompían el corazón. Una vez más. Lo único que quería hacer era apartarlo de un empujón y voltearle el rostro de una bofetada, pero al mismo tiempo quería acurrucarme en sus brazos y sentirlo cerca.

No iba a hacerlo, sin embargo. Era una chica grande, sabía aceptar los rechazos con madurez y no necesitaba rogarle a nadie que me quisiera. Sabía que Levi no lo hacía con malicia, que no era su intención lastimarme, pero con ese tipo de palabras me hacía un daño que no sanaba rápido. Cada vez que decía algo parecido me hacía pensar que yo no era lo suficiente mujer como para enamorarlo, para merecer su amor. Él esperaba algo diferente y, de todo lo que yo le ofrecía en bandeja de plata, solo tomaba mi amistad.

Sí. Yo le daba una nueva definición a la friendzone.

—Lo sé —mascullé.

Estaba dolida y enojada: con él por ser tan dulce y conmigo por ser tan estúpida.

Depositó un último beso en mi frente, desordenó mi cabello y luego fue a su habitación para tomar algunas de sus pertenencias. Solo me relajé cuando le escuché gritar su despedida.

Después de su partida leí durante varios minutos el mismo párrafo, sin retener ni entender nada, hasta que me rendí; cerré el libro, dejé caer la cabeza hacia atrás y solté un resoplido. Era todo muy frustrante. Golpeé mis puños sobre las rodillas y apreté los ojos cerrados hasta que conseguí ver puntitos blancos que nadaban tras mis párpados.

Me pregunté por qué tenía que haberme enamorado de él. ¿Por qué tenía que enterarse de mis sentimientos? ¿Por qué actuaba como si mi enamoramiento no fuera la gran cosa?

Solté un gemido lastimero por lo injusto que era el amor y aplasté los puños sobre mis ojos. Como una enamorada masoquista, me dediqué a recordar cada pequeño detalle que me hizo sentir así por Levi. Su sonrisa, su inteligencia, y su carisma; esos ojos oscuros que siempre parecían sonreír, la lealtad que profesaba hacia sus seres queridos y su modo tan suave de hablar, de andar, de ser… Y esa mirada llena de luz cuando se fijaba en mí. Fue casi imposible no enamorarme de él teniendo en cuenta cómo era y lo bien que lucía, pero de igual modo… dolía.

Y lo odiaba. Sí, odiaba amarlo. Era dolorosamente maravilloso.

Lancé el libro a un lado convencida de que no podía seguir así, y fui a mi habitación para cambiarme de ropa. Necesitaba desahogarme con alguien y estaba segura de que a Vick no le molestaría que llegara de sorpresa a su casa. Cogí un suéter ligero porque ya comenzaba a refrescar y entonces salí de ese lugar que había sido testigo de mi amor no tan secreto por Levi desde un inicio.

Nunca es suficiente

—¿Todavía no acepta que te ha amado en secreto todos estos años? —preguntó Vick. Me miró por encima del hombro mientras terminaba de lavar las tazas de café que habíamos usado y yo bufé al escucharla. Sacudí la cabeza a pesar de que no podía verme.

Había llegado a su casa unas horas atrás y traté de evitar hablar sobre Levi. Lo intenté de verdad, evité hablar de él por todos los medios, pero fue inútil. Siempre que Vick y yo nos reuníamos, «misteriosamente» terminábamos hablando de él.

No era que me molestara hablar de Levi, solo que mi amiga parecía tener la misión personal de lograr que se enamorara de mí, como si pudiera obligarlo. Decía que era obvio que entre nosotros pasaba algo, que había algo más allá de la amistad, y sí, tenía razón, pero aquel sentimiento era unilateral y Vick no lo quería aceptar.

—Eso no va a pasar, Vicky. Deberías aceptarlo de una vez.

Yo también debía aceptarlo ya.

Comencé a juguetear con mis dedos y escuché el suspiro de mi amiga; ese que presagiaba una perorata llena de compasión. La miré con ojos entrecerrados antes de que pudiera decir nada y ella pareció pensar mejor en sus palabras.

—Algún día abrirá los ojos y se dará cuenta. Ahora solo está un poco ciego, Luce, pero dale tiempo —murmuró.

Quise decirle que estaba equivocada por completo, pero me abstuve de hacerlo. Mi amiga sabía que mi enamoramiento por Levi era algo serio y que no iba a desaparecer; no era como si tuviera opción en lo de darle tiempo. Si él milagrosamente un día se levantaba decidiendo amarme, estaba bastante segura de que todavía estaría ahí para él, lo que me molestaba sobremanera.

Triste, ¿no? A veces Vick decía que debía empezar a salir con más chicos, pero yo no creía que fuera correcto un clavo intentando sacar otro clavo; era por eso que no quería tener citas. No sería justo para cualquier chico que yo estuviera con él cuando mi corazón le pertenecía a otro hombre.

—Ya no quiero hablar de eso —reí. La otra opción era empezar a sentir lástima por mí misma y no era un camino por el que quisiera ir.

Escuché el flujo de agua cortarse y supe que había terminado de limpiar, lo cual no me gustaba porque significaba que toda su atención estaría fija en mí. Exhalé bajito, resignada.

—Bien, entonces cuéntame algo —pidió. Alcanzó un trapo para secar sus manos y se dio la vuelta para verme. Estaba ahí de pie recargada en el borde del lavabo, me miraba con empatía y yo tuve que desviar la mirada.

Por lo menos ya no iba a insistir con el tema Levette.[2]

Sí, incluso tenía un nombre para nuestra «pareja».

—No sé. Fui con mi mamá hace unas semanas.

Vick resopló al escuchar esto.

—¿Qué tal fue?

—Un desastre total.

—¿De nuevo con sus quejas?

—Sí, ya sabes cómo es.

Mi mamá siempre había tenido expectativas muy altas para mí por ser su única hija, y a pesar de que siempre había querido complacerla, nunca pude lograrlo. La defraudaba constantemente y era molesto siempre recibir esa mirada desilusionada. Me frustraba nunca ser lo suficientemente buena. No importaba lo que hiciera, decepcionaba a mi madre de un modo u otro. Estaba cansada de intentar ser la hija perfecta. Había intentado durante tanto tiempo ser lo que los demás querían que fuera que a esas alturas de mi vida no sabía quién era yo en realidad ni qué quería.

—No debería presionarte tanto —dijo después de unos segundos—, haces lo mejor que puedes.

Se acercó para sentarse frente a mí y estiró su mano sobre la mesa para alcanzar la mía. Nuestras miradas se encontraron, me sonrió, comprensiva. Al fin y al cabo ella también se había independizado a una edad temprana porque sus padres no habían aceptado que ella no buscara un príncipe azul, sino una princesa.

—Pero no es suficiente para ella —murmuré—. Nunca lo es.

Y había sido esa razón por la que me había ido de mi hogar con el pretexto de vivir más cerca de mi facultad. Por desgracia, el destino —o lo que fuera que hubiera interferido— logró que terminara en el mismo lugar que Levi. Recuerdo haber salido de casa con mis pertenencias en el maletero del auto y pensar que la vida iba a ser más fácil a partir de entonces.

Me equivoqué. Dios, a pesar de todo no me arrepentía. No de haberme topado con Levi. Por lo menos no siempre.

Un gemido abandonó mis labios cuando mi mente volvió a él. La puerta principal fue abierta mientras acariciaba mi frente y escuchamos unos ligeros pasos acercarse.

—Vicky, creo que deberíamos pedir… —Erica entró a la cocina y se interrumpió cuando me vio sentada frente a Vick. Una sonrisa estalló en su rostro—. ¡Luce! Hola. No sabía que ibas a venir.

Le lanzó una mirada de reproche a Vick por no haberle avisado y se acercó a saludarme con un beso en la mejilla.

—Vine de imprevisto. Espero que no te moleste.

—No, no. Me alegra verte —dijo con sinceridad. Sacó una silla y tomó asiento a mi lado—. ¿Qué ha sido de tu vida, mujer? Ya tenía mucho sin saber de ti. Sé que a veces hablas con Vicky, pero ella nunca me cuenta nada.

Sacó su labio inferior en dirección a mi amiga y ella tomó su mano para darle un apretón.

Abrí la boca para responder, pero Vick se me adelantó.

—Levi sigue siendo un idiota ciego, como siempre, y su mamá sigue sin reconocer sus esfuerzos. —Le lancé una mirada molesta por haberme robado la palabra y ella se encogió de hombros—. ¿Qué? Es la verdad.

—La misma historia de siempre —reconocí—, no ha cambiado mucho.

Erica rio nerviosa y pasó una mano por su corto cabello rubio. Ella sabía toda mi historia, desde cómo nos conocimos Vick y yo en secundaria hasta los problemas con mi mamá y mi enamoramiento por Levi.

—Bueno, algún día ambos recapacitarán —dijo poniéndose de pie y tratando de reprimir un bostezo—. Lo siento mucho, pero las dejaré ahora. Iré a darme una ducha y vuelvo para cenar, estoy hambrienta y exhausta. ¿Te quedas para pedir una pizza? —preguntó.

—¡Oh! No, gracias. Yo ya me voy —exclamé al levantarme de la silla. Miré la hora en mi celular y maldije sin querer al darme cuenta de lo tarde que era.

—Levi estará esperándote como un marido preocupado —bromeó Vick.

Hice una mueca y negué con la cabeza.

—Está en una fiesta con su amigo Carson. Además, Lev no tiene reloj.

Erica hizo una mueca al escuchar el nombre de Carson y fruncí un poco el ceño al notar la incomodidad de ambas cada vez que se nombraba al mejor amigo de Levi.

—En fin, no estará cuando llegue, pero igual debo estudiar un poco más para el examen de mañana. Te llamo luego —dije a Vick—. Adiós, Erica, me agradó verte. Espero hacerlo pronto otra vez.

—Adiós.

—Cuídate, Luce.

Me despedí de ellas con un gesto de la mano y salí del nido de aquellas enamoradas.

Una vez que llegué al departamento, dejé las llaves sobre la barra y deposité mi pequeño bolso a un lado. El lugar estaba a oscuras y por eso supe que Levi no se encontraba. Él tenía la extraña costumbre de encender cada luz a su paso cuando llegaba y aquello me causaba gracia. No sabía si le temía a la oscuridad o solo se había acostumbrado a hacerlo desde más joven, pero me enternecía.

Miré a mi alrededor y suspiré. No podía perder más tiempo, así que me acerqué al sofá y tomé el libro que había abandonado unas horas atrás. Debía estudiar mucho para el examen, pero ya me encontraba cansada.

«Solo un poco más.»

Me acomodé, abrí el libro con la intención de grabarme todas las fechas que fuera posible y comencé a leer en voz alta.

No supe en qué momento me quedé dormida.

Y mucho menos cómo fue que llegué a mi cama.

[2] Nombre de pareja que combina sus nombres, Levi y Lucette.

Cosas de la suerte

Cuando llegué al departamento después de haber rendido mi examen lo primero que hice fue dirigirme al refrigerador para comer el pedazo de tarta que había visto en la mañana antes de irme. Tenía una nota encima, donde Levi me deseaba buena suerte en mi prueba y solo eso bastó para que las mariposas despertaran dentro de mi pecho. Él sabía cuánto amaba ese postre y siempre apartaba un pedacito para mí. En ocasiones, incluso aunque no celebráramos nada, él llegaba y me sorprendía con una enorme tarta completa. En esos momentos lo amaba más.

No era de extrañar que últimamente subiera tanto de peso. Claro, no me comía los postres yo sola, Lev también ayudaba, pero él iba al gimnasio y yo no. Yo era un pelín floja. El único deporte que me gustaba practicar era el baloncesto y ya tenía mucho tiempo sin hacerlo. Me dije que debía empezar a cuidarme o muy pronto tendría que rodar en lugar de caminar.

No era vanidosa, no tenía razones para serlo. No era demasiado bajita como para provocar ternura ni tan alta como para causar admiración. Era una chica promedio, una más del montón. Mi piel no estaba bronceada ni tan blanca como la nieve. No era un palillo ni tenía curvas pronunciadas, solo lo justo. A mi parecer, mi mejor atractivo era mi rostro aniñado. De vez en cuando me decían que parecía de quince en vez de mis veintiuno. Tenía unas cejas oscuras y bien delineadas; unos ojos pardos rasgados y pecas repartidas por todo el rostro, cuello y pecho que no me molestaba en tapar con maquillaje; una pequeña hendidura decoraba mi barbilla y me daba un toque peculiar. Estaba a gusto conmigo misma, pero no me sentía como una modelo. Mis caderas eran redondeadas, pero tenía pancita y mis pechos eran pequeños. Una o dos tallas más no me habrían molestado en absoluto. No estaba acomplejada, pero sabía que había muchas cosas que podía mejorar.

Serví el pedazo de tarta en un plato y me senté en la barra para aprovechar el silencio y la tranquilidad que tanto me gustaban. Apenas había dado un par de probadas cuando la música explotó dentro de la habitación de Levi. Sonreí. Solo había una cosa que hacía a Levi poner a todo volumen el reproductor por las mañanas.

—¿Limpieza profunda? —pregunté al verlo entrar a la cocina.

Él me miró, sorprendido y entonces sonrió.

—Sí. Día libre. —Me encontró sentada sobre la barra meciendo los pies por la felicidad que me causaba comer tarta y se acercó con calma—. ¿Qué tal tu examen?

—Pan comido.

—¿Sí? Me gusta oír eso.

Le sonreí y él pasó un dedo por la superficie de mi postre. Se lo llevó a la boca sin despegar los ojos de los míos y enarcó ambas cejas, y mis labios se secaron al ver aquello. ¡A veces quería tanto besarlo! Me preguntaba cómo se sentiría su lengua contra la mía, cuál sería su sabor.

Carraspeé.

—Está bueno, ¿no?

—Mucho. Puedo ver por qué es tu favorito. —Elevó su mano hacia mi rostro y limpió una migaja que se aferraba a la comisura de mis labios. Volvió a llevarse el dedo a la boca y suspiré bajito—. Muy, muy bueno.

Se giró al tiempo que reía y sentí mis hombros relajarse cuando se alejó. Tenerlo tan cerca me ponía tensa, en el peor y el mejor de los sentidos. Lo vi acercarse al gran librero que teníamos y me bajé de la barra de inmediato al ver su deseo por acomodar los libros. Era otro de nuestros constantes pleitos. Yo amaba acomodar los ejemplares por altura —de mayor a menor— y él por color.

Lo vi retirar el primer libro y me puse nerviosa. Ambos éramos unos locos del orden, pero cada uno tenía sus peculiaridades. Yo, por ejemplo, no soportaba ver las diferentes alturas de los libros en desorden.

—¿No crees que se ve más bonito así? —pregunté cuando comenzó a retirar todos los libros rojos. Sentía que me iba a dar un mini ataque cardíaco.

—Por eso tenía la esperanza de que siguieras en la universidad —dijo, con la concentración puesta por completo en las repisas repletas de tomos—. Es más fácil cuando llegas y ves que está cambiado todo.

—No me queda más remedio que resignarme.

La comisura de sus labios se curvó al escucharme y yo fruncí el ceño. No era gracioso.

—Eres tan adorable cuando te enojas.

—¿Adorable? —clamé indignada.

Los conejitos eran adorables, yo no. Yo era... yo.

Levi giró al escuchar mi tono irritado, la sonrisa en su rostro se amplió, y asintió.

—Adorable —repitió.

Crucé los brazos sobre mi pecho y elevé la barbilla cuando él dio un paso más cerca. Solo así podía verlo directo a los ojos. ¿Por qué carajo tenía que ser tan alto?

—No soy...

—Lo eres —me interrumpió. Pellizcó mi nariz y lo alejé de un manotazo. Volvió a reír ante mi arrebato—. ¿Ves? Un minuto estás sentada sobre la barra balanceando las piernas y disfrutando de tu postre como una niña pequeña, y al siguiente eres como un gatito enfadado.

—Ay. Cállate, mejor —gruñí. Yo no quería ser adorable. Esa palabra me hacía sentir como una niña. Volvió a reír al darse la vuelta y continuar desorganizando mi adorado librero.

—Así me encantas —lo escuché murmurar sin dejar de mover los libros de lugar.

Aquellas palabras me hicieron parpadear confundida y preguntarme si no estaba volviéndome loca. ¿Levi acababa de decir que yo le encantaba? ¿Acaso había escuchado mal?

Una pequeña sonrisa tiró de mis labios al pensar que probablemente sí había oído bien y que tal vez, solo tal vez, estábamos a un solo paso de cruzar la última barrera de nuestra preciada y segura amistad.

c

El sábado desperté con el corazón desbocado y el cabello adherido al sudor de mi rostro. Acababa de tener un sueño demasiado intenso con mi compañero de habitación, y no podía dejar de temblar. Mi pecho se inflaba y desinflaba con cada respiración inestable que tomaba al recordar cada detalle. Miré la hora en mi celular y mascullé un improperio al ver que apenas eran las siete. Fijé los ojos en el techo e intenté conciliar el sueño de nuevo, pero me fue imposible; la imagen de Levi sobre mí volvía a repetirse en mi mente una y otra vez. Podía ver su boca entreabierta, el cabello humedecido que colgaba alrededor de su rostro, sus ojos entrecerrados, su torso desnudo... podía escucharlo respirar con pesadez cerca de mis labios, e incluso podía sentir su aliento acariciar mi rostro.

Fue el sueño más vívido que tuve alguna vez y era frustrante, mas no podía dejar de sentir admiración por el cerebro humano. ¿Cómo era capaz de crear sensaciones que nunca había tenido antes? No lo sabía, pero era bastante curioso.

Salí de la cama varios minutos después al decidir que era mejor ocupar mi mente en otra cosa. Era fin de semana, por lo que no tenía clases y podía hacer el desayuno con toda la paciencia del mundo. Tras pensarlo un momento, me decanté por unas simples pero deliciosas tostadas francesas. Puse música en mi celular en un volumen bajo y comencé a cocinar. Para mi mala suerte, no pasó mucho tiempo antes de que mi calma fuera rota.

—Buenos días —dijo la ronca voz de Levi a mis espaldas. Ni siquiera el sonido del aceite al chisporrotear pudo enmascarar lo adormilado en su tono.

—Buenos días —respondí. No me volví a verlo. Me quedé con la vista puesta en la sartén frente a mí, mientras contaba en mi mente los segundos para voltear la tostada francesa. Si lo veía, pensaría en aquello sin poder evitarlo.

Lo escuché arrastrar una silla del comedor y dejarse caer sobre ella. Me lo imaginé con el cabello alborotado, tallando uno de sus ojos en esa manera tan adorable que hacía cuando acababa de despertar, y me mordí el interior de la mejilla. A pesar de querer concentrarme en el desayuno que tenía delante, cada sentido había cobrado vida propia desde que había ingresado en la habitación y se había absorto en la presencia de Levi, lo que hizo que se me quemara la tostada.

Maldije entre dientes y Levi rio. Sin duda sabía lo que había pasado y hallaba divertido todo el asunto.

«Imbécil.»

—¿Necesitas ayuda? —inquirió divertido.

—No, gracias —dije en un tono seco, aunque en verdad quería pedirle que se marchara. El tenerlo cerca, aunque fuera a unos metros de distancia, me distraía bastante.

—¿Segura? —La manera en que alargó la pregunta me hizo rodar los ojos.

—Sí.

Le lancé una mirada molesta por encima del hombro, pero me arrepentí de inmediato al encontrarlo con los ojos adormilados y sin camisa. Tenía una sonrisa pintada en el rostro y esta se amplió aún más cuando mis ojos viajaron de manera inconsciente por su torso desnudo. Al parecer —si el sueño era una prueba— mi subconsciente se había grabado a la perfección la figura de Levi.

Maldita fuera si el chico no estaba en buena forma.

Me volví para continuar con la preparación del desayuno y él se carcajeó.

—No te pongas nerviosa, Luce. Pensé que a estas alturas ya te habrías acostumbrado a mi sensualidad —se burló.

Tomé una profunda respiración y agarré el huevo que estaba a mi lado. Me giré a encararlo y sus cejas se elevaron al ver lo que tenía en la mano.

—Lo juro, Levi; si te atreves a decir algo más y no te vas justo ahora, te lo arrojaré a la cabeza. Sabes que tengo buena puntería. —Elevé la mano para dar énfasis a la amenaza y él rio entre dientes. Hizo un gesto de rendición y se puso de pie para retroceder con lentitud hacia la puerta de la cocina, pero nunca perdió su sonrisa. Lo vi girarse para salir, sin embargo, justo antes de hacerlo, me miró con malicia.

—¿Amaneciste de malas o solo necesitas un buen revolcón?

Una carcajada se hizo oír cuando el huevo se rompió en la puerta cerrada de la cocina. El maldito había logrado escabullirse antes de que pudiera darle.

—¡La próxima vez no fallaré! —le grité. Volví a la tarea en la que había estado concentrada antes de que Levi llegara y traté de no sonreír.

Fallé.

Cuando volví para cortar un poco de fruta, no calculé bien el espacio entre el cuchillo y mi dedo, por lo que me causé un corte que me hizo exclamar de dolor en voz alta.

—¡Mierda! Esto duele, carajo. Ah, maldición, qué estúpida soy.

Me di la vuelta para ir al baño en busca del botiquín, pero antes de haber dado apenas un paso, Levi entró de vuelta a la cocina, se acercó a mí, me tomó por las caderas como si no pesara nada y me colocó sobre la barra. Salió de la cocina con rapidez y pocos segundos después estaba de vuelta frente a mí con el botiquín en mano. Tomó mis dedos con suavidad y me colocó una pequeña gasa alrededor para detener el sangrado.

Si no hubiera sido porque la maldita herida ardía como el mismo infierno, entonces el tenerlo entre mis piernas abiertas me habría puesto demasiado nerviosa y seguro que su aroma en mis fosas nasales habría logrado que comenzara a tartamudear.

—Me encanta tu boca de camionera —bromeó en un intento por distraerme. Yo sonreí sin ganas y él suspiró—. Si no fuera porque llevamos casi dos años viviendo juntos y te conozco demasiado bien, habría creído que eres torpe —murmuró preocupado—. ¿Qué pasó? Tú siempre eres cuidadosa, enana.

Lo observé atender mi herida y suspiré.

—No calculé bien —me excusé en voz baja.

Él sabía lo estricta que era conmigo misma, lo mucho que me presionaba siempre queriendo ser la mejor, dar lo mejor de mí. No me permitía ningún fallo, ni siquiera en algo tan cotidiano como eso. Era cuidadosa, ordenada, prudente y organizada. Cualquier error, por más pequeño que fuera, me sentaba mal.

—Si tú lo dices —pronunció inseguro. Yo sonreí y empujé un poco su pecho para que me dejara bajar.

—Yo lo digo —aseguré. Levi sonrió y comenzó a guardar todo en el botiquín.

—Estás lista.

—Gracias. Voy a… terminar aquí.

—Yo creo que no. —Me tomó por el interior del codo, sacó una silla y me hizo sentar—. No queremos que pierdas un dedo y hoy estás bastante distraída, por lo que terminaré yo. Tú… relájate o, no sé, lee algo en lo que yo acabo. Después vemos una película mientras desayunamos.

No esperó a que yo discutiera y se puso a limpiar. Tuve que suprimir las ganas de acercarme a abrazarlo y agradecerle por ser tan perfecto.

A pesar de que sabía que no debía ilusionarme, siempre se encendía una chispa en mi interior cuando notaba lo mucho que yo le importaba y cuánto se preocupaba por mí. Era inevitable y sabía que a la larga eso me lastimaría; que con el tiempo esas ilusiones vanas me explotarían en la cara, pero en ese momento no me importaba. Tenía un extraño sentimiento en el pecho, de tristeza y dicha a la vez.

Me estaba volviendo loca, pensé. Y masoquista.

Vivir con Levi Madsen era la mejor de las torturas.

 

Un pasatiempo

Cuando entré al departamento me di cuenta de que Levi aún no llegaba del trabajo. Yo venía de la facultad, donde me habían entregado mis calificaciones del periodo y mis vacaciones ya habían iniciado. Era libre por el próximo par de meses. Al fin un poco de paz mental, que me vendría de maravilla.

Caminé hacia la sala para dejar mi mochila sobre el sillón y resoplé al ver las puertas del pasillo abiertas. Levi sabía que debía cerrarlas y aun así nunca lo hacía; siempre dejaba el trabajo para que lo hiciera yo. Me acerqué molesta a cada una y comencé a cerrarlas con un poco más de fuerza de la necesaria.

Tenía esa manía. No soportaba ver que las puertas estuvieran abiertas; sentía un picor debajo de mi piel que me incomodaba y no podía dejarlo estar, así que comenzaba a azotar cada puerta a mi paso y de ese modo la molestia se extinguía.

Sabía que no era del todo normal. La primera vez que las personas se enteraban acerca de mi hábito, solían lanzarme una que otra mirada curiosa, como si creyeran que bromeaba, y cuando se daban cuenta de que no era así, me miraban como si estuviera mal de la cabeza. Al convivir conmigo lo encontraban divertido las primeras veces, pero después no me soportaban y algunos no hacían nada por disimular su aversión. Sin embargo, cuando Levi se enteró, no me juzgó —después de todo él también tenía sus manías raras— y lo quise un poquito más en ese momento.

Suspiré al pensar en todo el tiempo que tendría libre a partir de ese día. Debido a que ya no iría a clases, no sabía qué hacer. Ese era mi problema de siempre, por lo que había llamado a mi tía Anna unos días atrás. Ella tenía su propio negocio de banquetes de lujo y en vacaciones accedía a contratarme para que le facilitara el trabajo, así que la busqué para preguntar si necesitaba ayuda, aunque al parecer había contratado a otras personas y no me necesitaba por el momento.

Por lo general —cuando no auxiliaba a mi tía en vacaciones— veía series, películas y a veces leía algún libro que pareciera interesante, nada más. Me sobraba demasiado tiempo que no sabía cómo gastar. Debía encontrarme algún empleo temporal, pero por ahora mis ahorros de los trabajos pasados seguían en el banco y no necesitaba el dinero. Además, quería algo de tiempo para mí sola. En los pasados días me había sentido triste y apagada, por lo que quería consentirme y levantarme el ánimo. Esperaba que algo saliera pronto. No me gustaba estar tanto tiempo sin hacer nada.

Me acerqué al librero y tomé una de las novelas que había comprado poco tiempo atrás. Me tumbé sobre el sillón al comenzar a hojearlo y en poco menos de una hora ya estaba enganchada con la historia. Admiraba la capacidad que tenían ciertas personas para absorber al lector en un universo alterno con sus palabras, cómo lograban que uno se sintiera identificado con el personaje, que se alegrara con sus logros y sufriera con sus tragedias. Para mí, los escritores eran dignos de admiración. A pesar de eso, mientras continuaba con mi lectura, no pude dejar de pensar en lo que yo habría hecho o dicho diferente en su lugar, lo que me llevó a preguntarme… ¿Qué tal si como proyecto de vacaciones escribía un libro?

Miré el que tenía entre mis manos y esbocé una sonrisa pequeña. Desde muy chica había sido amante de la lectura, pero nunca me había planteado escribir una novela por mi cuenta. Sería un buen hobby, imaginaba que entretenido. Además no perdería nada con intentarlo. Cerré el libro cuando comencé a pensar en las historias que podría escribir y los mundos que podría crear. No esperé más antes de correr a mi habitación en busca de mi laptop.

—¿Enana? He llegado —informó Levi varios minutos después. Elevé la mirada cuando le escuché acercarse y lo vi arquear una ceja en mi dirección—. ¿Por qué estás sentada en el piso? —cuestionó divertido.

Bajé la vista hacia mi laptop y la volví a posar en él al tiempo que le mostraba una sonrisa animada.

—He descubierto qué haré estas vacaciones —dije sin poder contener la emoción. Di un pequeño salto en mi lugar y Levi rio ante mi entusiasmo.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es eso?

Lo miré con orgullo e inflé el pecho. Él sabía que solía romperme la cabeza en busca de algún pasatiempo que me llenara y, ahora que había encontrado uno, lo más probable era que se alegrara por mí. Y porque al fin dejaría de quejarme todo el tiempo con él también.

—Voy a escribir un libro —indiqué.

Y, según el resultado, la escritura podía llegar a convertirse en un hobby permanente o sería cosa de una sola vez. De igual manera quería intentarlo. Sabía que si no lo hacía ahora después no me animaría e iba a terminar arrepentida.

Las cejas de Levi se elevaron con sorpresa cuando me escuchó y, tras parpadear unas cuantas veces, rio.

—¿Lo dices en serio?

—¡Claro! ¿Por qué no iba a hacerlo?