Corazones heridos - Roxann Delaney - E-Book
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Corazones heridos E-Book

Roxann Delaney

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Beschreibung

Rachel necesitaba un refugio para su hijo de seis años y para todos sus secretos. La suerte la había conducido a un remoto rancho, pero una ventisca la había dejado encerrada después con Lucas Callahan, un vaquero taciturno. Él no parecía muy contento con la presencia de Rachel y del pequeño Cody. Sin embargo, algo lo conmovió y les ofreció protección, incluso un matrimonio de conveniencia, para mantener alejados a sus perseguidores. Rachel, sin elección y enamorada, se atrevió a soñar con que el hosco y generoso vaquero que la había acogido le entregara también su duro corazón...

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Seitenzahl: 187

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Roxann Farmer

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazones heridos, n.º 1209- septiembre 2021

Título original: Rachel’s Rescuer

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-853-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LUCAS Callahan veía dos columnas de polvo que se elevaban en el camino del rancho que solía estar desierto, mientras por el rabillo del ojo notaba que el resplandor violáceo desaparecía entre nubes que anunciaban la llegada del invierno.

—Qué demonios…

Soltó al ternero que acababa de marcar y permaneció en silencio observando cómo el primero de los coches paraba con un frenazo y esquivaba por centímetros la valla que había enfrente de la casa de dos pisos. Una mujer bajó del viejo coche deportivo, temblando de pánico.

Permaneció de pie, como congelada, hasta que el coche de la policía se detuvo.

El sheriff Ben Tatum se bajó del vehículo mientras se colocaba el sombrero en la cabeza. Avanzó exhibiendo la placa sobre su pecho macizo. Se detuvo justo delante de la mujer, se llevó los puños a la cadera y abrió las piernas con firmeza.

—¿Qué demonios está haciendo, señorita?

Lucas se volvió a ocultar en el establo y esperó. Desde su privilegiado observatorio podía ver claramente la escena que se desarrollaba en el patio, aunque el sol empezaba a ocultarse y el cielo se oscurecía. Quería oír lo que la mujer tenía que decir, pero no quería que lo viesen. Ben sabría tratar a la forastera mejor que él. Se conocían de toda la vida, habían nacido con una diferencia de días hacía treinta y dos años.

—Si usted… —estiró del borde de una camiseta demasiado larga, la mirada nerviosa se detuvo sobre su coche. Se irguió, miró a Ben y levantó la barbilla—. Creo que me he perdido.

Ben se echó hacia atrás el sombrero.

—¿No sabe que tiene que apartarse cuando un policía pretende que se pare?

La barbilla de ella subió un poco más y se puso rígida.

—¿Qué he hecho mal?

—Nada —Ben dio una vuelta alrededor del coche y se inclinó.

Ella se dispuso a seguirle, pero se detuvo cuando él se levantó con una matrícula entre las manos.

Ben volvió a dar la vuelta al coche y mostró la matrícula.

—Esto colgaba de su coche y estaba a punto de caerse. Conducir sin matrícula puede acarrearle problemas, incluso aquí, en Montana.

—¿Me ha estado persiguiendo con destellos de luces porque tenía la matrícula suelta?

La seriedad de Ben se transformó en enfado.

—¿Quiere decir que me había visto? La próxima vez que la policía le diga que pare, hágalo.

Ella bajó la cabeza.

—Sí, señor.

Lucas salió de su escondite, impaciente por volver a sus faenas antes de que la tormenta le interrumpiera.

—Tengo algunos tornillos para matrículas.

Ella dio un salto agarrándose la garganta con las manos.

—¿Cuánto tiempo lleva ahí?

Lucas avanzó hacia ellos y se paró en la valla del corral.

—Lo suficiente.

Los ojos azules de ella se estrecharon.

—¿Y eso que significa?

Lucas tomó aire al ver esos ojos.

—Vi cómo volaba por el camino.

Ella volvió a estirarse la camiseta y su nerviosa mirada volvió a detenerse en el coche.

—Estaba perdida.

—Tiene un problema algo mayor que ese, señorita —Ben señaló a la rueda delantera del coche de donde salía un silbido.

—Pinchada —gruñó Lucas. La quería lejos, con sus ojos azules y con todo. Había algo que no funcionaba y no quería adivinar qué era. La quería lejos de Blue Sage—. La cambiaremos y podrá seguir su camino.

—No… no tengo rueda de repuesto.

Ben se adelantó antes de que Lucas pudiese pronunciar una serie de improperios.

—¿Dónde dijo que iba?

Ella le dirigió una mirada tensa.

—No lo he dicho.

Estaba claro que ocurría algo. Lucas había percibido temor tras la obstinada mirada. Se preguntaba si Ben se habría dado cuenta. Había gente que pensaba que el sheriff era un poco lento, pero la verdad era que se le escapaban muy pocas cosas.

Lucas no apartaba la mirada de ella. Enseguida recordó que no se podía confiar en cualquier desconocido que aparecía en medio de un lugar tan apartado. Incluso en un sitio tan perdido como el rancho Blue Sage había artistas y otros bichos raros. Gente nada de fiar, sobre todo cuando se trataba de mujeres. No le extrañaría que formase parte de algún grupo de estafadores.

El tiempo empezaba a ponerse feo, muy feo. La mujer tenía que irse, cuanto antes mejor.

Lucas la miró de arriba abajo y se fijó en el pelo castaño y en el esbelto cuello que aguantaba esa barbilla tan firme. Pasó por alto la amplia camiseta y se detuvo en las suaves caderas y en las largas piernas enfundadas en unos vaqueros muy usados. Su recorrido terminó en unas zapatillas de deportes gastadas y sucias.

—Si está perdida puedo darle algunas direcciones —dijo Ben intentando distraer a Lucas del análisis que estaba haciendo.

—Me basta con que me diga dónde estoy y a que distancia me encuentro de Deerfork —contestó ella—. Ya encontraré el camino.

—¿Se dirige a Deerfork?

Ella dudó.

—Más o menos.

—¿Va cerca de Deerfork? —ella asintió con la cabeza sin decir nada—. Llamaré a Willie para que traiga la grúa —dijo Ben mientras se dirigía al coche patrulla.

—Si me dice dónde va le podría dar la dirección —ofreció Lucas perdiendo la paciencia. Su recelo creció al ver que ella retorcía las mangas entre los dedos. Estaba asustada y no era por haber infringido la ley.

—Voy a ver a una… amiga. Ella y su marido viven cerca de Deerfork. He debido de desviarme por el camino equivocado.

Lucas sonrió al ver la mirada que ella le lanzó. Se exasperaba con facilidad y estaba preciosa cuando lo hacía.

—Un nombre facilitaría las cosas.

Ella bajó la cabeza escondiendo su rostro tras una cortina de pelo.

—Richmond. Jenny Richmond.

Lucas soltó un improperio en voz baja.

—Jenny y Pete se fueron de vacaciones hace un par de semanas.

—¡No es posible! —exclamó ella rodeándose la cintura con los brazos.

Lucas se agarró a la valla para evitar echar a correr. Nada de mezclarse en ese asunto.

—¿Le pasa algo?

Ella volvió a levantar la barbilla.

—Seguiré mi camino en cuanto llegue la grúa.

Se miraban a los ojos cuando volvió Ben.

—Ha habido un accidente en la I-15. Tengo que ir para allá. Willie también va hacia el lugar del accidente —se volvió hacia la mujer—. Tendrá que quedarse aquí hasta que hayamos terminado y podamos venir.

—¡Un momento! —Lucas saltó la valla y se dirigió hacia los dos—. Puede irse contigo y Willie puede recoger el coche mañana. Le encontraremos un sitio para quedarse en Deerfork.

El viento soplaba con fuerza y levantaba remolinos de polvo a su alrededor.

—Tendrá que quedarse aquí, Lucas. Salvo que tú puedas llevarla a Deerfork.

—No puedo. Acaba de nacer un ternero y tengo que vigilarlo. Tú la llevarás.

—Imposible, tengo que ir al accidente— Ben se montó en el coche y bajó la ventanilla—. Una pandilla de niñatos que iba demasiado rápido. Con la tormenta que se acerca…, se les estropearon los frenos. No ha pasado nada, solo es un incordio.

—Yo diría que ella es un incordio —Lucas contó hasta cinco en silencio mientras Ben ponía el coche en marcha—. Ella no se queda y no hay nada más…

—¿Mamá?

Se giró de golpe, mientras Ben se alejaba. Lucas estaba demasiado sorprendido por los nuevos acontecimientos como para impedir que el sheriff se fuese, miró hacia el coche de la mujer, envuelto en ese momento en una nube de polvo, y pudo ver la puerta del conductor abierta.

—No pasa nada —dijo la mujer mientras abrazaba a un niño de cinco o seis años.

El niño miró a Lucas con desconfianza.

—¿Quién es él?

Lucas no podía decir ni una palabra aunque su vida hubiese dependido de ello. Después de unos segundos de silencio sepulcral, se aclaró la garganta e hizo un esfuerzo por hablar.

—Yo soy Lucas Callahan, ¿y tú?

—Cody.

Se prometió que la próxima vez que viese a Ben le partiría la cabeza. Lucas miró al cielo y meneó la cabeza.

—Creo que lo mejor será que vayamos a casa.

—¿No hay otra posibilidad? No nos podemos quedar aquí.

La mujer agarraba al niño y temblaba, aunque Lucas no sabía si de frío o de miedo.

—Tendréis que hacerlo —afirmó. Señaló el porche y volvió a maldecir su suerte en silencio. El cielo estaba casi negro y unos gruesos copos de nieve se mezclaban con el polvo en los remolinos—. Dentro de media hora no se podrá salir a la carretera del condado.

De modo que estaba atrapado con una mujer y un niño hasta Dios sabía cuando.

 

 

Rachel no estaba segura de que las piernas la fuesen a sujetar hasta llegar a la casa. Podía notar la mirada del hombre clavada en ella y sabía que no le gustaba. No podía culparlo. Ella habría reaccionado igual. Debía ser precavida. Los hombres recelosos hacen preguntas. Preguntas que no podía responder si quería que Cody estuviese a salvo.

Las brillantes luces de la cocina la cegaron.

—¿Café? —preguntó el vaquero con un gruñido mientras sacaba dos sillas de debajo de una mesa enorme.

Ella asintió, y se sentó en una de las sillas que la ofrecía, mientras. observaba al hombre que cruzaba la cocina a grandes zancadas. La luz del exterior era demasiado tenue como para poder apreciar bien sus rasgos y, además, estaba demasiado asustada como para prestar atención. Pero en ese momento, que se podía fijar en él, aunque fuese de espaldas, deseó montarse en el coche y salir corriendo, aunque fuese con la rueda pinchada.

Lucas Callahan parecía el mismísimo diablo con un metro noventa de estatura. Llevaba un sombrero negro, por debajo del cual asomaban algunos mechones de pelo espeso, rizado y negro, que cubrían parte de su cuello tostado por el sol. Visto de espaldas parecía magnífico. De frente se lo imaginaba aterrador. Sus hombros eran suficientemente anchos como para recostarse en ellos y sentirse segura. Tenía unas caderas estrechas y las piernas eran muy largas, le recordaba un trozo de ónix. Frío y duro.

—Gracias —murmuró ella al tomar la taza que él la ofrecía.

Sonrió agradecida. No había tomado un café desde la mañana anterior y lo empezaba a necesitar. Solo tenía cuarenta dólares y no quería gastar lo más mínimo en una taza de café innecesaria. Contaba con que Jenny hubiese estado en casa. La decepción hacía que empezase a sentirse desesperada. Había pasado por muchas cosas durante sus veintisiete años, pero esa era de las peores.

Lucas puso un vaso de leche delante de Cody y se volvió hacia un pequeño armario. Con un leve gruñido que se suponía de satisfacción dejó un paquete medio vacío de galletas encima de la mesa.

—Será mejor que no te las comas todas. A lo mejor tienen que durarnos unos días.

Cody miró a Rachel, quien contestó a la mirada con una sonrisa. El niño tomó una galleta y se la comió muy despacio, como si fuese algo raro y exótico. Rachel lo observaba, el amor hacia su hijo superaba el temor. Se había portado muy bien, no se había quejado ni una sola vez por haber pasado días metido en un coche. Incluso habían dormido dos noches en el coche por miedo a quedarse sin dinero. Sin embargo, ahí estaban, en la cocina de un desconocido en vez de estar con su amiga de la infancia, como había planeado. Después de haber visto la amistad entre ese hombre y el sheriff pensaba instintivamente que estaría segura. Al fin y al cabo había sido el propio sheriff quien había sugerido que se quedasen ahí. No estaba asustada, pero tampoco le pasaba desapercibido el hombre que estaba al otro lado de la habitación.

—¿Sabe cuándo volverán Jenny y Pete?

Él no se volvió para mirarla.

—Según lo último que oí podrían estar fuera un mes.

—¡Un mes! —el alma se le cayó a los pies.

Eso significaba otras dos semanas. El dinero que llevaba no le duraría más de un par de días y no quería arriesgarse a utilizar las tarjetas de crédito. Era muy fácil seguirlas el rastro si alguien se lo proponía, y los padres de Steven lo harían. Tenía que encontrar algún sitio donde quedarse hasta que volviese Jenny. ¿Pero cuándo podría salir de allí?

Se atrevió a volver a mirar a Lucas. Llevaba el sombrero tan inclinado sobre la cara que no podía saber qué miraba, pero sintió cierto calor en las mejillas. Él no se había movido desde que sacó las galletas del armario, se había apoyado sobre la encimera, había puesto una bota encima de la otra y había cruzado los brazos. La postura lo hacía más inaccesible. Entonces, ¿por qué se sentía atraída hacia él?

Rachel volvió a concentrarse en el café y reunió fuerzas.

—Podemos ir a Great Falls en cuanto esté reparada la rueda. ¿Cuánto cree que durará la tormenta?, ¿podremos irnos esta noche?

—Lo dudo —respondió Lucas—. Depende de la nieve que caiga y de la fuerza del viento. Si sigue así tendrá que pasar un par de días aquí —el corazón de Rachel se hundió un poco más.

El viento aullaba en el exterior y no pudo evitar un escalofrío, quizá por el sonido o por el par de ojos que la miraban fijamente. Todavía no los había visto a la luz, pero estaba segura de que serían fríos, como su dueño. ¿Por qué era tan antipático?, ¿tan hostil? Casi todo el mundo era precavido con los desconocidos, pero ¿no se daba cuenta de que ella no había elegido estar allí?

—Será mejor que aparte el coche antes de que el tiempo empeore y lo entierre en la nieve. ¿Necesita sacar algo?

Rachel se acordó de las cuatro maletas y de las cajas que había en el maletero que contenían todo lo que no habían querido abandonar. Si él viese todo eso se daría cuenta de que no era una visita a un amiga

—Hay una bolsa detrás del asiento, también el abrigo de Cody y algunas mantas. Las llaves están puestas.

Él asintió con la cabeza y cruzó la cocina con grandes zancadas.

—No necesitará las mantas. Hay muchos dormitorios.

—Gracias —tenía algo que la ponía nerviosa.

—Puede que tarde un rato, tengo que comprobar el ganado —se puso el sombrero y se enfundó en un grueso abrigo—. ¿Le importaría mover el guiso de vez en cuando?

—Desde luego que no —en cuanto él salió, ella se acercó a la cocina, levantó la tapa de la olla y revolvió el contenido con una cuchara de madera, aspiró el aroma y se animó un poco—. Mmm…, sopa de pollo.

—¿Mamá?

—¿Qué te pasa Cody?

—¿Cuándo vamos a casa de Jenny?

—Dentro de unos días —Rachel se acercó a Cody. Estaba sentado en la mesa con un vaso de leche vacío y rodeado por migajas de galletas. Le hizo una caricia para intentar consolarlo. No quería que Cody siguiera teniendo que estar constantemente mirando por encima del hombro como lo había hecho durante los últimos seis meses. Debería de haber avisado a Jenny, pero habían tenido que salir tan rápido…

—¿Nos vamos a quedar aquí hasta entonces? —preguntó con una mirada de sabiduría impropia de su edad.

—Buscaremos otro sitio en cuanto despeje.

Si las previsiones del vaquero eran acertadas no tenían elección. Se tendrían que quedar. Como sabía que no adelantaba nada preocupándose, se puso en movimiento. Buscó cuencos por los armarios y algo que acompañara a la sopa. Poco tiempo después, la puerta se abrió de golpe y entraron Lucas y una ráfaga de viento y nieve. El ruido la asustó, pero dirigió su atención hacia una balda con comida que tenía delante sin hacer caso del ruido de botas sobre el suelo de madera. Tenía curiosidad, pero también estaba asustada, aun así no pudo evitar un mirada furtiva por encima del hombro.

Se había quitado el sombrero y golpeaba las botas contra el suelo para quitarse la nieve que las cubría.

—Está bastante feo.

Ella se apresuró a preparar un plato con galletas saladas que había encontrado. Él, sin decir palabra, se acercó y dejó la bolsa y el abrigo de Cody encima de una silla. Rachel llenó tres cuencos y lo dispuso todo sobre la mesa.

—No sé si querrá algo más.

—No, para mí está bien. Espero que os baste.

—De sobra —Rachel sonrió y se sentó—. El olor es delicioso.

La única silla vacía estaba a la derecha de Rachel, en la cabecera de la mesa. Era normal mirar en esa dirección cuando él se sentó. Sin embargo, no era tan normal que el corazón se le parase un instante cuando se encontraron sus miradas. Sin sombrero podía verlo claramente. Unos ojos oscuros, casi negros, miraban a los suyos cortándole la respiración.

Después de un momento que pareció una eternidad, ella sacudió la cabeza y pudo ver cómo él deshacía un montón de galletas saladas dentro de la sopa. También se dio cuenta de Cody lo observaba y estaba haciendo lo mismo. Su hijo necesitaba una figura masculina en su vida. Habían pasado dos años desde la muerte de Steven y Cody apenas recordaba nada de su padre. Desde entonces, ella había estado muy ocupada ganándose la vida como para poder dedicar atención a las demás necesidades de Cody. Pasaba con él todo el tiempo que podía y hacía de padre y de madre a la vez. Nunca permitiría que nadie los apartara, daba igual lo lejos que tuviese que ir.

—No he oído su nombre.

Al oír su voz se le encogió el estómago. No podía darle su nombre, pero tampoco podía pasar por alto la indirecta.

—Rachel.

—Rachel…, ¿qué? —preguntó él atravesándola con la mirada.

—Rachel… Stevens —contestó ella utilizando el nombre de pila de su marido como apellido. Se levantó y se apartó de la mesa con las manos temblorosas. No le gustaba mentir y menos delante de Cody. Ya se lo explicaría más tarde. Tenía que andar con pies de plomo si quería que no les pasase nada.

 

 

Un incordio, eso era lo que le había dicho a Ben. Lucas gruñó al pensar en lo inocente de la palabra. Incordio no expresaba ni la mitad de lo era en realidad. Podía oír la voz que venía del cuarto donde ella y su hijo se preparaban para pasar la noche. Su nombre se le repetía en la cabeza como un leve murmullo. Su cuerpo todavía hervía. Hacía mucho tiempo que una mujer no lo hacía sentirse así. En realidad tendría que esforzarse por recordar alguna vez que se pareciese a esa. No había hecho caso de la primera señal de alarma cuando en el corral había visto esos ojos de ángel, azules como el cielo de Montana en una tarde de verano. Desde ese momento había dejado de sentir el frío de la tarde y el rugir de la tormenta que se aproximaba.

A la luz de la cocina había podido observarla con detenimiento y se había dado cuenta de que no tenía esas curvas delicadas y rotundas que tenía la mujer que una vez le atrajo. A pesar de la holgada camiseta, pudo comprobar que no escondía nada remotamente voluptuoso. Él siempre había tenido debilidad por las mujeres bien dotadas y esa no parecía ser su tipo. Sin embargo, no había podido quitarle la vista de encima.

—Maldita sea… —dijo Lucas seguido de una serie de juramentos que sonrojarían a cualquiera. Entró en el despacho del rancho y cerró la puerta. Se acercó a la ventana para ver la noche tormentosa, pero solo veía la imagen de la mujer que estaba compartiendo su casa esa noche. «Maldita sea, ni siquiera es guapa». Al menos no de la forma habitual. No de la forma que les gusta a los hombres. Su boca era demasiado grande, su nariz demasiado corta y sus ojos demasiado… azules.

En ese momento sonó el teléfono interrumpiendo unos pensamientos que no debería tener.

—Blue Sage.

—¿Algún problema, Lucas?

Lucas esperaba la llamada de su hermanastro, quien vivía en la casa del capataz a unos kilómetros de distancia, pero pensaba que la conversación sería sobre la cantidad de tareas que habría que hacer por culpa de la nieve. No sobre huéspedes que nadie había invitado.

—Puedes estar seguro de que hay problemas. Tengo en casa una mujer y su hijo que están perdidos. Mientras tú te lo pasas de miedo con tu mujercita.

—¿Una mujer?

—Y su hijo de unos seis años. No pienses cosas raras. Solo son un incordio. Una mujer siempre es… un incordio, maldita sea.

El suspiro de Harley llegó a través de la distancia nevada.

—No te pongas en ese plan. No todas las mujeres son como Debra. Probablemente esa mujer no tiene nada que ver con Debra. Terri no se parece a Deb…

—Terri es diferente —Lucas volvió a mirar la noche negra como la tinta—. No puedo entender que un vaquero inútil como tú haya conquistado a una mujer como esa —se arrepintió de su tono áspero—. Cuando lleves más tiempo casado…

—¡Ya! —Harley se rio—. Se largará o me llenará la casa de críos, pero no te hará ningún mal ser un poco amable con esa. Solo son un par de días. Esa mujer y su hijo no se merecen que los maltrates porque una mujer te hizo daño hace ocho años.

Lucas no quería volver a oír hablar del asunto. Estaba liquidado hacía mucho tiempo. Había conseguido evitar los recuerdos de Debra y el dolor también había desaparecido, dejando un hueco que no quería llenar.

—Si los hubiese despachado, que era lo que tenía que haber hecho…

—Están perdidos —le cortó Harley.

—Claro, y esperas que haga de caballero andante y los salve de cualquier problema que puedan tener.

—¿Tiene algún problema?

Lucas se arrepintió de haber abierto la boca.