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Totó y los espejos, libro del narrador y poeta Luis Carlos Suárez, está integrado por nueve cuentos con diferentes temas pero unidos por una invariante que sostiene todo el conjunto: niños y niños enfrentados a diversos conflictos vivenciales y donde se recrean asuntos como el amor, la vanidad, las posturas patriarcales, la enfermedad, la muerte, las actitudes discriminatorias y paternalistas con las personas de la tercera edad. Es un texto que no rehúye dialogar con los diversos problemas que rodean la vida de los niños, y los contextos donde se desarrollan. Los lectores podrán apreciar sobre todo la voluntad estética y la búsqueda de la belleza, dos pilares que son garantía de una lectura placentera.
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Seitenzahl: 56
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Edición: Lucía Muñoz Maceo
Diseño de cubierta: Jadier I. Martínez Rodríguez
Diseño interior y conversión a ebook: Grupo Creativo Ruth Casa Editorial
©Luis Carlos Súarez, 2024
© Sobre la presente edición: Ediciones Bayamo, 2024
ISBN 9789592233140
Ediciones Bayamo
Centro Provincial del Libro y la Literatura
Mármol # 113 entre/ Maceo y Ave. Francisco Vicente Aguilera,
Bayamo, Granma, Cuba
E-mail:[email protected]
Guille se llama Guillermo y yo Francisco, pero me dicen Panchito. Guille es mi instructor de teatro, y vino muy temprano a traerme las alas porque en la obra de fin de curso seré “el ave del paraíso.” Las alas son plateadas, parecen de escarcha, y las hizo Coralina, la hermana de Guille, que hace cosas muy bonitas: casitas de papel con jardines y perros detrás de una reja, bailarinas con soldaditos de plomo y payasos tristes que lloran lágrimas de cera.
Mi mamá guardó las alas. Dice que para protegerlas del polvo, yo sé que no quiere que papá las vea. Mis padres están separados. Era yo muy chiquito cuando papá se fue a la otra casa. A la otra casa iba y me sentaban en una silla alta. Al ratico venía la mujer del perfume con un cucurucho repleto de chicharrones de puerco. Veía los muñequitos y mascaba chicharrones hasta cansarme.
Mi papá maneja una rastra y soñó con ser pelotero. Le digo que también me gusta la pelota pero en realidad no, yo quiero ser actor. Al campito me llevaba los fines de semana y me lanzaba la pelota para que bateara. Pero se cansó de mi mala puntería y me dijo: “eres tan torpe como tu madre.” Se fue y me quedé con el bate. Yo caminaba rápido y no lo alcanzaba. Si apuraba el paso, él iba más rápido. Es un hombre alto, fuerte, con las piernas largas, camina aprisa y dice mamá que le gusta a las mujeres.
Yo venía camina que te camina y pensaba que mamá no es torpe, lo hace todo despacio. Con un paño quita el polvo a las figuritas, si tiende la cama estira mucho las sábanas, le gusta el orden, la limpieza, también el piano, recibió clases y conoce canciones. Pero a mi papá se le ocurrió venderlo y mi mamá lo limpió con grasa especial para que se viera bonito y el comprador no se arrepintiera.
Mi papá molestó le dijo:
- Te pedí que limpiaras el piano, no que lo acariciaras.
Él dice que también soy torpe, no sabe que tiene un hijo mago: repito el sonido con los dedos tres veces y los perros mordedores se apartan cuando voy camino de la escuela, digo palabras mágicas y mamá deja de llorar. Pude hacer invisibles las alas, pero no quiero gastar mis poderes.
Dice abuela que mi papá no es malo, es bruto. Cuando pienso en las cosas que hace, recuerdo lo que ella me dice. Algunas noches, cuando se queda en casa, nos sentamos a ver las estrellas, entonces mira a lo alto como un niño grande. Pasa su mano por mi cabeza. Si su mano no me toca, yo muevo mi cabeza y la busco para que se acuerde de su hijo. Esa noche duermo contento.
No me atrevía a decirle todo lo mago que soy, le hubiera bajado un poquito las estrellas y volaríamos por encima de los techos del barrio, pero no quería asustarlo. Con Guille sí hablo de mi magia y no se asombra. Me dice “Panchito el mago” y que es un secreto entre los dos.
Vino papá y corrí a decirle que me seleccionaron como “El ave del Paraíso”; la historia de un leñador a quien se le muere la novia y va al bosque a llorar su desgracia. Allí encuentra un ave muy hermosa. Cuando fui a contarle el final me cogió por los hombros, me sacudió, no permitiría que me pusieran alitas, para el ave del Paraíso, una niña, yo tenía que ser el leñador, para mí papeles de boxeador, de pelotero, de chofer de rastra. La culpa la tenía mamá, que me criaba como una Magdalena.
Ella trató de explicarle pero la interrumpió:
- Si me entero que tu hijo sigue con lo mismo le doy candela a la Casa de la Cultura y al mismísimo Paraíso.
Esta vez mamá no lloró sin palabras mágicas.
- No te preocupes, esta vez no dejaré que se meta en tu camino.
Y habló del piano, de su mala suerte. Entonces, sin que se diera cuenta, soné mis dedos y aunque mi padre dice que los hombres no lloran, no pude evitarlo y me puse a llorar. Hay días en que la magia me sale equivocada.
Dice papá que cuando tienes muchos años pierdes las riendas y otros la toman por ti. Es el caso de abuela. Cuando cumplió ochenta años, tocó con su tenedor en la copa y dijo:
–Ahora, con la familia reunida, confieso que no soy lo que ustedes creen.
Nos miramos, tía Bernarda se atragantó con el refresco gaseado y hubo que darle golpecitos en la espalda.
–Mamá, por favor, ahora no –dijo papá.
–Ahora o nunca, y tengo el nunca bastante cerca.
–Déjenla que hable –reclamó Anduriña la hija de tía Bernarda, que venía de países lejanos y solo habla de nieves y góndolas.
Abuela hizo sonar de nuevo la copa:
– Quiero decirles que soy una bruja, una tremenda bruja.
–¿Con escoba o sin escoba? –preguntó Anduriña.
Ella había conocido brujas en Suecia, en Italia y hasta unas brujas en una obra de teatro.
–Respeta a mi madre –reclamó papá.
Sonó el timbre. Era el jefe de papá con Urquiola.
–¿Con el pelotero? –preguntó Ignacio– el único que no era de la familia pero que asistía a todos los velorios y cumpleaños.
–Por favor Ignacio, Urquiola Mejías, la esposa del jefe.