Tras las puertas de palacio - Jules Bennett - E-Book
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Tras las puertas de palacio E-Book

Jules Bennett

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Beschreibung

¿Aceptaría una propuesta de verdad? Su matrimonio tenía todos los ingredientes de un gran romance de Hollywood: un bello entorno mediterráneo, un guapo príncipe y sexo del mejor. Era una lástima que no fuera real. Cuando el príncipe Stefan Alexander se casó con Victoria Dane, se trataba solo de un acuerdo entre amigos para asegurarse la corona. Victoria había renunciado a mucho por esa supuesta vida de cuento de hadas con Stefan, pero no tardó en descubrir que se había enamorado de él. Había llegado la hora de luchar por lo que realmente importaba, porque lo único a lo que no podía renunciar era a él.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Jules Bennett. Todos los derechos reservados.

TRAS LAS PUERTAS DE PALACIO, N.º 1924 - julio 2013

Título original: Behind Palace Doors

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3428-6

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prólogo

–¿Alguna vez has nadado desnuda?

Victoria Dane dejó escapar un gritito cuando Stefan Alexander, príncipe de Isla Galini, se quitó la camisa.

–Hum –tragó saliva y miró sus impresionantes abdominales–. No, no lo he hecho.

Él se quitó los zapatos.

–No vas a…

Su suave risa le provocó escalofríos en todo el cuerpo. Aunque solo tenía quince años, era muy consciente del guapo príncipe, tres años mayor.

Se habían hecho amigos rápidamente desde que la madre de ella rodaba una película en sus tierras, y suponía que su enamoramiento adolescente era comprensible. Pero se preguntaba si realmente iba a desnudarse.

–No voy a hacerlo solo –dijo él, con las manos en las caderas.

–¿Te has hecho un tatuaje? –preguntó ella, mirando su pecho.

–El primero de muchos, espero –contestó él con una sonrisa traviesa.

–¿Qué es? –pregunto ella, acercándose a inspeccionarlo de cerca.

Pensando que sería una grosería tocarlo, se metió las manos en los bolsillos del albornoz. Aun así, imaginó cómo sería pasar las yemas de los dedos por el dibujo de tinta.

–Es el blasón de la familia –contestó él–. Me pareció conveniente que fuera el primero. Además, puede que a mi padre no le importe tanto por su simbolismo.

El sol de la tarde caía sobre ella, pero Victoria sabía que el calor que la consumía no se debía a eso. Llevaba casi dos meses allí con su madre y Stefan y ella habían congeniado desde el primer momento. Pero era muy probable que él la viera como a una hermana menor y no tuviera ni idea de que estaba medio enamoriscada de él.

–¿Lo ha visto ya tu padre? –aprovechó la excusa del tatuaje para seguir mirándole el pecho.

–No. Desde que me lo hice, hace dos semanas, he tenido cuidado de llevar camisa delante de él. Le dará un ataque, pero ya está hecho, ¿qué va a decir?

–Parece que no te importa romper las normas y desafiar a la gente –Victoria fue hacia la piscina, se sentó y metió los pies en el agua–. ¿No te preocupa meterte en problemas serios algún día?

–¿Problemas? –riendo, se sentó a su lado–. No me asustan los problemas. Prefiero ser yo y vivir la vida a mi gusto. No quiero vivir regido por lo que se considera correcto. ¿Quién puede decir lo que es bueno o malo para mí?

Ella admiraba su actitud respecto a la vida, le recordaba a la de su hermano, Bronson.

–¿Y no consideras que has mentido? –preguntó ella, escrutándolo–. Sabías que ibas a tatuarte así que, ¿por qué no decírselo a tu padre?

–Para mí, mentir por omisión no cuenta –clavó en ella sus brillantes ojos color azules.

–Pues para mí sí. Tal vez sea una diferencia cultural.

Él metió una mano en la piscina y le echó agua sobre los muslos. Ella se estremeció.

–Yo creo que es la diferencia entre seguir las reglas y vivir el momento –bromeó él–. ¿Qué dices de ese baño en cueros?

–Yo sigo las reglas, ¿recuerdas? No me baño en cueros –sonriendo, le puso una mano en la espalda y lo empujó, tirándolo a la piscina.

Capítulo Uno

Todas las niñas soñaban con una boda de cuento de hadas. La larga cola blanca, el coche de caballos y el proverbial príncipe moreno y guapo.

Victoria Dane no estaba viviendo el cuento de hadas, pero tenía la gloriosa tarea de diseñar el vestido de boda que luciría la siguiente reina de Isla Galini y lo verían millones de personas.

Obviamente, ser la diseñadora no se acercaba ni en broma a convertirse en reina.

–Victoria.

El familiar y tranquilizador tono de la voz de su amigo hizo que Victoria dejara de contemplar el océano esmeralda. Lo saludó con una leve reverencia, como era costumbre en el país.

Al verlo con una ajustada camiseta negra remetida en pantalones vaqueros de diseño, resultaba difícil creer que el príncipe Stefan Alexander, de impresionantes ojos azules y con un nuevo tatuaje que asomaba bajo la manga de su camisa, fuera el siguiente en la línea de sucesión al trono.

Sus músculos parecían aumentar entre visita y visita. Músculos debidos a su pasión por la escalada.

Su futura esposa era una mujer afortunada. Victoria habría mentido si no admitiera, aunque fuera para sí, que hubo un tiempo en el que se había imaginado siendo quien domesticaría al gran príncipe Alexander. Pero le había dado miedo arriesgarse a perder su valiosa amistad.

Los fuertes brazos que había echado de menos los últimos años la envolvieron en un cálido abrazo.

–Príncipe Alexander –le devolvió el abrazo.

–Déjate de príncipes –soltó una risa cálida–. Y no te inclines. Que no nos hayamos visto durante un tiempo no significa que me haya convertido en un esnob.

–Es fantástico verte, Stefan –se echó hacia atrás para mirar sus increíbles ojos azules–. Cuando llamaste para decir que te casabas, me quedé atónita. Debe de ser alguien muy especial.

–La mujer más importante de mi vida –dijo él, llevándose una de sus manos a los labios.

Stefan era un auténtico príncipe azul y Victoria sintió celos al pensar que otra mujer iba a entrar en su vida y que esa vez no sería algo pasajero, como en otras ocasiones.

–Vamos a sentarnos a hablar de mi bella novia, ¿quieres? –señaló el sofá y los sillones.

Stefan despidió a sus ayudantes con un silencioso movimiento de cabeza. Un hombre con su poder y posición no necesitaba palabras, pero para Victoria seguía siendo el desvergonzado adolescente que había intentado que se bañara desnuda en la piscina real, mientras en el salón de baile se celebraba una cena de gala.

–He traído bocetos de varios vestidos para que los veáis tu prometida y tú –le dijo, colocando su carpeta de diseños sobre la mesa de azulejos y abriéndola–. También puedo combinar estilos, o diseñar algo completamente distinto si nada de esto le llama la atención. Son todos diseños clásicos pero especiales a su manera. Cualquiera sería apropiado para la nueva reina.

–No dudo que crearás el vestido perfecto –puso una mano sobre la de ella y una gran sonrisa iluminó su guapo rostro–. Es fantástico tenerte aquí, Victoria. Te he echado de menos.

Ella le devolvió la sonrisa, emocionada por verlo otra vez y también porque hubiera encontrado el amor verdadero, algo que ella había empezado a temer no sucedería. Cierto que una vez había deseado ser su amor, pero su amistad era más importante. Era su mejor amigo y le alegraba que fuera feliz y estuviera enamorado.

–Es un placer diseñar para ti, y nos da a ambos una excusa para dejar de lado nuestra ajetreada vida y vernos en persona –le dijo–. Hablar por teléfono no es lo mismo.

–No, claro que no –corroboró él. La sonrisa seductora y sexy no se borró de su rostro.

Ella se preguntaba cómo sería su último tatuaje pero, conociendo a Stefan, él no tardaría en encontrar una excusa para quitarse la camisa.

–Son fantásticos –dijo él, hojeando los dibujos–. ¿Los has hecho tú o tienes un equipo?

Ella se hinchió de orgullo. Aunque fuera una diseñadora muy solicitada, cada cliente recibía toda su atención y le encantaba oír elogios de su trabajo, sobre todo de un gran amigo como él.

–Cuento con un pequeño equipo, pero estos son míos –apartó una hoja a un lado, ansiosa por mostrarle el resto de sus ideas–. Me gusta este. Las líneas limpias, la forma del escote y la forma del corpiño. Clásico pero sexy.

Era muy similar al que había diseñado para su propia boda. Claro que eso había sido seis meses antes, cuando su prometido, un actor en alza, había decidido destrozarla públicamente.

Trabajar con Stefan y su prometida la ayudaría a recordar que existían los finales felices.

Las fantasías con él habían ido y vuelto, y vuelto a venir cuando se lo imaginó declarándose y manifestándole su escondida y eterna pasión. Pero esos eran sueños de niña. Además, Stefan siempre tenía una o dos acompañantes.

–Estarías bellísima con ese vestido.

Victoria se libró de sus alocados pensamientos y volvió a centrar su atención en Stefan.

–Disculpa. Sé que lo de tu compromiso es bastante reciente, pero… –dijo él.

–No, es igual –cuadró los hombros y dio un paso atrás–. Pero no hablemos de eso. Prefiero que hablemos de tu felicidad.

–Sigo siendo tu amigo –puso las manos en sus brazos y apretó con suavidad–. Sé que no me dijiste mucho por teléfono porque la muerte de mi padre estaba muy reciente, pero ahora estás aquí y mi hombro está a tu disposición si lo necesitas.

Ella sintió una agradable calidez. Aparte de sus hermanos, era el único hombre en el que siempre había podido confiar. A pesar del paso de los años y los cambios en sus vidas, sabía que Stefan siempre estaría disponible si lo necesitaba.

–Puede que acepte tu oferta –le dijo, sonriente–. Pero ahora hablemos de ti.

Como necesitaba centrarse en su amistad y en su trabajo, en vez de en su humillación, Victoria miró los diseños de nuevo.

–Un vestido debería hacer que una mujer se sintiera bella y atractiva. Quería capturar esa belleza y añadirle un toque de cuento de hadas. Cuando no conozco a la cliente en persona resulta más difícil diseñar el vestido, por eso le he traído opciones muy diferentes para que las mire. ¿Sabes cuándo llegará tu prometida?

–La verdad es que ya está aquí –Stefan apoyó la cadera en la mesa y sonrió–. Tengo una propuesta para ti.

–¿Y cuál es, alteza real? –preguntó Victoria, intrigada pero sonriente.

–¿Te estás burlando de mí?

–En absoluto. Pero pareces muy serio. ¿Cuál es tu propuesta?

–Tiene que ver con mi prometida, en cierto modo –agarró sus manos y la miró a los ojos.

Ella reconoció la mirada. Era la misma que cuando le pedía que hiciera alguna travesura con él. Después de la adolescencia, por ejemplo, que simulara ser su novia en un baile benéfico para librarse de una dama agresiva que no aceptaba un no por respuesta.

Se le encogió el estómago. Estaba segura de que allí había gato encerrado.

–Stefan –liberó sus manos de las de él–. Dime que existe esa prometida y que vas a casarte.

–Voy a casarme y hay prometida –le ofreció una amplia y bonita sonrisa–. Tú.

Stefan esperó la respuesta a su abrupta proposición. Habría querido ser más delicado, pero se estaba quedando sin tiempo y no podía permitirse planear la boda de forma tradicional. La situación era todo menos tradicional.

Ella se puso las manos en las sienes, como si sintiera el principio de un dolor de cabeza; él había tenido unos cuantos en los últimos tiempos. Nunca se había visto como hombre de una sola mujer. Solo pensarlo le provocaba un escalofrío.

–Siento meterte en esto, pero ahora mismo no podría confiar en nadie más.

Tenía la esperanza de que ella entendiera. Al fin y al cabo, aún estaba recuperándose de una fea ruptura pública, pero siempre había sido una gran amiga a pesar de la distancia que los separaba. Habían compartido innumerables llamadas telefónicas en mitad de la noche, en muchas de las cuales ella le había contado sus sueños y él los había escuchado, deseando que alguna vez se hicieran realidad. Y tal vez pudiera ayudarla.

–¿Por qué me necesitas tan de repente?

–Isla Galini volverá a manos de Grecia si no me caso y me convierto en rey. Mi hermano no es una opción porque su esposa está divorciada y las malditas leyes son arcaicas. No podría vivir conmigo mismo si no hago todo lo posible por mantener el país en manos de la familia. No quiero defraudar a mi gente. Quiero el título, pero no una esposa. Por desgracia, he buscado otra salida y no la hay.

–¿Por qué yo? –Victoria se sentó en una silla.

–Necesito una esposa que lo sea solo de nombre. No puedo permitir que Grecia vuelva a regir mi país. Lleva generaciones siendo de mi familia. Me niego a deshonrar mi apellido.

–Es una locura –farfulló ella.

–Hace poco ha habido un escándalo en tu vida –Stefan se acercó–. ¿No te gustaría demostrarles a ese prometido que te rechazó y a la prensa que hizo público tu dolor que eres fuerte, que puedes superarlo todo y ganar la partida? ¿Qué mejor manera de hacerlo que casarte con un príncipe?

–¿Hablas en serio? ¿Quién lo creería? Hace un par de años que no se nos ve juntos en público.

Stefan se sentó a su lado, en otro sillón de hierro forjado con mullidos cojines.

–Mi pueblo no sabe quién es mi novia, solo que va a haber boda. Lo he llevado todo en secreto, y eso incrementa el romance.

Romance, eso era lo último. Ser príncipe tendría que bastar para otorgarle la corona. Era ridículo que le exigieran matrimonio.

–Cuando te vean, sabrán por qué he ocultado el compromiso –dijo él. Odiaba sentirse vulnerable y arrinconado, y también odiaba poner a Victoria en una situación tan incómoda.

–¡Y yo pensando que estabas dejando salir tu lado romántico a la luz! –Victoria se rio.

–Eres una de las solteras más famosas de Hollywood; explicaré que he mantenido el secreto para protegerte del escándalo y que queríamos expresar nuestro amor en nuestra boda e impedir que lo explotaran antes. Hay montones de fotos y artículos de nuestra adolescencia y de los años siguientes. La prensa casi nos dio por prometidos cuando te regalé un collar de diamantes en la fiesta de tu vigésimo primer cumpleaños. Recuperarán todas esas historias.

–Oh, Stefan. Es una decisión muy seria. No puedes esperar que te conteste ahora mismo.

–Solo te lo pido por seis meses –Stefan se recostó–. Tras la coronación seré rey y el país estará seguro y en manos de mi familia.

–¿Y entonces qué? –ella escrutó sus ojos.

–Lo que pase después lo dejo en tus manos –él se encogió de hombros–. Puedes seguir casada conmigo o poner fin a la relación. Depende de ti. ¿Quién sabe? Tal vez te guste ser reina.

Aunque era un playboy, se le ocurrían multitud de circunstancias mucho peores que estar casado con la deslumbrante Victoria Dane.

Ella tenía la vista perdida en el océano. La belleza de Victoria era increíblemente natural. Era mucho más guapa que las mujeres falsas y llenas de silicona que él conocía. Era afortunado por tenerla en su vida.

–Es la mayor locura que he oído nunca –soltó una risita y se volvió hacia él–. Estás convirtiendo algo tan serio como una boda real, de la que saldrán los nuevos líderes de tu país, en una mentira. Stefan, eso sí que es forzar nuestra amistad. ¿Te das cuenta de lo arriesgado que es? No puedo perderte.

–Nunca me perderás como amigo –dijo él, muy serio–. Si eso me pareciera una posibilidad no te lo habría pedido. Considera esto como una reunión larga. Necesito a alguien en quien pueda confiar; alguien que no vaya a arrepentirse en el último minuto ni pretenda arruinarme al final.

–¿Por qué has esperado tanto para pedírmelo?

–La verdad es que pensaba encontrar la forma de solventarlo –he agotado todas las posibilidades–. Cuando comprendí que no podía, supe que solo tenía una opción. Eres la única persona a la que podría confiar algo tan personal, tan serio.

–Haría cualquier cosa por ti, Stefan, lo sabes, pero esto es pedir mucho –ella rio–. ¿No se sentirá defraudado tu pueblo si ponemos fin al matrimonio? ¿Cómo funcionaría eso después de la coronación? ¿Seguiría siendo tuyo el país?

–Mi pueblo no se sentirá defraudado –afirmó él–. Seguiré siendo su líder y mantendré el control de mi país. Solo necesito el título para hacerlo, y ahí es donde entras tú.

–Lo tienes todo pensado, ¿no? –cruzó las piernas y se inclinó hacia él–. No puedes esperar que ponga mi vida en suspenso seis meses. Soy una mujer ocupada, Stefan.

Él siempre había admirado su actitud decidida y su fuerza. Por no hablar de que era una mujer con clase y más que sexy.

Igual que le había ocurrido al final de la adolescencia, ver a Victoria Dane lo llevaba a desear tenerla como algo más que amiga. Años atrás había sugerido iniciar una relación sexual; ella no lo había tomado en serio y, para salvaguardar su ego, había simulado que bromeaba. La segunda vez que había estado dispuesto a intentarlo, ella tenía una relación. Pero en ese momento estaba libre.

–Sé que estás ocupada, y no quiero robarte tu vida, pero tengo algo que ofrecerte –tomó una de sus manos–. Podrás demostrarle al mundo que eres fuerte, no la pobre y humillada mujer que los medios de comunicación te han hecho parecer. Una mujer siempre a la sombra de sus hermanos y rechazada por su prometido. Si aceptas, no solo diseñarás tu vestido de boda, esto podría ayudarte a lanzar esa colección de vestidos nupciales que soñabas. Aprovecharías el tirón del cuento de hadas de ser reina, por decirlo de alguna manera.

Ella volvió a mirar el océano; el sol empezaba a ponerse.

–Casi veo moverse los engranajes de tu mente –Stefan sabía que su propuesta no había sido nada romántica, pero la aparente lucha interna de Victoria le indicaba que estaba considerando la oferta.

–Si aceptas, ambos saldríamos ganando.

–Tu forma de pensar es poco griega –dijo ella–. ¿No se supone que sois muy románticos?

–Creo que sabes lo apasionado que soy cuando quiero algo –riendo, le apretó la mano.

Ella miró sus manos unidas. La piel morena de él contrastaba con la de ella, más rosada. Cuando alzó la vista, él supo que no iba a rechazarlo.

–Siempre has tenido determinación –susurró ella–. Eso es algo que entiendo. Tras mi reciente escándalo y vergüenza pública, me empeñé en volver a tomar las riendas y el control de mi vida –ensanchó los ojos y lo miró interrogante–. ¿Y cómo vamos a organizar el tema del dormitorio?

–Vives en Hollywood, donde el pecado fluye como el vino en mi país, y te sonroja la idea de compartir cama conmigo –Stefan rio–. Me hieres.

No iba a presionarla en ese sentido. La había deseado durante años pero quería que fuera ella quien lo buscara. Quería que se diera cuenta de que tras la puerta del dormitorio podría ocurrir algo espectacular entre ellos. Pasó el pulgar por el dorso de su mano.

–Tendremos que compartir dormitorio para mantener las apariencias con el personal.

Victoria no pudo evitar que la asaltara la imagen de dos cuerpos enredados en sábanas de satén en una cama enorme. Se rumoreaba que tenía tatuajes ocultos, ella había visto algunos, no todos. El hombre exudaba misterio y sexo. Había sido su mejor amigo de adolescente, y aunque las circunstancias habían evitado que se vieran los últimos dos años, habían mantenido el contacto.

–No sé –masculló ella–. Me da miedo lo que podría hacernos esto.

–Nos hará más fuertes que nunca –aseguró él con una sonrisa devastadora–. Últimamente hemos pasado demasiado tiempo separados. Concentrémonos en que estaremos juntos como en los viejos tiempos. Te necesito, Tori.

Victoria supo que iba a arriesgarse. Stefan significaba mucho para ella y sabía que, si las tornas se volvieran, él lo dejaría todo para ayudarla.

Además, pertenecía a los prestigiosos Dane de Hollywood. Durante años había estado en el candelero como hermana de un famoso productor e hija de la Gran Dane, el apodo de su madre. La amenaza del escándalo seguía a su familia a todas partes.

Y la de Stefan también había estado tocada por el escándalo que rodeó a la muerte de su madre, años antes. La lealtad a su familia y a su país lo eran todo para él. Y ella entendía muy bien la lealtad familiar.

Cuanto más lo pensaba Victoria, más le gustaba la propuesta de Stefan. Le demostraría al mundo que había salido a flote, y además con un príncipe griego de lo más sexy.

Se había comprometido con Alex esperando tener un matrimonio duradero y lleno de amor, igual que su madre y sus hermanos. Victoria no quería compasión, no quería que la gente la mirase temiendo que se derrumbara si mencionaban el compromiso roto. Por desgracia, eso estaban haciendo sus parientes y amigos. Excepto Stefan, que no la trataba como a una flor marchita, sino como a una mujer que era más dura de lo que la gente creía.

Victoria estaba empeñada en dejar atrás el escándalo y salir de él reforzada. Iba a demostrarle al mundo entero que su icónica madre y sus admirados hermanos no eran los únicos que podían superar las adversidades de la vida.

Miró su mano unida a la de Stefan y supo que podían ayudarse, como habían hecho siempre. Simplemente era un asunto a mayor escala.

La proposición de Stefan le permitiría librarse de la compasión y demostrar a todos que estaba bien. Además, la publicidad sería genial para su colección nupcial. No podía haber mejor lanzamiento que diseñar el vestido de novia real y, además, lucirlo una misma.

–Piensas demasiado. Sigue tu instinto, Victoria. Sabes que todo ira bien. No dejaré que te ocurra nada malo.