Lenta seducción - Helen Brooks - E-Book
SONDERANGEBOT

Lenta seducción E-Book

Helen Brooks

0,0
2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Melik Haman, un turco-francés multimillonario, había introducido a Louisa en un mundo totalmente desconocido para ella. Pero Louisa era una extranjera en su tierra, una tierra en la que Melik vivía rodeado de hermosas mujeres, y de una especialmente decidida a conquistarlo. ¿Qué esperanza podía albergar Louisa de llegar a penetrar en el misterioso corazón de aquel hombre?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 225

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1994 Helen Brooks

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Lenta seducción, n.º 834- agosto 2022

Título original: The Sultan’s Favourite

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-080-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

PUEDO servirle de ayuda? —Louisa oyó una voz profunda y con ligero acento tras ella. Se volvió sorprendida; en sus ojos castaños se reflejaba una mezcla de aprensión y enfado. Una de las cosas que más la había sorprendido durante las dos semanas que llevaba en Estambul era la abrumadora insistencia de un sector de la población masculina.

—¿Perdón? —contestó con voz deliberadamente fría y distante, pero cuando se dio cuenta del error que había cometido, una sombra de rubor cubrió sus mejillas. Aquel hombre no pertenecía a la clase de jóvenes que pensaban que toda mujer solitaria debía de estar buscando un tipo muy determinado de diversión. Era un hombre alto, muy alto, elegantemente vestido con un traje gris pálido y una camisa de seda blanca.

—¿Tiene algún problema?

Louisa lo oía hablar, pero se sentía incapaz de responder. Aquel hombre era devastadoramente atractivo y casi podía decirse que siniestramente masculino. Su porte evidenciaba una confianza absoluta en su virilidad y en su capacidad para dar órdenes. Pero eran sus ojos los que le habían dejado a Louisa sin habla. De un hombre tan moreno se esperaba que tuviera los ojos oscuros, negros o grises quizá, por eso sorprendía tanto encontrarse con unos ojos color miel, casi dorados, en los que chispeaban unas motitas verdes que los hacían tan hipnóticos como los de un gato.

La disimulada sonrisa que bailaba en las comisuras de su dura boca le hizo advertir a Louisa que lo estaba mirando prácticamente boquiabierta y que todavía no había sido capaz de contestar coherentemente.

—No, no tengo ningún problema —contestó rápidamente. Bajó la mirada confundida y se volvió hacia el tendero de ojos brillantes con el que había estado regateando para comprar un hermoso chal de seda—. No necesito ayuda.

—¿Está segura? —repuso con incredulidad y le dirigió una rápida mirada al tendero.

El tendero sonrió y asintió vigorosamente.

—Trato hecho. Gracias, gracias —chapurreó en un incorrecto inglés.

—El chal ya es suyo.

—¿Qué? —antes de que pudiera siquiera moverse, vio como le entregaba al tendero una enorme cantidad de billetes. Cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando, levantó la cabeza bruscamente y le dijo con evidente enfado—: ¡Espere un momento! No sé si puedo permitirme ese gasto…

—El chal es un regalo, una humilde prueba de mi admiración por su belleza —en otras circunstancias, a Louisa aquel gesto le habría parecido indignante, pero en medio del exotismo del Gran Bazar, la verdad era que encajaba perfectamente—. Lo único que voy a pedirle a cambio es que me permita conocer su nombre.

Louisa sintió un extraño escalofrío al volver a oír aquella voz ronca y acariciante. Mientras observaba sus ojos entrecerrados, con los que la miraba atentamente, se preguntó cuantos años tendría aquel hombre. En sus sienes ya había algunas canas y las pequeñas arrugas que surcaban su rostro cuando sonreía le hacían situarlo cerca de los cuarenta años.

—Mire, esto es ridículo… —empezó a decirle, haciendo un enorme esfuerzo por recobrar la compostura—. No puedo aceptar un regalo de un desconocido, y dudo que pueda pagar yo misma el chal. ¿Por qué no le pide que le devuelva el dinero o…?

Se interrumpió al ver que echaba la cabeza hacia atrás y soltaba una carcajada.

—Me llamo Melik, y no, no puedo devolver el dinero ni nada parecido. Sería un gesto extremadamente grosero. De modo que tendrá que decidirse entre devolverle el chal a cambio de nada y dejar que reciba un sobresueldo que no se merece, o permitirme el placer de un gesto espontáneo sin ninguna doble intencionalidad por mi parte y a cambio del cual no espero ningún tipo de compromiso. Es usted muy guapa; no conozco a ninguna mujer cuya belleza se merezca una prenda tan hermosa, así que… —sonrió lentamente—, me sentiría muy honrado si se decidiera a aceptar mi regalo.

—No me lo puedo creer —repuso Louisa, con la mirada perdida en los pintorescos puestos del bazar.

El Gran Bazar era una pequeña ciudad en sí misma; en él había más de cuatrocientas tiendas de los más diferentes tipos y tamaños. Podían encontrarse desde las más humildes casetas hasta lujosas joyerías. Louisa estaba paseando entre aquel vasto laberinto sin intención de comprar nada en particular, hasta que había visto aquel precioso chal de exótico estampado en una de esas tiendas. En ese momento, y a pesar de lo mucho que le gustaba el bazar, deseó haberse quedado en su apartamento.

—¿Tan terrible le parece? —a pesar del tono serio y educado que empleó, a Louisa le pareció advertir cierta diversión en su voz—. ¿No puede considerar la posibilidad de aceptar este gesto que la distraerá del cotidiano ajetreo de la vida?

—Pero —Louisa se interrumpió bruscamente. ¿Qué debería hacer? Aquel hombre ya había comprado el chal, el tendero se había metido inmediatamente el dinero en el bolsillo y los miraba alternativamente con una conocedora sonrisa; era un hecho consumado, pero ella no podía aceptarlo.

—Vamos —el extranjero le quitó toda posibilidad de decisión de las manos. Tomó la bolsa que el tendero le ofrecía con una mano, la agarró del brazo con la otra y se alejó de allí sin que la joven pudiera hacer nada por evitarlo.

—No pienso ir a ninguna parte con usted —a pesar de que intentaba conservar la firmeza en la voz, en su rostro se reflejaba auténtico miedo—. Quédese con el chal y váyase ahora mismo de aquí si no quiere que empiece a gritar.

—Los colores de ese chal no me favorecen en absoluto —repuso el hombre, con la voz temblorosa a causa de la risa. Louisa lo miró y comprendió que estaba haciendo un enorme esfuerzo para disimular su diversión—. Le pido disculpas, pequeña tigresa. Creo que puedo imaginarme lo que está pensando de esta situación. Pero, por si le sirve de ayuda, yo estoy tan sorprendido por lo que acabo de hacer como usted. Puedo asegurarle que no tengo la costumbre de comprar regalos a mujeres desconocidas, pero llevaba un rato observándola y me apetecía ponerme en contacto con usted —la sinceridad de sus palabras, que acompañó con una encantadora y calurosa sonrisa, desarmó completamente a Louisa—. Me gustaría invitarla a un café, pero usted decide. Diga una sola palabra y desapareceré como la escarcha antes de la primera brisa del verano.

—Bueno… —Louisa volvió a admirar la elegante e indudablemente cara indumentaria de Melik. Obviamente, se trataba de un acaudalado hombre de negocios que en ese momento debía de contar con algún tiempo libre. Tomar un café con él no podría hacerle ningún daño, y cuando terminara lo único que tenía que hacer era rechazar el chal y decirle adiós para siempre—. De acuerdo, acepto la invitación al café, pero aunque ha sido un gesto muy amable por su parte, no puedo hacer lo mismo con el chal.

—¿Amable? —repuso Melik, mirándola de tal manera que Louisa sintió una extraña tensión en el estómago—. Yo no soy un hombre generoso, señorita…

—Collins. Me llamo Louisa Collins —respondió rápidamente.

—Louisa —se llevó la mano de Louisa a los labios—. Me gusta ese nombre, le siente bien.

—Gracias —Louisa se quedó mirándolo en silencio, sintiéndose como una colegiala totalmente fuera de lugar, en vez de como la mujer de veintiocho años que era—. Esto es una locura —empezó a decir, sacudiendo su rubia melena mientras empezaban a andar.

No se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta hasta que vio la sonrisa burlona de Melik.

—A mí no me lo parece, pero en cualquier caso, creo que todo el mundo debería permitirse alguna pequeña locura de vez en cuando.

Sus miradas se encontraron y Louisa descubrió en las profundidades de sus ojos un brillo que hizo que el corazón empezara a latirle violentamente. Era el brillo de un deseo voraz, de una urgencia que no tenía nada que ver con el tono persuasivo y ligeramente burlón de sus palabras; al verlo, Louisa tuvo la sensación de que por un breve instante, se había deslizado de su rostro aquella máscara tan cuidadosamente construida para dejar al descubierto una fuerza volcánica, poderosa y cruel. ¿Y qué demonios estaba haciendo ella? Con un hombre como aquel, no debería tomarse un café siquiera. Era un hombre peligroso. La fina intuición de la joven había captado algo que las elaboradas normas de la educación no habían conseguido esconder: Melik la deseaba. Lo sabía con tanta certeza como si se lo hubiera dicho a gritos, y no era falsa vanidad. Su intuición también le decía que Melik era un hombre al que no le gustaba ser rechazado.

—No tengo segundas intenciones, señorita Collins —al parecer, había advertido su nerviosismo—. Siempre he sabido que la palabra de un inglés es una garantía, y supongo que se puede decir lo mismo de una inglesa. Ahora, vayamos paseando hasta un café que conozco y que todo el mundo considera encantador. ¿Ha estado usted en Ic Bedesten?

—¿Ic Bedesten? —sacudió la cabeza—. Lo siento, no lo entiendo.

—Es el antiguo bazar.

En ese momento, su rostro tenía un aspecto mucho más tranquilizador y Louisa se regañó con firmeza. ¡Por Dios!, se dijo, lo único que le había propuesto había sido ir a tomar un café. Era un hombre extremadamente distinguido; estaba segura de que tenía que haber miles de mujeres que se sintieran atraídas por él. Y allí estaba ella, pensando que sin proponérselo había conseguido despertar su interés. Estuvo a punto de sonreír. Lo que debía de hacer era dejar de imaginarse cosas raras y disfrutar del momento; hacía bastante tiempo que no había tenido oportunidad de hacerlo.

—¿Louisa? ¿Algo anda mal?

—¿Que si algo anda mal? —sonrió rápidamente—. Por supuesto que no, y no, no conozco el bazar antiguo. ¿Es distinto que éste?

—El bazar antiguo está en el centro de este laberinto —le contestó, mirándola a los ojos—. En él se pueden encontrar objetos con cientos de años, dagas, cencerros de los que se les ponen a los camellos, azulejos con textos en caracteres árabes… y un montón de secretos que el tiempo y la avaricia del hombre han sacado a la luz. De vez en cuando, alguien encuentra un tesoro en el gran bazar y consigue hacer una fortuna. Te llevaré allí algún día. Ese es el auténtico bazar.

¿Algún día?, se dijo la joven obligándose a no descubrir su indignación. ¡Antes tendría que pasar por encima de su cadáver! Aquello no iba a volver a repetirse. Louisa no necesitaba más complicaciones en su vida; ya le habían hecho demasiado daño. Y aquel hombre la hacía sentirse incómoda. Se tomaría un café, le daría un poco de conversación y después cada uno seguiría su propio camino.

Aunque estaban protegidas de la fuerza de los rayos del sol por un tejado, las sesenta y siete calles del bazar eran extremadamente húmedas y calurosas, especialmente en verano, de modo que cuando llegaron al pequeño café y Melik le señaló un asiento, la joven se sentó agradecida. Con un gesto casi inconsciente, se recogió un mechón de pelo que se le había escapado del moño.

—¿Por qué intenta esconder algo tan bello? —le preguntó Melik—. Debería estar orgullosa de su pelo.

—Prefiero mantenerlo bajo control. Tengo mucho pelo y además muy rizado.

—Es usted una mujer muy extraña, Louisa Collins —repuso Melik al cabo de unos segundos—. Si no fuera tan ridículo en una persona tan adorable, casi podría pensar que le asusta la vida.

—¿Que me asusta? —preguntó enfadada—. Tiene razón, es ridículo —levantó la barbilla con aire desafiante.

—Quizá sí… —sonrió, pero en aquella ocasión la sonrisa no llegó a suavizar la dureza de sus ojos—. O quizá no. Sin embargo, no tiene aspecto de ser una mujer que haya sido besada recientemente —la miró atentamente desde su enorme altura. Tenía los brazos cruzados y las piernas ligeramente separadas, adoptaba una postura de dominación propia de un hombre machista y Louisa no pudo contener una oleada de ira. ¿Cómo se atrevía a hacerle esa pregunta un hombre al que no conocía de nada?

—No creo que sea asunto suyo —repuso fríamente, pero con las mejillas ardiendo de furia—. ¿No le parece?

—Al contrario —contestó tranquilamente; al parecer no le afectaba en absoluto su enfado—. Lo que me parece es que el hecho de que una mujer tan hermosa como usted no esté disfrutando de los placeres del amor es una auténtica inmoralidad. Me disgusta cualquier forma de despilfarro.

—Usted…

Todavía estaba farfullando aquellas palabras cuando Melik se inclinó hacia delante y le acarició la mejilla con un dedo. Detuvo la mirada en sus labios entreabiertos durante un instante y al siguiente los rozó con un beso. Louisa saltó en su asiento como si la hubieran quemado con un hierro candente, sorprendida al descubrir la cantidad de sentimientos que había encendido en ella con aquella ligera presión.

—Tengo que hacer una llamada —dijo Melik—. No tardaré mucho —señaló con la mano una pequeña cabina telefónica que había en un rincón del café—. Pediré que nos traigan el café y unos pasteles y cuando vuelva continuaremos esta interesante conversación.

—No sabía que estábamos teniendo una conversación —repuso mientras se obligaba a sí misma a disimular su temblor, que amenazaba con hacerse visible en cualquier momento—. Y no pienso tolerar ninguna otra pregunta de índole personal, señor Melik.

—Melik es mi nombre —contestó él con una mirada tan penetrante que parecía poder llegar hasta el último rincón de su alma—. ¿Por qué estás tan asustada, Louisa? —empezó a tutearla—. No voy a hacerte ningún daño. Eres una mujer muy hermosa, estoy seguro de que muchos hombres te lo han dicho antes que yo, y a tu belleza se suman una elegancia y una seguridad en ti misma que hacen que me resultes mucho más atractiva. Estoy seguro de que podemos seguir hablando como iguales.

Louisa apartó la mirada de su rostro sin saber qué contestar. Melik había dado por supuesto que era una mujer con experiencia, fría y serena, capaz de cuidar de sí misma en cualquier situación. Esa era la imagen que ella estaba intentando proyectar; era su forma de protegerse en el mundo dominado por los hombres en el que había elegido trabajar. Pero no pensaba explicárselo. Dejaría que pensara lo que quisiera. Al fin y al cabo no iba a volver a verlo y quizá fuera mejor que continuara considerándola como una mujer fría a la que podía tratar como a un igual.

—¿Como iguales? —tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para poder esbozar una sonrisa—. Jamás se me habría ocurrido pensar que un hombre turco podría alentar a una mujer a tratarlo como a un igual.

—Debes de haber leído muchas novelas, Louisa. Hace mucho tiempo que han desaparecido los harenes —dijo con voz sedosa—. No te equivoques, el hecho de que mis compatriotas sepan apreciar la belleza de una mujer no quiere decir que ignoren su inteligencia y su sabiduría.

—¿De verdad? —preguntó con incredulidad.

—De verdad. Los hombres turcos tratan a las mujeres con gran respeto; de hecho, en mi país una mujer que viaje sola está más segura que en muchos otros países, incluyendo el tuyo.

—¿Estás diciendo entonces que lo que más te preocupa de una mujer es su inteligencia? —al ver la sonrisa de Melik, inmediatamente se dio cuenta de su error.

—No pretendo engañar a nadie, y mucho menos a ti. Sin embargo, eres una persona en conjunto, tienes alma, mente y cuerpo, como yo —en ese momento, apareció un sonriente camarero. Melik se volvió hacia él y después de decirle algo en turco, miró a Louisa con expresión preocupada—. Perdóname, tengo que ir a hacer una llamada. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que hice algo como esto, pero no he podido resistirlo; mi alma, mi mente y mi cuerpo han respondido a la llamada.

Louisa se apoyó contra el respaldo de su asiento y le sostuvo la mirada con firmeza, ignorando los acelerados latidos de su corazón. Melik era un hombre tan atractivo, tan seguro de sí mismo… ¿qué se sentiría al ser amada por un hombre como él? Descubrirse a sí misma haciéndose esa pregunta le produjo un profundo impacto; esa pregunta sólo podía ser considerada como una traición a Oliver.

—Por favor, vete a hacer esa llamada —contestó, bajando rápidamente la mirada.

Mientras Melik se dirigía hacia el teléfono, empezó a acosarla la urgencia de escapar de allí. No podía enfrentarse a un hombre como aquel, pensó desesperada. Era demasiado grande, demasiado agresivo, demasiado salvaje… era la mera antítesis de Oliver. Pertenecía a una época diferente, a la edad de oro de los sultanes todopoderosos, conocidos por su crueldad y sus habilidades en las artes amatorias. No le gustaba, no le gustaba en absoluto. Aquel pensamiento, le hizo ponerse en acción. Se levantó y echó un rápido vistazo al café.

Estaba empezando a recuperarse de un golpe muy duro y no podía arriesgar la paz mental por la que había estado luchando durante los últimos meses por culpa de un desconocido insufrible y dominante.

—No lo permitiré —se dijo desesperada cuando lo vio hablando por teléfono. Aquella era su oportunidad.

Casi sin ser consciente de lo que hacía, pronto se encontró corriendo por la calle. Corrió sin fijarse en nada hasta que se chocó con un montón de cestas apiladas al lado de uno de los puestos del mercado.

El tendero salió inmediatamente para disculparse con todo tipo de sonrisas e inclinaciones de cabeza y le ofreció la inevitable taza de café con la que los comerciantes intentaban seducir a los posibles compradores.

—Por favor —era tal la desesperación de Louisa que estuvo a punto de aferrarse a él mientras hablaba—. Necesito salir rápidamente de aquí, ¿podría indicarme el camino? —si se encontraba con Melik se moriría de vergüenza.

—Parece que tiene problemas, ¿necesita ayuda? —le preguntó el tendero preocupado.

—Lo único que necesito es salir de aquí. ¿Cuál es el camino más rápido?

Al cabo de unos minutos que le parecieron horas consiguió salir del bazar, pero no se sintió verdaderamente a salvo hasta que estuvo dentro de un taxi, atravesando a toda velocidad las calles de aquella enorme ciudad. Sólo entonces se permitió el lujo de respirar aliviada.

¡Estaba completamente loca! Debería haberse quedado, se dijo. ¿Qué pasaría si decidiera volver a donde estaba él? ¿Qué podría decirle? Bullían en su mente miles de pensamientos, hasta que al final, el trayecto en taxi por la más romántica de las ciudades, la mágica Estambul, consiguió tranquilizarla.

—Le gusta Estambul, ¿eh? —el taxista se volvió hacia ella con una enorme sonrisa.

—Mucho —contestó ella rápidamente, tranquilizándose al ver que volvía a prestar atención al volante.

Cuando había llegado quince días atrás, temerosa y con el corazón dolorido, el puerto de aquella ciudad la había sobrecogido por los enormes contrastes que en él se podían encontrar; el brillo bizantino y la opulencia del Imperio Otomano se entremezclaban con humildes casas y estrechos callejones. Las sirenas de los barcos competían con los cantos milenarios de los muyaidines, llamando a los fieles a la oración. Pero había terminado gustándole, pensó mientras lo observaba por la ventanilla del taxi, conmovida por una pasión por el pasado que hasta entonces nunca había experimentado. Además, pensó, los habitantes de Turquía debían de ser de los más amistosos y amables del planeta; lo que Melik había dicho era cierto… Al acordarse de él, se sobresaltó. Bueno, lo mejor que podía hacer era olvidar aquel pequeño incidente. Reconocía que no había sabido controlar la situación, pero había sido por culpa de Melik. Ella no quería tener una conversación íntima con nadie, y menos con un hombre tan descarado como él.

Cuando el taxi se acercó al bloque de apartamentos en el que vivía sintió un inmenso alivio. En fin, se dijo, su encuentro con Melik sólo había sido un intervalo breve y entretenido en su ocupada vida. ¿Entretenido? Realmente no era la palabra que mejor describía los sentimientos que habían teñido de rubor sus mejillas. No se lo contaría a nadie, se prometió, y como además estaba segura de que jamás volvería a encontrarse con ese hombre, olvidaría aquel incidente para siempre. Nunca volvería a pensar en él.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

GUAU! ¿Quién es ese? Es un hombre absolutamente maravilloso —Louisa siguió el curso de la mirada de Sandra a través de la oficina abarrotada de gente en la que se encontraban y abrió los ojos horrorizada. No podía ser. Tenía que tratarse de un error. Cerró los ojos con fuerza y tomó aire para intentar tranquilizar los acelerados latidos de su corazón. No era Melik, simplemente era un hombre que se parecía a él y ella le había superpuesto las facciones del rostro con el que soñaba todas las noches, desde hacía ya una semana.

Abrió los ojos con recelo, pero el hombre que estaba en el marco de la puerta, hablando con el jefe de Louisa se había vuelto y no podía verle la cara.

—¿Dephni? —Sandra giró en su asiento y se dirigió a la joven turca que estaba a su lado, sin apartar la mirada del recién llegado—. ¿Quién es ese hombre que está con el señor Ashton? —le preguntó en un susurro.

Dephni miró a lo largo de la habitación, al verlo bajó rápidamente la mirada y sacudió ligeramente la cabeza.

—Después hablaremos, Sandra.

Sandra se volvió hacia Louisa y le hizo una mueca, expresando de esa forma la opinión que la reserva de la joven le merecía.

—Bueno, en cualquier caso es un sueño —musitó con expresión anhelante—. Un sueño real, y en technicolor.

—Sandra, creo que vas a volver a tener problemas —le advirtió Louisa en voz baja a su amiga, señalando a la señora Jones, el ogro que el señor Ashton tenía como secretaria, siguiendo a los dos hombres, después de dirigir una rápida mirada al resto de la oficina.

—¿Cómo puedes pensar en el trabajo con semejante visión a sólo unos metros? —musitó Sandra dramáticamente y elevando los ojos al cielo—. Ese hombre es maravilloso, absolutamente maravilloso.

—Puedo pensar en el trabajo porque esa es la razón por la que he venido desde Londres —contestó Louisa secamente, agradeciendo en silencio que no se reflejara su nerviosismo en su rostro. Bajó la mirada hacia las manos que tenía apoyadas en el escritorio, y se enfadó al ver que le temblaban ligeramente. ¡Era ridículo! Sobre todo cuando estaba segura de que era imposible que fuera Melik el hombre que había llegado a la oficina.

—Doce meses en Turquía y que encima te paguen por ello —continuaba diciendo Sandra—. Pero siempre tiene que haber algún pero, incluso en el paraíso, y en nuestro caso es la señora Jones. Es una especie de cruce entre un ángel de la guarda y una carabina, y nos está estropeando toda posibilidad de diversión. En las tres semanas que llevo aquí, ni siquiera he recibido un inocente beso de buenas noches; me está volviendo loca. Todo es trabajo, trabajo y más trabajo. Esa mujer está obsesionada con trabajar.

—Sandra —empezó a decirle Louisa. Sus pensamientos estaban corriendo a toda velocidad, lo último que le apetecía en ese momento era seguir oyendo refunfuñar a su amiga.

—¡Oh, para ti es estupendo! —sacudió la cabeza malhumorada—. La señora Jones sabe que no tienes interés en conocer a nadie, así que no se toma ninguna molestia contigo. Sabe que no te importaría convertirte en una vieja solterona… —se interrumpió bruscamente—. Lo siento, Lou. No quería decir eso. Soy una bocazas.

—Desde luego —Louisa sonrió para disimular el dolor causado por las palabras de la otra chica—. Pero esta vez se lo achacaré a tu frustración —Sandra le sonrió agradecida y se puso a trabajar. Louisa también intentó concentrarse en su trabajo, pero le resultó imposible; su mente volaba hacia otro lugar.

Jueves, diez de septiembre; miró la fecha en el reloj de oro de Oliver, un reloj demasiado grande para su muñeca, pero que lucía con orgullo. La fecha le recordó una vez más los perturbadores sueños a los que había estado enfrentándose durante toda la semana, que parecían burlarse de las reflexiones que se hacía durante el día. Aquella debería haber sido su luna de miel… Sintió en los ojos el escozor de las lágrimas y los apretó con firmeza. Aquel no era el momento adecuado para pensar en ello, se dijo, ya tendría tiempo de hacerlo más tarde.

—¿Señorita Collins?

Louisa no se había dado cuenta de que la señora Jones había cruzado la oficina y al oírla levantó la cabeza bruscamente. Entre los empleados de Lectron Technis, se comentaba que la secretaria del director era la que tenía el verdadero poder en la sombra, y era de todos conocido que ella había hecho personalmente la elección de personal para el proyecto de Turquía. Además de imponente, aquella mujer de mediana edad era perceptiva y extraordinariamente inteligente; en ese momento, sus ojos duros como el acero se encontraron con la mirada nerviosa de Louisa y la joven no pudo encontrar en ellos ni la menor señal de amabilidad.

—¿Puede pasar un momento a la oficina del señor Ashton?

Por un momento, Louisa pensó en la posibilidad de negarse, pero el sentido común consiguió imponerse sobre el pánico. ¡Melik no podía estar allí!