The Perfect Match - Lyla Mars - E-Book

The Perfect Match E-Book

Lyla Mars

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Beschreibung

Deja de buscar el amor: cuando seas mayor de edad, la Ciencia te dirá quién es tu alma gemela 98,8 %. A Eliotte aún le cuesta creerlo, pero los resultados de su test de compatibilidad son irrefutables. La autoridad mundial acaba de decretar científicamente que Izaak Meeka es su alma gemela más pura. En las próximas semanas, tendrán que casarse e irse a vivir juntos, a pesar de que su corazón solo late por Ashton, el hermano pequeño de Izaak… Sin embargo, Eliotte sabe muy bien que en el siglo XXII es la ciencia, y no el corazón, la que determina qué parejas pueden formarse. Pero, para sorpresa de Eliotte, su futuro marido, un ser frío y solitario, no acepta la unión con ella y está dispuesto a todo para desafiar a la autoridad vigente. Incluso si eso significa arrastrar a Eliotte en su caída…

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The Perfect Match

Lyla Mars

Serie No soy tu alma gemela 1
Traducción de Marta Sánchez

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Prólogo
Carta
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Agradecimientos
Sobre la autora
Notas

Página de créditos

The Perfect Match

V.1: abril de 2024

Título original: The Perfect Match

© HarperCollins France, 2023

© de esta traducción, Marta Sánchez Hidalgo, 2024

© de esta edición, Futurbox Project S. L., 2024

Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción total o parcial de la obra.

Diseño de cubierta: © Studio Piaude

Imagen de cubierta: © Herzstaub / © Shutterstock

Corrección: Isabel Mestre, Sara Barquinero

Publicado por Wonderbooks

C/ Roger de Flor n.º 49, escalera B, entresuelo, despacho 10

08013, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-77-3

THEMA: YFE

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

The Perfect Match

¿Obedecer la ley… o escuchar a tu corazón?
Deja de buscar el amor: cuando seas mayor de edad, la Ciencia te dirá quién es tu alma gemela

98,8 %. A Eliotte aún le cuesta creerlo, pero los resultados de su test de compatibilidad son irrefutables. La autoridad mundial acaba de decretar científicamente que Izaak Meeka es su alma gemela más pura. En las próximas semanas, tendrán que casarse e irse a vivir juntos, a pesar de que su corazón solo late por Ashton, el hermano pequeño de Izaak… Sin embargo, Eliotte sabe muy bien que en el siglo xxii es la ciencia, y no el corazón, la que determina qué parejas pueden formarse.

Pero, para sorpresa de Eliotte, su futuro marido, un ser frío y solitario, no acepta la unión con ella y está dispuesto a todo para desafiar a la autoridad vigente. Incluso si eso significa arrastrar a Eliotte en su caída…

«Pasé la última página aturdida, ¡ansiosa por leer lo que sucedería a continuación! […] ¡Un romance distópico lleno de tensión y giros!»

Mon Jardin Litteraire

«Devoré este libro en unas pocas horas y ahora estoy impaciente por saber qué pasará después, porque el cliffhanger final es sencillamente impresionante.»

The Lovely Teacher Addictions

«Es imposible aburrirse ni un momento con esta lectura. […] Pasé por diez mil emociones. […]  Además, debo admitir que caí bajo el hechizo de su adictivo estilo de escritura, que sabe exactamente adónde quiere llevar al lector. Nada se deja al azar y eso es algo que me gusta.»

La Malle aux Livres

«Este libro lo tiene todo, hay una crítica a la sociedad, un mensaje contra la homofobia, un elemento de distopía, una relación complicada entre dos hermanos, grandes personajes secundarios y una joven que sufre porque siente que ella es la razón de la marcha de su padre.»

Lou des Bois

#romantasy

A mi Maya Joestar, que cree en mis propios sueños más que yo.

A todos aquellos a los que les han intentado imponer un camino. No lo dudéis: el vuestro es mejor.

Prólogo

Amor [amuʁ], del latín amore. Mensaje químico nervioso enviado de un individuo a otro que precede a la activación de doscientas cincuenta hormonas y neurotransmisores en el cerebro (en el proceso de atracción y de apego son principalmente las feniletilaminas). Este mensaje va seguido de secreciones crónicas de dopamina, de serotonina y de adrenalina. El índice de adrenalina elevado conlleva varios efectos: taquicardia —aceleración de la presión arterial y de la respiración— y una vasodilatación que provoca un enrojecimiento facial.

Los efectos psicológicos de la pasión amorosa y del placer que procura son parecidos a los que se observan durante el consumo de drogas o alcohol, y pueden llegar a generar una dependencia, una adicción a la persona «querida» y conducir a estados de «carencia» cuando es inaccesible.

ALGORITHMA®

Recordad.

La soledad, la actividad excesiva y la inseguridad fueron las plagas de las sociedades pasadas.

Los hombres son de Marte. Las mujeres, de Venus. Y, entre ellos, un universo oscuro y silencioso: lo desconocido. ¿Cómo entendernos? ¿Cómo avanzar mano a mano y reconstruir un mundo mejor?

El amor es la base principal de la familia; la familia es el cimiento de todas las sociedades humanas. Sin familia estable, no hay evolución psicológica estable. Y los males que han sacudido a los siglos precedentes resultan de la inestabilidad humana, claro.

INFORME N.º 85337

Gestionado por Sofía Rivera

Apellido: Wager (Edison)

Nombre: Eliotte

Sexo: femenino

Padres: matrimonio 2665-C

Residencia(s): 6445th Lenion St., Lake City, Seattle, Nueva California – 73th Cherry Blossom Av., Portland, Nueva California – 789th Minetee St., Residence Roovery, Portland, Nueva California

Número de prueba(s)-pareja(s): 2 con Ashton MEEKA el 30/05/2165 y el 26/12/2168

Mi amor:

Ojalá supieras lo duro que me resulta escribir estas palabras, cómo me tiembla la mano y cómo me late el corazón.

Ojalá supieras cuánto me odio, cuánto me duele y cuánto te quiero.

Pero ojalá supieras, sobre todo, por qué tenía que hacerlo.

Te lo suplico, perdóname. Tenía que hacerlo. De hecho, no he tenido elección, ¿verdad?

Que no se te ocurra pensar que ha sido fácil, que no he pensado cada segundo, que no he sopesado los pros y los contras una y otra vez… Cada noche, cada día, cada año. Casi toda mi vida. No te imagines lo inimaginable. Te lo prohíbo.

Pero creo que, en algún lugar en lo más hondo de ti, sabes qué es lo justo y lo correcto; sabes la verdad. Déjalo todo de lado, olvídate de ti mismo para afrontarla. Mírala a la cara.

Quizá ya nada será como antes nunca más, quizá todo cambiará, todo se hundirá en las sombras o se aclarará. Quizá.

Lo que es seguro es que te quiero. Eso no cambia. Recuérdalo, por favor.

Perdóname.

Tu alma gemela

1. Los resultados

Eliotte

«44,7 %.

44,7 %.

44,7 %…».

Me miro las piernas, que cuelgan, y aprieto los brazos alrededor de la barra metálica que cerca el tejado de la estación abandonada. La golpeteo frenéticamente con las uñas y suena un tintineo estridente.

—… entonces he dicho que sería mejor que nos fuéramos más bien al este de Florida este año —continúa Ashton—, pero mi padre ha respondido que era mejor que nos quedáramos en Nueva California para que pueda seguir su campaña electoral. Sinceramente, estoy hasta las narices de la playa.

—Sí, me imagino —contesto con la mirada perdida al frente—. La arena, el calor, todo eso…

—¡Exacto! Me gustaría hacer senderismo por la montaña. Sé que tenemos montañas a una hora de aquí, pero no hay tanto bosque como en el este. Y sé de lo que hablo.

—¿A qué viene este nuevo capricho de querer ser leñador, Ash?

—No, no es de ser leñador. Es de hombre que quiere volver a conectar con su naturaleza profunda entre álamos y amapolas… Creo que todo esto es por mi padre: cuando éramos niños, nos llevaba a Izaak y a mí todos los días al bosque.

Me dispongo a responderle, pero añade:

—Y no me digas que ese toque salvaje que tengo no es sexy.

Dibujo una sonrisa; los pensamientos están en plena ebullición.

—En fin, todo esto para decirte que el fin de semana me iré con Matthew al este de Florida después de los exámenes —continúa Ash—. Además, hace poco me habló de ti… Creo que deberías acompañarnos, Eliotte. Volveremos a ser un trío, ¡como en el instituto!

«Nuestro pequeño “trío”… En realidad, era un dúo al que me había acoplado».

Quería reírme, pero, en su lugar, suspiro y vuelvo la cabeza hacia él.

—Ash… ¿De verdad haremos como si fuera un día perfectamente normal?

—Claro, ¿por qué? ¿Pasa algo?

Me dedica una de sus mejores sonrisas; las que tienen el don de relajarme los tejidos del corazón y de sacarme dos toneladas de problemas de la cabeza.

Sin embargo, hoy no consigue ese efecto.

—¿Cómo lo haces para estar tan tranquilo? Nos darán los resultados finales, el porcentaje que definirá el resto de nuestras vidas, en apenas media hora. ¿Te imaginas que…? ¿Y si fuera nega…?

—No lo será —me corta, y me pasa un brazo por los hombros—. Sácatelo de la cabeza y deja de pensar en lo peor. Estamos juntos desde que tenemos dieciséis años, Eliotte. Siempre nos hemos querido con locura… ¿Por qué no seríamos compatibles? ¿Eh?

—Pues ¿quizá porque es lo que nos dijo el test de pareja de los dieciocho años?

—Estoy seguro de que en tres años hemos aumentado nuestra compatibilidad para superar la jodida barrera del cincuenta por ciento. Solo nos faltaban 5,3 putos puntos. Yo confío en ello. Claro que somos compatibles. Y seamos sensatos un segundo: si no fuera así, no nos querríamos tanto, Eliotte.

Esbozo una vaga sonrisa mientras contemplo el horizonte, bañado por el sol anaranjado del amanecer. Tengo el corazón encogido.

El momento en el que nos dijeron los resultados de nuestra primera prueba permanece intacto en mi memoria.

«Caímos de muy alto».

Mantener una relación naturalmente romántica con alguien está muy desaconsejado, es incluso tabú, hasta que Algorithma —la agencia científica que hay detrás de todo el sistema basado en los genes y el amor— designe a tu pareja oficial. A pesar de eso, todas las parejas pueden pedir a la Oficina Matrimonial pasar dos veces el test. Todo ello con el objetivo de poner a prueba su compatibilidad. Un resultado inferior al cincuenta por ciento equivale a una incompatibilidad de la pareja. Por encima de esa cifra, los ciudadanos pueden considerarse «almas gemelas» y casarse.

Cuando teníamos dieciocho años, Ash y yo alcanzamos un 44,7 %. Quererse profundamente no es un criterio de compatibilidad. Aquel día nos lo pasamos acurrucados en mi cama escuchando música. Mirábamos el techo y cambiábamos la lista de reproducción a cada nueva crisis de lágrimas.

Por suerte, los resultados pueden evolucionar con el tiempo. En unos años, el porcentaje puede variar incluso quince puntos según nuestro estado psicológico. Es posible imaginar que, en el último test de pareja, con veintiún años —justo antes de la edad designada para casarse—, nuestra compatibilidad sea superior al cincuenta por ciento. Si fuera así, nos presentaríamos delante del casamentero con la prueba positiva y dos anillos antes de que Algorithma nos proponga un lote de posibles almas gemelas.

La mayoría de las parejas que reciben un resultado negativo en su primera prueba no se arriesgan a seguir juntas. Prefieren dedicar los últimos años antes de casarse a conocer a gente nueva.

Pero eso era inconcebible para Ash y para mí.

Nos hemos agarrado a ese último rayo de esperanza y lo hemos mantenido y protegido en la palma de la mano. ¿Que tenemos tres años para cambiar nuestros resultados? Muy bien. Lo conseguiremos.

De aquí a media hora, es imperativo que Algorithma nos diga que somos compatibles. Ashton Meeka es el único chico con el que puedo casarme. El único.

Corre una brisa que me revuelve el pelo. Siento escalofríos al observar los raíles oxidados del tren bajo nosotros. Siento que el día empezó hace una semana. No he dormido en toda la noche. 44,7 %. 44,7 %. 44,7 %. Las cifras daban vueltas en bucle en mi cabeza. Me costaba recuperar el aliento.

—Nos zamparemos una hamburguesa cuando salgamos del laboratorio, Eliotte… —asegura Ash mientras entorna los ojos—. No te lo imaginas. Y, luego, iremos a mi casa, me pondré en calzoncillos y… No, pero ¿qué digo? Me pondré directamente en bolas, nos tiraremos en mi cama y nos tragaremos todas las pelis de mi videoteca.

Así, con esa mirada dulce, esos ojos risueños y esa sonrisa perenne, parece que no esté en este mundo; totalmente relajado. Pero el cuerpo lo traiciona. Empezando por la mano, que no suelta la mía desde que nos sentamos en el borde del tejado. Me agarra tan fuerte que parece que se va a romper las falanges.

—Te quiero, Ashton. ¿Lo sabes? Y un poco demasiado.

Sonríe con más fuerza.

—Sé que eres un poco psicópata, Eliotte. ¡Lo sé! Pero no te preocupes, estoy acostumbrado: no eres la única que está obsesionada conmigo. Hay muchas más. Muchas, muchas, muchas más…

Suelto una carcajada.

—¿Y eso dónde? ¿En tu imaginación?

Se ríe, y se inclina ligeramente hacia atrás sin soltarme de la mano.

—Te quiero a ti, Eliotte. A ti y a nadie más. Pase lo que pase. ¿Lo sabes?

«Pase lo que pase».

Me agarra la cara y se inclina hacia mis labios. Como siempre, me mira unos segundos primero, directo a los ojos… y luego me besa. Nunca me cansaré de la forma en la que sus labios se apoyan contra los míos en un silencio tranquilizador. La boca le sabe al chicle que está masticando y al estrés que brota de él.

Cuando se separa de mí, no aparto la mano de ese pelo rubio. Siempre lo lleva impecablemente peinado:

—¿Qué pasa? ¿El icónico Ashton Meeka se ha vuelto un romántico?

—Pues sí, hoy es el gran día: por fin nos dirán que somos compatibles y que podemos casarnos.

Me quedo sin aliento.

«Compatibles».

—No se enteran de que su aromatizador huele a ambientador de cuarto de baño… —me dice Ashton cuando estamos en la sala de espera—. Parece que estamos en el lavabo de un restaurante mexicano. Tengo ganas de vomitar.

—Huele mejor que lo que ponías antes… —le respondo—. Espera ¿qué era? ¿«Bosque lúgubre y salvaje»?

—¡No, no! ¡Para! Sabes que lo llevaba solo por agradar a mi madre. Se le rompería el corazón si supiera que he crecido. Era el perfume de mi crisis adolescente; pensaba que así tendría más testosterona.

Ash se queda sin aliento de la risa. Es de ese tipo de personas que se ríen por todo y por nada, pero ahora su hilaridad parece casi forzada. Es de esa gente que prefiere sonreír en lugar de volverse loco. Yo soy más bien de las personas que se dan cuenta de que están ahogándose antes de saltar al agua.

De pronto, una mujer con un traje azul se acerca a nosotros con una tableta táctil en una mano. Sacudo el brazo de Ashton para que vuelva a la tierra, pero la ha visto. Se para justo delante de nosotros y sonríe de forma mecánica. Su broche en forma de hebra de ADN que rodea un corazón humano tiene un brillo extraño bajo la bombilla blanca que hay encima de ella.

—¿Eliotte Wager y Ashton Meeka?

—Somos nosotros —responde él con una voz más insegura de lo normal.

—Síganme, por favor.

Sin pensarlo dos veces, saltamos de las sillas. Antes de seguir a la mujer, nos miramos de reojo. La mano de Ash roza con timidez la mía; no sabe si agarrarla: estamos en público, y en la Oficina Matrimonial, por si fuera poco.

—Estoy seguro de que irá bien —murmura—. Seremos compatibles.

«Seremos compatibles». Sin embargo, deberíamos haberlo sido desde el principio. Si no, no nos habríamos entendido tan bien, no nos habríamos agarrado y querido tanto desde la primera mirada. Soy incapaz de responderle, como si se me hubiera cerrado la garganta a cal y canto. Me limito a sonreírle con discreción y a seguirlo.

Cruzamos varios pasillos largos de paredes blancas —distintos de por los que pasamos cuando vinimos la última vez a recoger nuestros resultados—. En estos, aparece colgado varias veces el retrato de uno de los mayores científicos del siglo xxii: Joshua Meeka, el tatarabuelo de Ashton. Es una de las personas que descubrió el gen de la compatibilidad humana hace cerca de setenta años. Gracias a él, su familia ganó influencia y notoriedad, hasta el punto de controlar hoy en día Nueva California, uno de los diez estados-distrito de los Estados Unidos, tal como los conocemos ahora. Meeka es más que un apellido. Meeka es un escudo de armas, es una herencia. Letras doradas.

En los años 2050, cuando las epidemias mundiales se multiplicaron y la Primera Guerra Química estalló, empezaron las Décadas Oscuras; un periodo dominado por el miedo, la incertidumbre y la subida al poder de los partidos conservadores y los gobiernos autoritarios. Después, como la población mundial disminuyó significativamente, tuvieron que volver a pensar en el sistema de descentralización de algunos países, como los Estados Unidos, para adaptarse mejor a la densidad humana de los territorios. Desde entonces, no se divide en cincuenta estados, sino en diez estados-distrito más o menos independientes.

Los verdaderos héroes y salvadores absolutos de la humanidad durante las Décadas Oscuras fueron los científicos, quienes presentaron sus vacunas y sus descubrimientos como las verdaderas soluciones para alcanzar un futuro mejor.

Nuestros antepasados se precipitaron sobre esas salidas de emergencia.

Algunos países, como Corea del Sur o Noruega, decidieron establecer gobiernos científicos provisionales —que acabaron siendo permanentes ante la aprobación del pueblo—, mientras que, poco a poco, emergieron partidos políticos que se regían por la ciencia en cada región del mundo. En la actualidad, la mayoría de nuestros políticos llevan una camisa blanca. Tienen la confianza total del pueblo. Y con razón: la ciencia es la autoridad. ¿Quién contradiría las cifras? ¿Las experiencias? ¿Las leyes físicas? En el momento en el que vemos el uniforme tradicional de los eruditos en un plató de televisión, no hay debate. O, al menos, este gana por lo evidente, lo seguro y lo racional: por la ciencia.

Uno de los valores conservadores heredados del periodo oscuro, el verdadero cimiento de la sociedad, es la familia —compuesta por un hombre, una mujer y varios hijos—, pero va acompañado del trabajo o la moral religiosa.

Unos años más tarde, en el clima de confianza que consiguieron los dirigentes, nació el primer prototipo de Algorithma, primero en Asia y, luego, en América del Norte. Según este organismo, la combinación del gen de compatibilidad y de una tecnología psicológica puntera permitiría encontrar a la persona perfecta para cada individuo y, así, construir una familia —una sociedad— estable.

El proyecto se probó de inmediato y las generaciones descendientes de las Décadas Oscuras lo adoptaron, convencidas más que nunca de que la soledad es el veneno del ser humano. Es la que rompe el alma y el corazón y alimenta los problemas sociales.

Y aquí estoy yo. Aquí estamos todos. Porque he crecido en un mundo construido por personas drogadas con esperanza.

La mujer que se encarga de nosotros se detiene delante del despacho de una tal «Aglaé Desroses». Abre directamente la puerta y nos invita a entrar. Detrás de un largo mueble de roble, una científica con el pelo pelirrojo y aplastado nos observa.

—Ashton Meeka y Eliotte Wager, un placer. Siéntense.

La voz tiene algo que me angustia.

De pronto, la persona que nos ha acompañado hasta aquí se marcha. Oigo el clic de la puerta y el pumpúm de mi corazón. De golpe, esta sala tan grande me agobia.

«Todo irá bien. Somos compatibles».

Ashton se sienta de inmediato. Las mejillas se le han encendido, tiene la mandíbula apretada. Parece que está asfixiándose en su sudadera con la capucha amarilla. Me siento donde me indica la señora Desroses mientras intento controlar la respiración. Apoyo los dedos en el reposabrazos. Cómo me gustaría cogerle la mano a Ashton…

Sin decir una palabra, desliza delante de nosotros dos carpetas.

—¿Qué es? —pregunto con rapidez.

Aglaé Desroses se humedece los labios sin mover ni un milímetro la cara.

Luego, con una tranquilidad absoluta, responde:

—Hemos recibido el resultado de su test de pareja. Es de un 39,4 %.

Un ruido blanco estalla en el aire.

«Treinta y nueve coma cuatro por ciento».

Joder, pero ¿qué?

Miro a Ashton para atrapar su mirada, como si se tratara de una cuerda que me ayudara a subir a la superficie. Pero no se mueve. No dice nada, permanece inmóvil y mira a la científica esperando más.

—Son incompatibles. Como los dos han cumplido veintiún años, tienen seis meses para casarse. Les proponemos los sujetos más compatibles, según su perfil, que viven en el estado-distrito de Nueva California.

Silencio.

Con las uñas brillantes, golpetea dos sobres de cartón. No quiero ver esos informes de mierda. Sin embargo, me doy cuenta de que el mío es extrañamente fino comparado con el de Ashton.

—Es incomprensible que la noticia los sorprenda, sobre todo porque, según su informe, hace tres años se hicieron el test de pareja y el resultado ha disminuido significativamente… Pero ¡alégrense! ¡Alégrense de estar en el siglo xxii, en un país con tecnología punta que puede predecir los fracasos y las alegrías de la vida!

«¿Nuestra compatibilidad ha disminuido? ¿Cómo es posible?».

—Gracias a nuestros progresos tecnológicos y científicos, ahora somos capaces de garantizar el porvenir de las futuras generaciones. Gracias a la ciencia, evitamos que las familias se desarrollen en un hogar inestable en el que los niños —nuestros futuros ciudadanos— podrían verse gravemente afectados, tanto en el plano físico y financiero como psicológico. Me alegro de anunciarles que acaban de ganar un tiempo y una energía considerables. Todos los años que habrían podido pasar sufriendo un matrimonio infeliz, una vida de miseria emocional… han desaparecido gracias a esta nueva prueba. Y, por si fuera poco, la ciencia les ofrece en bandeja a su verdadera alma gemela.

Me quema la garganta, tengo las manos húmedas. Está tan segura de lo que ha dicho, tan orgullosa, tan feliz con la situación… Quiero arrancarle esa sonrisa condescendiente, zarandearla… Quiero saltar de la silla, subir a su mesa y gritarle: «¡Eso es imposible! ¡Vuelvan a calcularlo!».

¿Ashton quiere hacer lo mismo? No tengo ni idea. No reacciona. Sigue con la misma expresión en la cara, con la misma postura inerte.

La científica se dirige a mí, animada.

—Señorita Wager, su caso… es particular.

2. Izaak Meeka

Eliotte

—¿«Particular»?

La pelirroja se toma un momento para examinarme con más intensidad todavía. Me pone la piel de gallina.

—Hemos detectado a un individuo con el que tiene una tasa de compatibilidad que se alcanza muy raramente: 98,8 %. Por eso, debe casarse con este sujeto lo más rápido posible. En un mes aproximadamente.

—¿Perdón? ¿Cuál es el porcentaje?

—Me ha oído bien: 98,8 %. Es… fascinante. Seguiremos con atención su pareja en sus inicios, más que las otras. Queremos perfeccionar nuestros programas psicológicos, ¿lo entiende?

—No, yo…

—¿Quién es esa persona?

Me giro hacia Ashton: por fin ha hablado.

—¿Quién es esa persona con la que Eliotte tiene una compatibilidad del 98,8 %? —añade gruñendo.

—En realidad, señor Meeka, el tema es bastante delicado…

Agarra mi carpeta y la abre con un gesto seco. Me da un vuelco el corazón.

«Es imposible. No, no, no, no…».

Veo en la esquina de la ficha, agarrada con un clip, la foto de Izaak. Incluso imprimida en papel satinado, me fulmina con su mirada helada.

—La señorita Wager tiene una compatibilidad del 98,8 % con su hermano mayor, Izaak Meeka. Es muy interesante, porque él era de las pocas personas que aún no habían encontrado alma gemela en nuestra base de datos en estos últimos tres años. Seguramente es porque estaba esperando a Eliotte.

—Nadie estaba esperándome —respondo con un tono seco, sin poder aguantarme.

Un largo silencio invade la habitación. Me quedo pegada a la silla con los ojos fijos en la foto de Izaak.

¿Yo? ¿Compatible con ese tío? ¿Y casi al cien por cien?

«Es imposible.»

«Hay. Que. Volver. A. Calcularlo».

—¿Mi… mi hermano? —acaba diciendo Ashton—. ¿Es el único que han encontrado?

Casi me caigo al suelo.

«No, Ash. Solo estás tú».

—No nos hemos esforzado en analizar otros posibles casos cuando nuestras pruebas han asociado al señor Meeka y a la señorita Wager con una tasa tan alta de compatibilidad. En cuanto a usted, Ashton, tiene tres potenciales almas gemelas: Emily De Saint-Clair, con un 66,5 %; Chloé Johnson, con un 52,4 %, y Amy Roger, con un 52 %. Como es lógico, le aconsejamos que vea a Emily muchas veces, dado que solo tiene seis meses para presentarse en el ayuntamiento con su futura esposa… No pierda el tiempo.

Ash se aclara la garganta con la mirada fija en sus Nike.

Emily. Chloé. Amy.

«Pero si yo ya tengo grabado “Eliotte” en el corazón».

—Su primera cita impuesta tendrá lugar en tres días: les mandaremos las invitaciones por correo electrónico. Por supuesto, el Estado se responsabiliza de los desplazamientos. Si tienen la más mínima pregunta o agobio, diríjanse a nuestra psicóloga amorosa. Estuvo con ustedes durante su adolescencia con el objetivo de prepararlos para la vida en pareja y seguirá estando presente si es necesario. No se preocupen. Además, los dos tendrán que verla al final de cada semana para hacer balance con el objetivo de ayudarlos todo lo posible hasta sus respectivas bodas.

«Buenos días, señora Field, tengo un grave problema: no puedo casarme, y menos con su hermano».

Creo que me va a explotar la cabeza.

—Toda la información necesaria para ponerse en contacto con sus almas gemelas se encuentra en el informe… En cuanto al marco legal, que no podemos ignorar, les recuerdo que, a partir de esta noche, se los considerará «expareja» a ojos de la ley: no podrán estar juntos y solos en un espacio público o privado. En caso contrario, se los considerará rebeldes y recibirán una multa de veinte mil a trescientos cincuenta mil dólares o incluso se arriesgan a una pena de prisión por adulterio.

«Rebeldes».

—¿No es increíble? En esta tierra todos tenemos al menos un alma gemela. Hace un siglo, según nuestras estadísticas, las personas como ustedes y yo teníamos muy pocas posibilidades de llegar a conocerla. Por suerte, la humanidad se ha negado a aferrarse a esa sórdida idea del destino. Hoy en día, a todos nos cuesta concebir un mundo en el que deberíamos buscar a la persona con la que pasaremos el resto de nuestra vida. Un mundo en el que nos comprometeríamos con ella sin saber exactamente si es la persona correcta, si no estamos perdiendo el tiempo…

La señora Desroses se levanta y rodea lentamente su escritorio con los brazos detrás de la espalda.

—Las Décadas Oscuras han herido de un modo violento los corazones de nuestros mayores, ya lastimados por los problemas del siglo xxi, pero han tenido el valor de levantarse, de confiar de nuevo los unos en los otros para construir una sociedad mejor, ¡una América más bonita! El índice de criminalidad ha caído, al igual que los suicidios, los desgastes profesionales y demás… En la actualidad, tenemos seguridad tanto emocional como física.

Vuelve a dirigir la mirada azul hacia nosotros.

—Eliotte, Ashton, al dedicarse en cuerpo y alma a sus respectivas parejas, prometen proteger esta herencia garantizando la serenidad de su futuro en brazos de la persona que les corresponde.

Sus labios vuelven a dibujar una sonrisa sarcástica. Esta vez no tengo ganas de zarandearla y subir a su escritorio, solo quiero reventarme los ojos para no ver nada más. Nada más.

«¿Estoy despierta? ¿Qué es esta mierda de pesadilla?».

Ashton se levanta el primero, me espera antes de dirigirse a la salida. No dejo de mirarlo, busco la mínima reacción.

Pero sigue indiferente, mudo, pálido.

Solo valoramos una vez la posibilidad de ser incompatibles a ojos de la ciencia. Solo una.

Y en ese momento estábamos de acuerdo en una cosa: no nos separaríamos. Habría sido una locura.

De vuelta al aparcamiento, nos sentamos en el coche sin decir nada. Me gustaría romper el silencio. Decirle que estoy muy enfadada, que estoy muy desconcertada y que le quiero. Pero ¿qué pasa con Ash? No entiendo nada. Mira hacia delante con la boca cerrada.

—¿Crees que vamos…?

—No, por favor, Eliotte —me interrumpe—. Ahora necesito… pensar.

—¿Pensar? ¿Pensar en qué?

Sacude la cabeza y se queda en silencio, mirando detrás del cristal. Veo cómo su caja torácica se hincha y deshincha a gran velocidad bajo su sudadera con capucha.

—¿Te dejo en tu casa? —pregunta al final, como si nada.

—Ash… Tenemos… Tenemos que hablar de lo que acaba de pasar. No podemos hacer como si no hubiera pasado nada.

—Eliotte…

—¡No nos desestabilizarán! Quizá se trata de un error y vamos…

—¡Eliotte! —exclama—. Ahora… ahora no puedo. Tengo que pensar, que tranquilizarme, tengo que…

Se toca la cara y deja caer la cabeza contra el reposacabezas en un largo suspiro doloroso. Solo quiero hacer una cosa: agarrarlo, abrazarlo fuerte y decirle cuánto le quiero. Cuánto lucharemos para seguir juntos.

Pero permanezco sentada en mi asiento, atónita.

Ash arranca el coche y se gira hacia mí por fin.

—¿Te has puesto el cinturón?

—Yo… Sí.

—Entonces, ¿te dejo en tu casa?

Respondo con un suave movimiento de cabeza… y nos vamos. En silencio.

«Pero ¿qué mierda está pasando? Y mucho peor: ¿qué va a pasar?».

3. Eliotte Wager

Izaak

Vuelvo a atarme los cordones precipitadamente. Tengo que largarme lo más rápido posible antes de que lleguen. Lo más rápido posible.

De pronto, me sobresalto. La puerta de entrada ha chirriado.

«Mierda».

—¿Ashton? —pregunto—. Has vuelto antes de lo previsto.

Su silueta aparece en la entrada. Se para en seco al verme. Tiene los ojos hinchados.

—¿Estás bien? ¿Qué…?

Estalla un relámpago. En un abrir y cerrar de ojos, se me desencaja la mandíbula.

—Pero ¡¿qué te pasa?! —exclamo mientras me acerco una mano a la nariz, que ha empezado a sangrarme.

Ashton vuelve a acercarme el puño a la cara.

—Noventa y ocho… —afirma mientras intenta darme otro puñetazo—. Coma ocho…

Intento agarrarlo de los brazos, pero está hecho una furia, no para… Joder…, ¿qué le pasa?

—¡Un puto 98,8 %!

Cuando trata de volver a pegarme, le agarro con fuerza las muñecas y le hago una llave de brazo. Forcejea, pero consigo pegarlo a la pared.

—¿Estás loco? ¿Qué te pasa?

—Izaak… Joder…

—¿Qué?

Lo suelto y se gira hacia mí. No me da tiempo a mirarle a la cara porque se deja caer contra mi hombro.

—Nos han citado antes de lo previsto en la Oficina Matrimonial. 

«¡Oh! ¡Mierda! Entonces, no es compatible con Eliotte…».

Al instante, surge otro pensamiento:

«¿“Un puto 98,8 %”… de compatibilidad?».

—Eres tú, Izaak… Eres compatible con Eliotte.

Me echo hacia atrás.

—¿Que soy qué?

—Tendréis que casaros en un mes, y yo…

—Eso es imposible, Ash.

—¡De verdad! ¡Sois compatibles casi al cien por cien! ¡Incluso os seguirán de cerca para perfeccionar sus análisis!

Me seco una gota de sangre que me cae por el labio. ¿Qué es esta mierda? ¿Cómo que soy compatible con su novia? ¿Y en un 98,8 %? ¿Me voy a casar en un mes?

De pronto, mi hermano rompe a llorar. Su dolor corta el aire.

—¿Qué voy a hacer, Izaak? Esto… ¡esto no estaba previsto, joder! Teníamos que ser compatibles y… y yo…

—Ash…

Me escruta con los ojos de color avellana. Sin pensarlo, le abro los brazos; se refugia al instante. Siento cómo le late el corazón con fuerza y cómo se agarra a mi chaqueta vaquera con las manos húmedas. Durante un segundo, me transporto a la época en la que me veía como su hermano mayor, el que lo protegía de todo.

—Tengo a todo el imperio sobre mí —murmura, y se agarra un poco más fuerte mi ropa—. ¿Cómo voy a hacerlo?

«Esta mierda de herencia».

—Tendré que casarme con otra, Izaak, construir una familia con alguien que no es ella, a la que quiero desde siempre. Así son las cosas. No tengo elección.

—Sí, en esta mierda de sociedad….

Lo alejo de mí para mirarlo a la cara con las manos a ambos lados de los hombros.

—Escúchame, Ashton. Si tanto quieres a Eliotte, tienes que luchar por ella. Al carajo sus ideas, la opinión de papá y su imperio político…

—Deja de decir gilipolleces —exclama, y se aparta de mí—. ¡Sabes perfectamente que es imposible! ¡Sé sensato! Tú y yo no tenemos la misma visión de la ciencia, pero no puedes…

—Ash, la quieres.

Se muerde el labio para aguantarse el llanto. 

—Claro, pe-pero… ¿y papá, joder? ¿Y la reputación de los Meeka? Yo…

—¿La reputación?

Nunca me habría imaginado que la respuesta a una cuestión de amor contendría esa palabra. Es como escuchar:

«—¿Cómo te llamas?

—¿Yo? Vivo en Connecticut».

Al final, lo han construido para que piense así. Y no he podido protegerlo: todas las piezas ya estaban juntas y bien engrasadas cuando me di cuenta de ello.

—Sabes muy bien que hay una solución, Ash.

—Izaak. No puedo… Es… es demasiado…

Baja la cabeza y mira el suelo mientras se sorbe los mocos.

«¿Por qué no aprovecha la oportunidad de vivir con quien quiere?».

Sé que está loco por esa chica…. Y también que haría todo lo posible para que nuestro padre esté orgulloso de él. Cuando me contó que quería volver a hacerse el test de pareja con Eliotte, le comenté todas las posibilidades, entre ellas, que volviera a ser negativo. No quería creerlo, pensar en esa hipótesis. Y ahora lo entiendo: no era por huir de esa posible realidad, sino por huir de la cobardía que sentiría si fuera así.

Y lo peor es que creo que su reacción no me sorprende.

Me pregunto qué lo haría más feliz: ¿Eliotte o la sonrisa de nuestro padre?

—Y la historia del porcentaje… mierda —suelta de pronto—. Nunca lo habría imaginado, Izaak: ¡estamos por debajo del cincuenta por ciento! De hecho, ha bajado desde la última vez, joder… Somos incompatibles.

Se seca las lágrimas e inspira fuerte.

«Sois compatibles si os queréis».

Me gustaría que se tapara los oídos por una vez y que dejara de escuchar esas gilipolleces, la voz del exterior.

Al final, quizá también están las voces del interior, esas voces que nos perturban desde niños, esas voces que se convierten en la nuestra si no nos damos cuenta.

—¿Quieres que me quede aquí contigo? —le pregunto cuando se seca por enésima vez los ojos para intentar canalizar otro ataque de lágrimas.

—No, no pasa nada. Creo que prefiero estar solo.

—¿Crees o estás seguro?

Intenta esbozar una leve sonrisa.

—Estoy seguro.

Me gustaría insistir de nuevo, pero creo que soy al último al que quiere ver en esta situación tan descabellada. Además, diga lo que diga o haga lo que haga, sé que en unos segundos subirá al cuarto, saludará a la mujer de la limpieza, tratará de hacer ejercicios de respiración y acabará vaciando su bote de ansiolíticos.

Aprieto el puño.

Suspiro, agarro mi mochila, que había dejado en el suelo mientras me ataba los cordones, y le despeino el pelo de color miel antes de decirle:

—Una llamada y aquí estaré, Ashton. No lo olvides.

Asiente inclinando ligeramente el mentón.

—Encontraremos una solución —le aseguro antes de despedirme acercándome dos dedos a la frente.

Me esfumo de la casa antes de que uno de los trabajadores me vea aquí. Al salir, noto que me vibra el móvil: un mensaje. Sé quién es antes de leer la notificación.

Respondo con torpeza mientras doy zancadas hacia el coche.

Todo bien. Estoy de camino, voy.

Eliotte

Unos días después

—¿Te vas?

—Sí, el taxi ha llegado —respondo mientras me pongo los zapatos en la entrada.

—Te sentirás un poco incómoda al principio —me dice mamá desde el salón, que sube el tono de voz para hablar por encima de la película que está viendo—. Pero tienes que confiar en los porcentajes, Eliotte: ¡irá bien!

«Confiar en los números…». Hago una mueca y cojo los botines.

—¡Tu madre tiene razón! —asegura Karl—. Irá bien. ¡Te recuerdo que tenéis un 98,8 % de compatibilidad!

—Gracias por tranquilizarme —respondo—. Pero no puedo evitar pensar que esperar que todo vaya bien es la mejor forma de estropearlo todo antes de empezar nada. Si no hay expectativas, no hay decepción, ¿no?

«¿Qué dices, cómo que “no hay decepción”?».

Lo he dicho para dar conversación y para que sigan creyendo que todo va bien, que no me pasa nada… Pero, por supuesto, mi relación con Izaak se ha ido la mierda antes siquiera de haber empezado: estoy enamorada de su hermano y no puedo ver a ese tío ni en pintura. Así que no: nada irá bien.

—¿Sabéis a lo que me refiero? —añado al vacío.

Me remango las mangas del jersey mientras me enderezo y me miro en el espejo de la entrada. No me he arreglado. Me peino algunos mechones del flequillo, que, con los rayos del sol de noviembre, tiene reflejos de rubio claro. Al pasarme la mano por las mechas, me doy cuenta de que las raíces castañas han crecido antes de lo normal. Es mi color natural, pero me teñí el pelo hace un año; después de aclarármelo poco a poco durante varios meses, decidí dar el paso. A Ashton le encantó.

A mi madre no.

—¿Mamá? ¿Karl?

Salgo de la entrada para deslizarme en el salón. Ahí están, acurrucados mientras ven no sé qué película. La verdad es que a veces siento que podría cerrar la puerta y no volver en una semana y no se darían cuenta de que no estoy.

Suspiro. De todas formas, prefiero que mi madre esté enamorada hasta el punto de olvidarse de su propia hija a que sea infeliz y esté sola con ella.

Forma parte de las personas del banco de pruebas del sistema. Su alma gemela —mi padre biológico— se largó clandestinamente con otra mujer a alguna parte del país cuando yo tenía seis años. Como los niños no pueden crecer en una familia monoparental, ya que es una amenaza para su buen desarrollo mental, los padres solteros o viudos deben casarse lo más rápido posible. Mi madre se casó con Karl cuando él acababa de perder a su primera mujer. Yo tenía ocho años. Dejé de esperar a mi padre cuando cumplí doce.

Por eso, en el fondo de mí, sé desde niña que Algorithma no es fiable o, al menos, que puede equivocarse. Y, ahora que han cometido este error con Ashton y conmigo, estoy convencida de ello. Esos porcentajes, esos genes, esas pruebas… Todo es falso.

Pero esta semana no he podido dejar de preguntarme si no fue… por mí. En realidad, mis padres no se querían. Soy el fruto de un error de Algorithma. El fruto de un error informático. Un fracaso. ¿Mis genes lo alteran todo o algo así? Tal vez estoy delirando, no sé…, pero estos últimos días esa idea me persigue y se me repite.

Me aclaro la garganta para que se den cuenta de mi presencia. Se sobresaltan, abren los ojos de par en par.

—¡Oh! ¡Me has asustado! —exclama Karl—. Pensaba que te habías ido.

—Bueno…, no sé cuándo volveré, así que no me esperéis para cenar, ¿vale?

—De acuerdo —me dice mi madre con una sonrisa, aunque sin apartar los ojos de la televisión.

No me parezco mucho a ella. No tengo sus pecas ni su copa D de sujetador, ni tampoco sus ojos verdes. Los míos son azules. Como los de cierta persona.

Me despido de ellos —casi segura de que no se han enterado— y me largo. Hasta ahí, parece que mi papel de actriz ha funcionado bien. Para ellos, estoy a la perfección: tengo ganas de conocer a mi gran amor, Algorithma me encanta y no quiero quemar sus oficinas. Solo espero que en la cita no se me caiga la máscara.

«¿Habrá psicólogos donde hemos quedado?».

Podría habérselo preguntado a mi madre, pero estaba tan absorbida por la pantalla…

He intentado hablar de la fiabilidad de Algorithma con ella, pero siempre encuentra la forma de cambiar de conversación, porque esta está inevitablemente relacionada con la partida de mi padre. Además, desde que encontró el amor con Karl, no creo que dude de su fiabilidad. Por eso, le he ocultado mi relación con Ashton todos estos años y la razón de mis lágrimas estos últimos días.

«Ash…».

Bajo con rapidez las escaleras mugrientas del edificio y entro en el taxi que me espera desde hace diez minutos. Nunca me habría imaginado ir a una cita impuesta por el Estado con alguien que no fuera Ashton. O peor aún: con su hermano mayor.

«Es solo para que no me pongan una jodida multa. Un cuarto de hora y listo».

Suspiro mientras apoyo la cabeza contra el cristal. Quizá a Izaak le da igual la multa. Además de tener medios de sobra para pagarla, parece alejado de todo. Sí, parece que no le preocupa nada. El mundo puede desplomarse si el suyo sigue dando vueltas: qué más da.

No es más que un fantasma en el campus o en casa de los Meeka: está allí porque uno u otro lo nombra. Izaak solo está presente en las conversaciones, rara vez físicamente. A pesar de todo, siento que lo conozco de un modo íntimo. Lo conocí hace varios años a través de Ashton, que me contaba historietas de su adolescencia, tanto las mayores carcajadas como la forma en la que se han provocado las heridas internas más profundas, que, a día de hoy, aún siguen abiertas.

De esas conversaciones tan largas llegué a una conclusión: no quiero tener nada que ver con ese tío. Aunque Ashton lo quiera a pesar de sus muchos defectos, yo no: no compartimos sangre y no tengo ningún motivo para pasar página como él ha hecho tantas veces.

Al cabo de un cuarto de hora, o quizá de treinta minutos —he perdido la noción del tiempo—, nos paramos delante del edificio de la cita. Ya estoy aquí. Aquí está el café-librería en el que voy a tener mi primera cita con Izaak Meeka.

Ya es la hora.

4. La cita

No tengo que buscarlo cuando entro en la cafetería: veo de inmediato la alta y larga silueta. Está apartado en un rincón, con la mirada hundida en un libro. Lleva un jersey de cuello vuelto azul marino, un poco ceñido, que destaca el castaño intenso de los rizos que le rodean el rostro, concentrado en la lectura.

Inspiro. Aprieto los puños. Me dirijo hacia él. Un aroma muy agradable flota en la tienda, una mezcla de papel y de granos de café molido. El café-librería es el lugar preferido de almas antiguas como yo.

—Eh, hola, Izaak —saludo al sentarme enfrente de él.

No me responde y se pone a sorber su taza de té mientras pasa una página que estoy segura de que en realidad no está leyendo.

—He dicho: «Hola, Izaak».

Por fin, sus ojos de color jade suben hasta mí. Dibuja una pequeña sonrisa en la comisura de los labios. Veo los moratones que tiene en la sien y al lado de la mandíbula. «¿Se ha peleado con alguien?».

—Hola, Eliotte —responde al fin con un tono alegre—. ¿Qué tal? ¿El trayecto hasta aquí te ha ido bien?

No me deja responder y me tiende uno de los libros de la pila que hay en una esquina de nuestra mesa.

—Toma, he pensado que te gustaría.

Arqueo una ceja. No me esperaba este recibimiento. No es propio de él…

—¿En serio? ¿Tú…?

—La hoja de guarda —me corta con un susurro.

«¿Cómo?».

Intrigada, abro la primera novela de la pila por la página que me ha indicado. Hay una nota pegada.

Nos observan, pero no nos oyen demasiado. Sé que la cita es extraña, sobre todo por Ashton, pero tiene que parecer que te entusiasma. En diez minutos, saldremos a hablar en mi coche, es importante. Ahora, sonríe mientras me enseñas una página del libro.

Como esperaba, un equipo de científicos ha venido a observarnos. Tendré que actuar si no quiero tener problemas. El único imprevisto del plan es que no me esperaba que Izaak pensara como yo… Quizá finge por instinto hacia su hermano. No lo sé. De lo que estoy segura es de que el tipo me inquieta.

Esbozo una sonrisa y le enseño la hoja de guarda, como me ha pedido.

—Es… mmm… una obra interesante.

—Sí…, aunque no tanto como nuestra conversación, evidentemente —farfulla antes de dar un sorbo al té.

Cuando me dispongo a responder con el mismo tono ladino, un camarero me deja una taza antes de huir detrás de la barra.

—¿Lo has pedido tú? —le pregunto.

—Sí. Hace un cuarto de hora, pero les he pedido que lo trajeran cuando estuvieras aquí.

Observo sorprendida la flor dibujada sobre la crema del capuchino.

—Gracias.

—No, no lo entiendes…

Se inclina hacia mí de forma natural y añade en un susurro:

—No lo he hecho por amabilidad, o peor, por cortesía. Lo hice sencillamente porque el tío del fondo a la derecha estaba apuntando cosas cuando pedí.

Arqueo una ceja. Ahora reconozco al Izaak del que había oído hablar. El descarado. El fríamente honesto. El ligón. E insensible.

—Oye, dime… ¿Es natural que tengas ese toque antipático de mierda? En realidad, no sé por qué lo pregunto. Coincide con la idea que tenía de ti.

Tiene el reflejo de poner los ojos en blanco, pero sonríe enseguida.

—Ay, Eliotte… —exclama antes de reír—. Me has calado.

Se detiene antes de responder entre dientes:

—¿Y si nos dejáramos de gilipolleces y nos concentráramos en lo importante? Por ejemplo, en el hecho de que tengas esa sonrisa, demasiado crispada para parecer sincera. Podrías hacer un esfuerzo y adoptar un tono más… alegre o impresionado.

«¿Yo? ¿Impresionada por… él?».

No sé si es peor que me lo pida o que haya pensado que es una reacción realista.

—Muy bien… Me encanta el café, ¿cómo lo has adivinado? —respondo exageradamente alegre para que los científicos lo anoten en su informe.

—Madre mía —susurra antes de dar otro sorbo—. Te he dicho que parezcas alegre, no borracha.

—Lo hago lo mejor que puedo para intentar encontrar dónde se ha escondido ese 98,8 % que nos han asignado, Izaak.

«So antipático de mierda».

Se me escapa una sonrisa nerviosa. Agarro una galleta que está en un plato grande y la muerdo. Hago una mueca: canela. Izaak ha vuelto a dirigir su atención al libro, como si no estuviéramos hablando.

física cuántica y representación – schrödinger

—¿Estás leyendo a Schrödinger?

Sin apartar la mirada de la página, responde:

—¿Eso que noto en el tono de voz es sorpresa?

—No… Bueno, sí, quizá.

—Siento decepcionarte, Eliotte. No llevo gafas ni un jersey a cuadros y, sin embargo, me gusta la ciencia.

—Iba a decir que es un autor poco conocido… Al menos, no es el primero que se lee cuando a uno empieza a interesarle la física cuántica.

—¿A ti te gusta?

Nuestras miradas se encuentran. Levanto una ceja y cruzo los brazos.

—Siento decepcionarte, Izaak, pero no: tener cierto índice de estrógenos no es un obstáculo para tener curiosidad intelectual. Me encanta Schrödinger.

—¿Por qué crees que mi prejuicio se debe a que eres mujer? ¿Acaso tengo cara de misógino? Te lo pregunto porque sé que la física cuántica avanzada requiere muchos años de estudios y tú acabas de terminar la carrera.

Bajo la mirada e intento esconder como puedo mi vergüenza.

«Tengo que admitirlo: tiene razón».

—Ya me he tragado ese tipo de comentarios al ir a la biblioteca de la universidad científica para sacar libros —le respondo—. En fin… Te aconsejo que te saltes las cuarenta primeras páginas y que pases directamente a la segunda parte, que es la mejor. Me gustó mucho el pasaje que trata de la función de la onda y de su colapso, es fascinante.

Me examina unos segundos antes de asentir. No sé qué quiere transmitir. ¿Escepticismo? ¿Interés? ¿Sorpresa?

—Me lo apunto —acaba diciendo con esa voz condescendiente que hace que me entren ganas de lanzarle mi taza ardiendo a la cara.

Me la señala con el mentón.

—Cuando te la acabes, vamos a mi coche, ¿vale?

No me hago de rogar: en cuanto pronuncia la frase, la agarro y bebo el contenido. Me quema y tengo ganas de escupirlo todo, pero, ahora que he empezado, no puedo parar. Me haría perder credibilidad.

—Ya está, podemos irnos —anuncio con lasitud tras dejar la taza vacía.

No me siento la lengua.

Le dedico una gran sonrisa forzada, que me devuelve con la misma sinceridad. Paga la cuenta pasando su tarjeta por la zona azul oscura en una esquina de nuestra mesa transparente. Le doy las gracias y salimos de la cafetería a paso ligero mientras simulamos que hablamos. Reconozco su jeep aparcado a unos metros. A veces, Ashton y yo se lo cogíamos prestado para pasear.

—Venga, sube —dice Izaak mientras enciende de lejos el coche con una llave.

Es un modelo del siglo xxi cuyo motor se ha adaptado al combustible del mercado. Es decir, es un bien incalculable. Nos sentamos en la parte de delante mientras lanzamos un suspiro. De cansancio, de vergüenza o de irritación, no lo sé bien. «Para mí, es sobre todo de irritación».

Izaak se gira en mi dirección y me escruta unos segundos. Tiene un aspecto muy singular en la cara, un poco oscuro y despierto a la vez. Desestabiliza mucho. Pero no lo suficiente para no poder soltar:

—¿Qué hago aquí?

—Lo diré rápido: no te quiero.

—Otro punto en común que puede explicar el 98,8 %, ¿no?

—No te quiero, no te he querido y no te querré… Sin embargo, tengo que casarme contigo. Estamos de acuerdo en que algo no cuadra, ¿no? Las almas gemelas, el gen de compatibilidad, los porcentajes… Quizá te sorprenda, pero creo que es una sarta de tonterías. Lo creas o no, Eliotte, no soy tu alma gemela.

«¿Qué?».

Lo miro atónita. Es la primera persona a la que conozco que tampoco cree en todo esto, y, además, con tanta firmeza. Al menos, se atreve a decirlo en voz alta.

—Tranquilo, desde que nos dieron los resultados a Ashton y a mí, también pienso que es una sarta de tonterías.

«Por eso, y también… desde que mi padre se fue».

Recula un poco.

—¿En serio?

—Sí, en serio, Izaak. No me ha impactado lo que has dicho.

Mira el techo del coche, aliviado.

—Entonces será más fácil de lo que pensaba… Creía que tendría que convencerte de que no era tu alma gemela.

—Bueno, entonces, ¿puedo salir de tu coche? —pregunto mientras me dirijo a la puerta.

—No, espera —dice, y me agarra del hombro—. Tenemos un problema: con nuestro alto porcentaje y mi apellido, si no hacemos lo que nos dice el Gobierno, corremos mucho peligro. Nos usarán como ejemplo.

Me alejo de él.

—¿Adónde quieres llegar?

—Nos casaremos, Eliotte, fingiremos que sus estúpidos descubrimientos sobre los genes y sus pruebas dicen la verdad para que nos dejen en paz, y luego… pensaremos en un plan para separarnos.

—¿Un plan?

—Confía en mí, tengo algunas ideas.

Frunzo el ceño. ¿Ideas para arreglar la situación? ¿Legales? ¿O de forma clandestina? La boda es un paso obligatorio e inevitable. Así son las cosas, no puede hacerse de otra forma.

Entonces, ¿qué mierdas tiene en la cabeza?

—¿No te apetece exponerme «tus ideas»?

—Cada cosa a su tiempo. Por ahora, conténtate con fingir que estás enamorándote de mí.

Hago una mueca.

«Piedad…».

De todas formas, me da igual lo que tenga en la cabeza: no confío en él.

—¿Cómo está Ashton? —le pregunto sin pensar—. Hace una semana que no me responde a los mensajes ni a las llamadas… Quería ir a verlo a vuestra casa directamente, pero la ley nos ha tachado de «expareja» y es imposible.

Izaak aprieta los labios y fija la mirada en un punto delante de él.

—Ash está… Está un poco afectado por todo esto.

—Me imagino… Estaba seguro de que las pruebas darían positivo. Pero no es motivo para evitar la conversación. En algún momento tendremos que hablar.

—Sinceramente, Eliotte, no sé si lo que evita es más bien a ti.

Se me contrae el cuerpo.

—Mira, Izaak, ya hablamos de la posibilidad de no ser nunca compatibles a ojos de la ley, y estábamos seguros de una cosa: no nos separaríamos aunque tuviéramos que vivir de forma ilegal.

—Quizá… Quizá todo esto al final le ha dado miedo. Quizá, ante las posibles consecuencias…, ha cambiado de opinión.

—No… No lo creo.

—Quizá prefiere pasar página. Pasar a otra cosa para tener una vida más sencilla y encajar en el molde.

«¿Una vida más sencilla? ¿Encajar en el molde?».

El estómago me da un vuelco.

—¿Qué estás diciendo? Eso es ridículo. Conozco a Ashton. Como si quisiera una «vida más sencilla», deja…

Izaak sacude la cabeza.

—¿Sabes qué…? Ayer tuvo su primera cita.

—¿Y bien? Yo he tenido la mía hoy y no ha cambiado nada.

—Parecía bastante entusiasmado cuando volvió.

«¿Qué?».

¿Ashton? ¿Entusiasmado ante la idea de casarse con una chica que no conoce? ¿A la que no quiere? Eso es una locura. Es imposible. «Im-po-si-ble».

—Todo esto son gilipolleces… Igual que el algoritmo de mierda. ¿Por qué me cuentas todo esto?

Tengo un nudo en la garganta.

—Me lo has preguntado, ¿no?

—Solo te he preguntado si estaba bien, y tú…

—No aceptas que Ashton esté bien sin ti, Eliotte. Mi hermano está intentando seguir adelante. Eres muy egoísta para entenderlo, y ya está.

—¿Estás de coña?

—No.

Aprieto los puños. Una ola de lava ardiendo me desintegra el estómago; sube a una velocidad fulgurante. Esa mente tan obtusa, esa voz monótona, ese aire condescendiente, como si se creyera que lo sabe todo, como si estuviera hablando con un niño…

—Conozco a Ashton, ¡eso es ridículo! ¡Como si quisiera pasar página! Además…, ¿cómo puedes hablar por él? ¿Eh? Como si conocieras a Ash… Deja ya de hacer tu numerito. Él te da exactamente igual, todo el mundo lo sabe…

—¡¿Qué?! ¿Sales de la nada y te atreves a criticar la relación que tengo con mi hermano? Pero ¿tú quién te crees que eres?

—Su novia. La que lo ha escuchado mientras a ti te importaba un comino estos últimos años —le grito.

—Entonces, como te has enrollado con él, ¿crees que lo conoces mejor que yo?

—Hace tres años que nos enrollamos.

—Eres la mayor broma del siglo.

—Y tú, Izaak, eres un c…

Pum, pum, pum.

Nos giramos de repente hacia la ventanilla del conductor. Un hombre con una camisa abotonada hasta arriba está esperando con una tableta en la mano. Consigo leerle los labios: «¡Abran!».

Me paso una mano por el pelo mientras suspiro. Había olvidado por completo esa mierda de protocolo adjunto al correo electrónico que me indicaba la hora y la fecha de la cita: no podíamos alejarnos de la zona del encuentro.

Izaak abre con lentitud y desgana la ventanilla:

—Deje de dar esos golpes, no nos escuchamos.

—No han seguido el protocolo: deben permanecer con su pareja un mínimo de dos horas en el lugar asignado; en este caso, el café-librería. Solo han permanecido en ella veintidós minutos.

—Pero seguimos juntos, a diez metros de la cafetería —responde Izaak—. ¿Cuál es el problema?

—Deben regresar a su mesa de inmediato para no ser sancionados, señor Meeka.

No se atreverán a multarme. Ni hablar. De todas formas, él y yo ya habíamos acabado. Suspiro y abro mi puerta.

—Muy bien, señor.

Al final, Izaak refunfuña y sale también del todoterreno.

—¿No puedo hablar con mi futura esposa sin que me espíen?

«Mi futura esposa».

—El protocolo es el protocolo. Lo siento, señor Meeka.

El hombre nos conduce hasta nuestra mesa antes de sentarse en la suya, unos metros más lejos. Lo examino, desconcertada, cuando aprieta su lápiz táctil, inclinado sobre su tableta. Está listo para escribir.

«Es a ti a quien evita, Eliotte».

Izaak está aquí, delante de mí, con la mirada tranquila, como si no acabara de machacarme el corazón a golpes en su coche. Tiene el puño apretado sobre la mesa, está intentando calmar su respiración. Parece que trata de contenerse. Es tan… brutal, frío, indiferente. No sé cuál era su objetivo al contarme todo eso.

«Sí, está bien sin ti».

Eso son gilipolleces. Sacudo la cabeza mientras me muerdo el interior de la mejilla. Me pica la nariz, me duele la garganta.

Sin pensarlo, agarro un libro al azar de la estantería que tengo al lado y lo abro mientras aprieto los labios.

—¿De qué hablábamos? —pregunta Izaak—. ¿De Schrödinger y la función de la onda?

Levanto poco a poco la mirada hacia él.

—¿Piensas que retomaremos la conversación como si no pasara nada?

—¿Puedo saber por qué no? Te recuerdo que aún nos observan.

—Esto es estúpido. ¿Crees que no han visto nuestra escenita en el coche? ¿O que no dudan de que esta cita no tiene sentido para ninguno de los dos porque eres el hermano de mi expareja?

—Te recuerdo que todo el mundo cree firmemente en Algorithma —dice más bajo—. Lo normal sería que dos personas que son un 98,8 % compatibles quieran conocerse al menos un poco. Aunque hayas probado tu compatibilidad con Ashton, en vista de los resultados… tiene lógica.

—Me da igual.

Aprieta el asa de la taza de té, que todavía no han recogido.

—Estoy controlándome para intentar olvidar hasta el final de esta cita que eres una idiota por creer que conoces a Ash mejor que yo. Así que intenta evitar mandarlo todo al carajo por…

—Tú y tu estúpida estrategia, idos a la mierda —le suelto—. Son las 15:02, en una hora y cuarenta minutos me largo.

Dirijo la mirada al libro. Intento leer, pero parece que todo está escrito en chino: solo veo letras amontonadas las unas encima de las otras que desfilan por las páginas. El nudo de la garganta me aprieta más.

«Quizá, ante las posibles consecuencias…, ha cambiado de opinión».

—Es lo que te decía. Eres demasiado egoísta para ver más allá de tu mundo y darte cuenta de los problemas que nos afectan. Solo piensas en ti.

No consigo responderle, casi no lo oigo. Solo estas palabras: «Parecía bastante entusiasmado».

Como si Ashton fuera a dejarme. Como si fuera a borrar estos últimos tres años en una semana. Como si quisiera casarse con una desconocida en vez de conmigo, la chica con la que ha prometido seguir cueste lo que cueste.

Izaak lanza un largo suspiro con el que muestra toda su arrogancia. Nos quedamos así, en un silencio total que solo rompe el ruido de nuestras páginas al pasar, los sorbos que da al té y el tintineo de la taza al apoyarla sobre los platitos…, hasta que las agujas de mi reloj marcan las 16:36. Me levanto de golpe y dejo el libro en su lugar, sin dedicarle ni la más mínima atención.

Me alejo de ese café-librería, me alejo de este día de mierda, me alejo de quien me ha hecho llorar; me largo.

Miro el último mensaje que le mandé a Ashton, a las 19:30, que sigue sin respuesta.

Respóndeme, por favor. Tengo que hablar contigo.

Son las dos de la mañana. No paro de darle vueltas a la conversación que he tenido con Izaak. Sin embargo…, era totalmente absurda. Un montón de estúpidas mentiras. Seguro. Izaak me lo decía para desestabilizarme, porque es un cretino, ya está.

«Te lo has repetido demasiadas veces para lo absurdo que es…».

Me parece una locura que Ash quiera evitarme, que haya vuelto de su cita «entusiasmado»…, pero esos son los hechos. No dejo de mirar los doce mensajes que le he mandado desde hace una eternidad.

«Eso no es nada propio de él…».

Mi corazón me da un vuelco en el pecho. Sí… Quizá no es él, ¡quizá lo obligan a ello! Quizá su padre le ha pedido a Izaak que me diga todo eso para que lo olvide.

Aprieto la sábana entre mis dedos, temblando. Mierda, conozco a Ashton. ¡Lo conozco! No puede hacer como si no existiera de la noche a la mañana. Tiene que pasar algo.

Inspiro fuerte, con los ojos fijos en el techo.

Me levanto de golpe y salgo de la cama. Me pongo una sudadera y unos pantalones de deporte y me escapo a hurtadillas. Le robo a Karl las llaves del coche antes de cerrar con cuidado la puerta detrás de mí.

Tengo que ir a ver a Ashton.