Trascendencia - Nicolás Lombardo - E-Book

Trascendencia E-Book

Nicolás Lombardo

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Beschreibung

¿Qué son los sueños? ¿A dónde vamos cuando soñamos? ¿Existe algo más allá? Sophie posee el extraordinario talento de controlar sus sueños e incluso es capaz de llegar al lugar donde todos los sueños son creados: el Mundo Onírico, una pradera paradisíaca bajo un inmenso cielo azul y un radiante sol dorado. Sin embargo, una mañana de verano, su vida dará un giro inesperado… La puerta entreabierta. Sin rastros de su padre. Un extraño mensaje de su tía. Y un sorpresivo ataque que la deja inconsciente. Sophie buscará ayuda en el Mundo Onírico, donde conocerá a un hombre vestido totalmente de blanco con ojos grises, que le revelará una gran verdad de este mundo. Cuando regrese a la realidad, no tendrá otra elección más que enfrentar sus miedos y averiguar quiénes la persiguen y por qué. En Trascendencia, el autor nos llevará por un camino lleno de misterios e incertidumbres. Un camino en el que incluso nosotros descubriremos que puede existir más de lo que podemos ver.

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Ilustración de tapa: Julieta Jaureguiberri Ledesma.

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Bianchi, Nicolás

Trascendencia / Nicolás Bianchi. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2020.

398 p. ; 22 x 15 cm.

ISBN 978-987-708-556-3

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Suspenso. 3. Novelas de Misterio. I. Título.

CDD A863

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,

total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución

por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidad

de/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2020. Bianchi, Nicolás

© 2020. Tinta Libre Ediciones

Trascendencia

Nicolás B. Lombardo

· 1 ·

Don

Sophie abrió los ojos.

Eran las ocho menos cuarto de la mañana del primer sábado de febrero. Era un hermoso día soleado de verano. Algunos rayos de sol entraban a través de las cortinas de su ventana. Una de las cosas que más disfrutaba de esa época era el hecho de que no tenía obligaciones que la hicieran madrugar. Sin embargo, esa mañana se había despertado más temprano de lo usual. Poco a poco, abandonó la comodidad de su cama.

Sophie era una chica de veinte años, tenía cabello negro y ojos castaños. Recientemente se había percatado de que había crecido un poco ese último tiempo: ya rondaba el metro setenta de altura. Debido a la época en que se encontraba, solo llevaba puesto un pantalón corto ligero y una camiseta que utilizaba únicamente para dormir. A medida que se despabilaba, se fue acercando a la ventana.

«Es increíble lo rápido que pasa el tiempo cuando uno se divierte…», pensó mientras corría las cortinas y abría la ventana.

Observó la vista desde el sexto piso. Quizás debido al horario, había pocos transeúntes en la zona, al igual que los automóviles recorriendo las calles. La luz del sol bañaba las hojas de todos los árboles que había sobre la plaza de enfrente. Entre sus ramas, se apreciaban muchos pájaros saludando a la mañana. Sophie tenía dulces recuerdos de ese lugar. Cuando era niña, solía jugar en aquel enorme espacio verde los días de calor. Allí los niños podían correr, jugar y andar en bicicleta sin preocupación alguna. También había quienes iban allí a pasar la tarde, ya sea para disfrutar un picnic en familia y amigos o simplemente para descansar bajo el sol. Era una vista muy hermosa para contemplar por la mañana, sobre todo por la tranquilidad del momento.

«No hay nada tan relajante como observar la naturaleza en un día de calor por la mañana…», pensó para sí. «Bueno, creo que es hora de empezar».

Todas las noches antes de irse a dormir, Sophie dejaba sobre su pequeño pero cómodo sillón la ropa que se pondría al día siguiente. Durante la temporada de calor, solía dejar ropa adecuada para hacer ejercicios. Esa mañana, eligió un pantalón largo color azul, zapatillas blancas y una remera rosa sin mangas. Una vez cambiada, se dirigió al baño a lavarse la cara, cepillarse los dientes y a peinarse, aunque su cabello era tan lacio que era casi innecesario hacerlo. Podría utilizar solo las manos si lo deseara, pero siempre prefería la forma común. Una vez que terminó, bajó las escaleras y se dirigió a la cocina. Para su sorpresa, ya había alguien allí.

—¿Papá? —preguntó Sophie.

El hombre giró suavemente para recibir a su hija. Gabriel se encontraba cerca de la mesada de la cocina y sostenía una taza de café caliente en su mano derecha. Era un hombre alto de cincuenta y dos años de edad. Vestía una bata roja bajo la cual podía notarse que aún llevaba puesto su pijama gris. A juzgar por su rostro y sus ojos negros entrecerrados, podía decirse que se había levantado poco antes que su hija, quien no demoró en notar sus usuales ojeras.

—Ah, buen día, Sophie —respondió casi bostezando.

—¿Por qué te levantaste tan temprano? —preguntó su hija—. Usualmente te levantas a eso de las ocho y media…

Su padre soltó una risita.

—¿Te molesta tu padre?

—¡No, para nada! —respondió inmediatamente—. Es solo que por lo general…

Su padre sonrió.

—Era broma, hija—. Gabriel bebió de su café mientras Sophie le devolvía la sonrisa—. Tuve que levantarme temprano porque anoche me llamaron del trabajo…

La joven echó un vistazo hacia donde estaba la puerta de su dormitorio, donde pudo distinguir algunas valijas a medio hacer. No era la primera vez que sucedía algo así. De hecho, era más común de lo que deseaba.

—Te pidieron que vayas hoy, ¿verdad?

Su padre apartó un poco la vista mientras bebía otro sorbo de café.

—Lamentablemente, sí… —afirmó con un dejo de angustia—. Así es la vida de un diplomático.

Sophie hizo una mueca con los labios.

—¿De qué se trata esta vez?

—Me dijeron que tenemos que hacer un viaje al exterior… —el hombre siguió bebiendo.

—Ya lo sé, papá —respondió su hija casi de inmediato—. ¿A dónde vas ahora? ¿Te han dicho cuánto tiempo estarás allí?

Su padre se mantuvo en silencio por unos momentos.

—Esta vez tenemos que ir a Washington, pero no sé cuánto tiempo estaremos en esa ciudad… Quizás una semana.

Sophie era perfectamente consciente de que el trabajo de su padre no solo lo obligaba a viajar a otros países, sino que también le exigía un esfuerzo muy grande. A pesar de ello, a Gabriel le gustaba su trabajo, el cual era más que suficiente para mantenerlos a ambos. Afortunadamente, sentía que los viajes de su padre pasaban volando. Durante sus ausencias, había días en los que Sophie se quedaba sola en casa y otros en los que se quedaba en la casa de su tía o en lo de alguna amiga. Sin embargo, en ese momento la joven se sintió alegre por una razón en especial.

—¿A Estados Unidos? Entonces, es posible que te encuentres con mamá, ¿verdad? —exclamó con una radiante sonrisa.

Sophie vivía sola con su padre. Su madre, Amelia, una doctora muy talentosa, se había trasladado a los Estados Unidos cuando Sophie era muy pequeña. Amelia era una profesional que se preocupaba mucho por la vida humana e, incluso, la animal. Siempre intentaba salvar el mayor número de vidas posibles. Su hija sentía una gran admiración hacia ella, aunque no recordaba con exactitud cuándo fue la última vez que la había visto, y de esto hacía ya muchos años.

Gabriel la miró por un instante y luego apartó la vista.

—Sí… Es posible… —dijo en un tono un poco desganado.

Aquella reacción ya no le resultaba extraña: no era la primera vez que su padre se ponía así al escuchar algo relacionado con Amelia. Aunque Sophie nunca entendió qué fue lo que había sucedido entre sus padres, siempre mostraba una gran sonrisa en su rostro. Sabía que las cosas podían arreglarse.

—No hace falta que te pongas así, papá… —intentó animarlo—. Ya sabes que hablo con mamá bastante seguido. Ella siempre me dice que te quiere mucho y que espera volver a verte algún día…

Esta vez su padre no la miró. Aun así, le hizo una pregunta.

—Todavía no me acostumbro a esta pregunta, pero ¿siempre hablas con ella en tus sueños? —su tono sonaba triste.

—De vez en cuando. Como te dije, solo puedo hablar con ella si logro encontrarla.

Aquel era el don sobrenatural de Sophie: tenía la capacidad de deambular libremente por sus sueños; el poder de pensar en algo, cualquier cosa, y ese algo aparecería en sus sueños. Numerosas veces recorrió el gran terreno de ese interminable mundo a su propio gusto y deleite. Sin embargo, tiempo después, se llevó la enorme sorpresa de que su habilidad no terminaba allí.

Cierto día decidió hacer un pequeño experimento. Sophie había invitado a su mejor amiga a pasar la noche en su casa. Le dijo que tenía algo que contarle, pero que lo haría en el momento adecuado. Una vez dormidas, Sophie despertó en sus sueños y buscó a su amiga en aquel grandioso lugar. Cuando al fin logró encontrarla, solo le bastó con entrar en sus sueños y hablar con ella. A la mañana siguiente, luego de despertar, ambas comprobaron asombradas el increíble don de Sophie: era capaz de interactuar con todos aquellos que estuvieran dormidos, si es que los encontraba en el mundo de los sueños.

Sophie había realizado otras pruebas con varios amigos suyos, pero cada vez en distintas situaciones: una vez probó dormirse ella primero; en otra, sus amigos se durmieron antes que ella; en una tercera, intentó encontrar en aquel mundo a los amigos suyos que estuvieran lejos; y en una última, intentó despertarse de sus sueños cuando así lo deseara. En todas esas circunstancias, el don de Sophie nunca falló. Ni siquiera cuando intentó buscar a su madre, radicada en la otra punta del continente. Desde entonces, hablaba con ella cada vez que la encontraba. Había renunciado a las cartas, los llamados, los mensajes. Ya no necesitaba nada de eso. Encontrarla en sueños era la única forma que tenía de verla directamente. Con eso era más que suficiente.

—¿A qué hora tienes que irte, papá? —preguntó la joven.

Su padre reaccionó como si volviera de sus propios pensamientos. Miró a su hija y le respondió con una dulce sonrisa.

—Mi vuelo sale al mediodía. No te preocupes por el almuerzo; te he dejado todo preparado. Solo tienes que calentarlo.

Su hija miró hacia el lugar al que apuntaba Gabriel.

—Gracias, —dijo con una sonrisa—, pero no te hubieses molestado.

Gabriel sonrió.

—Es natural, soy tu padre —dijo mientras le acariciaba delicadamente las mejillas. Sophie pudo notar que sus ojos estaban un poco vidriosos—. ¿Tienes planes para hoy? ¿O esta noche?

—Ahora iba a salir a correr un poco y después, no sé… Esta noche quizás me quede en casa. Mañana tal vez vaya a lo de la tía.

—Bueno, hija. Entonces, en un rato la llamo para avisarle. ¿Necesitas algo más antes de que me vaya? Mira que quizás no esté cuando regreses de correr…

La joven se quedó pensando por un momento. Estaba segura de que no necesitaba nada; sabía cuidarse sola.

—No, papá —respondió al fin—. No me hace falta nada.

—Está bien. Puedes llamarme al celular cuando quieras. El único problema será que, si estoy en medio de una conferencia o una reunión, tendré que apagarlo. Igualmente déjame un mensaje y te devolveré el llamado cuando pueda.

Sophie sonrió.

—Bueno. Entonces ya me voy. Que tengas buen viaje.

La joven despidió a su padre con un abrazo y un beso en la mejilla.

—Nos veremos pronto, Sophie; y ten cuidado cuando salgas.

La muchacha asintió. Inmediatamente después, se dirigió a la puerta y salió del departamento.

*

Sophie disfrutaba mucho correr, sobre todo durante esa época del año. Cuando las mañanas eran soleadas, le encantaba sentir el viento matinal en su rostro mientras observaba el hermoso verde del césped y de los árboles. Lo único que le disgustaba era el ruido de los muchos automóviles que solían transitar esa zona.

Simplemente adoraba aquella plaza. Tenía hermosos recuerdos de ese lugar. Allí era donde sus padres la llevaban a jugar cuando era pequeña. No era una plaza con juegos para niños, sino una que estaba llena de árboles y hermosas plantas. Incluso había varios bancos para que las personas, sobre todo las parejas, pudieran sentarse y descansar bajo las hermosas hojas bañadas por la luz del sol.

Algunas veces se detenía por un momento. Se quedaba parada debajo de un árbol mientras reponía energía. En otras ocasiones, simplemente se sentaba en uno de los bancos y descansaba un poco. A pesar de que, por lo general, llevaba un reloj encima, nunca controlaba cuánto tiempo corría. Si lo hacía, era solamente para comprobar cuánto había mejorado físicamente. Hubo ocasiones en las que había corrido durante media hora y otras en las que superó la primera hora. Naturalmente, solía tomar breves descansos, en los cuales caminaba por unos instantes para reponerse y continuar con la rutina hasta sentirse satisfecha.

Mientras caminaba por ese hermoso lugar, escuchó una voz familiar.

—¡Sophie!

La persona que pronunció su nombre se dirigía hacia ella. Era una chica que conocía muy bien.

—¡Flor! —respondió Sophie con alegría.

Flor era una gran amiga de Sophie que tenía la misma edad que ella. Era una chica de cabello rubio oscuro y ojos marrones, aproximadamente de la misma altura. Las dos amigas se conocían desde pequeñas. Habían compartido muchas cosas juntas en el colegio, aunque Flor se había cambiado cuando faltaban apenas dos años para graduarse. Aun así, ambas amigas nunca perdieron el contacto y solían verse al menos una vez al mes. La última vez que se habían visto había sido un par de meses atrás.

—¡Hace tiempo que no nos vemos! —exclamó Flor.

—¡Es verdad! —afirmó la joven—. La última vez fue poco antes de las fiestas. Te habías ido de vacaciones, ¿no es cierto?

—Sí, nos fuimos unas semanas a la costa con mis padres y mi hermano. Llegamos hace unos días. ¡No te imaginas la cantidad de gente que había!

—¡Es obvio, Flor! ¡Fueron en enero! ¡Justo el mes en el que hay más turistas! —. Sophie pudo notar que su amiga sostenía una bolsa de plástico en la mano—. ¿Y eso?

Flor miró a donde señalaba su amiga y la levantó levemente.

—¿La bolsa dices? Me mandaron a comprar unas cosas. Me falta pasar por la farmacia. ¿Me quieres acompañar?

—¡De acuerdo! No tengo nada más que hacer…

Las dos chicas comenzaron a caminar juntas. El lugar al que Flor tenía que ir no quedaba muy lejos de la plaza. Se sentían muy felices de volver a verse.

—¿Alguien en tu casa está enfermo? —preguntó Sophie.

—No, no es nada serio. A mi mamá le dolía un poco la cabeza y me pidió que le compre unas aspirinas. Como te dije, nada de qué preocuparse. A propósito, ¿cómo están las cosas en tu casa? ¿Tus padres cómo están?

—Mi papá justo hoy se va de viaje —respondió Sophie—. Calculo que dentro de poco ya estará saliendo para el aeropuerto.

Flor miró a Sophie un poco entristecida.

—¿Y no te molesta que tu papá viaje tanto? ¿A dónde va esta vez?

—A Estados Unidos —respondió la joven rápidamente—. Pero no me molesta; no es la primera vez. Además, entiendo que es el trabajo que ha elegido, sin mencionar que le gusta mucho viajar…

Flor se quedó pensativa por un momento.

—Estados Unidos… —dijo finalmente—. Entonces es posible que se reúna con tu mamá, ¿no? Aunque sea un rato.

—Supongo que sí… —el tono de voz de Sophie había bajado un poco.

Las dos amigas se quedaron en silencio unos segundos.

—La extrañas mucho, ¿verdad? —preguntó finalmente Flor.

Sophie levantó la vista y asintió.

—Por lo menos puedo verla en mis sueños… —respondió—. Algo es algo.

Flor ya sabía del don que tenía su amiga. Es más, había sido testigo de lo asombroso que podía ser. Eso había ocurrido unos años antes, un día que Flor tenía algunos problemas y Sophie, al no poder verla personalmente, decidió buscarla en sus sueños y hablar con ella sobre el tema. Al día siguiente, Flor no solo quedó fascinada con el fantástico talento de su amiga, sino que gracias a aquella conversación pudo resolver los problemas que tenía.

—Es un don muy raro el que tienes, Sophie… —respondió su amiga—. ¡Pero también es fantástico! Es como ir a otro mundo, un mundo que puedes imaginar y hacer realidad como tú quieras…

Sophie sonrió levemente.

—Sí, Flor —contestó finalmente—, pero recuerda que las personas de ese mundo son reales, son las mismas personas que podemos ver aquí y por más que pueda hablar allí con mi mamá, no es lo mismo que tenerla a mi lado todos los días…

Flor se quedó en silencio por un momento. Las palabras de su amiga la habían tocado, aunque sabía que no lo había hecho con mala intención. La muchacha recordaba que la mamá de Sophie se había mudado a Estados Unidos cuando eran pequeñas. Sin embargo, al igual que ella, Flor nunca entendió por qué. Su amiga siempre decía que lo hizo porque su mamá le daba mucha importancia a su profesión y porque quería lo mejor para su familia.

—Cambiemos de tema, Sophie —dijo repentinamente al levantar la vista—. ¿Cuánto tiempo estará tu papá en Estados Unidos?

Sophie recuperó los ánimos y contestó a la pregunta de su amiga con una leve sonrisa.

—No lo sé exactamente —respondió—. Me dijo que más o menos una semana.

—Entiendo… —dijo Flor mientras se le dibujaba una gran sonrisa en el rostro—. ¡Acabo de tener una gran idea! ¿Qué te parece si hacemos una reunión esta noche? Aunque sea por un rato.

Sophie miró un poco extrañada a su amiga.

—¿Una reunión? ¿Como las que hacíamos cuando estábamos en el colegio?

—¡Claro! —exclamó su amiga—. ¡Hace mucho que no nos juntamos todos! Extraño esas reuniones…

La joven pensó por un momento. Ella también echaba de menos a sus viejos amigos; aquellos con los que ella y Flor solían juntarse cuando iban al colegio. La mayoría estaban muy ocupados por el estudio; otros, por el trabajo; y otros, por ambas cosas. Había pasado bastante tiempo desde la última vez que se habían juntado todos en un mismo lugar. Ambas sentían algo de nostalgia al recordarlos.

—Estaba pensando… —retomó Sophie—. Podríamos hacerla en mi casa. Es un poco más espaciosa que la tuya.

Flor sonrió al ver que su amiga había vuelto a ser la misma de antes.

—Como tú quieras, Sophie. La idea es juntarnos todos y pasar un buen momento.

Sophie sonrió nuevamente. Miró un momento al cielo azul y continuó.

—La verdad es que los extraño a todos… —dijo Sophie dulcemente—. ¿Crees que esta noche podrán ir a casa? Parece demasiado apurado.

Flor sonrió convincentemente.

—¡Por supuesto! ¡Déjamelo a mí!

Las dos amigas rieron juntas.

—A propósito —cambió de tema la muchacha—. ¡Tengo que contarte todo lo que pasó en la costa! El viaje fue un poco lento y caluroso, pero valió la pena. Nuestra habitación tenía un balcón desde donde se veía…

*

La joven llamó al ascensor desde la planta baja del edificio. No podía esperar para volver a ver a sus amigos aquella noche. Tenía muchas cosas que preparar en su casa.

«Ojalá llegue pronto la noche. Espero que puedan venir todos. ¿Qué habrá sido de la vida de Juli? Me había dicho en su momento que quería estudiar idiomas, creo que iba a ir a la misma universidad que Noe, pero no recuerdo si hacen la misma carrera…».

Sophie escuchó el timbre del ascensor y las puertas se abrieron, ingresó al interior y presionó el botón del sexto piso, el suyo.

«Ahora que me acuerdo», Sophie continuó con sus pensamientos, «Flor también me dijo que a Facu y a Tomi les estaba yendo muy bien en su carrera y que incluso ya tenían un buen trabajo para poder sostener sus gastos. Pero me extraña que Lucas haya dejado su carrera. Espero que sea temporal. Al menos el trabajo ayuda en algo…».

Las puertas del ascensor volvieron a abrirse, mostrando un largo pasillo frente a sus ojos. Su departamento estaba a pocos pasos de ese sitio. Mientras caminaba, se preguntó cuánto tiempo habría pasado desde que había salido de su casa. Sacó su celular del bolsillo para ver la hora: eran poco más de las once de la mañana. También pudo notar que tenía un mensaje nuevo.

—¿Un mensaje de voz? —se preguntó a sí misma—. Qué raro… No sentí que el celular vibrara o sonara cuando estaba afuera.

Sophie ingresó a su casilla de mensajes.

Bienvenido a su buzón de voz. Por favor, ingrese su clave de seguridad.

A medida que Sophie tecleaba su contraseña, pudo observar algo inusual desde el pasillo: la puerta de su departamento estaba semiabierta.

«Qué raro…», pensó la joven muy extrañada. «¿Papá no se ha ido todavía? Va a llegar muy justo al aeropuerto».

Usted tiene un mensaje nuevo. Para escuchar los mensajes, marque “uno”, por favor.

Sophie marcó la tecla mientras abría la puerta de su casa.

—¿Papá? —lo llamó en voz alta—. ¿Estás ahí?

No tuvo respuesta. Tampoco había nada fuera de lo normal. Estaba todo como lo había dejado antes de irse. Incluso pudo notar que sobre la mesada estaba la taza en la que su padre se había servido su café por la mañana.

Primer mensaje nuevo.

Sophie entró a su departamento. Se dirigió a la mesada donde estaba la taza de su padre. Pudo notar que aún quedaba un poco de líquido adentro. Sin embargo, no era lo que su padre solía beber. Era simplemente agua.

—¿Papá? —lo llamó nuevamente—. ¿Estás por ahí?

La joven apenas se dio cuenta de que, a medida que pronunciaba aquellas palabras, el mensaje comenzaba a reproducirse. Era la voz de su tía.

Sophie, ¿estás en tu casa? ¿Quién es la persona que acaba de salir tan…?

No pudo oír el resto del mensaje.

Antes de que pudiera reaccionar, sintió un gran trozo de tela sobre su boca. Sintió el olor de un extraño líquido que mojaba sus labios. Era muy fuerte y adormecedor. En breve, perdió la consciencia y cayó pesadamente al suelo. Su celular aterrizó cerca de ella.

Fin del mensaje.

· 2 ·

Mundo

—He vuelto… —se dijo Sophie.

Se levantó lentamente del piso. Sentía un leve dolor de cabeza. No podía recordar lo que había sucedido con exactitud. Lo último que recordaba era una extraña sensación de mareo a causa de una fuerte sustancia que le habían obligado a oler. No tenía ni la menor idea de qué estaba sucediendo o quiénes podrían ser aquellas personas. Sin embargo, estaba segura de algo: ya no se encontraba en su casa; ni siquiera se encontraba en el mundo real.

«¿Qué fue lo que sucedió? No entiendo nada… Papá, ¿estarás bien? ¿Te habrá pasado algo?».

Sophie se irguió, levantó la vista y observó su nuevo entorno. Se encontraba nuevamente en aquel mundo. Un mundo que solo ella conocía y al que solo podía acceder cada vez que se dormía. En él, era la persona con más libertad que existiera. En él, podía hablar con quien quisiera y hacer lo que quisiera. Se encontraba nuevamente en el mundo de sus sueños. Nada había cambiado desde la primera vez que Sophie visitó ese mundo, pero eso fue hace tanto tiempo que ni ella misma lo recordaba con exactitud.

—¿Qué voy a hacer ahora? —se preguntó—. No puedo arriesgarme a volver… Al menos no sin un plan.

La joven siempre sintió una inmensa sensación de paz y tranquilidad en ese mundo. Allí no existía ni el frío ni el calor; solo existía la simple sensación de bienestar. A sus pies, el verde césped y las bellas flores bailaban al ritmo de la suave brisa en el aire. En la lejanía, se observaban hermosas plantas y árboles de distintos tamaños y especies. Aún más lejos, podían distinguirse las imponentes montañas marrones y plateadas. Sobre su cabeza, aquel hermoso sol irradiaba su brillante luz por encima de las numerosas nubes blancas que volaban en el inmenso cielo azul. Podía apreciarse un hermoso canto de aves en todas partes, a pesar de no haber ninguna a simple vista. Sophie, quien amaba la naturaleza, siempre pensó que la belleza de ese mundo no podía compararse con la de ningún otro. Era única. Era perfecta.

«Este mundo siempre me ha resultado hermoso», pensó la joven, tranquila. «Siempre me ha relajado de algún modo… Es el lugar ideal para pensar las cosas con tranquilidad».

La joven comenzó a caminar sobre aquel hermoso césped verde. Tenía la esperanza de que, en aquel mundo, que se extendía hasta el infinito, pudiera encontrar a alguien con quien hablar. Alguien a quien poder contarle lo que había sucedido. Alguien que la ayudara. Pero ¿quién?

Si sus cálculos no fallaban, casi ninguna de las personas que conocía estaría dormida a esa hora. Tenía la esperanza de que su padre, del cual estaba profundamente preocupada, se hubiera ido de su hogar antes de que le sucediera algo. Todos sus amigos estarían despiertos a esa hora, ya que cada uno tenía sus propias obligaciones. Su tía fue quien envió aquel extraño mensaje, por lo cual estaba despierta. Solo quedaba una persona que podría ayudar a Sophie…

Sabía perfectamente que encontrar a alguien en aquel mundo no era algo sencillo, aunque ya lo había hecho varias veces. Lo único que podía hacer era recorrer el lugar en su búsqueda. Afortunadamente, en el mundo de los sueños había distintos tipos de relieve. Sophie pensó que subirse a alguna colina razonablemente alta le permitiría buscar en la lejanía, lo cual había funcionado las primeras veces que estuvo allí.

Recorrió mucho terreno de aquel hermoso lugar. Probó subir a distintas colinas para tener un mejor panorama. Incluso intentó treparse a algunos árboles para ver más alto. Lo intentó durante un largo tiempo. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano. No lograba ver a nadie en ninguna parte. Se sentía inmensamente sola y desesperanzada. No podía regresar al mundo real por miedo a lo que pudiera suceder. No podía encontrar a nadie en aquel mundo que pudiera ayudarla. No podía hacer absolutamente nada.

—¿Qué voy a hacer ahora? —se preguntó—. No sé qué hacer. Nunca antes me había pasado algo como esto. Si solo pudiera volver. Pero tengo miedo…

La joven se recostó sobre el verde césped y dirigió su vista hacia aquel inmenso cielo azul lleno de vida. Desde que era pequeña, siempre amó recostarse sobre la tierra y perderse en el cielo. Lo que más amaba de eso era hacerlo durante las noches estrelladas. Sophie había leído en una ocasión que los primeros sabios del mundo solían recostarse tal como ella lo hacía y contemplar el cielo nocturno inundado de estrellas. Ellos creían en algo que Sophie sabía que era totalmente cierto: contemplar desde la tierra la belleza del universo hace que una persona se haga una con el mismo y pueda aprender mucho de él.

Con la vista aún perdida en el cielo, la joven seguía meditando sobre qué podía hacer. No se le ocurría absolutamente nada. Solo se mantuvo recostada sobre el pasto.

«Seguro que papá está bien…», pensó para tranquilizarse. «Seguro que ya se había ido mucho antes de que yo volviera. Seguro…».

Luego de un instante, Sophie notó algo extraño. Algo que nunca antes había visto: podía distinguir lo que parecían dos pequeñas esferas brillantes elevándose hacia cielo azul. No tenía idea de dónde provenían. Acto seguido, notó un nuevo par realizando el mismo vuelo, con la misma elegancia. Al cambiar el ángulo de perspectiva, pudo notar que sobre su cuerpo había una sombra, pero no era cualquier sombra. Eran como hojas bailando sobre su cuerpo movidas por el viento.

Se puso de pie y miró de dónde provenía esa sombra. A escasos metros de ella había un enorme árbol sobre una colina. Sus miles de hojas no dejaban de sonar ni bailar al susurro del viento. Aquel árbol era tan grande que Sophie no podría ver la copa a menos que se alejara un poco. Parecía rebosante de vida y energía. Sus ramas se extendían en todas direcciones, como si quisieran alcanzar el cielo. De cada una, nacían miles de otras pequeñas ramas con grandes hojas verdes. El viento no dejaba de realizar su magia sobre él.

Sophie caminó lentamente hacia aquella belleza que cautivaba sus ojos. La música que generaban las hojas era tan hermosa que parecía borrar en un instante todas las perturbaciones que sentía. Subió por la colina y extendió su mano hacia la corteza. Era extremadamente fuerte y, a la vez, muy suave. Sophie la acarició y dirigió su vista hacia arriba. Lo que sus ojos veían era algo tan maravilloso que no podía encontrar palabras para describirlo. La luz del sol atravesaba las verdes hojas, llegando hasta la joven como si de un rayo de esperanza se tratara.

—Es hermoso, ¿no le parece, señorita? —escuchó Sophie.

Buscó a su alrededor, pero no veía a nadie. Caminó alrededor del enorme árbol hasta que lo vio. Había alguien sentado en la base, con la espalda apoyada sobre la corteza. Ambos se miraron a los ojos.

Era un hombre que Sophie nunca antes había visto. No aparentaba tener mucho más de treinta años. Tenía el cabello corto y lacio, aunque totalmente blanco, un tono poco usual, en especial para alguien tan joven. Sus ojos, a la vez, tenían algo misteriosamente llamativo: no solo portaban una mirada profundamente pacífica y mística, sino que se mostraban de color gris, un color que nunca antes había visto en una persona. Aquel hombre también llevaba ropa muy sencilla, pero elegante a la vez: una camisa de mangas largas, unos pantalones largos y unos zapatos muy elegantes. Sophie pudo notar que toda la ropa de ese hombre era del mismo color que su cabello: blanca como las nubes que surcaban el cielo. Lo más llamativo de todo era que, por alguna extraña razón, no sentía miedo, sino todo lo contrario. Sentía alivio. Alegría. Esperanza. Era como si aquel hombre, con su aura y templanza, aliviara todo el dolor que llevaba en su interior.

—Buenos días, señor —respondió Sophie con un dejo de timidez—. ¿Cuál es su nombre?

Aquel hombre también sonrió.

—Muy buenos, en verdad —respondió mientras levantaba la mirada al cielo—. Es un hermoso día. Hay que estar agradecido por estas cosas…

Sophie sonrió con gran tranquilidad.

—¿Le gustaría acompañarme un rato, señorita? —preguntó el hombre.

—Con mucho gusto —respondió mientras se sentaba a unos cuantos centímetros de aquel hombre.

El hombre seguía mirando hacia el inmenso cielo azul. Su mirada parecía perdida en él y las nubes que lo atravesaban.

—¿No le parece hermoso?

La joven asintió con certeza.

—La naturaleza es algo hermoso, por supuesto.

El hombre mostró una leve sonrisa.

—Así es —correspondió bajando la vista—. Lamentablemente, hay muchos que no ven lo que usted o yo vemos, ¿no le parece?

Sophie se sintió extrañada.

—¿A qué se refiere?

—Quiero decir —continuó con tono apacible— que hay personas que no se dan cuenta de cuán bella es la naturaleza, ¿verdad?

La joven también bajó la mirada.

—Sí, es verdad…

—¿Y sabe usted por qué, señorita?

No supo qué responder. Nunca antes le habían preguntado algo como eso.

—Y debe ser porque… porque…

El hombre aún mostraba una sonrisa en su rostro.

—Es simplemente porque la palabra “belleza” no significa lo mismo para todos, ¿verdad?

La joven asintió.

—Y si una palabra como “belleza” no significa lo mismo para todos, ¿debería suponer que existen otras palabras que pasan por lo mismo?

Sophie lo pensó por un instante. Tenía sentido.

—Eso también es muy cierto —respondió al fin.

Ambos se mantuvieron en silencio por un momento.

—¿Me permite una pregunta, señorita? —preguntó el hombre de cabello blanco—. ¿Qué es lo que usted considera bello?

Sophie miró a aquellos extraños, aunque maravillosos, ojos grises y se quedó pensativa por un momento. Esa era otra pregunta que nunca antes le habían hecho.

—Bueno, en mi opinión, la palabra “belleza” significa muchas cosas… —respondió la joven. El hombre la escuchaba atentamente, siempre manteniendo una sonrisa en su rostro—. No sabría por dónde comenzar…

Aquellos ojos grises volvieron a dirigir su mirada al cielo.

—Bueno, puede comenzar por el principio… ¿Qué es lo más importante para usted?

Sophie respondió sin vacilar.

—Eso sería, indudablemente, mi familia y mis amigos, señor.

El hombre aún se mostraba feliz.

—Entonces, ¿podríamos decir que usted considera que lo que es importante también es bello, señorita?

La joven respondió nuevamente sin titubear.

—Por supuesto, señor. Yo creo que lo más importante está en las cosas bellas y pequeñas.

Esta vez, el hombre rio.

—¡Estoy totalmente de acuerdo, señorita!

Sophie esbozó una sonrisa. Antes de que el hombre pudiera preguntar algo nuevo, se le adelantó.

—¿Y usted, señor? ¿Qué es lo que considera bello o importante?

El hombre no mostró ninguna duda o vacilación en su respuesta cuando terminó de oír la pregunta.

—Vivir. Simplemente eso. Nada más.

Sophie se quedó asombrada. Había pensado detenidamente una pregunta que parecía tan complicada y, en realidad, tenía una respuesta tan simple y convincente.

—Tiene razón, señor. Algo tan hermoso y simple… Y no he podido darme cuenta…

El hombre de blanco soltó otra risita.

—No es que no se diera cuenta, señorita. Todos son conscientes de ello. Lo que sucede es que algunos no lo recuerdan o lo han olvidado con el paso del tiempo…

Sophie lo pensó detenidamente. El hombre estaba nuevamente en lo cierto.

—¿Usted sabe dónde nos encontramos ahora, señorita?

Sophie no supo qué responder. ¿Debería decirle que estaban es su mundo de sueños? ¿Le creería?

—No sabría qué decirle, señor…

El hombre permaneció en silencio por un momento.

—Bueno, podríamos decir que no estamos en el Mundo Etéreo, ya que podemos sentir cosas aquí…

La joven se quedó increíblemente extrañada. No entendió en absoluto el significado de aquellas palabras.

—¿Qué quiere decir con eso, señor?

El hombre dirigió su cautivadora mirada a Sophie. Él también parecía estar un poco extrañado.

—¡Oh, mil perdones, señorita! ¿Acaso lo he dicho mal?

Sophie no sabía de qué hablaba aquel hombre, pero este pudo saberlo por la expresión desconcertada de la joven. Aun así, el hombre de blanco se mostraba alegre.

—Perdón, veo que no entiende de lo que hablo —se disculpó con gran humildad—. Déjeme explicarle. El Mundo Etéreo es el mundo al que vamos luego de morir.

Sophie parecía aún más extrañada.

—¿Mundo Etéreo? —preguntó—. ¿No querrá decir el cielo o el otro mundo?

El hombre soltó una pequeña risa.

—¡Sí, señorita! ¡A eso me refiero!

A pesar de lo sencillo que pareciera para él, Sophie aún no lo entendía.

—Como le decía —continuó—, el Mundo Etéreo, o el cielo, o el otro mundo, es el lugar al que vamos luego de morir. Sin embargo, aquí nosotros podemos sentir cosas, ¿no es así, señorita?

La joven asintió, aunque seguía sin comprender mucho lo que el hombre decía.

—Muy bien. La pregunta es… ¿podemos sentir todo?

Sophie estaba aún más desconcertada.

—¿“Todo”? ¿A qué se refiere?

El hombre soltó una risita.

—¡Claro! Aquí podemos sentir cosas, pero no podemos sentir todas las cosas… por lo tanto, tampoco estamos en el Mundo Exterior, ¿no es así?

Esta vez, no hubo ninguna respuesta. La sonrisa de aquel hombre aún seguía intacta.

—Perdóneme, señorita. Creo que me he vuelto a equivocar… ¿Mundo Real tal vez?

Sophie asintió, aunque no estaba del todo convencida. El extraño, por el contrario, se mantenía esperanzado y entusiasmado.

—¡Muy bien! Entonces, en resumen, no podemos estar en el Mundo Etéreo, porque aún podemos sentir, pero no podemos sentir todo. Por lo tanto, tampoco estamos en el Mundo Real. Así que…

Esta vez la joven interrumpió.

—No entiendo, señor… ¿Por qué está hablando de “mundos”?

El hombre de blanco seguía riendo, pero esta vez lo hizo un poco más fuerte.

—¡Me lo hubiera dicho antes, señorita! ¡Se lo hubiera explicado todo desde el principio!

La joven estaba más extrañada que nunca.

—¿Explicarme qué?

El hombre se acercó un poco a Sophie.

—Es muy simple —retomó con gentileza—. En el universo, no existe únicamente un mundo… En total existen seis.

Esta vez, la joven se asustó. No entendía de qué estaba hablando aquel extraño y misterioso hombre.

—Mire… —continuó con una sonrisa—. El Mundo Exterior, o Mundo Real, es el mundo en el que habitan los seres vivos, ¿cierto?

Sophie asintió.

—Muy bien —continuó el hombre—. En ese mundo nosotros podemos sentir todo. Pero cuando un ser vivo muere, este se dirige al Mundo Etéreo, o cielo u otro mundo. Es decir, ¡es el mundo de las almas!

A Sophie le comenzó a interesar lo que decía el hombre.

—Sin embargo, hay ocasiones en que algunas almas nunca encuentran la paz ni el descanso luego de morir… —el hombre hizo un gesto de reverencia—. Las almas sin rumbo existen en el límite entre el mundo de los vivos y el de los muertos: el Mundo Medio.

—¿Algo así como el purgatorio? —preguntó Sophie emocionada.

El extraño parecía sobresaltado.

—¡Exacto! —continuó—. Y esas pobres almas ya no pueden sentir… Al menos no como antes. Si tenemos todo esto en cuenta, señorita, nosotros dos no estaríamos en ninguno de esos tres mundos, ya que podemos sentir, pero no del todo…

Sophie sentía profundamente intrigada.

—¿Y los otros tres, señor?

La miró fijamente por un instante y continuó.

—Bueno, los siguientes dos están conectados… Cada ser tiene dentro de su templo —el hombre señaló la sien de Sophie— dos mundos propios: el Mundo Abstracto y el Mundo Interno.

La joven sintió mucha curiosidad por saber más de estos últimos dos. Tanto así que no pudo evitar mostrar una sonrisa. Aquella conversación comenzaba a resultarle sumamente emocionante.

—El Mundo Abstracto —continuó el hombre— es el mundo de los pensamientos y de la imaginación de los seres vivos, es decir, es el mundo donde se origina todo lo que piensan e imaginan; por el otro lado, el Mundo Interno es el mundo oscuro de los seres vivos, por así llamarlo.

Sophie se alarmó un poco.

—¿Mundo “oscuro”?

—No se preocupe, señorita. Cuando digo “oscuro” no me refiero a nada relacionado con maldad… Con “oscuro” quiero decir que los seres vivos no pueden verlo, es decir, no tienen acceso a él.

Sophie pensó por un momento.

—¿Sería como el inconsciente en los seres humanos?

El hombre rio.

—¡Exacto! —continuó— ¡Es usted una señorita muy inteligente!

La joven se sonrojó y se encogió de hombros.

—Sin embargo —continuó el hombre—, no estamos en ninguno de esos dos, ya que ambos estamos teniendo una conversación fuera de nuestros templos…

Lo pensó por un momento.

—Entonces —dijo finalmente—, ¿estaríamos en el mundo restante?

El hombre volvió a reír.

—¡Exacto! —continuó—. Este mundo se conoce como Mundo Onírico o Mundo de los sueños. Es el mundo al que va una parte del alma mientras la otra permanece dentro del cuerpo del ser vivo que esté durmiendo o soñando. Es por eso que no podemos sentir todo, pero algunas cosas sí. Además, es un hermoso sitio para contemplar, ¿no lo cree? Aquí se puede apreciar la forma más pura y verdadera de cualquier ser vivo…

Sophie estaba realmente fascinada por el relato de aquel hombre, pero la inundaba una gran cantidad de preguntas al respecto. No pudo evitar expulsarlas todas hacia el exterior.

—Pero, señor, hay algunas cosas que no entiendo… Si este es el mundo al que vamos cuando dormimos, ¿por qué ahora no puedo ver a nadie aquí como en ocasiones pasadas? ¿Y por qué tengo un don como este? Además, ¿qué es lo que podemos sentir aquí? ¿Y cómo es que usted sabe todas estas cosas?

El extraño no pronunció palabra por un momento mientras la veía a los ojos. Apartó la vista por un momento y con una nueva sonrisa contestó.

—Me temo que esas son preguntas que no puedo responder por el momento… —se disculpó el hombre sonriendo levemente—. Lo que sí puedo decirle es que en este mundo usted puede sentir algunas cosas, como por ejemplo…

El hombre extendió suavemente su brazo derecho, el que tenía más cerca de Sophie, y colocó su blanca mano a escasos milímetros de su rostro. La joven apenas fue capaz de ver cómo esa blanca y limpísima mano comenzaba a moverse de arriba abajo con gran suavidad. En ese preciso instante sintió un gran e incontrolable peso sobre sus párpados, como si le fuese imposible mantenerlos abiertos. Poco a poco, mientras los dedos de aquel hombre simulaban el gesto de un abanico cerrándose, comenzó a perder la consciencia. Sentía que caía nuevamente en el abismo de los sueños sin darse cuenta.

Pronto, el cuerpo de la joven se esfumó en el aire como hojas que levanta el viento y lleva muy lejos. Ya no quedaba nada atrás. Había desaparecido del Mundo Onírico.

—… un pequeño estímulo para que se despierte. ¡Espero volver a verla pronto, Sophie! Ah, y en cuanto a la primera pregunta que me hizo, mi nombre es Laus.

· 3 ·

Búsqueda

¡Hola! Habla Sophie. En este momento no puedo atender, pero déjame tu mensaje y te llamaré cuando pueda.

La joven cortó la llamada. Era el tercer intento que había hecho.

«Es muy raro que tenga el celular apagado…», se extrañó la muchacha. «No nos separamos hace tanto. ¿Se le habrá terminado la batería?».

La amiga de Sophie ya se encontraba en su casa. Había dejado la bolsa con las compras de la farmacia sobre la mesa de la sala cuando llegó. Dentro había varias cosas, entre las que tomó una caja de aspirinas, llenó un vaso con agua y se dirigió a la habitación de Laura, su madre. La mujer estaba acostada en su cama mirando la televisión. El pañuelo húmedo que Flor le había dejado antes de salir ahora estaba sobre su mesa de luz.

—Ya volví, mamá —exclamó—. Te traje las aspirinas. ¿Cómo te sientes?

La mujer se levantó suavemente y se sentó sobre el borde de la cama.

—Gracias, hija —dijo mientras tomaba la aspirina y el vaso con agua que su hija le alcanzaba—. Ya me siento mejor, te agradezco.

La chica se mantuvo en silencio por un momento. Cuando su mamá tomó una aspirina y terminó de tomar el agua, le devolvió la caja y el vaso vacío.

—¿Había mucha gente en la farmacia? —preguntó.

—No mucha, pero nos encontramos con un amigo ahí.

Laura parecía extrañada.

—¿No estabas sola? —preguntó inquietante.

—Ah, no —respondió Flor inmediatamente—. Me encontré con Sophie en el camino.

Laura sonrió al oír aquella noticia. Ella era fiel testigo de que ambas chicas eran muy buenas amigas desde hacía muchos años. Más de una vez había recibido a Sophie en su casa. Le parecía una chica muy educada y amigable.

—¿En serio? —preguntó con alegría—. ¿Cómo está?

Flor esbozó una leve sonrisa.

—Está muy bien. La encontré cuando estaba corriendo por el parque. Me acompañó hasta la farmacia y hablamos un rato. Dijimos que nos íbamos a juntar esta noche en su casa.

La mujer oía con deleite lo que Flor decía.

—Me alegro mucho, hija. Me parece una chica tan buena…

La muchacha permaneció en silencio. Aún sostenía su leve sonrisa.

—Pensaba darme una vuelta por allá ahora. Quizás necesita comprar algo o que la ayude a limpiar la casa.

—Está bien. Ve con cuidado. Lo único que te pido es que tengas el celular encima, por si tengo que llamarte. ¿Van a ser muchos?

Flor respondió a medida que salía de la habitación.

—No, solo los de siempre. Aparte de Sophie, Lucas y yo, tendría que preguntarles a Juli, Noe, Facu y Tomi; pero seguro me dicen que sí.

—Está bien, hija. Diviértete.

Salió rápidamente de la habitación y emprendió el camino hacia la casa de su amiga.

*

Caminaba con gran rapidez hacia el departamento de su amiga. Se sentía ligeramente preocupada por ella. Había visto a Sophie no hacía mucho tiempo y le llamaba poderosamente la atención que no contestara ninguna de sus llamadas, más aún que su celular estuviese aparentemente apagado. Flor sabía a la perfección que Sophie no era el tipo de persona que hiciera preocupar a los demás. Ni siquiera solía dejar mensajes o llamadas sin responder. Como siempre llevaba el celular a mano, solía responder en diez minutos como mucho. Si bien había pasado poco tiempo desde que se separaron, Flor estaba convencida de que algo no estaba bien.

Ya estaba a mitad de camino. En su mente, sin que pudiera controlarlo, volaban miles de pensamientos e ideas de qué podría haber pasado. Se repetía una y otra vez que solo estaba exagerando las cosas.

«No pasó nada», se aseguró a sí misma. «Solo tenía el celular apagado. Son cosas que pasan».

No podía esperar a llegar y poder ver con sus ojos que todo estaba bien. Para ella, Sophie no solo era su mejor amiga, sino que además fue la persona que estuvo con ella en sus peores momentos y también en los mejores. Sentía que preocuparse por su bienestar era lo menos que podía hacer.

Comenzaba a caminar cada vez más deprisa. Sentía deseos de estar lo más pronto posible en su casa. Sin embargo, hubo algo que llamó su atención. Algo que ya había oído repetidas veces, pero no había reaccionado. Una voz familiar.

—¡Te estoy llamando hace rato, Flor!

La chica giró la cabeza sin dejar de caminar. Era alguien que conocía. Alguien que había visto hacía poco. Un viejo amigo.

—¿Lu? ¿Qué haces aquí?

Lucas era un amigo de Sophie y Flor de la escuela secundaria. Era un chico de su misma edad, un poco más alto que ellas, con ojos marrones y cabello oscuro. Era muy entusiasta y animado, aunque distraído de a ratos, como quien olvida fácilmente las cosas. Aun así, era el tipo de persona que sabía escuchar y ayudar a los demás con distintas inquietudes.

La llegada de Lucas no pareció llamar mucho la atención de Flor. Volvió a mirar al frente y siguió andando a la misma velocidad que antes. Su amigo aceleró el paso para poder alcanzar a su amiga.

—¡Te estoy llamando hace rato! —repitió con agitación—. Te quería preguntar algo, ya que te encuentro…

Flor respondió sin girar la cabeza.

—Perdón, Lu. Tengo que ir a lo de Sophie.

Lucas respondió inmediatamente.

—Bueno, justamente quería hablarte de ella…

La chica se detuvo en seco. Se quedó mirando fijamente a su amigo con una cara llena de sorpresa. No fue capaz de preguntar qué era lo que él sabía. Solo se mantuvo caminando, un poco más lento que antes, mientras esperaba oír algo que la tranquilizara, aunque fuera un poco.

—¿Te acuerdas que esta mañana nos encontramos en la farmacia? ¿Y que Sophie me contó que esta noche quería hacer una pequeña reunión en su casa?

Flor se limitó a asentir mientras seguía caminando. Su amigo continuó.

—Bueno, yo estaba un poco apurado por volver a casa… —retomó el muchacho con calma—. Cuando terminé de hacer las cosas, quise llamar a Sophie para preguntarle si quería que la ayudara con algo, pero…

—Sophie no te contestaba las llamadas —lo interrumpió Flor.

—¡Exacto! Veo que a ti te pasó lo mismo.

Flor se mantuvo en silencio.

—Es muy raro… —retomó Lucas pensativo—. Conociendo a Sophie, no es normal que tarde en responder o que tenga el teléfono apagado.

Continuaron caminando hasta la esquina de aquella cuadra. En frente de ellos, había un gran edificio que conocían bien y que albergaba recuerdos muy felices para los tres amigos.

«Seguro estamos exagerando», pensó la muchacha.

Cuando la luz del semáforo cambió, ambos jóvenes se apresuraron en llegar hasta aquel lugar. A pesar de que era la primera vez que volvía allí en un largo tiempo, Flor recordaba bien cómo llegar hasta el hogar de su amiga. En un momento, Lucas parecía estar tan ansioso como ella, tanto así que parecía ser él quien guiaba a Flor.

Luego de tocar el timbre de portería para anunciarse como visitas, atravesaron la entrada, pasaron por la mesa de recepción, que estaba vacía, y recorrieron el pasillo hasta llegar a los ascensores. Ni bien presionó el botón de llamada, las puertas a su derecha se abrieron.

—Si mal no recuerdo —dijo Flor mientras subían al ascensor—, el departamento de Sophie estaba en el sexto piso…

Presionó el botón correspondiente e inmediatamente las puertas se cerraron y comenzaron a subir. No tardaron más unos cuantos segundos en llegar a su destino. Cuando las puertas volvieron a abrirse, ambos se apresuraron hacia el departamento.

—Creo que era el departamento 607… —dijo la chica.

Los dos chicos buscaron rápidamente aquel número. No tardaron mucho en encontrarlo, ya que se encontraba a pocos metros de ellos. La muchacha se dirigió hacia el departamento seguida por Lucas y tocó la puerta.

—¿Estás ahí, Sophie? —exclamó Flor en voz alta mientras golpeaba, pero no hubo respuesta alguna.

Intentó algunas veces más. El resultado fue el mismo.

—¡Sophie! ¿Estás ahí? —exclamó la chica hasta que finalmente se rindió—. Es inútil. Parece que no hay nadie. Lu, ¿me esperarías mientras voy a…? —antes de que pudiera terminar la oración, su amigo ya había tomado el picaporte de la puerta y en menos de un segundo la había abierto sin esfuerzo. Flor se quedó boquiabierta.

—La puerta está abierta… —dijo Lucas pausadamente.

Flor se apresuró a entrar al departamento. Lucas iba tranquilamente detrás de ella. La chica no entendía por qué la puerta no estaba cerrada con llave, pero en ese momento, era lo que menos le importaba. Llamó nuevamente a su amiga en voz alta, pero nadie contestaba. Todo estaba demasiado tranquilo.

Los muebles estaban en su correcto lugar. No había ningún tipo de desorden. Las sillas estaban acomodadas prolijamente alrededor de la mesa. La cocina estaba limpia. La vajilla estaba acomodada en sus respectivos estantes. El piso, totalmente limpio. El televisor y los sillones también estaban en su lugar. Nada parecía sobresalir de la normalidad. Lo único que llamó la atención de Flor fue una pequeña taza con un poco de líquido dentro, pero le restó importancia al no tener nada de raro.

Lucas, por su lado, se limitó a echar un vistazo a todo el ambiente desde el lugar donde se estaba parado. No veía nada que le llamara especialmente la atención. Comenzó a dar pasos muy lentos mientras seguía observando su entorno. Todo parecía estar en orden.

La chica se sintió profundamente frustrada y desesperanzada al no encontrar nada que le diera una idea de lo que estaba ocurriendo. Intentó pensar en lo que hubiera hecho su amiga si ella hubiese vuelto a su casa. Trató de pensar en cada detalle. Volvió a proyectar en su cabeza todo lo que había pasado.

—Cuando la encontré —recordó Flor—, ella estaba corriendo. Me acompañó a comprar las cosas. Estuvimos hablando un buen rato. Cuando nos separamos, ella seguro volvió a su casa. En ese caso, ella habría… ella habría…

Una idea atravesó su mente. Un pequeño detalle que quizás podría ser de ayuda. Era algo tan común que no entendía cómo no se le había ocurrido antes.

La muchacha se apresuró hacia las escaleras. Su amigo, quien aún recorría el entorno con su mirada, parecía sorprendido por el repentino gesto de la chica. Ella subió rápidamente las escaleras que llevaban a la habitación de su amiga. Pensaba que allí encontraría lo que estaba buscando.

Una vez en la habitación, permaneció inmóvil bajo el marco de la puerta. Avanzó lentamente hacia el interior. Cada detalle era tal como lo recordaba de su última vez allí: la disposición de los muebles, el armario, la cama… Todo estaba en orden, excepto por un mínimo detalle. Aquel que corroboraba la sospecha que tenía.

—¿Encontraste algo? —dijo una voz repentinamente.

Flor se dio media vuelta. Su amigo también había subido a la habitación de Sophie. Esta vez, su mirada parecía un poco más seria, como si esperara una respuesta satisfactoria.

—Mira… —dijo Flor señalando la cama.

Lucas dirigió su mirada hacia el lugar que apuntaba su amiga. Era un pilón de ropa prolijamente acomodada sobre el colchón. No le veía nada fuera de lo normal.

—Es solo un pilón de ropa…

La chica permaneció en silencio por un instante. Parecía que su amigo no entendía lo que quería decirle.

—Lu —dijo finalmente—, hoy a la mañana, Sophie estaba corriendo…

Lucas asintió sin pronunciar palabra.

—¿No lo ves? —continuó su amiga—. Esta seguramente es la ropa que Sophie iba a ponerse cuando volviera a casa. Eso significa…

—¿…que Sophie nunca volvió aquí? —interrumpió el chico dubitativo y temeroso.

Ambos se quedaron en silencio por un largo rato. Lucas permaneció de pie. Flor, en cambio, se quedó sentada en la cama. No sabían qué más hacer. Se había cumplido su peor temor: habían comprobado, casi sin lugar a dudas, que a Sophie le había pasado algo. No tenían idea de qué más podían hacer. Sintieron cómo la esperanza los abandonaba poco a poco.

—Flor… —dijo finalmente Lucas, pero su amiga no respondía. Parecía estar en su propio mundo—. Creo que lo mejor que podemos hacer es esperar.

La chica se mantuvo inmóvil en su lugar.

—Si quieres… —continúo su amigo—. Podemos probar llamarla de nuevo.

Flor se levantó lentamente y se dirigió hacia la salida en total silencio.

«Es inútil», lamentó. «Saltará la contestadora».

Ambos bajaron lentamente las escaleras con gran resignación. No quedaba nada por hacer en aquel lugar. Aún en silencio, se dirigieron hacia la salida. Flor no deseaba permanecer más tiempo allí. No soportaba la idea de que su mejor amiga había desaparecido repentinamente. Lucas comenzó a cerrar la puerta. Ambos sentían que esa quizás sería la última vez que estarían en aquel lugar.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí?

Una mujer de mediana edad había aparecido cerca de ellos. Era delgada, de cabello color marrón claro y ojos oscuros. Su rostro demostraba tanto autoridad como gentileza, aunque también transmitía algo de tristeza. Por alguna razón, a Flor le resultaba conocida. Sentía que no era la primera vez que se veían.

—Les acabo de hacer una pregunta… —insistió ante la falta de respuesta.

La muchacha se quedó en silencio por un momento tratando de recordar.

—Discúlpeme —dijo Flor finalmente—, pero ¿usted es la tía de Sophie?

La mujer se quedó en silencio por un momento. En efecto, ella era Adriana, la tía de su amiga y hermana de Gabriel. Ambas ya se habían conocido anteriormente. Flor solía visitar a menudo a su amiga cuando iban al colegio y más de una vez había encontrado a Adriana de visita en el departamento. La joven nunca había charlado mucho con ella. La mujer no parecía haber cambiado desde la última vez que se habían visto, lo cual había sido hacía bastante tiempo. Flor no sabía qué pensar sobre ella; no sabía mucho sobre su vida. Sin embargo, nunca hizo nada que le llamara particularmente la atención. El único detalle que pudo notar era el ligero parecido que había entre aquella mujer y su amiga.

—¿Conoces a Sophie? —preguntó Adriana.

—Sí, por supuesto —contestó Flor de inmediato—. ¿No se acuerda de mí? Me llamo Florencia. Solía visitar a Sophie bastante seguido cuando estábamos en el colegio.

La expresión y mirada de la mujer cambiaron. Tenía algunos recuerdos de aquella joven. Eran vagos, pero al menos creía recordar quién era.

—Creo que sí… Debes de ser la amiga que solía llevar a casa —finalmente esbozó una mínima sonrisa, la cual pareció esfumarse cuando retomó la conversación—. Estuve tratando de llamarla, pero me salta el contestador. ¿Ustedes tampoco pudieron contactarla?

Lucas se mantuvo siempre en silencio con la mirada baja. Su amiga era la única que hablaba con Adriana, pero en ese momento no pronunció palabra. Solo pudo asentir.

—¿Cómo lograron entrar? —preguntó.

Flor levantó la mirada.

—Bueno… Para ser honesta, la puerta estaba abierta. Lucas la abrió sin problemas…

La mujer parecía un poco sorprendida. Observó por un instante al muchacho, a pesar de que tenía la cabeza baja, como si evitara el contacto visual por timidez.

—Esto es muy raro. Nunca dejan la puerta abierta —la mujer se dirigió hacia la entrada, la abrió y dio unos pasos hacia el interior del departamento.

Flor y Lucas la siguieron. Tenían la esperanza de que ella supiera o se diera cuenta de algún detalle que ellos no. Vieron cómo entraba en un dormitorio de la planta baja, el cual, según Flor, sería el del padre de Sophie. La mujer se quedó allí dentro unos instantes. Podían escuchar sonidos como si abriera un armario o cajones. Cuando salió, se dirigió lentamente hacia los dos amigos. Su rostro reflejaba una expresión pensativa.

—Faltan cosas de Gabriel… —dijo finalmente—. Seguramente se las habrá llevado consigo cuando se fue.

—Ah, ahora me acuerdo —interrumpió Flor—. Sophie me contó que su papá se iba de viaje hoy a Estados Unidos.

A Adriana no le sorprendió lo que la joven mencionó. Ella ya sabía sobre el viaje de su hermano. Sin embargo, hubo otro detalle que le llamó la atención.

—¿Has visto a Sophie hoy?

Flor asintió con seguridad.

—La encontré cuando estaba corriendo por el parque esta mañana. Estuvimos charlando un rato.

La mujer se mostró sorprendida.

—Me gustaría que me contaras todo lo que pasó. Quizás ayude en algo.

Flor comenzó a contarle todo lo que había ocurrido hasta ese momento del día. Le comentó sobre cómo encontró a Sophie en el parque esa mañana. No dio muchos detalles sobre lo que hablaron. Sentía que no había nada importante que decir a excepción de la pequeña reunión que tenían planeada. Le hizo notar su preocupación porque el celular Sophie parecía estar apagado. Adriana también estaba preocupada por la misma razón. También le comentó sobre la ropa intacta en su habitación, con lo cual había supuesto que su amiga no había vuelto a su casa. No tenía muchos más detalles que compartir con ella. Al final, seguían igual de desorientados.

—Entiendo. Sophie no suele dejar pasar tanto tiempo sin dar noticias.

Flor volvió a guardar silencio brevemente.

—Creo que lo mejor sería ir a portería —sugirió Adriana—. Quizás hayan visto o sepan algo. No perdemos nada.

La joven asintió.

—Buena idea.

—Pueden acompañarme si quieren —los invitó la mujer, aunque el muchacho seguí enmudecido, evitando el contacto visual—. Es en la planta baja. Pueden decirles lo que saben.

—De acuerdo.

Los tres caminaron silenciosamente hacia el pasillo. La última en salir fue Adriana, quien cerró la puerta de aquel incómodo lugar en el que no deseaban permanecer más tiempo. El simple hecho de verlo vacío y pensar que quizás su amiga no volvería les producía una profunda tristeza y dolor. Se dirigieron rápidamente hacia los ascensores y bajaron hasta la planta baja.

—Flor… —dijo Lucas en un tono bajo—. No me siento muy bien…

Su amiga se detuvo por un momento. Notó que el chico se tenía la cabeza con una mano, cubriendo casi la mitad de su rostro. Parecía sufrir algún tipo de malestar.

—¿Qué pasa? —preguntó preocupada.

—Me siento un poco mareado… no sé por qué. Creo que debería ir a casa y recostarme.

Flor se mostró comprensiva. El amargo momento seguro lo había afectado más de la cuenta.

—¿Quieres que te acompañe?

—No te preocupes. No es nada grave —aseguró el muchacho—. Acompaña a Adriana. Si hay alguna noticia, avísame, por favor.

Flor no estaba segura de lo que decía su amigo. Su mirada demostraba que efectivamente no se sentía del todo bien. No podía evitar preocuparse ante tal imagen. Lucas, por su parte, podía notar la preocupación en los ojos de su amiga. Parecía muy inquieta.

—En serio, es solo un mareo. Además, mi casa no queda muy lejos.

La joven reflexionó por un momento. A pesar de sentir deseos de acompañarlo, finalmente accedió a lo que pedía.

—Está bien, pero quiero que me llames cuando llegues. Espero que te mejores pronto.

Su amigo le sonrió tímidamente ante aquellas nobles palabras. Se mantuvo en silencio por unos momentos antes de despedirse.

—No te preocupes —repitió amablemente—. Y gracias. Nos vemos.

El chico se dirigió lentamente hacia la salida. Su amiga no le quitó la vista hasta que ya no pudo distinguirlo en la lejanía. Inmediatamente después, dio media vuelta y volvió a donde se encontraba Adriana.

—¿Tu amigo se sentía mal? —preguntó.

Flor asintió levemente. Una parte del pasillo la recorrieron sin decir palabra. Debían dirigirse hasta el final, poco antes de llegar a la puerta de acceso al jardín.

—Adriana —dijo finalmente la chica tras enfocarse nuevamente en la desaparición de Sophie—, usted ¿por qué estaba en el departamento?

Por primera vez, la mujer mantuvo el silencio por un tiempo. La respuesta llegó luego de unos cuantos segundos.

—Hoy a la mañana hablé con Gabriel, pero no pude volver a contactarlo… Al menos no desde que vi a alguien salir del departamento.

*

El vuelo con destino a Washington, Estados Unidos, partió exactamente a las doce del mediodía. La primera clase de aquel vuelo se caracterizó por estar ocupada en su mayoría por hombres y mujeres de la diplomacia. Durante los siguientes días, la ciudad de Washington sería el lugar donde llevarían a cabo todas sus reuniones y donde pasarían varios días en un lujoso hotel.

· 4 ·

Despertar

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Un par de horas creo.

—¿Crees que se haya despertado?

—No lo sé. Además, no tenemos cómo saberlo.

—Habrá que esperar a que vuelva…

Pero Sophie ya se había despertado. Había mantenido los ojos cerrados por un rato luego de recobrar la consciencia. Intentó oír lo que aquellas personas hablaban, aunque estaban en otra habitación y no les entendía muy bien. Estaba en un lugar muy silencioso, recostada sobre una cama, o por lo menos sobre algo blando y suave. Se mantuvo inmóvil sobre ella desde que recobró la consciencia. Estaba aterrada. Era la primera vez que le pasaba algo así. Apenas podía controlar sus temblores. No tenía la menor idea de qué podía hacer.

Decidió abrir un poco uno de sus ojos para descubrir dónde estaba. Lo que vio la asustó aún más. De hecho, lo que la aterrorizó fue lo que no pudo ver. No veía absolutamente nada. Abrió por completo ambos ojos. El resultado fue el mismo. La rodeaba una inmensa y silenciosa oscuridad. Esos eran dos de sus más profundos temores. Se sentía horriblemente asustada en la oscuridad, y el silencio la hacía sentir peor. Apenas podía ocultar su miedo.

«Tengo que mantener la calma… Pueden oírme… Y si me oyen…».