Traición - Helen Brooks - E-Book
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Traición E-Book

Helen Brooks

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Beschreibung

Julia 1042 Fue una boda de ensueño..., seguida de una noche de inolvidable pasión. Luego, Victoria descubrió que su flamante marido, el hombre al que adoraba la había traicionado… ¡Al segundo día de su matrimonio! Hizo las maletas y se marchó. Pero Zac Harding no estaba dispuesto a dejar ir a Victoria, estaba decidido a encontrar a su esposa y a llevarla de vuelta a casa. Cuando lo hizo descubrió asombrado que ella tenía un secreto que ansiaba guardar a toda costa.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1998 Helen Brooks

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Traición , JULIA 1042 - diciembre 2023

Título original:The baby secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411805346

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LA revisión que le hizo el médico no fue demasiado molesta, pero aun así suspiró de alivio cuando el hombrecillo le dijo:

—Ya puede vestirse, señorita Brown.

—Gracias —se sentía demasiado tensa para sonreír.

Sentado ante su escritorio, con el cegador sol de Túnez entrando a raudales por la ventana, el médico se la quedó mirando durante unos segundos antes de preguntarle con su fuerte acento, algo azorado:

—Señorita Brown, ¿qué le hizo pensar que se encontraba enferma?

—Ya… ya se lo dije —balbuceó Victoria, clavados en él sus ojos azules—. No me sentía bien, tenía mareos, y últimamente estaba empeorando. También me sentía muy cansada y… Luego, cuando empecé a tener náuseas constantes…

—Ya, entiendo. Señorita Brown, en mi opinión disfruta usted de una excelente salud —le comentó con tono suave, aclarándose la garganta—. ¿Pero se da cuenta de que… ?—se interrumpió bruscamente antes de añadir—: ¿Es usted consciente de que está esperando un hijo?

Victoria se lo quedó mirando fijamente, demasiado impresionada para reaccionar.

—Yo no… no puedo estar… —murmuró confundida—. No puedo estar…

—Con su permiso, me gustaría hacerle una prueba de embarazo —declaró el doctor Fenez—, sólo para confirmarlo, porque estoy seguro de que debe de estar embarazada de unas doce o catorce semanas. Y ahora… ¿dice usted que sólo le ha faltado un período menstrual?

—Sí, aunque…

—¿Sí?

—Los últimos dos no fueron normales, ahora que pienso en ello. Apenas nada… —Victoria se dijo que aquello no podía ser, que aquel hombre tenía que estar equivocado…

—Eso puede llegar a suceder en un primer embarazo… el cuerpo tarda su tiempo en asumir su nuevo papel. Porque supongo que es su primer embarazo, ¿verdad?

Victoria asintió, con la cabeza dándole vueltas. ¿Embarazada? ¿Su primer embarazo? Durante las últimas semanas había considerado varias posibilidades, desde tensión nerviosa hasta algún tipo de quiste… No podía ser. Sólo lo habían hecho una vez. No podían haber tenido tanta mala suerte.

—Doctor Fenez… ¿puede una mujer quedarse embarazada la primera vez que…? —se interrumpió, avergonzada.

—Por supuesto —asintió el médico, disimulando su sorpresa.

La prueba de embarazo confirmó su diagnóstico. Victoria estaba definitivamente embarazada de tres meses.

El sol ya estaba muy alto cuando Victoria salió del edificio encalado de la clínica, y permaneció inmóvil en la puerta por un momento, mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Llevaba en sus entrañas un hijo de Zac.

Debería sentirse horrorizada, alterada, desesperada… se decía mientras empezaba a caminar lentamente por el polvoriento empedrado, protegiéndose su melena rubia bajo su ancho sombrero de paja. Pero no era así. Se sentía simplemente perpleja, absolutamente asombrada… pero encantada.

Se detuvo, levantando la mirada hacia el cielo azul mientras analizaba sus sentimientos. Sí, estaba encantada. Aquel bebé sería todo lo que le quedara de un amor que la había consumido con su pasión… el bebé de Zac. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta pasados unos minutos, y se apresuró a enjugarse las lágrimas mientras reanudaba su camino hacia casa a través de las calles atestadas de gente.

La pequeña casa blanca que había alquilado estaba fresca y sombreada cuando entró. Rápidamente se quitó las sandalias y disfrutó de la deliciosa frialdad del suelo de mosaico bajo las plantas de sus pies desnudos mientras se dirigía a la cocina, situada al fondo de la finca. Mientras se servía un vaso de limonada de la nevera, recordó con tristeza que cuando entró por primera vez en aquella casa hacía tan sólo unas semanas, era como un animal moribundo a la busca de un refugio donde lamerse los heridas. Y aquella pequeña y silenciosa casa, con su encantador jardín rodeado de eucaliptos, naranjos, limoneros y palmeras, había sido como un bálsamo para su alma. Se habría vuelto loca si hubiera tenido que quedarse en Inglaterra un día más. Nunca olvidaría el inmenso alivio que sintió cuando subió al avión en el aeropuerto de Heathrow.

Terminó de beberse la limonada y se sirvió otro vaso antes de sentarse en la mecedora del salón, cerca de los ventanales. Aquel era su lugar favorito de la casa cuando más apretaba el calor durante el día, y allí había estado sentada durante horas y horas contemplando la vista… y reviviendo los últimos y desquiciados meses desde que Zac Harding entró en su vida.

Algo, por cierto, que no había hecho durante los últimos días. Su mente parecía haberse adormecido, casi paralizado. ¿Sería posible sufrir tanto sin llegar a perder la cordura? Ciertamente, cada vez que se imaginaba a Zac con Gina, creía volverse loca. Zac Harding. Cerró los ojos con fuerza, pero todavía su figura alta y esbelta seguía frente a ella. Su cabello negro algo salpicado de gris, sus ojos castaños y brillantes, su presencia devastadora…

Lo había visto por primera vez en una habitación llena de gente y, desde el momento en que sus miradas se encontraron, comprendió que nunca más hombre alguno volvería a impresionarla tanto. Era diferente a los demás. Tenía una especie de magnetismo sensual de mortal efecto, y las mujeres caían rendidas a sus pies. La propia Victoria había pasado por aquella experiencia…

Zac le había dicho que ella era especial, y la muy inocente se lo había creído. Abrió los ojos y sacudió la cabeza, asombrada de su propia estupidez. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua y confiada? Y, además, se lo habían advertido. Todo el mundo le había dicho que estaba loca al creer que Zac Harding podía llegar a comprometerse con una sola mujer. Y al final no lo había hecho; Victoria se había equivocado y todo el mundo se había limitado a murmurar: «Ya te lo había dicho».

Unos golpes en la puerta la sacaron de sus reflexiones. Durante los dos meses que llevaba allí no había recibido ninguna visita aparte de William Howard, un viejo amigo suyo que era el propietario de la casa. Había sido él quien le había ofrecido su residencia de vacaciones en los oscuros y primeros días de su ruptura con Zac, y Victoria la había aceptado agradecida. Para ella había sido una cuestión de principios pagarle una cantidad en concepto de alquiler por Mimosa, que así se llamaba la casa, pero los padres de William pretendían visitarlo a finales de junio, así que Victoria sólo disponía de algunos días más para seguir disfrutando de aquel santuario.

Había estado temiendo el día en que tuviera que regresar a casa, pero ahora… se llevó una mano al vientre con gesto protector mientras se disponía a abrir. Ahora tenía una razón para ser fuerte, una razón para recuperarse y concentrarse en su futuro. No le pediría ayuda a nadie: se enfrentaría con su propio destino y se labraría un lugar para su hijo y para ella… De pronto, cuando abrió la puerta, se quedó paralizada de sorpresa.

—Hola, Victoria —la saludó Zac con tono suave.

La joven no podía ni moverse ni hablar, y por un instante se preguntó si la oscura figura que tenía frente a ella no sería un producto de su afiebrada imaginación. Había pensado y soñado con él, lo había sentido cada minuto de aquellos días y noches interminables que habían estado separados, pero aquel hombre de carne y hueso era mucho más poderoso y real que sus amargados recuerdos.

—¿Puedo pasar? Aquí fuera hace tanto calor que se podrían freír huevos al sol.

Pero Victoria no podía responder y luego, cuando observó que su boca articulaba unos sonidos que no alcanzó a oír, se dio cuenta de que se iba a desmayar. Su última visión de Zac, antes de que se la tragase una especie de túnel oscuro, habría resultado divertida en otras circunstancias. Su fría e imperturbable expresión desapareció de inmediato para trocarse por otra de diversión y alarma mientras se apresuraba a sostenerla en sus brazos.

Cuando volvió a despertarse estaba tumbada en el sofá del salón, y abrió los ojos para encontrarse con la mirada furiosa de Zac, de cuclillas a su lado.

—No has estado comiendo bien. Has adelgazado mucho.

Aquello era demasiado; Victoria ya no sabía si reír o llorar

—¿Qué esperabas? Soy un ser humano normal y corriente, Zac; tengo sentimientos. Yo no puedo activar o negar mis emociones a voluntad.

—¿Y yo sí puedo? —le preguntó él, irritado.

Pero Victoria no estaba dispuesta a dejarse intimidar; eso fue lo que se dijo mientras se sentaba en el sofá.

—Sí —afirmó con amargura. Luego, como si de repente hubiera tomado conciencia de la situación, inquirió desafiante—: Y a todo esto, ¿qué estás haciendo tú aquí? Se suponía que no tenías que saber que yo…

—¿Dónde has estado escondida? Me he gastado una fortuna intentando encontrarte…— se interrumpió bruscamente, suspirando—. ¿Ya te encuentras mejor? —le preguntó, hundiendo las manos en los bolsillos de los pantalones.

—¿Mejor? —por un segundo Victoria creyó que se estaba refiriendo al niño—. Sí, ya estoy bien. Es sólo… el calor —se apresuró a decir.

—¿De verdad? —Zac escrutó su rostro pálido y demacrado—. Pues tienes un aspecto terriblemente débil.

—Bueno, ahora que ya me has saludado y dedicado incluso un cumplido, ¿por qué no te marchas? No recuerdo haberte invitado a venir.

—¿Habrías preferido que te hubiera dejado tirada en el umbral? —le preguntó Zac con tono despreciativo; ya parecía haber recuperado la paciencia.

—¡Pues sí! —luego, al ver la manera en que arqueaba las cejas, Victoria se corrigió—: No. Oh, ya sabes lo que quiero decir… Estaba perfectamente antes de que tú vinieras.

—¿Seguro?

—Quiero que te vayas, Zac. Quiero que te vayas ahora mismo.

—Si acabo de llegar…

—Hablo en serio —levantó la barbilla, mirándolo frente a frente.

—Sí, tal vez. Pero tenemos cosas que hablar, Victoria, te guste o no.

—Ahí es donde te equivocas —replicó levantándose del sofá. En el pasado siempre se había resentido del hecho de que le sacara más de quince centímetros de estatura, pero en aquel momento aquella diferencia resultaba humillante—. No tenemos absolutamente nada que hablar.

—¿Qué es lo que te pasa? —estalló Zac—. Escúchame de una vez.

—No me hables así —replicó Victoria con frialdad, procurando sobreponerse a la tensión que le revolvía el estómago—. Guárdate ese lenguaje para… —descubrió que no podía pronunciar el nombre de Gina—… para tus otras mujeres.

En cierta forma, Victoria aún no podía creer que le estuviera hablando a Zac de esa forma, como nunca antes lo había hecho. Zac Harding siempre la había amedrentado con su carácter implacable e inmisericorde con aquellos que se atrevían a contrariarlo. Pero ya se había aprendido la lección.

—Me niego a volver a tener esta conversación. Me vas a escuchar, Victoria, pero por el momento….lo que necesitas es comer.

—¿Comer? —lo miró como si estuviera loco—. No quiero comer nada, ya te lo he dicho.

—Y yo te lo estoy diciendo a ti —replicó Zac cruzando los brazos sobre su amplio pecho—. Mira, he estado viajando durante no sé cuántas horas y no he comido nada desde anoche. Estoy cansado, hambriento, y ya estoy perdiendo la poca paciencia que me queda, ¿vale? Además, y a juzgar por tu aspecto, a ti no te sentaría nada mal una buena comida. Y ahora… —levantó una mano con gesto autoritario cuando Victoria se disponía a protestar—… te prometo que una vez que hayamos comido, y hayamos mantenido una pequeña conversación, me marcharé.

—Quiero que te vayas ahora —insistió obstinada.

—No, Victoria.

—No tienes ningún derecho a entrar así en mi casa como… —se interrumpió bruscamente cuando Zac replicó, echando chispas por los ojos:

—Tengo todo el derecho del mundo. Soy tu marido… ¿o es que te habías olvidado de ese pequeño detalle?

—Sólo hasta que terminemos de tramitar el divorcio —se apresuró a señalar ella—. Y… ya no uso mi nombre de casada.

—Es igual. Legalmente sigues siendo mi esposa, Victoria.

—Si sólo estuvimos casados un día…

—Y una noche —sonrió con expresión sardónica—. No te olvides de la noche.

Como si hubiera podido olvidarla. Con sus veinte años frente a sus treinta y cinco, había sido una presa fácil y Zac le había hecho vivir placeres inenarrables. A pesar de la precipitación con que había sido organizada, la boda había sido de ensueño, y cada momento había sido un prodigio de exquisito romanticismo. Pero la noche… la noche había sido de inolvidable pasión.

Victoria recordaba haber estado muy nerviosa cuando Zac cerró la puerta de la habitación del hotel, y finalmente se quedaron solos. Nerviosa por su propia inocencia, por su probable incapacidad para satisfacer a un hombre mundano y experimentado como Zac.

Había conocido a Zac Harding al día siguiente de regresar de Rumania, donde había estado trabajando de manera solidaria en un orfanato antes de ingresar en la universidad. Diecinueve años tenía en aquel entonces, y fue su madre quien los presentó. Coral Chigley-Brown estaba celebrando una de sus pequeñas fiestas, oficialmente para homenajear el regreso de su hija, pero en realidad porque le encantaban ese tipo de actividades sociales y aprovechaba cualquier pretexto para organizarlas. Incluso en ese momento podía recordar la expresión satisfecha de su madre cuando advirtió la mirada de interés que Zac le lanzó; todavía Victoria no era consciente del verdadero motivo que tenía Coral para desear una alianza matrimonial entre los Chigley-Brown y los Harding…

—¿Victoria? —la voz de Zac la sacó de su ensimismamiento—. Supongo que esta casa tendrá una cocina, ¿verdad?

—¿Una cocina? —inquirió, señalando luego con la cabeza el arco de entrada—. Sí, pero si insistes en quedarte a comer yo…

—Siéntate; me temo que lo necesitas —le ordenó él con tono seco—. Ya prepararé yo algo para los dos. Procura descansar antes de que comience la batalla, ¿de acuerdo?

No esperó su respuesta y se dirigió a la pequeña cocina. Sintiéndose muy débil, Victoria volvió a sentarse en la mecedora. No era sólo que se hubiera saltado el desayuno antes de la visita al médico; la culpa de todo recaía sobre Zac. Aún no lo conocía bien; eso tenía que reconocerlo. Su fugaz noviazgo y su rápido matrimonio habían constituido todo un acontecimiento público, y apenas habían podido estar solos durante los meses anteriores. Se preguntó por qué aquello no había despertado sus sospechas… Era natural que las parejas recién comprometidas quisieran estar solas, pero Zac no había expresado deseo alguno en ese sentido. Teniendo a Gina a su disposición, ¿por qué habría de haberlo hecho?

Mentiras, mentiras… toda su relación había estado basada en una montaña de mentiras, y tan sólo unas horas después de consagrar su unión, el castillo de naipes se había derrumbado… La mañana siguiente a su boda, muy temprano, Victoria fue vagamente consciente de que el teléfono estaba sonando y, soñolienta, alcanzó a oír cómo Zac levantaba el auricular sin hacer apenas ruido. Lo oyó murmurar algo; luego, sentándose bruscamente en la cama, Zac se levantó para continuar la conversación en el salón de la suite, con la extensión telefónica que tenían allí.

Todavía estaba medio despierta cuando Zac volvió al dormitorio y empezó a vestirse.

—Zac, ¿pasa algo malo?

—Sólo un problema de negocios que necesito resolver con Jack antes de que salgamos esta mañana para Jamaica. Sigue durmiendo, cariño. Sólo serán unos minutos.

Y, confiada, Victoria volvió a dormirse, agotada después de la noche de pasión que habían compartido. Fue él quien volvió a despertarla besándola delicadamente, pero cuando ella extendió los brazos en tácita invitación para que se acostara de nuevo, Zac negó con la cabeza y le recordó riendo que tenían que compartir el desayuno con los invitados que se habían quedado en el hotel tras el banquete de la víspera. Se ruborizaba de humillación cada vez que recordaba aquello…

En aquel entonces se había sentido algo dolida, antes de decirse que era una estupidez molestarse por eso. Aquél era su primer día de casados y tenían todo el tiempo del mundo por delante. Pero mientras se vestía, vio que Zac la observaba con una extraña expresión, y no pudo quitarse de la cabeza el presentimiento de que algo no marchaba bien.

Zac ya no era el hombre apasionado y cariñoso de la víspera. Parecía diferente. Algo había cambiado, y ella no era capaz de precisarlo. Luego, sorprendentemente, en el lujoso y sofisticado salón del hotel había descubierto por qué se había negado a complacer su sensual invitación de aquella mañana. Zac había querido hacer una llamada de teléfono antes de que fueran a desayunar con los demás, y Victoria se había sentado en uno de los sofás a esperarlo mientras hojeaba una revista. Por primera vez en su vida, en aquel preciso momento se había sentido verdaderamente querida. La suya había sido una infancia privilegiada en el sentido material del término, pero sus padres nunca habían disimulado el hecho de que no habían deseado una hija, y que su existencia había supuesto una molesta intrusión en sus vidas.

Cuando a la temprana edad de siete años fue enviada a un internado, fue su niñera la única persona a la que echó de menos. A sus padres apenas los había conocido. Y cuando su padre murió tres años después, Victoria había asistido al funeral de un desconocido. Siendo adolescente había intentado conocer a su madre, pero después de incontables rechazos había aceptado finalmente que nada la unía a ella.

Su madre era una persona frívola y habituada a un lujosísimo estilo de vida, que se preocupaba más de sus uñas pintadas que de los niños que se morían de hambre en el Tercer Mundo. La naturaleza dulce y bondadosa de Victoria la sacaba de quicio; lo consideraba una debilidad, y la despreciaba por ello.

En aquella primera mañana de su vida Victoria estaba sentada esperando a su flamante marido, cuando una voz familiar le preguntó a su lado:

—¿Victoria? ¿Qué diablos estás haciendo aquí escondida?

Coral no había tenido necesidad alguna de aceptar la invitación de Zac de que se quedara a pasar la noche en el lujoso hotel, ya que vivía muy cerca de allí, pero lo había hecho, lo cual no había sorprendido en absoluto a Victoria. Su madre era así; se aprovechaba de todo lo que pudieran ofrecerle gratuitamente.

—¿Escondida? —Victoria forzó una sonrisa—. No me estoy escondiendo, madre. Estoy esperando a Zac.

—¿Ah, sí? Realmente deberías ir con los demás y demostrarles que no te importa nada, Victoria. Es el único camino.

—¿Que no me importa nada? —repitió confundida.

—Exacto —el tono de Coral era agudo e impaciente.

—Madre, no sé de lo que me estás hablando. ¿Qué es lo que no tiene que importarme?

—¿Quieres decir que no lo sabes? —Coral se sentó frente a su hija, cruzando las piernas con elegancia —. Yo pensaba que a estas alturas Zac ya te lo habría dicho —añadió con tono desaprobador.

—Vamos, continúa.

—Gina Rossellini, esa prima lejana de Zac, ingirió anoche una sobredosis de barbitúricos. Estaba en la habituación contigua a la mía y se produjo una conmoción en todo el hotel. Estúpida mujer… Y todo fue para llamar la atención de Zac, por supuesto. Conozco a las de su clase.

—Madre… —Victoria movió lentamente la cabeza, asombrada—. ¿Qué estás intentando decirme? ¿Me estás diciendo que hay algo entre Zac y Gina Rossellini?

—Ella ha sido su amante durante años, niña; creía que lo sabías —pronunció Coral con tono irritable—. Todo el mundo lo sabe.

—Yo… ¿cómo podía saberlo yo?

—Bueno, el «cómo» ya no importa mucho, ¿verdad? —repuso Coral—. La amante de tu padre lo sabía desde mucho antes que yo y, si eres lista, procurarás no estorbar esa relación extramatrimonial. Una amante es muy útil. Puede encargarse de todo ese… —arrugó su pequeña nariz con un gesto de disgusto—…. tipo de cosas que los hombres parecen encontrar tan importantes. Mientras Gina sepa dónde está su lugar, como le sucedió a Linda Ward, su misma existencia puede reportarte muchas ventajas.

—Linda… ¡la tía Linda!, ¿estás diciendo que la tía Linda era amante de papá? —inquirió Victoria, consternada. Siempre había considerado a Linda Ward como una de las amigas íntimas de sus padres, aunque su madre la había tratado con una extraña condescendencia—. ¿Y no te importó?

—Claro que no. Todos los hombres tienen amantes, hija, siempre que se lo puedan permitir. Por el amor de Dios, abre los ojos. Por supuesto, sería preferible que tuvieran un poquito más de control y discreción que Gina, pero supongo que eso debe de ser explicable por su sangre latina. Las amantes existen para satisfacer ciertas necesidades básicas…; las esposas para los contactos sociales, el rango… y para la continuación del apellido familiar.

—Zac… Zac no es así —protestó Victoria, aturdida—. No sé lo que sucedió con Gina, pero él ya no se ve con ella, lo sé. Y se ha casado conmigo porque me ama, no a causa de mi apellido —concluyó, cerrando los puños.

—Tranquilízate, y que no se te ocurra montar una escena, Victoria. Por supuesto, Zac te tiene en gran estima, pero un alianza con los Chigley-Brown también le es muy útil. Hay muchos intereses implicados en ello.

—No te creo.

—Espero que no vayas a poner ahora las cosas difíciles, Victoria. Para ser una mujer adulta de veinte años, sigues comportándote como una chiquilla. Zac pasó parte de la noche en la habitación de Gina cuando ella lo llamó a su lado, así que ahora enfréntate con eso y sigue adelante, por el amor de Dios. No sé cuántos de los invitados serán conscientes de la situación, pero tú necesitas manejar este asunto con la elegancia que Zac naturalmente esperará de su esposa.

—No te creo —siseó furiosa Victoria, y Coral la miró sorprendida, encogiéndose en su silla—. Me das asco, ¿sabes? Siempre me has dado asco, aunque cuando era más joven no conseguía precisar esa sensación. Eres mezquina y egoísta, y sólo te preocupas de ti misma. Jamás me has querido; nunca en toda tu vida has querido a nadie —se había levantado antes de terminar de hablar, fulminándola con la mirada—. Ahora mismo voy a buscar a Zac, y sé que él me dirá que todo esto es mentira. Nos hemos casado por amor, algo que tú nunca comprenderás.

—Victoria. Siéntate y compórtate. Me estás avergonzando.