Tiempo de venganza - Diana Hamilton - E-Book
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Tiempo de venganza E-Book

Diana Hamilton

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Beschreibung

Cuando el millonario Finn Helliar entró en la agencia de niñeras, Caro no pudo creer que tuviera tanta suerte. Allí estaba el hombre que había hecho sufrir a su hermana y su oportunidad de vengarse de él. ¿Y qué mejor modo que aceptar el puesto que le ofrecía? Lo tenía todo bien planeado: cuando viviera con Finn, lo seduciría y, luego, lo abandonaría como había hecho él con su hermana. Desgraciadamente, había pasado por alto dos cosas: a Sophie, la adorable hija de su enemigo, y al propio Finn. Cuanto más tiempo pasaba con ellos, más cuenta se daba de que su plan tenía un fallo: ella no quería dejar a ninguno de los dos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Carol Hamilton Dyke

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tiempo de venganza, n.º 1010 - junio 2021

Título original: The Millionaire’s Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-600-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CAROLINE Farr temía haber cometido un gran error. A medida que el taxi se abría paso entre el tráfico de Prince Albert Road, estaba cada vez más convencida de ello. Hasta tal punto que hubo de apretar los dientes para reprimir las ganas de decirle al taxista que parara y le permitiera ir a calmar su ansiedad en los paseos de Regent’s Park.

Resultaba muy tentador. Mary Greaves, su socia, podía llamar para disculparse, explicar a los Helliar que, desgraciadamente, la señorita Farr no podía asistir a la entrevista para el puesto de niñera de su hija y proponer otra candidata.

Pero ella no era tan débil. Misericordiosamente, aquel desacostumbrado ataque de pánico comenzó a remitir cuando el taxi giró a la izquierda y se introdujo en una de las calles georgianas que abundaban en aquella zona. Retroceder en ese momento sería darle la razón a Mary y no tenía por costumbre arrepentirse de sus decisiones.

–Caro, ¿te has vuelto loca? –le había dicho Mary–. Tú no estás cualificada ni sabes nada de cuidado infantil. Ése es mi campo de experiencia, no el tuyo. Piensa en la reputación de la agencia.

Y por primera vez, ella le recordó a su socia quién había luchado por conseguir aquella buena reputación.

–Llevo dos años trabajando en la parte administrativa y ahora me apetece adquirir experiencia en otro campo. Sígueme la corriente, Mary –sonrió–. No puede ser tan difícil cuidar de un niño. Millones de mujeres lo hacen todos los días y, si me resulta imposible, te lo diré. La agencia Grandes Familles es tan mía como tuya; no haré nada que pueda perjudicarla.

No era cierto que le apeteciera adquirir experiencia. Fue sólo una excusa para ocultar lo que habría parecido una locura, un abandono de su sensatez en todo lo referente a la agencia.

¿Pero era una locura querer buscar venganza?

Estaba en recepción cuando Honor, su secretaria, había introducido a Finn Helliar en la habitación que Mary usaba para entrevistar a los clientes. Un súbito dolor en el pecho hizo que se quedara inmóvil hasta que Honor regresó unos momentos después con una sonrisa en su bonito rostro.

Caroline no tuvo que preguntarle quién era. Lo sabía. No se habían encontrado nunca, pero había visto su fotografía en la prensa dos años atrás. A pesar de que estaba atractivo y sonreía con ternura a la novia que se apoyaba en su brazo, la cámara no le hacía justicia. El impacto que producía en carne y hueso resultaba increíble.

–¿Qué hace aquí? –preguntó, contenta de que su voz sonara normal.

–Es guapo, ¿eh? –Honor se alisó la falda sobre las caderas–. Llamó esta mañana antes de que vinieras. Parece que llegaron de Canadá hace un par de días y necesitan una niñera temporal hasta que encuentren una casa permanente en las afueras de Londres. Un buen trabajo para una mujer afortunada.

Fue entonces cuando Caroline supo lo que iba a hacer, y cuando Honor musitó en voz alta que le gustaría saber cómo era su esposa, se encogió de hombros y entró en su despacho a esperar a que su socia terminara de entrevistar a Finn Helliar.

Podía haberle dicho a su secretaria quién era su esposa y qué aspecto tenía, pero tuvo miedo de no poder ocultar su rabia si lo hacía.

Mientras el taxi paraba delante del hotel donde se hospedaban los Helliar, Caroline hizo rápidamente una lista mental.

Una buena niñera era callada y de aspecto tranquilo. Y ella había hecho todo lo posible a ese respecto.

El traje gris oscuro de lino, uniforme obligatorio de las niñeras de Grandes Familles, anulaba con eficacia la sensualidad de su figura, y el sombrero gris ocultaba su cabello color caoba, al tiempo que los zapatos planos contribuían a que no resaltara mucho su altura.

Una buena niñera habría recibido un entrenamiento riguroso y llevaría referencias impecables. Caroline Farr no tenía ninguna de ambas cosas y, en cuanto descubrieran eso, le cerrarían la puerta en las narices.

Lo que implicaba que tendría que infligir su castigo en ese mismo momento. Habría preferido disponer de más tiempo para planear una venganza mejor, pero eso sólo podría conseguirlo si la aceptaban como niñera temporal.

Tendría que cruzar los dedos y confiar en que los dioses de la venganza estuvieran de su parte.

Después de pagar al taxista, miró el hotel. Había esperado que Finn Helliar, director ejecutivo de un banco internacional, eligiera algo moderno y sofisticado. Pero quizá su esposa hubiera insistido en un lugar cómodo y tranquilo que casi resultaba anticuado.

Se encogió de hombros. Eso no tenía importancia. Y la ansiedad que había intentado reprimir subió de nuevo a la superficie, haciéndole fruncir el ceño y morderse el labio inferior.

El problema con las reacciones impulsivas, como su intención de presentarse como niñera temporal, era su falta de planificación. Y eso no le gustaba.

Hasta ese momento, había planeado meticulosamente su vida; sabía adónde iba y lo que quería. Y si le enseñaban la puerta en cuanto se dieran cuenta de su falta de referencias, esperaba que fuera Finn Helliar el que la acompañara y no encomendara esa tarea a su esposa.

Si ocurría lo peor y le pedían que se marchara, necesitaba unos momentos a solas con él. No podía decir lo que tenía que decir delante de su esposa. Fleur Helliar no era culpable de nada.

Se acercó a la puerta giratoria convencida de que todo saldría bien. El destino le había entregado a aquel canalla y no la abandonaría en el último momento.

 

 

La sala de estar de la suite en la que la introdujeron poseía todo el encanto cómodo y relajado de una casa de campo inglesa. La recepcionista le dijo:

–Póngase cómoda. El señor Helliar quiere disculparse. Tardará unos minutos.

Pero tardó sólo unos segundos, tiempo suficiente para ver las dos fotos enmarcadas en plata de su esposa, la cantante francesa que había conocido una fama breve antes de que el matrimonio y la maternidad la sacaran de las candilejas.

Su aparición súbita en la estancia fue un shock. No debería haber sido así, pero lo fue. Su aspecto acabó con la compostura de ella, que sólo pudo limitarse a mirar con ojos muy abiertos aquel metro noventa de fuerza masculina.

Llevaba despeinado el cabello oscuro, cuyos rizos descolocados le hacían parecer más joven de lo que era: treinta y cuatro años. La parte frontal de la camisa blanca que llevaba encima de unos pantalones estrechos negros estaba húmeda y sus mangas arremangadas descubrían la piel bronceada de sus fuertes antebrazos. Y sus manos, las manos que sujetaban con gentileza a la niña y retuvieron su mirada más tiempo de lo conveniente, eran hermosas, fuertes y sensibles al mismo tiempo.

–Por favor, perdone el retraso, señorita Farr. Sophie se ha echado más comida fuera que dentro y los dos hemos acordado que estaría más presentable después de un baño, aunque lo mismo podría decirse de mí. ¿No quiere sentarse?

Sus ojos grises mostraban curiosidad, no exenta de cierta malicia. A Caroline no le gustó, porque eso, su aspecto descuidado y el modo en que sostenía a la niña, le hacían parecer humano.

Se recordó que sólo un bruto egoísta podría haber hecho lo que le hizo él a su hermana . Se sentó con los pies juntos y rostro inexpresivo.

A medida que avanzaba la entrevista, se dio cuenta de que a él le interesaba más su personalidad que sus referencias. No mencionó ninguna de ambas cosas y la joven disfrutó de la experiencia de reinventarse a sí misma, presentándose como una amante de los niños a la que le gustaba tejer, hacer maquetas de castillos con cerillas y coleccionar flores silvestres y recetas de pasteles.

Una sonrisa de él la devolvió a la realidad. Se preguntó a qué diablos estaba jugando. Debería estar aprovechando lo que le había dado el destino y diciéndole lo que pensaba de él.

No había ni rastro de Fleur, su esposa. Y no creía que pudiera estar comiendo con amigas mientras entrevistaban a la nueva niñera de su hija.

Así que seguramente habría vuelto a Francia a grabar un disco o lo que quiera que hicieran las cantantes de pop cuando deseaban volver al candelero. No se había oído nada de ella desde que el matrimonio y la maternidad cortaron su meteórica carrera. Sin duda, se disponía a relanzarla y por eso necesitaban niñera.

Recordó lo que le había hecho él a la pobre Katie y se dijo que, si le ofrecía el puesto, tendría más tiempo a su disposición para pensar algo más idóneo que una simple regañina.

No tenía ni idea de lo que pudiera ser ese algo. Pero lo encontraría. ¿Acaso no había alabado siempre su abuela su fuerza y sus recursos, herencia de los Farr?

–Claro que, si le gusta el puesto, Sophie se acostumbra a usted y no le importa vivir fuera de la ciudad, el empleo podría ser permanente.

No era una declaración. Más bien una pregunta. Caroline movió la cabeza y se esforzó por mostrarse apenada. Imposible. Aquello debía ser temporal. Ella no era niñera, sino el cerebro detrás de la agencia. No le llevaría mucho encontrar el modo de vengarse y después de eso no volvería a verla.

–Me temo que sólo acepto trabajos temporales, señor Helliar –musitó con una sonrisa.

–¿Puede decirme por qué?

Enarcó una ceja y el gesto sirvió para recordarle que no era el hombre inofensivo que parecía, sentado allí con la niña en las rodillas.

–Si permanezco en un puesto más de unas semanas, me encariño demasiado con los niños –inventó ella–. Es más fácil para todos que sólo acepte puestos temporales.

Pero podía ver que él no la creía. Sus ojos plateados se habían endurecido. Casi podía oír sus pensamientos llamándola mentirosa.

Sabía que lo que había dicho no era cierto, pero no podía soportar que aquel… aquel villano que había traicionado y hecho daño a su hermana lo supiera también.

El malo era él, fue él el que se alejó sin preocuparse del dolor que dejaba atrás y sin pensar ni por un segundo en la mujer a la que había roto el corazón. Y la miraba con desprecio, como si supiera que sólo decía mentiras.

Tampoco podía soportar eso. La ponía nerviosa, casi le hacía sentir náuseas, y estaba a punto de retirarse con dignidad y olvidar la razón de su presencia allí cuando él modificó la escena de modo inesperado.

–¿Por qué no empiezan a conocerse Sophie y usted?

Dejó a la niña en el suelo, sobre sus pies descalzos y Caroline respiró y relajó un poco los hombros. Había estado a punto de marcharse, de dejar que su orgullo le hiciera olvidar por qué había ido allí y desperdiciar aquella oportunidad de encontrar el modo de hacerle pagar por lo que había hecho.

Jamás volvería a consentir que la afectara hasta tal punto.

–Sí, ¿por qué no? –asintió, sonriendo a la niña.

Eso era fácil. Ataviada con un pequeño mono blanco y una camiseta verde pálida, la chiquilla resultaba adorable. Caroline miró las fotos de marco de plata y luego a la niña.

Aun a esa edad, el parecido resultaba asombroso. El mismo cabello fino y rizado, aunque el de su madre era mucho más largo, y los mismos rasgos afilados y ojos marrones oscuros, un color que no se parecía en nada a los de su padre. La sonrisa de Caroline se hizo más amplia al ver aparecer unos hoyuelos a ambos lados de la boca; luego se puso seria y se preguntó cuál sería el paso siguiente en aquella relación. ¿Andaban los niños de quince meses? ¿Hablaban? No tenía ni idea.

Finn Helliar la miraba con aire contemplativo, conocedor, casi como si supiera lo que pasaba en su interior. La joven apartó la vista y notó que se ruborizaba. Estaba segura de que lo estropearía todo en cualquier momento.

El problema era que nunca había tenido una relación con niños pequeños. Ninguna de sus amigas estaba casada y con hijos. ¿Debía tomar en brazos a la pequeña? ¿Gritaría si lo hacía?

Afortunadamente, Sophie resolvió el problema. Se alejó de los brazos de su padre y cruzó con cuidado el pequeño trozo de alfombra que las separaba. Caroline se inclinó con ansiedad y la tomó en brazos antes de que cayera al suelo. La sentó en sus rodillas y dijo con amabilidad:

–La niña anda muy bien para su edad.

Confió en que su comentario no resultara completamente estúpido.

No hubo respuesta; el hombre se limitó a apretar los labios. La joven, a la defensiva, abrazó a la niña. El pequeño cuerpo era cálido y sólido, un escudo apreciado contra los ojos inteligentes y observadores de su padre.

–Hay una cosa… –Finn Helliar se puso en pie y se acercó a una de las ventanas–. Insistiría en que la niñera de Sophie vistiera algo bonito, femenino… –hizo un gesto lánguido con la mano–. Supongo que ya me comprende. Un uniforme almidonado puede ser demasiado para una niña pequeña.

Caroline pensó con cinismo que también podía ser demasiado para un hombre adulto. A un hombre capaz de seducir a su hermana Katie mientras dejaba embarazada a otra al mismo tiempo, le gustaría que las mujeres que lo rodeaban estuvieran guapas.

¿Y disponibles?

Esa idea resultaba repugnante. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para tragarse lo que deseaba decirle y ganar tiempo. Porque debía ganar tiempo si quería encontrar el mejor modo, el modo perfecto de obligarle a reconocer el daño irreparable que había causado.

 

 

–Bueno, ya lo has hecho –dijo Mary Greaves.

Dos años atrás, a Mary no le entusiasmó la idea de aceptar como socia a una Caroline de veintitrés años. Pero su agencia de niñeras iba cuesta abajo y necesitaba capital e ideas nuevas.

Esperaba que su joven socia fuera como su madre. Había ido a la escuela con su madre, pero había perdido el contacto con ella hasta hacía poco. Emma Farr era una mujer encantadora, dulce y gentil, pero tímida. Una soñadora, no una mujer pragmática.

Pero Caro, la mayor de las dos hijas de Emma, había demostrado ser todo lo contrario. Decidida, inteligente y licenciada en estudios empresariales, puso la agencia patas arriba, le cambió el nombre y la dirigió básicamente hacia familias francesas ricas que consideraban de rigor contar con una niñera británica.

Y la sociedad dio buen resultado; su experiencia en el campo de los cuidados infantiles y su habilidad para entrevistar a los clientes y descubrir exactamente lo que querían se complementó bien con el cerebro negociador de Caro.

En aquel momento, sólo contaban con niñeras dedicadas y profesionales, altamente cualificadas, y sólo los que podían permitirse pagar lo mejor se acercaban a la agencia. Y todo había ocurrido sin que ella, Mary, tuviera que esforzarse por lograrlo. A veces admiraba la agudeza mental de su socia, su dedicación al trabajo y su ambición.

Pero en aquel momento Caro parecía haberse vuelto loca.

–El señor Helliar ha llamado en cuanto has salido. Estás contratada –observó el rostro encantador de su socia–. Por ocho semanas. Empiezas mañana. Aunque ha añadido que ocho minutos en compañía de su hija bastarían para que cualquiera se enamorara de ella. No puedo ni imaginar lo que le habrás dicho y, por el bien de mi presión arterial, prefiero no saberlo.

–No mucho –repuso Caroline con sinceridad. Se sentó en su silla del despacho con la sensación de estar agotada.

Había muchas cosas que podía haberle dicho a aquel hombre, pero ninguna apta para los oídos de su encantadora hijita. Así que, en lugar de sentirse tan extraña, debía felicitarse por haber conseguido el empleo, dándole así tiempo para descubrir el modo ideal de vengarse de él por lo que le había hecho a Katie.

–Me ha pedido referencias, pero creo que puedo retrasarlo un poco. Además, seguro que antes de una semana me estás pidiendo una sustituta. Para entonces tendrás ya toda la experiencia que puedas soportar –dijo Mary, sentada en el borde del escritorio. Se cruzó de brazos–. Repasaré los archivos y buscaré a alguien que pueda reemplazarte y paliar los daños cuando decidas que ya has tenido bastante.

–No me rindo fácilmente y tú lo sabes. Y no haré ningún daño.

Sonrió con calor a la vieja amiga de su madre, una viuda joven y sin hijos. La agencia era su razón de vivir y no la dejaría en mal lugar. Volvía a estar en control de sí misma y sabía que podía manejar la situación con Finn Helliar y salir ilesa. La reputación de la agencia no sufriría nada, porque aquel villano no se atrevería a decir una palabra sobre la falta de experiencia de su niñera en cuanto ella le hiciera comprender lo gusano que era.

Comprendía la preocupación de Mary. Si la situación hubiera sido al contrario, ella habría vetado la idea con todas sus fuerzas.

–Por favor, no temas nada –dijo con gentileza.

–¿Y por qué iba a hacerlo? –replicó la otra con sequedad–. Pero, en serio, debes comprender que el puesto de niñera es un puesto de obediencia. Tú estás acostumbrada a ser la jefa y, durante los dos próximos meses, tendrás que hacer lo que te dicen y pasar casi todo tu tiempo con una niña pequeña. Espero, por el bien de las dos, que puedas hacerlo. Y una cosa más; si hubiera podido ofrecerle al señor Helliar una niñera de mi elección, habría buscado a alguien menos joven y hermosa, una mujer de mediana edad y preferiblemente feúcha.

–No digas bobadas –Caroline acercó un papel y tomó notas de lo que quería que Honor hiciera durante su ausencia.

–No te hagas la tonta. Finn Helliar es un hombre muy atractivo. Una mujer joven y hermosa que vive bajo el mismo techo…

–Ya lo he entendido –la interrumpió Caroline con sequedad. Había entendido algo más… que Mary había sabido instintivamente que Helliar era el tipo de hombre capaz de insinuarse a cualquier mujer presentable sin que le importara en absoluto el hecho de estar casado.

 

 

Finn acostó a Sophie para la siesta de la tarde y miró con amor su rostro angelical y los enormes ojos cerrados por el sueño.

–Mañana tendrás una niñera para que juegue contigo, cariño –susurró–. ¿Verdad que será divertido?

Salió de la estancia sin hacer ruido y dejó la puerta entreabierta para poder oírla cuando se despertara. Y sin duda sería divertido, además de curioso, averiguar por qué Caroline Farr había decidido trabajar como niñera de su propia agencia.

Había estado a punto de preguntárselo; en realidad, había sido su intención hacerlo. Pero después de su conversación sobre tejer y hacer pasteles, supo que su respuesta no sería sincera.

No le costó mucho darse cuenta de que ella ignoraba que sabía quién era: la mitad de la sociedad de la agencia Grandes Familles.

Su abuela, Elinor Farr, nunca se cansaba de alabar la inteligencia, determinación y espíritu de su nieta favorita. En una de las pocas ocasiones en las que visitó la casa Farr, una mansión gótica situada en la parte más inasequible de Hertfordshire, sacó incluso un álbum de fotos y le señaló a su nieta.

–Caroline es la única digna de llevar el apellido Farr –declaró la matriarca–. Su madre es una estúpida quejica y en cuanto a su hermana… bueno, no espantaría ni a un mosquito.

Le obligaron a quedarse a la fiesta del octogésimo cumpleaños de la mujer y tuvo tiempo de sentir lástima por las demás habitantes de la casa: la nuera de Elinor, y Katie, la nieta más joven. Debía ser terrible sentirse miradas con aquel desprecio por la anciana que controlaba el dinero y ser comparadas de modo tan injusto con la genial Caroline. Se alegró de que una gripe repentina le impidiera aparecer por allí.

En cierto modo, también sentía lástima de la propia Elinor. Hija de un general, unió su fortuna privada, nada desdeñable, a la de Ambrose Farr al casarse con él. Un matrimonio que produjo sólo un hijo. Debió de ser terrible para ella que su hijo muriera en una cacería cuando Caroline tenía sólo cinco años y la pequeña, Katie, ni siquiera uno.

La muerte de Ambrose, su esposo, unos meses más tarde, tuvo que ser también un golpe duro. Pero se recuperó, dirigió con mano de hierro lo que quedaba de la familia y, aconsejada por el padre de Finn, entonces presidente del banco familiar, depositó toda su fortuna en fideicomisos.

Desde la muerte de su padre, Finn se ocupaba de aconsejar financieramente a Elinor Farr, en honor al vínculo que había existido entre su progenitor y el difunto Ambrose. De todos modos, no era una tarea onerosa, ya que sus contactos con la anciana eran raros y sus visitas personales más raras todavía.

Su oficina de Londres se ocupó de la transferencia que proporcionó capital a Caroline Farr para comprar su parte de la sociedad, y la última vez que habló con Elinor, ésta le contó lo bien que marchaba la agencia desde que su nieta se encargaba de la parte de los negocios.

¿Pero la agencia marchaba bien o tenía problemas? ¿Qué otra razón podía haber para que una de las socias dejara su puesto ejecutivo, vistiera un uniforme almidonado de niñera y se dispusiera a cambiar los pañales de los niños de los demás aparte de una necesidad extrema de fondos?

Sonrió. De un modo u otro, descubriría por qué se había visto obligada a buscar un empleo temporal. Y no sería un trabajo duro. Caroline resultaba adorable incluso con aquel traje gris que llevaba, y había adivinado cierto sentido del humor cuando la oyó enumerar sus aficiones.

Podría soportar aquello unas semanas. Se había dado tres meses de plazo para asentarse de nuevo en Inglaterra y encontrar la casa donde Sophie pudiera pasar una infancia feliz, así que estaba libre para observar a la nueva niñera.

Y no había peligro de que acabara en la misma situación comprometida que se dio con su hermana Katie. Caroline era diferente. Cinco años mayor, una mujer madura y sofisticada. No le causaría ningún problema.

Al menos, no ese tipo de problemas.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CAROLINE no llevaba ni cinco minutos en su nuevo puesto cuando ya estaba histérica. Completamente histérica. ¡Aquel hombre era imposible!

Tomó a la niña en brazos con rapidez y sintió la pequeña cara apretarse contra su cuello. Acarició con gentileza la nuca dorada para mantenerla donde estaba. Haría lo imposible por impedir que la pequeña inocente viera a su padre insinuándose a una mujer que no era su madre.