Siete días juntos - En el corazón de la tormenta - Adriana Herrera - E-Book

Siete días juntos - En el corazón de la tormenta E-Book

Adriana Herrera

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Beschreibung

Siete días juntos Estaba a punto de convertirse en la nueva directora ejecutiva… y su ex era lo único que se interponía en su camino Cuando Esmeralda Sambrano-Peña heredó inesperadamente el imperio audiovisual de su padre, la noticia levantó ampollas. Nadie se sintió más contrariado que Rodrigo Almanzar. Esmeralda sabía que el protegido de su padre, y examante suyo, quería dirigir la empresa. Para empeorar aún más la situación, la pasión renovada entre ellos se hacía más innegable después de cada reunión de medianoche. ¿Demostraría Rodrigo que podía ser el socio perfecto en los negocios y en el placer… o más bien la ruina profesional de Esmeralda? En el corazón de la tormenta Estaba aislada por la nieve con un hombre al que debía resistirse… La directora de reparto Perla Sambrano sabía que Gael Montez era el actor perfecto para su nuevo proyecto. Todo saldría bien si era capaz de olvidar la atracción que había entre ellos y dejaba a un lado su corazón. Los hombres Montez hacían daño a las mujeres a las que amaban. O al menos eso era lo que Gael creía. La única manera de proteger a Perla era mantener su relación estrictamente dentro del ámbito profesional. Sin embargo, una tormenta de nieve los aisló en la casa de él y provocó un milagro de Navidad que ninguno de los dos había planeado…

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Seitenzahl: 399

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 567 - julio 2025

 

© 2021 Adriana Herrera

Siete días juntos

Título original: One Week to Claim It All

 

© 2021 Adriana Herrera

En el corazón de la tormenta

Título original: Just for the Holidays...

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2023

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 979-13-7000-837-6

Índice

 

Créditos

Siete días juntos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Epílogo

 

En el corazón de la tormenta

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Esmeralda Sambrano-Peña se apoyó sobre la puerta del pequeño apartamento que compartía con su madre en Washington Heights y se tomó un instante para recuperar el aliento. Podía escuchar las alegres voces y las risas que provenían del interior y, al imaginarse a su madre y a sus tres tías en su reunión semanal, no pudo reprimir una sonrisa. Sus tías y la predilección de estas por los chismes de vecindario y por los chistes picantes siempre conseguían ponerla de buen humor. Después de un día largo y desilusionante, resultaba muy reconfortante escuchar sus voces.

La sonrisa se le borró de los labios cuando se dio cuenta de que tendría que confesarle a su madre, delante de sus tías, que le habían rechazado su proyecto. Una vez más. Esmeralda suspiró y trató de sobreponerse. En aquella ocasión, el rechazo le había dolido más que en otras ocasiones porque había estado rozándolo con los dedos. El episodio piloto de la serie que llevaba tratando de vender hacía ya dos años había estado a punto de ver la luz. Sin embargo, los productores se habían echado atrás en el último minuto con la excusa de que el tema principal no tenía mucho atractivo comercial. Dejó escapar un suspiro y metió la llave para abrir la puerta.

–¡Hola, mami! –exclamó con voz cansada desde el estrecho recibidor mientras se quitaba los zapatos y colgaba la chaqueta. El apartamento no era grande, pero proporcionaba suficiente espacio para ambas. Dos dormitorios, salón y cocina en Riverside Drive era oro para las inmobiliarias de Nueva York. Puso un gesto de dolor al recordar cómo habían terminado en el apartamento que su madre y ella compartían, a pesar de que ya habían pasado diez años.

–Mija, las tías están aquí –le dijo su madre en voz muy alta, como si Esme estuviera lejos.

Ella entró en el salón y forzó una sonrisa. Encontró a las cuatro mujeres sentadas en el sofá, cada una con una copa de vino en la mano. Como siempre, iban impecablemente vestidas.

–Señoras –dijo Esme mientras saludaba a todas con un beso en la mejilla. Se suponía que debían estar hablando de libros de autoayuda, pero cada semana, la conversación sobre los libros duraba unos treinta minutos y el resto del tiempo se dedicaban a tomar moscatel bien frío y a cotillear sobre las últimas noticias del barrio o de su país de origen, República Dominicana.

–Ya veo que la conversación sobre el libro va muy bien –bromeó mientras se sentaba entre su madre y su tía Rebeca.

–¿Qué te han dicho? –le preguntó Ivelisse.

Esme notó que su madre parecía algo tensa. Su habitual expresión alegre se había vuelto expectante, como si estuviera esperando problemas.

Esme cerró los ojos y sacudió la cabeza. Se sentía derrotada.

–No les interesa.

Inmediatamente, las cuatro pronunciaron palabras de aliento. Su madre le rodeó los hombros con un brazo mientras sus tías la rodeaban para poder demostrarle su cariño y darle ánimos.

–Pues ellos se lo pierden, mija. Algún día esos idiotas se darán cuenta de lo que vales y, cuando lo hagan, será demasiado tarde.

Esme abrió los ojos y vio que su tía Rebeca parecía furiosa. Siempre había sido su admiradora número uno, incluso desde que ella realizaba pequeños vídeos en su teléfono móvil.

–Gracias, tía –respondió Esme con voz cansada. Se sentía muy agradecida por el apoyo, pero estaba demasiado cansada para entrar a explicar las razones de la negativa de los productores–. Bueno, ya está bien de hablar de mí. ¿De qué estabais hablando? ¿Ha ocurrido algo emocionante hoy?

A Esme le sorprendió que no la presionaran para que les contara más detalles de la reunión. Las tres tías miraron a la madre de Esme.

–¿Qué ha pasado, mami?

Ivelisse no respondió inmediatamente. Se inclinó lentamente hacia la mesita de café para tomar un sobre. En ese momento, la energía pareció cambiar. Todas las tías tenían los ojos puestos sobre aquel sobre, como si fuera una bomba a punto de explotar. Esme se fijó en el reloj de oro Cartier que su madre llevaba siempre puesto y que había sido regalo de su padre. Incluso después de todo lo que él le había hecho, aquel reloj era un tesoro para Ivelisse.

–Esto ha llegado hoy para ti, mija –le dijo su madre.

Era del abogado que se ocupaba de los asuntos de su padre. Tomó el sobre que su madre le ofrecía y notó que estaba abierto.

–Mami…

Ivelisse se encogió de hombros, sin tratar siquiera de mostrarse compungida.

–Es mañana, Esmeralda.

No era necesario que su madre lo dijera. Esmeralda ya lo sabía. Sobre el papel, en letras negras muy grandes, aparecían las palabras ÚLTIMO AVISO. Habían pasado ya once meses y veintisiete días desde la muerte de su padre. En ese momento, para sorpresa de su esposa y de sus otros hijos, él había dejado escrito en su testamento que quería que Esmeralda fuera la presidenta y directora ejecutiva del estudio de televisión que él había convertido en un imperio valorado en miles de millones de dólares. Su último deseo había sido dejar a la hija a la que siempre había ignorado en vida al frente de su empresa. Esme no se lo podía creer y había hecho todo lo posible por ignorarlo cuando su madre le mostraba las cartas que habían ido llegando puntualmente cada mes desde la muerte de su padre. Sin embargo, tampoco lo había rechazado, por lo que había llegado el momento de decidirse al respecto.

Patricio Sambrano había empezado poco a poco en los años setenta, produciendo folletines de radio y programas de noticias en español para la comunidad latina que residía en la ciudad de Nueva York. El resultado final fue Sambrano Studios, el primer canal en español de los Estados Unidos. Su padre construyó su imperio de la nada con su genio y su talento. Sin embargo, a pesar de lo inteligente que había sido en los negocios, Patricio había tenido una vida personal complicada y muy poco disciplinada. Esmeralda era el resultado de una de las épocas más caóticas en la vida de Patricio. Tan solo semanas después de comprometerse con la hija de un financiero dominicano, se casó con ella. Fue un movimiento arriesgado que le dio los recursos que necesitaba para poder realizar completamente sus sueños. Fue una sorpresa para todos, en especial para la madre de Esmeralda, que tenía una relación con Patricio desde hacía casi cinco años y que se enteró de la boda cuando lo oyó en el canal de noticias Sambrano. Estaba embarazada de Esmeralda cuando se dio cuenta de que el hombre al que amaba jamás había tenido intención de crear una familia con ella.

Cuando Ivelisse, destrozada por aquella traición, le dijo por fin a Patricio que estaba embarazada, él le prometió que la mantendría económicamente. Sin embargo, afirmó que no podía ejercer de padre de ningún hijo que hubiera nacido fuera del matrimonio. En eso, al menos había sido cumplido su palabra.

Entonces, después de veintinueve años tratando a Esme como si no existiera, Patricio había decidido pasar por alto a su esposa y a sus hijos legítimos para entregarle a ella Sambrano Studios. Como si eso pudiera compensar décadas de ser ignoradas.

A pesar de todo, él le había pagado a Esme la educación que le había proporcionado los cimientos para poder empezar en la industria y obtener la experiencia que necesitaba para dirigir el estudio. No obstante, jamás le había pedido que le diera empleo. Quería demostrarle, como buena hija de su madre que era, que no lo necesitaba. Quería llegar a lo más alto de la industria en la que él reinaba sin su ayuda. Nunca le había pedido ayuda en nada. Nunca le había parecido que él se fijara en ella y, sin embargo, el último deseo de su padre había sido confiarle su legado. Esme podría hacer muchas cosas como presidenta de Sambrano, pero no a riesgo de venderse. Su orgullo valía demasiado.

–Mi amor, ¿en qué estás pensando?

–Mami, esto es una broma. Solo otra manera más que él tiene de ponerme en mi lugar. Su esposa y sus hijos no lo van a tolerar.

Tanto sus tías como su madre comenzaron a chascar la lengua y a sacudir la cabeza. La tía Yocasta habló antes de que la madre de Esme pudiera hacerlo.

–Mi niña, ya sabes que yo nunca he tenido nada bueno que decir de ese cabrón –afirmó Yocasta, que nunca se había mostrado tímida a la hora de expresar su opinión sobre Patricio Sambrano por el modo en el que había tratado a Esme y a su madre–, pero ese baboso no arriesgaría su empresa solo para afirmar su poder. Lo que haría sería pasar por encima de esa bruja con la que se casó y ponerte a ti al mando, pero solo lo haría si pensara que eso es lo mejor para la empresa.

La tía Zenaida, que normalmente no expresaba su opinión tan abiertamente, se unió a sus hermanas.

–Patricio era un hombre implacable en lo que se refería a su negocio –afirmó mientras las otras asentían–. Creo que lo que ha hecho ha sido estar vigilándote –añadió mientras se inclinaba para acariciar uno de los rizos de Esme–. Yo odiaba a ese canalla, que Dios lo tenga en su gloria –añadió mientras las cuatro se persignaban a la vez como si no hubieran estado todas maldiciéndole. Esme se habría reído ante un gesto tan ridículo, pero apenas podía moverse de las emociones que le recorrían el cuerpo.

–Para lo bueno o para lo malo, siempre puso a sus estudios en primer lugar –dijo Zenaida–. Si te ha elegido para ser la presidenta y la directora ejecutiva, es porque pensaba que eras la adecuada para el trabajo.

–Su esposa va a ocuparse de que mi vida sea un infierno –comentó Esme.

–Puede intentarlo, sí, pero tú te vas a enfrentar a ella –afirmó su madre, con una seguridad que Esmeralda hubiera deseado sentir–. Además, tú estarás al mando.

–No sé, mami….

Ivelisse volvió a chascar la lengua y estrechó a Esme con fuerza contra su pecho.

–Que les den. Tú preséntate ahí mañana y reclama lo que es tuyo. Utiliza esta oportunidad para conseguir todo lo que llevas deseando mucho tiempo y que aún no has tenido oportunidad de hacer.

Esme sintió que su pecho se llenaba de esperanza y anhelo ante las palabras de su madre. Ivelisse tenía razón. Llevaba cinco años luchando por lo que más deseaba, esforzándose y fallando para conseguir que sus proyectos despegaran, pero no lo había conseguido porque sus ideas no eran lo suficientemente comerciales. Estaba cansada de ver cómo se le cerraban las puertas porque se negaba a ceder. Como presidenta de Sambrano Studios, podría hacer que su sueño se hiciera realidad y realizar programas que reflejaran todas las facetas de la cultura latina.

Eso si Carmelina no conseguía echarla primero.

–Mami, esa mujer no va a permitir que me quede y yo no quiero hundirme a su nivel.

Ivelisse había sido una madre maravillosa, amable y cariñosa, pero era una luchadora. La mención de su eterna enemiga le encendía el fuego en los ojos.

–Carmelina no sabrá cómo enfrentarse a ti, cielo. Esa mujer no ha trabajado ni un solo día de su vida. Cuando tú entres en ese despacho, inteligente, competente, llena de ideas nuevas, ese consejo no podrá ni reaccionar.

La esperanza fue prendiendo en Esme por la fe que veía en su madre. Sin embargo, había aprendido por las malas que no debía confiar en nada que proviniera de su padre.

–¿Pero no habrán escogido ya a alguien los del consejo? ¿Alguien que no cause los problemas que yo voy a causar?

Ivelisse apartó la mirada. Eso hizo que Esme se alarmara.

–¿Mami? –le preguntó. Entonces, volvió a mirar la carta para buscar lo que su madre no le estaba contando. Cuando llegó al último párrafo, lo comprendió todo. Solo con leer el nombre, sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo. Allí, en blanco y negro, estaba el último empujón que necesitaba para lanzarse a un océano de malas decisiones–. ¿Él? –añadió con voz seca. De reojo, vio que su madre temblaba.

Rodrigo Almanzar, protegido de su padre y durante años la persona que había sido el único vínculo de Esme con Patricio. El hombre al que ella le había entregado su cuerpo y su corazón solo para ver cómo la traicionaba cuando más lo necesitaba. El hombre cuyo nombre aún podía hacerle temblar de deseo y de furia. ¿Cómo era posible que le doliera tanto después de todo ese tiempo?

Se sentía cansada. Cansada de aquella decisión que pendía sobre ella como una espada. Cansada de todos los complicados sentimientos tenía hacia todo lo que tuviera que ver con Sambrano Studios. Cansada especialmente de todo lo que se refería al alto, fuerte y arrogante canalla que probablemente esperaba que ella se dejara llevar por el orgullo y sus experiencias pasadas con Patricio Sambrano y renunciara a todo.

Y así habría sido seguramente si no hubiera sido Rodrigo Almanzar quien hubiera terminado ocupando los puestos que su padre le había cedido. No lo haría por avaricia ni por apaciguar a su madre, sino que lo haría por odio. Rodrigo la había traicionado para poder seguir siendo el perrito faldero de su padre. Por lo tanto, ella aceptaría todo por lo que Rodrigo había sido capaz de vender su alma… precisamente cuando él creía que lo tenía a su alcance.

–En realidad, creo que tienes razón –dijo poniéndose de pie. Sentía el fuego en el estómago que, normalmente, la empujaba a hacer lo que no debía. Las cuatro mujeres la miraron con anticipación–. Llevo años diciendo que, si me dieran la oportunidad, no dudaría en aceptarla. No es precisamente así como había esperado conseguirla, pero, ahora que sé que es mía, no la voy a desperdiciar. Mañana, Sambrano tendrá una nueva presidenta y directora ejecutiva.

Ivelisse miró a Esme con sospecha, probablemente adivinando lo que la había empujado a cambiar de opinión. Por el contrario, la tía Yocasta empezó a aplaudir de alegría.

–¡Ay, Ivelisse! Qué no daría yo por ver la cara de Carmelina cuando Esme entre mañana en esa sala de juntas.

Esme sonrió tímidamente a su tía. Pero ella ya estaba pensando en el otro rostro estupefacto que estaba deseando ver al día siguiente.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

«Es agridulce», pensó Rodrigo Almanzar mientras se colocaba la corbata de Hermès y la chaqueta del traje gris que había encargado para aquel día. Por fin estaba a punto de hacerse con el mando de la empresa para la que llevaba trabajando desde que tenía dieciséis años. Desgraciadamente, aquella no era la manera en la que lo había imaginado.

Le habría gustado que no hubiera tenido que fallecer Patricio para que él se convirtiera en presidente de Sambrano Studios. La pena y los sentimientos encontrados que normalmente evocaba en él su viejo mentor apagaron un poco la anticipación que llevaba sintiendo toda la semana. Patricio había sido más que su mentor. Fue el mejor amigo de su madre y el salvador de su familia. Patricio le había enseñado todo lo que él sabía sobre la industria a la que tanto amaba. Patricio tenía muchas carencias y, a lo largo de los años, las cosas que Rodrigo le había visto hacer bordeaban la crueldad. A pesar de todo, su vínculo con Rodrigo siempre se había mantenido fuerte.

Efectivamente, había existido aquella noche. En el momento en el que Rodrigo había negociado con todo lo que tenía y había conseguido lo que quería… para perderlo todo después.

Sí. A pesar de todo lo que los chismes decían sobre el trato especial que Rodrigo recibía de Patricio, no había sido así. Cuando estaba de mal humor, cualquiera podía convertirse en el objeto de su ira. Sin embargo, Rodrigo había aprendido a manejarlo e incluso cuando sabía que debería haber dimitido, su lealtad le había obligado a seguir trabajando para Sambrano. Y le había apartado de la mujer a la que amaba.

Una noche de los últimos días, Patricio, ya desfigurado por la enfermedad, le había confesado a Rodrigo que él le recordaba a sí mismo. Según él, Rodrigo se había convertido en la clase de hombre que él le habría gustado ser. Los ojos de Patricio al pronunciar aquellas palabras habían estado llenos de afecto y orgullo, el mismo que había mantenido a Rodrigo a su lado a pesar de que no le gustaban las cosas que Patricio hacía.

Esa misma línea de pensamiento lo llevó a la única persona en la que había evitado pensar durante días. Semanas, en realidad, desde que el abogado había realizado el último intento por ponerse en contacto con Esmeralda Sambrano-Peña para preguntarle si iba a honrar el último deseo de su padre para ponerse al frente de Sambrano Studios. Rodrigo no creía en romper las reglas, aunque hubiera una buena razón. Sin embargo, después de casi doce meses en los que Esmeralda ignoró sistemáticamente los requerimientos del abogado, Rodrigo suponía que la actitud de Esmeralda dejaba clara su respuesta. Y Rodrigo, por mucho que quisiera que se le nombrara oficialmente presidente y director ejecutivo, había cumplido con su deber. Nadie podría decir que había manipulado las circunstancias, cuando, en realidad, se había molestado más de lo debido para que Esmeralda pudiera reclamar el puesto.

Después de pelear con Carmelina Sambrano y compañía durante los últimos meses, Rodrigo estaba más que seguro de que tenía todo lo necesario para estar al mando. Esmeralda no tenía el carácter necesario para enfrentarse a esa víbora y a todos los que la apoyaban. La viuda de Patricio estaría esperando a que ella fallara para poder ponerse al mando de lo que había sido el sueño de su marido y venderlo al mejor postor. No. La dulce Esmeralda no estaba a la altura.

Se aclaró la garganta y miró a su alrededor. Las oficinas centrales de Sambrano en Manhattan ocupaban un edificio de estilo art decó que Patricio había restaurado hasta devolverle su esplendor anterior. La sala de juntas era la joya de la corona. Un enorme espacio con vistas a Central Park, decorado con paneles de madera en las paredes. No obstante, la pieza central era la mesa, un mueble de más de cien años a la que se podían sentar veinticuatro personas. Era de roble, con mármol italiano en la parte superior. Resultaba muy ostentosa, pero Patricio la había comprado cuando estaba empezando a arrancar su negocio y lo había hecho como símbolo de la importancia que adquiriría su empresa, un imperio que encajaba perfectamente con la grandiosidad de la mesa. Rodrigo moriría antes de permitir que todo se desperdiciara por la avaricia de la familia de Patricio.

Las suntuosas butacas estaban ocupadas por diez miembros del comité ejecutivo de los estudios, además de Carmelina y de sus dos hijos, Perla y Ónix. A estas no parecía preocuparles en absoluto lo que le ocurría al legado familiar. Perla parecía permanentemente preocupada por sus planes de viaje. En cuanto a Ónix… Solo recordaba que el estudio existía cuando lo necesitaba para conseguir invitaciones a las fiestas de sociedad.

Todos eran unos inútiles, pero no importaba. Rodrigo estaría al mando. Sabía lo que había que hacer. Llevaba años planeándolo meticulosamente. Además, como Esmeralda no iba a presentarse, tenía un obstáculo menos del que ocuparse. Se levantó. De repente, sintió una tremenda urgencia por empezar con la reunión. En teoría, la heredera de Patricio tenía otra hora para reclamar el puesto, pero, cuando llegaran a esa parte de la agenda, ese tiempo ya habría transcurrido.

–Señoras y caballeros –dijo proyectando con fuerza su voz por la sala, hasta el punto de que incluso Perla y Ónix apartaron sus miradas de los teléfonos móviles para prestarle atención–. Gracias por venir hoy aquí. No puedo decir que esto no me resulte agridulce –añadió. Tuvo que detenerse. Una profunda emoción se apoderó de él, impidiéndole hablar–. Patricio era como un padre para mí…

Rodrigo prefirió ignorar el gesto de desdén que Carmelina dejó escapar y siguió hablando.

–Ocupar su lugar va a ser muy difícil –prosiguió–, pero estoy muy orgulloso de poder ponerme al frente de Sambrano y esperar que juntos podamos crear un futuro para el estudio del que él se sentiría orgulloso.

El pulso se le aceleró cuando asimiló las palabras que acababa de pronunciar. Estaba ocurriendo de verdad. Dieciséis años de trabajo incansable, de sacrificar su vida personal por la empresa, estaban teniendo al fin sus frutos: iba a ser presidente y director ejecutivo de Sambrano Studios. Tal vez no tuviera el apellido, pero le había dado todo a la empresa.

Algunas de las personas en aquella sala, y también en la industria, hablaban de él, de su frialdad y de su dureza. Hablaban así porque había perseverado, había triunfado donde tantos otros habían fracasado. Había sido el vicepresidente más joven hacía ocho años, cuando consiguió el puesto e incluso cuando sustituyó temporalmente a Patricio durante su enfermedad. Se había convertido en uno de los latinos mejor pagados en la industria televisiva. Era multimillonario y, en aquellos momentos, estaba a punto de convertirse en el presidente de una empresa que valía miles de millones.

–Sambrano siempre ha sido única en este negocio y mi plan es continuar con esa tradición –prosiguió.

Algunos de los presentes expresaron su aprobación mientras que otros permanecieron en silencio. El tema del futuro de la empresa llevaba siendo motivo de discusión ya desde hacía tiempo. Algunos querían mantener las cosas como estaban y otros querían innovar, ser más competitivos en la época del streaming y de la programación global. Un desafío más al que él tendría que enfrentarse.

Las voces se interrumpieron cuando la puerta se abrió de repente. La entrada quedaba fuera de la línea de visión de Rodrigo, pero las miradas de incredulidad de los que sí la veían le indicaron quién era antes de que se diera la vuelta.

–Siento llegar tarde. El metro no funcionaba muy bien hoy.

Las exclamaciones de sorpresa le confirmaron la identidad de la recién llegada. Además, diez años no eran tanto tiempo como para que él hubiera olvidado la voz de la persona que más había significado en su vida. La seguridad en sí misma era nueva, pero Rodrigo reconocería la voz de Esmeralda en cualquier parte.

Cuando se dio la vuelta, ella ya estaba frente a él. Ya no era la muchacha de veintiún años a la que vio la última vez el verano que Patricio le rompió el corazón. Rodrigo también le había roto el corazón. Era muy hermosa entonces, irresistible. Los rizos le caían sobre los hombros con sus tonalidades castañas y doradas. Su piel era impecable, como caoba dominicano. Sin embargo, eran sus ojos lo que siempre habían sido la perdición de Rodrigo. Ojos grandes, castaños, que veían más allá. Había cometido muchos errores con ella, errores que le perseguirían el resto de su vida, pero ella ya no era la muchacha insegura y sensible de la que se había enamorado años atrás. La que lo había mirado como si él fuera el hombre de sus sueños. La mujer en cuyo delicado cuerpo se había perdido él una y otra vez. No. La mujer que tenía frente a él irradiaba seguridad en sí misma y, en aquellos momentos, lo miraba con abierta hostilidad.

–Rodrigo.

Nunca se había podido imaginar que una palabra pudiera trasmitir tanto desdén. Tenía una historia con Esmeralda Sambrano-Peña, pero no podía permitir que ello nublara su buen juicio. En una ocasión, había estado a punto de permitir que sus sentimientos arruinaran su carrera. No volvería a cometer el mismo error. No podía dejar que su presencia lo turbara. Debería haberlo esperado, dado que era la heredera de Patricio.

Sin embargo, su reacción le sorprendió. Su instinto lo animaba a acercarse a ella, pero cuando vio la mirada desafiante en sus ojos, decidió que no podía subestimar a aquella mujer si quería seguir aspirando a mantener su objetivo.

–Veo que has empezado sin mí –dijo ella tratando de provocarle.

Los ojos que en el pasado habían contemplado a Rodrigo con adoración parecían fríos y distantes. Además, aquel día había ido vestida para matar. El traje negro le sentaba como un guante y Rodrigo no pudo evitar fijarse en sus curvas. La presencia de Esmeralda lo iba a poner todo patas arriba.

En los diez años que habían pasado desde entonces, Rodrigo se había asegurado que podía manejar aquel desdén y que había tomado la decisión correcta cuando la dejó marchar. Si ella lo odiaba, había merecido la pena por el bien de ambos. Sin embargo, en el momento en el que la vio, comprendió que se había estado mintiendo. La verdad era que sentía debilidad por Esmeralda y los hombres como él no podían permitirse que los manejaran sus vulnerabilidades. Su padre había sido así, incapaz de controlarse, sin disciplina, y eso le había costado todo a su familia. Rodrigo no permitiría que las pasiones rigieran su pensamiento.

–Nunca pensé que te gustara el teatro, Esmeralda.

Aquellas palabras le hacían parecer un canalla, pero tenía que hacerlo. Aquello no era un juego. Si Esme quería reclamar el puesto, la trataría como lo haría con cualquier otro competidor.

–Vaya, vaya, Rodrigo –dijo ella con desprecio–. Te disgusta que haya venido a arruinar tu coronación, ¿verdad? Supongo que a nadie se le había ocurrido que yo podría aceptar el trabajo. No pasa nada –añadió mientras se volvía a mirar a Carmelina, que prácticamente vibraba en su asiento al otro lado de la mesa–. Estoy encantada de anunciar a todos los presentes que voy a aceptar mi puesto como presidenta y directora ejecutiva de esta empresa.

Con eso, se giró para evitar a Rodrigo y se sentó en el asiento que él había estado a punto de ocupar.

–¿Vais a permitir que ocurra esta charada? –exclamó Carmelina escandalizada.

Al escuchar sus palabras, Rodrigo reaccionó. Se acercó a ella, decidido totalmente a controlar aquella situación. No tenía ni idea de a qué estaba jugando Esmeralda, pero no iba a consentirlo.

–Esmeralda, ¿qué demonios te crees que estás haciendo? Tienes que saber que esto no es nada apropiado. Hay límites. Hay procedimientos. Tú no comprendes…

–No –le espetó ella levantándose de la butaca–. Eres tú el que no comprende.

Estaba tan cerca que Rodrigo vio que una pequeña gota de sudor le humedecía la piel entre los senos. Se odió por la lujuria que experimentó por todo el cuerpo.

–Voy a aceptar mi nombramiento como presidenta y directora adjunta de Sambrano y si eso te afecta a ti o a los planes de alguno de los presentes… –añadió mientras miraba a sus hermanastros–, ese es vuestro problema, no el mío. Ahora, ¿de qué estábamos hablando? –preguntó mientras volvía a sentarse plácidamente en su butaca.

La arrogancia que Esmeralda mostró debería haberlo enfurecido, pero, sin embargo, una fuerte oleada de deseo se apoderó de él. Ansiaba poder tocarla, tomar aquellos labios y descubrir si aún sabían tan dulces como recordaba. No obstante, controló lo que sentía, algo que se le daba estupendamente, y reprimió todos sus sentimientos.

–No pienso perder este juego, Esmeralda. Estoy seguro de que has aprendido mucho sobre la industria buscando localizaciones –le dijo con un profundo desprecio–. Hay una gran distancia entre pensar que saber hacer algo y hacerlo en realidad. Y yo lo sé todo sobre esta empresa.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

«Tranquila, Esmeralda. Tú puedes».

Esmeralda llevaba repitiéndose aquellas palabras desde el momento en el que atravesó la puerta principal de los Sambrano Studios. Se había imaginado que lo que ocurriría en el salón de juntas resultaría intimidante e incluso había esperado un cierto grado de confrontación, pero nunca lo turbador que sería estar allí y no tener a Rodrigo de su lado.

Arturo, el padre de Rodrigo, había sido un buen amigo de la madre de Esme. En realidad, había sido mucho más que un amigo. Cuando Arturo falleció, Rodrigo asumió ese papel. Durante años, fue el único canal de comunicación con Patricio Sambrano. Había sido su apoyo y después su amante. Después, él lo había echado todo por la borda por una equivocada lealtad con Patricio.

Respiró profundamente. Odiaba que aquella traición aún le doliera. Despreciaba que, después de todo lo que había ocurrido entre ellos, aún lo deseara. Seguía siendo tan guapo como siempre, con aquella piel bronceada que parecía iluminarse desde dentro. Los rizos que mantenía cortos y que dominaba con fuerza. Los gruesos y generosos labios, que se habían convertido en una línea triste y severa. No había nada que Esme deseara más que apretar sus labios contra ellos. Los ojos oscuros parecían reflejar su estado de ánimo y, a pesar de la ira, parecía verse en ellos un deseo que no podía ocultar. Para tratar de contenerse, se fijó en otros atributos que no le resultaban tan encantadores, como la insistencia en estar siempre impecable. Se atrevía a afirmar que el traje que llevaba en aquellos momentos había sido reservado con meses de antelación.

Ella sabía que, detrás de aquella fachada, el hombre al que ella había amado era un poco vanidoso con su cuerpo. No podía negar que se esforzaba mucho. Había sido base en el instituto y en la universidad. Esmeralda había ido a verlo jugar con su madre, que era la mejor amiga de la madre de él. Esmeralda también lo quería entonces, aunque de una manera muy diferente. Lo admiraba por cómo podía trabajar y estudiar al mismo tiempo. Por cómo apoyó luego a su madre cuando Arturo, su padre, perdió todo lo que tenían en el juego. Después, cuando empezó a trabajar para su padre tras terminar en la universidad. Entonces, ese amor se convirtió en algo diferente. Sin embargo, esa felicidad había sido breve y, al final, había terminado por romperle el corazón.

Había algo que no podía olvidar. Rodrigo podía ser muy cruel. Como el día en el que se enteró que su padre las había echado a su madre del apartamento en el que las dos habían vivido toda la vida. En vez de ayudar, Rodrigo le había dicho que no se podía permitir distracciones y ella, la relación que los dos tenían, era una distracción. Por eso no podría perdonarle nunca.

Abrió la boca para decirle muy claramente que no iba a permitir que él le arrebatara el puesto, dado que ella también había aprendido a ser cruel, pero alguien pronunció su nombre desde el otro lado de la sala.

–Esmeralda, date la vuelta y mírame.

Hacía mucho que no tenía noticias de Carmelina Sambrano. Esmeralda trató de mantener la máscara de desdén que había llevado hasta entonces. Sabía que Carmelina era malvada y que dudaría en humillarla. Era la hija bastarda que Carmelina había tratado de borrar de la vida de Patricio durante casi treinta años la que, en aquellos momentos, se enfrentaba a ella para amenazar todo lo que anhelaba. Sin embargo, por mucho que la insultara y la vilipendiara, Carmelina no podía cambiar el contenido del testamento de Patricio.

–Estoy encantada de hacerlo, Carmelina –dijo mientras se giraba lentamente para mirar a la viuda de su padre–. Quiero que me mires bien. Te has esforzado mucho por fingir que no existo, así que es hora de que te lo vayas creyendo. Sin embargo, ya va a ser un poco tarde para ignorarme, ¿no te parece?

–Te aseguro que no te vas a salir con la tuya –le espetó Carmelina mientras trataba de mantener el control.

–Eso ya lo veremos, ¿no te parece? A partir de ahora las cosas van a ser diferentes.

Animada al saber que Carmelina no tenía poder alguno sobre ella, se alisó el traje de pantalón. Entonces, se miró los zapatos de Gucci que se había comprado en un outlet y que, a pesar de todo, le daban un aspecto increíble. Tal vez nunca había ocupado un lugar en la familia Sambrano, pero podía representar el papel si así lo deseaba. Su madre se había asegurado de ello.

–Bueno –dijo al ver que todos los ojos estaban pendientes de ella–, ¿cómo vamos a hacerlo?

A pesar de que nunca había estado en aquella sala de juntas, conocía a todos los presentes, no solo porque aquella era la empresa de su padre, sino porque los apellidos latinos más importantes formaban parte de Sambrano Studios. Además, estaban los que solo ocupaban un lugar allí por su apellido. Perla y Ónix. No los había visto en persona desde que eran niños, pero veía mucho de sus propios rasgos en los rostros de ella. Perla tenía las mismas pecas en las mejillas que Esme.

–Señorita Sambrano.

Esmeralda se giró y reconoció a Octavio Núñez. Él había sido una institución durante décadas en la televisión española y había empezado a trabajar allí no mucho antes de que los estudios empezaran a emitir a nivel nacional. Había sido el primer locutor de noticias hispanoparlante en la historia de la televisión de los Estados Unidos. Era también primo de Carmelina y Esme no sabía lo que podía esperar de él.

–Sambrano–Peña –le corrigió Esme mientras levantaba la barbilla para mirar al hombre que se había dirigido a ella.

Él tenía una expresión reservada, no beligerante. Esme quiso mirar a Carmelina para ver cómo estaba mirando ella a su primo. Se sentía incómoda, sin saber qué esperar, cuando oyó un susurro a sus espaldas.

–Se odian. Octavio está en el lado opuesto a Carmelina.

Rodrigo.

Esmeralda bajó la cabeza, reconociendo así que lo había oído, pero no respondió. Octavio había vuelto a tomar la palabra.

–Bienvenida. Esto es una sorpresa. Después de que todos nuestros intentos por contactar con usted quedaran sin respuesta, la junta dio por sentado que no estaba interesada.

Carmelina hizo ademán de levantarse, pero algo se lo impidió. Entonces, Esme notó la mano de Perla sobre el brazo de su madre. Octavio no miró a su prima, sino que mantuvo la atención en Esmeralda. Le ordenó con un gesto que volviera a sentarse.

–El deseo de su padre de que asumiera el papel de presidenta y directora ejecutiva de la empresa fue una sorpresa para todos. Usted es muy joven. Sin embargo, cuenta con una impresionante experiencia en el mundo de la televisión y la cinematografía. No es un secreto que, en los últimos años, Patricio no informó de algunas cosas a esta junta, pero todos estamos comprometidos con lo que sea mejor para Sambrano. Dicho eso –añadió antes de aclararse la garganta–, su madre le dio a esta junta la libertad de hacer alguna estipulaciones sobre cómo saber si usted es la persona adecuada para este trabajo. Y hay algo más. Patricio pidió que su parte de las acciones, un veinticinco por ciento para ser exactos, permaneciera en un fondo hasta que usted decidiera cumplir sus deseos.

–¿Qué significa eso? –preguntó ella confusa. Ya no le preocupaba cómo sonaba ni el aspecto que tenía.

–Eso significa que, ahora, usted es la dueña del veinticinco por ciento de las acciones de Sambrado Studios –dijo Octavio con una sonrisa tranquilizadora mientras le entregaba una carpeta–. El otro cincuenta por ciento lo tienen sus hermanastros y la señora Sambrano tiene el resto.

Esmeralda se alegró de estar sentada porque si no hubiera sido así, probablemente se hubiera caído al suelo. Aquella empresa valía miles de millones. Esas acciones valían mucho dinero. Entonces, comprendió que solo serían suyas si cumplía con lo que su padre quería. Con Patricio, nada era gratuito.

–Esto es escandaloso. Alguien debió de influir en Patricio. Al final, no estaba en sus cabales. ¡Es la única explicación! –gritó Carmelina mientras golpeaba la mesa con el puño–. ¡Ella no tiene nada que ver con Sambrano! No puede hacer esto. Estoy tratando de proteger el legado legítimo de mis hijos. ¡No voy a permitir que estas impostora sea el rostro de la empresa de mi esposo! Prefiero verlo todo ardiendo que permitir que ella se siente en su despacho.

El corazón de Esme latía con fuerza. Sentía odio por cada palabra que pronunciaba Carmelina. Ella siempre la había despreciado, incluso cuando era tan solo una niña. Sin embargo, Esme ya no era aquella niña y no iba a permitir que Carmelina le arrebatara aquello también. Se inclinó sobre la mesa, apoyó las manos y le habló directamente a la mujer que le había causado tanto dolor a ella y a su madre.

–No depende de ti. Son los deseos de mi padre.

Carmelina torció la boca al escuchar cómo Esme mencionaba su parentesco con Patricio.

–Yo no pedí ser su hija, al igual que tus hijos, pero aquí estoy. Por lo tanto, ahora todos vamos a aprender a vivir con el hecho de que yo formo parte de Sambrano Studios. Tanto si te gusta como si no, también es mi legado –afirmó. Esme se percató de las miradas de aprobación que vio en alguno de los rostros que se sentaban a la mesa–. Señor Núñez, ¿qué decía usted? –añadió. Se aseguró de mostrarse tranquila y relajada.

Octavio pareció apreciar el modo en el que ella había hablado.

–Como estaba diciendo, estaremos encantados de ver cómo usted acepta el puesto de presidenta y de directora ejecutiva si demuestra que es la persona adecuada para el trabajo –añadió. Miró a Rodrigo–. Esto es lo que vamos a hacer. Tiene una semana para presentar un plan estratégico de cinco años para el estudio. Dentro de una semana desde hoy, volveremos a reunirnos aquí.

Esme sintió que la excitación le recorría todo el cuerpo, al tiempo que se preguntaba cómo podría hacer algo así en tan solo una semana. Había tardado meses en preparar su guion para su episodio piloto, con lo que le sería muy difícil preparar en tan solo siete días un plan estratégico.

Sin embargo, cuadró los hombros ante el desafío. Sabía que la estaban poniendo a prueba.

–De acuerdo –afirmó.

–Excelente –replicó Octavio, que ya no parecía un enemigo.

–Necesitaré un espacio para trabajar y acceso a los archivos y horarios de programación. También tendré que tener reuniones con cada estudio de producción. Incluso los de cinematografía. Sé que están en la Costa Oeste, pero puedo concertar una videoconferencia con los jefes de todos los departamentos –dijo mientras se levantaba. Estaba lista para ponerse manos a la obra.

–Esmeralda.

Giró la cabeza al escuchar la voz de Octavio una vez más. Había algo en el modo en el que pronunciaba su nombre que le ponía el vello de punta.

–Rodrigo Almanzar –añadió–, que ha ejercido de sustituto de Patricio durante este último año y que fue nuestro vicepresidente durante ocho años antes de eso, será tu persona de referencia. También te asesorará sobre la clase de contenidos que nos gustaría ver.

Sintió que un escalofrío le recorría el cuerpo al recibir aquella noticia. Aquella era la razón por la que Octavio se había mostrado tan agradable y tranquilo. No tenían intención alguna de que ella fuera la elegida para ocupar el puesto. Todo era un paripé. Iban a fingir que le daban una oportunidad mientras que Rodrigo se dedicaba a ponerle la zancadilla constantemente. Apretó los puños y trató de contener la ira.

–Si eso es lo que desea esta junta –dijo con frialdad mientras se volvía a mirar a Rodrigo–, estoy segura de que el señor Almanzar hará su deber, como siempre. Sean cuales sean las consecuencias.

–Puedes llamarme Rodrigo, Esmeralda –afirmó él. Estaba muy cerca de ella, tanto que Esme prácticamente podía sentir el calor que irradiaba de su cuerpo.

–Solo mis amigos me llaman Esmeralda y tú no eres mi amigo –le espetó antes de darse de nuevo la vuelta.

Octavio se aclaró la garganta.

–Confiamos en que Rodrigo haga lo mejor para el estudio –comentó. La finalidad que había en su voz hizo que Esme supiera que no serviría de nada protestar.

Volvió a mirar a su antiguo amante. Vio dolor en sus ojos, causado por las palabras que ella había pronunciado. Deseó que aquello no le afectara, pero también que Rodrigo Almanzar no fuera la persona con la que tenía que trabajar porque, más allá de lo que él estaba planeando hacer, eran los propios sentimientos de Esme su punto más débil.

–En es caso, me pondré a trabajar –observó mientras miraba a los presentes por última vez–. Nos vemos dentro de una semana.

Con eso, salió de la sala de juntas, seguida por Rodrigo. Si la vida da limones, lo que hay que hacer es limonada, pensó, y se juró que la próxima vez que saliera por aquella puerta, sería la nueva presidenta y directora ejecutiva de Sambrano Studios.

Capítulo Cuatro

 

 

 

 

 

Rodrigo salió de la sala de juntas detrás de Esmeralda. Aún no se podía creer lo que acababa de escuchar. No sabía que aquel era el plan del consejo. Octavio no se había opuesto totalmente a los deseos de Patricio, pero algunos miembros del consejo se habían mostrado totalmente furiosos. Le habían dicho que iban a activar un plan de contingencia por si Esmeralda se presentaba. ¿Y esa era la brillante idea que se les había ocurrido? ¿Obligarle a ser quien la acompañara en aquel fiasco y así ser el objeto de la ira de Esmeralda cuando las cosas salieran mal? Porque, lo más probable, era que ella fracasara. Tener experiencia en la industria no suponía saber cómo manejar unos estudios que valían miles de millones de dólares.

–Esmeralda, espera –le dijo–. Tenemos que hablar.

–Necesito estar un minuto a solas, Rodrigo –replicó ella sin volverse. La voz le temblaba por la ira.

Rodrigo sintió un tremendo deseo de consolarla y reconfortarla. Esmeralda siempre había sido su debilidad. Por lo tanto, a lo largo de la semana durante la que tendrían que trabajar juntos, tendría que recordarse constantemente que ella era una competidora.

–Espera un momento, joya.

Tal y como había esperado, Esmeralda se detuvo en seco y se volvió parar mirarlo con gesto desafiante.

–No me vuelvas a llamar así, Rodrigo Almanzar.

Rodrigo sabía que había sido un golpe bajo utilizar el apodo cariñoso con el que se había referido a ella cuando estaban juntos. Y eso era lo que Esmeralda había sido para él, una joya.

Patricio Sambrano les había puesto a todos sus hijos nombres de piedras preciosas. Esmeralda, Ónix y Perla. Esmeralda había sido la primera, pero Patricio nunca había sabido ocuparse de ella como Esmeralda lo merecía. Rodrigo sí. Cuando solo era una niña, la había adorado y se había mostrado muy protector. Después, la había amado como mujer, que incluso a la edad de veinte años sabía muy bien quién era. Diez años de luchar por conseguir un sueño que parecía escurrírsele constantemente entre los dedos no había conseguido apagar su luz. De hecho, a los treinta parecía brillar aún más.

En aquel momento, la luz que emitían los ojos de Esme no era cálida, sino beligerante. Él le indicó una de las pequeñas salas de trabajo.

–Vamos a hablar ahí dentro –le dijo.

Sin embargo, Esme no se movió.

–No voy a ir a ningún sitio contigo –afirmó–. Tú eres has organizado todo esto.

Rodrigo la observó durante un instante. La mirada desafiante, el gesto testarudo de su postura… y un ligero temblor en los labios, que le indicaba que aquello estaba empezando a afectarle.

–No tenía ni idea de qué era esto lo que estaban planeando –dijo. Por la expresión que vio en el rostro de Esme, comprendió que ella no lo creía–. A pesar de lo que tú o el resto del mundo pueda opinar sobre mí, no me paso el día confabulando para tratar de quedarme con esta empresa.

–No tienes ni idea de lo que yo pueda opinar –replicó ella fríamente antes de darse la vuelta y entrar la sala.

Inmediatamente, Rodrigo se fijó en la curva de su cintura y en el abultamiento del trasero mientras entraba tras de ella y cerraba la puerta. Su aroma llenó la estancia. El mismo perfume con esencia de limón y jengibre que llevaba años utilizando.

–Sé que estás furiosa, pero no vas a ganar nada dejando que tus sentimientos se apoderen de ti. Y no me ha gustado que impliques que yo soy capaz de jugar sucio. Te aseguro que nunca te apuñalaría por la espalda, Esmeralda. Sabes que…

–¿Qué es lo que sé? –repuso ella, absolutamente furiosa–. ¿Que, después de que me prometieras mil veces que me protegerías, te libraste de mí en un segundo? ¿Que al final lo elegiste a él?

Rodrigo sintió aquellas palabras como un golpe físico. Quería decirle la verdad, explicarle cómo se habían torcido las cosas tan terriblemente aquel fin de semana de hacía ya tanto tiempo y cómo Patricio había caído presa de las mentiras y las confabulaciones de Carmelina.

–Yo nunca…

A pesar de la ira que sentía, de la necesidad de decirle la verdad, no pudo hacerlo. Se juró que nunca hablaría de lo ocurrido, ni siquiera para defenderse del desprecio de Esmeralda. ¿De qué serviría? Después de todos aquellos años, decirle a Esmeralda lo que había ocurrido solo conseguiría que empeoraran las cosas.