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Ellie Warren había conocido a demasiados cowboys en los rodeos. Tenía sus propios planes, y no incluían una distracción musculosa y de increíbles ojos azules como Chace Brannigan. Pero un beso de aquel atractivo campeón de rodeos hizo que Ellie se diera cuenta de que su solitario corazón amenazaba con echar por tierra sus planes... En cuento Ellie se alejó de sus brazos, Chace sintió una necesidad que debía satisfacer. El problema era que existían ciertas promesas que debía cumplir y no podía tener ninguna mujer a su lado. Sin embargo, había algo en Ellie que le hacía desear cosas inconfesables...
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Seitenzahl: 171
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2001 Roxann Farmer
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Con un solo beso, n.º 1667 - agosto 2019
Título original: A Saddle Made for Two
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1328-441-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
VEN A montarte aquí, preciosa, y verás lo que hace un hombre de verdad.
Ignorando al grupo de borrachos que gritaba junto a los trailers, Ellie Warren alzó la barbilla indignada, y pasó de largo sin mirarlos.
–Estúpidos vaqueros sin cerebro –murmuró para sí misma.
El olor a whisky y a animales, algunos de ellos de dos patas, inundaba la brisa nocturna de las pistas de rodeo en Cedar Rapide, Iowa. Ninguno de los aromas le era nuevo a Ellie. Había pasado doce años, desde que tenía catorce, en ese ambiente, y los últimos seis viajando por todo el país. Había aguantado toda clase de obscenidades y sabía muy bien que la mejor forma de tratar a esos deslenguados vaqueros era ignorarlos.
Siguió murmurando de camino a su caravana, situada en el camping de los participantes, detrás de las pistas.
–Tendrían que llenarse la boca con estiércol.
Estaba muy cansada y le costó un gran esfuerzo quitarse las botas cubiertas de polvo y dejarlas en la plataforma trasera del remolque. Necesitaba una ducha, pero prefería esperar a la mañana siguiente antes que volver a pasar junto al grupo de vaqueros bebidos.
Abrió la puerta, buscó a tientas el interruptor y se quitó el sombrero. Entonces se fijó en el suelo.
El escalofriante grito que se le escapó atravesó las finas paredes de la caravana. Una enorme serpiente estaba inmóvil en el suelo.
Los pensamientos se le agolparon en la cabeza, pero no pudo decidir nada. Sin apartar la vista de la serpiente, abrió instintivamente la puerta del armario que tenía a la izquierda y sacó una pala de gran tamaño sin estrenar. Apoyó el filo de la hoja en el cuerpo de la serpiente, tan cerca como pudo de la cabeza. Rogando para que la pala aguantase, agarró fuertemente el mango de madera con las dos manos y se aupó sobre la hoja de metal. Pero la serpiente se escurrió y se deslizó, rodeando la pala con Ellie encima. Ella se quedó paralizada del miedo, sin saber qué hacer. No se atrevía a moverse, por si la serpiente la perseguía, pero tampoco podía quedarse allí parada. ¡Odiaba las serpientes!
Con el corazón frenético, notó horrorizada cómo las piernas empezaban a flaquearle, y amenazaban con dejarla caer frente al monstruoso invitado.
De repente la puerta se abrió a sus espaldas y ella soltó otro chillido.
–¿Qué demonios pasa aquí? –rugió una voz profunda.
Ellie vio un par de ojos azul brillante fijos en ella, bajo un sombrero negro Stetson. No supo precisar si el vaquero la estaba mirando a ella o a la pala, aunque eso no importaba.
–Una s… serpiente –consiguió decir, casi enmudecida por el miedo.
–Ya lo veo –dijo, mirando a la serpiente y de nuevo a ella–. ¿Estás bien?
Ella asintió, incapaz de seguir hablando.
El vaquero entró en la caravana de un salto y se arrodilló junto al animal.
Ellie no podía mirar y mantuvo los ojos fuertemente cerrados. Pudo sentir cómo él agarraba el mango de la pala, que ella todavía sostenía, y cómo la apartaba a un lado. Al moverse, la rozó ligeramente en la pierna. Ellie sintió otro escalofrío por el cuerpo.
–Es tan solo una serpiente toro, cielo –dijo él levantándose.
–Tan solo una serpiente. Punto –respondió ella entre dientes. Él se rio y eso la tranquilizó un poco.
–Ya puedes bajarte de la pala –le dijo con voz serena.
Pero ella no estaba segura si debía hacerlo, y se aferró más fuertemente al mango, con los ojos todavía cerrados.
–¿Estás seguro? ¿Está… muerta?
–No. No eres lo bastante grande para manejar esto. Solo la has asustado un poco.
Estaba tan cerca que podía sentir el calor de su respiración. La pala era más alta que ella, y estando subida en la hoja, la hacía medio metro más alta, pero cuando abrió los ojos, tuvo que levantar aún más la mirada para ver sus ojos.
Estuvo a punto de caer cuando reconoció a su rescatador: era Chace Brannigan, el mejor jinete de rodeos del país.
–Paso a paso, cielo –le dijo, sujetándole por la muñeca.
Ella respiró profundamente y se fijó en su brazo. La serpiente colgaba fláccidamente de su mano.
–Deshazte de ella, ¿quieres?
–Tan pronto como bajes de ahí
Ellie se sobrecogió cuando le llegó el olor fresco y masculino del vaquero. Tenía que bajarse, pero no parecía capaz de ponerse en marcha. En sus veintiséis años se había encontrado con muchísimos vaqueros, pero ninguno le aceleraba tanto el corazón, como si fuera una adolescente en su primera cita.
Resuelta a tomar control de sí misma, Ellie se bajó de la pala, pero él se interponía ente ella y la salida. El interior de la caravana parecía estar enteramente ocupado por ese vaquero. Sin ninguna habitación a la que huir, Ellie respiró sonoramente hasta que se le aclararon las ideas.
–¿Y la serpiente? –le recordó, con una voz que le sonó extraña.
–Oh, sí –se dirigió a la puerta y arrojó afuera el cuerpo del reptil, que había empezado a moverse.
Ella se mordió el labio para no gritar de nuevo. Luego, puso la pala entre los dos, respirando débilmente.
–Gracias –le dijo, cuando hubo cerrado la puerta.
Él cruzó los brazos sobre el pecho y se inclinó hacia la pala.
–Esta es un arma peligrosa. ¿Siempre tienes una pala a mano?
–Es más seguro –intentaba no fijarse en esos hombros robustos, tan anchos como Texas.
–No es tan seguro, si tenemos en cuenta serpientes como esa.
–¿Qué significa eso? –le preguntó, atreviéndose a mirarlo.
–Las serpientes pueden arrastrarse por agujeros muy pequeños –dijo con una sonrisa–. Te recomiendo que revises las paredes. Solo por precaución, claro.
Asintiendo, dejó la pala apoyada contra la pared. Sentía los huesos debilitados por la pérdida de adrenalina. Apenas podía tenerse en pie por lo que se sentó en la única silla que tenía.
–Lo haré.
–Y también deberías cerrar con llave. Si yo puedo entrar, cualquiera podría.
–Malditos vaqueros –murmuró Ellie, pensando en los hombres que la habían acosado.
–¿Perdón?
Ellie se sonrojó cuando se dio cuenta de lo que había dicho. El hombre que tenía delante la había salvado, y ella no reparaba en insultar a todos los de su especie.
–Lo siento –dijo agachando la cabeza. Trató de mantenerse en pie y mantuvo la mirada en la camisa de vivos colores del vaquero, salpicada de broches brillantes.
–Gracias por… rescatarme. Supongo que te debo una.
Él se acercó más y le tomó la mano. Ella se sintió diminuta a su lado. Hasta ese momento, su metro sesenta de estatura no le había supuesto ningún problema, a pesar de haber tratado con vaqueros tan altos como aquel. Pero aquel hombre irradiaba una fuerza especial que bloqueaba todos sus sentidos.
–Ha sido un placer –dijo, con un suspiro ronco.
Como no parecía tener intención de marcharse, Ellie se fijó lentamente en su pecho musculoso y más arriba, en una mandíbula recia y cuadrada. Se fijó en los sensuales labios que sonreían y por último en los ojos que chisporroteaban. Entonces recordó la situación. ¿Pero en qué estaba pensando?
Apartó la mano, pero el hormigueo de calor no desapareció de sus dedos. Tenía bastante sentido común como para perder la cabeza por un vaquero de ojos azules. Había conocido a bastantes vaqueros y rancheros para llenar el resto de su vida. Y todo pagado con la vida de sus padres. No, no quería un vaquero. De ningún modo.
–Bueno, gracias de nuevo –dijo, esperando que saliera inmediatamente de la caravana.
Él no se movió.
–Has tenido una buena actuación esta noche.
–No estuvo mal –respondió ella encogiéndose de hombros, intentando tranquilizarse. El modo que tenía de mirarla la estaba poniendo nerviosa.
–Yo diría que fue lo bastante buena para salir ilesa y ganar el primer premio. Parece que vas subiendo en el ranking.
Ellie asintió. Si ganaba unos cuantos premios más, tendría asegurada su participación en las finales de Las Vegas. Ganar títulos como los de Barrel Racing no significaba mucho. Solo quería competir una vez más. Y entonces se retiraría. Dejaría de vivir como una trotamundos y se establecería en una ciudad. Sería mucho más fácil que vivir en Oklahoma, en el rancho que sus padres le habían dejado a ella y a sus hermanos. Un sitio al que no quería volver nunca.
–La verdad es que estoy muy cansada –le dijo, cuando se dio cuenta de que seguía allí–. Si no te importa…
–Oh, claro. Ya debe de ser bastante tarde –dijo, como si acabara de despertarse. Finalmente abrió la puerta y bajó.
Ellie dio un suspiró de alivio. Estaba lista para desplomarse sobre la cama, cuando él asomó la cabeza por la puerta.
–Asegúrate de echar el cerrojo.
–Claro. En cuanto te marches.
–Me llamo Chace Brannigan.
–Lo sé –¿acaso pensaba que era sorda y ciega? ¿Quién no conocía a Chace Brannigan? Había oído hablar mucho del tres veces campeón nacional y había visto sus fotos en todas las revistas de rodeo del país, pero no lo había visto en persona hasta ese momento.
–Si, bueno, cierra la puerta –dijo otra vez.
–Te he dicho que lo haré –dijo con un suspiro de desesperación.
–Ahora –dijo, y desapareció dando un portazo.
Ellie se quedó inmóvil por unos momentos antes de reaccionar. Siempre cerraba con llave, especialmente de noche. Lo hacía para protegerse de los vaqueros como él.
–Cierra la puerta –repitió sus palabras para ella misma, con tono burlón. No necesitaba a nadie para cuidarla. Descorrió ligeramente la cortina de la ventana, solo para atisbar el exterior. Y entonces lo vio, a menos de un metro de la caravana, fijándose en la puerta.
–Solo tienes que girar el pequeño picaporte –dijo desde el otro lado.
–¡Ya lo hago! –con movimientos furiosos echó la cerradura–. ¿Satisfecho?
–Sí.
A través de la puerta, pudo oír su risa.
–Estúpido vaquero.
Chace movió los hombros mientras cruzaba alegremente el campamento mal iluminado. La risa le sentaba muy bien. No podía recordar la última vez que se rio tanto. La imagen de esa pequeña señorita subida a la pala, con unos ojos tan grandes como dólares de plata… Se rio más fuerte aún. Le recordaba a un cartucho de dinamita, listo para explotar en cualquier momento.
De pronto la risa se desvaneció y frunció el ceño con preocupación. ¿Cómo se había colado la serpiente en la caravana? No parecía venenosa, pero no había que confiarse. Muchas mujeres se morían de miedo cuando veían una serpiente cerca. Y era evidente que ella viajaba sola, sin nadie para cuidarla.
Aquel pensamiento le pasó por encima como una avalancha de nieve. Se forzó a creer que la caravana era segura. Pero, además de serpientes, había otras amenazas que merodeaban por los alrededores, como los jinetes que bebían demasiado y armaban escándalo. Últimamente había visto a demasiados de ellos. Otra buena razón para abandonar mientras todavía siguiera en la cima.
Y la lista de razones aumentaba cada día. Levantar su dolorido cuerpo de la cama cada mañana sin ninguna ayuda era todavía posible, pero nada fácil. Lo habían golpeado, pisoteado, lesionado y hecho saltar por los aires. Tanto, que había tomado una decisión. Ese era su último año, su última oportunidad para hacer un doblete: ganar el título de Saddle Bronc y el All-Around Cowboy. Ya lo intentó años atrás, siendo más joven e inexperto y mucho menos curtido por las heridas, pero perdió ambos títulos por muy poco. Era el momento de desquitarse, pero no podía confiar en su experiencia. Tendría que hacerlo mejor que nunca, por lo que no podía haber nada ni nadie que lo distrajera.
Podía hacerlo, y volver a casa como un gran campeón. Se había desentendido del rancho familiar durante mucho tiempo, y ya era hora de retomar sus responsabilidades. Ya no bastaba con enviar los premios a casa. Su hermano lo necesitaba allí. Y Chace quería volver. Lo necesitaba más que nunca.
Mientras se acercaba a su camión, le vino a la memoria la imagen de una mujer con el pelo color caramelo y ojos color chocolate; una imagen para chuparse los dedos, pensó. Pero, por desgracia, estaba a dieta. Nada de mujeres hasta que tuviera esas dos hebillas de oro colgando de su cinturón.
–Hey, Brannigan.
Chace vio a su compañero de viaje y de equipo, apoyado contra la puerta del camión.
–Ray –dijo a modo de saludo.
–Tu última actuación ha sido sin duda la mejor.
–Espero que la próxima salga tan bien como esta –respondió sacando la silla de montar de la parte trasera–. Gracias por cuidar de Redneck.
–De nada, se ha portado muy bien –Ray se apartó de la puerta–. ¿Vamos a alquilar una habitación o qué?
Chace miró en dirección a la caravana que había dejado atrás.
–Esa pequeña jinete, la que monta a Cheryl. ¿Cómo se llama?
–Ellie Warren –respondió su amigo quitándose el sombrero–. Compite en las carreras de obstáculos.
Chace no pensaba que ella estuviera en peligro, pero si uno de los camorristas que hubiera bebido demasiado se acercara… Ella podía ser como la dinamita, pero demasiado pequeña para enfrentarse a un vaquero borracho.
–Ray, ¿podrías llevar el camión allí? –señaló a un espacio libre.
–No creo que sea posible con el remolque.
–Desengánchalo. Tengo que comprobar una cosa. Me aseguraré de que los caballos estén en su sitio cuando haya terminado –abrió la puerta del camión, dejó la silla y agarró un trozo de alambre de debajo del asiento.
–Llevaré los sacos de dormir atrás –dijo Ray mientras abría la puerta y se ponía al volante.
–En seguida estoy de vuelta.
En menos de un minuto, Chace estaba llamando con los nudillos a la puerta de Ellie. Al no recibir respuesta golpeó un poco más fuerte con el puño. Entonces oyó movimiento.
–¿Quién está ahí?
–Chace Brannigan.
La puerta se abrió de golpe, y él tuvo que dar un salto atrás para evitar el golpe.
–¿Y ahora qué? –le preguntó Ellie con los puños en las caderas y una mirada furiosa.
El atuendo que se había puesto para dormir lo dejó sin palabras. Un pijama de chico cubierto con dibujos de caballos salvajes sobre un bronceado espectacular. El dobladillo de las mangas le cubría las manos y lo mismo hacían las perneras con sus pies.
Levantó al mirada cuando ella cruzó los brazos y no pudo evitar fijarse en la franja de piel morena que se adivinaba entre las solapas.
–¿Qué pasa? ¿Es que nunca has visto un pijama?
Chace tragó saliva, sin contestar.
–¿Y bien?
–Pues… no veía uno como este desde que tenía ocho años.
Forzó una sonrisa y trató de no mirarla impúdicamente. Ella lo observaba con ojos encendidos, enmarcados por sedosas trenzas de cabello suelto.
–¿Qué estás haciendo aquí, Brannigan? –le preguntó con voz fría.
–La puerta.
–¿Qué le pasa a la puerta?
–Ciérrala y echa el cerrojo detrás de mí.
–Eso es lo más razonable que has dicho –alargó el brazo y volvió a cerrar la puerta en sus narices.
–Buenas noches otra vez, señor Brannigan –dijo desde dentro, echando el cerrojo.
Sonriendo, introdujo el alambre que llevaba en el hueco de la cerradura y le dio unas cuantas vueltas, mientras giraba el pomo de la puerta.
–¿Qué demonios estás… –la puerta se abrió–… haciendo?
–Hasta un pedazo de cinta adhesiva sería mejor que esta cerradura –le mostró el alambre–. Alambre para empaquetar. Algo muy corriente para cualquier vaquero.
–Lo sé.
–Estás tan segura aquí como…
–También lo sé –se mordió el labio y se apoyó contra la mesa. El miedo se reflejaba en sus ojos—. ¿Qué puedo hacer?
–A largo plazo –dijo él entrando en la caravana–, podemos colocar una cerradura en condiciones.
–¿Podemos?
–Vale. «Pondré» una cerradura en la puerta.
–Es mi caravana, mi casa.
–Tal vez un sistema de seguridad…
–Oh, por el amor de Dios. Me ocuparé de eso mañana.
El pensamiento de que alguien tan pequeño durmiera sin protección se le fijó en la cabeza.
–¿Y qué pasa con esta noche?
Ella frunció las cejas y se tapó con un dedo los labios.
–Por las campanas del diablo –murmuró él imaginando cómo sería el contacto con esos labios.
–¡Campanas! –exclamó ella, y se dio rápidamente la vuelta hacia una pequeña cabina, situada debajo de la cama.
Él contuvo un gemido y apartó la mirada de la manada de caballos galopando por su espalda. No volvió a mirar hasta que oyó un sonido metálico.
Con una amplia sonrisa, Ellie sacó una gran campana de latón. Luego, empujó a Chace hacia la puerta.
–La pondré en el picaporte de la puerta. Si alguien intenta girarlo por fuera, el ruido me despertará al instante.
Considerando lo fuerte que había tenido que llamar él, Chace pensó que haría falta un cañón para conseguir despertarla, pero se cuidó de decirlo. Su camión estaba aparcado lo bastante cerca, de modo que podría oír la campana si sonaba.
Ella le dio otro empujón.
–Vamos, sal e intenta abrir. Pero dame un minuto para colgarla.
Con la boca cerrada, salió de la caravana y respiró pacientemente, mientras ella cerraba la puerta a sus espaldas.
–Vale, intenta abrir ahora –dijo ella desde dentro.
Él agarró la manivela y la giró lentamente.
Clang. Clang.
La puerta se abrió un poco, y ella se asomó. La campana hacía tanto ruido como para despertar a todo el campamento.
–¡Funciona! –exclamo ella sonriente–. Creo que te debo otra…
–Ha sido idea tuya –le recordó él.
Ella abrió la puerta del todo y le sonrió agradecida.
–Sí, pero gracias a ti por golpear en la puerta. No se me habría ocurrido si no hubieras venido.
Él observo a la pequeña figura que tenía delante, deseando enredar los dedos entre sus cabellos. Todo en ella era diminuto, menos la boca, grande y sugerente, y los enormes ojos marrones.
–Ha sido un placer… de nuevo.
Regresó a su camión preguntándose cómo era posible que una mujer tan pequeña pudiera causarle tamaña excitación. Demonios, él tenía treinta y tres años. Demasiado mayor para ella… Una docena de palabras le cruzaron la mente: hermano, tío, sobrina… Pero solo una se le quedó grabada. Amante.
–Olvídalo, Brannigan. Solo es una niña –se dijo a sí mismo mientras examinaba a su caballo y al de Ray. Pero el cuerpo le decía que era toda una mujer, a pesar de su corta estatura.
Dejó las bolsas en la parte trasera del camión y se metió en el saco de dormir. Ignorando los ronquidos de su amigo, se quedó observando el cielo estrellado. La brisa nocturna era fría, y él espero que sirviera para aliviar el calor que sentía por todo el cuerpo. Necesitaba concentrarse en el rodeo. Nunca había sido responsable de nadie, salvo de él mismo. Estaría loco si antepusiera una relación a todas las hebillas de oro que le esperaban, sin contar con que tenía que salvar el rancho de su familia. Especialmente, una relación con esa mujer.
Por las campanas del diablo, pensó. ¿Cuál sería el próximo problema?
El sonido de una campana despertó a Ellie de un sobresalto, y a punto estuvo de golpearse la cabeza contra el techo de la litera.
–¿Quién demonios está armando tanto ruido? –preguntó en voz alta.
La respuesta de una voz femenina identificándose la hizo sonreír.
–Espera un segundo, Reba –gritó bajándose de la cama de un salto–. Siento lo de la campana –le dijo a su amiga cuando abrió la puerta.
Una mujer de mediana edad y pelo rojo chillón entró en la caravana.
–¿Qué ha pasado?
–Es una larga historia.