Círculo de sombras - Vanesa Cantero - E-Book

Círculo de sombras E-Book

Vanesa Cantero

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Beschreibung

Una carretera. Un niño perdido. Un pasado que amenaza con regresar. Kira Castillo, investigadora privada, no se imaginaba que acudir a la boda de su mejor amiga daría un giro inesperado a su vida. Allí no solo se reencontrará con Rubén, su primer amor, sino que ese choque entre ambos tendrá consecuencias inesperadas. El hallazgo de un niño perdido provocará que los caminos de Kira y Rubén vuelvan a unirse sin remedio; se verán envueltos en una investigación que los llevará hasta el corazón de una secta y su peligroso líder, que hará cualquier cosa por lograr su objetivo y que afectará directamente a sus vidas. ¿Podrán sus sentimientos salir ilesos de este nuevo revés? - Las mejores novelas románticas de autores de habla hispana. - En HQÑ puedes disfrutar de autoras consagradas y descubrir nuevos talentos. - Contemporánea, histórica, policiaca, fantasía, suspense… romance ¡elige tu historia favorita! - ¿Dispuesta a vivir y sentir con cada una de estas historias? ¡HQÑ es tu colección!

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Seitenzahl: 451

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Vanessa Cantero Manzanares

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Círculo de sombras, n.º 302 - agosto 2021

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-901-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

1 Rubén

2 Kira

3 Rubén

4 Kira

5 Rubén

6 Kira

7 Rubén

8 Kira

9 Rubén

10 Kira

11 Rubén

12 Kira

13 Rubén

14 Kira

15 Rubén

16 Kira

17 Rubén

18 Kira

19 Rubén

20 Kira

21 Rubén

22 Kira

23 Rubén

24 Kira

25 Rubén

26 Kira

27 Rubén

28 Kira

29 Rubén

30 Kira

31 Rubén

32 Kira

33 Rubén

34 Kira

35 Rubén

36 Kira

37 Rubén

38 Kira

39 Rubén

40 Kira

Epílogo Kira y Rubén

Agradecimientos

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

A mi padre,

porque esta historia le hubiese gustado

Prólogo

 

 

 

 

 

—¡No mires atrás! —grita.

El niño obedece. Aunque sus piernas tiemblan, consigue que sus pequeños pasos apresurados lo guíen fuera de aquel lugar.

No entiende qué está ocurriendo, no comprende nada; solo sabe que su madre está asustada, que ha estado más angustiada de lo normal durante los últimos días. No ha parado de llorar en la mayoría de los momentos y esa noche lo ha despertado de su sueño para decirle que deben escapar de allí antes de que sea tarde.

Avanza agarrado a su mano. Ella lo insta a ir más rápido, con la promesa de que todo irá bien, que no debe preocuparse, solo tiene que darse prisa.

Un ruido tras ellos viene a destruir la poca confianza del pequeño, mientras que su madre, despavorida, lo aferra con más fuerza, si cabe.

—No te detengas y corre, ¡corre! —lo apremia.

Atemorizado, fuerza sus pequeñas piernas para que lo alejen de allí. No sabe cuánto durará aquella carrera sin destino, está cansado, pero no puede decírselo, no quiere defraudarla. Desea demostrar que es fuerte como su padre; alguien a quien todos admiran y quieren.

El sonido que los había alterado se repite, esta vez más cercano, y silba amenazante sobre ambos. Ella suelta su mano y grita unas palabras antes de que él pueda darse cuenta de que ya no lo agarra.

—Sigue, Aarón, no te pares.

—¡Mamá! —exclama, aterrado.

—Te alcanzaré, te lo prometo… —insiste la mujer, con la intención de que crea sus palabras y obedezca, pues sabe que solo tiene una oportunidad. Unos segundos que ella puede proporcionarle antes de que lo encuentre y no haya marcha atrás. Debe protegerlo, es lo único que importa, si él consigue escapar, habrá merecido la pena.

Se gira y aprieta con fuerza el cuchillo que sostiene en la mano y lo levanta hacia la sombra que se cierne sobre ella.

“Vamos” —piensa—, “ven a por mí; esta vez acabaré contigo. Hoy lo lograré”.

El pequeño quiere gritar, pero nada emite su garganta salvo un quejido lastimero que pronto se convierte en el inicio de un apagado sollozo. Ansía dar media vuelta y volver junto a su madre, abrazarla, refugiarse en su regazo y esperar a que pase la tormenta, pero sabe que debe obedecerla.

Continúa corriendo hasta que escucha un chillido que está a punto de paralizarlo. Se pregunta si es ella o un animal que lo persigue amparado por la oscuridad de la noche. Cualquiera de las dos opciones hace que su corazón lata desbocado debido al terror que siente, sin embargo, no se detiene. Solo lo hace cuando la luz de la luna ilumina la carretera.

El niño jadea, no sabe si su madre quería que llegara hasta allí, pero es el único lugar que tiene fuerzas de alcanzar. Hace un esfuerzo. Un paso; otro más. Cuando consigue pisar la calzada le parece que ha logrado ganar una carrera en la que está participando él solo.

Se detiene. Quiere volverse para ver aparecer a su madre, pero lo único que contempla es la oscuridad que ha dejado atrás. Las lágrimas se deslizan por su rostro y las limpia con rabia. Se quedará ahí, esperando, porque ella ha prometido alcanzarlo.

Y cumplirá su promesa.

Pero lo único que sus ojos divisan antes de perder el sentido es la luz brillante de unos faros que se ciernen sobre él.

1 Rubén

 

 

 

 

 

Despertó gracias a su propio grito.

Las pesadillas aún lo asaltaban. Volvía en sí empapado en sudor, con el corazón latiendo desbocado y una punzada de dolor en el pecho. Se incorporaba temblando y necesitaba varios segundos para darse cuenta de que no había sido real. Inspiraba varias veces tratando de recuperar el control de su cuerpo y, cuando lo conseguía, no le quedaba más remedio que levantarse de la cama, pues sabía que no podría volver a conciliar el sueño.

Esa noche había sucedido de nuevo.

Salió de la cama como un autómata y se dirigió al baño. Las piernas todavía le temblaban, por lo que tuvo que apoyarse en el lavabo para mantener el equilibrio.

Abrió el grifo y se mojó la cara con agua fría. Los temblores comenzaron a cesar y la imagen empezó a desvanecerse de su mente. El miedo remitió con lentitud. A pesar del tiempo transcurrido, aún podía recordar con total claridad el dolor que había sentido.

Levantó la cabeza y abrió los ojos tratando de despejar los vívidos recuerdos. Contempló su rostro en el espejo. No tenía buen aspecto. Se atusó el pelo; había vuelto a dejárselo crecer y la barba también. Pensó que, tal vez, debería afeitarse antes de irse e imaginó la cara que pondría Candela cuando le viera aparecer de esa guisa si no lo hacía. Gruñiría y le perseguiría con unas tijeras y una cuchilla hasta lograr su objetivo. Sonrió. Su hermana no tenía arreglo.

Cogió una toalla y se secó la cara. Permaneció unos segundos cubriéndose el rostro con ella y cuando la apartó y volvió a mirarse en el espejo, la vio.

Se sobresaltó y dejó caer la toalla al suelo.

—¡Joder, Ana, qué susto! —exclamó.

Ella le observó a través del reflejo y sonrió. Estaba apoyada en la jamba de la puerta, con el brazo sensualmente levantado por encima de la cabeza. Llevaba el camisón rojo de siempre, el que tanto marcaba sus formas y que a veces lo ponía tan nervioso.

—No entiendo cómo puedes seguir dándote esos sustos cada vez que me ves.

—No lo haría si no aparecieses siempre tan de repente —gruñó él.

—Creí que ya te habías acostumbrado, después de todo ya llevas más de un año viviendo en mi casa.

—¿Tu casa?

—Sí, mi casa —rebatió la mujer—. Da igual que pagues el alquiler, esta sigue siendo mi casa.

Recogió la toalla y la dejó en su sitio; se volvió y salió del cuarto de baño. Ana no se movió, por lo que él tuvo que pasar de lado para no establecer contacto con ella. Si lo hacía, bien sabía lo que sucedería después.

Fue hasta la cocina, agarró la cafetera con fuerza, vertió el poco contenido que tenía en una taza y se lo bebió de un trago.

—¿Qué tal si me dejas en paz? —protestó, sabiendo que estaba tras él, a pesar de que no había dirigido una mirada hacia ella.

—Oh, vamos, cariño, no te enfades. Has tenido otra pesadilla, ¿verdad?

—Sí.

—¿Lo mismo de siempre?

—Así es.

Se apretó las sienes con los dedos. Las imágenes se materializaron de nuevo en su cabeza.

Las tres voces que recitaban al unísono mientras los gritos de Candela lo taladraban y veía la sangre de ambas goteando sobre el suelo. Después fue el inicio del dolor y lo único que era capaz de recordar fueron las lágrimas de ella mientras le suplicaba que aguantase.

—¿Algún día me vas a hablar de la chica? —preguntó Ana de súbito.

Los músculos de sus hombros se tensaron. A veces tenía la sensación de que esa mujer era capaz de leer su mente.

—No sé de qué estás hablando —balbució tratando de evitar el tema.

—Lo sabes perfectamente, cielito, no te hagas el tonto conmigo. Sabes a qué chica me refiero.

Un nudo se le hizo en la garganta. Ana parecía conocerle mejor de lo que le hubiera gustado, a pesar de que apenas le había contado cosas sobre su pasado, únicamente el episodio que revivía en sus pesadillas y se había ahorrado casi todos los detalles.

Solo había hablado de Candela. Nunca la había mencionado a ella.

—No hay ninguna chica —respondió Rubén a media voz.

—Claro que sí, esa a la que llamas a veces en sueños, la que tiene un nombre tan raro.

—Diría cualquier otra cosa, habrás oído mal.

Esquivó a Ana y salió de la cocina. Quería evitar a toda costa esa conversación.

—Es la chica de la foto, ¿verdad? La que miras cada vez que crees que no te veo.

Rubén abrió los ojos de par en par. Había tratado de ocultarlo, pero, al parecer, no había tenido éxito.

—¿No puedes dejar de inmiscuirte en mi vida?

—No tengo otra cosa que hacer.

—Ya… No es nadie, agua pasada, ya te lo he dicho —insistió. No tenía la menor intención de hablar del tema. Pensar en ella solo le provocaba dolor y tampoco quería que Ana continuase indagando en su pasado.

La mujer emitió un hondo suspiro de resignación.

—De acuerdo, no preguntaré más, al menos por hoy. ¿Ya has preparado la maleta?

—No me hace falta —farfulló Rubén.

—Claro que sí, puede que decidas quedarte allí unos días.

—Lo dudo. No hay nada que me interese lo más mínimo de ese lugar. Voy por compromiso.

—Eso me has contado más de una vez, vas porque es la boda de tu hermana.

—Ni más ni menos, y sigo sin entender por qué ha querido casarse en ese maldito pueblo. No vivimos allí desde hace una década.

—Es la ilusión de su vida, no se la chafes —protestó Ana.

—No tengo tan claro que eso sea así, después de lo que nos pasó…

—Bah, una mujer el día de su boda no piensa en esas cosas, solo en lo feliz que se siente. ¡Ay, las bodas son tan bonitas! —exclamó Ana justo después con ojos soñadores mientras se tumbaba sobre la cama y estiraba el cuerpo—. Qué lástima no poder ir, hace tanto que no voy a una…

—Lamento decirte que no tendrás oportunidad de ir a ninguna otra.

—Eres un aguafiestas y un amargado, ¿nunca te lo han dicho?

—Pues sí, bastantes veces. —Rubén se encogió de hombros.

—¿Y no te das por aludido? Desde luego que necesitas cambiar un poco, empieza a ser aburrido aguantarte.

—Ya sabes cuál es la solución, Anita.

Ana emitió algo parecido a un gruñido de disconformidad y desapareció de su vista. Rubén era consciente de que ella sabía que cuando la llamaba Anita era porque quería estar solo y no había manera de convencerlo de lo contrario. Eran los momentos en los que optaba por apartarse y volver al tedio con el que rellenaba las horas del día.

Suspiró. A veces odiaba la manera como se comportaba con ella, pero no soportaba que se entrometiese tanto en su vida como lo hacía. Siempre pretendía darle lecciones, decirle cómo debía actuar y otras tantas veces intentaba… bueno, ya sabía lo que quería, lo que ya trató de hacer una vez y a punto estuvo de provocar que se marchase para siempre de aquel apartamento.

Metió las pocas pertenencias que le parecieron imprescindibles para acudir a la boda de su hermana, después se dio una ducha y decidió que iría a una de esas barberías que estaban tan de moda para que lo afeitasen y le cortasen el pelo, pues una simple cuchilla en sus manos temblorosas podría tener consecuencias fatales.

Se marchó sin despedirse. Ana no había vuelto a cruzarse en su camino y agradeció no tener que dirigirle la palabra. Ella sabía tan bien como él que ese día sería un calvario. Adoraba a Candela, pero que lo hubiese elegido padrino en su enlace no era de ayuda para los problemas que siempre había tenido para adaptarse a las multitudes, sobre todo a aquellas en las que habría tanta gente conocida a quienes tendría que saludar, todos los que sentían una curiosidad malsana hacia él por retazos que sabían sobre su vida, pero, sobre todo, porque también estaría ella. Y Rubén no era capaz de determinar la manera en que reaccionaría cuando la tuviera de nuevo frente a él, después de tantos años.

 

2 Kira

 

 

 

 

 

—¡Las flores, las flores! —gritó la mujer al borde de la histeria. Entró en la habitación dando un portazo y se dirigió como una exhalación hacia la novia.

—¿Qué es ese alboroto? —preguntó la homenajeada.

—Candela, esto es una emergencia, ¡de las gordas! —berreó la mujer, sofocada.

—¿El novio está sano y de una pieza?

—Sí.

—¿El alcalde está en pie para celebrar la ceremonia?

—También.

—¿Alguien sufre gravemente?

—No.

—Pues entonces no puede ser tan horrible —concluyó la novia—. A ver, tía Gladis, ¿cuál es la emergencia?

—Catástrofe, dirás. Él inútil de la floristería, o tal vez quien hizo el encargo —apuntó con una mueca de disgusto, a la vez que dirigía la mirada hacia Kira, que estaba apostada a un lado de la novia y se tapaba la boca con la mano en un vano intento de aguantar la risa—, se ha equivocado y te ha cambiado las peonías por orquídeas.

—¿Y las orquídeas están marchitas?

—Pues no.

—¿Tienen bicho?

—Por supuesto que no, ¡qué asco!

—Entonces, no hay ningún problema, tía.

—Tú nunca ves el problema. Está claro —gruñó Gladis apretando los labios hasta que se le formaron las arrugas en los mismos y las aletas de la nariz se ensancharon de manera cómica.

—¿Por qué no vas a vigilar que estén llegando los invitados?

—Llevo todo el día haciéndolo —protestó la mujer—. Me da la sensación de que lo que quieres es perderme de vista.

—Eso nunca, tía —se apresuró a decir Candela.

Kira puso los ojos en blanco, aunque entendía lo que trataba de hacer su amiga, pues lo mejor para todos era tener a la tía Gladis contenta o podría convertirse en el terror de la celebración.

—Por cierto. El padrino acaba de llegar —añadió la mujer con una nueva mueca de disgusto.

Candela suspiró. Kira sabía que Gladis era otra de las muchas personas que no había estado de acuerdo con que Rubén fuese el padrino de la boda, pero ella sabía que, para su amiga, él era la única persona que hubiese querido que la llevase al altar el día en que se casase, y así se lo había hecho ver a todo el mundo, incluido al propio Rubén, que había rehusado más de una vez su petición, hasta que la había convertido en súplica y entonces, su hermano no pudo negarse. Candela no se lo había contado, por supuesto, pero los conocía tan bien a ambos que podía imaginar con total claridad cómo habían sido sus discusiones.

—Dile que iré enseguida, por favor, tía.

La mujer abandonó la estancia sin responder a la petición de su sobrina y lo hizo con un aire de disgusto dirigido a ambas muchachas. Cuando Kira y la novia se quedaron de nuevo a solas, ambas se miraron y no pudieron controlar una carcajada.

—¡Es terrible! —exclamó Kira.

—Y que lo digas.

—¿Quieres que vaya a encargarme del ramo? —preguntó Kira a la vez que cogía a su amiga de las manos—. Tal vez estemos a tiempo de que lo cambien.

—Para nada. Lo he dicho en serio, cielo, me da igual que sean otras flores. Hoy voy a tener todo y a todos los que quiero cerca. Es lo que más importa.

—Además de la novia más guapa del mundo, eres la más buena. A veces das asco y cuando es así, te envidio —añadió, y ambas rieron de nuevo.

—¿No me irás a decir ahora que estás celosa? Si eres antiboda.

—Pues para ser antiboda, bien que me has obligado a organizar la tuya —protestó Kira.

—No te he obligado, pero eres mi madrina. Es una responsabilidad adquirida con el puesto.

—Debí haber leído la letra pequeña cuando acepté ser tu madrina —lo dijo en broma, pero se dio cuenta de que Candela había detectado que fruncía de forma leve el ceño. Fue un gesto apenas perceptible, que no hubiese supuesto ningún problema de ser aquella otra situación distinta.

—Eso es cierto. ¿Estás segura de que estarás bien?

—Claro que sí. Es tu boda, Cande. Eres mi mejor amiga y te vas a casar con el único tío que te merece, así que estoy muy feliz por ti.

—Lo sé. Me refería a si serás capaz de aguantar el tirón. Serán muchas horas cerca de él.

Kira tragó saliva. No había querido pensar en ello hasta ese día. Se había prometido a sí misma que lo sobrellevaría lo mejor que pudiese, pues Rubén no merecía que gastase sus energías en imaginar su reencuentro, ni que desperdiciase más su tiempo en pensar en él. Había tratado de convencerse día tras día con aquellos argumentos.

—Bueno, ya no somos unos críos, ¿no? Somos adultos —contestó al instante, como si hubiera ensayado esa frase frente al espejo durante semanas.

—Es una respuesta muy vaga, Kira.

—Para nada. Seré capaz de aguantar al lado de tu hermano, puedes estar tranquila.

Candela no se atrevió a decir nada, pero Kira pudo adivinar por su mirada que no se había tragado su mentira. Sus palabras poco tenían que ver con la realidad que bullía en su interior y se figuró lo que Candela estaba pensando.

Kira siempre había sido muy intrépida, aguerrida incluso, mucho más osada que su amiga para todo, sin embargo, la situación que habían vivido juntas una década antes le había marcado más que a la propia Candela, en parte porque Kira había estado consciente todo el tiempo, al contrario que su amiga. Y todo lo que había sucedido después con Rubén también le había pasado factura, mucho más de lo que jamás se atrevería a admitir. Aunque fueran íntimas, Kira nunca se había sincerado sobre lo que había supuesto para ella su historia con Rubén y Candela siempre tuvo la delicadeza de no volver a sacar el tema, por miedo a dañarla.

—Está bien —optó por decir la novia—. No me queda más remedio que creerte.

—¿Y por qué no ibas a hacerlo? —protestó Kira—¿Cuándo te he mentido o te he ocultado información?

—¿Tengo que contestarte a eso? No voy a tener tiempo, me caso en un rato —respondió Candela señalando el reloj imaginario de su muñeca.

—Vale, ya lo pillo. Tu amiga la irresponsable se va a hacer los deberes y ejercer de madrina.

—No incordies a la tía Gladys, por favor. Furiosa es terrible.

—¿Más todavía?

—Sí.

—Está bien, no diré nada que la haga enfurecer, aunque es difícil. Esa mujer ve mal todo lo que hago o digo.

—No es cierto. —Quiso suavizar Candela.

—¡Por supuesto que lo es! Nunca le he caído en gracia, pero desde lo de Rubén me trata como una apestada. Creo que piensa que yo tengo la culpa de todo.

Candela negó con la cabeza, aunque no contradijo sus palabras, por lo que Kira comprendió que había dado en el clavo con su suposición.

—Te entiendo —dijo al fin su amiga en un vago intento de calmarla—. Es insufrible, lo sé, pero es la única hermana de papá, así que hay que tragar con ella.

—Atragantarse con ella, querrás decir.

—Más bien, sí —aseveró Candela a la vez que reía.

Kira emitió un largo suspiro de resignación.

—Bueno, creo que es hora de irme. Tu novio me espera para que me cuelgue de su brazo y lo acompañe a hacerte feliz para siempre.

—Pues no tardes en traerlo —bromeó la novia.

—Tranquila, no lo haré. Si a alguien conozco que se merezca todo lo bueno que le pueda pasar, esa eres tú.

Candela sonrió, se puso en pie con la emoción contenida y abrazó a su mejor amiga. Mientras compartían aquel momento tan íntimo, Kira recordó cómo se habían conocido doce años atrás, cuando ambas tenían dieciséis y ella acababa de mudarse desde Madrid al pueblo. Había llegado nueva al instituto para cursar el penúltimo año, no conocía a nadie y Candela se había acercado a saludarla, segura de que sería una chica simpática con la que podría trabar amistad muy pronto. No se había equivocado en absoluto, congeniaron al instante, luego le presentó a su hermano y los tres se convirtieron en inseparables.

Había transcurrido mucho tiempo desde entonces y la situación ya no era ni parecida, pero Kira mantenía la esperanza de que el día más importante en la vida de su amiga tal vez cambiase la suya en algo.

Las dos amigas deshicieron el abrazo y Kira se dirigió hacia la puerta.

—Si me necesitas, silba —dijo justo antes de abandonar el cuarto bajo la animada sonrisa de la radiante novia.

Salió de la habitación mirando hacia los lados. Sabía que, en cualquier momento, podía verlo y no tenía claro si estaba preparada para afrontarlo, por mucho que lo hubiera reiterado frente a Candela. Estaba siendo un día demasiado ajetreado para ella como para que tuviera que preocuparse por su amiga y no había querido alarmarla en ningún momento, pero lo cierto era que no sabía cómo reaccionaría cuando tuviera a Rubén cara a cara.

Por suerte para Kira, no había rastro de él. Con toda probabilidad, la tía Gladys lo habría acorralado para darle un plomizo discurso sobre cómo debía comportarse, circunstancia que ella aprovecharía para escabullirse, esconderse y no tener que cruzarse con él hasta que no fuera necesario.

Corrió por el pasillo del hotel en el que se celebraría la ceremonia y, cuando dobló una esquina, como iba mirando hacia atrás, chocó con alguien que venía de frente. Rebotó sobre el pecho de un hombre a la vez que emitía un quejido asustadizo y notó que la asían por el brazo.

—¿Estás bien? —preguntó el dueño de la mano que aún la sostenía.

—Sí, gracias. No te había visto.

—Siempre a hurtadillas, ¿eh?

Kira estaba comprobando que no se hubiese roto un tacón al tropezar cuando escuchó hablar al hombre que la sujetaba y sintió un pálpito al llegar a sus oídos el sonido familiar de una voz de sobra conocida para ella. Alzó los ojos tan despacio que fue capaz de contar los segundos que transcurrían mientras lo hacía, temerosa de lo que pudiera encontrar cuando llegara a su destino.

Tardó en reconocerlo, tal vez porque no era lo que esperaba ver, o tal vez porque la imagen que tenía de él se había distorsionado tanto que ya no recordaba con exactitud cómo era su rostro ni el color de sus ojos.

—¡Rubén! —exclamó, igual que si hubiese sido una extraña aparición y no alguien a quien sabía que iba a ver aquel día.

—El mismo —respondió acompañando sus palabras con algo parecido a una sonrisa, y Kira recordó que, cuando se conocieron, rara vez lo hacía. Tan solo en una corta etapa de su vida había sido lo bastante feliz como para reír con asiduidad.

—No te esperaba… quiero decir, que no pensaba que estarías por aquí o, bueno, no tan pronto ni tan bien, es decir, yo, no, supongo que sí estarías… —balbuceó.

La impresión de haberlo encontrado de sopetón la había descontrolado y comprobar lo guapo que estaba solo había contribuido a desbaratar su mente, ya de por sí poco calmada.

—¿Estás nerviosa, Kira?

—No sé por qué dices eso —contestó ofendida. Se había recompuesto del impacto al verlo y se erguía ante él con ademán orgulloso.

—Porque no paras de parlotear.

—Siempre lo hago, eso no es nuevo —protestó, y al hacerlo vio que Rubén torcía el gesto. Lo hizo de tal forma que Kira supo que había entonado aquella pregunta con el único fin de provocarla.

Intentó relajarse. Ponerse a la defensiva o huir no ayudaría a que el día que tendría que transcurrir forzosamente cerca de Rubén fuera mejor, así que optó por aparentar la quietud de la que había carecido cuando se encontraron cara a cara.

—Ya veo. Eso quiere decir que no has cambiado en absoluto —observó él.

—Nunca he pretendido hacerlo. ¿Acaso te molesta?

—Ni mucho menos.

—Bien. Mejor para ti, así no te llevarás sorpresas hoy —sentenció Kira.

—No son sorpresas, precisamente, lo que espero en un día como este.

—Desde luego —murmuró la joven de mala gana, y se cruzó de brazos.

No llevaba ni dos minutos frente a Rubén y ya tenía la sensación de que siempre tenía que decir la última palabra, igual que cuando eran adolescentes y discutían interminablemente sobre cualquier tema y él se empeñaba en llevar razón.

A pesar de que la tentación de rebatir sus palabras era muy fuerte, la contuvo. Se había prometido a sí misma que no dejaría que las antiguas rencillas que aún tenía pendientes con el hermano de la novia estropeasen el día más importante en la vida de su amiga.

—Candela te está esperando —se limitó a contestar—, y yo he de ir a buscar al novio.

Vio que Rubén hacía un breve gesto de asentimiento. Intuía que deseaba aportar algo más a la escasa conversación que estaban teniendo, pero su tajante mirada lo impidió.

—Nos veremos en la ceremonia —añadió Kira justo antes de esquivar a Rubén y abandonar el pasillo sin dar tiempo a réplica.

Cuando se hubo alejado lo suficiente como para desaparecer de su vista, se dejó caer sobre la pared y cerró los ojos antes de inspirar con profundidad.

Estaba saliendo mal, muy mal. Había reaccionado como temía hacer. No había podido controlar sus nervios y se había dejado llevar por la turbación.

Se recompuso pensando en que Candela no se merecía que montase un numerito, por lo que no le quedaba más remedio que afrontar el día con paciencia y procurando no pasar al lado de Rubén más tiempo del necesario.

—Unas horas, solo unas horas, Kira —se dijo—, y no volverás a verlo nunca más.

 

3 Rubén

 

 

 

 

 

“Genial, lo has hecho genial” —pensó mientras daba patadas a una pelusa imaginaria—. “Te ha faltado preguntarle si te ha echado de menos”.

—¡Eres imbécil! —exclamó en voz alta.

La puerta de la habitación que estaba tras él se abrió y una cabellera pelirroja sobresalió de ella.

—¿Esa es manera de saludar a tu hermana?

Rubén se giró de un sobresalto y se posicionó frente a ella.

—No iba por ti.

—¿Con quién hablabas entonces? Oh, no me lo digas, ¿te has cruzado con Kira?

—¿Me lees el pensamiento? ¿Acaso soy transparente?

—Para mí, sí.

Candela se acercó a él, alargó el brazo y le pellizcó la nariz.

—¿Estás bien? —preguntó a continuación.

—No hablemos de mí. —Rubén se apresuró a cambiar de tema y a coger las manos de su hermana pequeña—. Es tu boda. Deja que te vea bien. Estás increíble, preciosa. No creo que exista una mujer en el mundo más guapa que tú en este momento.

—Venga, basta de halagos, acércate y dame un abrazo, hermanito.

—Me da miedo arrugarte el vestido o fastidiarte el peinado.

—Calla y ven aquí. —Resolvió la novia atrayéndolo hacia sí.

Se fundieron en un largo abrazo, que duró lo suficiente como para que Rubén sintiera que había merecido la pena hacer el esfuerzo de enfrentarse a tanta gente y a semejante tumulto.

—Te he echado de menos. Odio verte tan poco —refunfuñó Candela al separarse.

—Has estado muy ocupada los últimos meses organizando esto.

—Eh, ni se te ocurra echarme la culpa. Vives casi como un ermitaño, cuesta sacarte de casa.

—Lo sé, pero no siempre es fácil —se defendió Rubén.

—Créeme, puedo entenderlo, al menos en parte, pero encerrarte entre cuatro paredes no lo hará desaparecer.

—Cierto, hermanita. Siempre tienes razón.

—¿Aunque nunca me hagas caso?

—Exacto.

Rubén sabía que Candela estaba en lo cierto, pero para él era mucho más cómodo no enfrentarse a las multitudes, en donde podía encontrar la fuente de sus temores y arriesgarse a padecer de nuevo los episodios de antaño, que podrían desembocar una vez más en el infierno que casi lo destruye.

Miró a su hermana y ninguno de los dos pudo evitar echarse a reír.

—Oye, ¿estás segura de que quieres que te acompañe? Aún estás a tiempo de pedírselo a papá.

—No y no, Rubén. Hemos discutido esto un millón de veces. Hoy voy de tu brazo o no me caso.

—Está bien. No te enfades. Solo quería asegurarme de que no te habías arrepentido de habérmelo pedido.

—Pues claro que no. No solo eres mi hermano, eres mi mejor amigo y el hombre al que más quiero del planeta.

—¿Tu novio está al corriente eso? —bromeó.

—Eres un bobo redomado —regañó Candela a la vez que le daba un pescozón—, ¿lo sabías?

—Me lo dicen continuamente. Y hoy no va a ser menos, cuando hay alcohol de por medio la gente tiende a decir lo que piensa. Así que tendré un día movidito, porque la mitad de tus invitados me odia y a la otra mitad les caigo mal.

—Eso no es verdad. Mamá y papá te quieren.

—¡Y menos mal!

—Bueno, y Kira…

—¿Kira qué? —Rubén dio un respingo al escuchar el nombre de la muchacha.

—Kira no te odia.

—Le caigo mal.

—Solo a ratos, si hubieras hecho lo que debías en el pasado, todo sería distinto.

—Candela, no saques el tema, por favor.

—No lo hago. Solo es un pequeño apunte. A ver, ¿qué os habéis dicho cuando os encontrasteis?

—No mucho.

—Vamos, cuéntamelo.

Rubén relató cómo había sido el breve episodio y su hermana torció el gesto.

—Vale, puede que ahora mismo le caigas fatal —aseveró Candela—. Debiste comentar que te alegrabas de verla y que estaba preciosa, porque lo está. Hermanito, si no vas a decirle cosas agradables, mejor no hables con ella.

—Pero…

—No me repliques. No le digas nada que no sea bonito o te partiré las piernas cuando vuelva de mi luna de miel —amenazó la joven.

Rubén levantó las manos como si Candela fuera policía y estuviera a punto de meterlo entre rejas.

—Está bien. Lo que tú digas. Estaré calladito y seré cordial.

—Más te vale.

Ansioso porque su hermana no continuara una charla con la que no se encontraba cómodo, optó por ofrecerle su brazo. Ella lo aceptó.

—¿Lista?

—Ahora sí —respondió la novia con una radiante sonrisa.

 

* * *

 

La ceremonia fue breve, algo que Rubén agradeció, pues estar en primera fila ante la mirada de los invitados no era plato de gusto. Tenía la impresión de que todos estaban más pendientes de él que de su hermana. Sentía los ojos fijos en su persona, como si cada uno de los presentes lo estuviera juzgando por ocupar un lugar del que no era merecedor, según su criterio.

Aguantó como pudo la tentación de observar a Kira de reojo. Estaba apostada junto al novio, por lo que apenas podía entrever su figura, a no ser que girase la cabeza o se inclinase, y eso resultaría demasiado descarado. Aunque le importase entre poco y nada la opinión de los invitados, no quería provocar habladurías que pudieran incomodar a Candela o a sus padres en un día tan señalado. Ya les había causado demasiados contratiempos y se había prometido a sí mismo no volver a dar quebraderos de cabeza a las únicas personas a las que quería.

Pasado el mal trago inicial, llegó una parte que le resultó más intolerable, si cabía. El fragmento más iluso de su ser creyó que podría escabullirse durante el banquete, pero los novios lo habían sentado en su mesa por ser el padrino. Tanto a él como a Kira, solo que entonces tampoco la tenía en el punto de mira, estaba sentada al otro lado de los novios y Rubén tenía frente a él un salón repleto de personas, de modo que comenzó a sentirse agobiado, más de lo que hubiera esperado en un primer momento. Al menos durante la ceremonia les daba la espalda, sin embargo, de ese modo, tenía la impresión de que cuanta más gente tuviera bajo su mirada, más posibilidades tenía de confundirse si veía a uno de ellos.

Echó un rápido vistazo al salón, pendiente de encontrar la fuente de sus preocupaciones, pero pareció no hallarla. Exhaló llevado por el alivio, aunque momentáneo, pues enseguida reparó en la copa de vino que tenía delante y que un camarero había llenado sin que se hubiera dado cuenta.

Observó con detenimiento el líquido rojizo, tuvo la impresión de que se deslizaba incitante por el cristal y lo llamaba en un susurro seductor. El afrutado aroma llegó hasta sus fosas nasales. Tragó saliva y se pasó la lengua por los labios. Apretó la mandíbula y alargó la mano hacia la copa, aunque la detuvo a medio camino. La tentación era tan fuerte que tuvo que cerrar los ojos y concentrarse, pensar en las consecuencias que tendría llevársela a los labios, y aquello le hizo recapacitar. Cerró la mano y la dejó caer provocando un ruido sordo que llamó la atención de sus compañeros de mesa.

Candela fue la primera en reaccionar al comprender lo que había estado a punto de suceder. Apartó la copa sin mediar palabra y se la dio al camarero. Se volvió hacia Rubén.

—Lo siento, no volverá a ocurrir —se disculpó, y puso la mano sobre el puño de su hermano.

Él no se movió ni abrió la boca durante varios segundos. Necesitaba tiempo para digerir lo que había estado a un paso de hacer, pero sobre todo para controlar su impulso de vaciar de un trago el resto de las copas que había sobre la mesa.

Al cabo de un tiempo, que a su hermana se le antojó interminable, Rubén relajó el rostro y lo volvió hacia ella.

—Está bien. No te preocupes.

Candela asintió, consciente de que el momento de peligro ya había pasado. Rubén entrelazó los dedos con los suyos y besó su mano. Cuando lo hizo, se fijó en que Kira contemplaba expectante la escena. Al ver que la había descubierto mirando, ella se apresuró a apartar la vista, visiblemente avergonzada, y Rubén se preguntó si su hermana se lo habría contado o lo acababa de descubrir gracias a ese lamentable incidente.

 

* * *

 

Cuando finalizó el banquete, llegó la hora del baile. Rubén ya se había resignado a tener que soportar el resto de la velada sin poder escabullirse. Había aceptado por fin que no tenía más remedio que resistir hasta el final.

Los novios abrieron el baile. Rubén los observó moverse por la pista con soltura. Transmitían el amor que sentían el uno por el otro, irradiaban esa clase de felicidad difícil alcanzar, la de la complicidad de dos personas que se comprenden y admiran. Apartó la mirada de ellos cuando se dio cuenta de que tenía a su lado a Kira y desvió sus pensamientos hacia ella. Hubo una vez en la que tuvo esa clase de relación con ella, pero todo se fue a pique por culpa de su maldito problema y nunca había sido capaz de asumirlo, ni mucho menos de superarlo.

Escuchaba los aplausos y jaleos de los invitados hacia los novios en el momento en que alguien lo empujó hacia la pista. Dio un paso hacia adelante y se giró justo cuando Kira aparecía a su vera, impulsada por la misma persona.

—Es vuestro turno. —Oyó que decía la tía Gladys, el artífice del empellón que había sacado a ambos fuera del círculo que rodeaba a los novios—. Sois los padrinos —insistió la mujer—. Ni se os ocurra estropearlo.

Ninguno de los dos tuvo la tentación de desoír la orden. La muchacha dio un paso hacia él y Rubén la rodeó por la cintura. Kira dejó caer el brazo sobre su hombro y se tomaron las manos con la lentitud del que presiente que va a quemarse con un simple roce.

Comenzaron a moverse al son de la música. Al principio de forma vacilante, luego tranquila. Pronto acompasaron los pasos al del otro y dejaron de ser el centro de atención, pues varias parejas más se habían animado a salir a la pista y eso les dejaba espacio para relajarse un tanto, pues aún estaban bajo la supervisión de Gladys.

Rubén había estado concentrado en recordar cómo se bailaba, pero sobre todo trataba de imaginar que lo hacía con otra mujer que no fuera ella. Cualquiera que no despertase en él sentimientos que había intentado por todos los medios enterrar.

Por suerte para Rubén, Kira permanecía con el rostro girado hacia un lado, como si temiera mirarlo a la cara. Una pequeña parte de su ser se sintió enfurecida por su desprecio, pero la otra lo encontró lógico, dadas las circunstancias. Si él hubiera estado en su lugar, puede que se hubiera incluso negado a bailar. No podía juzgarla, solo le entristecía no ser capaz de estar junto a ella sin notar que su situación era tirante y extraña. Lamentó aún más que no hubieran podido mantener una conversación como antaño, escuchar su risa o ver sus ojos iluminados cuando algo le encantaba.

Se encontraba perdido en sus pensamientos cuando un pisotón vino a interrumpirlos.

Dejó escapar un leve quejido tras el cual Kira reaccionó. Al fin giró la cabeza y le dedicó una mirada. Entrecerró los ojos y arrugó la nariz, como solía hacer cuando rompía algo o se metía en un lío.

—Perdona. Ya sabes que los tacones nunca fueron lo mío.

—Está bien —respondió él haciendo una mueca—, creo que solo me has roto dos dedos. Sobreviviré.

—Aún te quedan tres sanos. Dame un poco más de tiempo y no podrás andar.

—Gracias. Es lo más bonito que me han dicho en todo el día. No esperaba menos de ti.

Kira sonrió ante sus palabras y Rubén notó que se relajaba, por lo que al fin pudo observarla como había querido hacer durante todo el día.

Si había cambiado algo en los últimos nueve años, no lograba percibirlo. Puede incluso que estuviera más guapa de lo que recordaba, porque Candela tenía razón: estaba preciosa. El recogido le sentaba muy bien, los oscuros mechones que caían sueltos sobre su cuello realzaban la dulzura de un rostro que siempre se le había antojado frágil. El discreto maquillaje hacía que resaltasen sus grandes ojos castaños, sus finos labios y la delicadeza de sus rasgos.

Rubén abrió la boca dispuesto a hablar, pero las palabras no acudieron porque dudó. No estaba seguro de lograr decir algo acertado, o simplemente cualquier cosa que pudiera dejar constancia de que había anhelado y temido a partes iguales ese día.

No tuvo más oportunidades de pronunciar una palabra, pues la pieza terminó y Kira se apartó de él.

—Bueno, creo que hemos cumplido. Hasta la vista —añadió, y abandonó la pista sin darle tiempo a replicar.

Rubén la vio marchar hacia la barra y se preguntó si durante el tiempo que restase hasta que terminase la celebración sería capaz de acercarse a ella y limar asperezas. Cualquier cosa que hiciera que ella no lo creyera despreciable, tal y como él mismo se había sentido durante todos y cada uno de los días transcurridos en los últimos años.

4 Kira

 

 

 

 

 

El día no estaba resultando como había esperado.

Por fortuna, la boda iba viento en popa. Candela parecía feliz y no había sucedido ningún altercado, pero ella continuaba nerviosa.

No había podido evitar lanzar miradas de soslayo hacia Rubén a lo largo de la ceremonia y del banquete, a pesar de que intentaba una y otra vez pensar en otra cosa. Quería concentrarse en la felicidad de su amiga o en los pequeños detalles que debía tener controlados. Sin embargo, el resultado fue que no podía dejar de pensar en que él estaba a unos pocos metros.

Habían transcurrido nueve años desde la última vez que lo había visto. Nueve largos años tras ese último fin de semana que habían pasado juntos en París, el más especial de su vida, justo antes de que todo entre ellos se desmoronase.

Miles de días después, tenía a Rubén solo a unos pasos de distancia y no era capaz de acercarse a él.

Varias fueron las oportunidades que tuvo de hacerle la única pregunta que deseaba que contestase, aquella que no fue capaz de pronunciar cuando tuvieron esa espantosa conversación telefónica que terminó con ella jurando que lo odiaría eternamente. Sin embargo, Kira no encontró el momento de rememorar esa charla, o más bien se negó a buscarlo. Lo hizo por Candela y por su propio bien. Si reabría la herida, tal vez no sería capaz de volver a cerrarla. Había sido consciente de ello cuando la tía Gladys los había empujado a bailar por ser los padrinos y Rubén le había rodeado la cintura y mirado tan fijamente a los ojos después de que lo hubiera pisado.

Al terminar la canción había salido despavorida, aunque logró disimularlo ante él. Había corrido a la barra, apurado una copa de champán de un trago, y después se había lanzado a la pista a bailar en solitario o con cualquiera que quisiera seguirla para tratar de olvidar el tacto de sus manos sobre ella.

Transcurrió un buen rato en el que lo había perdido de vista y pudo tranquilizarse y disfrutar algo más de la velada. Lo hizo hasta que empezó a acusar el cansancio.

Intentó echar a un lado los pensamientos negativos o cualquier otro que le recordara a Rubén y se apartó de la pista de baile para descansar un momento sus doloridos pies.

Fue entonces cuando lo vio de nuevo frente a ella.

Por un momento había llegado a pensar en la posibilidad de que él hubiese abandonado la ceremonia. No obstante, se equivocaba, porque seguía allí, sin duda dispuesto a alargar su agonía, ya que se acercaba con lentitud hasta donde se encontraba.

Se concentró en comparar el rostro que tenía delante con el que conservaba en su memoria. Buscó en los resquicios que guardaba de su pasado la imagen del adolescente que había conocido y nada tenía que ver con el hombre que tenía frente a ella. Su pelo continuaba igual de oscuro y ayudaba a tener la impresión de que su rostro se había endurecido. Sus ojos avellana habían perdido el brillo de antaño y su mirada se había enfriado. Sus hombros habían ensanchado, puede incluso que fuera unos centímetros más alto, resultaba mucho más atractivo y parecía más seguro de sí mismo, sin embargo, tuvo la impresión de que todavía estaba enfadado con el mundo, exactamente igual que cuando Candela los había presentado y él era un solitario muchacho de diecisiete años cuya única amiga era su hermana pequeña.

Cuando estaba prácticamente a su lado, Kira se dio cuenta de que estaba ausente, como si se hubiera quedado atrapado en aquel lugar en el que estuvo a punto de perderlo una vez.

Se hallaba, en apariencia, paralizado.

Kira giró la cabeza y miró tras ella, pues parecía que él había fijado su vista en algún punto en concreto a su espalda, pero allí no había nada ni nadie en lo que él hubiese podido reparar, o eso quiso creer.

—¿Hola? —preguntó, algo desconcertada—. ¡Eh!, ¿Rubén? —insistió moviendo la mano de lado a lado.

—Hola, Kira.

—Vaya, parece que has aterrizado por fin en la tierra. ¿Buscabas a alguien o es que te ha dado un aire?

—No… No ha sido nada —murmuró.

De pronto, pareció volver en sí y se dirigió a ella como si no acabasen de cruzar un extraño saludo.

—¿Ya te has cansado de bailar? —preguntó.

Ella se encogió de hombros, casi había olvidado que Rubén acostumbraba a actuar así de cuando en cuando, se evadía y luego regresaba como si nada hubiera sucedido y parecía que los años transcurridos no habían cambiado ese aspecto de su vida.

—No del todo —contestó la joven—, pero no encuentro a nadie que me siga el ritmo.

Rubén enarcó una ceja y Kira imaginó que estaría pensando en que eso no le extrañaba lo más mínimo. Cuando se conocieron, él se encargó más de una vez de señalar que su carácter era inquieto e impulsivo y que por eso mismo se metía en líos y conseguía arrastrar a los demás.

Era cierto. Era exactamente lo que había hecho. Si era lo que barruntaba, en el fondo tenía razón. Sin embargo, él decidió obviar el comentario e hizo una observación que ella nunca hubiera esperado.

—Eso es nuevo. —Señaló la pequeña y sencilla cruz de oro que Kira llevaba al cuello.

—Ah, sí… —dijo tapándola con la mano—. Es mi amuleto de la suerte.

—¿Cómo has dicho?

—Lo que has oído. Me da tranquilidad. Es un medio de protección.

—¿Hablas en serio? —inquirió Rubén, con un gesto de sorpresa.

—Completamente.

—Protección, ¿eh? —Dejó escapar una carcajada repleta de sarcasmo—. Después de todo lo que hemos visto, Kira, ¿cómo eres capaz de refugiarte en una imagen como esa? No te protegerá de nada.

—Eso lo decidiré yo —respondió Kira, molesta.

—Ya veo, ya. ¿Desde cuándo eres tan crédula?

—Puede que desde que tú te volvieras un capullo —increpó, ofendida—. Es un símbolo, no hiere a nadie. No puedo decir lo mismo de algunas personas. Al menos, esto nunca me hará daño —añadió acariciando de nuevo la cruz.

—Touché. —Rubén bajó la cabeza y asintió durante varios segundos, después, la alzó de nuevo y su mirada volvió a cruzarse con la de ella—. Me merezco esa contestación.

—Creo que eso es lo más lógico que has dicho en todo el día.

—Y probablemente en la última década —concedió él con una amarga sonrisa—. ¿Podemos pactar una tregua? Al menos por un rato, hagámoslo por Candela. ¿Qué dices?

Kira había logrado tranquilizarse un poco. Había lanzado la contestación sobre Rubén en forma de dardo envenenado, él lo había comprendido y parecía que se estaba disculpando. No era exactamente lo que esperaba, pero había sido suficiente como para saciar su cólera hacia él. Además, su amiga no se merecía que terminasen discutiendo a voz en grito por algo que había sucedido hace mucho tiempo y podrían haber solucionado mucho antes, si ambos hubieran querido.

—Por Cande haría lo que sea —confirmó la joven.

—¿Hasta bailar de nuevo conmigo? —pidió Rubén, y alargó su mano hacia ella.

Esa vez Kira no dudó, lo cierto era que deseaba continuar moviéndose por la pista y hacerlo en compañía era mucho más agradable, sobre todo si se trataba de alguien con quien siempre se había entendido sin necesidad de palabras. Había aplacado su ira contra él y olvidado por un momento que tenerlo de nuevo tan cerca podría traer consecuencias negativas para ella.

—Hasta eso —respondió y aceptó su mano sin pensar en lo que podía suponer.

Rubén la hizo girar y la atrajo hacia él. Dieron unos cuantos pasos animados, disfrutando por primera vez en el día de la presencia del otro. Durante unos pocos minutos se comportaron como los buenos amigos que una vez habían sido.

Cuando apenas empezaban a disfrutar del baile, la música cambió. Dejó de ser animada para volverse lenta. Sin darse cuenta de que lo hacía, Kira rodeó el cuello de Rubén con los brazos y él obró de la misma manera con su cintura.

Se movieron despacio, mucho más de lo que la canción pedía, sin ser conscientes de ello. Ambos se habían dejado llevar por la magia del ambiente que se había generado a su alrededor.

La joven tragó saliva, Rubén se había quedado mirándola fijamente una vez más, justo como lo había hecho cuando habían abierto el baile.

—Kira —musitó su nombre, igual que si fuera el inicio de una súplica.

—¿Sí?

—Siento mucho lo de tu padre —dijo en un susurro.

Sus palabras la impactaron como un jarro de agua fría sobre el rostro. Era lo último que había esperado escuchar de sus labios ese día.

—Gracias —masculló a la vez que apartaba la mirada.

La muerte de su padre era tan reciente, apenas habían transcurrido tres meses, que su sola mención aún resultaba un duro golpe para ella. Ni siquiera había logrado asumir que se había ido sin que ella hubiese tenido tiempo de despedirse, pues un derrame cerebral había acabado con su vida al instante.

—Era un gran tipo. Una de las mejores personas que he conocido —añadió Rubén compungido, y Kira se preguntó por qué había escogido un momento así para decírselo.

—Sí que lo era —aseveró con voz ronca.

El recuerdo de la pérdida de alguien tan querido para ella, sumado a las palabras sinceras de Rubén pronunciadas a escasos centímetros de su rostro, fueron suficientes como para que tuviera que retener las lágrimas.

—Discúlpame —dijo, dispuesta a apartarse de él.

—Espera —rogó, mientras la asía de nuevo por la cintura—. Perdóname, no pretendía molestarte. Me he enterado hace poco y quería que supieras que lo lamento, porque siempre lo aprecié mucho.

Kira se dejó aferrar y cejó en su empeño de huir de él. Relajó los músculos de su cuerpo y contuvo una vez más las lágrimas.

—Lo sé. Él a ti también. Le caías bien —respondió la muchacha de manera algo más calmada.

—Mejor que a ti.

—No lo dudes.

Rubén acarició levemente la mejilla de Kira y secó el discreto rastro húmedo que había surgido de sus ojos.

—Entonces, ¿seguimos en tregua?

—Siempre y cuando no te comportes como un cretino —contestó, tratando de olvidar el gesto que había tenido con ella y el hecho de que aún no la había soltado.

—Intentaré no hacerlo, aunque me resultará difícil.

—Al menos lo asumes.—Kira arrugó la nariz—. Es un punto a tu favor.

—¿Quieres que salgamos y tomemos un poco el aire?

La pregunta de Rubén hizo que, de forma instintiva, se girase hacia el ventanal que daba al exterior y comprobase que ya había empezado a anochecer. Se sobresaltó al darse cuenta de que había olvidado por completo que debía haberse marchado.

—Espera, ¿qué hora es?

—No sé. Las nueve o así.

—¿Qué?

Kira estuvo a punto de entrar en pánico. Agarró la muñeca de Rubén y comprobó en su reloj que la hora sobrepasaba incluso la que él le había dicho.

—¡Oh, no! Mierda, ¡he perdido el autobús!

—¿Qué autobús? —indagó Rubén.

—El que tendría que haberme llevado de vuelta a Madrid. Salía a las ocho y media.

—Pensé que te quedarías aquí a pasar la noche, como la mayoría.

—No puedo. Tengo que volver a mi casa esta noche.

—¿No has venido en coche?

—No, vine con tu hermana ayer y no podía perder el maldito transporte — protestó Kira, agobiada.

—Yo puedo llevarte.

—¿En serio?

Rubén asintió y ella tuvo la tentación de abrazarlo llevada por la emoción del momento. Era muy importante que estuviera a primera hora de la mañana en la ciudad, tenía trabajo pendiente y no podía dejarlo pasar, o de lo contrario podría perder la pista que tanto le había costado conseguir.

—Sí. No reservé habitación, así que pensaba volver a Madrid esta noche. Puedo dejarte en tu casa.

—Gracias —dijo Kira, controlando de nuevo su entusiasmo. Si no hubiera sido por él habría tenido que ir mendigando espacio en el coche de algún desconocido, y eso nunca era plato de buen gusto.

—De nada. Si tienes mucha prisa podemos irnos cuando quieras. No creo que los novios nos necesiten más tiempo.

Kira asintió. Cruzaron unas pocas palabras más y resolvieron despedirse de Candela y su recién estrenado marido. Ella fue la primera en acercarse y abrazar a su amiga. Cuando estaban una en brazos de la otra, la novia se apresuró a susurrar en su oído.

—¿Qué es eso de que os vais juntos?

Kira notó que se sonrojaba y agradeció no tener más testigos de su vergüenza que su amiga, asimismo intentó quitar importancia a algo que no debía tenerla.

—Perdí el autobús y tu hermano se ofreció a llevarme —respondió mientras deshacía el abrazo.

—¡Ya!

—Es cierto, no tienes que sacar conclusiones que no son.

—A mí no me engañas —discutió la novia.

—No sé de qué hablas, de verdad. —Kira se encogió de hombros y Candela se quedó muy seria. Estaba segura de que su amiga la estaba analizando y pensando justo lo que ella misma imaginaría en su lugar. Sin embargo, Kira estaba convencida de que nada de lo que Candela estaba suponiendo sucedería. No podía permitírselo, ni siquiera aunque la ceremonia hubiese terminado para ella mejor de lo que habría esperado con respecto a Rubén, no se planteaba llegar más allá con él. Sería un error. Inmenso.

—Llámame, ¿eh?

—Por supuesto, ¿cuándo he dejado de hacerlo? —se quejó Kira.

—Me refiero a luego. Quiero enterarme de todo.

—Te repito que no sé de qué hablas. No va a pasar nada más que un aburrido viaje de vuelta.

—Y yo te repito que me llames o no te dejaré en paz. Pienso estar pendiente del teléfono.

—¡Es tu noche de bodas! —discutió Kira de nuevo.

—Me da igual. Hazme caso o ya sabes las consecuencias —amenazó Candela.