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Las teorías de la comunicación se han consolidado, desde un pluralismo teórico, como una de las líneas de investigación y uno de los ámbitos de docencia más importantes de las ciencias sociales. En el libro se puede ver como las teorías de la comunicación aportan un pensamiento riguroso y creativo en el estudio de la comunicación y, a la vez, se delimita el objeto de estudio, en constante reconstrucción.
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Seitenzahl: 548
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Direcció científica
Jordi Berrio
Martí Domínguez
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Isabel Martínez Benlloch
Jordi Pericot
Sebastià Serrano
Antoni Tordera
BIBLIOTECA DE LA UNIVERSITAT JAUME I. Dades catalogràfiques
RODRIGO ALSINA, Miquel
Teorías de la comunicación : ámbitos, métodos y perspectivas / Miquel Rodrigo Alsina. — València : Universitat de València ; Castelló de la Plana : Publicacions de la Universitat Jaume I ; Barcelona : Universitat Pompeu Fabra ; Bellaterra : Universitat Autònoma de Barcelona, Servei de Publicacions, D.L. 2001
p. ; cm. — (Aldea global ; 11)
Bibliografia
ISBN 84-370-5133-9 (U. de València) ). — ISBN 84-8021-347-7 (U. Jaume I). — ISBN 84-88042-35-3 (U. Pompeu Fabra). — ISBN 84-490-2194-4 (U. Autònoma)
1. Comunicació social. I. Universitat Autònoma de Barcelona. Servei de Publicacions, ed. II. Universitat Jaume I (Castelló). Publicacions de la Universitat Jaume I, ed. III. Universitat Pompeu Fabra, ed. IV. Universitat de València, ed. V. Títol. VI. Sèrie
316.77
Edició
Universitat Autònoma de Barcelona
Servei de Publicacions
08193 Bellaterra (Barcelona)
ISBN 84-490-2194-4
Publicacions de la Universitat Jaume I
Campus del Riu Sec
12071 Castelló de la Plana
ISBN 978-84-15444-28-2
Universitat Pompeu Fabra
Plaça de la Mercè, 12
08002 Barcelona
Universitat de València
Servei de Publicacions
Carrer del Batxiller, 1-1
46010 València
ISBN 978-84-370-9592-9
Il.lustració de la coberta
M.C. Escher’s “Other World”
© 2001 Cordon Art B.V. - Baarn - Holland
All rights reserved
Maquetació
INO Reproducciones, S.A.
Aquesta publicació no pot ser reproduïda, ni totalment ni parcialment, ni enregistrada en, o transmesa per, un sistema de recuperació d’informació, en cap forma ni per cap mitjà, sia fotomecànic, fotoquímic, electrònic, per fotocòpia o per qualsevol altre, sense el permís previ dels editors.
En los orificios de la nariz
del Gran Buda
anidan un par de golondrinas.
ISSA
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I. El objeto de estudio de las teorías de la comunicación
Introducción
1. Las dificultades de delimitación del objeto de estudio
1.1. Introducción
1.2. El espíritu de la época
1.3. La comunicación en la sociedad de la información
1.4. Aproximación histórica
1.5. Aproximación doctrinal
1.6. La comunicación humana
2. El campo de estudio de las teorías de la comunicación
2.1. Introducción
2.2. El campo de la investigación
2.3. El campo de estudio a partir del objeto
2.4. El concepto de comunicación de masas
3. Las sinergias comunicativas
3.1. Introducción
3.2. Las emociones en la comunicación
3.3. La comunicación intercultural
3.4. La identidad cultural
4. La situación de la investigación en comunicación
4.1. Introducción
4.2. La investigación en los Estados Unidos
4.3. La investigación en Europa
4.4. La investigación en España
4.5. La investigación en Catalunya
4.6. Los retos actuales de la investigación
CAPÍTULO II. Las teorías de la comunicación en el marco de las ciencias sociales
Introducción
1. Los fundamentos epistemológicos
1.1. Introducción
1.2. La epistemología clásica
1.3. Las bases epistemológicas de las teorías de la comunicación
1.4. La epistemología actual
2. Las bases metodológicas
2.1. Introducción
2.2. Concepto y características del método
2.3. Los métodos en las ciencias sociales
2.4. La evolución metodológica en las teorías de la comunicación
2.5. Las opciones metodológicas
CAPÍTULO III. Las perspectivas de las teorías de la comunicación
Introducción
1. La perspectiva interpretativa
1.1. La Escuela de Palo Alto
1.2. El interaccionismo simbólico
1.3. Erving Goffman
1.4. El construccionismo
1.5. La etnometodología
2. La perspectiva funcionalista
2.1. Los orígenes
2.2. Los principios
2.3. Las funciones de la comunicación de masas
2.4. Las críticas al funcionalismo
3. La perspectiva crítica
3.1. La Escuela de Fráncfort
3.2. La economía política
3.3. Los estudios culturales
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE DE AUTORES
ÍNDICE TEMÁTICO
ÍNDICE DE CUADROS
Toda disciplina es una geografía a explorar en la que los estudiosos e investigadores se afanan por ir descubriendo y relatando. Mediante sus relatos permiten que los que les seguirán puedan avanzar con mayor rapidez y seguridad. Valbuena (1997 a) apunta que «hay unas disciplinas-mapas, que deben orientar la actividad de los estudiantes durante la carrera: precisamente, las que llevan el nombre de Teoría: Teoría de la Comunicación, Teoría General de la Publicidad, Teoría General de la Imagen y Teoría de la Información». Parafraseando a Valbuena (1997 b: 17), quisiera decir que he concebido este libro como un mapa que ayude a reconocer el territorio de las teorías de la comunicación.
Las Teorías de la Comunicación, con ésta u otras denominaciones, tienen una tradición en nuestro país de más de un cuarto de siglo. Cuando Miquel de Moragas, en 1981, publicó Teorías de la Comunicación y Ángel Benito, en 1982, Fundamentos de Teoría General de la Información se pusieron unos sólidos fundamentos para nuestra disciplina. Ha sido este trabajo fundacional y los siguientes estudios los que han consolidado el estatuto científico y académico de las teorías de la comunicación. Como afirma Saperas (1998: 94) «los especialistas en el estudio de la comunicación de masa desarrollan su labor en un campo temático específico plenamente legitimado en el mundo académico actual».
Sin embargo, la consolidación no significa petrificación. Todo lo contrario, las teorías de la comunicación constituyen una disciplina extremadamente viva, en evolución y en discusión permanente. Como señala Valbuena (1997 a) «Un peligro que acecha constantemente a los profesores es quedarse encerrados dentro de las Universidades, aislados del mundo real. Incluso, algunos pueden caer en un autismo científico, quedándose encerrados dentro de su asignatura. Por eso, una teoría no resulta pragmáticamente consolidada si no es sometida a crítica, polémica, debate… Las ideas que no son sometidas a los dialogismos acaban convirtiéndose en blandas, si se me permite el adjetivo. Es decir, no informan la actividad de los estudiantes. Si algún sentido tienen las jornadas, simposios, congresos, seminarios y demás modalidades, es facilitar el intercambio de ideas o, como decían los medievales, permiten “cuestiones disputadas”. Igualmente, saber en qué están trabajando los compañeros y ajustar los contenidos para no solaparlos, es una actividad científica en el eje pragmático».
Por esto, no deben orillarse las «cuestiones disputadas» que se den en la disciplina. Una de ellas es las características epistemológicas de las teorías de la comunicación. Es evidente que la denominación que se dé a la disciplina ya nos indicará cuál es la tendencia que se apunta. Por mi parte, seguiré hablando de Teorías de la Comunicación porque ésta es la opción que los profesores e investigadores de la Universitat Autònoma de Barcelona hemos venido desarrollando (Moragas, 1981: 18-23). Como afirma Moragas (1976: 6) «Los investigadores de la comunicación de masas, y no precisamente por casualidad, han llegado a este objeto de estudio partiendo de distintas disciplinas: psicólogos, sociólogos, lingüistas, semiólogos, antropólogos. La capacidad de progreso de cualquier estructura académica que se ocupe de la comunicación de masas, depende, en gran parte, de la lucidez con que sepa adecuar sus planteamientos a dicha plurisdiciplinariedad».
Desde mi punto de vista, estas diferencias epistemológicas son una muestra de la vitalidad de la disciplina. Aunque defiendo la concepción pluridisciplinar de esta disciplina, considero que la propuesta unidisciplinar de construcción de una Teoría General de la Información, que hace Valbuena (1997 b), es digna de la máxima atención.
También me parece muy interesante la idea de Ángel Benito (1997) de considerar la Teoría General de la Información como una ciencia matriz. «El carácter de ciencia matriz de la Teoría General de la Información la sitúa como precedente académico necesario para el desglose pormenorizado de las disciplinas particulares destinadas al estudio e investigación de cada uno de los diez elementos del proceso comunicativo, que, en conjunto, son su objeto propio de estudio» (Benito, 1997: 23). Los diez elementos a los que se refiere Benito son la ampliación del modelo Lasswell en los siguientes términos: 1) Quién, 2) Qué, 3) Canal, 4) Cómo, 5) A quién, 6) Qué consecuencias, 7) Por qué, 8) Bajo qué condiciones y responsabilidad, 9) Qué medios auxiliares y 10) Qué circunstancias sociales (Benito, 1997: 22).
Por último, también quisiera reseñar la propuesta, sólo apuntada, por Del Rey Morató (1997) sobre el estatuto epistemológico de la Teoría General de la Información como «interciencia». Para Rey Motaró (1997) «La epistemología que conviene al campo fenomenológico de la comunicación social es la epistemología de la complejidad, menos preocupada por la autonomía científica de la disciplina que por los problemas y la audacia a la hora de diseñar caminos imaginativos para definirlos y para estudiarlos. Y esta epistemología sólo puede impulsarse desde una consideración novedosa de la disciplina, y de un nuevo estatuto epistemológico: ese estatuto epistemológico es el de la interciencia».
Como puede apreciarse, la vitalidad de la disciplina es evidente. Esta vitalidad se manifiesta no sólo en la discusión epistemológica, sino también en lo que hace referencia a su objeto de estudio.
La presente obra empieza precisamente con el objeto de estudio de las teorías de la comunicación. El objeto de estudio ha sido y es un elemento determinante en la concreción de la disciplina (Moragas, 1981: 23-28).
Como apunta Moragas (1981: 12) «Los estudios sobre la comunicación de masas –aunque intereses conservadores lo pretendan disimular– se han visto siempre condicionados por la realidad comunicativa y social del contexto en que se desarrollaban». En la actualidad estos condicionamientos siguen claramente vigentes. Como señala Saperas (1998: 17) «La investigación sobre los medios de comunicación y la industria de la cultura siempre se ha definido por su estrecha vinculación con el contexto histórico y con el grado de desarrollo tecnológico del propio sistema comunicativo». Pero, hoy en día, la evolución de estas realidades tecnológicas y sociales es tan rápida que uno tiene la sensación de que no consigue alcanzarlas. Además, tengo la impresión de que ésta es una percepción común de muchos investigadores de las ciencias sociales. Al menos Castells (1997: 19), en este sentido, señalaba: «mi investigación y escritura trataban de dar alcance a un objeto de estudio que se expandía más de prisa que mi capacidad de trabajo». Ésta es una de las mayores dificultades del objeto de estudio de las teorías de la comunicación. La sociedad de la información va creando nuevas realidades culturales que no dejan de exigir nuestro análisis, nuestra reflexión y nuestra crítica. Así, por ejemplo, Castells (1997: 395) nos recuerda que «Más allá de la interacción social ocasional y los usos instrumentales de la comunicación a través del ordenador, los observadores han detectado el fenómeno de la formación de comunidades virtuales. […] por ellas suele entenderse una red electrónica autodefinida de comunicación interactiva, organizada en torno a un interés o propósito compartido, aunque a veces la comunicación se convierte en sí misma en la meta». Sin embargo, «Aún no está claro cuánta sociabilidad está habiendo en esas redes electrónicas y cuáles son los efectos electrónicos de una forma de sociabilidad tan nueva. No obstante, cabe destacar un rasgo: estas redes son efímeras en lo que respecta a los participantes» (Castells, 1997: 395). Como puede apreciarse, por un lado, las nuevas realidades sociales nos obligan a reflexionar sobre ellas pero, por otro lado, poco se puede decir todavía de algunas de ellas.
En lo que la mayoría de los investigadores estamos de acuerdo es que nos encontramos en un proceso acelerado de cambio. Para Saperas (1998: 30) «la actual fase de transición se define por dos rasgos centrales: una rápida evolución de las tecnologías de la información y de la comunicación y por el incremento de la presencia social y política de estas tecnologías, y de sus contenidos simbólicos, como consecuencia del debilitamiento de instituciones sociales clásicas que regían el proceso de socialización y de organización (la familia, las iglesias, la escuela, las instituciones políticas)». Yo añadiría que se está imponiendo una visión multicultural de la sociedad. Otro corolario de la situación actual es, según Castells (1997: 514), que «la información es el ingrediente clave de nuestra organización social, y los flujos de mensajes e imágenes de unas redes a otras constituyen la fibra básica de nuestra estructura social».
A la hora de abordar nuestro objeto de estudio hay que plantear claramente las dificultades que hemos de arrostrar. Aunque nuestro objeto de estudio es cambiante y expansivo se deben hacer esfuerzos para delimitarlo. En primer lugar, creo que hay que contextualizar las líneas de pensamiento dominante desde los años veinte a la actualidad. Considero que es fundamental establecer los climas de opinión en que se desarrollan las distintas teorías sobre los medios de comunicación. A continuación, se trataría de ver cómo en los orígenes del campo de estudio ya se van determinando las características del objeto. Una «cuestión disputada» hace referencia a la terminología comunicación o información para definir al objeto de estudio. En mi opinión, nos encontramos en una discusión más de forma que de contenido. Al hacer una aproximación doctrinal a esta cuestión podemos apreciar que en el fondo se está básicamente de acuerdo en el objeto de estudio.
Como podrá apreciarse, hago una diferenciación entre objeto y campo de estudio. La diferencia que establezco, entre el objeto de estudio y el campo de estudio, es que el objeto de estudio hace referencia a la realidad empírica de la comunicación, mientras que el campo de estudio es la aproximación de la disciplina a esta realidad empírica. Evidentemente el objeto de estudio y el campo están íntimamente relacionados. La principal diferencia es una cuestión de perspectiva. El objeto de estudio es la realidad que se va a estudiar y el campo de estudio es el objeto sometido a los procedimientos de investigación. Para entendernos, si el campo de estudio se convierte en un objeto de estudio nos encontraríamos ante una investigación metateórica.
En relación con el campo de estudio nos encontramos otra «cuestión disputada». Se trata de si la disciplina debe tener en cuenta, como objeto de estudio, sólo a la comunicación de masas o debe estudiar también otras formas de comunicación. Mi propuesta es que sería conveniente empezar por una visión amplia de objeto de estudio de la comunicación humana para ir luego a focalizarla a la comunicación de masas. Esto nos llevaría a analizar, por un lado, las distintas formas de comunicación y, por otro lado, permitiría focalizar la investigación en la comunicación de masas. Creo que, si se apuesta por una aproximación global al objeto de estudio, hay que tener en cuenta todas las formas de comunicación, porque éstas intervienen en los procesos reales de la comunicación de la vida cotidiana. Más adelante pondré de manifiesto estas sinergias comunicativas, pero antes hay que definir más claramente el campo de estudio. Así recojo los distintos ámbitos de investigación de las teorías de la comunicación.
Las teorías de la comunicación tienen a la comunicación de masas, a pesar de las dificultades actuales de su definición, como un objeto de estudio privilegiado. Sin embargo, como ya he apuntado, me permito poner de manifiesto la necesidad de tener en cuenta otras formas de comunicación. En muchos de los fenómenos analizados se pone de manifiesto, incluso en las primeras teorías de la comunicación, las sinergias entre distintas formas de comunicación. He escogido tres objetos de estudio que me parecen especialmente importantes en la actualidad: las emociones en la comunicación, la comunicación intercultural y la identidad cultural.
A continuación, he hecho un recorrido sobre la investigación occidental de comunicación de masas. Mi intención, más que hacer una historia de las ciencias de la comunicación, es profundizar sobre la situación actual. Sin embargo, tanto por lo que hace referencia a Estados Unidos, España y Catalunya he tenido en cuenta esta evolución histórica. En relación con los otros países europeos no he hecho esta introducción histórica por dos razones. En primer lugar, hubiera sido excesivamente prolijo hacer la evolución país por país. En segundo lugar, de algunos países, por ejemplo Grecia, la información a la que tengo acceso es muy limitada.
En cuanto a los retos actuales de la investigación en comunicación, aunque no podemos olvidar las especificidades de cada país, tengo la impresión de que éstos son bastante comunes.
En esta obra doy por sentado que las teorías de la comunicación forman parte de las ciencias sociales. Aunque en otros países europeos ésta sería una «cuestión disputada», en el Estado español creo que hay un claro acuerdo en la comunidad científica al respecto. En España la «cuestión disputada» sería la que apuntaba al principio de esta introducción sobre el carácter epistemológico de la disciplina. A la hora de situar las teorías de la comunicación en el marco de las ciencias sociales, he tratado los fundamentos epistemológicos y las bases metodológicas.
Por lo que hace referencia a los fundamentos epistemológicos he realizado un recorrido por la epistemología clásica a partir de cuatro autores: Kuhn, Popper, Lakatos y Feyerabend. Evidentemente no estamos ante un análisis exhaustivo de la epistemología moderna. Simplemente he recogido cuatro autores muy significativos. Por lo que se refiere a las características epistemológicas de las teorías de la comunicación sólo puedo estar en parte de acuerdo con Del Rey Morató (1997) cuando afirma: «El investigador no debería preocuparse tanto de la presunta cientificidad de la disciplina que cultiva y de la investigación en la que está comprometido, aunque sí de la seriedad y de la profesionalidad, de una y otra […]». En mi opinión, cambiaría de verbo modal, en lugar de deber yo utilizaría el de poder. Es decir, mientras se garantice la seriedad y la profesionalidad, el investigador puede no preocuparse tanto por la epistemología de la disciplina. Sin embargo, la discusión epistemológica sobre la disciplina me parece muy interesante. Aunque, como ya he señalado, me sitúo en la perspectiva pluridisciplinar, considero que hay que seguir muy atentamente los esfuerzos para constituir unas bases epistemológicas propias de la teoría de la comunicación o de la información. Como también pongo de manifiesto, en la actualidad, que los cambios que estamos viviendo no sólo afectan a las teorías de la comunicación sino también a la teoría del conocimiento, por esto hay que estar atento a los nuevos postulados epistemológicos que van planteándose.
En relación con las bases metodológicas de las teorías de la comunicación nos encontramos con un pluralismo metodológico. Por mi parte, después de definir el concepto de método y de señalar sus características, he recogido los principales métodos en las ciencias sociales. Por lo que se refiere a las teorías de la comunicación he hecho un breve recorrido histórico por las distintas metodologías que se han ido utilizando. Por último, hay que recordar que todo investigador a la hora de realizar una investigación debe llevar a cabo una opción metodológica. Es cierto que cabe hacer una aproximación plural al objeto de estudio, pero siendo realistas las condiciones de la investigación habitualmente nos obligan a escoger alguna metodología y alguna técnica de investigación. La triangulación es un recurso que permitiría analizar el objeto de estudio con distintas metodologías y técnicas pero que requerirá un mayor tiempo y esfuerzo. Para finalizar el apartado metodológico quisiera recordar que no hay metodologías ni técnicas mejores o peores, con carácter absoluto. Todas tienen sus ventajas y limitaciones, y dependerá de los objetivos de la investigación saber encontrar, en cada momento, la más adecuada.
Por último, por lo que hace a las perspectivas de las teorías de la comunicación hay un acuerdo bastante generalizado de establecer tres: la interpretativa, la funcionalista y la crítica. Dentro de la perspectiva interpretativa recojo las siguientes corrientes: la Escuela de Palo Alto, el interaccionismo simbólico, el construccionismo y la etnometodología. Aunque a Erving Goffman se le suele incluir dentro del interaccionismo simbólico, considero que merece ser tratado aparte. En cualquier caso, téngase en cuenta que estas clasificaciones se hacen con criterios fundamentalmente explicativos.
En la descripción de la perspectiva funcionalista empiezo con sus orígenes y cómo se fue imponiendo como el paradigma dominante en la investigación de la comunicación en los Estados Unidos. A continuación, establezco los principios básicos sobre los que se fundamenta el funcionalismo, que pivota en torno al concepto de función. Seguidamente, recojo las funciones de la comunicación de masas y, finalmente, planteo las distintas críticas al funcionalismo. De hecho, a lo largo de la explicación de las distintas perspectivas seleccionadas he ido introduciendo las críticas que se les han hecho, aunque no les dedique un apartado como en este caso.
En la perspectiva crítica doy cuenta de la corriente seguramente con una mayor tradición en los estudios críticos de la comunicación, que es la Escuela de Fráncfort. Sin embargo, considero que los estudios de economía política de la comunicación han tenido y tienen una gran importancia. Aunque, en la actualidad, vivamos una ola culturalista no debe olvidarse que los factores económicos y políticos de la comunicación son también esenciales para explicar los fenómenos comunicativos. La última corriente crítica que recojo es los Estudios Culturales, que parecen ser una de las líneas de investigación emergentes.
He de decir que cada día tengo más claro que nuestra profesión es una combinación de esfuerzo individual y de trabajo en equipo. Esta obra que presento no hubiera sido posible sin el apoyo de mis colegas del departamento de Periodisme i Ciències de la Comunicació y de la Facultad de Ciències de la Comunicació de la Universitat Autònoma de Barcelona.
Tampoco puedo olvidar a l@sbibliotecari@s de la Biblioteca de Ciències de la Comunicació de la Universitat Autònoma de Barcelona, que con su buen hacer son una fuente segura de ayuda y un punto de referencia ineludible para cualquier investigador.
También quisiera mencionar a los miembros de la comisión de mi oposición a catedrático de universidad Miquel de Moragas, Felicísimo Valbuena, Enric Saperas, Carlos Pérez Reyes y Rosario de Mateo, que con sabias palabras me motivaron a seguir trabajando.
No puedo olvidar a los profesores Catalina Gayà, Lluís Badia y, sobre todo, a Maria Corominas cuyas indicaciones sobre el primer borrador de este manuscrito han sido siempre una garantía para su mejora. Así mismo, debo agradecer a Joan Manuel Tresserras, con quien compartí la coordinación de la titulación de periodismo, que los meses previos a mi oposición asumiera el doble del trabajo que le correspondía.
Finalizo este listado de reconocimientos, que seguro que se queda corto, con mi agradecimiento a Anna Estrada, que me ayudó en los aspectos informáticos de la edición, y a Encarna Ruiz, que colaboró conmigo en la confección de los índices de autores y temático.
Para finalizar esta introducción desearía manifestar que toda disciplina científica es un compromiso, desde el rigor y la pasión, para avanzar hacia una sociedad más comprensiva, emancipadora y responsable. Así, la ciencia debe ayudarnos a combatir la incomprensión, el fanatismo y la irresponsabilidad. Como afirma Humberto R. Maturana (1994: 193):
Considero que el mayor peligro espiritual que una persona enfrenta en su vida es creer que es el poseedor de una verdad o el legítimo defensor de algún principio o el poseedor de algún conocimiento trascendental o el propietario legal de alguna entidad, o el acreedor meritorio de alguna distinción, etcétera, porque inmediatamente se vuelve ciego respecto de su circunstancia y entra en el callejón sin salida del fanatismo. Considero también que el segundo peligro espiritual más grande que una persona enfrenta en su vida es creer, de alguna manera u otra, que no siempre es responsable de sus actos o de sus deseos o de no desear las consecuencias de ellos. Finalmente, considero también que el don más grande que la ciencia nos ofrece es la responsabilidad de aprender, libres de todo fanatismo, y si queremos, cómo ser siempre responsables de nuestras acciones a través de reflexiones recursivas acerca de nuestras circunstancias.
Como es sabido una de las primeras etapas de la investigación científica es la construcción del objeto de estudio. Para Grawitz (1990: 422) «La construcción del objeto es uno de los puntos esenciales y el más difícil de la investigación, el fundamento sobre el que todo se asienta». En las ciencias de la comunicación una de las primeras dificultades es establecer las características del objeto de estudio, sobre todo en relación con la denominada comunicación de masas. El objeto se resiste, de alguna manera, a ser caracterizado. Las nuevas tecnologías dan lugar a nuevas realidades sociales y comunicativas que obligan a los estudiosos a actualizar, permanentemente, la construcción de su objeto de estudio. Es como intentar subirse a un tren en marcha. Desgraciadamente, a veces, uno tiene la sensación que el tren va demasiado rápido. Esto provoca una cierta perplejidad y una crisis conceptual que marca, en parte, el espíritu del tiempo actual. La sociedad de la información nos está obligando a repensar las características del ecosistema comunicativo. Además, las teorías de la comunicación tienen una dificultad adicional, desde mi punto de vista más formal que conceptual, que es la distinción entre comunicación e información. En la investigación, una vez se ha definido cuál es el objeto de la comunicación es necesario plantearse cómo se acotará este objeto de estudio y desde qué perspectiva. Se trata de delimitar el campo de investigación. Si en el objeto de estudio pretendíamos delimitar la realidad comunicativa, en el campo de la investigación se trata de describir la realidad investigadora sobre la comunicación. Evidentemente, según la determinación del objeto de estudio que se haya realizado, el campo la investigación variará. Esta observación del objeto de estudio y la consiguiente delimitación del campo se debería concretar en el concepto. El concepto nos va a permitir organizar la realidad entresacando los rasgos significativos del objeto de estudio, además, va a ser la guía que va a seguir la investigación. Aquí nos encontramos con un concepto muy amplio de comunicación humana y con el problema de concretar qué entendemos por comunicación de masas. La propuesta que sostengo es que, aunque las teorías de la comunicación tienen como objeto de estudio prioritario la comunicación de masas, no puede dejarse de lado todas las formas de comunicación social. De hecho, en todo proceso comunicativo se produce una sinergia de distintas formas de comunicación.
Para finalizar este apartado haré un repaso de la situación de la investigación en comunicación occidental. Destacaré tanto la perspectiva con que se aborda el objeto de estudio como los temas prioritarios de la investigación. Mi intención es hablar de la situación actual, pero inevitablemente deberé hacer un breve recordatorio histórico que dé sentido al presente. En primer lugar, me centraré en los Estados Unidos, para luego pasar a Europa, a España y a Catalunya. Por último, recogeré algunos de los retos a los que la investigación de la comunicación se enfrenta.
Parece haber acuerdo entre los distintos autores que una de las primeras dificultades con que se encuentran las teorías de la comunicación es la delimitación exacta de su objeto de estudio. Es sabido que una de las características de los objetos de estudio de las ciencias sociales es su mutabilidad. Los cambios sociales aumentan la dificultad de aprehender una realidad social para ser estudiada. En el caso de la comunicación parece que esto es evidente no sólo por los cambios sociales que se están produciendo, sino también por los cambios tecnológicos. Todo esto lleva a que estemos viviendo una mutabilidad de referentes que da lugar a una crisis profunda de sentido o al menos un cambio profundo en la construcción del sentido. Por todo ello, hay que estar redefiniendo constantemente el significado de los conceptos utilizados e incluso nuestra intencionalidad comunicativa. Se hace necesaria una metacomunicación que nos permita negociar más fácilmente el sentido de los discursos.
Para que podamos comprender mejor la situación actual, voy a dar algunas pinceladas de los climas de opinión dominantes desde los años 20 hasta finales de los 80. Por lo que respecta a la década de los 90 le voy a dedicar una especial atención. Se trata de apuntar los nuevos retos e incertidumbres de la comunicación en la sociedad de la información.
Lo que parece evidente es la importancia de la comunicación de la sociedad actual. Para Saperas (1998: 70-91) lo que caracterizaría al sistema comunicativo actual es la centralidad, la mediación y la transversalidad. La centralidad hace referencia a que el sistema comunicativo es el eje de la sociedad de la información. La mediación se da porque los medios de comunicación son los intermediarios entre la complejidad social actual y la percepción que tenemos de nuestro entorno. Por último, la transversalidad significa que «la mediación se realiza mediante el advenimiento de una lógica de los medios de comunicación y unos formatos dominantes que imponen los límites de la presencia pública de las instituciones sociales y de los líderes de opinión» (Saperas, 1998: 82).
Por mi parte, una vez constatados los climas de opinión generales lo que haré es plasmar la discusión sobre el objeto de estudio de las teorías de la comunicación a partir de dos perspectivas.
En primer lugar, haré una aproximación histórica. Para la misma tendré en cuenta, por un lado, uno de los orígenes de las teorías de la comunicación: la teoría matemática de la comunicación. Esta corriente, a pesar de estar mucho más próxima de la cibernética que de lo social, ha tenido una indudable y reconocida influencia en el origen de las teorías de la comunicación. Por otro lado, históricamente en nuestro país durante años se impuso el término de información. Esto ha planteado un problema denominativo y diferenciador entre información y comunicación.
En segundo lugar, haré una aproximación al objeto de estudio a partir de distintos teóricos de la comunicación. Mi impresión es que en la mayoría de los casos estamos de acuerdo con cuál es el campo de estudio de las teorías de la comunicación o de la teoría general de la información. Se trata, en ambos casos, de estudiar las facetas fundamentales del proceso comunicativo convenientemente contextualizado.
Por último, aunque creo que la delimitación del objeto de estudio debería ser más debatida, haré una propuesta que tomo prestada de Gifreu (1991: 66-67): «Como punto de partida para la comprensión general de los hechos de comunicación en las sociedades humanas, proponemos aquí una definición provisional, aunque fundamentada, de comunicación humana». A partir de esta base considero que nos será más fácil poner de manifiesto las interacciones entre la comunicación de masas y las otras formas de comunicación que se producen en la mayoría de las experiencias comunicativas objeto de nuestros estudios.
Es realmente difícil establecer el espíritu de una época, sobre todo cuando se trata de un tiempo presente. He utilizado la expresión «espíritu de la época», tomada de Morin (1966 y 1975) y Balle (1991), precisamente porque se trata de una terminología algo difusa. El espíritu de una época nunca puede ser fácilmente definible, se trata de una suma de discursos y realidades muy dispares que acaban concretándose, más o menos, en una percepción de la realidad social. Pero es importante dar cuenta de esta percepción de la realidad social porque hay una interrelación permanente entre sociedad y ciencias sociales. Tengamos en cuenta que las teorías nunca son, completamente, el fruto de una mente genial sino que son el reflejo de una forma de ser y pensar de una época. En la ciencia moderna un investigador puede hacer propuestas geniales, pero no se puede desarrollar la actividad investigadora sin tener en cuenta a la comunidad científica. Esta interacción social y comunicacional es la que abona el pensamiento científico. La ciencia no se hace fuera del mundo, en la conocida metáfora de la torre de marfil, sino en un tipo de sociedad concreta. Además, como apunta Foucault (1981: 143-144):
Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su «política general» de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo en que se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorizadas por la obtención de la verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero. En sociedades como las nuestras, la «economía política» de la verdad está caracterizada por cinco rasgos históricamente importantes: la «verdad» está centrada sobre la forma del discurso científico y sobre las instituciones que lo producen; está sometida a una constante incitación económica y política (necesidad de verdad tanto para la producción económica como para el poder político); es objeto, bajo diversas formas, de una inmensa difusión y consumo (circula en aparatos de educación o de información cuya extensión es relativamente amplia en el cuerpo social, a pesar de algunas limitaciones estrictas); es producida y transmitida bajo el control no exclusivo pero dominante de algunos grandes aparatos políticos o económicos (universidad, ejército, escritura, media); finalmente, es el envite de todo debate político y de todo un enfrentamiento social (luchas «ideológicas»).
Esta cita de Foucault no es necesariamente contradictoria con las características de la denominada sociedad posmoderna. Tengo la impresión de que el discurso científico sigue centrando el concepto de verdad en la sociedad occidental. Además, las críticas a cierto discurso científico se hacen desde las propias instituciones científicas o por filósofos de la ciencia. Es decir, como siempre ha hecho la ciencia moderna.
En cualquier caso, parece evidente la necesidad de contextualizar unos estudios determinados para darles un mayor sentido. Como señala Balle (1991: 17) «La historia de las investigaciones sobre los medios no puede ser separada del examen de las fluctuaciones del “espíritu de la época” con sus valores y sus acontecimientos, desigual o diversamente apreciados. Así como inseparable de la evolución de lo que podríamos llamar las opiniones dominantes, o sea, aquéllas que se expresan periódicamente a través de inquietudes muy extendidas en un momento dado y, al mismo tiempo, por proposiciones tenidas por válidas por la mayoría de la gente». Este autor (Balle, 1991: 17-42) pone en relación, desde principios del siglo, el espíritu de la época con sus acontecimientos y valores, los estudios e investigaciones que se han producido y, finalmente, las opiniones dominantes que se potenciaban. Por mi parte, voy siguiendo fielmente la periodización que él hace pero titulándola según mi criterio, a intentar establecer el espíritu de la época y las ideas dominantes que son fruto de las principales investigaciones en comunicación. No voy a seguir al pie de la letra su descripción, aunque me inspiro frecuentemente en ella. También hay que señalar que la periodización siempre es aproximada. Así, es posible que una obra se haya publicado originariamente unos años antes del período en que la cito. Pero tengamos en cuenta, en primer lugar, que la historia no entiende de segmentaciones tan drásticas, ya que se trata de un devenir. En segundo lugar, lo que quiero señalar es el clima de opinión dominante, por lo que es posible que éste no se dé todavía cuando aparecieron las obras, sino unos años más tarde. Una obra pionera puede conseguir que su concepción se imponga posteriormente. En el siguiente apartado intentaré hacer una aproximación a los años 90, que por razones obvias Balle no hace. Unas advertencias previas, en el espíritu de la época no se trata de hacer una relación exhaustiva de las investigaciones de la época. Simplemente pretendo recoger el clima de opinión dominante. Por supuesto, nos falta algo de perspectiva para afinar en la visión de los tiempos más próximos, por esto debe entenderse como una aproximación al espíritu de la época presente. Es muy posible, como pasa con la memoria, que futuros acontecimientos nos hagan fijarnos en fenómenos que, en la actualidad, nos pasan más desapercibidos.
Los libros y los diarios son los medios de comunicación que ayudan a configurar la opinión pública y a canalizar los debates en la sociedad. Es el momento de mayor apogeo del primer medio de comunicación de masas moderno: el diario de información general. La sociología se empieza a interesar por los medios de comunicación. Recordemos la ponencia de Max Weber (1992) en el Congreso de la Asociación Alemana de Sociología, en 1910, que trataba sobre una sociología de la prensa. Evidentemente se pueden buscar antecedentes más antiguos como la primera tesis doctoral sobre periodismo leída en Leipzig en 1690 (véase Periodística n.º 3, 1991). Pero no es hasta principios de siglo que se empieza a tener una conciencia sobre el papel social de la prensa. Sobre todo se expresa una gran preocupación por la influencia sobre la opinión pública (Tarde, 1986), (Lippmann, 1964) y sobre la psicología de las masas (Le Bon, 1983). Aunque empiezan a plantearse las primeras desconfianzas sobre el uso de los medios, las opiniones dominantes consideran que gracias a los diarios se está informado y la prensa contribuye al progreso social y cultural de la población.
La aparición de la radio es un importante hito comunicativo en este período de entreguerras. La prensa y la radio son instrumentos para lo mejor y lo peor: medios de información y cultura o medios para la propaganda. Este último aspecto adquiere en este periodo una gran importancia. En 1939, Serge Tchakhotine (1985) publica su obra La violación de las masas por la propaganda política. El título ilustra suficientemente sobre una cierta concepción de los medios dominante en esta época. Téngase en cuenta que la propaganda política ocupa un lugar central en las estrategias de los regímenes fascistas europeos y del soviético. Además, el conductismo en Estados Unidos y los estudios de Pavlov en la URSS aportan la explicación científica a la manipulación de los medios de comunicación. El psiconálisis, por su parte, muestra la posibilidad de utilizar mecanismos que, dirigidos directamente al inconsciente, burlen la actuación consciente de las personas. Los individuos están sometidos a fuerzas que no pueden controlar. La Escuela de Fráncfort denuncia el ascenso de la irracionalidad nazi por la capacidad de condicionamiento de los nuevos mecanismos de la propaganda. La industrialización también alcanza a la cultura, mercantilizando los productos y reduciendo su calidad al masificarlos. Cuando, en 1938, Orson Welles consiguió asustar a millares de norteamericanos (Cantril, 1985) con la adaptación radiofónica de la novela de H. G. Wells La guerra de los mundos simplemente vino a confirmar la idea que se tenía de la gran influencia de los medios de comunicación (cine, radio y prensa). Por otro lado, en los Estados Unidos tanto Hovland como Lazarsfeld inician sus investigaciones sobre la influencia de la propaganda. El primero mediante estudios de laboratorio y el segundo mediante el método de encuestas. En los Estados Unidos los investigadores se preparan para la entrada de su país en la Segunda Guerra Mundial.
Los estudios de comunicación se convierten en una disciplina. En 1948, con el modelo de Lasswell (1985) y el modelo de Shannon (1981) se fija el campo de estudio y se legitima científicamente la disciplina. Aunque, a raíz de la guerra fría, la propaganda sigue siendo un objeto de estudio prioritario en la Mass Communication Research y aparece la televisión, la concepción de la influencia de los medios de comunicación cambia. Las primeras teorías empíricas de la nueva disciplina minimizan los efectos de los medios de comunicación y señalan la importancia de la comunicación interpersonal y de la personalidad como filtro a los mensajes de los medios. A pesar de que se acepta que la comunicación de masas pueda producir disfunciones, se considera que los medios de comunicación son un instrumento imprescindible para el desarrollo de la democracia. Así, cualquier limitación a la libre circulación de los productos comunicativos es considerada una cortapisa a la democracia y, en última instancia, un atentado contra la libertad de expresión. Esto permite la internacionalización de la producción mediática norteamericana y forjar su hegemonía occidental. Con mayor retraso, en Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania se van a ir consolidando los estudios de comunicación. La influencia de la Mass Communication Research será muy notable a escala internacional, en mayor o menor grado según los países.
De los años 60 a los 70 se puede considerar el máximo auge de los medios de comunicación y de la cultura de masas. A pesar de las principales teorías sobre los efectos de los medios de comunicación, se sigue hablando del Cuarto Poder. Además, en 1960, se atribuye la elección de Kennedy como presidente de los Estados Unidos, en parte, a su debate en televisión con Nixon. Diferentes estudios pusieron de manifiesto que las personas que escucharon el debate por la radio se sintieron más convencidas por Nixon, mientras que a los que lo vieron por televisión Kennedy les pareció más persuasivo. Si en el periodo anterior, Roosevelt utilizaba la radio para dirigirse a la nación, en este periodo la televisión va a convertirse en el medio con mayor influencia. La televisión también tuvo un papel muy importante en la creación de una opinión contestataria en relación con la guerra del Vietnam. Sin embargo, en 1974, la prensa norteamericana también cobra protagonismo con el caso Watergate. Esto refuerza la idea del papel decisivo de los medios para influir en el ámbito político. Una cultura juvenil va ocupando su espacio en la cultura de masas. La sociedad de consumo no ha conocido todavía ninguna crisis relevante. La industria cultural (Morin, 1966) y sus mitologías (Barthes, 1957) están en su máximo apogeo. Un autor imprescindible en esta época es Marshall Mc Luhan, muchas de sus premisas, por ejemplo «el medio es el mensaje» o «la aldea global» llegan a hacerse incluso populares. El denominado determinismo tecnológico vuelve a poner de manifiesto el poder de los medios de comunicación, sin plantearse ni tan siquiera su contenido. Pero quien sí habla de contenidos es la Escuela de Fráncfort o movimientos como el situacionismo. Se pone de manifiesto que estamos en una sociedad del espectáculo (Debord, 1976). Precisamente los movimientos juveniles que tan fácil acomodo habían encontrado en la cultura de masas empiezan a cuestionar esta misma cultura (Morin, 1975). Esto produce, en palabras de Balle (1991: 30-33) una situación de desmentidos y contradicciones. Por un lado, las investigaciones de Lazarsfeld y Katz siguen señalando que los efectos de los medios de comunicación son limitados y, por otro lado, autores como Mc Luhan o Marcuse señalan que los medios modifican profundamente la percepción de las personas y la vida social. Pero, a partir de los años 70, desde la investigación empírica se empieza a postular que los medios de comunicación quizás no puedan hacer cambiar la forma de pensar de la gente, pero sí que tienen efectos cognitivos (Saperas, 1987). Aunque, por otro lado, se considera que la audiencia es activa y capaz de seleccionar el uso de los medios según sus necesidades. La semiótica se hace un espacio, cada vez mayor, en los estudios de la comunicación.
Las distintas teorías sobre los efectos cognitivos (agenda-setting, espiral del silencio, knowledge gap) se van consolidando en la comunidad científica. Un nuevo clima de opinión empieza a cuestionar la idea liberal de que los medios de comunicación son siempre instrumentos para el desarrollo. En 1980, propiciado por la Unesco, el informe McBride (1980) supone un cambio en la percepción de la comunicación internacional. Los países han de establecer políticas de comunicación con las que pretenden proteger tanto a su propia industria comunicativa como a su cultura. Se propugna un nuevo orden internacional de la información y de la comunicación: los Estados Unidos abandonan la Unesco. Pero esto no rompe la tendencia a una creciente internacionalización de la comunicación, y se sigue con la crítica al imperialismo cultural norteamericano. Las políticas de la comunicación se convierten en un objeto de estudio prioritario. El concepto de objetividad periodística entra en crisis por la aparición de reportajes falsos como Jimmys’s World publicado por el Washington Post el 28 de septiembre de 1980 y que llegó a obtener el premio Pulitzer. También se cuestiona la objetividad desde la sociología interpretativa (Rodrigo, 1996 c: 165-180). Se sigue concibiendo la audiencia como activa, pero la tendencia es contextualizar el uso social de los medios en su vida cotidiana. Las audiencias dejan de ser consumidores de medios de comunicación para convertirse en personas que llevan a cabo distintas prácticas culturales. Las aproximaciones microsociológicas y etnográficas son cada vez más usadas en los estudios de comunicación. Los estudios culturales británicos empiezan a hacer notar su influencia y llegan a los Estados Unidos. Se inicia la posmodernidad (Lyotard, 1984). En 1989, cae el muro de Berlín y se producen notables cambios geopolíticos. No se produce el fin de la historia, pero se hace necesario el replantear las propuestas políticas del marxismo ortodoxo. Se hace imprescindible repensar la realidad social y muchas concepciones que parecían incuestionables.
La investigación tiene que estar en diálogo permanente con la realidad social a la que se debe. Este diálogo tiene una doble característica. La primera se trata de que la investigación y la teoría, que de ella se deriva, deben describir y/o explicar lo más rigurosamente posible la realidad analizada. La segunda es que la propia realidad va a plantear sus exigencias a la investigación. Los cambios que se producen en la realidad social condicionan la investigación y le plantean nuevas exigencias, nuevos retos.
En un clima de opinión lleno de incertidumbres, los estudios de comunicación deben tener en cuenta las nuevas realidades tecnológicas y sociales que se están produciendo. Saperas (1998: 31) nos recuerda tres denominaciones, que han sido creadas por los científicos sociales, para definir la situación actual. Así, se habla de la Sociedad de la Información, de la Sociedad de la Complejidad y de la Sociedad Digital. Con la Sociedad de la Información se hace referencia a «una estructura económica y de vida cotidiana que integra todo tipo de información como principal fuente de creación de riqueza, de producción de conocimiento, de distribución de mensajes y, finalmente, de estrategia para la toma de decisiones» (Saperas, 1998: 31).
El concepto de Sociedad de la Complejidad procede del sociólogo alemán Niklas Luhmann que consideraba que «el sistema social evoluciona impulsado por una dinámica de cambio estructural que tiende a aumentar la complejidad del mundo social y de los diversos sistemas particulares que lo estructuran» (Saperas, 1998: 33). En esta sociedad los medios de comunicación van a establecer el sentido compartido, reduciendo así la complejidad social.
Por último, la Sociedad Digital no sólo hace referencia al avance tecnológico que ha supuesto la digitalización, sino que «también presupone un cambio radical en la totalidad de los ámbitos sociales insistiendo en la relevancia de su implantación social y en su capacidad para la estructuración de los comportamientos cotidianos, así como del trabajo y el ocio, la mediación política y la producción y el consumo culturales» (Saperas, 1998: 34). Por mi parte, utilizaré la terminología de sociedad de la información, que creo que podría englobar a las otras dos.
Lo que parece evidente es que vivimos en una sociedad en mutación permanente, esto no es nuevo, y acelerada, esto es algo más nuevo. Todo ello hace que, en muchas ocasiones, los investigadores en ciencias sociales vayamos de perplejidad en perplejidad. Además, no parece que esto vaya a cambiar, en palabras de Castells (1998 b: 392) el siglo XXI «se caracterizará por una perplejidad informada». No se trata de que las ciencias sociales se conviertan en ciencias predictivas o nomotéticas, pero tampoco hay que caer en la futurología. En cualquier caso, hay que reconocer la dificultad que tenemos para seguir los procesos sociales que se van produciendo y los retos que nos plantean las nuevas tecnologías.
Veamos, en primer lugar, cómo los cambios tecnológicos inciden en el mundo de la comunicación, pero hay que señalar que los cambios tecnológicos y los sociales están interrelacionados. Esto nos obliga a tener muy en cuenta los efectos sociales de las nuevas tecnologías de la comunicación.
Ya en los años ochenta, Moragas (1985 b: 18) apuntaba dos consecuencias de las nuevas tecnologías sobre la comunicación:
a) El aumento de las posibilidades de interacción no sólo de los individuos entre sí, sino de los individuos con las computadoras.
b) La transformación de los espacios de recepción no sólo en la dirección de la transnacionalización, sino, al mismo tiempo, en la de la mediación tecnológica de los procesos interindividuales o de ámbito local.
Creo que está claro que venimos asistiendo al desarrollo y a la innovación estructural de los sistemas de comunicación.
Algunas de las tendencias más visibles, que por ahora podemos apreciar son las siguientes:
a) Sigue la internacionalización, o quizás mejor dicho la transnacionalización, del mercado de los medios. En 1995 el 69,8 % de la ficción emitida por las cadenas de la Unión Europea eran productos norteamericanos. Esto no sería algo nuevo. Se trataría del conocido imperialismo cultural norteamericano. Según Schiller (1996: 8):
La formación de macroempresas en el ámbito cultural-multimedia permite prever cuál será la forma y el contenido del entorno simbólico mundial en los próximos años. Sus características ya son evidentes:
1) Una gigantesca concentración de capital. La mencionada fusión de Disney [con la cadena ABC] supuso la formación de una sociedad de 19.000 millones de dólares […].
2) La producción y la difusión de gran parte de los mensajes y las imágenes que forman el entorno simbólico de las personas, se unifica con una finalidad empresarial. Es decir, en todas las facetas artísticas de los medios de comunicación el proceso creativo está sujeto a los imperativos del capital: obtener los máximos beneficios. Esta dinámica influye decisivamente en la forma y el contenido del producto de los medios de comunicación.
3) Por último, los nuevos colosos de los medios de comunicación tratan de lograr una posición dominante en el mercado para situar sus productos en cada rincón del planeta.
b) Se produce una integración de las distintas tecnologías de la comunicación. Por ejemplo, algunas emisoras de radio se ponen en contacto con sus oyentes por e-mail o pueden sintonizarse por Internet. El ordenador se ha convertido en una herramienta muy útil para la autoedición de revistas de baja tirada. Estamos asistiendo a la aparición del diario electrónico. En la actualidad, diarios de todo el mundo pueden leerse por Internet.
Parece ser que en EE.UU. crece la tendencia en la prensa a difundir sus primicias en los periódicos on line a través de Internet. Veamos un ejemplo, el diario Dallas Morning News puso en su página de Internet la noticia de que Timothy McVeigh, que era el principal sospechoso del atentado en Oklahoma en 1995, se había declarado ante sus abogados culpable de haber colocado la bomba. Ésta es una forma de adelantarse a la publicación en papel de los diarios y de poder competir con la inmediatez de la radio. Además, aparecen revistas que sólo pueden consultarse por Internet. La información en Internet puede llegar a cambiar el concepto de la prensa o mejor aún de los medios de comunicación en general. Otro ejemplo es la aparición en Internet del informe del fiscal Kenneth Starr sobre las relaciones de Bill Clinton con Mónica Lewinsky. En un primer momento la noticia fue que esta información se podía consultar en Internet, como así hicieron muchas personas, pero a continuación se produjo un mimetismo mediático. En palabras de Ramonet (1998: 18) «El mimetismo es la fiebre que se apodera súbitamente de los media (con todos los soportes confundidos en él) y que les impulsa, con la más absoluta urgencia, a precipitarse para cubrir un acontecimiento (de cualquier naturaleza) bajo el pretexto de que otros –en particular los medios de referencia– conceden a dicho acontecimiento una gran importancia». La novedad en este caso es que el medio de referencia ha sido Internet.
Aunque hay que advertir que a pesar de las primicias que hemos señalado el periodismo on line todavía no es un periodismo en tiempo real. Es distinto el tiempo fenoménico de los acontecimientos y el tiempo de producción de la información. Pero no creo que sea arriesgado afirmar que algunas de las características de la producción periodística sí que cambiarán. Por ejemplo, lo que hace referencia a la hora de cierre. Lo que se producirá es una actualización cada cuatro o cinco horas de forma que no se tendrá la sensación de fragmentos de realidad separados sino que irá habiendo una evolución de los acontecimientos permanentemente.
Además, creo que en la actualidad todavía no se han producido los verdaderos cambios que pueden darse en los medios de comunicación a través de Internet. Porque, de hecho, todavía no se ha producido un cambio en los lenguajes en este cuarto medio como algunos ya denominan a Internet. Quizás en el futuro será un hipermedio, tendremos un hipertexto en el que se combinarán los tres lenguajes de los clásicos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). O mejor dicho, quizás hay que crear todavía un nuevo lenguaje para este posible nuevo hipermedio. Pero, en cualquier caso, creo que esto va a suponer un cambio en las estructuras de producción, de distribución y en los lenguajes periodístico y publicitario.
c) En el ecosistema comunicativo se produce una pluralidad de medios o quizás sería mejor decir la multiplicación de canales.
Hay un aumento de canales en Europa. La aparición de la televisión digital por satélite o por cable hace que haya un gran aumento del número de canales de televisión disponibles. En todos los países europeos se está dando un proceso similar. Aproximadamente hacia 1996 las empresas privadas de televisión han iniciado la explotación de la televisión digital ofreciendo 20 o 30 canales. A continuación la televisión publica ha entrado también en el negocio.
Sin embargo, cuando se habla de pluralidad de medios no podemos hablar sólo de los grandes grupos multimedias. La mesocomunicación es un fenómeno relevante en el ecosistema comunicativo (Moragas, 1988). En Catalunya hay, hoy en día, 104 televisiones locales. Entre estas emisoras hay muchos tipos de emisoras, desde emisoras públicas hasta emisoras privadas. Las hay en Barcelona y en poblaciones de hasta nueve mil habitantes. En 1994, se calculaba que en España funcionaban 400 televisiones locales, con una media de medio millón de espectadores y con una inversión de 10.000 millones de pesetas. En la actualidad se calcula que deben ser un millar.
Estas emisoras de televisión permiten que algunos acontecimientos que no aparecen en los medios nacionales sean recogidos por ellas. Muchas poblaciones pequeñas sólo aparecen en los grandes medios de comunicación cuando se produce algún suceso en ellos, mientras que todas las otras actividades sociales que se realizan: conciertos, manifestaciones culturales o políticas, teatro, etc., sólo tienen cabida en las emisoras locales de televisión. Es decir, que estas emisoras dan visibilidad mediática a ciertos acontecimientos que no aparecerán en las televisiones autonómicas o estatales.
Esta situación de la televisión yo creo que es ilustrativa, en parte, de las tendencias que se producen en el ecosistema comunicativo y cultural. Por un lado, tenemos lo que se denomina la globalización, por otro lado, la reivindicación de lo autóctono, de lo local, y por último tenemos la aparición de la revalorización de lo étnico, entendido como lo autóctono ajeno. Estas tres tendencias se dan al unísono con imbricaciones y contraposiciones que aún hay que analizar con cuidado.
En un contexto más general, la denominada sociedad de la información empieza a tomar cuerpo. El discurso de los ingenieros (Negroponte, 1995) sobre las nuevas tecnologías adquiere de nuevo importancia. Aunque Bell (1985) hace más de una década ya apuntaba que las nuevas tecnologías de la información producirían una revolución en la sociedad postindustrial, la situación actual confirma las tendencias apuntadas. Para algún autor (Tremblay, 1996) la sociedad de la información supone el paso de la segunda revolución industrial representada por el Henry Ford a la primera revolución postindustrial representada por Bill Gates. Sin embargo, muchos trabajos tienen gran parte de hipotético o de prospectiva (Echeverría, 1994 y 1995). De ahí la importancia del trabajo de Castells (1997, 1998 a y 1998 b) en su obra La era de la información; esta investigación de más de 12 años aporta una gran cantidad de documentación para sustentar sus análisis. Castells (1998 b: 369-370) apunta que el panorama actual proviene de tres procesos independientes de finales de los sesenta y mediados de los noventa, a saber: la revolución de las tecnologías de la información, las crisis económicas del estatismo y del capitalismo y sus subsiguientes reestructuraciones y el florecimiento de movimientos sociales y culturales. Así «La interacción de estos procesos y las reacciones que desencadenaron crearon una nueva estructura social dominante, la sociedad red; una nueva economía, la economía informacional/global; y una nueva cultura, la cultura de la virtualidad real» (Castells, 1998 b: 370).
Creo que nos debemos detener en este trabajo porque me parece uno de los más serios de los que se ha hecho sobre el tema.
Para Castells (1997: 88-89) nos encontramos ante un nuevo paradigma informacional con las siguientes características:
1) La materia prima es la información.
2) Las nuevas tecnologías tienen efectos sobre nuestra existencia individual.
3) La lógica del sistema es el de una complejidad de interacción creciente.
4) Se trata de un sistema flexible no sólo por la reversibilidad sino también por la capacidad de reordenación de sus componentes.
5) Se produce una convergencia de las distintas tecnologías en un sistema altamente integrado.
Quizás dos de los aspectos más interesantes de las nuevas tecnologías es la modificación de las coordenadas espacial y temporal. Castells (1997: 445) propone un nuevo concepto «el espacio de los flujos»:
El espacio de los flujos es la organización material de las prácticas sociales en tiempo compartido que funcionan a través de los flujos. Por flujo entiendo las secuencias de intercambio e interacción determinadas, repetitivas y programables entre las posiciones físicamente inconexas que mantienen los actores sociales en las estructuras económicas, políticas y simbólicas de la sociedad.
Castells (1997: 446-451) afirma que este espacio de los flujos puede describirse por la combinación de al menos tres capas.
El primer soporte material del espacio de los flujos es electrónico, ningún lugar existe por sí mismo, las posiciones se definen por los flujos. «Por lo tanto, la red de comunicación es la configuración espacial fundamental: los lugares no desaparecen, pero su lógica y su significado quedan absorbidos en la red» (Castells, 1997: 446).
La segunda capa lo constituyen los nodos y los ejes del espacio de los flujos. Se ha afirmado que no estamos ante una lógica de lugares sino de flujos, pero cuando uno se conecta lo hace con unos lugares específicos. «Algunos lugares son intercambiadores, ejes de comunicación que desempeñan un papel de coordinación para que haya una interacción uniforme de todos los elementos integrados en la red. Otros lugares son los nodos de la red, es decir, la ubicación de funciones estratégicamente importantes que constituyen una serie de actividades y organizaciones de base local en torno a una función clave de la red» (Castells, 1997: 446).
La tercera capa se refiere a la organización espacial de las élites gestoras dominantes que ejercen funciones directices en torno a las que este espacio de flujos se articula. «La articulación de las élites y la segmentación y desorganización de las masas parecen ser mecanismos gemelos de dominio social en nuestras sociedades» (Castells, 1997: 449).
En relación con el tiempo, Castells (1997: 467) señala que frente al tiempo lineal, irreversible, medible y predecible se está produciendo una profunda transformación que «es la mezcla de tiempos para crear un universo eterno, no autoexpansivo, sino autosostenido, no cíclico sino aleatorio, no recurrente sino incurrente: el tiempo atemporal».
El tiempo atemporal «se da cuando las características de un contexto determinado, a saber, el paradigma informacional y la sociedad red, provocan una perturbación sistémica en el orden secuencial de los fenómenos realizados en ese contexto» (Castells, 1997: 499). Para este autor las funciones y los procesos dominantes en la era de la información se organizan en torno a redes: es la sociedad red.
El concepto de red implica un serie de nodos interconectados, lo que un nodo es depende del tipo de redes: son los mercados de la bolsa, los canales de televisión, los consejos de ministros de los países de la Unión Europea, etc.
Las redes son estructuras abiertas, capaces de expandirse sin límites, integrando nuevos nodos mientras puedan comunicarse entre sí, es decir, siempre que compartan los mismos códigos de comunicación (por ejemplo, valores o metas de actuación). Una estructura social que se base en las redes es un sistema muy dinámico y abierto, susceptible de innovarse sin amenazar su equilibrio. […] la morfología de redes también es una fuente de reorganización de las relaciones de poder. Los conmutadores que conectan las redes (por ejemplo, el control ejercido por los flujos financieros de los imperios de medios de comunicación que influyen en los procesos políticos) son los instrumentos privilegiados del poder. Por lo tanto, son los conmutadores los que poseen el poder (Castells, 1997: 507).
Para Castells (1997: 512):