Sin miedo a vivir - Roxann Delaney - E-Book
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Sin miedo a vivir E-Book

Roxann Delaney

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Beschreibung

El regreso de Trish Clayborne a Desperation, Oklahoma, resultó agridulce cuando se topó de bruces con su exprometido. Morgan Rule le rompió el corazón al cancelar su boda sin una palabra de explicación. Trish pensó que las cosas entre ellos habían terminado definitivamente. Hasta que descubrió que estaba embarazada. Morgan se quedó impactado cuando se enteró de la noticia. Y más todavía cuando Trish le dijo que pensaba criar a su hijo sola. Pero ¿cómo hacer lo correcto con Trish y su hijo sin desvelar las auténticas razones por las que puso fin a su relación? ¿Y se lo permitirá Trish? ¡El ilustre sheriff tenía algunas explicaciones que dar!

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Seitenzahl: 208

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Roxann Farmer. Todos los derechos reservados.

SIN MIEDO A VIVIR, N.º 3 - marzo 2012

Título original: The Lawman’s Little Surprise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-560-3

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

TRISH Clayborne estaba sentada al calor de su coche frente a la señal de stop conteniendo las lágrimas. Ya casi estaba en casa.

Desde la intersección que unía la carretera secundaria con la calle principal del pueblo, Desperation, Oklahoma, parecía salida de un sueño nebuloso. Las coloridas y parpadeantes luces cubrían los escaparates, y las farolas estaban adornadas con bastones gigantes rojos y blancos. La nebulosa provocada por el escaso polvo de nieve que apenas cubría el suelo creaba un halo alrededor de las luces y producía en las calles desiertas un efecto estremecedor que contrastaba con la amabilidad del pueblo y de sus habitantes.

Trish había llegado a amar Desperation y sus gentes cuando su hermana Kate y ella fueron a vivir allí con la hermana de su padre once años antes. La tía Aggie había llenado rápidamente el vacío dejado por la muerte de sus padres durante un tornado, y la gente las había recibido con los brazos abiertos. Las hermanas se habían convertido en parte de la comunidad. Era su hogar, y Trish estaba agradecida de volver tras haber estado seis semanas fuera promocionando el libro en una gira que le había resultado interminable.

Cuando las luces de un coche patrulla iluminaron el interior de su coche se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo parada en la intersección. Sintió miedo. El último hombre al que deseaba ver estaba probablemente tras el volante del coche patrulla.

El sheriff se acercó y proyectó una sombra en el coche. Trish apretó el botón para bajar la ventanilla, deseando poder desaparecer. Pero en lugar de saludar al sheriff con una sonrisa, continuó mirando hacia la bruma que tenía delante confiando en que el gorro de punto que llevaba puesto ocultara su cabello rubio y su identidad hasta que pudiera calmar el acelerado ritmo de su corazón.

–¿Tiene algún problema con el coche, señorita?

Ella se giró lentamente deseando estar en cualquier otro lugar que no fuera aquél.

–Has vuelto –dijo Morgan Rule con voz neutra.

Trish hizo todo lo posible por ignorar su ceño fruncido y la carencia de emoción de su tono.

–Sabías que volvería a casa antes de la boda de Kate y de Navidades.

–Falta una semana para la boda. Podrías haberte quedado y hacer un poco de turismo.

Ella se mordió el carrillo por dentro para contener las lágrimas. No mucho tiempo atrás, aquel hombre la había amado, había querido casarse con ella. Habían planeado un futuro juntos. Pero ocurrió algo que le cambió. No era un hombre que soliera mostrar sus sentimientos, pero en algún momento había olvidado cómo sonreír y al parecer cómo amar.

–¿De quién es este coche? –preguntó dando un paso atrás para verlo bien.

–Mío. Me lo he comprado con el dinero de la venta de mi libro –dinero que tenía pensado gastar en su boda.

El sheriff alzó las cejas y volvió a mirarla a ella.

–Creí que no podías conducir.

–Sé conducir desde el instituto, pero no lo hacía. Ya lo sabes.

–Sí, tal vez sí. O tal vez lo había olvidado. Es fácil que eso ocurra cuando no estás cerca para recordármelo.

–¿Si no me ves no te acuerdas de mí? –preguntó Trish. Y al instante se arrepintió.

–Algo así.

Ella se había acordado de él. Constantemente. Y ahora que estaban solos, tal vez podrían encontrar la manera de que las cosas funcionaran.

–¿Podemos declarar una tregua, Morgan? Aunque sólo sea durante las vacaciones.

–¿Una tregua? ¿Estás diciendo que quieres que seamos amigos? ¿Es eso?

Trish asintió. Tenía la esperanza de recuperar lo que habían perdido cuando ella se marchó. Morgan era un buen hombre, amable y cariñoso, y se preocupaba profundamente por los demás pero rara vez lo demostraba en público. Si pudiera encontrar al hombre que había cambiado poco tiempo atrás…

Colocando las manos en la ventanilla abierta, Morgan se inclinó y conectó su oscura mirada con la de ella.

–Nuestra boda fue cancelada. Tú tenías otras cosas mejores que hacer. No veo razón para que seamos amigos.

–Yo pospuse nuestra boda –le aclaró ella tratando de mantener la calma–. Tú fuiste el que la canceló.

Un atisbo de emoción cruzó por su rostro, algo que Trish no fue capaz de reconocer, pero desapareció al instante. Sus ojos no revelaban nada.

Sin pensar en lo que hacía, ella le puso la mano enguantada sobre la suya.

–Ahora que la gira ha terminado…

–Lo hecho, hecho está –Morgan apartó la mano y evitó mirarla.

Trish confiaba en que fuera más razonable que seis semanas atrás, y le rompía el corazón ver que no había cambiado.

–Pero no tiene por qué ser así.

Él dio un paso atrás y la miró fijamente.

–¿Cuándo vuelves a irte?

La pregunta la pilló con la guardia baja. Estaba claro que el tema de la tregua y de salvar al menos la amistad quedaba zanjado.

–No sé si voy a irme –contestó.

Morgan asintió con brevedad.

–Para facilitarnos las cosas, esto es lo que vamos a hacer: yo te evitaré y tú me evitarás. No es necesario que provoquemos habladurías en el pueblo, aunque ya sabes que hablarán de todas formas, así que vamos a limitarnos a ser civilizados cuando nos crucemos.

Consciente de que discutir con él no serviría para nada, Trish se encogió de hombros y miró por el parabrisas hacia las luces.

–Sí así quieres que sea, de acuerdo.

–Así quiero que sea.

Trish tenía el corazón roto, pero no quería que se diera cuenta de cuánto le dolía.

–Entonces será mejor que me vaya a casa. La tía Aggie y Kate se estarán preguntando dónde estoy.

Al ver que Morgan no respondía, metió una marcha, miró a ambos lados y cruzó lentamente la calle para dirigirse a la granja Clayborne, que estaba situada a unos cuantos kilómetros del pueblo. La tentación la llevó a mirar por el espejo retrovisor cuando subió la ventanilla y vio a Morgan de pie en medio de la calle, donde le había dejado. No la estaba mirando, sólo miraba el lugar donde ella había estado. Se metió las manos en los bolsillos y volvió al coche patrulla.

Trish suspiró y trató de concentrarse en la carretera que tenía por delante, pero tenía la mente puesta en lo que había que hacer y en cómo iba a hacerlo. Cuando vendió el libro infantil que había escrito pensó que la vida sería de color de rosa. Estaba prometida a un hombre maravilloso y respetable y estaban planeando su próxima boda.

Entonces su editor le ofreció la posibilidad de promocionar su libro haciendo una gira para firmar ejemplares. Para ella era algo que iba a hacer una vez en la vida y estaba muy ilusionada, aunque eso significara pedir un permiso sin sueldo en su trabajo como profesora de segundo grado. A Morgan le pareció fatal la idea desde el principio y amenazó con cancelar la boda. La noche antes de que saliera de gira, después de hacer el amor, él anunció que el compromiso quedaba roto y que iba a cancelar la boda. Ella le suplicó que lo reconsiderara. Morgan se negó, y cuando Trish insistió en que al menos le dijera la razón, se negó a darle ninguna explicación. Y seguía sin conocer la razón.

Y ahora le necesitaba más que nunca, pero no había pensado todavía en cómo darle la noticia que tenía. Seguía estando tan distante con ella como seis semanas atrás, cuando Trish salió del pueblo.

El sheriff Morgan Rule había necesitado de todo su autocontrol para no ir detrás de Trish y retractarse de todo lo que le había dicho. Pero no lo haría. Ni ahora ni nunca.

Se había sentido muy orgulloso de ella cuando una conocida editorial le compró los derechos del libro para niños que había escrito. Morgan creía que por fin había encontrado paz y felicidad. Pero un incidente con el borracho del pueblo le había despertado los recuerdos que creía enterrados y le había recordado que nunca podría llevar una vida normal como la mayoría de los hombres. Su intención no había sido hacerle daño a Trish, sino salvarla. Y ahora, como no se fiaba de su corazón, tenía que decir y hacer cosas que sabía que eran dolorosas para ambos.

Morgan subió los escalones de piedra de lo que una vez fue una mansión sureña construida en los bosques de Oklahoma, mucho antes de que hubiera tanta población. Abrió la puerta de entrada con la esperanza de subir en silencio la escalera que llevaba a su apartamento. Tenía la suerte de vivir allí gracias a su tío, que le había buscado el sitio. Pero la suerte la abandonó cuando se dio cuenta de que el coche que había detenido era el de Trish. Su tío le recibió en el vestíbulo del Hogar del Jubilado Shadydrive, cariñosamente llamado La Comuna por sus habitantes.

–Me ha parecido oír tu coche –dijo Ernie Dolan apareciendo tras la esquina del enorme comedor–. Todo el mundo está todavía cenando, así que si tienes hambre puedes… –se acercó un poco más para observar a Morgan. Sus ojos azules revelaban su preocupación–. ¿Ocurre algo?

Morgan sacudió la cabeza y dejó escapar un largo suspiro. Más le valía contarlo. Todo el mundo se enteraría enseguida.

–Trish ha vuelto.

–¿Ah, sí? –una sonrisa cruzó el rostro de Ernie, pero se llevó rápidamente una mano a la corta barba gris para ocultarla–. Quiero decir… ¿cómo lo sabes?

–Paré un coche y…

–¿Ha dicho alguien que Trish ha vuelto?

Morgan se giró y vio a la inquilina más reciente cerrando las puertas del comedor tras de sí. Hettie Lambert corrió hacia ellos con sus ojos grises echando chispas de emoción.

–¿Ha vuelto? ¿Está en casa de Aggie? Oh, será maravilloso volver a verla y que nos cuente cómo ha ido la gira.

Pensando en Eclipse azul que Trish conducía, Morgan gruñó:

–Debe de haberle ido bien, a juzgar por su nuevo coche.

Hettie unió las manos.

–¡Un coche nuevo! Me alegro por ella. Llevaba demasiado tiempo dependiendo de los demás.

Morgan no estaba necesariamente de acuerdo, aunque se guardó su opinión para sí mismo. Le caía bien Hettie y la admiraba, pero opinaban de forma muy distinta sobre la cancelación de la boda y no estaba dispuesta a aceptar que las cosas entre Trish y él hubieran terminado.

Aunque no quisiera reconocerlo, Hettie era la matriarca del pueblo. Había donado la mansión Ravenel, que había sido construida a finales del siglo XIX por su tatarabuelo, el coronel George Ravenel, para que fuera utilizada como residencia para jubilados o para cualquiera que ya no quisiera seguir pagando gastos de mantenimiento. Era todo un lujo para el pueblo y había una larga lista de espera para hacerse con uno de los siete apartamentos.

–¿Habéis tenido oportunidad de hablar? –le preguntó Hettie bajando la voz como si estuviera conspirando.

–Sí, hemos hablado –murmuró él.

–Y ha ido mal, ¿verdad? –la anciana sacudió lentamente la cabeza–. El maldito orgullo masculino.

Morgan apretó los labios y no dijo nada. Sabía que, si se mantenía callado, Hettie terminaría rindiéndose. Al menos, por el momento.

–Ya tendréis más oportunidades para hablar –dijo con una sonrisa girándose hacia las escaleras–. Habrá tiempo de sobra durante las vacaciones. Llamaré a Aggie para saber cómo le ha ido a Trish en la gira.

–Ven a comer algo –le dijo Ernie a Morgan cuando Hettie se hubo marchado.

–No tengo hambre –replicó él dirigiéndose hacia la escalera.

Pero su tío le detuvo.

–No seas muy duro con Hettie. Os quiere a los dos y desea veros felices.

Morgan sólo pudo limitarse a asentir mientras un gran nudo se le formaba en la garganta. Le había contado a Ernie lo que le pasó a su compañero en Miami seis años atrás, pero nunca se lo había contado a Hettie y no tenía intención de hacerlo. No hacía falta que nadie lo supiera.

–Es Navidad, hijo –dijo Ernie interrumpiendo los pensamientos de Morgan–. Tiempo de perdón.

Morgan no tenía ganas de hablar de sus problemas, así que se encogió de hombros y siguió subiendo las escaleras.

–Eso dicen.

No llevaba en su pequeño apartamento de la tercera planta ni veinte minutos cuando oyó que llamaban a la puerta. Le dio una patada a las botas que se había quitado y se acercó para ver quién venía a molestarle. No tenía humor para compañía.

Hettie sonreía al otro lado de la puerta cuando la abrió.

–Tengo que pedirte un favor.

Sintiéndose culpable por haberla tratado un poco mal antes, Morgan abrió más la puerta.

–Sabes que siempre estoy dispuesto a ayudar. ¿De qué se trata?

–Ya sabes que odio el mal tiempo. Aquí no suele nevar mucho, y odio conducir después del anochecer.

Morgan apretó las mandíbulas. Tenía la sensación de que no le iba a gustar el favor.

–El que haya poca nieve no debería ser un problema.

–Puede ser, pero mis viejos ojos ya no son lo que eran. Sobre todo cuando ya ha anochecido. ¿Te importaría llevarme casa de Aggie?

Morgan sabía perfectamente lo que estaba tratando de hacer.

–Tienes que dejar de ejercer de celestina, Hettie. Puedo cuidar de mí mismo.

–Por supuesto que puedes. No tendrás que hablar con Trish. Dusty estará ahí y te llevas bien con él, así que puedes ignorar nuestra charla de mujeres y hablar con él. Te prometo que no me entretendré mucho.

Morgan dudaba que fuera a ser tan fácil, pero no podía negarle a Hettie la visita a Trish por mucho que él no quisiera volver a verla.

–De acuerdo –dijo finalmente–. Sólo por esta vez.

–Es muy obstinado –dijo la hermana de Trish cuando se sentaron a la gran mesa de la cocina–. Dios sabe que la mayoría de los hombres lo son. Tal vez pueda conseguir que Dusty hable con él y…

Trish dio un respingo en la silla.

–¡No, Kate, por favor! No le digas nada a Dusty –trató de calmarse y sonrió–. Yo lo arreglaré.

Kate se encogió de hombros.

–Lo que tú digas, pero un día de estos Morgan Rule se va a arrepentir.

Aggie Clayborne soltó un resoplido impropio de una dama desde el fregadero de la cocina.

–Todo el mundo dice que Morgan se equivocó al cortar contigo. Ayer mismo, cuando pasé por la oficina de correos, Betty me preguntó cómo estabas. Yo le dije que… –miró hacia la puerta al escuchar el sonido de un coche deteniéndose en la entrada–. Aquí está Hettie. Ve a abrirle, Trish. Si ha venido aquí es sólo para verte a ti.

–Y a ti –Trish se levantó y captó la mirada que se cruzaron Kate y la tía Aggie. Perpleja, se dirigió hacia la puerta y la abrió. Sólo había una persona que sabía que estaba en casa y que se lo había dicho a Hettie, y esa persona era Morgan. Miró hacia fuera y vio el coche patrulla y a dos personas saliendo de él. Una de ella era una mujer alta y de estilo regio y, la otra, un representante de la ley tocado con un sombrero de estilo vaquero.

Morgan había llevado a Hettie a verla. ¿Debería estar contenta?

Antes de que Trish pudiera responder a su propia pregunta o incluso calmar las mariposas que sentía en el estómago, Hettie subió corriendo las escaleras del porche y entró por la puerta de la cocina para abrazarla.

–Temía que el mal tiempo te causara problemas –dijo–. Pero veo que has logrado llegar a casa sana y salva.

–Las carreteras estaban bien, Hettie –aseguró ella abrazándola, consciente de que Morgan estaba subiendo en aquel momento las escaleras–. Vamos, entra –dijo cuando Hettie la soltó–. Entrad los dos –corrigió al ver a Morgan detrás de la anciana–. La tía Aggie ha hecho café y quedan algunos de los famosos bollos de canela de Kate.

–Me alegro de haberme saltado el postre –dijo Hettie riéndose y entrando en la casa.

Trish la siguió cuando Morgan le sostuvo la puerta. Ella asintió en señal de agradecimiento.

Kate se levantó de la silla y Hettie la abrazó como había hecho con Trish. La tía Aggie puso otra taza de café sobre la mesa.

–Buenas noches, Hettie –dijo Aggie. Luego se giró hacia el sheriff, que permanecía en silencio en la puerta–. Morgan, Dusty está en el salón viendo un partido de fútbol en la televisión. Estoy segura de que le gustará tener compañía. Hay una taza de café para ti al lado del fregadero. Kate o Trish os llevarán los bollos en unos minutos.

Trish vio cómo Morgan movía nerviosamente el sombrero entre las manos y le daba las gracias a su tía. También evitó mirar a Trish cuando agarró la humeante taza de café de la encimera y desapareció por el pasillo.

Un silencio incómodo se cernió sobre la estancia hasta que Aggie se acercó a la mesa.

–Siéntate, Hettie –dijo mientras ella hacía lo propio en su silla favorita–. Y vosotras también, chicas.

Hettie se sentó a la izquierda de Aggie y se giró para mirar a Trish.

–¿Ese coche nuevo tan bonito que he visto al llegar es tuyo?

Trish le dio un sorbo a su taza de café antes de bajarla.

–Cuando lo encargué pedí que me lo llevaran a un concesionario de Oklahoma City para poder recogerlo cuando llegara mi vuelo hoy.

–La nevada de esta noche ha sido una sorpresa. ¿No ha supuesto ningún problema para ti?

–En absoluto –respondió Trish–. Apenas cubre el suelo, y además adquirí mucha práctica conduciendo en Chicago por la nieve con coches alquilados.

Hettie se reclinó hacia delante en la silla y bajó la voz.

–Morgan parecía un poco sorprendido con lo del coche.

Trish sacudió la cabeza y suspiró.

–Actuó como si no tuviera derecho a conducir ningún coche.

A su lado, Kate extendió la mano y le dio una palmadita en la suya.

–Ten paciencia con él. No está acostumbrado a que seas tan independiente. Personalmente, yo estoy muy orgullosa de ti, pero él está conmocionado.

–¿Podría ser que te echa de menos y no quiere admitirlo? –añadió Hettie.

–¿Quién te está echando de menos?

Las cuatro mujeres se pusieron muy rectas y trataron de componer una expresión de inocencia. Kate se puso de pie de un salto con una sonrisa de oreja a oreja y corrió hacia su futuro marido.

–Yo te echaba de menos, Dusty –enlazó el brazo con el suyo.

Él sonrió; estaba claro que no la creía.

–Como tú digas, cariño. Sólo he venido para ver dónde están esos bollos de canela.

–Yo los llevo –Trish corrió hacia el armarito. Envidiaba a su hermana. ¿Sería posible que hacía tan sólo unos meses Morgan y ella hubieran bromeado del mismo modo? Parecía que hubieran sido años. Ahora estaban tratando de ser educados el uno con el otro. Forzando una sonrisa, Trish agarró una bandeja llena de bollos y se la pasó a Dusty.

–¿Algún mensaje? –preguntó él al recibir la bandeja.

–¿Cómo?

–Mensajes. Ya sabes. Para él –señaló con la cabeza hacia el salón.

Trish sacudió la cabeza y consiguió sonreír de verdad.

–No, ningún mensaje.

Dusty volvió al salón con la bandeja y ella regresó a su sitio en la mesa. Hettie le estaba preguntando a Kate sobre el vestido de novia, y enseguida la inminente boda se convirtió en el tema de conversación. Trish se olvidó rápidamente de que Morgan estaba cerca.

Cuando Hettie anunció que ya era hora de marcharse y que Morgan debería estar mirando sin parar el reloj, la realidad regresó de golpe.

–Tengo que ir a buscar una revista que quiero enseñarle a Kate –dijo Trish excusándose–. Iré a verte en algún momento esta semana, Hettie. Con todas las cosas que faltan todavía por hacer para la boda de Kate, estaremos casi todos los días en el pueblo.

–Claro –contestó Hettie–. La reunión del comité para la celebración de Nochevieja es el jueves en La Comuna.

«Estupendo», pensó Trish. Un sitio más donde se arriesgaba a encontrarse con Morgan.

–Me había olvidado completamente –admitió–. Pero ahí estaré.

Tras darle a Hettie un rápido abrazo, salió corriendo y subió las escaleras para entrar en su dormitorio. Agarró la revista que había dejado antes encima de la cama y esperó a oír cómo se despedían Hettie y Morgan antes de volver a bajar. Cuando todo pareció quedar en silencio llegó al final de las escaleras y se dirigió hacia el oscuro pasillo. Pero soltó un grito cuando estuvo a punto de chocarse contra alguien.

–Lo siento –dijo Morgan sosteniéndola antes de volver a soltarla al instante–. No quería asustarte.

Conteniendo el aliento, Trish calmó su acelerado corazón con la mano.

–Pues me has asustado –se quedaron allí de pie un instante. Finalmente, ella rompió el silencio–. ¿Por qué estás todavía aquí? Pensé que te habías ido con Hettie.

–Aggie quería enseñarle algo, así que pensé que sería un buen momento para ir a buscarte.

–¿A buscarme? –la había evitado durante todo el tiempo que estuvo en la casa.

–Quería hablar contigo –aseguró Morgan manteniendo el tono de voz bajo–. Quería que supieras que esto ha sido cosa de Hettie. No quiero que te hagas falsas ilusiones y pienses…

Trish esperó a que terminara, y al ver que no lo hacía, ella misma se encargó.

–¿Y piense que quieres que volvamos juntos? Te aseguro que no tengo dudas. Me lo has dejado muy claro antes –trató de pasar por delante de él, pero Morgan se lo impidió.

–No hagas esto, Trish.

–¿Tienes el valor de decirme eso después de…? –se detuvo. No iba a volver a pasar por aquello. Morgan ya le había dicho lo que sentía. La culpaba a ella. Lo que no sabía era de qué. ¿Sería porque había querido aprovechar la oportunidad de conocer el país y a su gente? Había sacrificado parte de su año de clases además de retrasar los planes de boda. Tal vez su decisión no le había gustado, pero se alegraba de haberla tomado. Y estaba viendo una parte de Morgan que no conocía. Tal vez fuera mejor así, pero desde luego no era el mejor momento.

Morgan se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros, una prueba inequívoca de que le costaba trabajo decir lo que deseaba.

–Sólo quiero que sepas que yo todavía… –comenzó a decir sin mirarla. Alzó lentamente los ojos hacia los suyos–. Todavía me importas, Trish, y por eso esto me resulta tan duro. No quiero que te hagas falsas ilusiones porque no quiero que sufras.

Ella abrió la boca para decirle que ya estaba sufriendo, pero Morgan se dio la vuelta y se marchó. Lo vio desparecer en la cocina. Oyó cómo su tía y Hettie le regañaban por haberse ido sin decir nada y permaneció escondida hasta que supo con seguridad que se había ido con Hettie.

Morgan le había dejado claro que todo había terminado entre ellos. Pero no era así. Necesitaba decirle que era muy probable que estuviera embarazada, pero se lo estaba poniendo imposible. Tal vez fuera mejor no decir nada por el momento hasta que estuviera completamente segura.

CAPÍTULO 2

–NO DEJES que me olvide de las almendras y el mazapán –dijo Kate cuando Aggie y ella salieron del coche de Trish.

–¿No lo has puesto en la lista de la compra? –preguntó Aggie.

–¿Acaso lo hace alguna vez? –dijo Trish riendo. Su hermana era la peor con las listas. Resultaba difícil de creer que hubiera sido capaz de organizar una boda en menos de seis meses.

Aggie cerró la puerta del coche y sacó un papel arrugado del bolsillo del pantalón.

–Dame un bolígrafo, Trish. Lo añadiré.

Suspirando, Trish rebuscó en el bolso, encontró un bolígrafo y se lo pasó a su tía.

–¿Has apuntado pasar por la oficina de correos para recoger el paquete de Kate?

Aggie escudriñó el papel arrugado.

–Sí, aquí está –apuntando probablemente la palabra «almendras», gruñó–. Esta lista va a llevarnos todo el día.

Kate se subió a la acera cerca del café Chikalick y las demás la siguieron.

–Por eso sugerí que comiéramos en el pueblo –les recordó Trish.