Simón, el camionero de mi vida - Erica Marina Duckwen - E-Book

Simón, el camionero de mi vida E-Book

Erica Marina Duckwen

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Beschreibung

Tras el alerta meteorológico anunciado por los noticieros y los diarios, no fue una tormenta eléctrica lo que se desató en la madrugada de un domingo de Pascuas, sino una tormenta interna que sacudió todo el organismo de Gloria. Al notar que en las semanas siguientes sus malestares no desaparecían, consultó con amigos, familiares y especialistas, y llegó a la conclusión de que definitivamente su mente intentaba comunicarle algo muy importante.   Así, para comprender la fuente de su aflicción y de este modo poder sanar, Gloria comenzará un largo proceso de búsqueda interna que la llevará a desentrañar verdades ocultas en lo más profundo de su ser, y que le cambiará la vida para siempre. 

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el camionero de mi vida

el camionero de mi vida

Erica Marina Duckwen

Duckwen, Erica Marina

Simón, el camionero de mi vida / Erica Marina Duckwen. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tercero en Discordia, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga

ISBN 978-631-6602-33-6

1. Literatura. 2. Narrativa. 3. Desarrollo Personal. I. Título.

CDD A863

© Tercero en discordia

Directora editorial: Ana Laura Gallardo

Coordinadora editorial: Ana Verónica Salas

Corrección: Julián Maiotti

Maquetación: Ivana Franco

Diseño de tapa: Augusto Zabaljauregui

www.editorialted.com

@editorialted

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

ISBN 978-631-6602-33-6

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723.

Dedicado a todas las almas que encomiendan su vida a la Voluntad Divina, que superan sus miedos y que se convierten en lo que vinieron a hacer a este mundo.

Agradecimientos

Muy especialmente a mi compañero de vida, Gustavo, y a nuestros hijos, Tobías y Lucía. Con el inmenso amor de ellos tres en mi vida, todo es posible.

A mi madre y a mi padre, por darme la vida.

A mi abuela Mary, que me guio por el camino de la fe.

A mis hermanos, cuñados, cuñadas, sobrinos y sobrinas, por estar en todo momento.

A mi gran amigo Sergio, por transmitirme su sabiduría altruista.

A Silvia, mi terapeuta, por enseñarme a amarme y a perdonarme cada día más.

A Moni y a Lore, amigas de la infancia, por perdurar a pesar de la adversidad.

A Adru y a Paco, a Luisina y a Sebastián, amigos incondicionales.

Al grupo “Los 23”, por la iniciativa de crecer juntos compartiendo la vida viajando.

A Gladys, por su apoyo amoroso constante a la distancia.

A mis compañeros de meditación, con quienes crecemos armónicamente en la alegría de respirar sanamente.

A Sol, a mis compañeras de danzas, que juntas dejamos que nuestro espíritu se exprese en el cuerpo con amor y dulzura.

A mis grandes amigas del alma Naty y Marina, por todas las aventuras vividas. A pesar de la distancia, en nuestros reencuentros esporádicos, somos capaces de parar el tiempo.

A las Reverendas, que rezaron por mí en los momentos de oscuridad y permanecen con el corazón abierto y dispuesto.

A mi amiga amorosa Tania, por su acercamiento desde lo profundo.

A los chicos del Coro del Reverendo, por las misas dominicales.

Al grupo del Rosario de la Aurora, por los rezos matutinos a la Madre.

A Leti, amigaza del alma, por comunicarnos en el mismo idioma de amor y desapego.

A Graciela, por tocar a mi puerta y comprender.

A Caro y a Cari, por la cercanía en el entendimiento recíproco de vivencias similares.

A Ceci, por la apertura de su corazón y por ayudarme con Lucía. ¡Siempre estás!

A la doc. Caro, por sus palabras que generaron confianza en mí.

A Ariel y a Mercedes, por su dedicación y sus explicaciones.

A Marcela, mi profe, quien aparece cuando me faltan las palabras.

A Chicha, por su luz.

A la subcomisión de fútbol femenino de Blanco y Negro, por la calidez humana, y a las adolescentes que nos deleitan con su amor grupal en tan hermosa disciplina.

A Cali y a Dani, por las bicicleteadas compartidas.

A la comunidad educativa de Coronel Suárez, especialmente en las escuelas donde pude ejercer la docencia. Mi gratitud por todos los momentos compartidos.

A todas las personas que por diferentes motivos nos cruzamos en algún trayecto del camino.

Esta es mi ofrenda al mundo hecha con amor.

Querido/a lector/a:

¡Hola!

Gracias por acercarte, sea cual sea el motivo de tu curiosidad.

Me da muchísima alegría saber que, a partir de ahora, estaremos conectados/as.

Espero que puedas sentirte parte de la historia de estos personajes, y ojalá los reflejos que veas te sirvan de instrumento para lo que gustes emprender en tu vida.

Tu disfrute es mi objetivo primordial. Si el entusiasmo se apodera de tu interés desde el inicio hasta el final, todo estará cumplido para mí.

Te invito a incursionar en la recreación de las respuestas que surjan de tu corazón. ¡Tranquilo/a! El vocabulario que utilicé no te será en lo más mínimo una complicación porque tampoco sé de palabras muy sofisticadas ni complejas.

Finalmente, aunque suene trillado, por más inalcanzables que parezcan tus sueños, no dejes de confiar en ellos. Sé agradecido/a con cada contratiempo que obstaculice tus pasos. ¡Solo será cuestión de tiempo! Tomá los aprendizajes respectivos. Y continuá adelante.

Eri

Antesala

¿Quién no ha sentido miedo ante el pronóstico de un alerta meteorológico?

Los meteorólogos, locutores y periodistas se encargan de realizar un llamado de atención para que la población se mantenga expectante ante cualquier hecho climatológico que pueda ocasionar cambios repentinos. Muchos revisan sus canaletas, otros dejan algunas velas o luces de emergencia al alcance de su mano por si la eventualidad lo requiere.

Si no hay una urgencia que atender o una desavenencia impostergable, la mayoría optará por quedarse en su casa al resguardo de lo que venga. ¿No?

El alerta naranja es suficiente para pensar en la posibilidad de que las severas tormentas que se aproximan traigan viento, lluvia o algo peor. Si acontecen de noche, aparentan ser más terribles todavía. Y si encima se corta la luz, la situación se estimará incluso más desafiante.

La luz eléctrica se ha convertido en una necesidad vital desde que se ha inventado hasta nuestros días, tanto para las primeras generaciones que se vieron tan beneficiadas luego de su descubrimiento, como para las sucesivas, con los cambios, las mejoras y la corrección de las imperfecciones que hicieron más óptimo su uso. Nos hemos acostumbrado tanto a esta comodidad, que nos resulta imprescindible. Cuántas veces hemos escuchado: “¡Yo sin luz no podría vivir!”.

¡Y pensar que todavía existen algunas culturas que prefieren no disponer de este servicio!

Para los coetáneos, los inconvenientes que ocasionan los apagones de energía se manifiestan como algo catastrófico. Si la desconexión se da por muchas horas, concebimos que lo que hay en la heladera corre el riesgo de descomponerse. Sin batería el celular no anda. Internet, sin luz, tampoco funciona, es decir, la comunicación con el exterior se ve interrumpida por donde se la mire. La tele, la computadora, la pava eléctrica, el microondas, la tostadora, el lavarropas están de adorno en estos escenarios.

En definitiva, los electrodomésticos que nos simplifican la vida, cuando se dan los apagones, resultan totalmente inútiles. Estamos tan automatizados, que accionamos los interruptores de encendido aun sabiendo que la luz está eventualmente cortada. En este sentido, cuando vuelve el suministro de energía, observamos varios aparatos encendidos, sin darnos cuenta de que los habíamos oprimido de forma inconsciente.

Con la visión humana, sucede algo similar: si no vemos con claridad, por estar dormidos, apurados o distraídos, pueden suceder cosas de las cuales no somos ni capaces de imaginarnos siquiera. Si, estando dormidos, apurados o distraídos, intentamos desplazarnos, el riesgo de colisionar con un estorbo que intercepta nuestro camino nos podría dificultar el paso. Si vamos lento, el daño puede que sea pequeño, pero, si nos aceleramos, el tropiezo tendrá derivaciones más graves, por lo cual necesitaremos de alguien que nos asista.

El médico experto en la dolencia asumirá su trabajo, y nosotros, inevitablemente, tendremos que confiar en su asistencia, con sumisión, constancia y perseverancia. La paciencia deberá aflorar en su máximo potencial para aceptar la ayuda ofrecida porque no siempre todo se cura tan rápido como deseamos, y lo que hará falta es nada más y nada menos que lo que yo llamo “la joya más valiosa”, comúnmente denominada “tiempo”.

Capítulo 1

La noche

Simón es mi marido, se apellida De la Fuente. Yo soy Gloria, y mi apellido es De Dios. Por cierto, él es camionero, y ahora yo soy su acompañante.

Todo comenzó en esa madrugada de lluvia y viento, cuando tomé mi celular de la mesita de luz para ver la hora. El reloj marcaba las 3:03 a. m.

¡No es una hora cualquiera!

El desvelo era notorio. Tenía la nariz tapada y la boca seca, pastosa. Aparentemente, había dormido con la boca abierta. Las pantuflas que reposaban al costado de mi cama quedaron allí. Por alguna extraña razón, preferí andar descalza. Un tanto aletargada, me dirigí a la cocina en busca de agua. Trataba de hacer el menor ruido posible para no despertar a nadie. Como de costumbre, no encendía ninguna luz. En marzo, aún dormíamos con las ventanas abiertas para que circulase el aire fresco y la ventilación se llevara el calor abombado del día hacia el exterior. Por las dudas, cerré cada una de las ventanas. Trabé los pasadores. Por el momento, no había por qué alarmarse, pero era imperioso estar precavidos por el anunciado alerta naranja. Busqué seis velas, una para cada estancia de la casa, y las dejé sobre el mueble del comedor, junto al rudimentario encendedor de plástico verde, por si acaso.

La luz de la calle asomaba por la ventana de la cocina, por lo cual veía muy bien el dispenser, presioné la canilla, atenta a que el agua no rebalsara. Hacía años que no bebíamos la del grifo. ¡Me sentía rara! Esperé un poquito hasta terminar completamente mi vaso de agua servido. No sabía por qué había decidido tomarlo allí, sin llevármelo hasta mi cuarto, como comúnmente hacía.

En el retorno a mi cama, el malestar continuaba manifestándose en ascenso. Tenía la visión difusa. La rareza se convirtió en mareo. Una gota de transpiración brotó desde la nuca y se deslizó hasta el centro de mi espalda. Seguía caminando zigzagueante por el pasillo, que todavía olía a pintura fresca, dado que había renovado sus paredes con siesta relajante, aquel color tiza suave con un toque de beige que se denomina así. Fui rozando las paredes con las yemas de mis dedos y sentí los pequeños granos de arena que la lija no había podido eliminar. Daba pasos cada vez más lentos y espaciados. El trayecto se me estaba haciendo eterno. La oscuridad ya no estaba afuera, sino dentro de mí. Ya no podía ver nada y me desplazaba hacia adelante según mi intuición. ¿Por qué no podía llegar? Si no había delante ningún obstáculo por sortear, ni alfombra que entorpeciese mi paso. ¿Qué me pasaba? Ya no podía más.