Silencios del pasado - Melanie Milburne - E-Book

Silencios del pasado E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Ella tenía un secreto… y cada vez resultaba más difícil ocultarlo.Isla McBain tuvo una aventura con Rafe Angeliri que iba a ser solo temporal, una oportunidad para explorar la apasionada conexión que había entre ellos. Pero esa aventura tuvo como resultado que ella quedó embarazada del famoso hostelero. Si ese embarazo se supiera, la noticia llegaría a los titulares e Isla no podía arriesgarse a que nadie rebuscara en su doloroso pasado y arruinara la impecable reputación de Rafe. Cuando él se enteró del embarazo de Isla, decidió llevársela a Sicilia con la intención de casarse con ella. Más allá del deseo, la idea resultaba tentadora, pero, ¿se atrevería Isla a convertirse en la señora Angeliri?

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Seitenzahl: 214

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Melanie Milburne

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Silencios del pasado, n.º 2765 - marzo 2020

Título original: Cinderella’s Scandalous Secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-049-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA SUITE del ático del grandioso y antiguo Edinburgh Hotel era la última del turno de Isla. Resultaba irónico que tuviera que ganarse la vida limpiando áticos en vez de vivir en ellos.

Llamó a la puerta y dijo:

–Servicio de limpieza.

Al ver que no había respuesta, deslizó su tarjeta por la cerradura de la suite y abrió la puerta.

Se sintió como si hubiera pisado en otro mundo, un mundo al que ella había pertenecido brevemente y al que había creído que podría pertenecer. ¿Era posible que solo hubieran pasado cinco meses de aquello?

Se colocó una protectora mano sobre el ligero abultamiento del vientre, donde sintió un ligero aleteo que le recordó que, tan solo cuatro meses más tarde, su vida volvería a cambiar. Para siempre.

Cerró la puerta de la suite y trató de hacer lo mismo con sus pensamientos, pero le resultó imposible. Le flotaban alrededor de la cabeza, como si fueran cuervos sobrevolando por encima de un cadáver, el de la breve relación que había tenido con el padre de su bebé.

Rafe Angeliri, que ni siquiera sabía que iba a ser padre.

Reconoció que, considerar una relación lo que había experimentado con Rafe era probablemente una definición demasiado generosa. Una aventura. Un ligue. Dos meses de locura. Una locura mágica y arrolladora. Dos meses en los que se había olvidado de quién era, de dónde venía y lo que representaba. Se habían conocido en un bar y, en menos de una hora, ella había terminado en la cama con él. Había sido su primera aventura de una noche, aunque no había sido una noche porque Rafe le había pedido volverla a ver. Otra vez. Y una vez más. A los pocos días, estaban inmersos en una apasionada relación que ella no hubiera querido que terminara nunca.

Sin embargo, el fin llegó. Y fue ella quien lo provocó.

Miró el lujo de la suite. Durante su relación con Rafe, pasar la noche entre tales lujos era la norma. Dormir entre sábanas de algodón egipcio; beber champán francés en elegantes copas de cristal, comer en restaurantes con estrella Michelin, lucir ropa y zapatos de importantes diseñadores, llevar joyas que costaban más que un coche, ir a fiestas benéficas y a los mejores espectáculos y premieres vestida como una supermodelo en vez de ser una niña de acogida de los barrios más marginados de la ciudad. Una chica de barrio engalanada para parecer una princesa.

Alguien había dormido en la suite la noche anterior. La cama estaba deshecha por un lado. El modo en el que se había apartado la sábana le pinchó como si fuera la espina de una rosa. Incluso el aire olía vagamente familiar con una sutil mezcla de bergamota y cítricos que le puso a Isla el vello de punta. La suite parecía poseer una extraña energía, como si la presencia de una fuerte personalidad hubiera turbado recientemente las partículas de aire y estas aún no se hubieran recuperado.

Isla suspiró y se dirigió a la cama para quitar las sábanas. Tenía trabajo que hacer y no podía permitir que su imaginación se adueñara de ella. Ella había decidido su destino y no le importaba afrontar las consecuencias.

Sola.

Jamás se le había pasado por la cabeza decirle a Rafe que estaba embarazada. ¿Cómo podría haberlo hecho? No había querido correr el riesgo de que él la presionara para que abortara o ver cómo la rechazaba a ella y al bebé. A lo largo de su infancia, había experimentado frecuentes rechazos. Su propio padre la había entregado a los servicios sociales para que la criaran otras personas. ¿Cómo iba a permitir que Rafe la rechazara también? Tampoco había deseado que él le ofreciera casarse con ella porque sintiera que era su obligación. Sabía de primera mano cómo salían los matrimonios motivados por el deber: niños no deseados a los que no se le proporcionaba cariño ni cuidados y que terminaban pasando mucho tiempo en casas de acogida.

Hizo la cama con sábanas limpias del carrito y las estiró y colocó a la perfección. Entonces, ahuecó las almohadas y las situó cuidadosamente, poniendo encima los cojines de adorno. Terminó su tarea situando el pie de cama al otro lado del colchón. Acababa de dar un paso atrás para admirar su trabajo cuando oyó que la puerta de la suite se abría a sus espaldas.

Se dio la vuelta con una sonrisa para disculparse con el huésped.

–Lo siento. Aún no he terminado…

La sonrisa se desvaneció inmediatamente y el corazón comenzó a latirle alocadamente. Sintió que se le había hecho un nudo en la garganta. No era capaz de articular palabra ni podía impedir que el corazón le golpeara el pecho con fuerza. El pánico se apoderó de ella y miró de arriba abajo al padre de su bebé sin poder contenerse. Su mirada se veía atraída por una fuerza que el paso del tiempo no había logrado alterar. Debía haber una ley que impidiera a un hombre ser tan guapo, tan atlético y tan viril. Tan irresistible.

Al contrario de ella, Rafe Angeliri apenas había cambiado en los tres meses que habían transcurrido desde la última vez que lo vio. Su traje oscuro, de diseño, y la camisa blanca que llevaba puestos hacían justicia al cuerpo tan perfecto que cubrían. Las largas y musculadas piernas, el amplio torso, tonificados brazos, abdomen firme y liso… El cuello abierto de la camisa dejaba al descubierto el bronceado cuello y sugería el vello que le cubría el pecho. Atractivo como un modelo, alto y esbelto con una pronunciada mandíbula, dominaba una estancia con solo entrar en ella. Tenía el cabello negro y ligeramente ondulado, ni corto ni largo, pero peinado con mucho estilo hacia atrás. A pesar de ser un estilo algo casual, no ocultaba el empuje y la fuerza de su personalidad.

Sin embargo, los ojos castaños sí tenían una expresión incluso más cínica y había líneas de expresión a ambos lados de la boca que no habían estado antes.

–Isla –dijo él con una ligera inclinación de cabeza que resultó tanto formal como insultante–, ¿a qué debo el placer de encontrarte junto a mi cama?

Isla se apartó inmediatamente de la cama, como si esta hubiera prendido en llamas. Estar cerca de una cama cuando Rafe estaba a tan poca distancia era una mala idea. Tentadora, pero muy mala idea. Se habían pasado más tiempo en la cama que fuera de ella durante su breve y volátil romance. El sexo los había unido en medio de una tórrida atracción desde la primera vez que se conocieron. Lo suyo había sido una explosión de lujuria que había sacudido por completo a Isla. No había disfrutado del sexo hasta que lo experimentó con Rafe. Con él, se convirtió en algo increíble e, incluso en aquellos momentos, sentía que los recuerdos de los momentos vividos despertaban su cuerpo.

Tomó unas toallas limpias del carrito, desesperada por ocultar el ligero abultamiento de su cuerpo. Nunca había tenido un abdomen especialmente liso, lo que le hizo esperar que Rafe no se diera cuenta del ligero cambio que se había producido en él. De hecho, siempre le había sorprendido que él la encontrara atractiva. Isla no se parecía en nada a las delgadas y glamurosas mujeres con las que él salía habitualmente. Además, deseaba ocuparse las manos con algo por si ellas sentían la tentación de borrar de un bofetón la mirada que él le estaba dedicando… o de agarrarle el rostro para que ella pudiera besar sus labios y olvidarse de todo menos de sus maravillosos y embriagadores besos.

–Trabajo en este hotel. Ahora, si me dejas que termine tu suite, me marcharé enseguida y…

–Pensaba que ibas a regresar a Londres para seguir con tus estudios de Bellas Artes –comenzó él frunciendo el ceño. Sus ojos marrones verdosos la observaban muy atentamente–. ¿Acaso no era ese el plan?

–Yo… cambié de opinión.

Isla se dirigió al cuarto de baño con las toallas. Las colocó sobre los toalleros y luego recogió las húmedas, colocándolas contra su cuerpo como una barrera. Sus planes habían cambiado en cuanto descubrió que estaba embarazada.

Todo había cambiado.

Rafe la siguió al lujoso cuarto de baño. Su presencia lo hacía parecer tan pequeño como una caja de pañuelos. Isla gruñó para sí mientras se miraba en el espejo. Jamás había sido tan consciente de la falta de maquillaje, de las ojeras que tenía en el rostro y de lo descuidado que llevaba el cabello bajo la cofia. Ni del abultamiento de su vientre bajo el delantal blanco. ¿La estaría Rafe comparando con su última amante? Isla había visto fotos suyas con numerosas mujeres durante los meses que habían pasado desde que terminaron su relación. No había podido evitar preguntarse si habría sido deliberado por parte de Rafe, como si hubiera querido que se le viera con todas las mujeres posibles para demostrar que su ego se había recuperado por el abandono de Isla. Después de todo, había sido ella quien rompió la relación, algo a lo que él, evidentemente, no estaba acostumbrado. Las mujeres se peleaban por estar con él. Nunca lo dejaban.

–Vaya, debió de ser muy repentino. Pensaba que te gustaba vivir en Londres.

Isla metió la tripa todo lo que pudo. Colocó las botellitas de cortesía sobre la encimera de mármol para tener algo que hacer con las manos. Le molestaba que le temblaran más de lo que había deseado.

–Me sentía preparada para cambiar de ambiente. Además, ya no me podía permitir vivir en Londres.

Rafe frunció los labios.

–¿Es que hay alguien más? ¿Por eso terminaste lo que había entre nosotros?

Isla lo miró a través del espejo.

–¿Nosotros? –replicó con amargura–. No había un nosotros y lo sabes. Fue una aventura, eso es todo. Y yo quería que terminara.

–Mentirosa –le espetó él–. Al menos, ten la decencia de ser sincera conmigo.

¿Sincera? ¿Cómo podía ser sincera sobre sí misma? Sobre su pasado. Sobre su vergüenza. No importaba que llevara trajes de alta costura o de segunda mano. La vergüenza ardía como una llama dentro de ella.

–No hay nadie más. Te lo dije en mi nota. Simplemente quería terminar.

Descubrir que estaba embarazada de Rafe había sumido a Isla en una aterradora incertidumbre. Pensar que él podría rechazarla, expulsarla a ella y a su bebé de su vida, como el padre de Isla había hecho con ella hubiera sido demasiado doloroso. No se le ocurría ningún modo de decirle lo del embarazo que no fuera a causar una destrucción irreversible en su vida. No lo conocía desde hacía el tiempo suficiente ni podía estar segura de que él no tratara de presionarla para que abortara. En cualquier caso, ella no lo habría permitido. Ya tenía suficientes dudas sobre su capacidad para ser madre. Había estado en casas de acogida desde que tenía siete años. Los recuerdos que tenía de su propia madre eran escasos y, en algunos casos, dolorosos. ¿Qué clase de madre sería ella? Ese pensamiento la preocupaba constantemente, hasta el punto de mantenerla despierta por las noches. Las dudas y los miedos le golpeaban la cabeza como si fueran martillos en miniatura.

–Ah, sí. La nota –comentó él con desprecio.

–Tú eres el que tiene que ser sincero. Solo estás enfadado porque fui yo la que te dejó. Sin embargo, tú mismo habrías terminado lo que había entre nosotros tarde o temprano. Ninguna de tus aventuras dura más de un mes. Yo ya estaba en tiempo extra.

Rafe tensó un músculo de la mandíbula.

–¿No podrías haber esperado hasta que regresara de Nueva York para decírmelo a la cara? ¿O es que no viniste conmigo en aquel viaje por eso, porque llevabas tiempo planeando dejarme mientras yo estaba fuera, negociando aquel contrato? No querías correr el riesgo de que yo te hiciera cambiar de opinión.

Isla apretó los labios. Le estaba costando mantener el genio. Sabía muy bien lo importante que aquel contrato era para él. El mayor de su carrera. El hombre con el que debía negociarlo era un hombre de familia, muy religioso, que podría no haber firmado el contrato si hubiera saltado la noticia de que la amante de Rafe estaba embarazada. Había empezado a sentir náuseas justo antes de que él le sugiriera que lo acompañara a Nueva York. Al principio, Isla había pensado que tan solo se trataba de una molestia estomacal y había decidido quedarse en la casa que él tenía en Sicilia mientras él se marchaba a los Estados Unidos. Lo había acompañado a todas partes durante los dos meses que llevaban juntos. Sin embargo, poco a poco había empezado a sospechar que estaba embarazada hasta el punto en el que ello había sido lo único en lo que había podido pensar. Decidió que, cuando lo supiera con certeza por fin, preferiría estar sola. No quería que Rafe la encontrara con una prueba de embarazo en la mano o vomitando en el cuarto de baño.

Cuando vio que el resultado de la prueba era positivo, supo lo que tenía que hacer.

Debía terminar con lo que había entre ellos y salir de su vida antes de que pudiera hacer más daño. Le habría causado un daño del que no habría sido fácil recuperarse. La caja de Pandora que era su pasado hubiera provocado caos y destrucción en la vida de Rafe. El contrato de Nueva York se habría visto comprometido. Si se hubiera filtrado una foto de ella en ropa interior, bailando en aquel sórdido club de caballeros, la posibilidad de que Rafe consiguiera un puesto en la importante organización benéfica infantil habría quedado hecha pedazos. Sus futuros contratos de negocios se habrían visto comprometidos por la mancha que suponía el pasado de Isla.

Isla levantó la barbilla y le dedicó una gélida mirada.

–No habrías podido hacerme cambiar de opinión.

Rafe le miró primero la boca y luego de nuevo los ojos.

–¿Estás segura de eso, cara? –le preguntó, con voz baja y sensual, casi como si fuera una caricia de la mano entre las piernas. La ardiente mirada amenazaba con abrasarle los ojos.

Isla se apartó de la encimera de mármol y agarró las toallas usadas. Tenía que alejarse de él antes de que hiciera o dijera algo de lo que se arrepentiría, como revelarle que iba a ser padre. En realidad, sabía que él tenía todo el derecho a saberlo y si Rafe hubiera provenido de un ambiente similar al de ella, se lo habría dicho sin dudarlo.

Sin embargo, ambos venían de mundos muy diferentes.

–Deja eso –le ordenó con el ceño fruncido–. ¿Por qué estás limpiando habitaciones de hotel? Estoy seguro de que podrías haber conseguido un trabajo más en línea con tus aspiraciones artísticas.

Isla se apretó las toallas contra el cuerpo. necesitaba protegerse de algún modo contra la potente presencia de Rafe.

–Trabajo para una amiga, ayudándola. Ella tiene una agencia de servicios de limpieza. Tal vez la conozcas –dijo. Siempre se había enorgullecido de su capacidad de actuación. ¿Acaso no se había pasado la mayor parte de su vida fingiendo ser alguien que no era?

–No, pero lo tendré en cuenta. Estoy pensando en comprar este hotel.

–¿No tienes ya suficientes hoteles? –le preguntó Isla sin poder contener el sarcasmo que tenía en la voz–. Es decir, conseguiste ese contrato de Nueva York, ¿no? ¿Uno de los mayores?

–Me alegra saber que te has estado interesando por mis asuntos –replicó él con una ligera sonrisa.

¿Por qué había tenido que decirlo como si se pasara el día leyendo los periódicos para buscar información sobre Rafe? Isla trató de adoptar una expresión aburrida para tratar de recuperar el terreno perdido y trató de regresar a la habitación.

–Mira, tengo que terminar esta suite. Mi turno está a punto de terminar.

Rafe le agarró un brazo. Inmediatamente, la piel de Isla reaccionó al contacto. Todos los nervios de su piel se pusieron en estado de alerta, recordando, deseando, necesitando…

–Quédate y tómate una copa conmigo… –le dijo él en voz muy baja, una voz que la excitaba de la misma manera que las burbujas del champán.

–No puedo –mintió ella mientras se zafaba de él–. Tengo otra cita.

Algo se dibujó en la mirada de Rafe, pero desapareció rápidamente. ¿Desilusión? ¿Dolor? ¿Ira? Isla no podía estar segura de qué se trataba.

–Estoy seguro de que no les importará esperar.

Isla levantó la mirada con gesto desafiante.

–Ya no puedes obligarme a hacer nada, Rafe…

Él levantó las cejas ligeramente y recuperó su cínica sonrisa.

–¿Cuándo he tenido que obligarte, cara mia? Tú también lo deseabas, ¿verdad?

Rafe hablaba con voz tan baja, tan profunda, que parecía que salía del suelo. Era lo suficientemente poderosa como para despertar algo en lo más íntimo de su ser, algo que reverberó en su cuerpo como si se tratara de un diapasón.

Isla trató de bloquear la tormenta de recuerdos eróticos que se apoderaron de ella. Recuerdos de extremidades entrelazadas, de sensaciones de gozo, de plenitud y de increíble sensualidad. El sabor de Rafe, el aroma en el aire del acto sexual, el tacto de las manos de él acariciándole los muslos, cerca de su vibrante feminidad. Ella contuvo el aliento y se dirigió de nuevo al carrito. Se agarró al asa para no sentir la tentación de tocarlo a él. ¿Cómo era posible que no fuera ya inmune a él? No había sentido ningún tipo de atracción por ningún hombre desde que rompieron. Se preguntó si podría volver a sentirla.

–Tengo que marcharme –dijo mientras empujaba el carrito hacia la puerta.

–Una copa –replicó él haciendo que Isla se detuviera–. En el bar de abajo. Te prometo que no te entretendré mucho. Por favor, cara –añadió después de una pequeña pausa.

Isla debería haberse marchado sin decir ni una palabra, pero había algo en el tono de la voz de Rafe que la detuvo. Si se negaba, parecería que era una maleducada. Después de todo, había sido ella la que había dado por terminada la relación. Debería ser Rafe el que se mostrara poco afable. Ella le había dejado una nota en su casa en vez de decírselo cara a cara. Lo más revelador de la ruptura era que ella solo había recibido una llamada de teléfono por parte de Rafe en la que él le había dejado un mensaje de voz muy hiriente. Una última llamada que le había permitido desahogarse y, de ese modo, confirmarle a ella que había hecho lo correcto. Si de verdad a Rafe le hubiera importado ella lo más mínimo, le habría llamado muchas veces y habría hecho todo lo posible por localizarla y por reunirse con ella para suplicarle que regresara a su lado. Sin embargo, los hombres como Rafe Angeliri no suplican. No tienen por qué. Las mujeres nunca los dejan, sino que les suplican a ellos que no se vayan.

Sabía que, en aquellos momentos, el embarazo se le notaba aún muy poco. Tal vez una copa con él serviría para asegurarle que estaba bien y que le había dado un nuevo rumbo a su vida. Le debía esos minutos de su tiempo. Era el padre de su hijo, aunque Isla se había jurado que no se lo diría nunca. Utilizaría aquel encuentro para saber qué planes tenía él y así ajustar los suyos propios. Si él iba a pasar mucho tiempo allí en Edimburgo, ella tendría que marcharse, desaparecer y esperar que él no fuera a buscarla.

Se dio la vuelta para mirarlo, sumida en un mar de sentimientos encontrados. ¿Cuándo había podido resistírsele? Nunca. Por eso, tenía que tener mucho cuidado.

–Está bien. Una copa.

 

 

Cuando la puerta se cerró a sus espaldas, Rafe dejó escapar un suspiro que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo. Habían pasado cinco meses y aún le resultaba imposible estar en la misma habitación que ella sin desearla. La lujuria le había golpeado con fuerza. Verla de pie junto a su cama le había despertado muchos recuerdos, recuerdos que no había sido capaz de borrar de su pensamiento ni de su cuerpo. Era como si Isla McBain se hubiera grabado a fuego sobre su piel. Ninguna otra mujer podía satisfacer el anhelo y el deseo que ella despertaba en él. Había salido con otras mujeres desde entonces, pero, cada vez que pensaba en acostarse con una de ellas, algo le hacía detenerse. Se estaba convirtiendo en un monje. Tenía que solucionarlo rápidamente para poder seguir con su vida.

Para poder olvidarla.

Rafe se sentía furioso consigo mismo por seguir sintiendo tanta amargura sobre su ruptura. Normalmente, era él quien terminaba las relaciones. Era él quien marcaba el ritmo y lo cambiaba cuando le convenía. Había sido una nueva experiencia, algo incómoda, que Isla lo abandonara a él cuando estaba fuera de la ciudad trabajando en el mayor y más importante contrato de su carrera. Y, especialmente, cuando la había llevado a su hogar, a Sicilia. Ella había sido la primera amante a la que había llevado a su santuario privado.

Su mansión de Sicilia estaba vedada normalmente a sus amantes. Por una vez, había bajado la guardia. Se había llevado allí a Isla, había cancelado importantes reuniones de trabajo solo para poder estar con ella sin que la prensa documentara cada momento. Había algo en su relación que le había hecho desear mantenerla fuera del ojo público, no porque no le gustara estar con ella, porque le gustaba y mucho. Mucho más de lo que le había gustado estar con sus anteriores amantes.

Sin embargo, de algún modo, se había equivocado con ella y eso le molestaba. Mucho. Lo que más le dolía era que sospechaba que Isla había esperado hasta que él estaba preocupado con el contrato para poder maximizar el impacto.

Regresar a una mansión vacía y encontrar una nota de Isla sobre la chimenea le había tomado por sorpresa y le había hecho sentirse muy herido. Esto era lo que más le molestaba. Era lo mismo que le había hecho sentir su padre con su duplicidad. Había tenido dos familias simultáneamente. Dos esposas, dos familias. Cada una de ellas pensaba que era lo más importante para Tino Angeliri hasta que Rafe descubrió la verdad cuando tenía trece años. Una llamada de teléfono de un empleado de su padre lo cambió todo. Lo reveló todo. Su padre había sufrido un terrible accidente de automóvil y estaba gravemente herido y ese empleado se había sentido en la obligación de informar a Rafe y a su madre de la gravedad de las heridas de Tino. Sin embargo, cuando los dos volaron a Florencia para estar junto a Tino, descubrieron que ya tenía otros acompañantes. Cuatro. Su otra familia. Su esposa y sus dos hijos. La primera familia de su padre. La familia oficial. La otra vida de su padre. Rafe había permanecido junto a la cama del hospital, recordando todas y cada una de las mentiras de su padre. Años y años de descaradas mentiras.

Rafe era el sucio secreto de su padre. Su hijo ilegítimo.

Por ello, al regresar a casa y encontrarse con la nota de Isla, Rafe había experimentado tal rabia que la había roto en mil pedazos. Le había recordado al momento en el que entró en aquel hospital de Florencia, cuando descubrió que todo lo que creía sobre él y su familia era falso. Un montón de mentiras. Secretos y mentiras. No se había dado cuenta de que era capaz de experimentar tal ira hasta que se apoderó de él con tanta fuerza. ¿Por qué no se había dado cuenta antes? Debía de haber habido alguna señal de la que él no se percató. ¿O acaso Isla le había engañado deliberadamente, haciéndole creer un falso sentido de seguridad, igual que lo había hecho su padre durante tantos años? Fingir, mentir y engañar. Los tres pecados capitales de cualquier relación.

Había llamado a Isla en cuanto leyó la nota y le había dejado un mensaje. No se trataba de un mensaje del que se sintiera particularmente orgulloso, pero no estaba dispuesto a dar segundas oportunidades. Ella no le devolvió la llamada y, en cierto modo, Rafe se alegró. Las rupturas limpias eran mucho más aconsejables. Sin embargo, no había nada sobre aquella ruptura que le resultara limpio.