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Sabía que jamás existiría un "nosotros", que tendría que conformarse con ese tiempo juntos, solo ocho horas Darío, un joven aspirante a músico profesional, conoce una noche a Valeria, una chica misteriosa por la que siente una fuerte atracción que es correspondida. Pasan la noche juntos y después Valeria desaparece de su vida. Aquellas horas con ella le inspiran para escribir la canción que lo lanza al estrellato. Once años después, Darío regresa de una gira y en el avión se topa con una chica llamada Valeria, de la misma edad y muy parecida a la mujer que conoció. Ambos comienzan una relación y pronto Darío se da cuenta de que Valeria no es la mujer que él soñaba que sería, pero se siente en deuda con ella por haberle regalado aquella noche y la inspiración que lo hizo famoso. Aunque su mayor problema surgirá cuando empiece a sentirse atraído por Clara, la mejor amiga de Valeria. ¿Cuál será el desenlace de ese singular triángulo? - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporáneo, histórico, policiaco, fantasía… ¡Elige tu romance favorito! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!
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Seitenzahl: 513
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
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© 2025 Vanessa Cantero Manzanares
© 2025, Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.
Solo 8 horas, n.º 421 - julio 2025
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.
I.S.B.N.: 9791370006259
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Madrid. Junio 2012
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Madrid. Septiembre 2023
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Agradecimientos
Si te ha gustado este libro…
Para el verdadero Darío. Gracias por prestarme tu música y esos pedacitos de ti que han hechotan especial al personaje.
Darío dejó caer los párpados e inspiró con fuerza; después estiró los dedos para luego abrir y cerrar las manos varias veces. Aquella era su manera de concentrarse, su ritual particular para cada actuación. Le había dado resultado la primera vez que se había subido a un escenario, y desde entonces acostumbraba a hacerlo siempre. No quería arriesgarse a fallar por no cumplir con unos sencillos movimientos.
Sintió un hormigueo en la planta de los pies y ese instante de pavor se apoderó de él. Le sucedía siempre: el pánico lo sacudía, una fugaz oleada de miedo lo azotaba y no se veía capaz de salir allí y enfrentarse al público; sin embargo, era solo una pequeña prueba, un pulso del inconsciente a su vanidad.
Se vio bajo los focos y escuchó el murmullo de voces inconexas. El temor de unos segundos antes se convirtió en excitación.
«Hoy hay más público del habitual. Hoy va a ser el día que llevo tanto tiempo esperando. Esta noche cambiará mi vida», pensó. Era cierto que solía tener ese tipo de pensamientos muy a menudo, pero era un hombre optimista y creía que, si lo repetía, algún día se haría realidad y sucedería algo que daría un nuevo rumbo a su vida.
Se concentró. El cantante le hizo una señal y, acto seguido, escuchó a su compañero en la batería marcar el tempo, entonces sonó el primer acorde. En cuanto las notas cobraron sentido y la música comenzó a reproducirse a través de sus dedos, Darío se olvidó de todo. La música era su mundo, lo único que daba impulso a su vida. Desde que era un crío, había sido el único lugar en donde se sentía cómodo y libre. Permaneció concentrado, sumido en su particular espiral de colores que le ofrecían las notas hasta que decidió observar al público.
Lo hacía a menudo durante los conciertos. Fijaba la vista en un punto indefinido más allá del escenario. Desde allí vislumbraba siluetas con caras borrosas y desdibujadas a consecuencia de la falta de luz que danzaban al son de su música. Algunas de ellas permanecían inmóviles, otras no prestaban atención, sin embargo, de cuando en cuando, encontraba alguna que le inspiraba un sonido; si tenía suerte, una melodía. Y aquella noche parecía estar de enhorabuena, porque la vio.
Al principio solo fue una sombra, contornos difusos que dibujaban formas, unas formas que le parecieron elegantes, hermosas, como si se tratase del aleteo de una mariposa y no de una persona. Le resultó distinto a lo que estaba acostumbrado a observar. Se dejó llevar por un movimiento seductor tras otro, una cadencia que lo subyugó con facilidad y decidió que fijaría su atención en ella a partir de entonces.
Era una chica, no mucho mayor que él, tal vez uno o dos años, puede incluso que tuvieran la misma edad y le pareció lo bastante atractiva como para haberse fijado en ella aunque no estuviera bailando de aquella manera que lo había cautivado. Se movía con elegancia y, al hacerlo, parecía frágil, sutil, como si se dejase mecer por una cálida brisa invisible.
La observó durante el resto del concierto y se preguntó, en más de una ocasión, si la chica era real o producto de su imaginación. Tal vez se trataba de la ansiada musa que lograba rozar con la yema de los dedos y siempre se le escapaba cuando intentaba aferrarse a ella.
El espectáculo terminó y con él todas sus esperanzas de seguir contemplándola. La perdió de vista cuando la gente se dispersó por la sala, aunque no se dio por vencido. Bajó del escenario y la buscó con la mirada. Se dijo que no debía ser muy difícil encontrarla. A pesar de que no había distinguido bien su rostro, sería fácil de localizar: vestía un pantalón negro con un top del mismo color, iba peinada con una coleta alta y llevaba los labios pintados de rojo. Y no solo se trataba de la indumentaria, dudaba que encontrase otra mujer que se pareciese a aquella.
Dio varias batidas con la mirada por el espacio diáfano y no logró dar con ella. Se preguntó de nuevo si había sido solo un espejismo, retazos de inspiración y no una mujer real como había creído. Pensó en desistir, en que lo mejor sería mezclarse con el público, disfrutar de lo que le deparaba la noche. Estaba a punto de olvidar que su presencia lo había acompañado mientras actuaba, cuando la vio apoyada en la barra, esperando. Sin duda era ella. Se acercó dispuesto a averiguar qué escondía tras aquellos movimientos tan hermosos.
—Hola —dijo posicionándose a su lado en la barra y agradeció que la música del lugar no sonase demasiado alta como para no escuchar a la chica.
—Hola —contestó ella girando la cabeza hacia él. Cuando lo hizo, Darío contuvo el aliento. Era más guapa de lo que le había parecido desde el escenario. Tenía los ojos grandes y algo rasgados, tan oscuros que pensó que tal vez fueran negros; su piel era aceitunada y relucía bajo aquellas exiguas luces. Su pelo era tan oscuro como sus ojos y lo llevaba recogido en una coleta alta que bailaba sobre sus hombros al son de sus movimientos. Pero lo que más le gustó fueron sus labios. Eran finos, pero tan delineados que le resultaron perfectos. «Labios para el pecado», pensó. Era una frase que definía a la perfección su primer pensamiento sobre ellos. Era buena, la utilizaría en una canción.
—Te he visto antes —continuó, como si ese rostro no lo hubiera vencido.
—Y yo a ti —respondió ella.
Cruzaron una mirada y la chica le ofreció una sonrisa. Darío pensó que la enmarcaría en algún rincón de su memoria, donde pudiera rescatarla cuando necesitase recuperar un recuerdo cálido.
—No las tenía todas conmigo, suelo pasar desapercibido.
—Lo dudo…
—Hablo en serio. La gente no suele fijarse en los bajistas.
—Me parece que no es tu caso —contestó la joven—. Ha sido muy fácil fijarse en ti: eras el mejor de ese escenario.
—Vaya, gracias.
—De nada, chico del bajo.
—¿Chico del bajo?
—Eres el chico del bajo para mí, no sé tu nombre.
—No es un mal apodo —respondió con una sonrisa. Ella parecía tener sentido del humor y aquello le gustaba—. Soy Darío, ¿y tú?
Vio que la chica dudaba, abrió la boca, pero no pareció decidirse y Darío se preguntó qué había de malo en que le dijera cómo se llamaba.
—Solo es tu nombre, ¿no vas a decírmelo?
Dudó de nuevo hasta que, al fin, sus labios pronunciaron unas letras.
—Val… —musitó—. Valeria.
—Valeria —repitió Darío. Sonaba a frescura, a primavera. Era verde: un color de esperanza, de sueños por cumplir—. Es un nombre precioso.
—Gracias.
—Dime, ¿conoces a alguien del grupo o estás aquí por casualidad?
—He venido con una compañera, pero conocía al cantante y creo que se ha marchado con él.
—¿Y te ha dejado sola?
—Ya no estoy sola —respondió la chica y curvó de nuevo los labios. Un hoyuelo se dibujó en su mejilla y Darío lo contempló deseoso de rozarlo con los dedos. La chica lo miró como si hubiese adivinado sus intenciones y dejó escapar una carcajada. Darío se dispuso a hablar, pero apareció la camarera para atenderlos.
—Darío, ¿lo de siempre? —preguntó. Él asintió—. ¿Y tú? —añadió dirigiéndose hacia Valeria.
—Agua.
—Marchando.
La camarera les dio la espalda mientras cogía sus bebidas y ambos permanecieron en silencio. Darío pensaba en qué podría decirle a esa chica que no sonase estúpido o banal. Le sorprendió lo poco locuaz que se había vuelto de pronto; no estaba acostumbrado a que le sucediese eso de sentirse tan torpe ante una chica.
La camarera apareció de nuevo con sus consumiciones y antes de que cualquiera de ellos hiciera un gesto, dijo:
—Estáis invitados.
—¿Y eso por qué?
—Porque Darío es de la casa.
—Pero yo no.
—Es igual —dijo la camarera y acompañó sus palabras con un gesto de manos que le quitaba importancia.
—Entonces, gracias —contestó Valeria y la muchacha le respondió con una sonrisa. Después se marchó para atender a otros clientes y ella se volvió hacia Darío—. ¿Qué significa eso de que eres de la casa? ¿Trabajas aquí?
—No exactamente. El grupo está contratado para actuar aquí cada dos fines de semana.
—Ah, ya veo. Entiendo por qué ella ha dicho que eres de la casa. ¿Te dedicas de manera profesional a la música?
—Estoy en ello. Aún me queda un año para graduarme en el conservatorio y con el grupo no saco mucho, pero a diario doy clases particulares de solfeo a chavales.
La chica apretó los labios.
—No tienes pinta de profesor —dijo.
—¿No? ¿Por qué? Soy un tío serio.
—Eso no lo he dudado, pero no te imagino dando clase. Alguien que disfruta tanto sobre el escenario, no quiere terminar sus días enseñando a críos.
Darío la contempló mientras hablaba. Sus ojos se habían iluminado con una chispa de emoción. Fue fugaz, pero pensó que sabía de lo que hablaba, que comprendía lo que él sentía cuando se subía a un escenario.
—No es mi objetivo —dijo, no obstante—, aunque lo disfruto, no creas. Los chavales son geniales; sus padres no tanto —añadió con una mueca, que a ella debió parecerle divertida, pues dejó escapar una carcajada.
—Has dicho que estudias en el conservatorio —continuó la chica—, ¿en qué te has especializado?
—Composición.
En cuanto lo dijo percibió que el interés de la joven aumentaba. Era algo que no solía comentar con desconocidos, aunque tampoco lo ocultaba.
—¿De veras? —preguntó Valeria—. ¿Es tuyo algo de lo que he escuchado esta noche?
—No, casi todo lo que hemos interpretado son versiones. Lo poco original que tenemos es del cantante.
—Pues es una lástima —dijo la chica y torció el gesto—. Ahora me puede la curiosidad por escuchar algo que hayas compuesto.
—¡Quién sabe! Tal vez algún día lo escuches.
—Entonces presumiré de haberme cruzado contigo una noche cuando aún no eras famoso.
Darío no pudo obviar el comentario. Le encantaría que no fuera tan evidente que su encuentro iba a reducirse a una charla sin importancia durante unos minutos.
—¿Solo de haberte cruzado conmigo? —inquirió mostrando ante ella su mejor sonrisa. Dudaba de que eso sirviese de algo, pero quiso intentarlo.
—No hay demasiado tiempo para mucho más —contestó ella bajando la voz hasta que apenas le resultó audible.
—¿Y eso por qué? ¿Tienes que estar a las doce en casa, Cenicienta?
—No, pero sí mañana por la mañana en el aeropuerto.
—¿Te vas de vacaciones?
—Me voy por trabajo. Esta es mi última noche aquí.
—Cuando dices aquí… ¿te refieres a la ciudad o al país?
—Al país; me mudo a Milán.
Darío repitió el nombre de la ciudad en su cabeza. Estaba lo bastante lejos como para que tuviera la certeza que aquella sería la primera y última vez que tendría la oportunidad de estar un rato con esa chica. Pensó en dar media vuelta, pero lo desechó al instante. Era demasiado atractiva como para pasar por alto la ocasión de hablar con ella hasta que se cansase de él y se marchase. Y no solo era su atractivo lo que le atraía, también estaba su voz y su manera de moverse. Le ocurría en pocas ocasiones, pero a veces encontraba gente con ese toque especial, aquel conjunto de pequeños detalles que hacían que él creyera que llevaban música en su interior y la chica era una de esas personas con las que raras veces se topaba. Valeria era música, lo intuía y quería escucharla.
—Es un cambio importante —comentó; quería saber más sobre ella, postergar el instante en que le dijera que tenía que marcharse y él tuviera que conformarse con recordar esos ojos y esos labios—. ¿Dejas mucho aquí? Ya sabes: familia, amigos, novio…
Ella pestañeó, bajó la mirada y la alzó un instante después. Darío se preguntó si estaba coqueteando con él o solo se trataba de un acto reflejo. Pensar en cualquiera de las dos opciones hizo que sintiera un cosquilleo en la nuca.
—Veamos —dijo Valeria—: una madre, una hermana mayor, una prima, un par de buenas amigas y muchos malos momentos.
—No suena tan horrible. ¿Es un buen trabajo o es que estás huyendo?
Valeria volvió a apretar los labios de aquella manera tan infantil, pero que a él le resultó sensual, tal vez demasiado.
—Huir es una palabra antipática —respondió.
—Entonces huyes de algo o de alguien…
—No lo hago. Me marcho por trabajo.
—¿El trabajo con mayúsculas?
—Sin ninguna duda, es el que he soñado toda mi vida —dijo Valeria y su voz derrochaba pasión, tanta que Darío sintió un latigazo de excitación e inmediatamente se obligó a tranquilizarse. Solo era una charla, nada más, y pronto tocaría su fin.
—Entonces te irá bien.
El rostro de Valeria pareció ensombrecerse. Aquella pasión de la que había sido presa unos pocos segundos antes se desintegró como por arte de magia. Sus ojos parecieron refulgir para después empaparse de una sutil nota de miedo. Darío se preguntó por qué había reaccionado de aquella manera.
—¿Qué ocurre? ¿He dicho algo inconveniente?
—No —balbuceó ella y sacudió la cabeza de un lado a otro—. Solo pensaba en que ojalá tengas razón.
—¿Por qué no iba a tenerla? Si es el sueño de tu vida, vas a hacerlo realidad. Si ahora mismo me ofrecieran un contrato con una discográfica, créeme que lo daría todo para cumplirlo a la perfección.
—¿Es ese tu mayor deseo?
—¿Un contrato con una discográfica? —Darío se encogió de hombros—. Supongo. Lo que quisiera es que mi música llegara a todos los rincones del mundo y que alguien me diera la oportunidad sería el principio.
—Pues si quieres que esa oportunidad llegue, deberías plantearte deshacerte de ellos —dijo Valeria señalando con el pulgar hacia el escenario.
—¿Te refieres al grupo? —preguntó con extrañeza.
—Pues claro que sí. ¡Oh, vamos, chico del bajo! No te hagas el modesto. Sois cuatro, pero tú eres el único con talento y los dos lo sabemos. Tienes actitud y buena voz. Haces tuyo el escenario. No entiendo por qué te mantienes en segundo plano.
Por un instante, Darío no fue capaz de reaccionar a sus palabras. Las había pronunciado de tal manera que no le parecía que le estuviera halagando, sino que lo decía porque creía en ello, porque sabía de lo que hablaba, y se preguntó si ella también estaba acostumbrada a subirse a un escenario y por eso lo entendía así de bien. Tenía que ser eso, no podía ser otra cosa.
—Parece que sabes de lo que hablas.
Valeria no reaccionó a su comentario, se limitó a girar la cabeza y dirigirse de nuevo hacia el escenario.
—En serio —continuó, como si no le hubiera escuchado—, ¿qué haces con ellos?
Había evitado contestar a propósito y Darío no pretendía seguir indagando, pero pensó en sus palabras. Tal vez estuviera de acuerdo con ella, pero no había buscado otro grupo porque no se atrevía a liderarlo. Tenía muchas composiciones, aunque ninguna en concreto que considerase lo bastante buena como para defenderla ante desconocidos.
—El cantante tiene algunos contactos —terminó por decir, ya que también era cierto. Necesitaba seguridad y un pequeño empujón y aún carecía de las dos cosas—. Además, saben tocar.
Ella rio de nuevo ante su respuesta; aquella vez lo hizo con una risa franca y musical que le regaló una pincelada de color rojo a su mente.
—Pues no demasiado bien —rebatió Valeria—. Se han equivocado y más de una vez. ¿Acaso has estado en grupos de gente que no sabía tocar?
—En varios, sí —contestó con franqueza. No intentaba hacerse el interesante, ni siquiera el gracioso, simplemente no se le ocurrió decir algo que no fuera verdad.
—Pues siento decirte que si sigues con ellos, nadie os ofrecerá un contrato.
—Estás muy segura. ¿Sabes música?
Valeria dio un tímido paso hacia él y acortó la distancia entre los dos, tanto que percibió el dulce aroma de su perfume. Notó que se le secaba la garganta y tragó saliva.
—Lo que sé es que no deberías desperdiciar tu talento con ellos —dijo Valeria—. Es un consejo.
Se apartó un poco de él, lo suficiente como para que Darío recuperase la compostura y pudiera pensar en lo que acababa de decirle.
—Vaya, sí que eres franca.
—Mucho —reconoció Valeria—. No te conozco y tampoco volveremos a vernos, por eso puedo ser honesta con este tema y decir lo que pienso. Puedes mandarme a paseo, si quieres, pero una mentira no te ayudará si quieres triunfar.
—Vale, ya lo entiendo. Entonces, ¿qué me aconsejas para triunfar?
—Pues yo empezaría por cambiar de grupo y de instrumento, claro. ¿Cuál es tu instrumento?
—Ya lo has visto —lanzó la contestación a la espera de la reacción de Valeria. No le había parecido que hablara por hablar y aquello le gustaba. Debería haberse ofendido porque ella menospreciase a sus compañeros, sin embargo, en su interior sabía que estaba en lo cierto. Durante el concierto habían cometido varios errores y ella parecía haberlos detectado.
—Te he visto con un bajo en las manos, has dado las notas correctas, pero no es tu instrumento. No lo dominas.
Abrió la boca, pero las palabras se atascaron en su garganta. Se preguntó si aquella chica era producto de su imaginación o si, por el contrario, la había enviado alguien con un guion aprendido para gastarle una broma pesada. Tal vez era una actriz contratada por Leo y Miki para convencerlo de que se independizara del grupo. Lo descartó al instante, sus amigos nunca lo engañarían de esa manera, pero era cierto que no paraban de decirle que le iría mejor en solitario, aunque Darío nunca se había sentido con ánimo; de alguna manera buscaba el apoyo de un grupo para no sentir que se precipitaba al vacío.
—¿De dónde has salido? —masculló tragando saliva. Esa chica era fascinante.
—De ningún sitio y de todos a la vez.
Fascinante y preciosa.
—Te gusta ser enigmática, ¿verdad?
—No creas, pero solo tengo unas pocas horas y desapareceré de tu vida. No tiene ningún sentido que nos conozcamos mejor.
No estaba de acuerdo. Darío prefería aprovechar al máximo las circunstancias que lo unieran a alguien, aunque fuera por un periodo limitado de tiempo. Creía en la providencia y era de la opinión de que no importaba el tiempo que pasase al lado de otra persona si resultaba valioso y estaba convencido de que cada segundo que transcurriese con Valeria lo sería.
—¿Crees en el destino? —preguntó de manera repentina y ella pestañeó, como si la sorpresa la hubiera atacado y quisiera apartarla de su mente.
—No…
Darío chasqueó los dedos y justo después la señaló con una media sonrisa.
—Sí que crees, pero me has dicho lo contrario para que desista.
—Así es.
—¿Así es? ¿Has vuelto a hacerlo?
—No seas ridículo.
—Lo soy, ¿verdad? —Bajó la cabeza, por primera vez algo avergonzado. Pensó en que hasta ahí había llegado la conversación. Valeria daría media vuelta y se marcharía dejando en su vida el amargo recuerdo de que podía haber dicho algo mejor para retener su atención.
—En realidad no. Resultas encantador —dijo ella casi en un suspiro y, por un momento, pensó que había sido producto de su imaginación. Lo creyó hasta que vio una leve chispa de emoción en los ojos de ella y notó que se le aceleraba el pulso. Se arriesgaría, tenía que hacerlo.
—¿Sabes? Tal vez deberías darme una oportunidad —dijo.
—¿De qué?
—De saber por qué una chica aparece de pronto en uno de mis conciertos y me dice que debería cambiar el rumbo de mi vida como si me conociera.
—Estoy aquí por casualidad y me temo que no hay nada que averiguar —respondió y se encogió de hombros.
—Yo creo que sí, y estoy seguro de que mucho. ¿Qué dices?
—¿A qué?
—A seguir hablando, pero en otro sitio, en cualquiera donde nos veamos mejor y no tenga que esforzarme por escuchar lo que dices. Te invito a tomar algo, lo que quieras, ¿cuál es tu bebida preferida? ¿Agua?
—Café.
—Vale, entonces deja que te invite a un café.
—¿Ahora?
—Sí, algún sitio encontraremos abierto, ¿qué dices?
La chica desvió la mirada, la fijó en algún punto de la sala que no parecía concreto, estaba claro que pensaba si podía o no fiarse de él. Al fin y al cabo, solo llevaban hablando unos pocos minutos. Lo normal sería que desconfiase.
—Vale —dijo al fin.
Darío intentó disimular la emoción que le produjo escucharla, la misma que se apoderaba de él cuando conseguía componer alguna melodía que lo sedujese.
—Bien. ¿Me esperas un minuto? Voy a por mi bajo y vuelvo. No te vayas.
Vio que ella se reía ante su más que evidente entusiasmo.
—No, no me iré —aseguró con una nueva y brillante sonrisa.
´
Cuando Darío regresó del camerino con su bajo enfundado y colgado a la espalda descubrió que ella seguía allí, esperándolo. Sintió entonces que un escalofrío le recorría el cuerpo, la clase de escalofrío que le aseguraba que aquello acababa de comenzar y que era su noche: la noche en que, sabía, algo en él cambiaría y se preguntó si solo tendría que ver con Valeria o sucedería algo más.
Se detuvo frente a la chica enarbolando su mejor sonrisa y el entusiasmo que era incapaz de ocultar.
—Estoy listo —anunció.
—Yo también —respondió ella. Hizo un gesto y Valeria inició la marcha. Cuando abandonaron el lugar, ella se detuvo y se giró para esperarlo.
—¿A dónde quieres ir? —preguntó Darío.
—Pues antes vi una cafetería, a dos calles de aquí —contestó la joven mientras señalaba con el índice hacia su izquierda.
—¿Te refieres a una de esas franquicias que tienen cafés exóticos con millones de sabores?
—Sí.
—Me parece buena idea.
Ella no dijo más, permaneció callada mientras avanzaba a su lado. Solo fueron unos pocos pasos hasta que Darío rompió el silencio. Le costaba permanecer callado cuando estaba nervioso, y en aquel momento lo estaba. No tenía sentido negar que esa chica le atraía y desconcertaba a partes iguales, por lo que no sabía bien qué esperar y la única manera de solventar su inquietud era hablar.
—Dime, Valeria, ¿a qué te dedicas? —preguntó.
Ella volvió parte del rostro hacia él y le pareció entrever una mueca extraña, como si tuviera dudas, tal vez miedo a responderle y se preguntó por qué narices era tan reacia a decirle algo que, a priori, era un dato sin importancia, una de las primeras cosas que sabes de alguien cuando lo conoces. Valeria había tenido la misma reacción que cuando quiso saber su nombre y no pudo por menos que pensar que, tal vez, ella escondía algún que otro secreto.
—¿No habíamos quedado en que nada de preguntas personales?
—¿Habíamos quedado en eso? No recuerdo esa parte de la conversación, aunque sí recuerdo haberte dicho que te gusta ser enigmática.
—Y así es. —La oyó suspirar y después permaneció unos segundos en silencio hasta que decidió continuar—: Creo que dejaré que respondas tú mismo a tu pregunta con la imaginación.
No le cupo duda entonces de que ocultaba cosas. Sabía que no era asunto suyo; al fin y al cabo, solo estaría un rato con ella. Valeria lo había dejado muy claro, no buscaba nada y ya le había regalado una prórroga al haber aceptado su invitación. Solo era cuestión de poco tiempo que se despidiera de él para siempre y no pensaba gastar esos minutos en intentar sonsacarle algo que no quería contarle. Así que optó por aligerar la conversación.
—Milán, ¿no? —Ella asintió—. Se me ocurre pensar que eres modelo, o mejor aún, una espía.
Valeria dejó escapar una sonora carcajada.
—¿De dónde has sacado eso?
—No soy nada imaginativo, y no se me ocurre casi nada que puedas hacer allí que no puedas hacer aquí.
—Visto así, te diría que tienes razón, pero es cierto que viviré en Milán, aunque viajaré bastante.
—Entonces está claro: eres una espía.
Ella rio de nuevo y supo que debía ser así. Limitarse a una charla agradable que recordaría con algo de cariño y una pizca de melancolía por lo que habría sido de permanecer más tiempo a su lado. Lo que no olvidaría sería el sonido aterciopelado de su voz. Una voz que le sugería notas desbordantes de pasión.
—Es ahí —habló de pronto Valeria señalando el lugar elegido. Darío ya lo había visto, sin embargo optó por callar y dejar que ella lo guiara.
Entró tras Valeria y ambos vieron que apenas había gente. Un camarero muy joven los saludó y antes de que pidieran los advirtió de que las bebidas tendrían que ser para llevar, pues cerrarían en unos minutos. Ambos asintieron sin poner objeción. Pidieron y el muchacho les sirvió en silencio. Darío se fijó en que Valeria lo observaba con una extraña mueca a caballo entre el asombro y la burla. Imaginó que estaría pensando en el contraste que suponía que ella había pedido un café solo y él un batido de vainilla con nata montada y caramelo. A él le parecía un contraste delicioso, casi tanto como la bebida que iba a tomarse con tanto gusto.
Abandonaron la cafetería y una brisa más refrescante de lo que hubieran esperado los azotó.
—Hay un banco que parece muy cómodo justo enfrente —dijo Darío volviéndose hacia ella. Quizás lo mejor sería pasear, pero prefería hablar mientras la miraba a los ojos, a esos ojos grandes y oscuros en los que le encantaría perderse.
Ella se limitó a asentir y siguió el gesto de su mano con el que la invitaba a avanzar hacia su destino. Se acomodó primero y Darío esperó a que lo hiciera, después dejó el instrumento a sus pies, se sentó a su lado y giró el cuerpo para poder contemplarla de frente. Valeria lo imitó, subió la pierna izquierda sobre el banco y la dejó descansar a escasos centímetros de su rodilla. Darío pensó que si se movía lo más mínimo la rozaría. No cruzaron palabra, se limitaron a observarse durante varios segundos hasta que ella sonrió de nuevo y bajó la mirada.
—No he podido evitar fijarme en que no dejas de mirar mi batido, ¿quieres probarlo?
—No, gracias —contestó Valeria—. Lo miro porque me asombra que seas capaz de tomar tanto azúcar.
—¿No te gusta el dulce?
—No mucho.
—¿Y qué es lo que te gusta?
—¿A qué te refieres? ¿A la bebida? ¿Comida?
—En general, dime tres cosas al azar que te gusten. Las primeras que te vengan a la mente.
Valeria apretó otra vez los labios y Darío estuvo seguro de que jamás olvidaría ese gesto tan peculiar.
—¿Tres? Pues, no sé… La paella, por ejemplo, me encanta. Adoro a Massenet, tumbarme sobre la hierba a ver las estrellas y, ¡oh, sí! Me gustan los hombres discretos.
—Son cuatro cosas.
—La última es un regalo para ti.
—¿La de los hombres discretos?
—Sí, esa.
—Eh, yo lo soy —dijo Darío levantando la mano.
—Lo tendré en cuenta. Eres discreto y goloso. ¿He acertado?
—Sí.
—¿Y qué más eres? —continuó preguntando Valeria.
—¿Quieres que me defina?
—Tú has empezado la ronda de preguntas, así que te toca responder.
—Pero lo tuyo es difícil —protestó Darío—, no se me ocurre qué decir de mí mismo.
—Vale, te lo pondré más fácil. Imagina que tu mejor amigo intenta venderte como cita para mí. ¿Qué diría de ti?
—Oh, ya veo por dónde vas —respondió, pero lo cierto era que no tenía ni idea de lo que ella pretendía. Se preguntó si quería que se alabase, que exagerase o que, por el contrario, fuese modesto. Pensó que lo mejor sería ser sincero—. Creo que debería empezar por contarte que mi mejor amigo es una chica y sé que cuando no estoy delante dice de mí que soy amable, que suelo pasarme de melancólico y a veces resulto gracioso. También cree que soy bastante cariñoso, pero muy insistente.
—No está mal —comentó Valeria pensativa—, ¿cómo se llama tu amiga?
—Miki.
—¡Qué nombre tan curioso! ¿Es un diminutivo?
—No, es que su madre es japonesa, su nombre es así, tal cual.
—Vaya, sí que es interesante. ¿Sabes? Creo que me cae bien Miki.
Valeria sonrió de un modo que sintió un cosquilleo muy característico en el estómago. Le encantaría tener la oportunidad de que esa chica, de alguna manera, permaneciera en su vida. Desechó la idea al instante; era ridícula y no le llevaría a ningún sitio.
—Créeme —dijo continuando con la conversación—, te caería genial y, probablemente, os llevaríais muy bien. Tardaríais muy poco en conjurar contra mí.
—Um —murmuró Valeria mientras daba un trago a su bebida—, me parece que ahora me cae mejor. Seguro que es una amiga fantástica.
—La mejor y, ¿sabes?, no es enemiga del dulce. Ahora que lo pienso creo que eres la primera persona que conozco a la que no le gusta el dulce.
—¿De veras? Pues, aunque te niegues a creerlo, somos cantidad de gente.
—¡Los enemigos del dulce! —exclamó con chanza—. ¿Sois una secta o algo así?
—Para nada. Solo somos gente con criterio.
—Entonces crees que yo no tengo criterio —dijo Darío enarcando una ceja.
—No he dicho eso, pero sí que pienso que esa sensación de bienestar que tienes cuando comes algo dulce está sobrevalorada.
—¿Ah, sí? ¿Piensas que está sobrevalorado?
—Pues sí, como muchas otras cosas en esta vida.
—¿Qué cosas? —preguntó Darío con verdadero interés.
—No sé, el amor, por ejemplo.
Parpadeó perplejo ante la respuesta de Valeria. Hubiera esperado cualquier cosa menos eso.
—Así que el amor está sobrevalorado, ¿eh?
—Eso es.
—Vaya, esto se pone interesante. ¿Cuántas veces has estado enamorada?
—Una y fue más que suficiente como para tener la certeza de que no merece la pena malgastar tu vida esperando el amor.
—¿Solo una? Perdona, pero no es tanta experiencia; tal vez te estés precipitando.
—No lo creo.
—Crees que estas muy segura. Veamos, ¿cuántos años tienes? Veinti…
—Cuatro.
—Vale, tienes veinticuatro años y crees que el amor está sobrevalorado. Eso me da que pensar: o eres una cínica o te han roto el corazón.
Valeria abrió la boca, como si la hubiera sorprendido su contestación o como si hubiera dicho algo descabellado. Sin embargo, pareció recomponerse casi al instante.
—Ah, con que esas tenemos, ¿eh? Vamos, dime, ¿cuántas veces te has enamorado tú? —lo retó.
Darío echó la cabeza hacia atrás; estuvo a punto de reír, pero en seguida se dio cuenta de que no era ningún chiste sino que ella lo preguntaba en serio y lo meditó. Solo lo meditó durante dos o tres segundos, pero fueron suficientes porque, aunque lo hubiera pensado durante un mes, la respuesta seguiría siendo la misma.
—Pues la verdad es que no estoy seguro.
—No estás seguro… —se burló ella.
—Bueno, el amor no es una ciencia exacta, ¿no?
—No, solo es un compás en el que tienen que encajar todas las notas, chico del bajo. Es algo que simplemente sabes. Si no estás seguro, es que nunca te has enamorado. Ahora entiendo por qué no crees que esté sobrevalorado —añadió con burla.
Darío quiso replicar, pero ella lo había dejado sin palabras. Pensó en lo que él mismo había dicho. Nunca se había planteado si se había enamorado alguna vez, quizás ella tenía razón y lo que había experimentado era otra cosa: deseo, ilusión, comodidad; sentimientos que podría haber confundido con amor.
Desvió la mirada hacia su bebida y dio un trago, luego posó de nuevo sus ojos en ella y pensó que le gustaría descubrir si era cierto, si era verdad eso que decía sobre que uno simplemente sabe que está enamorado. La vio suspirar, tal vez por melancolía, tal vez por cansancio, y deseó poder convertir ese suspiro en otro muy distinto. Se dio cuenta de que sus pensamientos se estaban desviando demasiado y se concentró en la chica que tenía frente a él y en qué podría hacer para arrancarle una nueva sonrisa.
—¿Está bueno? —preguntó solo con la intención de encarrilar la conversación hacia un tema menos intenso con el que no tuviera la impresión de haber provocado su mueca de tristeza.
—¿El qué?
—Tu café —contestó Darío señalando su vaso casi vacío.
—Oh, sí, mi café amargo está delicioso —dijo, y no parecía que le estuviera tomando el pelo.
—¿En serio?
—En serio. Gracias por la invitación.
—Es lo menos que podía hacer por aguantar mi concierto entero, y debería ser yo quien te diera las gracias por aceptar.
Vio que los labios de Valeria se curvaban en una media sonrisa y aquel hoyuelo tan seductor apareció de nuevo sobre su mejilla. Fue entonces cuando ella lo observó fijamente. Darío vio que se inclinaba hacia él y levantaba la mano para dirigirla hacia su rostro. Se mantuvo quieto, sorprendido por el gesto y a la vez expectante.
Valeria acercó los dedos, parecía dispuesta a tocarle los labios, pero justo cuando los tenía a escasos centímetros de su piel, se detuvo. Darío se fijó en que se ruborizaba, apartaba los dedos y fijaba la atención en su otra mano.
—Espera…, es que te has manchado —dijo sin levantar la vista y cogió una de las servilletas que aferraba junto al café—. ¿Puedo? —preguntó con la mano alzada hacia él.
—Sí.
Valeria acercó con cuidado la servilleta doblada y la pasó despacio por su labio superior. A pesar de la aspereza del material, Darío pudo sentir la delicadeza con la que ella se estaba expresando, incluso hasta él llegó el calor y la cercanía de la muchacha. El pulso se le aceleró de manera vertiginosa.
—Ya está —anunció Valeria, retiró la mano dejándolo con la sensación de necesitar más que un leve roce.
—Gracias —dijo Darío con un nudo en la garganta. Tuvo la tentación de coger la mano de Valeria y acariciarla, quería saber qué sentiría al tocarla. Estaba muy cerca de él, solo tenía que mover los dedos unos centímetros y obtendría su respuesta, sin embargo no se atrevió, a pesar de que algo le decía que no rechazaría su contacto.
El silencio se apoderó de ambos mientras se observaban los rostros sin mediar palabra. Darío intentó memorizar los rasgos de la joven que tenía ante él, si no lo hacía, sabía que lo olvidaría en cuestión de unas horas y no quería hacerlo. Le encantaría poder recordar esos momentos sin que una neblina difusa lo acompañara, como le había sucedido en otras ocasiones. Era presa de un pálpito que le aseguraba que Valeria era especial. Aún no sabía de qué manera, pero lo intuía. Lo sentía. Sentía que llevaba música en su interior.
La observaba ansioso por encontrar la manera de que ese momento perdurase. Estaba absorto en sus ojos grandes y oscuros que parecían esconder tantas cosas que descubrir en ellos que no fue consciente de que el rostro de ella comenzaba a mojarse igual que el suyo.
—¿Qué…? —murmuró mientras levantaba la cabeza y miraba hacia el cielo, el cual se había oscurecido en cuestión de unos minutos. Caían gotas de lluvia, muy escasas, sin embargo, un temporal amenazaba con arreciar sobre ellos de un momento a otro—. No me lo puedo creer.
—Nos vamos a empapar —protestó ella.
Se pusieron en pie casi a la vez, Darío agarró su bajo y siguió a Valeria, que se había apresurado a tirar los vasos vacíos en la papelera más cercana y buscado refugio bajo el techo de un edificio próximo. Pensó en la mala suerte que suponía que la lluvia cortase un momento tan interesante con una chica tan atrayente como aquella.
—Seguro que para enseguida —dijo más para intentar convencerse a sí mismo que a ella, aunque el tiempo no parecía estar de acuerdo. El cielo seguía encapotado y las gotas ahora salpicaban con furia el suelo.
—Eso espero —contestó Valeria—, aunque no tengo esa impresión.
Darío estuvo de acuerdo con ella, lo que no tenía claro era si debían seguir esperando allí. La miró de soslayo y vio que daba un paso atrás hasta apoyarse en la fachada del edificio, después cruzaba los brazos sobre el pecho y tuvo la impresión de que encogía el cuerpo.
—¿Tienes frío?
—Un poco.
—Deberíamos entrar en cualquier sitio. ¿Alguna idea?
Valeria se encogió de hombros justo antes de contestar:
—Te invitaría a subir a mi casa, pero esta noche estoy de prestado en el sofá de mi hermana y no le gustan las visitas inesperadas.
—Lo entiendo —dijo, sin embargo, la idea se materializó con rapidez en su cabeza—. Bueno, yo vivo a diez minutos andando de aquí. Si quieres…
Ella volvió la cabeza para mirarlo con lo que a él le pareció la sombra de la duda en su rostro.
—Diez minutos andando es mucho con la que está cayendo.
—Eso es cierto.
—Tendríamos que ir corriendo —sugirió ella unos segundos después.
—¿Cómo dices? —preguntó extrañado, pues ya había desechado aquella posibilidad.
—A tu casa.
—Llegaríamos mucho antes, sí.
—Ahora mismo me parece una buena idea —dijo frotándose los brazos con energía—. ¿Vives solo? Porque no querría molestar a nadie.
—Comparto piso con dos amigos, pero han salido.
Ella asintió. Parecía conforme con su respuesta.
—Entonces, ¿vamos?
—Sí.
—¿Por dónde?
Darío alzó la mano para indicarle y ella tendió la suya hasta ponerla justo debajo de la de él.
—Tendrás que guiarme —dijo. Darío la tomó de la mano y juntos echaron a correr bajo la lluvia.
Llegaron a su casa más rápido de lo que hubiera esperado. Habían recorrido varias calles sin que Darío soltase la mano de Valeria y le había encantado aquello. No era lo que había esperado cuando pensó en que le gustaría tocarla, pero su mano pequeña y nervuda le había parecido cálida y suave bajo la suya, a pesar de estar mojada.
Una vez que habían llegado al portal se detuvieron y él no tuvo más remedio que soltarla, muy a su pesar. Subieron hasta el cuarto piso en el ascensor; mientras lo hacían, Darío observó el rostro de Valeria. Bajo aquella luz le pareció todavía más hermosa, si es que aquello era posible. El flequillo se le había pegado a la frente y pequeñas gotas de agua le salpicaban el rostro, pero sus ojos brillaban con una nota de diversión y sus labios parecían dispuestos a sonreírle una vez más y conseguir que se le acelerase el pulso.
Una vez en el piso, Darío abrió la puerta y la invitó a entrar con un gesto.
—Pasa, no te quedes en la puerta —dijo.
—Estoy empapada.
—No importa —insistió. Ella le hizo caso, pero se quedó muy cerca de la puerta. Darío pasó a su lado y cerró—. Iré a por una toalla —anunció.
Atravesó el salón y fue hasta su habitación; una vez allí dejó su bajo sobre el suelo y cogió una toalla limpia. Regresó al lugar en donde Valeria lo esperaba y le tendió la toalla.
—Ten.
—Gracias.
—¿Necesitas…? Si quieres puedo dejarte algo de ropa seca —ofreció.
—No hace falta, gracias de todos modos. ¿El baño?
—Al fondo —contestó señalando la puerta. Valeria lo agradeció de nuevo con un gesto y desapareció de su vista. Mientras ella permanecía en el baño, Darío aprovechó para sacar algo de ropa seca. No quería arriesgarse a coger un resfriado. La semana siguiente tendría lugar un recital en el conservatorio y no podía permitirse el lujo de no darlo todo. Él era así, cuando se comprometía con algo siempre daba lo mejor de sí mismo, aunque la empresa no lo mereciera. Nunca se rendía, jamás abandonaba y siempre iba hasta el final.
Valeria regresó al salón. Cuando se encontraron, ella le devolvió la toalla pronunciando un tímido agradecimiento. Darío se fijó en que, además de secarse, se había arreglado el cabello. Por un momento imaginó que habría liberado el pelo de esa coleta, pero no fue así. Se imaginó cómo sería suelto sobre su espalda desnuda.
—Voy a cambiarme —dijo con un carraspeo—. Solo tardo un momento.
Ella no respondió, se limitó a asentir y él dio media vuelta. Se encerró en el cuarto de baño con la idea de quitarse la ropa mojada, pero también con la de despojarse de la fantasía que había empezado a fraguarse en su cabeza en la que era él quien secaba el cuerpo de Valeria con sus caricias. Trató por todos los medios de desterrar esos pensamientos de su cabeza, aunque bien sabía que le sería difícil en cuanto la viera de nuevo.
Después de cambiarse abandonó el aseo y regresó al salón, pero no vio a Valeria. Creyó que se había marchado. Sin duda se había arrepentido, y aunque no podía culparla, la decepción lo golpeó, igual que si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Pensó en que, tal vez, se lo merecía y que eso era lo que el destino le había deparado para aquel día. Sin embargo, pronto cambió de opinión. En cuanto se dirigió hacia su habitación, distinguió una figura. Era Valeria. No solo no se había marchado de su casa, sino que había entrado en su cuarto.
Se había colocado frente a su teclado y había reparado en la partitura sin acabar en la que estaba trabajando y la estudiaba con atención, inclinada sobre ella, igual que si hubiera descubierto algo realmente valioso.
Darío se detuvo en la entrada del dormitorio, cruzó los brazos, se apoyó sobre la jamba de la puerta y la observó antes de decidirse a hablar.
—Veo que has encontrado mis garabatos.
Valeria se sobresaltó al escuchar su voz, se apartó de la partitura y se volvió hacia él.
—Perdona —dijo bajando la cabeza, sonrojada—. La puerta estaba abierta y la luz encendida. Yo solo…, perdona —reiteró y Darío tuvo la impresión de haber interrumpido un ritual sagrado para ella. Resultaba curioso tener esa sensación cuando era su intimidad la que había invadido. Aunque, en realidad, esa intrusión le había gustado. Que Valeria mostrase ese interés en su obra no hacía más que incrementar su atracción hacia ella y alimentar su ego.
—No importa, de verdad. No me molesta, solo me ha sorprendido. No estoy acostumbrado a que las visitas se interesen por mis composiciones.
Valeria pareció superar aquel rubor, ya no era presa de la vergüenza de haberse visto sorprendida y levantó la mirada hacia él.
—¿No? Pues es una lástima. Me parece que está bastante bien.
—¿La has leído entera?
Valeria negó con la cabeza.
—Solo el principio.
Darío había abandonado su posición y se adentró en la habitación, justo para quedarse a un par de pasos de ella.
—Aún no está terminada —aclaró—. Es solo el esqueleto.
—Tiene potencial. ¿Llevas mucho trabajando en ella?
—Un par de meses.
—Es una lástima que no vaya a escucharla.
—¿Querrías? —dejó caer Darío. En apariencia, Valeria tenía interés en su canción y puede que le viniera bien saber la opinión de una desconocida. Tenía conocimientos musicales, era obvio, y podría ser interesante tener su valoración, sin duda sería objetiva.
—Sí, sí querría.
—Bien, siéntate —dijo señalando el banco que tenía ante el teclado. No era demasiado grande, pero sabía que ambos podrían ocuparlo. Valeria se acomodó y él hizo lo mismo a su lado.
El asiento era pequeño por lo que su pierna rozaba la de la chica, y agradeció que hubiera tela de por medio. A pesar de que le encantaría notar la suavidad de su piel, necesitaba concentrarse en la canción. Encendió el teclado, conectó los auriculares y se los tendió a Valeria. Ella los tomó con extrañeza.
—¿Podrás tocar sin escucharte?
—Será un reto —admitió.
—Veamos si eres capaz.
Valeria se colocó los auriculares y esperó. Darío se tomó unos segundos para prepararse. La música le insuflaba vida y siempre estaba dispuesto a que fluyera a través de él en cualquier momento, sin embargo no había tenido demasiadas ocasiones de enseñar algo creado por él mismo en la intimidad de su dormitorio. Retuvo el aliento y comenzó a tocar.
Sus dedos temblaron al primer contacto con las teclas, pero en seguida fue capaz de reponerse y continuar sin que sus manos vacilasen. La melodía fluía en su cabeza, la tenía memorizada y podría reproducirla en cualquier circunstancia, aun así, estaba tan cerca de Valeria que distinguía los golpes de las notas a través de los auriculares.
Terminó de tocar lo que había compuesto y volvió el rostro hacia ella. La chica se desprendió de los cascos y le devolvió la mirada.
—No puedes negar que te encanta la música americana de los cincuenta —comentó.
—Y así es —respondió con una sonrisa. Lo había cazado a la primera. Tenía buen oído y su opinión podría resultarle valiosa.
—Pero también te gusta Górecki, ¿verdad? Aunque tu música es más alegre.
Darío se quedó paralizado. Por supuesto que le gustaba, lo había descubierto el año anterior y se había empapado de todas sus composiciones. El hecho de que Valeria se hubiera dado cuenta no hizo más que aumentar el deseo que ya sentía hacia ella.
—Bueno —carraspeó—, además de haber pillado mis influencias, ¿qué opinas sobre la canción? —preguntó, pero Valeria no abrió la boca—. ¿Tan mala es?
—No —dijo dejando escapar una tímida sonrisa—, no es eso. Tiene mucho potencial.
—Pero…
Los ojos de la joven lo observaban como si tratasen de leer en su rostro la posible reacción y no supo si había sacado algo en claro.
—¿Seguro que quieres oírlo?
—Desde luego. —Su respuesta estaba llena de entusiasmo y franqueza, pero a medida que transcurrían los segundos perdía la valentía empleada y la seguridad en su trabajo.
—Está bien —se decidió a hablar Valeria—. Creo que la melodía es buena; el comienzo es brillante y promete, pero cuando entra el estribillo no llega esa explosión que esperas, decae un poco. No sé si me he explicado bien.
—Perfectamente. ¿Algo más?
—Quizás está un poco baja —respondió dubitativa—. Deberías subirla.
—Está en fa —explicó como si fuera tan obvio que no necesitase más réplica.
—Pues tócala en sol. ¿Lo has probado?
—Sí, y me pareció que estaba demasiado alta.
Valeria apretó los labios, como si estuviera conteniendo una réplica mordaz. No lo hizo durante mucho tiempo, pues enseguida contestó:
—Dime una cosa, ¿has compuesto esta canción para interpretarla tú o para que lo haga otro en tu lugar?
La pregunta de Valeria fue tan enérgica como un bofetón improvisado. Era obvio que ella no lo había dicho con ánimo de ofenderlo y, a pesar de su reticencia a hablar sobre su vida, Darío no pudo por menos que intuir que se parecía a la suya, al menos en lo que se refería a la música. Y, desde luego, no se había equivocado con él. Había compuesto la canción para la tesitura del cantante de su grupo, porque pensó en que, tal vez, debería llevar algún tema que fuese suyo. Era cierto que tocaba el bajo en ese grupo solo para ver si, de esa manera, conseguía algún contacto en el mundillo. Nunca hablaba con sus compañeros de la formación que tenía, tampoco había enseñado ninguna de sus canciones; se limitaba a hacer su trabajo como bajista mientras esperaba que sucediera algo mejor. Y empezaba a pensar que Valeria era ese algo mejor que estaba buscando, no tanto por ella en sí, sino por la manera que tenía de abrirle los ojos sin pretenderlo. Le sorprendía su franqueza y lo mucho que acertaba con él sin conocerlo siquiera.
—Vaya, eres contundente —fue lo único que pudo decir.
—No pretendía ser desagradable contigo, pero si quieres triunfar en el mundo del espectáculo debes aprender a encajar los golpes. No es lo mismo lo que te digan tus profesores en el conservatorio que lo que puedan decir tus compañeros sobre ti o tu trabajo. No siempre van a apoyarte, incluso muchas veces puede que te envidien e intenten echar por tierra lo que hagas, igual que el público, no siempre estarán de tu parte.
Darío no meditó sus palabras, las arrinconó en algún lugar de su memoria con toda la intención de recuperarlas más adelante, cuando tuvieran sentido para él. En un momento como ese no quería procesarlas, solo quería extraer de Valeria el conocimiento que, sabía, guardaba dentro de ella.
—¿Y qué me aconsejas?
—Pues lo primero es que, si vas a componer para otros, hazlo para alguien que le haga justicia a tu trabajo, que destaque en su campo, no para un cantante mediocre. Tienes que pensar en el público, ofrecerles lo que piden sin traicionarte a ti mismo.
—Eso es complicado —dijo tras haberlo meditado varios segundos.
—Lo sé. —Valeria suspiró y clavó sus ojos oscuros en los de él—. Es fácil ser bueno, Darío, lo difícil es ser el mejor. He visto a gente buena quedarse por el camino por no ser brillantes, y, sinceramente, creo que tú puedes conseguirlo. He sido testigo antes en aquel escenario que no estaba a tu altura, pero sobre todo lo he sentido aquí, ahora, en esta habitación.
La honestidad de la muchacha lo dejó sin palabras y notó una punzada en el estómago, la misma que acudía a él cuando la emoción de un sonido lo desarmaba, lo subyugaba hasta que se rendía. Era justo la misma agitación que se había apoderado de su cuerpo cuando escuchó a Valeria.
—No sé si estaré a la altura de lo que acabas de decir —murmuró, pues nada más podía responder sin resultar estúpido—, pero te prometo una cosa. Si tengo éxito gracias a tus sugerencias, te enviaré una postal a Milán.
—No hará falta. Si tienes éxito gracias a mí, iré a tus conciertos cuando gires por Italia y te lo recordaré.
—¿Eso es una promesa?
—La única que puedo hacerte.
—¿Trato hecho, entonces? —preguntó tendiendo la mano hacia ella.
—Trato hecho —respondió Valeria, le tomó la mano y se la estrechó. Cuando terminó, no la retiró y Darío aprovechó para acariciarle el dorso con las yemas de los dedos. Lo abordó una sensación de calidez seguida de una sucesión de notas que hicieron que el pulso se le acelerara, mucho más cuando Valeria le sonrió. Notó que la sangre le hervía en las venas y le recorría todo el cuerpo. Siempre buscaba un sentido a todo lo que le sucedía, y supo que Valeria había llegado esa noche a su vida para algo más. Entonces fue presa de un ataque de valentía.
—¿Puedo hacer una cosa?
—¿El qué?
—Algo que deseo hacer desde la primera vez que te he visto, ¿me dejas?
—Vale —susurró la joven y a Darío le pareció que contenía el aliento mientras esperaba mirándolo con ojos brillantes.
Se movió hacia ella, recortando la distancia entre los dos, cogió la coleta con una mano y con la otra, de manera muy delicada, deslizó la goma que la ataba y le soltó el pelo. Sin ser realmente consciente de que lo hacía, se puso el coletero de Valeria en la muñeca, después metió los dedos entre sus cabellos aún húmedos y los esparció por los hombros de ella. Tragó saliva mientras la contemplaba. La imagen que tenía frente a él era más hermosa de lo que había imaginado en su mente.
—Eres preciosa —susurró—. Seguro que te lo han dicho muchas veces.
—Alguna, pero ninguna como tú lo has hecho.
—¿Y cómo lo he dicho?
—Como si de verdad lo creyeras.
—Lo que no puedo creer es que haya alguien que no lo piense.
Le acarició las mejillas con los pulgares. Valeria suspiró y notó la calidez de su aliento sobre las manos. Un aliento que le estaba quemando por dentro. Vio el pecho de ella subir y bajar con más rapidez de lo que hubiera esperado y notó las mejillas calientes de Valeria bajo sus manos. Se preguntó si estaría tan nerviosa o incluso tan excitada como él y si estaba esperando a que la besara; no lo sabía, pero intuía que sí, de no ser así se hubiera apartado. Se inclinó sobre ella, muy despacio, lo hizo para darle tiempo a que entendiera que iba a besarla y girase la cara si no quería que lo hiciera. Pero ella no se movió, al contrario, abrió la boca dejando el espacio suficiente para que cupieran sus labios. Darío se acercó aún más hasta que cubrió el espacio que la boca entreabierta de Valeria había dejado con su labio inferior. Fue tan suave como una caricia, pero sintió como si una corriente eléctrica le traspasase el cuerpo por entero. Se quedó paralizado, casi sin aliento, durante un eterno segundo hasta que su cuerpo reaccionó a aquel sentimiento tan potente y la besó de nuevo. Esa vez resultó igual de lento, pero más profundo. Darío le acarició los labios con la lengua y ella le correspondió, aunque lo hizo con más timidez de lo que él deseaba.
Valeria se movió. No fue mucho, lo justo como para que su cuerpo se apoyase sobre el suyo. Darío deslizó la mano izquierda por el cuello de la muchacha y le acarició el hombro mientras le bajaba el tirante del top. Le acarició el brazo con las yemas de los dedos, luego dibujó, despacio, una línea por su clavícula y después por su esternón hasta llegar al escote. Allí se detuvo. Abandonó los labios de Valeria y con los suyos recorrió el mismo camino que había hecho con los dedos. Besó su mandíbula y deslizó la lengua por su garganta mientras que con el brazo derecho la sujetaba por la cintura y la acercaba aún más a él. Sin embargo, la reacción de Valeria no fue la que esperaba. Notó que el cuerpo de ella se tensaba y dejó de besarla. Algo no iba bien, quizás se estaba precipitando.
—Valeria… —susurró—, ¿bien?
—Sí —respondió ella, pero fue una afirmación tan suave que le pareció que le había costado decirlo.
—No tenemos que hacer nada que no quieras.
—Estoy bien, es solo que…
—No hace falta que me des explicaciones —la cortó al instante y apartó sus manos de ella. No quería que se sintiera presionada. Mentiría si le dijera que no había pensado en aquello, la deseaba y mucho pero solo si era recíproco.
—Gracias.
—Tampoco tienes que hacer eso.
—Vale —dijo ella con un suspiro y justo después se puso en pie. Le dio la espalda y caminó un par de pasos por la habitación alejándose de él. Darío intentó pensar con rapidez qué podía ofrecerle o hacer para que se sintiera cómoda.
—¿Quieres un vaso de agua? —preguntó. Valeria se volvió y negó con la cabeza—. ¿Tal vez otra cosa?
—No hace falta. Va a ser verdad lo que dice tu amiga de ti —añadió poco después.
—¿El qué?
—Que eres amable —respondió la chica con una sonrisa que a él le pareció triste.
—No creo que haya hecho o dicho nada para que creas que lo soy.
—¿No? ¿Estás seguro?
Percibió de nuevo en Valeria aquella expresión afligida, un gesto que le gustaría poder borrar o transformar en otro mucho mejor.
—Solo quiero que estés cómoda conmigo —contestó mientras se levantaba y se acercaba a ella. Tal vez lo que ocurría era que se había arrepentido de haber subido a su casa y no sabía cómo decirle que quería marcharse—. Me parece que ha parado de llover —comentó—. No tienes que estar aquí si no quieres. Podemos ir donde te apetezca o puedo acompañarte a tu casa.
—Quería venir —reconoció Valeria—, y quiero esto. Es solo que, verás, estuve mucho tiempo con la misma persona y desde hace casi un año que lo dejamos pues yo no…, bueno, ya sabes —balbuceó y sus mejillas se tiñeron de un leve rubor.
—Tranquila, lo entiendo. No pasa nada.
—Solo necesito un momento.
Darío alargó la mano y le acarició el rostro sonrojado.
—Lo que quieras —respondió y lo hizo con sinceridad, aunque no pudiera dejar de pensar en que le había dicho que quería seguir estando allí con él y en lo que eso implicaba.
—Vale.
—¿Me dejas abrazarte?
Valeria asintió y él le rodeó la cintura con los brazos, muy despacio, y la atrajo hacia su cuerpo. Ella apoyó la frente sobre su clavícula y Darío notó que la tensión desaparecía y comenzaba a relajarse. Acababa de conocerla, era consciente de que era una extraña, que pronto se marcharía, sin embargo no podía evitar tener la sensación de que la conocía desde hace tiempo, de que estaba escrito que se encontraran esa noche y que aquello no se terminaría en unas horas porque le pareció que ella encajaba a la perfección entre sus brazos.
—Darío, ¿puedo pedirte algo? —preguntó ella unos segundos después.
—Sí… —respondió al instante, aunque lo hizo con un atisbo de duda porque no imaginaba qué iba a decir—. Puedes pedir lo que quieras y, si está en mi mano, lo haré.
Tras sus palabras solo el silencio llegó hasta sus oídos. No sabía si no la había escuchado, o es que ella no había lanzado su petición. Se preguntó qué era lo que Valeria no se atrevía a decir.
—¿Cantarías para mí? —susurró ella.
—¿Cómo? —preguntó extrañado. Creyó que había sido su imaginación, ¿de verdad le había pedido que cantase?
—Tu voz es… —explicó ella, susurrando igual que antes—, no sé bien cómo definirlo, pero escuchar tus coros fue lo que hizo que me fijara en ti. Tu timbre me cautivó y quisiera escucharlo de nuevo.
Se quedó sin habla durante unos segundos. No era la primera vez que alguien le decía que cantaba bien, sin embargo, la manera en que ella se había expresado lo dejó sin palabras. No buscaba regalarle un cumplido, no parecía querer halagarlo sin más. Lo había dicho aún con la frente apoyada en su clavícula y sin esperar respuesta. Lo había dicho porque realmente lo sentía.
—¿Qué quieres oír? —se oyó preguntar, pues deseaba demasiado volver a besarla y sabía que no era el momento adecuado.
—Cualquier otra canción tuya estaría bien.