Sub Terra - Sub Sole - Baldomero Lillo - E-Book

Sub Terra - Sub Sole E-Book

Baldomero Lillo

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Beschreibung

Hay escritores que no necesitan presentaciones. La lectura de sus obras es una aventura que cada lector debe correr y apreciar por sí mismo. Baldomero Lillo es uno de ellos. Con una valentía sorprendente para la época en que le tocó vivir, rehúye el realismo y el romanticismo convencional de las obras literarias del momento. Recoge de su propia experiencia el material necesario y precioso con que abordará la vida de los hombres y mujeres que pueblan sus cuentos. Existencias duras en las que expone la cuestión social de la industrialización naciente de Chile, con crudeza y sin esconder la crítica que nace de su visión humanista. Pero también sabrá abordar la gracia del amor y el humorismo inocente de algunos de sus personajes. Por primera vez, este libro reúne en un solo tomo dos de sus recopilaciones de cuentos más conocidas y apreciadas por la crítica de la época, Sub terra y Sub sole. Son narraciones que recorrieron todo el siglo pasado, leídas por millones de lectores, y que ahora se proponen para su relectura y para el conocimiento y disfrute de las nuevas generaciones.

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SUB TERRA

SUB SOLE

BALDOMERO LILLO

Con introducción y comentarios

Índice de contenido
Portada
Portadilla
Legales
INTRODUCCIÓN
SUB TERRA
Los inválidos
La compuerta número 12
El grisú
El pago
El Chiflón del Diablo
El pozo
Juan Fariña (Leyenda)
Caza mayor
El registro
La barrena
Era él solo…
La mano pegada
Cañuela y Petaca
SUB SOLE
Sub sole
El rapto del Sol
El remolque
El alma de la máquina
Quilapán
Inamible
El ahogado
Irredención
En la rueda
Las nieves eternas
Víspera de difuntos
El oro
El vagabundo
La trampa

SUB TERRA / SUB SOLE

Con introducción y comentarios

Baldomero Lillo

Introducción y notas: Fredy Cancino Berríos

Primera edición digital: Marzo 2021

Versión: 1.0

Digitalización: Proyecto 451

©Ediciones Nueva Documentas SpA

Inscripción Nº 2022-A-1967

ISBN: 978-956-261-028-5

EDICIONES NUEVA DOCUMENTAS SpA

[email protected]

Diseño y diagramación: Ediciones Nueva Documentas SpA

INTRODUCCIÓN

El país de Baldomero Lillo

En la segunda mitad del s. XIX y comienzos del s. XX, Chile fue parte de un proceso político e ideológico de carácter mundial: la aparición de los trabajadores organizados y sus primeras demandas, como otro resultado de la acelerada industrialización de los países más desarrollados. Chile vivió una incipiente industrialización impulsada primeramente por las exportaciones de cereales, cobre y plata, en las décadas de 1850-1860. Luego de la Guerra del Pacífico (1879-1884) vendrían las grandes explotaciones mineras de salitre y cobre. Una creciente urbanización caracteriza este periodo, las ciudades crecen en torno a la economía: a comienzos del s. XX, Chile contaba con un 38% de población urbana(1), algo anómalo en la América Latina de esa época.

Con la industrialización y la urbanización creciente se presentan los problemas ligados a las duras condiciones laborales, sin coberturas normativas, sin seguridad ni salarios justos. La cuestión social emerge con enorme crudeza, sumiendo a grandes masas de trabajadores urbanos y rurales en la miseria y vulnerabilidad individual y familiar, transformándose en una fuerza de presión hacia toda la sociedad.

En ese cuadro no tardarían en aparecer las ideas de reivindicación del trabajo, de justicia social y de igualdad. Las conciencias se despiertan y solidarizan con el sufrimiento de los pobres, aborrecen esa secuela del naciente capitalismo industrial. El influjo de Europa es visible en los primeros visionarios y activistas sociales; las ideas de los primeros socialistas utópicos, luego de Marx y del anarquismo, junto al liberalismo igualitario, empiezan a circular en las capas intelectuales, en los jóvenes idealistas y en las incipientes organizaciones obreras de Chile.(2)

Es este el país que ve nacer y crecer a Baldomero Lillo, por ello no mueve a asombro la crítica social que permea, como principio rector, la parte más significativa de su obra.

Chile avanzaba en la consolidación de su cultura nacional, de su impronta criolla, entendiendo la cultura como “el conjunto complejo que incluye conocimiento, creencias, arte, moral, ley, costumbre, y otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembros de una sociedad" (Tylor, 1871). La cultura literaria del 900 chileno había ya instalado escuelas, generaciones e importantes exponentes, publicados en libros, revistas, ampliamente leídos y comentados. El crítico Jaime Concha señala que algunos (buenos) escritores de la época solo describían costumbres interpretables como la identidad en un tiempo y un lugar determinado. Entre ellos se encuentran los escritores José Victorino Lastarria, Andrés Bello, José Joaquín Vallejo, Mercedes Marín(3), y Alberto Blest Gana con su imponente obra.

Se sucedieron escuelas y generaciones, todas orientadas al romanticismo decimonónico: la generación de 1837, llamada costumbrista por su énfasis en las usanzas urbanas y rurales, en lo pintoresco y curioso;la de 1852 o romántico-social, en la que aparecen los temas sociales con un velo crítico y sensible; y la de 1867 (año de nacimiento de Baldomero Lillo), la generación del realismo que asume descripciones objetivas de la realidad, en que se mezclaba el detallismo y a veces una descarnada visión. Luego vendría el criollismo o la literatura rural, la que se manifestaría durante la primera mitad del s. XX.

En ese escenario cultural y literario ser inserta la vida y obra de Baldomero Lillo. Bien lo dijo el filósofo: “Yo soy yo y mi circunstancia" (Ortega y Gasset, 1914). Las circunstancias de Lillo fueron muchas, como las de cualquier ser humano: ellas conformaron el tejido familiar, social y culturalque fue instalando su obra, inédita y original en las letras de ese Chile no tan lejano.

La ciudad de Lota, en el sur de Chile, es su cuna un 7 de enero de 1867. Hijo de José Nazario Lillo y Mercedes Figueroa, fue el segundo de ocho hijos y hermano mayor de Samuel(4) (1870-1958) y Emilio(5) (1871-1908), ambos también creadores literarios. Los tres hermanos tuvieron un consagrado tío predecesor en el arte de la escritura: Eusebio Lillo (1826-1910), poeta, periodista y político liberal, cuya obra poética fue coronada por la creación de la letra del himno nacional de Chile, su legado cantado hasta el día de hoy.

José Nazario, el padre de Baldomero, se había instalado en Lebu y Lota. En los establecimientos mineros del carbón desplegó los conocimientos técnicos adquiridos en su estadía juvenil en California, tras el sueño del oro descubierto en el río Sacramento. Fue precisamente en esas labores paternas que el niño Baldomero conoció el interior de las minas carboníferas, adonde era llevado por su padre junto a sus hermanos, para que apreciaran in situ la industria minera. Lo que allí vio fue la base del conocimiento que Baldomero exhibiría años después en las narraciones de Sub terra, en las que abundan precisas descripciones de las faenas mineras. Armando Donoso, periodista y crítico literario de la época, escribió sobre el infante Baldomero:

“Nacido en Lota, sobre el mar y en pleno centro del tráfago mercantil, apenas sí conoció de niño las alegrías de una infancia enfermiza y retraída. Hijo de un padre aventurero y obstinado, hubo de vivir apegado al regazo materno, en el obscuro rincón provinciano de aquel puerto compuesto de operarios rudos y de comerciantes endurecidos en el trabajo".(6)

Cursó estudios en Bucalebu y en el liceo de Lebu, donde arribó solo hasta segundo de Humanidades, hoy en día octavo Básico. Lillo no tenía mayor interés por los estudios convencionales, prefería la autoformación de sus variadas lecturas. Abandonado el liceo, toma trabajo en una pulpería (tienda de comestibles) de la compañía carbonífera de Lota. Al morir su padre, en 1895, asume la mantención de la familia trasladándose a otra pulpería en Coronel, esta vez en calidad de jefe. Este almacén llamado El Buen Retiro, le vio como hombre tranquilo y raquítico, pero surcado por la tensión y curiosidad por lo que veía a diario en su mesón, por los dramas cotidianos que oía y a veces veía con sus ojos.

Sin duda fueron años que marcarían su obra más conocida, Sub terra, confiriéndole la impronta del lacerante realismo que cautivó a la crítica, a los lectores de esos años y también de las futuras décadas. Aunque no hay cifras ciertas, se sabe que la primera edición se agotó en poco tiempo.

El tiempo lento pasado tras el mesón, más el gusto por la lectura estimulado por su madre, provocó en Lillo un arrebato por los libros. Leía los grandes novelistas y sus narraciones de aventuras, y cuanto libro caía en sus manos, sin mayor orden ni guía. El crítico Donoso cuenta en el libro citado que, por azar, Lillo compra en Concepción tres novelas: La casa de los muertos de Dostoyevski, Germinal de Émile Zola y Humo, de Iván Turguenev.“A partir de ese instante dejó de leer alos Julio Verne, Dumas y Rocambole", dice el crítico, y agrega que luego vendrán Maupassant, Eça de Queiroz, Dickens y Balzac. Como vemos, toda un batería de escritores que irán conformando la mirada social, colorida por el romanticismo aún en boga a comienzos de siglo, que desplegará después en sus narraciones.

Con Natividad Miller tiene cuatro hijos, después de casarse en 1987. En 1898 se establece en Santiago, gracias a un empleo que le consigue su hermano Samuel, como dependiente en la Universidad de Chile.

Su primer premio lo obtiene en un concurso literario de la Revista Católica en 1903; el texto galardonado es su cuento Juan Fariña, que al año siguiente incluye en su primera obra Sub terra. En la revista Zig-Zag continúa luego publicando nuevas narraciones que conformarán Sub sole, su segundo libro en 1907. Esta vez la crítica no fue benigna como su anterior Sub terra; se le críticó su poco conocimiento acerca del mundo que describía: la vida rural. A pesar de ello, el libro fue un éxito de ventas.

Ese año ocurre la masacre de la Escuela Santa María de Iquique (21 de diciembre 1907), donde mueren más de dos mil obreros salitreros y sus familias. Este luctuoso hecho impresiona y estremece la sensibilidad social de Baldomero Lillo, expuesta en Sub terra; se propone escribir sobre el acontecimiento, esta vez una novela. Para ello visitará luego el lugar de la masacre y las oficinas salitreras, aprovechando un viaje laboral a Copiapó en 1909, el mismo año en que muere su madre. Han subsistido cuatro breves esbozos de la novela salitrera que Lillo se propuso escribir y que, por lo demás, anunció en un discurso a su vuelta a Santiago luego de su viaje al norte. La novela quedó solo en esos esbozos y en la voluntad de escribirla, declarada y conversada con amigos. Se estima que la salud y debilidad le impidió ese enorme esfuerzo, pero según testimonios pudo más su honestidad intelectual, que le hizo darse cuenta de las grandes carencias en el conocimiento del mundo del norte y del salitre que en ese momento disponía, al contrario del saber de primera mano que demostró en Sub terra. Respecto a esa novela nunca escrita, el escritor Eduardo Barrios (1884-1963) en su discurso de homenaje, luego del fallecimiento de Lillo (1923), dice: "La causa fue la honradez de su conciencia artística. Me lo dijo un día: No sé lo bastante de ese ambiente, no lo he asimilado como el de las minas de carbón".(7)

En una conferencia dictada en el Salón de Honor de la Universidad de Chile después de su viaje a la pampa salitrera, Baldomero Lillo afirma:

“La gran huelga de Iquique en 1907 y la horrorosa matanza de obreros que le puso fin, despertaron en mi ánimo el deseo de conocer las regiones de la pampa salitrera para relatar después las impresiones que su vista me sugiriera en forma de cuentos o de novela".

La novela tuvo solo algunos bosquejos escritos por el autor, de los cuales un primer capítulo titulado La Huelga(8). Primó su rigor y su apego a la materia prima que debía emerger ante todo de su propia observación, directa y veraz a su juicio y a su pluma, como lo fue en Sub terra. En efecto, el conocimiento prolijo de Lillo en Sub terra se aprecia en la descripción detallada de las faenas mineras y en los términos aprendidos en sus años cercano a la mina: pique, chiflón, jaula, cabria, brocal, circa, grisú, hulla, tosca, galerías de arrastre, cables niveles, vena, plataforma; son palabras que inducen al lector a una inmersión más rica en el escenario que el escritor alista para sus sentidos.

La desdicha de la muerte de su esposa Natividad Miller, en 1912, se acrecienta para el escritor ante el deber paterno de velar por sus cuatros hijos: Aurora, Eduardo, Laura y María. Cinco años después jubila como funcionario de la Universidad de Chile. Fue en aquellos años de trabajo en la universidad donde Baldomero Lillo desarrolla gran parte de su actividad y obra literaria.

En 1888 se funda el Ateneo, una asociación de intelectuales que junto al Club del Progreso y las tertulias del diario La Época, conformaron un referente central en el tejido cultural chileno, sobre todo capitalino. A este círculo Baldomero Lillo debe buena parte de su formación y capital de influencias en su obra. Cuando comienza a participar en estas actividades su hermano, el también escritor Samuel Lillo había sido nominado secretario del Ateneo. En 1906 aparece el libro Veladas del Ateneo, una antologíade los trabajos presentados en sus sesiones; en ese volumen figura el cuento Sub sole de nuestro escritor, que al año siguiente dará el nombre a su segundo libro.

Luego vendrán otros cuentos que aparecen en diversas publicaciones, entre los cuales cuatro textos relativos al mundo salitrero(9). Lillo escribió varios cuentos más luego de sus dos libros principales, narraciones sobre variados temas: historias de mar, urbanas, rurales, todas publicadas en revistas y periódicos, algunas inéditas y relevadas por investigadores y editores póstumos, entre ellos el escritor José Santos González Vera, Premio Nacional de Literatura 1950, quien reunió trece cuentos en un volumen que editó y publicó en 1942, bajo el título Relatos populares, varias veces reeditado posteriormente. Años después, el crítico y bibliotecólogo José Zamudio Zamora (1920-1977) publica otros tres cuentos de Baldomero Lillo, El Hallazgo y otros cuentos de mar (1956) y luego otros tres relatos con el título Pesquisa Trágica (1963).

Después de su renuncia a escribir la gran novela del salitre y de la pampa nortina, Baldomero Lillo se recluyó en el silencio editorial. Su hermano Samuel lo atribuyó a la mala salud de la que siempre sufrió Baldomero: la tos convulsiva que le persiguió desde niño y que después derivaría en tuberculosis pulmonar, según consta en los certificados médicos en su expediente laboral de la U. de Chile (Silva Castro, 1968). Sufriente por su enfermedad crónica, solicita y obtiene su jubilación el año 1917. Años antes había instalado su morada en una pequeña casa en San Bernardo, donde fallece el 10 de septiembre de 1923.

Baldomero Lillo y su escritura

Nadie sabe en qué momento un narrador de historias, de aquellos populares que recorrían las ferias contando relatos y leyendas, se percató que creaba un género literario: el cuento. Todo lector advierte la diferencia entre novela y cuento, una diferencia verificable primeramente por el número de páginas. La novela extiende la narración, el cuento la concentra. Quizás por ello es más difícil, requiere mayor prolijidad, pues la estructura formal básica es muy parecida y antigua; ya la había establecido Aristóteles en la Grecia clásica; planteamiento, nudo y desenlace, eselrecorrido esencial de una historia, un relato, una fábula, una leyenda. Grandes cuentistas poblaron el siglo de Baldomero Lillo, con certeza algunos que fueron parte de sus lecturas juveniles: Allan Poe, Turgueniev, Chéjov, Maupassant, y quizás cuántos otros que la crónica biográfica desconoce. Seguramente fueron el impulso decisivo para abrazar esa forma de creación literaria.

También en su patria Baldomero Lillo tenía buenos maestros y predecesores cultivadores del cuento. Destacan José Victorino Lastarria, cronológicamente el primer cuentista según Raúl Silva Castro(10), José Joaquín Vallejo (Jotabeche), Daniel Barros Grez, Enrique del Solar, Daniel Riquelme y otros autores menos conocidos.

¿Cuál fue la diferencia de Lillo respecto a sus antecesores cuentistas? ¿Cuál fue su aporte que lo sitúa de inmediato en lo que se puede llamar el nuevo cuento chileno a comienzos del s. XX? Comparto la opinión de que fue la mirada que abraza en su creación literaria: la llamada cuestión social, un tema que en el Chile de la segunda mitad del s. XIX comenzó a ser central en el debate y en la atención pública y política. Como señalamos, el problema social fue la consecuencia inmediata del trabajo colectivo, las nacientes fábricas y las primeras formas de condiciones laborales sin protección, leyes ni conciencia acerca del valor del trabajo manual.

Sus cuentos le han hecho merecedor del título de padre del realismo chileno, en una época aún marcada por el romanticismo, el paisajismo, el costumbrismo (bajo la sombra imponente de Alberto Blest Gana) y la visión idealizada de la vida, rural o urbana. Lillo asoma con la crudeza y las escenas brutales del mundo de los condenados de la tierra como llamó Frantz Fanon(11) a quienes viven abajo, aplastados por la pirámide social: trabajadores, parias, invisibles a la buena sociedad. Su hermano Samuel retrata así a Baldomero en una entrevista:

“Lo que decidió su vocación como escritor fue su observación directa de la vida miserable de los mineros en Lota. Fue un penetrante observador de la vida. No manejó grandes ideas ni filosofías y fue ajeno a toda política de partidos. Era la realidad lo que le interesaba por sobre todo".(12)

Recordemos que Emile Zola estuvo entre las lecturas del joven Lillo y, al igual que toda una generación de escritores iberoamericanos, Lillo se plegó al influjo de la revolución posromántica que el autor francés provocó en las letras del país; por lo demás, estos escritores inspirados en Zola respondían también a cierta moda francesista imperante en la época(13).

Pero no se debe encerrar su realismo exclusivamente en torno a la denuncia social, a la mirada amarga que descubre la crueldad exhibida en los cuentos de Sub terra y en algunos cuentos de Sub sole. La temática de ellos muestra un amplio abanico: la vida minera en el carbón, el mundo campesino, la descripción de técnicas salitreras, agrícolas, de navegación y pesca, incluyendo escenas de caza, una afición del escritor. También incursionó en la realidad urbana en sus variadas expresiones y lugares sociales, como en el cuento En el conventillo, donde exhibe el hacinamiento proletario en la ciudad. Tampoco faltaron los textos ligeros y humorísticos, como el ingenioso cuento Inamible; o las páginas que evocan el filón picaresco como Cañuela y Petaca; sin olvidar tampoco la fábula y lo onírico manifestados en El rapto del sol, en Las nieves eternas o en Irredención.

La vena social de Lillo, con los carices patéticos y de fuerte crudeza en Sub terra tiene sus efectos como denuncia social. Los sucesivos comentarios de la obra, en su mayor parte elogiosos, recogieron también la mirada crítica hacia las condiciones de explotación y abuso en las faenas mineras, extendida hacia otras actividades de la naciente industrialización del país. Recomendaciones de mayor regulación en cuanto a la jornada laboral, a las condiciones de seguridad o al trabajo infantil se sucedieron en las publicaciones de la época.

La aplaudida recepción de su primera obra, abrió a Lillo las puertas del mundo literario de comienzos de siglo XX. Entre otras actividades culturales, fue invitado a leer sus cuentos en el Ateneo, esta vez refundado por su hermano Samuel el año 1899. También comenzó a colaborar con textos en El Mercurio, diario creado en 1900 y que después impulsaría la creación de la editorial Zig-Zag, sello que publicaría el segundo libro de Baldomero Lillo.

En su colaboración con El Mercurio, Lillo muestra variados textos bajo la forma de cuadros de costumbre, los que serían publicados muchos años después de su muerte, en 1942, y reunidos por el escritor José Santos González Vera (1897-1979), bajo el nombre de Relatos Populares.

La encomiosa acogida que tuvo Sub terra en los círculos culturales y entre los primeros lectores, significó la apertura de polémicas en el mundo político del momento, situando el tema social en la atención pública y en las autoridades gubernamentales. Augusto D'Halmar, otro autor contemporáneo que había publicado dos años antes (1902) la novela Juana Lucero, donde exponía una mirada de crítica social, prorrumpió con el siguiente comentario:

“Señores políticos que negáis que entre nosotros exista la cuestión social, leed los Cuadros mineros y vosotros, jóvenes artistas, abrevaos en la fuente en que lo hizo su autor, y realizaréis obra de poetas y dehombres".(14)

Se denota la sensibilidad de Lillo frente al sufrimiento derivado del abuso hacia trabajadores y gente pobre, se expresará nuevamente en algunos cuentos del siguiente libro, Sub sole (1907) como la narración Quilapán, aun si la obra es eminentemente costumbrista, de tintes pintorescos y jocosos en algunos textos, véase Mis vecinos, cuento incluido en la recopilación póstuma Relatos populares(15).

Poesía. Se piensa que desde joven Baldomero Lillo habría incursionado en la lírica, a raíz del único poema que se conoce de él y que hace suponer que habría otras piezas no rescatadas posteriormente. El poema apareció en la Revista Cómica, de Santiago, en febrero de 1898:

EL MAR

A mis pies está el mar, su ronco grito

vibra en la grietas de estas altas rocas

al rudo choque de sus ondas locas

contra sus negros flancos de granito.

Aquel barco, aquel piélago infinito

cruza y audaz su cólera provoca,

su rumbo deja hasta que el puerto toca

en su movible superficie escrito.

Deslízase la ola sin ruido,

cesa la playa y plácida murmura,

cae y exhala lánguido gemido.

Y es su ondulante y líquida llanura

un manto de esmeraldas extendido

sobre una sima lóbrega y obscura.

El escritor termina sus días retirado en su casa de San Bernardo, visitado por amigos y admiradores, entre los cuales el escritor y periodista Ernesto Montenegro (1885-1967) que rememora un episodio:

“Recuerdo a este propósito una ocurrencia de los últimos años de su vida, cuando ocupaba con sus hijos uno de esos caserones de San Bernardo, que son como un espacioso trasplante del campo dentro de la ciudad. Era la tarde de un domingo y estábamos con algunos amigos de Santiago sentados debajo del parrón. Un visitante nortino llegó en ese momento a ofrecerle algunos recortes con datos para su libro en proyecto, y con la idea de lucirse en presencia de un celebrado escritor, nerviosamente se puso a explicar las condiciones de vida en el Norte, recurriendo al concho del diccionario: la sociedad pampina…en pugna con la idiosincrasia de los elementos plutocráticos…que solo van a "locupletar"(16) sus arcas…, y otras palabrejas por ese estilo.

Lillo seguía la arenga sin pestañear. De vez en cuando hacía su gesto habitual de abrir la boca y echar la cabeza atrás como para desahogar los pulmones con una buena carcajada; pero todo paraba en una mueca silenciosa que era un simple gesto de cortesía para su interlocutor. Por fin, poniéndole en el hombro su mano descarnada que vino a cortar en seco la perorata, le pregunto con un tono muy persuasivo, sin rastros de malicia o impaciencia:

–¿Y a cómo están pagando el kilo de azúcar en su pueblo, mire?"(17)

Un veraz retrato de lo que fue la filosofía literaria de Baldomero Lillo: describir lo cotidiano y encontrar en los gestos, palabras, a veces en las minucias, la visión de un mundo injusto, indesmentible y expuesto a menudo con la dura inclemencia de la realidad. Se le llama el padre del realismo social chileno, pero más allá de las a veces esquemáticas etiquetas literarias, su sombra inspiraría las miles de páginas que poblaron la literatura social, narrativa y poética del primer medio siglo XX chileno.

Sobre Baldomero Lillo

“En resumen, puede afirmarse que Baldomero Lillo creó una tradición literaria en Chile: la del realismo social y proletario y que, al igual que sus compañeros de generación, buscó en un idealismo alegórico la forma de expresar su concepci6n de la vida. En uno y otro medio creó obras de significación universal que le aseguran un sitio de honor entre los más grandes cuentistas de la América Hispana".

FERNANDO ALEGRÍA

“Sub terra es bueno y bello. Su lectura produce dos emociones diferentes: la primera es el dolor compasivo que inspiran los accidentes de la vida minera, donde los hombres se revuelven oprimidos por el peso de una angustia infinita, la lucha silenciosa en las profundidades de la tierra para arrancar de los veneros el carbón que ha de transformarse en el oro destinado a aprovechar a otros.

La segunda de estas emociones es de admiración, de agradecimiento –que son nuestros también los dolores de los otros–para aquel que los pone a nuestra vista cubiertos con el hermoso ropaje que les presta su potente fantasía".

RAFAEL MALUENDA LABARCA

“Por primera vez, la alpargata y la blusa hicieron la caminata hasta las librerías del centro para volver al suburbio cargando debajo del brazo una obra de un autor nacional. Es el primer autor chileno con un público lector que abarca del taller y la planta industrial a los cenáculos literarios. Lo que da resonancia y permanencia a la obra de Baldomero Lillo es el hecho que nos hace sentir la tragedia de esas vidas como algo que está muy cerca de nosotros y habla a nuestra conciencia".

ERNESTO MONTENEGRO

“Es el más chileno de los narradores de su generación, porque entre las fuentes vivas y el papel, tendió con sinceridad espontánea y absoluta el arco de su talento".

EDUARDO BARRIOS

“Lo que decidió su vocación como escritor fue su observación directa de la vida miserable de los mineros. Fue un penetrante observador de la vida. No manejó grandes ideas ni filosofías. Era la realidad lo que le interesaba por sobre todo".

SAMUEL LILLO

“Lillo es un poderoso observador de la realidad, y relata con sencillez, certeza, honestidad. Tal vez se pueda criticar su fatalismo, el destino trágico que impone a la mayoría de sus personajes, pero al fin de cuentas eso no hace más que remarcar el mundo desesperado y sórdido que recrea, su protesta contra lo que considera una muestra palpable de explotación humana".

RAMON DIAZ ETEROVIC

“Creo que son estas las novelas más importantes de este libro admirable (Sub terra) por muchos conceptos; por la observación, lo vívida que ha sido cada página, por el estilo sobrio y algo duro que le permite conservar toda su fuerza a los asuntos, por la disposición de los personajes y el aire ambiente en que actúan, porque saca a la luz muchas maldades y miserias y, sobre todo, porque está inspirado en un alto sentimiento de piedad y de justicia".

AUGUSTO THOMSON (D’HALMAR)

EDICIONES ANTERIORES

La obra de Baldomero Lillo ha sido editada y reeditada muchas veces, solo Sub terra y Sub sole en vida del escritor. Las demás son recopilaciones póstumas, así como numerosas ediciones parciales de cuentos seleccionados o agregados a los dos volúmenes iniciales. Se consignan las primeras ediciones y sucesivas publicaciones principales, entre las cuales sus Obras Completas.

SUB TERRA

Sub terra. Cuadros mineros. Imp. Moderna, Santiago 1904. 223 págs. Contiene: "Los inválidos", "La compuerta número 12", "El grisú", "El pago", "El chiflón del diablo", "El pozo", ‘"Juan Fariña" y "Caza mayor".

Sub terra. Cuadros mineros. Editorial Chilena, 1917. 211 páginas. Introducción de Armando Donoso: "La vida de BL". Id. a la primera, más "El registro", "La barrena", "Era él solo", "La mano pegada" y "Cañuela y Petaca".

Sub Terra. Cuadros mineros. Ed. Nascimento, Santiago 1931. 244 páginas. Id. a la anterior, sin la introducción de Armando Donoso.

Luego habrá otras 15 ediciones bajo el sello Nascimento, entre 1933 y 1973.

Sub Terra. La Habana, Ed. Casa de las Américas, 1972. 192 páginas.Colección Latinoamericana. Contiene los mismos cuentos de las ediciones de Nascimento, más un prólogo de Ricardo Latcham.

Sub Terra. Ed. Andrés Bello, Santiago 1978. 175 páginas. Prólogo de Alfonso Calderón. Bajo este sello, dos ediciones más, en 1981 y 1983.

Sub terra. Mono Azul Editora, España 2011. 192 páginas.

Sub terra. Ed. Liberalia, Santiago 2011. 264 páginas.

Sub terra. Ed. Universidad Diego Portales, Santiago 2018. 96 páginas.

Sub terra. Edición Digital, Santiago 2018. 94 páginas.

SUB SOLE

Sub sole. 1ª edición. Imprenta y Encuadernación Universitaria, Santiago 1907. 183 páginas. Contiene: "El rapto del sol", "El ahogado", "Irredención", "En la rueda", "Las nieves eternas", "Víspera de difuntos", "El oro", "La barrena", "Cañuela y Petaca", "El remolque", "El alma de la máquina", "Quilapán" y "El vagabundo".

Sub sole. Ed. Nascimento, Santiago 1931. 265 páginas. Contiene: "El rapto del sol", "El ahogado", "Irredención", "En la rueda", "Las nieves eternas", "Víspera de difuntos", "El oro", "El remolque", "El alma de la máquina", "Quilapán", "El vagabundo", "Inamible", "La trampa". Incluyó dos trabajos de José Santos González Vera sobre Baldomero Lillo.

Posteriormente habrá otras 10 ediciones bajo el sello Nascimento, entre 1943 y 1973.

Sub sole. Editorial Eneida, Madrid 2009. 152 páginas.

Sub sole. Edición Digital, Santiago 2018. 94 páginas.

OTRAS EDICIONES Y ANTOLOGÍAS

Relatos populares. Prólogo, recopilación y bibliografía de José Santos González Vera. Ed. Nascimento, 1942. 234 páginas. Contiene: "Baldomero Lillo", por González Vera. 13 cuentos de B. Lillo: "Sub Sole", "Malvavisco", "En el conventillo", "La propina", "Las niñas’", "Sobre el abismo", "Tienda y trastienda", "Cambiadores", "La Chascuda", "La ballena", "Mis vecinos", "La cruz de Salomón" y "El angelito".

Relatos populares. Prólogo y bibliografía de Mario Rodríguez Fernández. Ed. Nascimento, 1971. 199 páginas. Contenido id. a la edición anterior.

El hallazgo y otros cuentos del mar. Textos recogidos por primera vez, con un prólogo de José Zamudio Z. Ediciones Ercilla, 1956. 95 páginas. Contiene el Prólogo y 3 cuentos de B. Lillo: "El hallazgo", "El anillo" y "La Zambullón".

The Devil’s Pit and other stories. Traducción de Esther S. Dillon y Ángel Flores. Pan American Union, Washington,1959. 152 páginas. Contiene: Introducción de Fernando Alegría, cuentos "Gate N° 12", "Firedamp", "Pay day", "The Devil’s Pit", "The well", "Juan Fariña (Legend)", "The drill", "The Shotgun", "The Towline", "Inamible", "The Trap", "Sub Sole", "In the Tenement House" y "The Abyss".

Antología de cuentos de Baldomero Lillo. Traducción al chino de Mei Ren. Pekín, Editorial de los Escritores, 1961. 164 páginas. Contiene: Prólogo de Mei Ren y los cuentos "Los inválidos", "La compuerta N° 12", "El grisú", "El pago", "El Chiflón del diablo", "El registro", "Caza mayor", "La mano pegada", "Quilapán", "lnamible", "Las nieves eternas", "En el conventillo", "El angelito", "Tienda y trastienda" y "Sub Sole".

Pesquisa trágica. Cuentos olvidados. Luis Rivano Editor, 1963. 47 páginas. Contiene nota preliminar de José Zamudio y tres cuentos: "Pesquisa trágica", "El perfil" y "Carlitas".

La compuerta N° 12 y otros cuentos. Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964. 143 páginas.

Obras Completas. Introducción biográfica de Raúl Silva Castro. Ed. Nascimento, 1968. 501 páginas. Contiene apéndice y juicios de Federico Gana, A. Bórquez Solar, Augusto Thomson, Humberto Vargas, Juan García, Ignacio Pérez Kallens, Matilde Brandau, Rafael Maluenda Labarca, Alejandro Parra Mege, Omer Emeth, Ricardo Dávila Silva, Carlos Silva Vildósola, Eduardo Barrios, Daniel de la Vega, Januario Espinosa, José Miguel Varas y Ernesto Montenegro. Publica Sub Terra, Sub Sole, Relatos Populares, Páginas del salitre, “El obrero chileno en la pampa salitrera", conferencia inédita; “La calichera", "En la pampa" y dos relatos con el mismo título: "La huelga", que son parte de su novela inconclusa La huelga; Varios con 8 cuentos: "El calabozo número 5", "La carga", "El hallazgo", "El anillo", "La Zambullón", "Pesquisa trágica", "El perfil" y "Carlitas".

Antología de Baldomero Lillo. Selección e Introducción de Nicomesdes Guzmán. Ed. Zig-Zag, 1955. 304 páginas. Contenido: 8 cuentos mineros, 5 cuentos costumbristas, 4 cuentos marítimos, 3 cuentos legendarios, 5 cuentos humorísticos y 1 cuento psicológico dramático.

Antología de Baldomero Lillo. Selección e introducción de Nicomedes Guzmán. 2ª ed., Editorial Zig-Zag, 1965. 304 páginas. Contenido id. a la 1ª edición.

El chiflón del diablo y otros relatos. Editorial Quimantú, Santiago 1972. 106 páginas.

Tres cuentos. Edición e introducción de Rafael Millán. Philadelphia. Center for Currículum Development, 1972. 80 páginas Contiene "Los inválidos", "Cañuela y Petaca" y "El pozo", además de un Glosario.

Baldomero Lillo. Obra reunida. RIL Editores. Santiago 2010. 462 páginas.

Baldomero Lillo. Obra Completa. Ediciones Universidad Alberto Hurtado, Santiago 2013. 805 páginas. Compilación, edición y comentarios de Hugo Bello e Ignacio Álvarez.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

ALEGRÍA, FERNANDO. Introducción a los cuentos de Baldomero Lillo. Revista Iberoamericana. Vol. XXIV Nº 48. Julio Diciembre 1959. Pittsburgh, USA.

BARRA, CRESCENTE. ¿Por qué leer a Baldomero Lillo hoy? Letras en Línea. Universidad Alberto Hurtado. https://letrasenlinea uahurtado.cl/por-que-leer-a-baldomero-lillo-hoy/

BOCAZ, LUIS. Sub terra de Baldomero Lillo y la gestación de una conciencia alternativa. Revista Estudios Filológicos Nº 40, Universidad Austral de Chile. Valdivia 2005.

DÍAZ ETEROVIC, RAMÓN. Clásico de la narrativa chilena. En revista Punto Final Nº 553. Santiago, septiembre 2003.

LÓPEZ MORALES, BERTA. Baldomero Lillo. Apunte biobibliográfico. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante 2007. http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcvd6x0

MORALES T. LEONIDAS. De muertos y sobrevivientes. Narración chilena moderna. Ed. Cuarto Propio, Santiago 2008.

RODRÍGUEZ FERRER, ROCÍO. Reseña de Obra Completa de Baldomero Lillo. Ed. UAH, 2008, en Revista de Humanidades. Vol. 1920, Universidad Andrés Bello, Santiago 2009.

SILVA CASTRO, RAÚL Cuentistas chilenos del siglo XIX. Anales de la Universidad de Chile, 1934.

SILVA CASTRO, RAÚL. Obras Completas de Baldomero Lillo. Introducción crítico/biográfica. Ed. Nascimento, Santiago 1968.

UNIVERSITAT TUBINGEN. https://www.revistas-culturales.de/es/bibliografie/la-lira-chilena.

FREDY CANCINO BERRÍOS

Agosto 2021

1. GEISSE GROVE, GUILLERMO (1977). Urbanización e industrialización en Chile. Santiago, Chile. Revista Eure.

2. A estas corrientes debe agregarse también el influjo de las ideas socialcristianas que, inspiradas en la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII, asumen la reivindicación del trabajo obrero bajo el lema “Menos caridad y más acción social".

3. MERCEDES MARÍN DEL SOLAR (1804-1866). Es considerada la primera poeta chilena, iniciadora de la literatura femenina en el país. Gran lectora desde niña, gracias a su bienestar familiar, accedió a obras de escritores afirmados, entre los cuales Andrés Bello. Fueron famosas las tertulias literarias en el hogar que compartía con su esposo José María del Solar. Sus dos primeras publicaciones fueron Inscripción grabada en la muralla del jardín de una casa de campo y Letrillas.

4. SAMUEL LILLO FIGUEROA. Abogado, novelista y poeta. Su obra comienza en 1900 con la publicación de Poesías y concluye en 1951 con Primaveras de antaño. Como ensayista y narrador destacan Ercilla y La Araucana y sus memorias Espejo del pasado. En 1911 vence en el Concurso Literario del Consejo Superior de Letras con su obra Chile heroico; en 1929 fue incorporado a la Academia Chilena y en 1947 obtuvo el Premio Nacional de Literatura, el más alto galardón de las letras chilenas.

5. EMILIO LILLO FIGUEROA. De profesión dentista, aunque no ejerció como tal sino que fue funcionario estadístico del Ministerio de Justicia y profesor en el Instituto Superior de Comercio. Habiendo muerto relativamente joven (37 años), publicó pocos cuentos –siete en total– en El Mercurio, Zig-Zag, Pluma y Lápiz y en la antología Veladas del Ateneo (1906) que incluyó, entre otros, a consagrados escritores chilenos, como Víctor Domingo Silva, Augusto D´Halmar, Manuel Magallanes Moure, Amanda Labarca, Federico Gana y Carlos Pezoa Véliz.

6. DONOSO, ARMANDO. Los nuevos (La joven literatura chilena). 1912. Valencia, España.

7. Citado en la introducción de Raúl Silva Castro en Baldomero Lillo. Obras Completas. Ed. Nascimento. Santiago, 1968.

8. El texto apareció en el Boletín del Instituto Nacional el 10 de noviembre de 1940, con la siguiente nota: “Nos complacemos en presentar el primer capítulo íntegro y la primera carilla de la novela La Huelga, de Baldomero Lillo, merced la gentileza de su hijo Eduardo, quien conserva estos preciosos originales". Referido por Raúl Silva Castro en su introducción a Baldomero Lillo. Obras Completas, Editorial Nascimento, 1968.

9. La calichera se publica en la revista Claridad (1931); La Huelga, publicada en el Boletín del Instituto Nacional (el título se lo da el crítico Raúl Silva Castro, quien lo considera el primer capítulo de la novela no terminada de B. Lillo); La Pampa aparece en la revista Millantún (1942); finalmente, otro cuento también titulado La huelga, fue publicado en la revista Viento Sur (1942).

10. Silva Castro data como primer cuento chileno El mendigo deJosé Victorino Lastarria, publicado en la revista El Crepúsculo en 1843. Anales de la Universidad de Chile, Nº 15, 1934.

11. FRANTZ FANON (1925-1961). Fue un pensador revolucionario, escritor y psiquiatra francés-caribeño, nacido en la isla Martinica. Participó en la guerra de liberación argelina y su obra más importante se tituló precisamente Los condenados de la tierra (1961).

12. Citado por el crítico y escritor Fernando Alegría,Universidad de California, Berkeley.Revista Iberoamericana. Vol. XXIV, Núm. 48, Julio-Diciembre 1959.

13. Entre los escritores iberoamericanos influidos por Zola, el crítico Armando Donoso señala al guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, al nicaragüense Rubén Darío, al argentino Leopoldo Lugones y al poeta mexicano Amado Nervo. En A. Donoso, op.cit.

14. La Lira Chilena (1898-1907) fue una publicación cultural de Santiago que circuló semanalmente durante casi diez años. El citado comentario de D’Halmar (firmado aún con el apellido Thomson) apareció en octubre de 1904.

15. Relatos populares. Recopilación del escritor José Santos González Vera, quien reunió cuentos no aparecidos en anteriores ediciones y publicados con el seudónimo de "Vladimir" en El Mercurio. Editorial Nascimento, Santiago 1942.

16. Locupletar. Voz del portugués, en este caso "enriquecer".

17. MONTENEGRO, ERNESTO, en Babel. Revista de Arte y Crítica, “Integridad de Baldomero Lillo". Vol. IV. Julio-Agosto 1944.

PORTADA PRIMERA EDICIÓN

Sub terra. Cuadros mineros.

Imprenta Moderna, Santiago 1904. 223 páginas.

PORTADA PRIMERA EDICIÓN

Sub sole.

Imprenta y Encuadernación Universitaria, Santiago 1907.

183 páginas.

SUB TERRA1904

SUB TERRA. CUADROS MINEROS. La primera edición bajo el sello Imprenta Moderna, Santiago 1904, contaba solo con ocho relatos. Aquí editamos la versión de Editorial Chilena de 1917 que, en vida del autor, agregó los cuentos El registro, La barrena, Era él solo..., La mano pegada y Cañuela y Petaca. Posteriormente ha sido la edición más conocida por los lectores.

En esta edición se han modernizado algunas formas ortográficas, como la ausencia de tilde en los demostrativos y adverbios. Se respetaron algunas construcciones del autor que, aunque correctas, son formas en desuso, como el extendido empleo de pronombres unidos al verbo.

Los inválidos

La extracción de un caballo en la mina, acontecimiento no muy frecuente, había agrupado alrededor del pique a los obreros que volcaban las carretillas en la cancha y a los encargados de retornarlas vacías y colocarlas en las jaulas.

Todos eran viejos, inútiles para los trabajos del interior de la mina, y aquel caballo que después de diez años de arrastrar allá abajo los trenes de mineral era devuelto a la claridad del sol, inspirábales la honda simpatía que se experimenta por un viejo y leal amigo con el que han compartido las fatigas de una penosa jornada.

A muchos les traía aquella bestia el recuerdo de mejores días, cuando en la estrecha cantera con brazos entonces vigorosos hundían de un solo golpe en el escondido filón el diente acerado de la piqueta del barretero. Todos conocían a Diamante, el generoso bruto, que dócil e infatigable trotaba con su tren de vagonetas, desde la mañana hasta la noche, en las sinuosas galerías de arrastre. Y cuando la fatiga abrumadora de aquella faena sobrehumana paralizaba el impulso de sus brazos, la vista del caballo que pasaba blanco de espuma les infundía nuevos alientos para proseguir esa tarea de hormigas perforadoras con tesón inquebrantable de la ola que desmenuza grano por grano la roca inconmovible que desafía sus furores.

Todos estaban silenciosos ante la aparición del caballo, inutilizado por incurable cojera para cualquier trabajo dentro o fuera de la mina y cuya última etapa sería el estéril llano donde solo se percibían a trechos escuetos matorrales cubiertos de polvo, sin que una brizna de yerba, ni un árbol interrumpiera el gris uniforme y monótono del paisaje.

Nada más tétrico que esa desolada llanura, reseca y polvorienta, sembrada de pequeños montículos de arena tan gruesa y pesada que los vientos la arrastraban difícilmente a través del suelo desnudo, ávido de humedad.

En una pequeña elevación del terreno alzábanse la cabria, las chimeneas y los ahumados galpones de la mina. El caserío de los mineros estaba situado a la derecha en una pequeña hondonada. Sobre él una densa masa de humo negro flotaba pesadamente en el aire enrarecido, haciendo más sombrío el aspecto de aquel paraje inhospitalario.

Un calor sofocante salía de la tierra calcinada, y el polvo de carbón sutil e impalpable adheríase a los rostros sudorosos de los obreros que apoyados en sus carretillas saboreaban en silencio el breve descanso que aquella maniobra les deparaba.

Tras los golpes reglamentarios, las grandes poleas en lo alto de la cabria empezaron a girar con lentitud, deslizándose por sus ranuras los delgados hilos de metal que se iban enrollando en el gran tambor, carrete gigantesco de la potente máquina. Pasaron algunos instantes y de pronto una masa oscura chorreando agua surgió rápida del negro pozo y se detuvo a algunos metros por encima del brocal. Suspendido en una red de gruesas cuerdas sujeta debajo de la jaula, balanceábase sobre el abismo con las patas abiertas y tiesas, un caballo negro. Mirado desde abajo en aquella grotesca postura asemejábase a una monstruosa araña recogida en el centro de su tela. Después de columpiarse un instante en el aire descendió suavemente al nivel de la plataforma. Los obreros se precipitaron sobre aquella especie de saco, desviándolo de la abertura del pique, y Diamante, libre en un momento de sus ligaduras, se alzó tembloroso sobre sus patas y se quedó inmóvil, resoplando fatigosamente.

Como todos los que se emplean en las minas, era un animal de pequeña alzada. La piel que antes fue suave, lustrosa y negra como el azabache había perdido su brillo acribillada por cicatrices sin cuento. Grandes grietas y heridas en supuración señalaban el sitio de los arreos de tiro y los corvejones ostentaban viejos esparavanes que deformaban los finos remos de otro tiempo. Ventrudo, de largo cuello y huesudas ancas, no conservaba ni un resto de la gallardía y esbeltez pasadas, y las crines de la cola habían casi desaparecido arrancadas por el látigo cuya sangrienta huella se veía aún fresca en el hundido lomo.

Los obreros lo miraban con sorpresa dolorosa. ¡Qué cambio se había operado en el brioso bruto que ellos habían conocido! Aquello era solo un pingajo de carne nauseabunda buena para pasto de buitres y gallinazos. Y mientras el caballo cegado por la luz del mediodía permanecía con la cabeza baja e inmóvil, el más viejo de los mineros, enderezando el anguloso cuerpo, paseó una mirada investigadora a su alrededor. En su rostro marchito, pero de líneas firmes y correctas, había una expresión de gravedad soñadora y sus ojos, donde parecía haberse refugiado la vida, iban y venían del caballo al grupo silencioso de sus camaradas, ruinas vivientes que, como máquinas inútiles, la mina lanzaba de cuando en cuando, desde sus hondas profundidades.

Los viejos miraban con curiosidad a su compañero aguardando uno de esos discursos extraños e incomprensibles que brotaban a veces de los labios del minero a quien consideraban como poseedor de una gran cultura intelectual, pues siempre había en los bolsillos de su blusa algún libro desencuadernado y sucio cuya lectura absorbía sus horas de reposo y del cual tomaba aquellas frases y términos ininteligibles para sus oyentes.

Su semblante de ordinario resignado y dulce se transfiguraba al comentar las torturas e ignominias de los pobres y su palabra adquiría entonces la entonación del inspirado y del apóstol.

El anciano permaneció un instante en actitud reflexiva y luego, pasando el brazo por el cuello del inválido jamelgo, con voz grave y vibrante como si arengase a una muchedumbre exclamó:

–¡Pobre viejo, te echan porque ya no sirves! Lo mismo nos pasa a todos. Allí abajo no se hace distinción entre el hombre y las bestias. Agotadas las fuerzas, la mina nos arroja como la araña arroja fuera de su tela el cuerpo exangüe de la mosca que le sirvió de alimento. ¡Camaradas, este bruto es la imagen de nuestra vida! ¡Como él callamos, sufriendo resignados nuestro destino! Y, sin embargo, nuestra fuerza y poder son tan inmensos que nada bajo el sol resistiría su empuje. Si todos los oprimidos con las manos atadas a la espalda marchásemos contra nuestros opresores, cuán presto quebrantaríamos el orgullo de los que hoy beben nuestra sangre y chupan hasta la médula de nuestros huesos. Los aventaríamos, en la primera embestida, como un puñado de paja que dispersa el huracán.

¡Son tan pocos, es su hueste tan mezquina ante el ejército innumerable de nuestros hermanos que pueblan los talleres, las campiñas y las entrañas de la tierra!

A medida que hablaba animábase el rostro caduco del minero, sus ojos lanzaban llamas y su cuerpo temblaba presa de intensa excitación. Con la cabeza echada atrás y la mirada perdida en el vacío, parecía divisar allá en lontananza la gigantesca ola humana, avanzando a través de los campos con la desatentada carrera del mar que hubiera traspasado sus barreras seculares. Como ante el océano que arrastra el grano de arena y derriba las montañas, todo se derrumbaba al choque formidable de aquellas famélicas legiones que tremolando el harapo como bandera de exterminio reducían a cenizas los palacios y los templos, esas moradas donde el egoísmo y la soberbia han dictado las inicuas leyes que han hecho de la inmensa mayoría de los hombres seres semejantes a las bestias: Sísifos condenados a una tarea eterna los miserables bregan y se agitan sin que una chispa de luz intelectual rasque las tinieblas de sus cerebros esclavos donde la idea, esa simiente divina, no germinará jamás.

Los obreros clavaban en el anciano sus inquietas pupilas en las que brillaba la desconfianza temerosa de la bestia que se aventura en una senda desconocida. Para esas almas muertas, cada idea nueva era una blasfemia contra el credo de servidumbre que les habían legado sus abuelos, y en aquel camarada cuyas palabras entusiasmaban a la joven gente de la mina, solo veían un espíritu inquieto y temerario, un desequilibrado que osaba rebelarse contra las leyes inmutables del destino.

Y cuando la silueta del capataz se destacó, viniendo hacia ellos, en el extremo de la cancha, cada cual se apresuró a empujar su carretilla mezclándose el crujir de las secas articulaciones al estirar los cansados miembros con el chirrido de las ruedas que resbalaban sobre los rieles.

El viejo, con los ojos húmedos y brillantes, vio alejarse ese rebaño miserable y luego tomando entre sus manos la descarnada cabeza del caballo acariciole las escasas crines, murmurando a media voz:

–Adiós, amigo, nada tienes que envidiarnos. Como tú caminamos agobiados por una carga que una leve sacudida haría deslizarse de nuestros hombros, pero que nos obstinamos en sostener hasta la muerte.

Y encorvándose sobre su carretilla se alejó pausadamente economizando sus fuerzas de luchador vencido por el trabajo y la vejez.

El caballo permaneció en el mismo sitio, inmóvil, sin cambiar de postura. El acompasado y lánguido vaivén de sus orejas y el movimiento de los párpados eran los únicos signos de vida de aquel cuerpo lleno de lacras y protuberancias asquerosas. Deslumbrado y ciego por la vívida claridad que la transparencia del aire hacía más radiante e intensa, agachó la cabeza, buscando entre sus patas delanteras un refugio contra las luminosas saetas que herían sus pupilas de nictálope, incapaces de soportar otra luz que la débil y mortecina de las lámparas de seguridad.

Pero aquel resplandor estaba en todas partes y penetraba victorioso a través de sus caídos párpados, cegándolo cada vez más; atontado dio algunos pasos hacia adelante, y su cabeza chocó contra la valla de tablas que limitaba la plataforma. Pareció sorprendido ante el obstáculo y enderezando las orejas olfateó el muro, lanzando breves resoplidos de inquietud; retrocedió buscando una salida, y nuevos obstáculos se interpusieron a su paso; iba y venía entre las pilas de madera, las vagonetas y las vigas de la cabría como un ciego que ha perdido su lazarillo. Al andar levantaba los cascos doblando los jarretes como si caminase aún entre las traviesas de la vía de un túnel de arrastre; y un enjambre de moscas que zumbaban a su alrededor sin inquietarse de las bruscas contracciones de la piel y el febril volteo del desnudo rabo, acosábalo encarnizadamente, multiplicando sus feroces ataques.

Por su cerebro de bestia debía cruzar la vaga idea de que estaba en un rincón de la mina que aún no conocía y donde un impenetrable velo rojo le ocultaba los objetos que le eran familiares.

Su estadía allí terminó bien pronto: un caballerizo se presentó con un rollo de cuerdas debajo del brazo y yendo en derechura hacia él, lo ató por el cuello y, tirando del ronzal, tomó seguido del caballo la carretera cuya negra cinta iba a perderse en la abrasada llanura que dilataba por todas partes su árida superficie hacia el límite del horizonte.

Diamante cojeaba atrozmente y por su vieja y oscura piel corría un estremecimiento doloroso producido por el contacto de los rayos del sol, que desde la comba azulada de los cielos parecía complacerse en alumbrar aquel andrajo de carne palpitante para que pudieran sin duda distinguirlo los voraces buitres que, como puntos casi imperceptibles perdidos en el vacío, acechaban ya aquella presa que les deparaba su buena estrella.

El conductor se detuvo al borde de una depresión del terreno. Deshizo el nudo que oprimía el fláccido cuello del prisionero, impartió una fuerte palmada en el anca para obligarlo a continuar adelante, dio media vuelta y se marchó por donde había venido.

Aquella hondonada era cubierta por una capa de agua en la época de las lluvias, pero los calores del estío la evaporaban rápidamente. En las partes bajas conservábase algún resto de humedad donde crecían pequeños arbustos espinosos y uno que otro manojo de yerba reseca y polvorienta. En sitios ocultos había diminutas charcas de agua cenagosa, pero inaccesibles para cualquier animal por ágil y vigoroso que fuese.

Diamante, acosado por el hambre y la sed, anduvo un corto trecho, aspirando el aire ruidosamente. De vez en cuando ponía los belfos en contacto con la arena y resoplaba con fuerza, levantando nubes de polvo blanquecino a través de las capas inferiores del aire que sobre aquel suelo de fuego parecían estar en ebullición.

Su ceguera no disminuía y sus pupilas contraídas bajo sus párpados solo percibían aquella intensa llama roja que había sustituido en su cerebro a la visión ya lejana de las sombras de la mina.

De súbito rasgó el aire un penetrante zumbido al que siguió de inmediato un relincho de dolor, y el mísero rocín dando saltos se puso a correr con la celeridad que sus deformes patas y débiles fuerzas le permitían, a través de los matorrales y depresiones del terreno. Encima de él revoloteaban una docena de grandes tábanos de las arenas.

Aquellos feroces enemigos no le daban tregua y muy pronto tropezó en una ancha grieta y su cuerpo quedó como incrustado en la hendidura. Hizo algunos inútiles esfuerzos para levantarse, y convencido de su impotencia estiró el cuello y se resignó con la pasividad del bruto a que la muerte pusiese fin a los dolores de su carne atormentada.

Los tábanos, hartos de sangre, cesaron en sus ataques y lanzando de sus alas y coseletes destellos de pedrería hendieron la cálida atmósfera y desaparecieron como flechas de oro en el azul espléndido del cielo cuya nítida transparencia no empañaba el más tenue jirón de la bruma.

Algunas sombras, deslizándose a ras del suelo, empezaron a trazar círculos concéntricos en derredor del caído. Allá arriba cerníase en el aire una veintena de grandes aves negras, destacándose el pesado aletear de los gallinazos el porte majestuoso de los buitres que con las alas abiertas e inmóviles describían inmensas espirales que iban estrechando lentamente en torno del cuerpo exánime del caballo.

Por todos los puntos del horizonte aparecían manchas oscuras: eran rezagados que acudían a todo batir de alas al festín que les esperaba.

Entre tanto el sol marchaba rápidamente a su ocaso. El gris de la llanura tomaba a cada instante tintes más opacos y sombríos. En la mina habían cesado las faenas y los mineros como los esclavos de la ergástula abandonaban sus lóbregos agujeros. Allá abajo se amontonaban en el ascensor formando una masa compacta, un nudo de cabezas, de piernas y de brazos entrelazados que fuera del pique se deshacía trabajosamente, convirtiéndose en una larga columna que caminaba silenciosa por la carretera en dirección de las lejanas habitaciones.

El anciano carretillero, sentado en su vagoneta, contemplaba desde la cancha el desfile de los obreros cuyos torsos encorvados parecían sentir aún el roce aplastador de la roca en las bajísimas galerías. De pronto se levantó y mientras el toque de retiro de la campana de señales resbalaba claro y vibrante en la serena atmósfera de la campiña desierta, el viejo, con pesado y lento andar, fue a engrosar las filas de aquellos galeotes cuyas vidas tienen menos valor para sus explotadores que uno solo de los trozos de ese mineral que, como un negro río, fluye inagotable del corazón del venero(18).

En la mina todo era paz y silencio, no se sentía otro rumor que el sordo y acompasado de los pasos de los obreros que se alejaban. La obscuridad crecía, y allá arriba en la inmensa cúpula brotaban millares de estrellas cuyos blancos, opalinos y purpúreos resplandores, lucían con creciente intensidad en el crepúsculo que envolvía la tierra, sumergida ya en las sombras precursoras de las tinieblas de la noche.

18. Venero. En Chile filón, veta de mineral (N.d.E. Esta y las sucesivas notas son del Editor).

La compuerta número 12