Supervivientes detrás de las cámaras - Arturo Padilla de Juan - E-Book

Supervivientes detrás de las cámaras E-Book

Arturo Padilla de Juan

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Adrián, Yaiza y Lola a duras penas han logrado superar las severas pruebas del concurso televisivo en el que participan; en él han tenido que sobrevivir en la selva amazónica, sometidos a rigurosas condiciones de vida. Pero cuando el concurso parece llegar a su fin, un acontecimiento inesperado obliga a prolongar la duración del programa televisivo. Los jóvenes concursantes se rebelan ante lo que consideran una injusticia e inician un largo periplo, lleno de peligros y de aventuras, que culmina en un emocionante desenlace.

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Seitenzahl: 162

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Arturo Padilla de Juan

Supervivientes detrás de las cámaras

 

Índice

Prólogo

Capítulo primero

Capítulo segundo

Capítulo tercero

Capítulo cuarto

Capítulo quinto

Capítulo sexto

Capítulo séptimo

Capítulo octavo

Capítulo noveno

Capítulo décimo

Capítulo undécimo

Capítulo duodécimo

Epílogo

Créditos

Prólogo

LOLA y Yaiza agitaban una palmera con la ayuda de un tronco, intentando conseguir un racimo de aguajes, unos frutos rojizos de la selva muy nutritivos y refrescantes.

–No hay derecho a que ese vago quede finalista –se quejó Lola.

–Se ha arriesgado, sabiendo que lo podían pillar –agregó Yaiza–. Y la jugada le ha salido bien.

–¡Pero es injusto! Ese tío no ha hecho nada en todo el programa. Y nosotras hemos sudado la gota gorda…

Valverde se acercaba a ellas con un gesto extraño. Estaba pálido y tenía la mirada perdida.

–¡Vaya marrón! –exclamó el joven mientras se sentaba bajo la palmera.

Las dos chicas se interrogaron con la mirada.

–¿Se puede saber qué te pasa?

Valverde no contestó enseguida. Contempló el río Javari abstraído, mientras su mundo interior se deshacía como un pergamino antiguo.

–Me han pillado.

–¡¿Qué?! –exclamaron al unísono.

–De pleno.

La voz del joven, grave y pausada, asumía su culpabilidad. Yaiza y Lola permanecían incrédulas ante lo que escuchaban. En aquel momento no se podían imaginar la repercusión que tendría aquella confesión.

–¡Tú eres tonto!

–Ha sido en el cambio de turno… Me he acercado a la cala…, me he puesto a rebuscar en la mochila… y ha dado la maldita casualidad de que han llegado los cámaras… Y encima me estaban grabando.

–¡Te está bien empleado! –se le escapó a Lola.

Yaiza se pasó la mano por el pelo, resoplando.

–Habrás dejado claro que nosotras no tenemos nada que ver, ¿verdad?

–¡Qué va! Solo pensaba en pirarme de allí –reconoció de mala gana.

–Pues eso hay que aclararlo –determinó Lola, alterada–. Tú solito te has metido en este fregao. A ver si van a pensar que nosotras también hacemos lo mismo.

Un cámara llegó hasta ellos en aquel momento. Era el más joven del equipo; debía de rondar los veinte años. Aunque el programa lo había contratado en Tabatinga, sus rasgos exóticos eran puramente indígenas.

–Tío, enróllate. Que esto quede entre nosotros –le pidió Valverde.

El joven tabatinguense lo miró en silencio.

Llevaba la cámara en una mano, pero no la encendió.

–Tío, que lo estamos pasando muy mal –probó de nuevo Valverde–. No teníamos otra opción.

–Perdona, ¿teníamos? –saltó Lola–. Habla por ti.

–De acuerdo. Ellas no tienen nada que ver –reconoció Valverde–. Ha sido cosa mía.

El joven tabatinguense miró detenidamente a Lola y después a Yaiza. La deportista le sostuvo la mirada con firmeza y él volvió a centrar la vista en Valverde.

–El vídeo ya lo tiene el director.

Capítulo primero

ESE día era la gran gala. Se cumplían dos meses de concurso y se esperaban índices de máxima audiencia, pues se iba a dar a conocer al ganador. Desde que sorprendieron a Valverde robando comida, los tres finalistas habían pasado los últimos días en la playa especulando sobre si la dirección del programa sería benevolente con el joven o le pondría una sanción.

Los tres llegaron al escenario hechos un manojo de nervios. Acumulaban muchas sensaciones, pero predominaba la ilusión por regresar al mundo civilizado. Habían sido ocho semanas sin comer en condiciones, sin abrazar una almohada, sin tener intimidad…

Mientras esperaban el inicio del programa, una maquilladora les aplicó abrillantador de dientes y crema hidratante para sus pieles resquebrajadas.

–A ver si damos la crema con más cariño –le dijo Valverde.

–Cariño…, ¡el que nos tienen a nosotros! –le respondió la maquilladora con un bufido.

–¡Cómo está el patio! Parece mentira que sea el último día.

Los técnicos de sonido acudieron después para instalarles los micrófonos inalámbricos y las petacas.

–No veas el cabreo que lleva encima la colega de maquillaje –le comentó Valverde a uno de los técnicos.

–No es para menos –contestó el técnico sin dar más explicaciones.

Minutos antes de empezar, Sonia Maruán se acercó a ellos esforzándose por sonreír, pero sus ojos alicaídos delataban un profundo disgusto.

–¿Pasa algo, Sonia? –le preguntó Lola–. Estáis todos muy raros.

Su sonrisa se desvaneció levemente.

–Estamos cansados. Llevamos mucho tiempo en la selva y tenemos ganas de volver a casa –reconoció.

–Por eso mismo, chiquilla, un poco de alegría. Ni que os tuvierais que quedar viviendo aquí…

La presentadora estuvo tentada de hablar, pero se contuvo a tiempo.

–Sonia, ¿qué ocurre? –intervino Yaiza.

–Pronto os enteraréis. Os lo tengo que decir cuando estemos en directo –confesó con un ligero temblor en la voz–. Lo siento.

Las palabras de la presentadora los dejaron aún más intrigados. Necesitaban aclaraciones y centraron su atención en el director, que seguía con su actividad habitual: controlaba la emisión y daba órdenes para que todo estuviera a punto; pero al sentirse observado, les lanzó una mirada que los dejó atrapados en una red de temores.

–No sé por qué, pero hay algo que me huele mal –intuyó Yaiza.

–¡Estamos en directo en diez minutos!

El plató de televisión bulló de actividad. Los guionistas repasaban el guion con la presentadora, los cámaras ensayaban diferentes planos, los electricistas regulaban la luz de los focos, los técnicos realizaban pruebas de sonido con los micrófonos…

El director entró en la caseta de realización y observó los distintos encuadres que mostraban los monitores.

–Quiero el plano de los concursantes más cerrado –le dijo a la realizadora–. Que se vean bien sus reacciones.

–¡Cámara dos: cierra y panea a la derecha! –le ordenó la realizadora al operador de cámara central a través de su intercomunicador.

El director asintió y miró su reloj.

–¡Todo el mundo a sus puestos! Entramos en cinco minutos.

El equipo de profesionales se fue colocando en sus respectivas posiciones. El director se mantuvo detrás de la línea de las cámaras mientras observaba los dígitos del cronómetro que marcaban la cuenta atrás.

–¡Silencio!

Todos fueron dejando de murmurar y permanecieron concentrados a la espera de la señal del director. El único movimiento que se percibía era el revoloteo de los mosquitos atraídos por la luz de los focos.

–¿Preparados? Entramos en cinco, cuatro, tres, dos, uno…

Se encendió el piloto rojo de la cámara que enfocaba a la presentadora.

–¡Buenas noches y bienvenidos al corazón de Brasil! –saludó con una sonrisa forzada–. Hoy se cumplen ocho semanas de concurso y nos encontramos en un momento crucial para nuestros aventureros. Les podemos garantizar que nos espera una noche de emociones fuertes. Solo quedan tres. Son los tres concursantes más jóvenes de esta edición del programa. Una locutora de radio gaditana, una corredora de los cien metros lisos y un estudiante de Botánica.

La presentadora saludó a Lola, Yaiza y Valverde como de costumbre, y conversó con ellos para que explicaran sus impresiones y experiencias en la selva durante sus dos meses de estancia mientras comentaban vídeos que registraban los momentos más representativos de la aventura.

Después de volver de un corte publicitario, Sonia Maruán se centró en el tema que incumbía directamente a Valverde. El estudiante permanecía relajado y tranquilo, mientras que Yaiza y Lola se encontraban tensas y alertas ante lo que pudiera ocurrir.

–Ahora tenemos que tratar un tema importante. Las normas del programa dejan claro que los concursantes deben conseguir por sí solos la comida de la selva y que, por tanto, está terminantemente prohibido robar a los cámaras o al guarda forestal –explicó delante de los objetivos–. Pues bien, hace unos días nuestros cámaras sorprendieron a Adrián Valverde hurgando en la mochila donde guardan sus provisiones. Desde hace tiempo nuestros compañeros sospechaban que los concursantes les robaban, pero hasta ahora no habían tenido pruebas que lo pudieran demostrar. Adrián, ¿tienes algo que decir al respecto?

–A ver, lo hemos pasado muy mal y creo que robar también es una forma de supervivencia.

–Adrián, ten en cuenta que estáis en un concurso de televisión con unas reglas –le recalcó Sonia con un tono de voz contundente–. Tú las aceptaste al venir, y como has incumplido una, tienes que atenerte a las consecuencias.

–Que sí, que sí. Yo lo decía para ver si colaba –reconoció el concursante despreocupadamente.

La presentadora mantuvo la seriedad que requería la situación.

–Es evidente que no era la primera vez que robabais a los cámaras, así que la dirección del programa ha decidido poneros una sanción.

Yaiza clavó su mirada de hierro en la presentadora. ¿Había dicho «poneros»?

–Leo literalmente –dijo abriendo un sobre–: La dirección del programa considera que la falta cometida por Adrián Valverde incumple una de las reglas más importantes del concurso y tiene serios motivos para sospechar que los concursantes han llevado a cabo esta práctica en reiteradas ocasiones. Considerando que el resto de concursantes ha pagado su error con la expulsión, la dirección ha decidido que los tres finalistas…

La presentadora carraspeó, nerviosa. No quería decirlo. Sentía la mirada agresiva de Yaiza como una estocada de hierro candente.

–… ha decidido que los tres finalistas permanezcan cuatro semanas más en la selva y que solo puedan optar al premio transcurrido ese tiempo.

La presentadora acabó de leer la sanción y levantó poco a poco la vista.

Valverde resoplaba con la cabeza agachada. Lola se había quedado de piedra y no movía ningún músculo del cuerpo, incluso parecía que había dejado de respirar. En los ojos de Yaiza, que emitían cegadores destellos de furia, se concentraba una tormenta eléctrica.

–No estoy de acuerdo –anunció esta con firmeza–. Lola y yo nunca hemos robado comida.

Sonia Maruán se quedó desconcertada ante tal contundencia.

Lola por fin reaccionó y consiguió salir de su estupefacción.

–Y tampoco hemos comido nada que fuera robado –aseveró–. Nosotras nos lo hemos ganado todo con nuestro trabajo.

–La comida la hemos conseguido con el sudor de nuestra frente –corroboró Yaiza, encolerizada–. No tenemos por qué pagar los platos rotos de los demás. No es justo.

Sonia Maruán buscó la ayuda del director, que contemplaba la escena sin pronunciarse.

–Chicas, tranquilizaos –intervino con mano izquierda–. Comprended que la dirección del programa no tiene ninguna garantía de lo que decís. Es su palabra contra la vuestra.

–¿Cómo que no tiene garantía? Tú, ¡habla! –le ordenó Yaiza a Valverde.

–Eh…, es verdad. Ellas han jugado limpio desde el primer momento –atestiguó Valverde sin demasiada vehemencia.

Las dos chicas miraron amenazadoras al director, esperando una rectificación.

Eduardo Tarrés continuaba callado, impertérrito ante la situación. La presentadora sabía que decían la verdad. Si por ella fuera, les hubiera retirado la sanción, pero tenía que atenerse al guion aun en contra de su voluntad. El director le había dado órdenes explícitas de que no cediera en lo más mínimo.

–El testimonio de un compañero no es válido para la dirección –les comunicó con un gran suspiro–. Tenéis que entenderlo.

Lola iba a replicar, pero se lo pensó y permaneció callada. ¿Cómo podían demostrar la verdad? Yaiza se levantó de repente, con ímpetu.

–Que nos pesen –desafió, convencida–. Que nos pesen. Hemos adelgazado diez kilos por lo menos.

Sonia se quedó sin argumentos. Aquella propuesta sería una buena prueba. De hecho, su aspecto demacrado y escuálido ya era una prueba irrefutable.

–Se supone que si hubiéramos robado comida, no deberíamos haber perdido demasiado peso –argumentó Lola.

La presentadora consultó al director con la mirada. Eduardo Tarrés negó tajantemente con la cabeza. En realidad, al director no le importaba si las dos chicas habían robado comida o no. El concurso estaba teniendo buenos datos de audiencia y los productores habían decidido alargarlo. Solo necesitaban un pretexto. Eduardo Tarrés sabía que los concursantes se indignarían con el castigo, pero precisamente pretendía eso: generar una polémica que disparara los índices de audiencia.

–Lo siento, chicas –concluyó Sonia con impotencia–. La decisión ya está tomada.

Yaiza se puso en pie. Sus ojos condensaron un potencial de energía que fundió los focos del plató, y la fuerza de su mirada resquebrajó los objetivos de todas las cámaras que la enfocaban.

–¡Me niego a aceptar la decisión!

Capítulo segundo

–¿QUE no somos verdaderas supervivientes? –gritó Yaiza con rabia–. ¡Que no somos verdaderas supervivientes! –repitió dando un puñetazo al aire.

Los tres finalistas habían desembarcado en la playa después de la gala. Era la playa que habían dejado atrás, colmada de suplicios, la playa donde ahora tendrían que enfrentarse a un nuevo mes de batalla.

Estaba atardeciendo. El cielo se teñía de pinceladas rojizas y anaranjadas mientras el verde de la selva se oscurecía para no desmerecer la belleza del espectáculo.

–Yaiza, no te calientes la cabeza –le recomendó Valverde.

–¡Tú, cállate! Todo esto es por tu culpa –le recriminó ella con ferocidad.

El estudiante se encogió de hombros y se tumbó en la arena para contemplar el cielo.

–Nos hemos jugado la vida para conseguir comida, y ahora ese tío nos dice que no somos verdaderas supervivientes –insistía Yaiza, obsesionada–. Pero ¿de qué va?

Al acabar la gala, Yaiza y Lola habían mantenido una acalorada discusión con el director. Las dos chicas seguían defendiendo tenazmente su versión y seguían pidiendo que se las pesara, pero el director se había negado en rotundo. «Con robar comida una o dos veces a la semana también se puede adelgazar –les había argumentado–. Eso no probaría nada».

–¡Es un estúpido! –exclamó Lola, más resignada que su amiga–. Tendría que estar él en nuestra situación.

Yaiza no podía parar de darle vueltas al asunto. Lo había dado todo por sobrevivir, por tirar hacia delante, y de golpe su esfuerzo se echaba por tierra.

«No os quejéis. Habéis estado protegidas en todo momento y siempre habéis tenido el apoyo de un médico por si os ocurría algo. No sois verdaderas supervivientes», les había echado en cara.

Yaiza se encendía al recordar sus palabras. En su interior bullían muchos sentimientos inflamables, pero la rabia ante las injusticias era la chispa que los hacía arder.

–Estábamos deseando que acabara esta pesadilla y nos vienen con que tenemos que estar otro mes aquí –replicaba–. ¡Por su cara bonita!

–Nos han engañado como a críos –le dio la razón Lola.

–¡Hemos llegado hasta aquí para nada! –manifestó Yaiza dando una patada en la arena.

«No me pienso quedar más en este sitio», había amenazado Yaiza. «Tú misma, pero no esperes ver ni un solo céntimo», le había advertido el director.

–Siempre acabamos pagando justos por pecadores, niña –concluyó Lola, resignada.

–¡Pues no me da la gana! –volvió a alterarse–. ¡Yo no he estado dos meses pasando hambre y buscando comida debajo de las piedras para que me tomen por una tramposa!

–Tía, déjalo ya. No consigues nada poniéndote así –le repitió Valverde.

–¿Te quieres callar? –le amenazó levantándole el puño.

–Venga, pégame y relájate –la invitó el estudiante, que continuaba tumbado en la arena.

Yaiza bajó el puño despacio y se sentó a su lado, en silencio. Sus ojos seguían chispeantes.

–Tienes razón, estoy insoportable, ¿verdad? –reconoció con voz melosa–. Ahora mismo necesito tener a alguien cerca que me calme.

Valverde sonrió pícaramente y se incorporó con la intención de abrazarla. Yaiza entonces le dio una bofetada seca y contundente.

–Gracias por ofrecerte –le dijo descargándole una de sus miradas eléctricas–. Ahora me siento mejor.

Valverde se puso las dos manos en la mejilla, dolorido, mientras veía como su amor imposible se alejaba hacia un extremo de la playa.

El sol fue desapareciendo con su cortejo de colores mientras la oscuridad invadía lentamente la selva.

Yaiza permaneció sola en su rincón de la playa. Cada mañana marcaba en la corteza de un árbol los días que iban pasando. Hacía una rayita, una rayita cada día más profunda. La deportista cogió su navaja e hizo una nueva marca, pero esta vez apretó con tanta fuerza que se cortó. Enseguida se llevó el dedo herido a la boca, dejando la corteza del árbol manchada de sangre. Poco después, la arena de la playa también se mojaba con sus lágrimas.

Se hizo de noche. Lola y Valverde se fueron a dormir a la cabaña, pero Yaiza continuó sola en su rincón. Reflexionaba. Intentaba mirar hacia su interior para conocer cuáles eran sus sentimientos, ocultos bajo una capa de rabia y odio.

Las estrellas resplandecían en la negrura de la noche como perlas en el fondo de un pozo. En ciertos momentos la selva la cautivaba y se sentía incapaz de abandonarla. Se había convertido en un hogar acogedor: un manto de estrellas la arropaba por las noches, los rayos del sol le acariciaban el rostro al amanecer, los árboles y el río le brindaban sus manjares cada día…

La selva le gustaba. Podría sobrevivir un mes más allí. Lo que no soportaba era que la castigaran por algo que no había hecho. Había quedado ante la opinión pública como una tramposa, y si decidía continuar, estaría aceptando que lo era. No, no podía seguir. Aunque, por otra parte, había llegado tan lejos para luchar por el premio…

Respiró hondo. ¿Qué debía hacer? Contempló el firmamento, como si su claridad pudiera orientarla en su indecisión.

Un pensamiento atravesó entonces su mente, como una estrella fugaz. Lo rechazó enseguida porque le parecía descabellado.

Era ya tarde y la cabeza le empezaba a doler, así que lo mejor sería irse a dormir. No obstante, aquel pensamiento fugaz había dejado estela. Permitió que su mente lo fuera recuperando y, después de analizarlo fríamente, no lo vio tan descabellado. De hecho, sintió el deseo de llevarlo a cabo, y ese deseo fue suficiente para ir forjando un maquiavélico plan. Un plan arriesgado y peligroso, pero que demostraría que era una verdadera superviviente.

–Lola, despierta –la zarandeó Yaiza.

Su amiga estaba profundamente dormida.

–¿Qué quieres? –preguntó rezongando.

Yaiza esperó a que se acabara de despertar. Aquella noche era perfecta para realizar su plan. Al ver que Lola no abría los ojos, siguió zarandeándola.

–Mira que eres pesada –le reprochó esta mientras se incorporaba–. ¿Qué quieres?

Yaiza la miraba con unos ojos despiertos y brillantes.

–¡Uy! Esos ojos ya me los conozco –afirmó su amiga–. ¿Se puede saber qué estás tramando?

Valverde dormía plácidamente, pero las dos chicas decidieron salir de la cabaña para hablar con más tranquilidad. Una vez estuvieron al amparo del cielo estrellado, Yaiza le confesó su intención.

–Lola, quiero que nos escapemos de la playa.

La gaditana intentó vislumbrar la cara de su amiga en la penumbra.

–Niña, tú estás loca –le contestó bostezando–. ¿Para eso me has despertado?

Se dispuso a entrar en la cabaña, pero al comprobar que Yaiza no la seguía, se volvió hacia ella, mostrando paciencia.

–¿Y adónde quieres ir?

–Selva adentro, remontando el río –contestó la deportista, plenamente convencida.

Lola soltó una carcajada mientras notaba cómo se le pegaban las pestañas.

–Anda, déjate de tonterías y vamos a dormir.

La gaditana esperó a que su amiga entrara en la cabaña, pero Yaiza no dio ni un solo paso.

–Estoy hablando en serio –aseguró con un tono sombrío.

Lola se quedó callada al comprender la rotundidad de sus palabras y al final se cruzó de brazos.

–Venga, cuéntame lo que está maquinando esa cabecita.

Yaiza asintió complacida.

–El director dice que no somos verdaderas supervivientes, ¿verdad? –recordó con frialdad–. Por tener a médicos, a cámaras y a guardas forestales alrededor…, ¿no?

Lola permaneció inmóvil. Temía la peligrosa lógica de la deportista.

–Pues vamos a demostrar que no necesitamos a nadie –anunció poniéndole la mano en el hombro–. Si nos tenemos que quedar en la selva un mes, nos quedamos; pero en esta maldita playa no, sino en la selva de verdad.

–Pero eso es muy peligroso.

Yaiza le lanzó una llamarada de fuego. Cualquier comentario que pudiera llevarle la contraria era inoportuno.