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Las enseñanzas del "Tao Te Ching" o «Libro del Camino y de la Virtud», recopilación atribuida a Lao Tse (ca. s. V a.C.), pertenecen al amplio acervo de las sabidurías orientales antiguas. Esta espléndida versión de la obra nos transmite en toda su pureza el espíritu del Tao, un sistema de pensamiento, o más bien, una forma de concebir el mundo y de estar en él, que preconiza un regreso a la elementalidad, a la sencillez, al vacío, al equilibrio de lo complementario, al desapego, a la entrega al Tao, o absoluto, mediante el abandono de todo concepto, juicio y deseo; a la quietud o no-acción como «señora de la acción», lo que, lejos de la pasividad, apunta a la conversión del individuo en canalizador de la energía universal. En estos tiempos febriles en que mente y voluntad se privilegian en aras de la dudosa efectividad de un "siempre más" tras el que acaso se esconde una ciega huida hacia delante, quizá sea oportuno abrir este libro por cualquier página y procurar, con el espíritu abierto, no-leerlo y dejarse impregnar por su poderosa serenidad. Versión y presentación de Gabriel García-Noblejas
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Seitenzahl: 61
Veröffentlichungsjahr: 2017
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Lao Tse
Tao Te Ching
Traducción del chino clásico, presentación y notas de Gabriel García-Noblejas Sánchez-Cendal
Nota del editor
Presentación
Agradecimientos
Tao Te Ching
Índice de conceptos
Lecturas recomendadas
Créditos
Nota del editor
¿Por qué el Tao Te Ching o Libro del Camino, un clásico de la sabiduría china recopilado hace más de dos mil años sigue vigente y suscitando un continuado interés hoy en día en la sociedad occidental? ¿Qué nos atrae irresistiblemente de estos poemas elusivos, paradójicos, que una vez leídos, dejan en nosotros la impresión efímera de una flor, pero el duradero recuerdo de su fragancia?
La sabiduría ancestral del Tao Te Ching salta a la vista y vale, sin duda, para todo tiempo y lugar. No en balde proviene de una época en que, como muchos siglos más tarde diría Hobbes con acierto, la vida era «solitaria, pobre, desagradable, corta y brutal».
Para ella y para su consuelo –como tantas otras filosofías y, no hace falta decirlo, religiones– se desarrolló el Tao, un sistema de pensamiento o, más bien, una forma de concebir el mundo y de estar en él. Bajo la percepción de una perversión, de una corrupción de la esencia del ser humano propiciada por una sociedad en la que habían proliferado el ansia de poder y la codicia, la desigualdad, una excesiva complicación de la existencia, una intelectualización que se revelaba inane, el Tao preconizaba un regreso a la elementalidad, a la sencillez, al vacío, al equilibrio de lo complementario, al desapego, a la quietud como «señora de la acción».
Transcurridos más de veinte siglos desde entonces, el panorama es muy diferente en la forma, pero en esencia no muy distinto. Es por eso que hoy en día las palabras de este libro caen en las sociedades occidentales como lluvia en terreno sediento. El ruido, la velocidad y la prisa, el exceso sin sentido de estímulos, de llamadas de atención, de objetos de consumo y de deseo, la incertidumbre, la agudización de la soledad existencial son –conscientemente o no– nuestra rutina cotidiana. Nuestra energía se agota sin saber bien cómo ni en qué y queda en nosotros un poso de insatisfacción, de desconcierto, de vacío –paradójicamente– por atestamiento.
Es así explicable que el Tao –una guía, una forma de vida o actitud– con su llamada al vaciamiento, al desapego, a la no competencia, al equilibrio, a la confianza y a la entrega a sus preceptos, se nos ofrezca como un anhelado espacio donde descansar, donde poder diluir y empezar a dejar de lado la dinámica infernal que nos tiene presos. Hay capítulos o poemas en él que parecen escritos hoy mismo.
Impelidos constantemente a hacer, a reaccionar, el Tao nos dice «no hacer», «confiar». Una confianza que es compromiso y entrega –porque el Tao orienta, pero exige asimismo la práctica: «el viaje que dura diez mil leguas empieza por un paso...»–, pero “trabajar” en el Tao, en sus preceptos, es también es descansar en el Tao.
En esta nueva, espléndida versión de Gabriel García-Noblejas, el lector descubrirá un lenguaje particular, plagado de conceptos complementarios y paradojas chocantes a veces a primera vista, pero tanto más luminosos cuanto más familiares. Pocos elementos ilustran esta idea mejor que el agua («el agua, sí, está cerca del Tao», podemos leer en un poema) y el concepto de «blando» que a menudo viene asociado con ella. Como opuesto y complementario de lo «duro» –que remite a lo viejo, a lo fosilizado, a lo próximo a la muerte, a la debilidad que le transmite su propia dureza–, lo «blando» es un concepto que se asocia a lo recién nacido, sea animal –un bebé o una cría– o vegetal –un brote tierno–, a lo natural, a lo elemental –al «pedazo sin tallar», y por ello más puro por más lejano de lo maleado, de lo distorsionado, de lo corrompido por la sociedad y el intelecto. El Tao no es conocimiento alambicado, sino intuición, comunión con la energía universal. Y pocas materializaciones de lo blando –hoy diríamos también flexible, incluso resiliente– como el agua, el agua elemental y proteica que fluye, que reposa casi meditando en un lago, que encuentra su camino sin esfuerzo, que toma la forma de aquello que la contiene, que desgasta la piedra hasta romperla–, o como el brote tierno que el huracán no arranca o ese propio brote que, desapegado, baja flotando y balanceándose dejándose llevar por las aguas vivas.
Pero es hora de callar. «Mucho hablar, mucho empobrece», se puede leer más adelante. Mejor abrir este libro por cualquier página y procurar, con el espíritu abierto, no-leerlo y dejarse impregnar por su poderosa serenidad.
Presentación
El camino que se puede caminar no es el camino eterno. El nombre con que se puede dar nombre no es el nombre eterno. El mejor ebanista no talla. Y gobernar un gran país es como asar un pequeño pez. Así nos habla el presente libro desde que fuera puesto por escrito en China hace unos dos mil trescientos años. Y así nos sigue interpelando hoy con sus ochenta y un poemas que, nadie lo duda ya, constituyen una de las grandes obras de la humanidad y la fundación de una de las principales escuelas de pensamiento de la Historia, el taoísmo, que ha perdurado hasta la actualidad.
El Tao Te Ching rebosa poesía y sabiduría. Y también misterio. El libro se expresa con versos misteriosos y paradójicos, porque busca describir algo borroso y nítido a la vez, inabarcable por la mente humana, visible e invisible a un tiempo, inesperado en su forma de ser y actuar, humilde y grandioso, diminuto e infinito; algo de donde nace todo, que a todo da la vida y a donde todo retorna; algo que ordena todo lo existente; algo que no se puede nombrar ni describir enteramente con las palabras, pero que se puede ver con la fe (poema 41), sentir y vivir. Porque si bien no se puede hablar del Tao y quedar satisfecho de las explicaciones, sí se puede vivir en él, vivir según él, ser su seguidor, es decir, obedecer al Tao.
El presente libroes algo así como un poliedro formado por ochenta y un poemas, que son como ochenta y una ventanas por las que contemplamos aspectos diversos del Tao; es una descripción del Tao que, por ser fragmentaria, el lector habrá de ir recomponiendo mentalmente poema a poema. Cada texto aporta algo de luz sobre el más profundo centro del poliedro, el Tao, que siempre queda en la brillante penumbra y, paradójicamente, a la luz y a la vista de todos. Porque el Tao está lejos y está cerca, está ahí, a tu derecha y a tu izquierda, lector. Lo vemos, pero nunca lo suficiente; lo oímos, pero no del todo; nos servimos de él, pero nunca lo agotamos, dice el poema 35. El Tao es abstracto y es concreto, por lo tanto no hay mejor modo de hablar de él que con conceptos que la mente reflexiva pueda concebir y con imágenes que la mente sensitiva pueda percibir, es decir, con poemas. Imágenes bifrontes, conceptos palpables.
