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Kara tiene un pasado del que no se siente muy orgullosa. Reírse de las personas menos agraciadas y hacer la vida imposible a los chicos inteligentes es algo de lo que está profundamente arrepentida, pero la vida tiene maneras de hacerte pagar todo lo que haces, y Kara no es la excepción a ello. Owen Bates ha trabajado muy duro para eliminar todos los gramos de grasa con los que cargó durante su adolescencia. Las palabras hirientes de Kara, junto con las burlas de los demás, además de causarle daño le dieron el empujón que necesitaba y lo impulsaron a adelgazar. Sin embargo, ese pasado sigue persiguiéndolo después de varios años. Ellos se reencuentran de nuevo y Kara está segura de que es el karma que quiere hacerle pagar todo aquello. Y él, Owen, no piensa desaprovechar la oportunidad que le ha dado la vida para poder vengarse de Kara y todo lo que le hizo pasar.
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Seitenzahl: 478
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Carolina Méndez
Sin ver atrás
Publicado por:
Nova Casa Editorial
© 2017, Carolina Méndez© 2017, de esta edición: Nova Casa Editorial
EditorJoan Adell i Lavé
CoordinaciónAbel Carretero Ernesto
PortadaMaría Alejandra Domínguez
MaquetaciónDaniela Alcalá
RevisiónJesús Espínola
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)
Índice
Portadilla
Sinopsis
Prólogo
1Kara
2Owen
3Kara
4Owen
5Kara
6Owen
7Kara
8Owen
9Kara
10Owen
11Kara
12Owen
13Kara
14Owen
15Kara
16Owen
17Kara
18Owen
19Kara
20Owen
21Kara
22Owen
23Kara
24Kara
25Owen
26Kara
27Kara
28Owen
29Kara
30Owen
31Kara
32Kara
33Kara
EpílogoOwen
Escena extra
Carolina Méndez
Sinopsis
Kara tiene un pasado del que no se siente muy orgullosa. Reírse de las personas menos agraciadas y hacer la vida imposible a los chicos inteligentes es algo de lo que está profundamente arrepentida, pero la vida tiene maneras de hacerte pagar todo lo que haces, y Kara no es la excepción a ello. Owen Bates ha trabajado muy duro para eliminar todos los gramos de grasa con los que cargó durante su adolescencia. Las palabras hirientes de Kara, junto con las burlas de los demás, además de causarle daño le dieron el empujón que necesitaba y lo impulsaron a adelgazar. Sin embargo, ese pasado sigue persiguiéndolo después de varios años. Ellos se reencuentran de nuevo y Kara está segura de que es el karma que quiere hacerle pagar todo aquello. Y él, Owen, no piensa desaprovechar la oportunidad que le ha dado la vida para poder vengarse de Kara y todo lo que le hizo pasar.
«Tarde o temprano a todos nos alcanza el amor o el karma. Pero a veces llegan en el mismo paquete».
JOAQUÍN SABINA.
Prólogo
Owen observó a la chica pelinegra en el pasillo de la escuela y soltó un suspiro tembloroso. Se encontraba nervioso. Tres años había pasado queriéndola en silencio, así como muchos chicos más, y por fin iba a atreverse a hacer algo para que ella lo notara. A pesar de que su hermana había tratado de convencerlo de que no lo hiciera, de que Kara no era una buena persona y le haría mucho daño, él la ignoró y decidió arriesgarse. Después de todo, para ganar había que decidirse y atreverse.
Era cierto que Owen no era el tipo de chico con el que Kara solía ser vista. Era algo rellenito y no demasiado alto —tal vez un par de centímetros más bajo que ella—, tímido y aplicado, reservado, algo callado y no tan sociable, pero aun así a las chicas —a la gente en general— solían llamarles la atención sus ojos tan azules. Claros y amables, pero intensos; tan brillantes como el mismo cielo y cautivadores en demasía. Esa era una de las cosas que, confiaba, tenía a su favor.
Armándose de valor y tomando una profunda respiración, caminó con paso inseguro hacia donde ella y su grupo de amigos se hallaban reunidos y carraspeó para que notaran su presencia.
Nadie lo hizo.
Seguían charlando, riéndose, hablando en voz alta… e ignorándolo. No le importaba, estaba acostumbrado a que la gente no lo viera. Eso le gustaba, no llamar la atención, era por esa razón que solía caminar por los pasillos con la vista fija en el suelo, pero no en aquella ocasión. En aquel momento no iba a conformarse con pasar desapercibido, por eso fue que cuando por fin atisbó una oportunidad de presentarse ante ella, cuando las chicas que la rodeaban abrieron un pequeño hueco en su círculo, Owen dio un paso adelante… y entonces exhaló admirado. De cerca, Kara Rosseau era mucho más bella de lo que se podía apreciar en la lejanía. Tenía una piel blanquísima e impoluta; una boca bien delineada con labios llenos y rosados. Su cabello era negro, tan oscuro que la mayoría de las personas se preguntaba si no estaba teñido, pero lo que más llamaba la atención en ella, eran sus ojos.
Ver los ojos de Kara era como perderse en las profundidades del mar azul. Largas pestañas espesas rodeaban esos orbes rasgados y lo sumían en un estado de hipnosis del cual no sabía cómo salir.
A sus quince años, ella ya derrochaba sensualidad y Kara era consciente de ello por completo. Muchas veces había usado su apariencia a su favor.
—Hola, K-Kara —tartamudeó el muchacho mientras sostenía el pequeño pastelillo en su mano temblorosa. Su voz había sido baja, pero aun así logró captar la atención de la ojiazul, quien enarcó las cejas al verlo dirigirle la palabra.
Su larga cabellera enmarcaba aquel bello rostro y caía lisa por sus estrechos hombros y su espalda. Aquellos ojos rasgados contemplaban a Owen con curiosidad y algo más que el chico no alcanzó a comprender, pero que le hizo sentir cierta molestia bajo la piel.
—¿Te conozco? —cuestionó cruzando los brazos bajo su pecho. Sus amigas soltaron risitas al escuchar el tono divertido de Kara.
—Soy Owen. Owen Bates. Est-tamos juntos en t-todas las clases. Yo solo... —un repentino nerviosismo zumbó por sus venas y le hizo olvidar las líneas que había ensayado—. Yo quería saber si tú… Si nosotros... —tomó una profunda respiración y solo lo soltó—: ¿Quisieras ir al baile conmigo?
El grupo de adolescentes rio con fuerza al escuchar la pregunta del chico. Kara sonrió sin humor, pero admirando su valentía. El baile de bienvenida era la próxima semana y aunque él sabía que lo más probable fuera que ella ya tuviera pareja, no perdía nada con preguntar e intentarlo.
Kara elevó su ceja nuevamente e hizo una mueca, como si algún olor desagradable la hubiera alcanzado.
—¿Qué te hace pensar que no tengo pareja todavía? —inquirió con seriedad, como si de algún modo, Owen la hubiera insultado.
Los ojos del chico se abrieron una fracción más y comenzó a negar con la cabeza, sintiéndose asustado.
—Yo no q-quería decir eso, s-solo pensé…
—Que iría contigo —interrumpió ella. Asintió pensativa, luego sus ojos se fijaron en los de él y sonrió; mostró una sonrisa que no comunicaba nada bueno—. Mira... Piggy —la risa de la gente alrededor no se hizo esperar al escuchar aquel despectivo apodo—. La verdad es que todavía no tengo pareja, pero es porque no he elegido entre tantas propuestas que he tenido —señaló. Carcajeó sin humor y lanzó el cabello por encima de su hombro, preparándose para lo que diría a continuación.
»Y aun si no tuviera de dónde elegir —murmuró mientras daba un paso más cerca de él—, créeme cuando te digo que no iría con un alguien tan gordo, ñoño y grasoso como tú. Tú y yo somos de niveles muy diferentes —le dio una mirada despectiva y Owen solo deseó desaparecer al ver que la gente se empezaba a congregar en el pasillo para enterarse de lo que pasaba—. Hazle un favor al mundo y piérdete, ¿sí? Nadie quiere ver tu asquerosa cara.
Las risas de todos los que estaban en el pasillo se hicieron cada vez más fuertes al decir Kara estas últimas palabras y girar sobre sus talones para dejar al muchacho absorbiendo aquellas hirientes palabras. Su cabeza comenzaba a girar y sentía que iba a vomitar en cualquier momento. Se sentía incómodo, herido…, humillado.
—¡Piggy!
—Lárgate de aquí, obeso.
—Me das asco, Owen.
Las burlas se volvieron cada vez más estridentes, al igual que los insultos, y por un minuto imaginó que las paredes se comprimían a su alrededor; deseó que la tierra bajo sus pies se abriera para tragárselo y ahorrarle aquella horrible situación en la que se encontraba. Su visión estaba empezando a oscurecerse, comenzaba a entrar en pánico, así que salió corriendo de ahí; se abrió paso entre la gente a empujones antes de desmayarse o vomitar frente a todos; no necesitaban más razones para hacerle burla y él no quería proporcionárselas.
Corrió sin parar hasta llegar al gimnasio, el cual sabía que se encontraba desocupado en ese momento, y se escondió tras las gradas que se encontraban allí. Se hizo un ovillo en una esquina del aula y trató de relajarse, pero era casi imposible. Respiró profundamente una y otra vez, liberando el aire poco a poco. Sintió cómo una lágrima se derramaba por su mejilla por la humillación pública que acababa de sufrir y la limpió con rapidez sintiéndose furioso consigo mismo por ser tan débil.
Kara podía ser la niña más bonita que hubiera visto en su vida, pero tenía un alma podrida. Lo que había hecho solo era capaz de hacerlo una persona sin vida, sin corazón. Lo confirmó durante todo ese año siguiente, cuando la pelinegra continuó humillándolo y haciéndolo menos frente a sus demás compañeros. ¿Y todo por haberse atrevido a invitarla al baile?
La chica logró con su actitud que aquel enamoramiento desapareciera y en su lugar surgiera el desprecio. Kara tomó el cariño que Owen sentía por ella y lo convirtió en odio, transformó la admiración en rencor, la atracción en repulsión… y él se dijo que eso no se iba a quedar así. Algún día obtendría su venganza.
Algún día, Kara Rosseau pagaría con creces todo el sufrimiento que le había hecho pasar.
1
Kara
La vida siempre encuentra la manera de hacerte pagar el daño que haces a los demás. Puedes llamarlo karma si quieres, yo todavía no sé cómo decirle, pero sé que existe. Una fuerza invisible que te devuelve todo lo que haces en esta vida. Comprobé su existencia de la peor manera. Hice tanto mal… y la vida se encargó de devolverme todo con creces.
Newton tenía tanta razón al decir que cada acción tiene su reacción. Cada acto tiene su consecuencia, cada suceso tiene su resultado... En esta vida cosechas lo que siembras.
Habían pasado años desde que había encontrado placer al humillar a los demás, pero yo seguía pagando por todo aquello. ¿Que si me arrepentía de lo que hice? Por supuesto. No tuvieron que pasar años para que el arrepentimiento llegara. Bastaban un par de segundos tras ver la humillación pública de los chicos que torturaba para sentirme como una escoria. Había estado buscando hacer ver a los demás miserables para no ser la única sintiéndose así, pero al final siempre me encontraba peor. Ver en sus ojos cómo se desmoronaban por dentro… Yo mantenía mis paredes arriba y traía abajo las de los demás con unas cuantas palabras.
Por mucho tiempo mantuve la esperanza de que alguien dijera algo, que no se dejara hacer por mí y me plantara cara, que me hiciera pagar por la degradación que llevaba a cabo, pero nadie se había atrevido.
Yo era la abeja reina en aquel lugar. Yo mandaba. Era mi reino y los demás mis súbditos. Era admirada por muchos y odiada por más. No era raro que nadie se atreviera a ir en mi contra, puesto que era peligroso nadar contracorriente; si te atrevías a ser diferente, era como si pintaras un blanco sobre tu frente deseoso de ser atacado.
Los adolescentes podíamos llegar ser crueles, sobre todo si sentíamos que no teníamos nada que perder.
Como yo.
~~~
Coloqué las manos a los lados del lavabo del baño y miré el reflejo que me devolvía el espejo frente a mí.
Azul. Mis ojos eran de un color azul oscuro, pero ese día en especial me recordaban al color del mar en medio de una tormenta; profundos y sombríos, como si miles de secretos se ocultaran debajo de la superficie, secretos que muy pocos —por no decir nadie— conocían.
Reí sin humor cuando este pensamiento ridículo llegó a mi mente. A veces, en mis peores días, podía ser bastante dramática. El color de mis ojos no tenía nada qué ver con lo que sentía ese día en especial, pero combinaba a la perfección con mis emociones.
Había despertado muy temprano debido a una pesadilla que me había dejado temblando y el amargo sabor de boca que tenía no se fue ni siquiera después de haberme tomado mi café. Había imaginado que aquellos horribles sueños habían quedado atrás, pero me di cuenta del gran error que cometí al pensar aquello.
Noté las bolsas oscuras debajo de mis ojos y agradecí que existiera el maquillaje y Photoshop, de otra manera las fotos de la sesión que acababa de terminar no hubieran servido de nada. Buscaban a una chica guapa y llena de vitalidad, no a una que pareciera enferma; estado que yo aparentaba.
Dejé escapar un suspiro cansado y me incorporé para lavarme las manos antes de empezar a maquillarme. Las sequé por encima de mi blusa y traté de ignorar lo mucho que estaban comenzando a marcarse mis costillas debajo de la ropa. Tomé una gran cantidad de corrector en la yema de mis dedos y lo apliqué de tal manera que disimulara las sombras causadas por el poco sueño que estaba teniendo esos últimos días. Me pinté los labios de un color vino, apliqué algo de rímel y, enderezando mis hombros, planté una sonrisa en mi rostro.
No iba a dejar que nadie viera lo débil que me sentía y tratara de aprovecharse de ello. Si algo no había cambiado con el tiempo, era que seguía siendo muy orgullosa.
Una llamada entrante hizo vibrar mi celular contra la superficie del lavabo y sonreí al darme cuenta de que era Reil, fotógrafo de la agencia y gran amigo mío, por no decir el —único— mejor.
—Ya voy, ya casi termino —contesté. El murmullo de voces al otro lado me dijo que aún seguía en el edificio.
—Bien, te espero en mi auto entonces.
Colgó sin darme la oportunidad de estar de acuerdo y no pude hacer más que apresurarme. Tomé mi pequeño bolso sobre el mostrador, guardé mi maquillaje y salí del baño de los vestuarios con rumbo al estacionamiento. A pesar de que no me sentía de buen humor, caminé con los hombros rectos y el mentón ligeramente alzado. No me importaban los murmullos de las demás modelos diciendo lo zorra que yo era; por ahí había salido el rumor de que me había acostado con solo Dios sabe cuánta gente para ser la imagen de aquel producto tan vendido, pero no le tomaba importancia.
Ser bonita y buena en lo que hacía no parecían ser suficientes razones ante sus ojos para merecer aquello. Creían que tenía que escalar aprovechándome de los demás y no me sorprendía. Por mucho tiempo había sido así. Humillando a la gente, pisando y pasando sobre ellos. Pero esta vez no. El trabajo tan codiciado por las demás lo había obtenido yo con mis méritos y el portafolio que Reil me había ayudado a armar.
Coloqué unos lentes oscuros sobre mi rostro una vez que salí del edificio y caminé con paso decidido hacia su auto, no sin pasar por alto las miradas que me lanzaban los demás; miradas llenas de deseo y odio, tanto de hombres como mujeres.
Sonreí. A pesar de todo me gustaba seguir siendo capaz de despertar esas emociones tan fuertes en los demás. Me gustaba sentirme importante.
Encontré a Reil apoyado sobre la puerta de su coche hablando con una rubia alta y flaca, una de las modelos con las que de vez en cuando él hacía sesiones. Cuando sus ojos ocultos tras las gafas de sol me vislumbraron, una sonrisa torcida apareció en sus labios.
—Nos vemos luego, Lena —escuché que decía a la rubia antes de separarse de la puerta y encaminarse hacia mí. Quitó sus gafas colocándolas en la cima de su cabeza y me encontró a medio camino, sus ojos analizando mi aspecto—. Te ves muy flaca, Ross —señaló frunciendo el ceño, haciendo alusión a mi apellido—. ¿No has estado comiendo bien?
Me quité las gafas y sonreí cínica.
—Igual que siempre —respondí.
—Eso significa que no.
Señaló con un movimiento de su cabeza la cafetería que estaba cruzando la calle, lugar donde me tocaba trabajar entre semana también, y asentí entendiendo lo que quería decir. Caminamos en silencio la corta distancia hasta llegar al pequeño edificio y buscamos una mesa desocupada cuando estuvimos dentro del local. Una vez que hayamos una, su mano acunó mi codo para dirigirme entre la larga y espesa fila de gente que esperaba que la atendieran.
Debía comenzar a pensar en trabajar los fines de semana también, seguro tendría más propinas y el dinero extra no me vendría mal.
—Entonces... —tomamos asiento y lo vi arquear las cejas, sonriendo—. Te tengo algunas sorpresas —informó. No pude evitar dar un respingo, asombrada.
—¿Ah, sí?
—Así es. Por eso quería verte —sacó un sobre y una pequeña tarjeta que tendió en la superficie frente a mí—. Hablé con mi casero y resulta ser que el apartamento a mi lado está vacío. La renta es bimensual, más barata que la tuya y al parecer el lugar está amueblado.
Recordé la conversación que habíamos tenido unos días antes, donde le contaba que me estaba costando ponerme al día con la renta, que había subido los meses anteriores. Entre la inscripción a la universidad y los víveres de la semana, contando que no había recibido mi paga de la agencia, me las había visto muy difícil para hacer rendir el dinero.
Miré con agradecimiento el sobre que empujó hacia mí y aplané mis labios sin poder encontrar algo bueno para decir.
—Gracias —susurré.
—No es nada. Esto —continuó señalando la tarjeta— es una membresía del gimnasio al que va mi amigo. Está muy completo, incluso tiene piscina y está pagado por los próximos seis meses para que no te preocupes por nada.
Durante una de las sesiones, alguien había mencionado que me faltaba un poco de tonificación en piernas y abdomen. Reil había estado ahí cuando las palabras malintencionadas hicieron eco en el estudio y no me sorprendía el que me hubiera ayudado con esto también.
Elevé mi mirada a la suya y me mostró una de sus sonrisas de medio lado. Tragué saliva con dificultad. Las palabras se me habían atascado en la garganta. Reil siempre estaba ayudándome y yo no sabía cómo devolverle todo aquello que hacía por mí.
—Reil, gracias. Yo... —guardé silencio. No sabía qué decir.
Su sonrisa se ensanchó al interpretar mi silencio y estiró el brazo sobre la mesa para tomar mi mano.
—No es nada, Ross.
Acarició mis nudillos con su pulgar y sonreí enternecida. Él siempre decía que no era nada, pero en verdad era todo para mí. Después de aquello nos pusimos al día. Pedimos algo para comer, hicimos bromas y me contó acerca de la boda fuera del país para la que lo habían contratado ese fin de semana.
—¿Entonces supongo que llevaré la mudanza yo sola? —cuestioné. Arrugué la nariz y el semblante de mi amigo cayó con culpabilidad.
—Lo siento. Sabes que si pudiera…
Lo corté elevando la mano y reí. Me ayudaba en todo lo que podía, ¿y se sentía culpable por eso?
—Era broma. No importa, además sabes que no tengo muchas cosas para mover.
Sus hombros se relajaron visiblemente y una tierna sonrisa partió sus labios. Miró la hora que señalaba el reloj en la pared tras de mí y soltó una maldición. Se puso de pie.
—Debo irme, mi vuelo sale en unas horas y no he terminado de empacar.
Dejó algunos dólares sobre la mesa para pagar su ensalada y el sándwich que yo había pedido, entonces se acercó a besar mi mejilla.
—¿Te vas todo el fin de semana?
—Sí. Probablemente me quede más tiempo a dar la vuelta en España o algo. Te traeré un recuerdo.
—Cuídate —pedí.
—Y tú. El lunes empiezas la universidad, ¿no? —asentí sonriendo nerviosa y él revolvió mi pelo—. Mucha suerte entonces. Con la mudanza y la universidad —le dio un pequeño golpe a mi nariz con su dedo—. Te visitaré cuando vuelva. Hasta haremos fiesta de inauguración en tu piso.
Puse los ojos en blanco al ver que su sonrisa se ampliaba. Era tan típico de él querer hacer una fiesta por cualquier razón.
Volvió a acercarse para depositar un beso en mi frente y entonces se marchó. Yo solté un suspiro. En un par de días volvía a la escuela… y no sabía si estaba lista para ello.
«Esta vez será diferente», me dije.
Esperaba con todo el corazón que así fuera; que las cosas fueran mejor.
2
Owen
La puerta del apartamento se abrió y Reil entró apresurado al piso. Se palpaba los bolsillos y murmuraba entre dientes alterado y apresurado.
No pude evitar reír. Cada vez que tenía que salir de viaje era lo mismo. Daba vueltas por todo el apartamento con una expresión de concentración en el rostro, como pensando y repasando que todo estuviera en orden, mascullando entre dientes e ignorando a quien estuviera en la misma habitación.
Tomando el control remoto, silencié el programa que estaba viendo y clavé mis ojos en él, quien ahora estaba repitiendo en voz alta lo que debía hacer; una manía suya.
—¿A qué hora sale tu vuelo? —inquirí. Mi amigo parpadeó al escucharme, como si no se hubiera percatado de mi presencia ahí hasta que hablé.
—En… —miró la hora en su celular y maldijo entre dientes—. En poco más de una hora y media, y debo estar en el aeropuerto una hora antes.
Lo vi cruzar el pasillo a grandes zancadas y cerrar su habitación de un portazo. Reil podía ponerse de mal humor cuando las cosas no iban como quería. Volví mi atención a la televisión, sabiendo que no podía hacer nada por él, y comencé a pensar en la semana que me esperaba en un par de días. No era lo que había estado buscando cuando me gradué, pero había sido una gran propuesta y no pude rechazarla. No todos tenían un trabajo bien remunerado haciendo lo que habían estado estudiando justo después de graduarse. Se podía decir que yo era afortunado.
Algunos minutos después, Reil salió de su cuarto mientras hablaba con alguien por teléfono, arrastrando una maleta tras de sí y con una mochila colgando del hombro.
—Ahora sí, me voy —informó cuando cortó la llamada—. No espero durar más de diez días, así que estaré de vuelta para pagar mi parte del alquiler.
—Sabes que no me importa pagarlo completo —dije encogiéndome de hombros, y no mentía al decirlo.
Yo lo había estado pagando por mí mismo antes de conocer a Reil, durante la universidad. Cuando lo conocí por medio de una compañera, él estaba desempleado y acababa de llegar a la ciudad; no tenía dónde quedarse así que no dudé en ofrecerle la habitación extra. Él aceptó agradecido... y el resto es historia.
Él consiguió un empleo poco después en una agencia de modelaje, así que comenzó a ayudar con los gastos necesarios para el departamento; de repente su arte —así lo llamaba él— se hizo bastante reconocido, por lo que debía ir de aquí para allá a hacer uno que otro trabajo. El dinero ya no era un problema para Reil, y solía decir que había sido gracias a que le eché una mano cuando más lo había necesitado.
Revisó algo en su celular y asintió haciendo una mueca. Dudaba de que me estuviera prestando atención en ese momento, pero me sorprendí al darme cuenta de que sí lo hacía.
—Sí, lo sé, pero ese no fue el acuerdo al que llegamos —guardó su teléfono en el bolsillo de su pantalón y clavó sus ojos en el televisor—. El lunes empiezas a dar clases, ¿no?
—Ajá.
—Buena suerte entonces. Trata de no ligarte a ninguna estudiante —se rio de su propio chiste y sacudí la cabeza reprimiendo una sonrisa—. Oh, por cierto, Ross se muda a nuestro edificio. ¿Le echas un ojo por mí?
—¿Tu dizque amiga? —pregunté burlón.
Reil solía decir que esa chica era solo una amiga, pero yo lo conocía bien. Él no se interesaba en cualquiera ni ayudaba a nadie que no le proporcionara algún beneficio a cambio. Estaba casi completamente seguro de que era su amiga con derechos, pero él se empeñaba en negarlo una y otra vez.
Su semblante se volvió serio al escuchar mi burla y supe que venía uno de sus discursos a continuación.
—Con ella no es así —murmuró—, ella es…
—Especial. Diferente y todo eso. Sí, ya lo he oído antes —la divertida incredulidad en mi tono era bastante notoria.
—Me creas o no, así es —acomodó el tirante de la mochila sobre su hombro y abrió la puerta. Parecía molesto, protector tal vez—. Ha pasado por mucho y necesita amigos. ¿Me harías el favor de presentarte si la ves este fin de semana? No te matará saludarla y echarle una mano con su mudanza si ves que la necesita.
Hice una mueca por su petición y suspiré pasando una mano por mi mandíbula.
—Este fin de semana no estaré —confesé. Había quedado en que ayudaría a mi hermana a planear una sorpresa para nuestros padres por sus bodas de plata.
Veinticinco años de casados no los cumplían todas las parejas, y menos en los tiempos que vivíamos, donde los matrimonios eran meros convenios. Ahora el mundo era un lugar donde las relaciones parecían desecharse en vez de ser arregladas, donde las promesas parecían ser insignificantes y fácilmente olvidadas, donde el amor parecía tener fecha de caducidad.
—Ni modo entonces. Igual creo que empieza sus clases el lunes. Capaz y te toca ser su maestro —dijo sonriendo como si supiera un secreto que yo no y lo encontrara divertido.
—Capaz y sí. ¿Cómo dijiste que era?
—Alta, bonita... La reconocerás en cuanto la veas, créeme. Tiene pinta de modelo.
Hizo un movimiento con sus manos, como refiriéndose a un reloj de arena, y sonreí de medio lado. Luego decía y quería hacerme creer que no tenía nada con ella, que no sentía nada más por ella que amistad.
Atracción, por lo menos de su parte, sí había.
—Porque es una —señalé.
—Bueno, sí. Pero ella… ¡Bah! Olvídalo. Te darás cuenta por ti mismo —sacó el celular para checar la hora una vez más y se apresuró a salir—. Maldición, ya se me hizo tarde. ¡Nos vemos!
—¡Suerte! —grité, esperando que hubiera alcanzado a oírme.
Me dejé caer sobre el respaldo del sofá y exhalé cuando la calma se hizo presente en la habitación. A pesar de que Reil era un gran amigo, apreciaba más la soledad y el silencio. Siempre había sido un chico solitario y eso era algo que no había cambiado con el paso de los años, a diferencia de mi apariencia.
Cerré los ojos, disfruté unos minutos de la tranquilidad en casa, y entonces me acordé que debía ir al gimnasio, que desde hacía algunos años se había vuelto parte de mi rutina. Por nada del mundo iba a volver a ser aquel tipo relleno del que todos se mofaban.
En ocasiones sentía que debía agradecer a todos aquellos imbéciles que se burlaban de mí durante la escuela, por darme el empujón que necesitaba para comenzar a cuidarme, pero entonces recordaba lo mal que lo había pasado aquel largo periodo y el agradecimiento moría, aquel pensamiento se marchitaba.
Me puse de pie, atrayendo la portátil que estaba a mi lado en el sillón, y la encendí para ponerme en contacto con Lena. Iría a su departamento a ver los detalles del regalo que quería darle a mamá y papá, pero primero dispondría todo para el lunes y mi inicio como docente.
Estaba convencido de que este nuevo trabajo no era solo un nuevo inicio en mi vida laboral, y esperaba con muchas ansias que la vida me sorprendiera; que le diera un giro inesperado a mi cuadriculada existencia.
3
Kara
Así que ahí estaba yo en mi primer día de clases como universitaria, con los nervios saltando en mi estómago y la emoción picando mi piel. Sentía que iba a devolver todo el contenido de mi estómago, así que era algo bueno el que no hubiera desayunado; de esa manera no corría peligro de quedar en ridículo. ¿Quién iba a decir que me sentiría tan vieja? ¿Tan… fuera de lugar? Cierto, apenas tenía veintitrés años, pero ver a todos los demás luciendo de dieciocho o diecinueve, llenos de vida, algunos sin preocupaciones… me hacía sentir mayor, como si no encajara en aquel sitio.
Caminé deprisa entre la multitud de estudiantes que se reunían con sus amigos para comparar sus horarios, salones y profesores. Me sentía molesta porque dificultaban el paso. ¿Qué acaso no podían irse a un lugar en donde no estorbaran? Sí, bien, debo admitir que había iniciado el día con el pie izquierdo y por eso me encontraba un pelín de mal humor.
Primero que nada, el café se había acabado en mi departamento, lo que significaba un día de mierda. Realmente podía ser un monstruo cuando no obtenía mi dosis diaria.
De cafeína, quiero decir.
En segundo lugar, el cheque que supuestamente me iban a mandar de la agencia el día anterior nunca llegó, lo que significaba esperar un día más para comprar mis útiles. Por ahora tenía un cuaderno reciclado con unas cuantas hojas en blanco y una pluma a la que estaba por acabársele la tinta.
Tercero, no había podido dormir en toda la noche porque mi nueva vecina o vecino había estado toda la noche con la música a todo volumen. ¿Es que no sabía que la gente tenía que madrugar? Pero lo perdoné porque seguramente no estaba informado de que tenía una nueva vecina.
Cuarto y último: a mi auto se le desinfló una llanta cuando venía de camino a la universidad, así que tuve que recorrer el último kilómetro —aproximadamente— caminando con rapidez.
Con mis tacones.
Nuevos.
Sabía que debía haber llevado mis zapatillas deportivas, pero había querido lucir bien el primer día y por eso mis pobres pies estaban pagando las consecuencias. Solo esperaba que no fuera un presagio de cómo me iría el resto del semestre.
Esquivé a las amigas que se abrazaban y a los chicos chocando puños, y me dirigí al salón donde se impartiría mi primera clase. Tomé asiento en uno de los últimos lugares, donde no fuera a llamar la atención, y acomodé mi cuaderno y pequeño bolso en mi regazo, esperando a que llegara mi profesora, la señora Carmichael. Según las referencias que me habían dado de ella, era una de las mejores docentes de la universidad, solo que ya estaba algo mayor y era un poco sorda, o eso me habían dicho, por lo que se desesperaba y perdía los nervios con facilidad.
Saqué un pequeño espejo y comencé a retocarme la pintura de labios. Estaba a punto de terminar cuando todos los estudiantes empezaron a entrar a la habitación deprisa y sin orden. Algunas chicas comenzaron a murmurar y soltar risitas tontas y eso me desubicó un poco.
«Por favor, díganme que yo no era así a su edad».
Hice una mueca arrugando la nariz y sacudí la cabeza. Justo detrás de las chicas susurradoras entró una señora en sus treinta y tantos seguida por un tipo bien parecido vestido con una camisa blanca ajustada y unos pantalones formales negros.
«Bueno, hola, ahí tú».
Cuando giró y dio la espalda a los estudiantes, tomé una gran respiración. ¡Su trasero era algo de otro mundo!
—Buenos días estudiantes de nuevo ingreso —dijo la mujer con voz autoritaria—. Mi nombre es Ria Walker y soy su rectora. He venido para darles la bienvenida y para informarles que la señora Carmichael estará ausente por un par de semanas, y en su lugar impartirá su clase uno de los más recientes, pero brillantes estudiantes graduados —hubo algunos murmullos emocionados por parte de las chicas y me enderecé en mi asiento tratando de ver bien al nuevo maestro—. Si tienen alguna duda, por favor, no duden en comunicarse conmigo. Que tengan buen día.
Y con esto, salió, dejándonos con el nuevo y apetecible profesor.
«Qué hombros, qué espalda…».
Antes de que mis pensamientos pudieran tomar una dirección indebida, empezó a hablar, y aquella voz me pareció tan cautivante como su apariencia.
—Buenas tardes alumnos, mi nombre es Owen Bates y como ya escucharon, estaré supliendo por un tiempo a la señora Carmichael. Voy a impartir la materia de Economía, así que si tienen alguna duda... sobre la materia —recalcó cuando una chica levantó deprisa la mano, seguramente para preguntar si tenía novia—, con mucho gusto las responderé.
Un pequeño ceño de concentración apareció en mi frente. Owen Bates. ¿Por qué se me hacía familiar ese nombre? Y sus ojos también. Sentía que ya los había visto antes en algún lugar.
«Piensa, Kara, piensa».
—Bueno, si no tienen ninguna duda empezaré con el pase de lista. Angus...
—Presente.
No podía sacarme de la cabeza que lo conocía de alguna parte, pero por mi vida que no podía acordarme de dónde. Estudié su postura con curiosidad. Parecía tan dueño de sí mismo y no me sorprendía. Alguien luciendo así era consciente de que tenía el mundo a sus pies.
Lamentablemente así se manejaba la sociedad. La belleza daba cierta sensación de superioridad, de éxito, daba más oportunidades; la buena apariencia abría más puertas. Y aquel hombre era bello a rabiar. La vista clavada con concentración en la hoja frente a él, el ligero escaneo que daba al aula cuando escuchaba las respuestas a su pase de lista, su pose segura, relajada, confiada...
Hasta que ya no. Hasta que de repente su cuerpo se tensó. Sus ojos escanearon entre la multitud en busca de alguien y se detuvieron en mí, su mirada taladrando agujeros en mi cabeza.
«¿Qué?».
Ese tipo parecía odiarme sin razón.
—Rosseau —gruñó. El sonido reverberó por mi columna vertebral, haciendo que mi piel se erizara en respuesta.
Dios, hasta enojado se escuchaba sexi. De repente, viendo sus oscuras cejas enmarcando esos furiosos ojos azules, eléctricos, la comprensión llegó a mí. Esa mirada… yo la conocía.
Mis ojos se abrieron como platos y mi mandíbula casi cayó al piso al recordarlo.
—¿Piggy? —pregunté incrédula en voz alta y chillona, antes de poder refrenar mi lengua. La clase entera estalló en carcajadas y yo me encogí sobre mí misma queriendo desaparecer.
«¿Por qué, oh, por qué tenías que ser tan impulsiva, Kara?».
Su mirada era glacial mientras apretaba la mandíbula y decía entre dientes:
—Señorita Rosseau, la espero en mi oficina después de clases —me lanzó una mirada llena de odio y rencor, luego prosiguió con el pase de lista como si nada.
Solté un suspiro mientras me hundía en mi asiento e intentaba desaparecer por arte de magia.
Genial, la guinda del pastel en mi día de mierda.
~~~
Después de que mi asqueroso primer día en la universidad terminó, me dirigí a dirección para preguntar por la oficina de Owen Bates y me encaminé hacia allá. Vagué con rapidez entre los pasillos poco transitados siguiendo las indicaciones que me habían dado. El resto de las clases que había tenido me las pasé distraída tratando de recordar lo más que pudiera sobre Owen.
Recordaba algo sobre él invitándome al baile de bienvenida en la secundaria, pero después de eso era borroso. Solo recordaba algunos malos ratos, donde él terminaba humillado y yo más vacía que nada.
Dios, yo en definitiva había sido una perra. No me habría sorprendido que él sacara un arma y me disparara en cuanto tomara asiento. Seguro que me odiaba, aunque ya hubieran pasado años desde aquella época. Yo me odiaría. O por lo menos me guardaría rencor. Es que esas cosas no se olvidan con facilidad. Mejor dicho, no se olvidan nunca; uno solo logra superarlo, y a veces ni siquiera eso.
Cuando llegué al lugar indicado, tomé una respiración profunda y toqué la puerta tres veces.
—Adelante.
Abrí la puerta despacito y me asomé para encontrarlo concentrado en los papeles sobre su escritorio, luciendo muy apuesto. Pasé saliva con dificultad y me relamí los labios.
¿Por qué no había lucido así en la secundaria?
—Soy yo —dije en voz baja.
Owen levantó su vista de lo que sea que estuviera revisando y la posó en mí. La mirada concentrada y pensativa que tenía fue reemplazada casi de inmediato por una abiertamente hostil. Y no había dudas de que el sentimiento era dirigido a mí.
—Pase, señorita Rosseau. Tome asiento, por favor —hice lo que me pidió y me senté frente a su escritorio. Viéndolo de cerca lucía aún mejor.
«Dios, ¿por qué permitiste que me burlara de este chico?».
Detuve mi diatriba interior cuando se inclinó hacia atrás para recargarse en su asiento y solo se quedó ahí mirándome, haciéndome sentir nerviosa, expectante por lo que vendría a continuación.
Habría dado mi bubi izquierda por saber lo que estaba pensando en ese momento.
—¿Me reconoces, Kara? —preguntó calmado después de algunos segundos, pero la mirada de odio puro y sin destilar seguía ahí.
—Eh, creo que sí.
—¿Crees? —arqueó una ceja con aire interrogante y relamí mis labios una vez más. No sabía por qué de repente estaban tan secos.
—Sí, no estoy muy segura. Íbamos a la misma secundaria, ¿no?
—Y al mismo bachillerato —completó.
Cruzó sus brazos —muy bonitos, por cierto— sobre su pecho, las mangas de su camisa aferrándose a sus bíceps y poniéndome nerviosa, haciéndome más consciente de lo bien que lucía ahora.
Tragué saliva con dificultad.
—Oh, vaya. Esto es incómodo.
Sacudió su cabeza al escucharme y rio sin humor.
—No creo que te acuerdes de las cosas que me hiciste, ¿cierto, Kara? Siempre fuiste demasiado egoísta como para que te importara si lastimabas a la gente.
Hice una mueca al escucharlo. Estaba totalmente de acuerdo en eso con él. Yo había sido una niña tonta y mimada, la cual solo había querido demostrar ser mejor que los demás.
—Sí, yo... Recuerdo casi todo de hecho. Mira, Owen...
—Profesor Bates, por favor —me interrumpió con un tono de voz prepotente. Su mirada adquirió un brillo divertido cuando me vio apretar la mandíbula.
—Profesor Bates —repetí con lentitud. Tomé una profunda respiración para tratar de calmarme y continué—: solo quiero que sepa lo mucho que lo siento, ¿sí? Era una niña mimada e inmadura que se sentía superior a todos, pero he cambiado, de verdad, y estoy muy arrepentida de las cosas que hice. No me siento orgullosa de cómo era y… lo siento —concluí. Él solo me observó con incredulidad.
—Para ser sincero, lo dudo mucho. ¿Sabe qué es lo que creo? —odiaba que me hablara de manera tan impersonal. Sacudí la cabeza y él continuó—. Creo que solo lo dice porque ahora soy su profesor —negó con la cabeza y chasqueó la lengua—. Tuve un enamoramiento por ti durante algunos años, y otros más los pasé odiándote. Cada día te burlabas de mí y cada día se reforzaba mi idea de que algún día pagarías por todo eso, por lo que me hiciste pasar a mí y a los demás. Y, ¿sabes qué más? —me quedé en silencio esperando a que continuara. Él sonrió—. Creo que ese día ha llegado.
4
Owen
Verla después de tantos años aún no disminuía el impacto que su belleza tenía en mí. Claro, lucía diferente, pero seguía siendo igual de hermosa como siempre. Incluso más, aunque eso no quería decir que su alma no siguiera siendo tan sucia y asquerosa como lo había sido en la escuela.
Cuando había visto su nombre en la lista fue... Dios, fue extraño. El aire se había atorado en mi garganta y mis músculos se tensaron por instinto, como si estuviera preparándome para atacar. Y no había estado tan lejos de la realidad.
Había imaginado mucho tiempo cómo sería cuando volviera a ver a esos ojos. Tan azules como los míos, pero mucho más oscuros, fríos y desprovistos de compasión. Imaginé todo lo que le diría, lo que le haría —porque no me conformaría solo con palabras—, pero nada me preparó para encontrarme con sus ojos abiertos con sorpresa.
Parecía tan... inocente ahí sentada, como si no matara ni una mosca, cuando la verdad era todo lo contrario. Su cabello antes largo, ahora se encontraba apenas por debajo de su mandíbula, casi rozando sus hombros. Su rostro parecía más delgado y algo en sus ojos había cambiado también.
El brillo malicioso en ellos se había ido, pero suponía que solo había perfeccionado su técnica para disimular su maldad. Ella era buena en eso. Maldición, ¿por qué tenía que seguirme afectando así? ¡Habían pasado muchos años, por el amor de Dios, tenía que superarlo! Pero no. Solo había bastado verla entrar a mi cubículo, con las caderas moviéndose de lado a lado y ese pequeño salto que daba con cada paso, para recordar por qué Kara Rosseau me había tenido en la palma de su mano.
Viéndola ahí frente a mí luciendo asustada y confundida, me encontraba dividido entre gritarle o dejar que mi mente desarrollara poco sanas fantasías con ella. Tenía que admitir que a veces me había preguntado cómo lucía en la actualidad, y ahora lo sabía. Igual que siempre, pero más alta. Su presencia impactaba más.
Entraba a un lugar y sentía como si el aire fuera aspirado de la habitación. La visión de su rostro me dejaba noqueado, como siempre había sido en el pasado. Kara no era solo una mujer bonita; tenía una presencia que demandaba atención y un porte elegante y al mismo tiempo sensual. Siempre lo había tenido, pero el tiempo solo había logrado acentuar todas sus buenas características físicas.
Observé con placer cómo empezaba a retorcerse incómoda en su asiento bajo mi escrutinio y supuse que fue porque me había quedado viéndola mucho tiempo. Sonreí de medio lado con arrogancia.
Me había tomado años de dieta y ejercicio para poder lucir así, y sabía que ahora lucía muy bien. La cantidad de atención femenina que había tenido en ese periodo de tiempo era una prueba de ello.
—Mira, quisiera poder arreglar esto —murmuró—. No quiero que lo que pasó se interponga en nuestra relación maestro-alumna. Solo... perdóname, ¿sí? De verdad, lo siento muchísimo. No te imaginas cuánto —se apresuró a decir.
Suspiró y acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja. Sus ojos azules se clavaron en los míos viéndose tristes, pero no le creí. No me fie de lo que veía.
¿Sería verdad que había cambiado? Por el bien de todos, eso esperaba.
—Mira, Kara. No creo que pueda perdonarte tan fácil. Todas tus malas decisiones me han afectado durante mucho tiempo, y el rencor no desaparece así de repente. Dame tiempo, trataré no tomarla contra ti en clase. Sé separar el aspecto personal y profesional —miré dentro de sus ojos para ver si estaba comprendiendo—. Y por lo que más quieras, no vuelvas a decir ese apodo frente a la clase. Me debes respeto como tu profesor —quise sonreír cuando estrechó sus ojos hacia mí, pero lo disimulé—. ¿Entendido?
Lamió sus labios y mi mirada cayó directamente a su boca. Debía dejar de hacer eso.
—Sí, Owe... Profesor —se corrigió cuando le lancé una mirada de advertencia. Bueno, ahora que todo había quedado claro, solo tenía una pregunta más por hacer.
—Y a todo esto, ¿qué haces en primer semestre? Se supone que tu generación debió haberse graduado el año pasado, ¿no? ¿Reprobaste? —quise saber.
Parpadeó varias veces, aturdida. La había tomado con la guardia baja, pero no le tomó mucho tiempo recuperarse. Se enderezó y me observó con unos ojos fríos a los que estaba acostumbrado.
—Tuve que esperar un tiempo para poder trabajar y así conseguir el dinero para pagar mis estudios. Trabajé estos últimos años, ahorré bastante y hasta hace poco tuve la cantidad suficiente para inscribirme —dijo con voz endurecida.
Me quedé en silencio un momento y fruncí el ceño al recordar las veces que Kara había llegado con sus amigas a presumir el último teléfono móvil que le habían regalado o su costosa ropa de marca. Todo el mundo había sabido que Kara Rosseau nadaba en billetes.
Tomando valor, me atreví a cuestionarle ese dato.
—Bueno, si no mal recuerdo, tu familia era adinerada —dije tentativamente, tratando de no molestarla mucho. Ella se encogió de hombros, despreocupada, y luego desvió su mirada a un punto en la pared a su lado.
—Digamos que ellos no quisieron apoyarme para continuar con mis estudios —abrí los ojos sorprendido por la información—. Ahora, si eso es todo, tengo que ir a terminar de organizar mi departamento.
Asentí aturdido por la información que acababa de brindarme y no pensé demasiado en la última oración que escapó de sus labios.
—Ah, sí, claro. Nos vemos luego, Kara.
—Adiós, profesor Bates.
Puse los ojos en blanco y entonces la observé ponerse de pie y marcharse. Cerré los ojos y froté mi frente una vez que ya no escuchaba sus pasos alejándose. Después de haber hablado con ella me sentía exhausto.
Suspiré.
Ese semestre iba a ser más difícil de lo que había imaginado.
~~~
Ya eran más de las ocho cuando estacioné mi auto frente al edificio de departamentos en donde había estado viviendo los últimos cuatro años, desde que me gradué de la preparatoria.
Mis padres no habían podido pagarme los estudios y tuve que solicitar una beca, además de tener dos empleos y solicitar un préstamo a la universidad. Había sido bastante difícil el poder mantenerme y estudiar, pero lo había logrado y ahora vivía bien. No rodeado de lujos, pero sí estable, sin deudas, y era lo único que podía pedir.
Me estacioné al lado de un pequeño carro blanco que no reconocía de antes. Bajé, puse la alarma de mi auto y luego subí al segundo piso. Pasé frente a dos departamentos vacíos antes de detenerme en la última puerta —la mía— y abrirla.
Me quité la camisa y los pantalones y subí la música a todo volumen para que ahogara mis pensamientos y preocupaciones. Empecé a limpiar el desastre que tenía, ya que Reil no lo había hecho antes de irse. Recordé lo que me había dicho de su amiga Ross, que se iba a mudar a nuestro mismo edificio, pero no vi nada nuevo así que imaginé que todavía no había empezado su mudanza o que había cambiado de opinión.
Una vez que terminé de limpiar, fui a tomar una ducha refrescante. Ese día había sido duro y merecía un tiempo para mí solo en la ducha. Me habría gustado ir al gimnasio a liberar un poco de estrés, pero me sentía demasiado cansado. Mejor lo repondría al día siguiente.
Cuando salí, me envolví en una toalla verde antes de ir a la cocina a prepararme algo de comer. Un sándwich estaría bien. Acababa de sacar los ingredientes cuando una canción se acabó y en el corto periodo de silencio entre una canción y otra escuché que tocaban la puerta con fuerza. Fruncí el ceño preguntándome quién podría ser, fui a apagar la música y me dirigí a atender a quien se encontrara fuera.
Abrí la puerta de un tirón y me congelé al ver quién estaba del otro lado.
—Tiene que ser una broma.
5
Kara
Llegar al departamento y relajarme en un baño de burbujas era lo único bueno que podía sacar de este asqueroso día. Hasta que la música empezó.
¿Otra vez, en serio? Bufé incrédula. ¿Qué una chica no podía tener un tiempo relajante en silencio?
Tomé los audífonos y el iPod que había dejado descansando en la orilla de la tina y los coloqué en mis oídos. Ain’t it fun deParamore empezó a sonar y yo me hundí más en el agua con cuidado de que no se fuera a mojar nada por fuera de la bañera.
Aún se escuchaba la canción del departamento contiguo, pero la mayor parte del ruido era amortiguada por mi propia música. Hasta que una canción —si es que se le podía llamar así— casi tumbó mis paredes.
Hammer smashed face era tan ruidosa y molesta. Quiero decir, me gustaba la música pesada, pero solo cuando me ejercitaba, no a todo volumen al final de un día tan estresante. Me levanté furiosa y grité con frustración. Me puse la ropa que usaba para dormir, sin importarme el que el agua siguiera chorreando por mi cuerpo, antes de salir del departamento y empezar a aporrear la puerta por donde salía la molesta música.
Mi corto cabello negro ya había empapado mi blusa por completo, pero yo me hallaba tan enojada que lo ignoré. Solo quería que apagaran la maldita música.
Estaba empezando a darme una migraña —seguramente por haberme saltado el desayuno y la comida— y lo que menos quería era seguir escuchando aquella estruendosa canción. Volví a golpear la puerta. Con cada segundo que transcurría sin que atendieran, mi molestia crecía.
Recargué mis brazos en el marco de la puerta y tomé profundas respiraciones para calmarme un poco antes de hacer algo loco, como tumbar la puerta yo misma. Mi fuerte carácter no podía salir justo ahora. Me había tomado mucho tiempo poder controlarme, pero tener un día de mierda coronado por un ruidoso vecino de mierda era el colmo.
No sé cuánto tiempo estuve con el rostro bajo y los ojos cerrados tratando de aligerar mi dolor de cabeza, pero sentí cuando abrieron la puerta.
—Tiene que ser una broma —murmuró una voz conocida. Elevé mi mirada y me topé con un muy bonito pecho desnudo. Mi mirada viajó más abajo sin poder evitarlo. Tragué saliva.
Elevé mis ojos con lentitud, barriendo todo su cuerpo en el proceso, notando que mi vecino solo tenía puesta una toalla alrededor de sus caderas.
¿Ese bulto era normal o era que estaba feliz de verme?
Cuando mis ojos se engancharon con unos ojos azul eléctrico, gimoteé lastimera.
—Esto es una broma de muy mal gusto.
—¿Tú eres Ross? —quiso saber, incrédulo. Mis ojos se abrieron aún más si era posible al escuchar su pregunta. Ese apodo... Dios, no. Solo había una persona en el mundo que me decía así a mí y no quería creer que...
—¿Eres el compañero de Reil? —observé su mandíbula apretarse y gemí afligida al comprobar mis sospechas—. Dios, ¿qué te he hecho? —pregunté mirando hacia el techo.
Un fuerte portazo me hizo dar un salto en mi lugar y apreté la mandíbula al encontrarme frente a una oscura superficie de madera.
¿Me acababa de dejar afuera? ¿Solo así? ¿Acababa de cerrarme la puerta en las narices?
«Ah, no».
Abrí la puerta sin permiso y pasé escaneando los alrededores.
—¿Dónde estás? —grité por encima de la música. Esa vez no iba a salirse con la suya.
—¡Kara, maldita sea! ¡Sal de mi departamento, ahora! —alcancé a escuchar desde otra habitación.
Me encaminé hacia el sonido de su voz pisoteando fuerte. Parecía una niña haciendo una rabieta, pero no me importaba. Él no me iba a amargar la estadía en el nuevo departamento.
—No hasta que me escuches —repliqué cruzando los brazos sobre mi pecho. Cuando salió de nuevo a la sala de estar, ya estaba vestido con unos jeans desgastados y apenas se estaba poniendo una camiseta blanca, dejándome ver por última vez su cuerpo delgado. Apenas alcancé a reaccionar cuando me lanzó una camiseta negra y asintió hacia mí.
—Póntela, se te ve todo —dijo con un gruñido. Fruncí el ceño y bajé la vista a mi pecho. Sentí mi cara calentarse cuando me di cuenta de que era cierto.
Mi blusa era blanca. Se había empapado por no secar mi cuerpo antes de ponérmela. No llevaba sostén.
Está de más decir que fue una mala idea salir así.
Cuando me la coloqué, me sentí más confiada; menos vulnerable. Su mirada se encontró con la mía y observé su mandíbula tensa.
—¿Qué quieres? —preguntó molesto. Yo reí. ¿De verdad no sabía? Porque era más que obvio para mí.
Le lancé una mirada molesta y elevé mis manos al cielo.
—¿Es que no puedes escuchar música como la gente normal?
—No —contestó cortante. Apreté mis muelas ante su respuesta y estallé.
—¡¿Es que acaso estás sordo?! —hizo una mueca y se tapó un oído.
—Eh, baja la voz. Me vas a reventar un tímpano —se quejó.
Eso era el colmo. Sacudí la cabeza al tiempo que dejaba escapar una risa áspera y seca, sin humor.
—¿Que te voy a reventar un tímpano? Estás loco, Bates.
—Profesor...
—No —lo interrumpí—. Aquí, justo ahora, solo eres el imbécil de mi vecino. En clase te trataré de lejos y con respeto, pero aquí —hice énfasis en la palabra—, no. Y menos si insistes en no dejarme dormir con tu música ruidosa.
Sus ojos se desviaron por encima de mi cabeza y luego me miró divertido.
—Apenas serán las nueve. ¿Desde cuándo duermes tan temprano?
—Ugh, cállate, idiota, y solo bájale a la música. O juro que iré por el casero.
—A mí no me amenaces, Rosseau, que puedo hacerte muy difíciles las cosas. Tanto aquí como en la universidad. Esta vez yo soy el influyente y tú eres... nadie —dijo con una mueca de desprecio mirándome de los pies a la cabeza.
Mi temperamento empezó a hervir dentro de mí y temí explotar.
¿Pero quién demonios se creía que era? ¿No se había jactado tan solo horas atrás de ser lo suficientemente maduro como para separar su vida personal y la profesional?
—¡Ya te pedí perdón! ¿Qué más quieres que haga? No puedo cambiar el pasado. Si pudiera... —sentí un nudo formarse en mi garganta.
Si hubiera tenido el poder de cambiar todo lo que hice, lo habría hecho sin dudar. Había estado bajo mucha presión desde que mi familia me había dado la espalda, desde que Beck se había marchado, y sentía que en cualquier momento podía derrumbarme. Mordí mi labio con fuerza hasta saborear la sangre y eso me calmó. No le iba a dar el placer de dejarlo verme llorar.
—Uno recoge lo que siembra, Kara. Si siembras tormentas...
«Cosechas tempestades».
Ah, maldita sea. Lo sabía, no tenía que recordármelo. Lo sabía mejor que nadie. Agaché mi cabeza antes de soltarme llorando y asentí.
—Lo sé, lo siento. Solo... no le subas mucho a la música, ¿sí? Hoy tuve un día horrible y... —me interrumpí. ¿Por qué le estaba contando eso? A él no le interesaba mi vida—. Solo... baja el volumen —pedí en un murmullo.
Y aún con la cabeza gacha salí de su departamento, cerrando la puerta con suavidad tras de mí. Entré a mi piso, me dirigí a mi habitación y me hice un ovillo en el colchón sin comer nada antes. Una vez que cerré los ojos, los recuerdos empezaron a inundar mi cabeza y las lágrimas mis ojos.
«Hija, eres demasiado hermosa como para ser inteligente. No desperdicies tu tiempo tratando de ser algo que no eres.
»¿Piensas desperdiciar tu aspecto sentada tras un escritorio? Nadie te va a tomar en serio.
»La única manera en la que te vaya bien en los estudios es si te acuestas con tus profesores, hija. Tú y yo sabemos que no tienes la capacidad intelectual para conseguir una carrera.
»Tu destino debería ser el mismo que el mío. Solo ser una esposa bonita que cuida a sus hijos. No necesitas una carrera. Puedes conseguir a un hombre con dinero.
»Si tan decidida estás a estudiar, entonces hazlo. Pero no cuentes con nosotros, que ya te lo hemos advertido. Te esperaremos aquí cuando recapacites acerca de tu futuro».
Las molestas palabras de mi madre giraban en mi mente una y otra y otra vez. ¿Por qué no podía ver que era capaz de lograr lo que me propusiera? No era la típica muñeca Barbie descerebrada. Solo porque no hubiera tenido buenas calificaciones en la secundaria y preparatoria no significaba que fuera tonta. Solo había sido demasiado ingenua y egoísta como para pensar que era más importante ser popular, tener novios y ser la reina del baile de graduación.
Era cierto que no entraba a clases y no entregaba tareas, pero no era porque no supiera cómo hacerlas. Lo poco que miraba en las clases, a lo que prestaba atención, se quedaba grabado en mi mente, pero a nadie parecía importarle eso.
Apreté los párpados mientras las lágrimas quemaban detrás de ellos. No iba a llorar más por eso. Tenía que poder demostrar a todos lo equivocados que habían estado conmigo. Yo podía lograr lo que se me propusiera. Pero tener a un profesor que me pusiera las cosas aún más difíciles era un obstáculo que no había previsto. Y no era cualquier profesor, era uno al que había humillado incontables veces en la escuela secundaria... Y al parecer él quería su revancha.
De repente el sueño me envolvió y me hundí en él con el pensamiento de que iba a lograrlo sin importar nada. Iba a demostrar mi valía, así tuviera que pasar por encima de los demás; así tuviera que volver a pasar por encima de Owen Bates.