Teatro de Clara Gazul - Prosper Mérimée - E-Book

Teatro de Clara Gazul E-Book

Prosper Mérimée

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Beschreibung

La quimérica actriz y comediógrafa granadina Clara Gazul se dio a conocer en París, en 1825; veinte años antes que la cigarrera sevillana Carmen. Pero, así como esta última nacería primordialmente de los viajes y experiencias personales de Prosper Mérimée, la comedianta Clara Gazul había sido producto exclusivo de las lecturas y la imaginación de su autor. Las piezas que componen el "Teatro de Clara Gazul" son, en ocasiones, desenfrenados manifiestos liberales e incluso antifranceses. En todo caso, anticlericales. La rebeldía ideológica y formal ¿el humor negro¿ del teatro del joven Mérimée constituye hasta cierto punto un anticipo del esperpento valleinclanesco.

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Veröffentlichungsjahr: 2013

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Prosper Mérimée

Teatro de Clara Gazul

Edición de Santiago R. Santerbás

Traducción de Santiago R. Santerbás

Contenido

Introducción

Esta edición

Bibliografía

Teatro de Clara Gazul

Noticia sobre Clara Gazul

Los españoles en Dinamarca

Una mujer es un diablo o la tentación de San Antonio

El amor africano

Inés Mendo o el prejuicio vencido

Inés Mendo o el triunfo del prejuicio

El cielo y el infierno

La ocasión

La carroza del Santo Sacramento

Créditos

Introducción

Mérimée pintado por él mismo

Invención teatral de España

No sería el primero, ni el único. Más de un escritor había confesado que, si redactó y publicó algún libro cuya trama se desarrollaba en un país o territorio donde nunca había puesto los pies, fue con el propósito de ganar un dinero que le permitiese viajar a esos lugares y comprobar si la realidad se ajustaba, o no, a sus descripciones. En la mayoría de estos casos, el escritor, impulsado por una excesiva confianza en su imaginación y por el deseo de ofrecer al lector productos más o menos exóticos, solía adoptar como escenario de su obra algún país que, aun siendo geográficamente cercano al suyo, poseyera unas costumbres y unas pautas de vida radicalmente distintas de las propias. Obrando así, el escritor corría un cierto riesgo; y ese riesgo era aún mayor en tiempos carentes de medios de comunicación tan eficaces como los actuales. En contrapartida, se incrementaba la posible satisfacción de descubrir posteriormente que el escenario real guardaba sensibles semejanzas con el imaginario o presentido. Ahora bien, en este caso concreto, lo que podríamos o deberíamos preguntarnos es cómo y por qué, a comienzos del siglo XIX, un joven francés perteneciente a una familia de clase media, culta, liberal, irreligiosa y anglófila, sintió la tentación de «inventar» España antes de conocerla.

Prosper Mérimée nace el 28 de septiembre de 1803 —año anterior al de la autocoronación imperial de Napoleón— en París, en el Carré-Sainte-Geneviève, actual número 7 de la plaza del Panteón: o sea, en el corazón histórico del Barrio Latino. Su padre, Jean-François-Léonor Mérimée, es pintor, profesor de dibujo en la prestigiosa Escuela Politécnica y autor de varios tratados sobre técnicas pictóricas. Su madre, Anne-Louise Moreau, es retratista y enseña dibujo en una institución docente familiar. A su bisabuela materna, Marie-Pauline Leprince de Beaumont, se la tenía por autora de un relato famoso, La Belle et la Bête [La Bella y la Bestia], si bien parece que solo fue su adaptadora. Hijo único, probablemente no bautizado, Prosper recibe una educación laica, transigente y, hasta cierto punto, apolítica. Aunque no abundan los datos llamativos sobre su infancia, se sabe que nunca le agradó su propio nombre: «La dificultad de escoger un nombre para un niño es tan grande —confesará años más tarde a su amigo François-Xavier Michel— que ha contribuido en parte a hacerme guardar el celibato; después de haber criado unos ciento cincuenta gatos, no he puesto nombre a ninguno»1.

En 1812, Prosper ingresa en el séptimo curso del Liceo Imperial Napoleón —hoy, Liceo Henri IV—, próximo a su domicilio. Alumno mediocre en Matemáticas y aventajado en Latín y Griego, domina precozmente el inglés, no por las enseñanzas impartidas en el Liceo, sino por tratarse de un idioma hablado normalmente en el seno de su familia. Su padre hace frecuentes viajes a Londres por motivos profesionales, y en 1825 llevará por primera vez consigo a Prosper, quien desde entonces añadirá a su anglofilia lingüística y temperamental la costumbre de vestir siguiendo las modas británicas recientemente impuestas por George Brummel, el dandi caído en desgracia y refugiado en Calais.

A partir de las amistades entabladas en el liceo, Mérimée irá relacionándose con personas que han de influir decisivamente en su vida. Citemos en primer lugar a su condiscípulo Jean-Jacques Ampère, hijo del creador de la ciencia electromecánica, junto al cual nuestro autor emprenderá, en 1819, una traducción —perdida— de los poemas del apócrifo bardo Ossian2: tal vez sea este el primer contacto de Prosper Mérimée con la suplantación como procedimiento creativo.

Aún perduran, en el período de la restauración borbónica, los salones literarios habitualmente patrocinados por ilustres damas y frecuentados por intelectuales y artistas. Jean-Jacques Ampère, adorador sin esperanzas de madame Récamier3, veintitantos años mayor que él, lleva a su compañero Mérimée al salón de la Abbaye aux Bois en el que la antigua beldad inmortalizada por el pincel de David acoge a la nobleza realista y a la juventud liberal. Allí es posible encontrar, en paz y armonía aparentes, al poeta Lamartine, al pintor Delacroix, al ensayista y crítico literario Sainte-Beuve, al tratadista político Alexis de Tocqueville y, como figura destacada, a René de Chateaubriand, que goza de la predilección sentimental de la anfitriona. Mérimée se mueve también por otros salones. En uno de ellos, presidido por un extraño personaje llamado Joseph Lingay —profesor de Gramática, funcionario, periodista político y redactor de discursos ministeriales—, conocerá en 1822 a un individuo de aspecto vulgar que ha regresado de Italia tras haber seguido a los ejércitos napoleónicos como oficial de intendencia y que, a la hora de presentarse públicamente como escritor, ha trocado su nombre, Henri Beyle, por el seudónimo Stendhal4. Veinte años mayor que Mérimée, Stendhal lo describirá inicialmente como «un pobre joven con levita gris y muy feo, con su nariz respingona [...], ojos pequeños y sin expresión [...] y aire maligno». Suavizará después su juicio, declarando: «No estoy seguro de su corazón, pero estoy seguro de su talento»5. Poco a poco, pese a la diferencia de edad y los mutuos recelos preliminares, llegarán a congeniar e incluso a ser amigos íntimos. Uno y otro tienen en común, no solo su apariencia burguesa y convencional —ambos llevan el pelo corto y el rostro afeitado y visten con una sobriedad ajena a los excesos indumentarios de los jóvenes románticos—, sino también su espíritu crítico, su ironía, su aguda y burlona capacidad de observación.

Liberado del servicio militar por su débil constitución física, Mérimée renuncia, aunque se siente atraído por ella, a estudiar la carrera de Medicina. Los motivos de esa renuncia son simples y evidentes: «Es una lástima —escribirá al cabo de muchos años— que no haya podido soportar jamás el espectáculo de la charcutería por el que es preciso iniciar el estudio de la Medicina»6. Considerando la posibilidad de ser diplomático, ingresa en 1819 en la Facultad de Derecho; recibirá en 1823 el título de licenciado.

Sus padres, habituados al trato de artistas e intelectuales, no se oponen a su vocación de escritor. Siguiendo los nuevos principios del Romanticismo, que decretan la abolición de las tres unidades esenciales —acción, tiempo, lugar— del teatro clásico francés, compone en 1822 la tragedia en verso Cromwell; nada queda de ella, excepto algún vago recuerdo de su lectura ante un grupo de amigos y una confesión tardía del propio autor: «No encuentro más que absurdo, falsedad y ridiculez en mi sublime tragedia». Ocasionalmente aludirá a un drama que, en 1823, había empezado a pergeñar en colaboración con Henri Beyle; el proyecto debió de malograrse, pues nada más sabemos de él. Podrían mencionarse algunos breves textos primerizos, publicados póstumamente con carácter de meras curiosidades. Pero, en sentido estricto, hasta 1824 Mérimée será un autor inédito.

Si la redacción de Cromwell pudo obedecer hasta cierto punto a la anglomanía reinante en la familia Mérimée, es difícil en cambio precisar cuándo y cómo adquirió el joven escritor una viva afición a la literatura española y un apreciable dominio de la lengua castellana. A raíz de la fracasada intervención napoleónica en España, la historia y las costumbres españolas despiertan gran interés en amplios sectores de la sociedad francesa. Las damas parisienses adoptan con fervor la moda de la mantilla. En los teatros de variedades se cantan desde 1815 las rapsodias Les Deux Héros de Grenade y L’Aventurier espagnol, de Mélésville7. Los poemas del Romancero castellano se hacen asequibles gracias al hispanista Abel Hugo, hermano del celebérrimo Victor8, que en 1822 publica traducciones de romances históricos, entre ellos los protagonizados por el famoso Moro Gazul. Al año siguiente aparece en las librerías una especie de almanaque titulado Mes réminiscences de l’Espagne, firmado por un tal «Petit Diable Boiteux de la Vieille Castille» [Diablillo cojuelo de la vieja Castilla]. Y en marzo de 1825, contemporáneo del nacimiento del Théâtre de Clara Gazul, tiene lugar el tumultuoso estreno de Le Cid d’Andalousie, de Lebrun9. Mérimée no es ajeno a estos hechos, ni descuida la apasionada lectura del Gil Blas, de Lesage, el Quijote —título que pervivirá en la última de sus piezas teatrales10—, la Histoire du Théâtre espagnol, de Bouterwek, y las obras de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca11.

El bautismo de Mérimée con tinta de imprenta se produce muy discretamente el 13 de noviembre de 1824, publicando en el diario Le Globe el primero de cuatro artículos sobre el teatro español. A esta primera colaboración periodística, dedicada al actor Isidoro Máiquez, seguirán tres más los días 16, 23 y 25 de noviembre, de nuevo sobre Máiquez y el comediógrafo Nicasio Álvarez Cienfuegos, el escritor Luciano Francisco Comella y, finalmente, Leandro Fernández de Moratín: todos ellos, afrancesados y de talante liberal. Aunque dos de estos artículos carecen de firma y los otros dos solo llevan al pie la letra M, es incuestionable la autoría de Mérimée; él mismo nunca la negará. Son, como puede advertir quien los lea, pequeños ensayos propios, no de un simple aficionado a descubrir curiosidades folklóricas, sino de un serio estudioso de los temas tratados.

El Teatro de Clara Gazul verá la luz —más bien, será oído— el 14 de marzo de 1825 en el estudio-biblioteca del pintor, crítico literario y periodista Étienne Delécluze, situado en el quinto piso del número 1 de la rue Chabannais, edificio cuya propiedad comparte con su cuñado, Emmanuel Viollet-le-Duc, padre de Eugène, arquitecto y futuro colaborador de Mérimée en la conservación y restauración de monumentos históricos. El grenier [granero/desván] de Delécluze acoge regularmente todos los Domingos a personajes conocidos en su mayoría del joven Prosper: Jean-Jacques Ampère, el periodista Paul-Louis Courier, SainteBeuve, el exalumno del Henri IV y ahora editor Auguste Sautelet, el imprescindible Henri Beyle... Quizás hayan sido sus antiguos condiscípulos Ampère y Sautelet y su ya entrañable Stendhal quienes han introducido a Prosper en tan restrictivo cenáculo. Las conversaciones que allí se mantienen sobre literatura, arte y política no están sometidas a ninguna clase de control y rebasan con frecuencia los límites de la legalidad vigente; de hecho, todos los contertulios manifiestan una clara oposición al régimen borbónico impuesto tras la caída de Bonaparte, lo que no deja de inquietar al hospitalario anfitrión.

No es improbable que Mérimée, antes de presentar el Teatro de Clara Gazul en el estudio de Delécluze, haya dado a conocer algunos fragmentos en el salón de su cuñado, Emmanuel Viollet-le-Duc, en el primer piso del mismo inmueble, donde es también posible que leyera escenas del desaparecido Cromwell. Lo cierto es que el domingo 13 de marzo de 1825 Étienne Delécluze anota en su Diario12: «Prosper Mérimée, el hijo del pintor, ha venido hoy a mi casa por primera vez. Debe volver mañana por la noche para leerme una obra dramática hecha según los principios llamados comúnmente románticos». Y el lunes 14 de marzo precisa:

Después de cenar, Sautelet y Ampère han llegado a mi casa con Mérimée, quien al instante ha comenzado la lectura de su pieza en cinco actos y en prosa titulada Los españoles en Dinamarca. [...] Después de esta pieza, nos ha leído otra pequeña (un acto). Es una escena en los locales de la Inquisición.

Las obras complacen al reducido grupo de oyentes; pero la voz opaca y monótona del autor las priva de su viveza: Mérimée nunca será un orador brillante. Así, pues, se efectúa un plausible cambio de lector. El 27 de marzo sigue anotando Delécluze:

Ampère lee Los españoles en la isla de Fionia y El paraíso y el infierno, pieza muy irreverente, muy ingeniosa, donde las costumbres y los caracteres españoles están bien desarrollados. Al final, otra piececita cuyo tema es moruno-español. Es de lo mejor que he oído de Mérimée13.

Prosiguen las lecturas. El 3 de abril, Mérimée relee una versión corregida de El cielo y el infierno. Traslado de escenario: el 29 de mayo, en la residencia veraniega de la madre de Étienne Delécluze, en Valenton (valle del Marne), se dan a conocer Inés Mendo o el prejuicio vencido e Inés Mendo o el triunfo del prejuicio. Días antes, Le Globe ha publicado una breve nota:

Se habla mucho en los salones y en el mundo literario de una colección de comedias que ha de aparecer la próxima semana en la librería de Sautelet, plaza de la Bolsa, bajo el título Teatro de Clara Gazul, comedianta española: es decir, la obra de una actriz que muy poca gente ha visto en los teatros de Madrid, y cuyo desconocido traductor bien pudiera ser el verdadero autor.14.

Presentíamos —desde su perdida traducción adolescente de los poemas del bardo Ossian— la proclividad de Mérimée a las mixtificaciones literarias. Pero no podemos fijar con exactitud el momento en que decidió adjudicar la autoría de sus piezas teatrales a la apócrifa Clara Gazul. Ahora bien, parece indudable que la imaginaria actriz rondaba ya la mente de su creador antes de que este pusiera punto final a Los españoles en Dinamarca. Deseando obtener de Joseph Lingay, hombre generalmente bien informado, ciertos detalles relativos al Marqués de La Romana —personaje esencial de la obra—, el 21 de septiembre de 1823 le escribe: «Es Clara Gazul quien le hace dicha petición»15.

El 12 de abril de 1825, cuando el libro está ya en prensa, Delécluze recibe una visita del escritor:

Esta mañana, Mérimée ha venido a verme, y he hecho, tomándolo como modelo, el retrato de Clara Gazul, actriz española bajo cuyo nombre quiere publicar su libro. Esta pequeña superchería ha salido bastante bien, y ahora el personaje de Clara Gazul ha adquirido una realidad que reforzará la noticia sobre su vida y el prefacio donde se debe hablar de ella16.

El curioso retrato muestra al joven Mérimée travestido de española, con peluca, mantilla y una cruz colgando del cuello. Desgraciadamente, la litografía obtenida del dibujo por el grabador Ary Scheffer dará una impresión mediocre y será suprimida en ediciones posteriores.

Por fin el libro aparece el 27 de mayo de 1825 en el establecimiento de Sautelet, su editor. Consta de seis obras: Los españoles en Dinamarca, Una mujer es un diablo o la tentación de San Antonio, El amor africano, Inés Mendo o el prejuicio vencido, Inés Mendo o el triunfo del prejuicio y El cielo y el infierno. Los ejemplares ofrecen una ingeniosa reproducción del dibujo de Delécluze: en una hoja se ve un retrato de Mérimée con su atuendo normal y el contorno del rostro troquelado y, en la siguiente, aprovechando el hueco de la silueta del troquel, disfrazado de española (véase ilustración en pág. 46)17. Las piezas van precedidas de una Noticia sobre Clara Gazul suscrita por Joseph L’Estrange, otro seudónimo de Mérimée, que podría traducirse como «José el Extraño» o «Extranjero». Para reforzar la superchería, el libro se declara perteneciente a una supuesta Collection des théâtres étrangers que recuerda unas ediciones similares del librero Ladvocat, iniciadas en 1821 con una selección de obras de Lope de Vega.

El libro no obtiene un éxito clamoroso ni alcanza un elevado nivel de ventas, pero proporciona cierta notoriedad a su joven autor. Como era previsible, Stendhal le prodiga cálidos encomios en uno de los artículos que, por esa época, publica regularmente en la prensa británica: «Cada una de las piezas contenidas en este pequeño volumen merece el inmenso elogio —que ningún otro escritor, desde Beaumarchais, ha merecido— de ser completamente original y de ningún modo calcada de las obras de otro autor»18.

Parece aconsejable hacer un breve inciso. El fervor de Mérimée por la mixtificación literaria se ve de nuevo confirmado en agosto de 1827 con la publicación de La Guzla, subtitulada Choix de poésies illyriques recueillies dans la Dalmatie, la Croatie et l’Herzégovine [Selección de poesías ilíricas recogidas en Dalmacia, Croacia y Herzegovina]. Las supuestas baladas ilirias habrían sido compuestas, según Mérimée, su sedicente traductor, por un tal Hyacinthe Maglanovich, cantor popular que las interpretaría acompañándose con su guzla. El lector puede tranquilizarse: no se trata de un artefacto imaginario, sino de un «instrumento de música de una sola cuerda de crin, a modo de rabel, con el cual los ilirios acompañan sus cantos» (Diccionario de la Real Academia Española, en adelante DRAE). Curiosamente será Goethe quien, habiendo recibido un ejemplar del poemario dedicado por el «autor del teatro de Clara Gazul», comente, divertido, con su fiel Eckerman la superchería de Mérimée y descubra que Gazul y guzla son anagramas. Algunos biógrafos han llegado a sospechar la existencia de cierta complicidad entre Mérimée y Jean-Jacques Ampère, deseosos ambos de conocer Europa central y carentes de medios para cumplir sus deseos: «Contemos nuestro viaje, habría dicho Mérimée a su cómplice, imprimamos el relato y, con la suma que nos proporcione esa publicación, iremos a ver si el país se parece a nuestras descripciones»19. Se ha mencionado dicha hipótesis al comienzo de esta introducción.

En 1828, Mérimée publica dos piezas teatrales independientes del ciclo de Clara Gazul: La Jacquerie20 y La famille de Carvajal. Al año siguiente, la ilusoria actriz y comediógrafa española aumenta su producción: el 14 de junio, en la Revue de Paris, da a conocer Le Carrosse du Saint-Sacrement, y el 29 de noviembre, en la misma revista, L’Occasion. Estas dos obras integrarán, junto a las seis publicadas en 1825, la segunda y definitiva edición del Teatro de Clara Gazul.

Y ahora, en una especie de juego donde se cruzan al azar los destinos de los jugadores, se produce una coincidencia que será sustancial en la vida de Mérimée. Al tiempo que el impresor Hippolyte Fournier prepara la segunda edición del Théâtre de Clara Gazul, que saldrá a la luz en septiembre de 1830, el joven Prosper, intentando quizás olvidar un amor imposible, abandona París el 27 de junio y, guiado por los designios de la providencia, se encamina hacia España.

Hagamos una pausa: mientras el enamorado sin esperanzas se dispone a cruzar la frontera, permitámonos echar un vistazo a la vida y a las obras de Clara Gazul.

Clara Gazul y sus obras

Para pergeñar este breve apartado biográfico —o seudobiográfico—, no tenemos más remedio que dar crédito a una ficción previa. Porque es el apócrifo Joseph L’Estrange quien nos proporciona la única información existente sobre la vida y milagros de la imaginaria Clara Gazul. Nacida en 1799, «bajo un naranjo, no lejos de Motril, en el reino de Granada»21, se declara remota descendiente del famoso Moro Gazul, personaje conspicuo del romancero castellano. Su madre, gitana echadora de buenaventuras, la abandona al cumplir los cinco años y la deja como pupila de un canónigo granadino, el licenciado Gil Vargas de Castañeda, a quien ella se ve obligada a saludar como tío y en quien el malicioso lector huele rastros de paternidad. Convertido en jefe de una partida durante la guerra de la Independencia, Gil Vargas es capturado y ejecutado por los franceses, y la niña cae bajo la tutela de otro pariente clerical, fray Roque Medrano, miembro de la Inquisición y enemigo feroz de lecturas profanas, coqueterías y frivolidades. Clara es encerrada en un convento del que logrará escapar, vive algunas aventuras galantes y, al cabo de unos pocos años, debuta como actriz en un teatro gaditano y se dedica a escribir comedias. Al término de la guerra, en 1814, Fernando VII regresa a España y decreta la abolición de la moderada Constitución que las Cortes habían aprobado dos años antes en Cádiz. El régimen absolutista perdura hasta que, en 1820, se producen los alzamientos del coronel Quiroga y el comandante Rafael de Riego, que proclaman la vigencia de la Constitución abolida por el rey. Sabemos por Joseph L’Estrange que Clara Gazul es franca partidaria de los liberales y que sus primeras obras salen a la luz en 1822, durante el llamado trienio constitucional. La nueva invasión francesa —los «Cien Mil hijos de San Luis» bajo el mando del duque de Angulema—, promovida por Luis XVIII y aprobada por la Santa Alianza, hace recobrar el poder absoluto al monarca español. Riego es vilmente ahorcado en la plaza de la Cebada de Madrid, y el gobierno adopta duras medidas represivas contra masones y liberales. Aunque es mujer de ideas progresistas, Clara Gazul no es una heroína como su contemporánea y paisana Mariana Pineda, que será ejecutada en 1831 por haber bordado la «bandera de la libertad». Así que se limita a recoger apresuradamente sus papeles, huir a Inglaterra, revisar la traducción al inglés de sus obras teatrales —que la iglesia española ha condenado a engrosar el Índice de libros prohibidos— y regalar un ejemplar de las mismas a su viejo amigo Joseph L’Estrange. A partir de aquí nada más sabremos de la actriz y escritora. ¿Regresará, tras la muerte del infame Fernando VII, a su Granada natal? ¿Seguirá viviendo en Inglaterra? ¿Habrá compuesto nuevas comedias? Clara Gazul solo pervivirá para nosotros en un mundo de hipótesis.

No fue debido al azar que Prosper Mérimée eligiese como firmante de su patraña literaria a una mujer progresista. Cuando las tropas del duque de Angulema penetran en España el 7 de abril de 1823, la mayoría de los escritores e intelectuales franceses —con la significativa excepción de Chateaubriand, ministro por entonces de Luis XVIII— muestra una evidente repulsa hacia la intervención armada. Aun no siendo hombre de intensas convicciones políticas, Mérimée comparte sin reservas la actitud de sus colegas. Y la transmite a su heterónima española. Hija natural de canónigo y gitana —progenie explosiva donde las haya—, Clara Gazul es activa partidaria de la libertad frente al oscurantismo, del progreso frente a la reacción.

En ese fervoroso amor a la libertad hallaremos la razón que impulsa a Mérimée —o, si se prefiere, a Clara Gazul— a escribir Los españoles en Dinamarca, primera de las obras que da a conocer en el estudio de Étienne Delécluze y que, como tal, encabeza los ocho títulos incluidos en este volumen. Algunos lectores primerizos la tildarán de francófoba y antipatriótica. A decir verdad, los personajes franceses que aparecen en escena ofrecen escasos atractivos: madame de Tourville es una oportunista sin escrúpulos —si bien su hija cambia literalmente de chaqueta a última hora—; el teniente Leblanc es un frío y sinuoso intrigante; y el residente o auditor imperial en la isla de Fionia, un sibarita ridículo y cobarde. Por el contrario, el oficial inglés Wallis observa una conducta heroica en sus breves intervenciones; y los españoles, el Marqués de La Romana y su ayudante, Juan Díaz Porlier, son —como lo fueron en realidad— valerosos militares profesionales que, al saber que ha estallado la guerra de la Independencia, abandonan al mariscal Bernadotte, a cuyas órdenes estaban, y tras diversas peripecias vuelven a su país para luchar contra Bonaparte. La aventura de La Romana y sus hombres, tal como se describe en esta amable comedia, es un críptico homenaje a los liberales españoles enfrentados desesperadamente a los Cien Mil Hijos de San Luis. La evolución de la historia ha invertido ciertos valores ideológicos: el triunfo del ejército francés no supondría ahora, en 1823, la victoria del pensamiento ilustrado sobre el clericalismo reaccionario —como pudo considerarse la invasión napoleónica por más de un historiador razonable—, sino todo lo contrario.

Los españoles en Dinamarca se basa en hechos rigurosamente históricos. Para escribir esta primera comedia, Mérimée, que en ninguna de sus múltiples actividades dejaría de recurrir a la ayuda de la erudición, procura informarse con la mayor exactitud posible de los sucesos acaecidos en 1808 y relacionados con la trama argumental de la obra22; esa veracidad se extiende incluso a la caracterización de los personajes, hasta el punto de que algunos de estos pudieran parecer, a los ojos de sus contemporáneos, agresivas caricaturas de individuos más o menos conocidos de la sociedad francesa. Siguiendo los consejos de Stendhal, el joven autor renuncia a las tres unidades del teatro clásico y al artificioso empleo de la forma versificada. En cambio, a ejemplo de los antiguos dramaturgos españoles, no divide la obra en actos, sino en jornadas.

La pieza nunca fue representada en vida de Mérimée. Sin embargo, en 1829, dos imitaciones subieron con relativo éxito a los escenarios de París: La Bohémienne ou l’Amérique en 1775, de Scribe y Mélesville, fue estrenada en el Théâtre de Madame, y L’Espionne, épisode de 1808, de Dartois y Dupeuty, con música de Adam, en el Théâtre du Vaudeville; en esta segunda parodia, los españoles que se encontraban en la isla de Fionia eran rescatados... ¡por barcos norteamericanos! La Comédie-Française presentó por vez primera Los españoles en Dinamarca en mayo de 1948; no habían cicatrizado aún totalmente las heridas de la ocupación alemana y la Segunda Guerra Mundial, y los espectadores y un cierto sector de la crítica tuvieron a la comedia por antifrancesa.

Ambientada en la sede del tribunal de la Inquisición de Granada durante la guerra de Sucesión española (1701-1714) y protagonizada por tres inquisidores y una hermosa muchacha acusada de brujería, Una mujer es un diablo o la tentación de San Antonio podría disputar a Los españoles en Dinamarca el honor de haber sido la primera pieza teatral compuesta por Mérimée y conservada para la posteridad; como sabemos, ambas integraron, el 14 de marzo de 1825, la sesión inaugural de lecturas en el estudio de Delécluze. Sabemos asimismo, por la noticia de Joseph L’Estrange, que fue esta pequeña obra la que dio inicio a la reputación literaria de Clara Gazul. Siguiendo su costumbre, Mérimée se había documentado cumplidamente sobre el Santo Oficio23. Esa abundancia informativa puede explicar que, junto a El cielo y el infierno, Una mujer es un diablo sea tal vez la comedia más anticlerical de su autor. O autora. A la postre, la civilizada educación laica recibida en su hogar por el futuro escritor parisiense y la santurrona e intransigente crueldad de que es víctima en su adolescencia la imaginaria actriz y comediógrafa andaluza determinan que, partiendo de muy distintos orígenes sociales y recorriendo caminos vitales muy diferentes, uno y otra lleguen a hacer suyo el apremiante lema de Voltaire: Écrasez l’infâme!24. Volviendo de nuevo a los datos suministrados por Joseph L’Estrange, observamos que Clara Gazul tenía escrita y se proponía representar la segunda parte de Una mujer es un diablo; pero su confesor —pues, aunque parezca increíble, la comedianta disponía de confesor particular— la había obligado a quemar el manuscrito.

Una mujer es un diablo tampoco subió a un escenario mientras vivió Mérimée. La primera representación tuvo lugar el 30 de abril de 1898 en el Théâtre de l’Odéon de París; debido a la brevedad de la obra, formó parte del habitual programa misceláneo de un samedi popular. En 1922 fue nuevamente llevada a la escena del Théâtre de l’Atelier por Charles Dullin, realizador que siempre mostraría especial predilección por el teatro de Mérimée.

Más breve aún es El amor africano, comedia —«o, si queréis, tragedia, como se dice ahora»25— ambientada en la Córdoba califal, que presenta la historia de dos viejos amigos enfrentados por su amor a una esclava. El episodio ofrece toda clase de actitudes y reacciones desenfrenadas y melodramáticas, supuestamente atribuibles a unos musulmanes del Ándalus medieval y derivadas en gran medida de la lectura de diversos textos románticos y, cómo no, de Las mil y una noches, traducidas parcial y caprichosamente al francés por Antoine Galland a comienzos del siglo XVIII.

Tras su lectura por Jean-Jacques Ampère, el 27 de marzo de 1825, en el estudio de Delécluze, El amor africano fue —acaso por los méritos histriónicos del lector— la pieza del Teatro de Clara Gazul que provocó mayor entusiasmo en sus oyentes. Ese fervor inicial vería su continuación en los elogiosos comentarios dedicados al texto impreso. Y sin duda haría posible que fuese la obra de Mérimée que llegó en primer lugar a las tablas. El 11 de julio de 1827, en el Théâtre des Nouveautés, fue representada en un intermedio de Les Proverbes au château ou les Plaisirs de la campagne [Los proverbios en el castillo o los placeres del campo], vodevil de Edmond Rochefort y Paul Duport, dos autores hoy olvidados; la pieza se les antojó a los espectadores demasiado violenta y precipitada. En 1875, la Opéra-Comique estrenó una versión libre en tres actos con música de Paladhile. Posteriormente, Georges Pitoeff montó la obra de Mérimée en Ginebra el 20 de abril de 1918, y la repuso el 12 de mayo de 1926 en el Théâtre des Arts, de París.

Inés Mendo o el prejuicio vencido —«extraña comedia», en palabras de Joseph L’Estrange— y su inmediata secuela, Inés Mendo o el triunfo del prejuicio, constituyen, según diversos comentaristas, desarrollos teatrales o, si se quiere, glosas escenificadas de un pasaje del Quijote en el que Sancho Panza y Teresa, su mujer, dialogan sobre el posible casamiento de su hija y los riesgos inherentes a los matrimonios entre personas de distinta clase social; mientras Teresa se muestra partidaria de las bodas entre gentes de igual condición, Sancho aspira a casar a su hija «tan altamente que no la alcancen sino con llamarla señora»26. Así pues, recreando libre y analógicamente la controversia cervantina, ambas piezas nos presentan como protagonistas a la bella y virtuosa campesina Inés Mendo, hija del verdugo Juan Mendo —que a duras penas mantiene oculto su vergonzoso oficio—, y a su enamorado, y luego cónyuge, Esteban de Mendoza, joven y rico aristócrata. Si la primera parte de la historia es, a fin de cuentas, un simple melodrama en el que se descubren, según confesión del propio autor, algunos «defectos ordinarios» de los antiguos dramaturgos españoles, y cuyo desenlace mezcla una sanguinaria automutilación con un regio y apoteósico final feliz, la segunda parte emplea como ineludible telón de fondo la sublevación que, en 1640, libró a Portugal del dominio español y llevó al trono a Juan de Braganza, y, al socaire de estos hechos, introduce un nuevo personaje, la duquesa Serafina de Montalbán, que desequilibra las hasta entonces armoniosas relaciones de Inés Mendo con su marido. La acción, que en Inés Mendo o el prejuicio vencido se desarrolla en la imaginaria localidad gallega de Monclar, en su continuación se mueve por diversos lugares de Extremadura y Portugal para concluir, mediante el acostumbrado y letal acabose, en un convento de ursulinas de Badajoz. En definitiva, admitiendo su plausible génesis quijotesca, Inés Mendo o el prejuicio vencido daría la razón a las ideas expresadas por Sancho Panza, mientras que Inés Mendo o el triunfo del prejuicio confirmaría los recelos de su mujer.¿Qué opinarían al respecto Prosper Mérimée y Clara Gazul? Parece obligado conjeturar su pesimismo.

Las críticas emitidas tras la publicación del Teatro de Clara Gazul no fueron muy favorables a Inés Mendo. El propio Jean-Jacques Ampère, amigo íntimo de Mérimée y colaborador en la lectura de sus obras, escribiría:

La primera parte es lo más flojo del libro: lo que tiene de notable es que el autor parece haberse propuesto reproducir allí, con más exactitud que en ninguna otra parte, el ritmo rápido, ingenuo y brusco de las antiguas comedias españolas27.

Las piezas tampoco fueron representadas en vida de Mérimée. El editor Calmann-Lévy publicó en 1897 un libreto de Inés Mendo, ópera en tres actos y cuatro cuadros de Pierre Decourcelle y Armand Liora con música de Frédéric Regnal. Las dos obras subieron conjuntamente en 1940 al escenario del Théâtre Charles-de-Rochefort, bajo la dirección de Jan Doat.

La acción de El cielo y el infierno tiene lugar en Valencia, en época indeterminada pero, obviamente, sometida a las facultades jurisdiccionales de la Inquisición28. No deja de ser una especie de galante presagio que Mérimée, dedicado a presentir o «inventar» España sin conocerla, sitúe esta obra en una ciudad que no visitará hasta el otoño de 1830 y cuyos méritos y atractivos sabrá apreciar y divulgará en dos cartas publicadas posteriormente en la Revue de Paris29. Los tres personajes de la pieza —la apasionada y celosa doña Urraca, el seductor y descreído don Pablo y el maquiavélico inquisidor fray Bartolomé— componen un triángulo dominado por la sensualidad, la hipocresía religiosa y el egoísmo. Se han querido ver antecedentes de esta comedia en La Mojigata, de Leandro Fernández de Moratín, que el joven Mérimée había comentado en un artículo sobre el teatro contemporáneo español30, y en su previo modelo francés, el Tartuffe, de Molière.En cualquier caso, tal como se indicó anteriormente, El cielo y el infierno comparte con Una mujer es un diablo el arriesgado mérito de ser la obra más anticlerical de Clara Gazul.

Esta pieza fue representada por vez primera el 19 de noviembre de 1940 en el Petit Théâtre de París, dirigida por el siempre entusiasta Charles Dullin. En noviembre de 1969, Pierre Cardinal llevaría a cabo una divertida e irreverente adaptación televisiva.

La ocasión, publicada en la Revue de Paris el 29 de noviembre de 1829 e incluida un año después en la segunda edición del Teatro de Clara Gazul, traslada al lector-espectador a la isla de Cuba, una de las últimas colonias ultramarinas españolas. El escenario representa el jardín de un internado femenino de La Habana, regido por monjas. Y el previsible y desequilibrado triángulo amoroso lo forman el capellán o director espiritual del colegio, fray Eugenio —inmoral y ladino, como todos los personajes tonsurados por la pluma de Mérimée—, y dos románticas adolescentes, María y Francisca, enamoradas del clérigo. A pesar de subtitularse, como sus predecesoras, «comedia», la obra tendrá un final espeluznante.

Rechazada o ignorada por los empresarios teatrales en vida de su autor, La ocasión fue estrenada en el Théâtre de l’Atelier el 1 de abril de 1922 bajo la dirección, cómo no, de Charles Dullin, que la repondría en octubre del mismo año y en febrero de 1924. La Comédie-Française la incluyó en su repertorio en noviembre de 1948, como complemento a la representación de Los españoles en Dinamarca; el rechazo del público a esta obra por su pretendido carácter antifrancés y a La ocasión por sus sonoras resonancias anticlericales solo pudo atenuarse gracias al talento de la actriz que interpretaba el papel de María: una juvenil y fascinadora Jeanne Moreau.

El Teatro de Clara Gazul termina su periplo en la América española. Publicada en la Revue de Paris el 14 de junio de 1829 —seis meses antes que La ocasión—, La carroza del Santo Sacramento ofrece un muestrario de situaciones y sucesos triviales acaecidos en Lima, capital del virreinato del Perú, a mediados del siglo XVIII. Los dos personajes principales existieron efectivamente: el virrey español Andrés de Ribera —nombre ficticio dado por Mérimée al auténtico Manuel de Amat y Junyent— y la actriz y cantante Camila Villegas —llamada en realidad Micaela—, hermosa mestiza apodada Perrichola. Calificada de «sainete», La carroza del Santo Sacramento es verdaderamente un sainete: una «pieza jocosa en un acto [...], de carácter popular», según define la Real Academia. Quizás Mérimée pretendió dar un remate gozoso e incruento, salpicado de suaves pullas anticlericales y anticolonialistas, a una serie de títulos que había iniciado su andadura con una comedia histórico-romántica y había proseguido su andadura con piezas tremebundas, dignas del aún nonato Grand-Guignol31.

No se sabe con certeza cuáles pudieron ser las fuentes documentales utilizadas por Mérimée para descubrir los hechos que dieron origen a su comedia32. Pero indudablemente, siguiendo su costumbre, hubo de consultar obras básicas sobre la historia y las tradiciones populares de Perú, país que, por aquel entonces, gozaba de actualidad tras haberse independizado de España como consecuencia de la batalla de Ayacucho (9 de diciembre de 1824). El travieso y astuto dominio que la Perrichola ejerce sobre el virrey español y sobre el obispo de Lima no deja de simbolizar el doble triunfo del mestizaje sobre el poder metropolitano y la jerarquía eclesiástica.

La actriz Augustine Brohan, aconsejada por Arsène Houssaye, administrador de la Comédie-Française, expresó en 1848 a Mérimée su deseo de interpretar el papel de la Perrichola. El escritor rehusó cortésmente la petición. Augustine Brohan insistió dos años más tarde; y logró su propósito. El 13 de mayo de 1850, La carroza del Santo Sacramento se estrenó en el Théâtre Français. El público la acogió con frialdad; y, según Houssaye, el propio Mérimée asistió de incógnito a la función y «silbó como todo el mundo»33. La obra sería repuesta y adaptada en diversas ocasiones. Fue memorable la reposición del 6 de marzo de 1920 en el Théâtre du Vieux-Colombier, con Jacques Copeau como virrey y director de escena, Valentine Tessier como Perrichola y Louis Jouvet como obispo. En 1947 pasó a integrar el repertorio de la Comédie-Française. Y la española María Casares la interpretaría en el escenario del Théâtre National Populaire. Citemos, para concluir, una notable adaptación: La Perichole, ópera bufa en tres actos con libreto de Meilhac y Halévy —los mismos libretistas de Carmen— y música de Offenbach, representada con gran éxito en 1868 en el Théâtre des Varietés34.

En 1952, el cineasta Jean Renoir realizó la película Le Carrosse d’Or [La carroza de oro], versión muy libre de la pieza de Mérimée en la que el personaje de Camila, interpretado por Ana Magnani, se veía convertido en miembro de una compañía italiana de commedia dell’arte en gira por América del Sur. Aunque la crítica la conceptuó de obra maestra y alabó especialmente el empleo del color, no agradó al público; probablemente la fogosa y expresiva Ana Magnani, aun siendo una gran actriz, no era la más adecuada para encarnar a la bella Perrichola.

Llegados a este punto, podemos dejar que caiga el telón sobre las ocho piezas de extensión y tonalidad muy dispares que Prosper Mérimée hizo escribir a Clara Gazul, la imaginaria comedianta española descubierta por el quimérico Joseph L’Estrange. En rigor, siete comedias y un sainete. Porque ninguna de las ocho es acreedora a la calificación de tragedia o drama, pese a los destinos quebrados, las fatalidades insolubles, las desgracias, las muertes violentas y los flujos de sangre que pueblan el escenario. Y son comedias, y no dramas o tragedias, porque en todas ellas subyace, más o menos palpable, la aguda y deliberada ironía de su autor. Mérimée sabía, siete décadas antes de la aparición del grand-guignol, que la desmesura escénica puede provocar horror y piedad —como pretendía la catarsis aristotélica y admitían a pies juntillas los teóricos del Romanticismo—, pero también una irreprimible tentación de caer en el regocijo y el sarcasmo. De lo espantoso a lo ridículo no hay más que un paso. No sería, pues, totalmente descabellado insinuar que, mediante la deformación premeditada y excesiva de hechos objetivamente dramáticos, Mérimée se anticipa a Valle-Inclán en la configuración del género teatral que éste denominaría «esperpento».

Mérimée no aspira en ningún caso a que el lector-espectador crea en la existencia real, en la factible viabilidad de lo que está leyendo o presenciando. El teatro es mentira, piadosa o brutal, pero al fin y al cabo mentira, fingimiento pactado de antemano. Asumiendo ese principio, los personajes del Teatro de Clara Gazul, al llegar el desenlace de cada obra, abandonan el tono interpretativo y, dirigiéndose tranquilamente al público —a veces incluso después de haber «resucitado»—, le ruegan que disculpe las faltas del autor. Esta fórmula convencional usada por los antiguos comediógrafos españoles es restaurada ahora por un joven escritor francés poseedor de una precoz erudición y un fino sentido del humor. Emancipándose del ideario romántico —al que, sin embargo, se halla oficialmente adscrito—, Mérimée establece una frontera dialéctica entre la escena y el espectador, entre la ficción teatral y la vida cotidiana. Un siglo y pico más tarde, Bertolt Brecht se atribuirá la invención del Verfremdungseffekt: efecto de alienación o distanciamiento similar en cierta medida al que aplica Mérimée sin definirlo, con la timidez propia del escritor novel. Porque el joven Prosper no se tiene por un maestro inventor de técnicas de comunicación literia, sino por un autor principiante inseguro de la calidad de sus obras hasta el punto de ofrecerlas encubiertas bajo un pintoresco seudónimo femenino. Lo único que ha inventado hasta entonces es una España atroz, tenebrosa y cruel, dominada por la clerigalla, los prejuicios sociales y los amores turbulentos: ese caldo de cultivo donde ha de proliferar la contagiosa bacteria conocida como «españolada».

Mérimée siente sin duda la necesidad de comprobar la verosimilitud de su invención. El deseo de olvidar un desengaño amoroso le ha llevado al sur de Francia. Y, naturalmente, cruza el Bidasoa.

Viajero, narrador, arqueólogo y cortesano

Prosper Mérimée viajará por España, como por todos los países y lugares que habrá de visitar infatigablemente a lo largo de su vida, con curiosidad y lucidez. Con calma incluso. En esta introducción, sin embargo, a partir de ahora se avivará el paso y se despachará con cierta premura el resto de los hechos que componen su biografía, no porque carezcan de importancia, sino porque, en rigor, estamos dedicando nuestra atención al comediógrafo o dramaturgo Mérimée, y, a partir de aquí, éste no volverá a escribir obras teatrales35. Ha descubierto —incitado tal vez, como tantos otros, por el éxito de Walter Scott— las posibilidades del género narrativo. Y en 1829 publica 1572. Chronique du temps de Charles IX [Crónica del tiempo de Carlos IX]. La novela no aparece firmada por Prosper Mérimée, sino por l’auteur du Théâtre de Clara Gazul; su nombre no figurará hasta la edición de 1842.

Mérimée no será testigo presencial de la revolución «gloriosa» que, a finales de julio de 1830, eleve a Luis Felipe de Orleans, el «rey burgués», al trono de Francia. Por esas fechas ha cruzado ya la frontera española. Pasa por Irún, Vitoria y Burgos, se detiene brevemente en Madrid y prosigue su viaje hacia Córdoba, Sevilla, Cádiz y Granada. De regreso a la capital, conoce casualmente en la diligencia a un insigne viajero: don Cipriano Guzmán Palafox y Portocarrero, conde de Teba, que también ha de ser, tras la muerte de su hermano mayor, conde de Montijo. Herido y lisiado por los proyectiles ingleses en la batalla de Trafalgar, el aristócrata, afrancesado y liberal, congenia inmediatamente con Mérimée y le invita a alojarse en su palacio madrileño; allí le presenta a su esposa, doña Manuela, y a sus dos hijas, Francisca (1825-1860), futura duquesa de Alba, y Eugenia (1826-1920), que, convertida por su matrimonio con Napoleón III en emperatriz de los franceses, será un personaje de importancia decisiva en la vida de nuestro autor. Por mediación de los Montijo, trabará una cordial amistad con el escritor Serafín Estébanez Calderón (1799-1867), quien le iniciará en los arcanos de la bohemia y la disipación madrileñas. Tendrá ocasión de comprobar que las realidades de España coinciden en parte con su invención teatral. A comienzos de diciembre de 1830, cuando regrese a Francia, a través de Valencia y Barcelona, ya se habrá publicado la segunda edición del Teatro de Clara Gazul.

Pero, como se ha indicado, Mérimée abandona para siempre la escritura teatral y, con el fervor característico de todo converso, se dedica a la narrativa. Además de 1572. Chronique du temps de Charles IX36, entre mayo de 1829 y junio de 1830 publica siete novelas cortas: Mateo Falcone, Vision de Charles XI, L’Enlèvement de la redoute [La toma del reducto], Tamango, Federigo, Le Vase Etrusque y La Partie de trictrac [La partida de chaquete]. Seguirá cultivando el género novelístico, aunque a un ritmo más pausado e irregular, a lo largo de su vida. De 1833 a 1845 publica varias obras de calidad desigual: La Double méprise [El doble error] (1833), Les Âmes du purgatoire [Las ánimas del purgatorio] (1834), La Vénus d’Ille (1837), Colomba (1840), Arsene Guillot (1844) y la que habrá de ser la más famosa y representativa de todas sus narraciones, Carmen (1845), inmortalizada treinta años después por la ópera de Bizet. Añadamos una breve novela epistolar, L’Abbé Aubain [El abate Aubain] (1846), un relato tardío y fantástico, Lokis (1869), y diversas traducciones de autores rusos, efectuadas en parte con la ayuda de Iván Turgéniev.

Sin llegar a provocar gran entusiasmo, los relatos y novelas de Mérimée gozan en general de favorable acogida por parte de los lectores. Algunos críticos, sin embargo, le acusan de falta de espontaneidad narrativa, de excesiva dependencia de los hechos históricos y los detalles eruditos37. Mérimée no es, en efecto, un narrador innato, visceral, como Dickens, Balzac o Dumas, sino un hombre culto, frío y escéptico que necesita apoyar sus narraciones en datos previos, verdaderos o falsos, lo que admite sin abochornarse y le lleva ocasionalmente a incurrir en cierta pedantería y a utilizar lo que algunos comentaristas califican peyorativamente de style sec: un estilo literario que, por su sequedad, conviene más a un burócrata que a un fabulador. Desde un punto de vista profesional, los críticos no andarán a la postre muy descaminados.

Prosper Mérimée inicia su carrera burocrática bajo los auspicios de personajes encumbrados por la monarquía burguesa de 1830. En febrero de 1831, su primer protector, el conde de Argout, ministro de Marina, le nombra secretario general de su departamento; y en marzo pasa, como jefe del gabinete de Argout, al ministerio de Comercio. En mayo, a pesar de su juventud, es nombrado caballero de la Legión de Honor. En 1832 es designado comisario especial para la ejecución de las medidas sanitarias contra la epidemia de cólera. En 1833, tomando como pretexto la herida recibida en el brazo a consecuencia de un duelo38, intentará ser declarado exento de servicio en la Guardia Nacional; su pretensión será desoída: una lesión causada en un lance de honor por un cónyuge ofendido y que no ha dejado secuelas de importancia no justifica la dispensa de unas tareas castrenses más testimoniales que efectivas. Será este el único trance de armas en el que participe Mérimée; pero no su única ni última aventura amorosa.Aunque no entremos en pormenores, haremos un breve inciso para mencionar algunos nombres que jalonaron su densa trayectoria sentimental. En primer lugar, Mélanie Double, cuyo amor frustrado le impulsará a viajar a España en 1830; Émilie Lacoste, esposa del duelista rival de nuestro autor; la misteriosa Jeanne-Françoise (Jenny) Dacquin, que publicará en 1873 las cartas que de él ha recibido; la actriz Céline Cayot, inspiradora de la novela Arsène Guillot; la conspicua George Sand, con la que vive una fugaz y desastrosa experiencia; Valentine Delessert, quizás el gran amor de su vida; la inglesa Fanny Lagden, apacible y generosa, que compartirá los años finales del escritor. Algunos maledicentes incluyen en esta nómina a la condesa Manuela de Montijo, viuda desde 1839; pero no deja de ser un chisme sin fundamento. En cualquier caso, es muy significativo que, al término de sus relaciones amorosas con una u otra mujer, Mérimée siga por lo general conservando la amistad de cada una de ellas e incluso manteniendo unas relaciones propias de un familiar u hombre de íntima confianza.

El 27 de mayo de 1834, Adolphe Thiers, ministro del Interior, firma una orden nombrando a Prosper Mérimée inspector general de monumentos históricos. Sustituye a Ludovic Vitet, amigo y antiguo frecuentador del salón de Delécluze, que ostentaba el cargo desde su creación en 1830 y que ha dimitido para dedicarse activamente a la política. Las obligaciones inherentes al nuevo empleo son éstas:

Recorrer sucesivamente todos los departamentos de Francia, cedrciorarse en cada lugar de la importancia histórica o del mérito artístico de los monumentos, recoger todas las informaciones relativas a la dispersión de los títulos u objetos accesorios que puedan aclarar el origen, los progresos o la destrucción de cada edificio, constatar su existencia en todos los depósitos, archivos, museos, bibliotecas o colecciones particulares, ponerse en contacto directo con las autoridades y las personas que se ocupan de las investigaciones relativas a la historia de cada localidad, ilustrar a los propietarios y poseedores sobre el interés de los edificios cuya conservación depende de sus cuidados, y estimularlos, en fin, orientando el celo de todos los consejos de departamentos y municipios, de manera que ningún monumento de mérito incontestable perezca a causa de ignorancia o precipitación, y sin que las autoridades competentes hayan intentado todos los esfuerzos convenientes para asegurar su preservación, y también de tal manera que la buena voluntad de las autoridades o de los particulares no se agote en objetos indignos de sus cuidados39.

La cita es larga; pero merece ser reproducida, pues describe con exactitud las actividades que Mérimée va a llevar a cabo durante un cuarto de siglo. Pocos días antes de recibir el nombramiento oficial escribe con su acostumbrada ironía al abogado inglés Sutton Sharpe, compañero de francachelas, quien, según confesión propia, derrocha en París el dinero que gana en Londres: «El cargo conviene mucho a mis gustos, a mi pereza, a mis ideas de viaje. Así que todo es lo mejor posible en el mejor de los mundos»40.

La primera expedición arqueológica se inicia el 31 de julio y le hace recorrer buena parte de Borgoña, Auvernia, Provenza, Languedoc y Rosellón; regresa a París el 14 de diciembre, y el 21 parte hacia la región del Loira. A lo largo de los años, los desplazamientos de Mérimée cubrirán, repitiéndose a veces, todo el territorio francés; y para efectuarlos se verá obligado a utilizar los más variopintos medios de transporte: diligencia, carro o carreta, balsa, caballo, asno y, al fin, en contadas ocasiones, ferrocarril. La mayoría de los edificios religiosos o civiles que visita se halla en un deplorable estado de ruina o abandono; actualmente, gracias a su intervención, son pilares esenciales del arte francés y de las rutas turísticas. Es difícil, casi imposible, no encontrar el nombre de Prosper Mérimée vinculado —por lo general de forma discreta, sin alardes de bajorrelieves o suntuosas inscripciones— al de la conservación o restauración de gran número de monumentos; siendo tarea impracticable la de mencionarlos exhaustivamente, concedamos al lector que haya viajado por Francia la emotiva posibilidad de asociarlo a su templo o edificio predilecto. Como es lógico, Mérimée cuenta con valiosos colaboradores: entre ellos, el arquitecto Eugène Viollet-le-Duc, a quien reprocha su excesiva tendencia a la «reconstrucción» de las obras originales41, y el también arquitecto Émile Boes- willwald, más respetuoso con las hechuras de la antigüedad, que en 1860 le sucederá como inspector general de monumentos históricos. Ahora bien, aunque respaldado por excelentes profesionales en las distintas especialidades de la construcción, Mérimée no tiene más remedio que enfrentarse a cuerpo limpio con un nutrido repertorio de «enemigos» que la directiva ministerial no había previsto como tales: los propietarios o usufructuarios de bienes y edificios, los alcaldes, diputados y autoridades regionales y locales, los jefes militares que han convertido templos y abadías en cuarteles, almacenes o cuadras, los anticuarios, receptadores y comerciantes de objetos robados, los restauradores inexpertos y atrevidos, los funcionarios que obstaculizan sus gestiones y sus desinteresadas solicitudes de créditos, las comunidades religiosas y, sobre todo, los sacerdotes que se creen propietarios de sus iglesias y alteran sus elementos estructurales y decorativos sin el menor respeto a la historia ni a los principios de la estética. No deja de ser paradójico —reconocerá Mérimée— que un ateo consumado, como él, tenga que proteger las iglesias de la barbarie de sus párrocos.

Los viajes de Mérimée son cada vez más frecuentes. No solo responden a las exigencias de la inspección de monumentos históricos, sino a misiones oficiales más o menos relacionadas con su cargo y a la propia iniciativa del escritor. Rebasa a menudo las fronteras de su país y visita Alemania, Italia, Suiza, Bélgica, Holanda y las costas del Mediterráneo; pero sus salidas al extranjero le llevan primordialmente a Inglaterra y España42. Estas circunstancias bastarían por sí solas para exculpar la disminución de su producción literaria; por otra parte, explica que, dando libre curso a su sempiterno interés por la erudición, se dedique ahora a publicar notas de viaje y breves ensayos sobre arqueología y monumentos medievales.

Sin embargo, serán los acontecimientos históricos los que determinen la posterior evolución y los cambios radicales de sus actividades. En España, al morir Fernando VII en 1833 sin sucesión masculina, su hermano Carlos María Isidro se subleva contra Isabel, hija del difunto y heredera de la corona, y da comienzo a la primera guerra carlista. Para proteger a su familia, el conde de Montijo envía a Francia a su esposa y a sus dos hijas, Francisca y Eugenia, de nueve y ocho años de edad; el joven Mérimée, a veces en compañía de Stendhal, ejerce de buena gana como ayo o preceptor espontáneo de las dos niñas, que le llaman «don Próspero» y a las que entretiene contándoles —al alimón con Stendhal— cuentos e historias fantásticas43, dándoles clases de francés y llevándolas a comer pasteles en una confitería de la rue Rivoli. De esta época datan los rumores sobre las posibles relaciones amorosas entre el escritor y la condesa de Montijo, que regresará a España con sus hijas al finalizar la guerra civil. El 22 de marzo de 1842, Stendhal muere de repente, en la calle, a causa de un ataque de apoplejía; ocho años más tarde, Mérimée publicará anónimamente una breve semblanza del amigo desaparecido con el escueto título H. B. (iniciales de Henri Beyle). En 1844 ingresa, junto a Sainte-Beuve, en la Academia; y ha de pronunciar el preceptivo discurso en homenaje a su antecesor, Charles Nodier, a quien no admiraba como escritor ni apreciaba como persona. En 1845 verá la luz Carmen, cuyo argumento parece derivar de algunos sucesos que le han sido narrados por Manuela de Montijo. Cambiará bruscamente el clima político. Las jornadas revolucionarias de febrero de 1848 provocan la abdicación de Luis Felipe, el «rey burgués». A finales de junio se produce la insurrección de los obreros de París y se levantan barricadas en diversos puntos de la capital; Mérimée, miembro más decorativo que eficaz de la Guardia Nacional, presencia terribles escenas que describirá en sus cartas a la condesa de Montijo. Tras la proclamación de la república se convocan elecciones generales y alcanza la presidencia Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del gran corso. Un golpe de estado y un habilidoso plebiscito transforman al nuevo presidente republicano en Napoleón III, emperador hereditario «por la gracia de Dios y la voluntad de la nación». Propenso a las aventuras galantes, el soberano conoce en Fontainebleau a Eugenia de Montijo y queda prendado de su belleza. La boda se celebrará el 30 de enero de 1853 en la catedral de Notre-Dame. Invitado a la ceremonia, Mérimée advertirá con maligna satisfacción que los títulos nobiliarios de la novia superan en número y abolengo a los del emperador.

Mérimée no renunciará hasta 1860 a inspeccionar personalmente los monumentos históricos de Francia. Pero su situación social se modifica: haber tuteado y sentado en sus rodillas a la emperatriz cuando era niña y seguir conservando su confianza y su amistad es un factor decisivo en la vida del escritor. Poco después de la boda imperial, acompaña hasta Poitiers a la condesa de Montijo, que no goza de las simpatías de su yerno. En junio de ese mismo año, Mérimée es nombrado senador del Segundo Imperio. Varios de sus amigos se distancian de él e incluso llegan a dar muestras evidentes de su repulsa44. Hastiado quizá de tales circunstancias, viaja en septiembre a España y se aloja en la quinta de la familia Montijo en Carabanchel45; durante su estancia, que se prolongará hasta mediados de diciembre, asiste a corridas de toros —que le parecen sangrientas, pero atractivas46—, reanuda su amistad con Estébanez Calderón y frecuenta a mujeres de vida alegre.

Pulcro, bien rasurado, encanecido, flaco, ataviado con impecables levitas negras, chalecos y corbatas made in England que le confieren cierta vitola clerical, Mérimée se ve convertido, a veces contra su voluntad, en forzado y obsequioso cortesano. Su vieja amistad con la emperatriz le obliga a escoltarla en sus desplazamientos a las residencias imperiales de Fontainebleau, Compiègne o Biarritz. Napoleón III también siente por él una viva admiración y una sincera simpatía; Mérimée le ayuda a componer un ensayo biográfico sobre Julio César. No terminan ahí sus deberes áulicos; aunque su salud empeora día a día, participa en bailes, conciertos y charadas, dirige representaciones teatrales, escribe textos conmemorativos e incluso organiza un memorable concurso de ortografía cuyos resultados serán verdaderamente asombrosos47. Hasta cierto punto Mérimée se siente avergonzado de esas actividades y en su fuero interno se califica de saltimbanqui o bufón de la corte.

El 8 de octubre de 1864 viaja por última vez a España y, como de costumbre, en Madrid y Carabanchel disfruta de la hospitalidad de Manuela de Montijo, a la que debe tranquilizar sobre el estado de ánimo de su hija y las reiteradas infidelidades conyugales de su yerno. Fumador recalcitrante, Mérimée padece asma e insuficiencia respiratoria; para aliviar sus dolencias, desde 1859 ha fijado sus cuarteles de invierno en Cannes. Dos viejas amigas, las hermanas Fanny y Emma Lagden, comparten la vivienda invernal del escritor. El 10 de marzo de 1869, Le Figaro y otros diarios publican la falsa noticia de la muerte de Mérimée; habrá posteriores rectificaciones y disculpas por parte de la prensa, y el supuesto difunto dará muestras de su inveterado humor48.

Eugenia de Montijo le invita a acompañarla en el viaje que, en noviembre de 1869, debe realizar a Egipto para asistir a la inauguración del canal de Suez; sintiéndose excesivamente débil, Mérimée rehúsa la invitación. El 19 de julio de 1870, cayendo en la trampa tendida por Bismarck, Francia declara la guerra a Prusia. El emperador acude al frente de batalla, y su esposa es nombrada regente. El 20 de agosto, después de haber intentado en vano conseguir la adhesión de Thiers, «don Próspero» hace su última visita a Eugenia. El 1 de septiembre, el ejército francés capitula en Sedan y Napoleón es capturado por los prusianos. Se proclama la tercera república. Mérimée marcha a Cannes, a pasar el invierno. No llegará siquiera a vivir el primer día del otoño: atendido por Fanny Lagden, muere sin sufrimientos aparentes a las once de la noche del 23 de septiembre de 1870. Y su muerte nos hace descubrir un posible detalle póstumo de ironía: en su testamento, el ateo y anticlerical Prosper Mérimée ha dispuesto que desea ser enterrado de acuerdo con el ritual de la confesión de Augsburgo; es decir, de la Iglesia luterana. Así se lleva a cabo. La inhumación, oficiada por el pastor Napoleon Roussel, tiene lugar en el cementerio protestante del Grand-Jas, en Cannes. Pasados nueve años, Fanny Lagden, acaso inspiradora de la sorprendente disposición testamentaria, será enterrada junto a Mérimée.

La historia nos informa cumplidamente de los acontecimientos que estremecieron a Francia en los meses posteriores a la muerte de Mérimée. Ahora, sin embargo, mencionaremos un extraño suceso que se refiere exclusivamente a nuestro autor. El 23 de mayo de 1871, durante las turbulentas jornadas de la Comuna, fue incendiada la casa donde Mérimée había vivido desde 1852, en el número 52 de la rue de Lille, y todos sus libros y papeles quedaron reducidos a cenizas. Algunos adictos a las historias folletinescas insinuaron que la quema obedeció tal vez a órdenes secretas de Eugenia de Montijo, deseosa de hacer desaparecer ciertos documentos comprometedores. ¿Hemos de dar crédito a esta fantástica hipótesis? ¿No pudo ser quizás una melodramática invención de ultratumba de Clara Gazul?

Étienne Delécluze, Retrato imaginario de Clara Gazul (P. Mérimée disfrazado de española). Cfr. Introducción, pág. 18.

1 Se trata de una mentira inocua: al final de su vida, Mérimée tuvo un gato por el que sentía especial afecto, llamado Matifas.

2 Como es sabido, los poemas medievales compuestos en lengua gaélica por el imaginario bardo Ossian fueron realmente escritos por su presunto traductor al inglés, James Macpherson (1736-1796).

3 Jeanne-Françoise-Julie-Adélaïde Bernard (1777-1849), esposa del rico banquero Jacques Récamier (fallecido en 1830), opuesto más o menos abiertamente al régimen napoleónico, fue una de las mujeres más hermosas e influyentes de su época.

4 El primer libro que Henri Beyle firmó con el seudónimo Stendhal fue Rome, Naples, Florence, en 1817.

5 Cfr. P. Pellissier, Prosper Mérimée, París, Tallandier, 2009, pág. 30.

6 Carta a Iván Turgueniev, 9 de marzo de 1866.

7 Anne-Honoré-Joseph Duveyrier de Mélésville (1787-1865): prolífico dramaturgo y libretista.

8 Adviértase que ambos escritores habían vivido parte de su niñez en España, durante la invasión napoleónica, pues su padre, Joseph-Leopold Sigisbert Hugo (1773-1823), era general del ejército francés y acompañó a José Bonaparte en su retirada a Francia.

9 Pierre-Antoine Lebrun (1785-1873): dramaturgo, académico, director de la imprenta real y senador del Segundo Imperio.

10Les Deux héritages ou Don Quichotte, publicada en la Revue des Deux Mondes el 1 de julio de 1850.

11 Algunos de estos datos provienen de P. Berthier (ed. Théâtre de Clara Gazul, París, Gallimard, 1985).

12Journal de Delécluze (1824-1828), texto publicado con introducción y notas de Robert Baschet, París, Grasset, 1948, págs. 151-152.

13Les Espagnols dans l’île de Fionie y Le Paradis et l’Enfer pudieron ser títulos dados inicialmente con carácter provisional a Les Espagnols en Danemarck y Le Cielet l’Enfer, o bien tomados de oído de forma aproximada por Delécluze; adviértase que la primera de estas obras, dividida en tres jornadas, figura en el Diario de Delécluze como «pieza en cinco actos». La piececita de tema moruno-español es indudablemente L’Amour africain.

14Le Globe, París, 21 de mayo de 1825.

15 P. Mérimée, Correspondence generale, t. I, ed. M. Parturier, París, Le Divan, 1941-1947, pág. 4.

16 E. Delécluze, op. cit., pág. 178.

17 El volumen Théâtre de Clara Gazul. Romans et nouvelles, de la Bibliothèque de La Pléiade (Gallimard, 1978), inserta entre las páginas 1134 y 1135 dos hojas de papel cuché con los retratos de Mérimée y Clara Gazul reproducidos mediante el mismo sistema.

18London Magazine, julio de 1825.

19 Cfr. P. Pellissier, op. cit., pág. 39.

20 El término jacquerie —y no jaquerie, como escribe incorrectamenteMérimée— proviene de «Jacques Bonhome», nombre imaginario que la nobleza empleaba peyorativamente para designar al jefe simbólico de las revueltas campesinas en el siglo XIV. La obra de Mérimée se subtitula Scènes feodales [Escenas feudales].

21 Respecto a las coincidencias entre el nacimiento de Clara Gazul y el de Eugenia de Montijo, véase Noticia sobre Clara Gazul, n. 4.

22 Al parecer, Mérimée consultó especialmente la Biographie nouvelle des Contemporains, de Arnault, Jay, Jouy y Norvins (20 vols., París, Librairie Historique, 1820-1824), y la Collection des mémoires relatifs aux révolutions d’Espagne, mis en ordre et publié par Alphonse de Beauchamp (2 vols., París, L. G. Michaud, 1824).

23 No solo había consultado obras y textos de carácter general, como De l’esprit des Lois