Toda una sorpresa - Soraya Lane - E-Book
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Toda una sorpresa E-Book

Soraya Lane

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Beschreibung

El hijo de su mejor amiga… Rebecca Stewart y Ben McFarlane eran muy buenos amigos y la pareja con más probabilidades de casarse. Pero la pasión estalló entre ellos justo la noche antes de que él se marchara para convertirse en un exitoso jugador internacional de polo. Tres años después, Ben volvió. Era una estrella deportiva, acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies, mientras que ella era camarera y madre soltera. Pero tenían algo muy importante en común y Rebecca debía encontrar la manera de decirle que era padre.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Soraya Lane

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Toda una sorpresa, n.º 2600 - agosto 2016

Título original: His Unexpected Baby Bombshell

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8657-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

REBECCA Stewart se sobresaltó cuando la puerta del restaurante se abrió y vio aparecer a Ben McFarlane. Habían pasado casi cuatro años, pero lo habría reconocido en cualquier parte con su pelo corto rubio oscuro, sus anchos hombros llenando su camiseta y aquella mirada que aún le aceleraba el corazón.

–Mucho tiempo sin vernos.

Al acercarse, su mirada se suavizó y sus labios se curvaron en una sonrisa, pero se podía adivinar que estaba enfadado. Aquellos ojos le habían partido el corazón unos años antes y en su memoria, como si hubiese sido el día anterior, seguía recordando la noche que habían pasado juntos. Conocía todos sus gestos.

Rebecca tragó saliva y le devolvió la sonrisa, mientras sentía que el estómago le daba un vuelco. Él no lo sabía, no podía saberlo. Aquella expresión enfadada, aquella manera de caminar decidida… Nada más reconocerlo, había pensado que había ido hasta allí con un propósito, que sabía lo de su hija.

Apartó aquellos pensamientos y trató de recordar cómo había sido su relación antes de aquella noche, cuando solo eran buenos amigos y nada más.

–Hola, desconocido –dijo ella–. No sabía que hubieras vuelto.

Rebecca salió de detrás del mostrador, secándose las manos en el delantal. No sabía si abrazarlo. ¿Cómo se saludaba a un hombre que había sido su mejor amigo y amante por una noche, y del que no había sabido nada en años?

–Hola –contestó él con voz ronca.

Rebecca se echó en sus brazos, cautelosamente al principio, hasta que él la atrajo y la envolvió en un fuerte abrazo. Trató de relajarse, concentrándose en la respiración. Eran solo amigos, aunque a pesar del tiempo transcurrido, seguía sintiendo algo por él. El olor de su colonia, la fortaleza de su cuerpo… todo en él la hacía recordar aquella noche, cuando una década de amistad se había convertido en algo más. Había sido la noche previa a su marcha y ella lo había animado a irse, aunque eso le había roto el corazón en mil pedazos.

–¿Cómo estás, Bec? Hacía tiempo que no sabía nada de ti.

El abrazo había sido tan solo una formalidad.

Dio un paso atrás y él dejó caer las manos hasta tomarla por la cintura. La sensación era cálida y se estremeció, rodeándose con un brazo y dejando el otro a un lado.

–Todo bien, Ben, muy bien –respondió forzando una sonrisa.

–¿Tus padres?

Rebecca sonrió. Sus padres se pondrían muy contentos cuando supieran que Ben había vuelto.

–Estupendamente –dijo, esta vez sin fingir la sonrisa–. Están disfrutando de la jubilación, así que ahora soy yo la que lleva el restaurante.

Por el rabillo del ojo vio movimiento en la cocina y se giró. Cuando se volvió hacia Ben, reparó en que estaba observando todo detenidamente. Conocía tan bien como ella el restaurante italiano de sus padres. Ambos habían trabajado como camareros siendo unos adolescentes antes de que a él se le presentara la oportunidad de su vida y se marchara a Argentina.

–¿Qué me cuentas de ti? ¿Qué te trae aquí?

Ben se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y bajó la vista antes de mirarla a los ojos. Rebecca tuvo el presentimiento de que algo no iba bien. ¿Por qué había vuelto?

–¿Tu abuelo está bien?

–No, no está muy bien, aunque no creo que le guste que te lo cuente –dijo irguiéndose y separando los pies–. De todas formas, ya era hora de volver a casa. Estaba cansado de vivir en el extranjero.

–¿De veras? Ni que te estuvieras volviendo viejo para jugar.

Recorrió con la mirada su físico imponente. Era todo músculo. Los jugadores de polo no tenían fecha de caducidad, siempre y cuando estuvieran en condiciones para seguir jugando, y no se lo imaginaba dejando de jugar por decisión propia.

–No soy tan viejo –replicó sonriendo–, y estoy en muy buen estado físico, así que no sientas lástima por mí –añadió en tono seco–. Es solo que he decidido que ya llevo demasiado tiempo fuera y Gus necesita ayuda. Lo he pasado muy bien en Argentina, pero echaba de menos al viejo.

Trató de digerir sus palabras y sintió un escalofrío en la espalda.

–¿Así que has vuelto para quedarte?

–Sí, al menos por ahora. Si hubieras respondido a mis correos electrónicos, te habría avisado.

–Han pasado muchas cosas y he estado muy ocupada, lo siento.

Sabía que sonaba a excusa tonta y lo era. Pero él tampoco le había enviado un correo electrónico en mucho tiempo, así que no era solamente culpa suya el haber perdido el contacto.

Él levantó la vista y se quedó observándola un buen rato antes de apartar la mirada.

–Bueno, cuéntame. ¿Cuánto tiempo hace que has vuelto? ¿Qué planes tienes? –preguntó ella.

–No tengo nada pensado. Supongo que estaré ocupado en el rancho.

Rebecca trató de mantener la calma y digerir aquella información como si no la afectara. El polo siempre había sido su vida, su sueño, ¿cómo era posible que hubiera renunciado a él? Después de lo mucho que le había costado conseguir hacer realidad sus sueños.

–¿Así que eso es todo, no vas a volver a jugar nunca más?

Por la manera en que se encogió de hombros supo que no estaba seguro. Ben siempre los encorvaba cuando se sentía incómodo.

–Las cosas cambian, Ben. Ya sabes lo que pasa.

Sí, lo sabía. Aunque estaba segura de que no había cambiado de idea. Algo debía de estar pasando. Si lo estaba haciendo por Gus, lo entendía, pero algo no le olía bien.

–En fin, acabo de llegar. Voy a seguir entrenando caballos y estaré una temporada sin jugar –dijo sonriendo–. Mañana por la mañana voy a ir a Geelong.

Rebecca se volvió y regresó al mostrador, tratando de disimular el calor que sentía en las mejillas. Sus latidos habían empezado a resonar con fuerza en sus sienes. Geelong. Allí era donde el abuelo de Ben tenía el centro de adiestramiento de caballos. Allí había pasado los fines de semana y las vacaciones durante sus años escolares, junto a Ben, soñando con un futuro juntos. Solo que no había sido consciente de lo importante que el polo iba a ser en sus vidas. Había acabado viéndolo marchar mientras ella se quedaba allí. Había sido difícil para él dar el paso y más difícil para ella ver cómo se convertía en su profesión. Pero solo eran amigos, no dejaba a ninguna novia atrás.

–Mi abuelo cumplió ochenta años la semana pasada y parece que el cáncer está avanzando. Quiero aprender todo lo que pueda e ir tomando las riendas, si me permites el juego de palabras.

–Estará muy contento de tenerte de vuelta –dijo Rebecca–, y tú de volver a casa –añadió y respiró hondo.

No quería pensar qué habría pasado solo porque Ben estuviera de vuelta. Seguramente nada habría cambiado si se hubiera quedado. Ambos habían querido cosas diferentes y aquella noche que habían pasado juntos, había sido el resultado de demasiado alcohol.

Él sonrió, aunque sus ojos contaban una historia diferente. Estaba enfadado con ella y no sabía qué decirle, aparte de disculparse por no haber mantenido la comunicación. Pero no había sido capaz de seguir mandándole correos electrónicos sin mencionar lo que estaba pasando en su vida, así que la única opción había sido perder el contacto. Había jurado que si volvía se lo contaría, pero los compañeros con los que jugaba al polo se habían convertido en su familia. Ben siempre había asegurado que amaba lo que hacía y que no lo dejaría por nada.

–Siempre planeamos jugar al polo en el extranjero y después volver a casa y montar un criadero de caballos.

–Sí –replicó ella sin ningún entusiasmo para no pensar en el pasado, que solo le producía dolor.

–Bueno, háblame de ti. Ayer oí algo terrible, que tenías una hija –bromeó–. ¿Es cierto?

Rebecca se sujetó al mostrador de acero inoxidable, tratando de contener el escalofrío que la recorría. Su hija. ¿Acaso sabía algo? Quería ser la que se lo contara.

–Sí, ahora tengo una hija –dijo tratando de hablar con calma–. Se llama Lexie.

–Lexie –repitió él, provocándole otro estremecimiento–. ¿Y quién es el afortunado?

–¿El afortunado?

–¿Tu marido?

–Ah, sí, bueno, no hay ningún afortunado. Lexie y yo nos tenemos la una a la otra.

–¿Quieres decir que algún desgraciado te abandonó después de tener un hijo suyo? ¿Por eso no me lo habías contado, porque sabías que iría tras él?

No le gustaba el curso que estaba tomando aquello. ¿Qué podía decir? ¿Que ese desgraciado era él y por eso mismo había dejado de responder a sus correos electrónicos? Había tomado la decisión de ocultarle a Lexie, para protegerlos a ambos y, sobre todo, para no ser la responsable de cortarle las alas.

–Digamos que prefería criarla yo sola, al menos de momento –dijo Rebecca, eligiendo cuidadosamente las palabras–. Mis padres han sido maravillosos y es una niña muy feliz, así que todo va saliendo bien.

Por la expresión de su rostro, era evidente que no parecía muy convencido.

–¿Y tu padre no hizo algo al respecto, o tu hermano?

Rebecca quería cambiar de tema. Necesitaba tiempo para pensar cómo iba a contárselo a Ben.

–No les hizo mucha gracia al principio, pero a veces la vida nos sorprende con imprevistos y no queda más remedio que aceptarlos.

Ben abrió la boca para decir algo y rápidamente lo interrumpió.

–¿Quieres comer algo? –le preguntó–. Podemos prepararte esa pasta marinera que tanto te gustaba.

Al instante, cambió de expresión y sonrió.

–¿Seguís haciéndola?

–No aparece en el menú –respondió riendo–, pero tenemos los ingredientes porque una versión de ese plato es uno de nuestros favoritos.

Esta vez, cuando la miró, no apartó la vista. Sus ojos se quedaron clavados en los de ella. Bajo aquella brillante luz, unas motas doradas asomaban a sus iris marrones.

–Tengo que irme, pero ¿qué te parece si acepto tu oferta cualquier otro día que no estés tan ocupada y puedas acompañarme?

Trató de seguir respirando con normalidad, a pesar de que le resultaba la cosa menos natural del mundo, teniendo a Ben delante de ella. Lo último que deseaba era sentarse a comer con él.

–Estupendo, así nos pondremos al día.

Alguien en la cocina la llamó, lo que le dio la excusa perfecta para poner fin a aquella situación y apartar la vista de aquellos ojos que la tenían cautiva.

–Ya nos veremos, Bec –dijo Ben despidiéndose con la mano mientras daba unos pasos de espaldas, en dirección a la puerta.

Rebecca se quedó mirándolo, sin mover un solo músculo hasta que lo perdió de vista, ignorando el caos que había provocado en ella. Su corazón latía excitado y se había quedado hecha un amasijo de nervios. No había nada bueno en el hecho de que Ben hubiera vuelto.

 

 

Ben se metió las manos en los bolsillos y se fue calle abajo, mezclándose entre la gente. Era la hora de comer y las calles de Melbourne estaban muy concurridas. Le encantaba Australia y haber vuelto a casa, al lugar del que provenía. Aunque había disfrutado viviendo en el extranjero, lo que en aquel momento quería era vivir entre la ciudad y el rancho de su abuelo. Estaba convencido de que había tomado la decisión adecuada. Por difícil que le hubiera resultado dejar el polo, ya no podía seguir lejos de Gus por más tiempo.

¿Y Bec? Solo hacía un día que había llegado y había tenido que contenerse para no ir al restaurante aquella primera noche solo para verla. Había sido su mejor amiga y poco a poco había desaparecido de su vida. ¿Pero cómo culparla? Tampoco él se había esforzado en mantener el contacto.

Al parecer, había conocido a algún tipo y había tenido una hija. La pequeña Bec se había convertido en toda una mujer y ahora era madre. Nunca se lo habría imaginado. En su cabeza, se había imaginado que seguiría esperando su regreso y había confiado en convencerla de que la noche que habían pasado juntos había sido algo bueno y que podían ser algo más que amigos. Había sido un estúpido, un ingenuo. Después de haberla visto, se había dado cuenta de que había esperado demasiado, de que ella había seguido su vida y él había perdido su oportunidad.

A pesar de haberlo pasado muy bien, de haber montado algunos de los mejores caballos de polo y de haber viajado a países increíbles, nunca había dejado de pensar en Rebecca ni un solo minuto. Había deseado desesperadamente formar parte de aquella familia del mundo del polo, cuando en realidad siempre había tenido una pequeña familia en Gus y Rebecca. Lástima que hubiera tardado en darse cuenta. No lo había hecho hasta que su abuelo le había contado lo enfermo que estaba.

Se había aferrado al recuerdo de la sonriente expresión de Rebecca, de sus suaves labios y sus brillantes ojos y, aunque hubieran transcurrido cuatro años, se alegraba de que no tuviera marido. Nunca había podido enfadarse con ella y lo había comprobado una vez más al verla. Había intentado mostrarse duro al preguntarle por qué no había seguido en contacto, pero no había podido. A pesar de que aquella noche ambos estuvieran bebidos, no había olvidado ni un solo instante de lo que había pasado entre ellos.

Mataría al tipo que la había abandonado, dejándola a solas con una criatura, y seguro que sus padres se mostrarían dispuestos a ayudarlo a encontrarlo. Rebecca siempre había sido su mejor amiga y, por una noche, su amante. Ben sonrió al colocarse detrás del volante. Aquella noche había estropeado lo que había entre ellos.

 

* * *

 

Rebecca entró en la escuela infantil y clavó la vista en su hija. Lexie estaba corriendo a toda velocidad alrededor de la clase, con los brazos abiertos como si estuviera volando, y emitiendo un sonido como el del motor de un avión. El corazón le dio un vuelco y se giró. No quería que la viera todavía. Le gustaba verla jugar con otros niños.

–Hola.

Bec se giró y se encontró con Julia, una de las profesoras. Tenía un colorido trozo de papel en las manos.

–Lexie ha hecho hoy este dibujo y me ha pedido que se lo guardara para que lo viera su mamá.

Sonrió y tomó el papel, tratando de descifrar lo que representaba.

–Tiene talento, ¿verdad? –dijo y ambas rieron–. ¿Una casa cubierta de algo verde?

–El tema era un día en la playa.

Una voz las interrumpió.

–¡Mamá!

Bec se giró y tomó a su hija en brazos, antes de darle un beso en su rubia cabeza.

–Hola, tesoro.

–¿Te gusta mi dibujo?

–¡Mucho!

–Soy yo a caballo. ¡A caballo, mamá!

–Vaya –respondió mostrándose seria, mientras la profesora se marchaba conteniendo la risa–. Es un caballo precioso.

–Es un caballo de polo. Soy yo montando un caballo de polo.

La sonrisa desapareció del rostro de Rebecca, hasta que se dio cuenta de que Lexie la estaba mirando y se obligó a disimular el temor que sentía. ¿Cómo sabía que había caballos de polo?

–Vámonos, cariño. Recoge tu mochila y dile adiós a Julia.

Se quedó mirando a su hija, antes de apartarse el pelo y mirar de nuevo el dibujo. Lexie nunca había estado cerca de caballos, pero le habían obsesionado desde bebé. A pesar de que no quisiera admitirlo, Lexie se parecía mucho a su padre.

–¿Mami?

Se puso de rodillas, tomó la bolsa de su hija y le subió la cremallera.

–¿Sí, cariño?

–Abuelo me ha contado que solías montar a caballo, sobre todo caballos de polo.

–¿Eso te ha contado?

Lo mataría por hablarle a Lexie de cuando montaba a caballo. Formaba parte de su vida pasada. Nunca había vuelto a acercarse a un caballo desde que Ben se fuera y hacía mucho tiempo que había cejado en su empeño de convertir en profesión aquel deporte que tanto había amado desde los catorce años. El último caballo que había tenido… ni siquiera quería recordar el accidente.

–Me ha dicho que eras muy buena hasta que un día te caíste. ¿Te hiciste mucho daño?

–¿Cuándo te ha contado abuelo todo eso?

–Ayer.

Lexie corrió hacia la puerta y se detuvo a esperarla, tendiéndole la mano.

–¿Podemos ir a montar?

–Tal vez.

–¿Por qué tal vez?

–No conozco a nadie que tenga caballos.

Era mentira, pero ¿qué otra cosa podía decir?

–¿Podemos comprar un caballo? –preguntó Lexie.

–Anda, métete en el coche.

Cerró la puerta y se quedó inmóvil unos segundos en la acera, con los ojos cerrados, respirando hondo para calmar sus nervios. Había habido un tiempo en el que habría hecho cualquier cosa por vivir rodeada de caballos, pero eso formaba parte del pasado y así quería que siguiera siendo. Tenía que contárselo a Ben, lo sabía, pero seguía sin querer volver al pasado.

Capítulo 2

 

BEN sonrió a su abuelo y se acercó al potro. El animal se había puesto rígido al verlo acercarse.

–Deja las manos quietas. No lo toques y deja que se acerque a ti primero.

Ben le hizo caso y siguió sus instrucciones. Cada vez era más consciente del buen instinto de su abuelo. Había discutido con los entrenadores con los que había trabajado en el extranjero hasta hartarse de sus procedimientos anticuados. A algunos de ellos les gustaba obligar a los caballos hasta someterlos, algo que nunca se hacía en el rancho de los McFarlane. La mitad de los entrenadores de polo pensaban que estaban locos por practicar la doma natural y no estaban dispuestos a cambiar de opinión. Era una de las razones por las que se había cansado de vivir en el extranjero, uno de los motivos por los que había decidido romper los lazos con los tipos con los que tanto tiempo había estado trabajando para volver a casa.

–Bien. Una vez que incline la cabeza, acarícialo y colócale la soga alrededor del cuello.

Ben hizo lo que le decía. El caballo se movió suavemente, pero el momento se rompió una vez le puso la cuerda.

–Sujétalo aunque se aleje.

Su frente empezó a cubrirse de sudor, pero mantuvo la fuerza. Aquella era la parte más difícil, y no le gustaba porque animales y fuerza eran dos palabras que no le gustaba usar en la misma frase.

El caballo dejó de cabecear y dar coces y se quedó quieto, sin dejar de mirarlo a una distancia prudencial.

–Buen chico –dijo suavemente antes de acercarse al animal–, buen chico.

–Acarícialo y ponle el ronzal –le indicó su abuelo.

Ben avanzó, sonriendo al caballo. Lo acarició entre las orejas y luego alzó el ronzal. Con cuidado, Ben pasó la correa de cuero por el hocico y por detrás de las orejas. El caballo permaneció tranquilo, con las orejas en punta mientras lo escuchaba, aceptando lo que hacía.

Ben se apartó y sonrió. Merecía la pena haber vuelto a casa solo por pasar una mañana con su abuelo.

–Buen trabajo, hijo, bien hecho.

Acarició una última vez al caballo y abrió el portón que daba al picadero, dejando que se uniera al resto de potros. Luego se acercó hasta su abuelo, feliz de ver una sonrisa en su rostro curtido.

–Lo llevas en la sangre.

La voz de su abuelo era grave y profunda, pero la palmada que le dio en el hombro no fue tan fuerte como solía ser. Sus manos curtidas y nudosas empezaban a fallarle después de tantos años de duro trabajo. Gus McFarlane había sido un hombre fuerte, pero ahora usaba bastón y caminaba lentamente por la hierba. Seguía estando tan lúcido como siempre, pero el cuerpo empezaba a no responderle. Ben se sintió culpable. Se había marchado de Australia en pos de sus sueños y, ahora que había vuelto, lamentaba haber dejado a su abuelo tanto tiempo.

–¿Has sabido algo de aquella chica Stewart?

Ben se puso rígido.

–¿Rebecca? Sí, bueno –dijo tratando de mostrarse indiferente–, fui a verla justamente ayer.

–Una chica estupenda. Deberías haberte casado con ella, lo sabes ¿verdad?

Sí, lo sabía. Pero Bec era Bec. Por supuesto que se había sentido atraído por ella y la había deseado, pero siempre había sabido que nunca podría ofrecerle lo que se merecía. Sentar la cabeza nunca había formado parte de sus planes porque siempre se había concentrado en lo que quería. Después de dejar el polo, estaba más confundido que nunca acerca de lo que deseaba en la vida.

–Dejó de contestar mis correos electrónicos, abuelo. Ya sabes que nunca fuimos más que amigos.

No tenía por qué contarle a su abuelo que habían pasado una noche juntos. Además, solo había sido eso, una noche y no una relación.

–Buena jinete y muy trabajadora, por no mencionar lo guapa que es.

–Sí –convino Ben.

–Tráela algún día. Necesito que una amazona pruebe una potra, y ya por aquí no queda ninguna.

Ben pensó en volver a tener a Bec por allí. ¿Iría si se lo pedía? Cuatro años no habían aplacado su deseo por ella, pero las cosas habían cambiado, empezando por ella.

–Hace tiempo que no monta –replicó, no muy seguro de que accediera a ir hasta allí–. Además, nuestra relación no pasa por un buen momento.

A pesar de que le había gustado volver a verla, la situación había sido tensa.

Gus se detuvo de pronto y se quedó apoyado en el bastón.