Tratado sobre la resaca - Juan Bas - E-Book

Tratado sobre la resaca E-Book

Juan Bas

0,0

Beschreibung

Si el ser humano pasa un tercio de su efímera existencia en brazos de Morfeo, ¿cuántos días, meses o años de su vida pasa el bebedor habitual entre las ponzoñosas garras de la resaca?Cada individuo aporta a su particular resaca la sal o la hiel de su carácter, sus fantasmas e infiernos, sentido de la neurosis, abyección e idiosincrasia. Tratado sobre la resaca es un libro inclasificable, atípico y de lectura apasionante. Una mezcla de ficción y ensayo presidida por un humor provocador, irreverente y negro que se articula a través de numerosos ejemplos, anécdotas e historias hilarantes.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 236

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



TRATADO SOBRE LA RESACA

© De los textos: 2010, Juan Bas

© De la presente edición: 2011, ALBERDANIA,SL

Plaza Istillaga, 2, bajo C. 20304 IRUN

Tf.: 943 63 28 14 Fax: 943 63 80 55

[email protected]

Digitalizado por Libenet, S.L.

www.libenet.net

ISBN edición digital: 978-84-9868-303-5

TRATADO SOBRE LA RESACA

Juan Bas

A L B E R D A N I A

astiro

Dedico este libro febril a todos los hombres, mujeres, niños, animales, plantas, mobiliario urbano, infraestructuras y edificaciones que han soportado mis resacas; con la mayor vergüenza, sincero agradecimiento y profunda conmiseración.

Y muy especialmente a Ángela Calzada, mi mujer.

«El cruel sayón hundió de tres poderosos martillazos el largo clavo de bronce en la frente del impávido San Bernardo de Alzira. El santo varón, en un derroche de temple, se limitó a fruncir el ceño como cuando un mal pensamiento nos asalta.»

HORACIO MITOSIS S.J. Mártires de La Cristiandad

«Sentí unas sacudidas desgarradoras, un rechinar de huesos, una náusea mortal y un horror del espíritu que no pueden sobrepasar ni los traumas del nacimiento y de la muerte. Luego, la agonía empezó a disiparse y recobré el conocimiento sintiéndome como si saliera de una grave enfermedad.»

ROBERT LOUIS STEVENSON El Dr. Jekyll y Mr. Hyde

PRÓLOGO

«Porque no sé lo que hago: pues no pongo por obra lo que quiero,

sino lo que aborrezco, eso hago.»

ROMANOS, 7,15

Si el ser humano pasa un tercio de su efímera existencia en brazos de Morfeo, ¿cuántos días, meses o años de su vida pasa el bebedor habitual entre las ponzoñosas garras de la resaca?

Me refiero al señor o señora que empina el codo hasta ese punto, esa «delgada línea roja» —parafraseando a Jim Jones—, aunque bastante precisa, que casi todo bebedor sabe que cruza con el trago número «X»[1] y que ya una vez al otro lado del río le costará al día siguiente un clavo tan seguro, infalible e inevitable como los impuestos o la muerte; y que será mayor o menor según lo que se adentre en la espesura y se aleje de la orilla de su particular Rubicón.

Y me refiero al bebedor habitual y adulto, no al pobre diablo que se agarra un pedo reglado sólo en Nochevieja o cuando le invitan a una boda, ni al crío que se intoxica los sábados.

Me refiero al sujeto que más o menos inconscientemente divide el año en tres partes equivalentes de rigurosa alternancia: día de sople, día de resaca, jornada de reflexión y vuelta a empezar.

Es un buen barómetro para evaluar hasta qué punto uno está entregado en cuerpo y alma al alcohol el incremento o disminución de las jornadas de reflexión durante el año. Si el bebedor en general las respeta e incluso se permite hasta dos seguidas de vez en cuando, la aguja no marca tempestad; si por el contrario, demasiadas jornadas de reflexión acaban transformadas en trompa, aunque sea sorda, se navega por en medio de la marejada y hay fundado peligro de naufragio.

Y no me refiero tampoco al alcohólico profesional, para el que no existe el estoico día completo de resaca. Al que el fenómeno se le limita y concentra en sufrir temblores, ataques de epilepsia y visitas del delírium trémens, valga la redundancia[2], en forma de aterradoras alucinaciones[3] entomológicas, hasta que ingiere la suficiente dosis de algo con no menos de cuarenta grados o lo mata una cirrosis.

Y por supuesto, quedan autoexcluidos de este humilde tratado esos extraños seres, los abstemios, que no han probado ni probarán el alcohol en su vida y que no sienten la menor curiosidad por experimentar el relajante y liberador estado de la embriaguez. Esa gente de la que es preciso desconfiar y aconsejable huir; acelgas hervidas, personajes de rictus adusto y siempre con la guardia alta, generalmente impermeables al sentido del humor y más aburridos que la filmografía de Tarkovski. Si como sostienen algunos psicópatas, los extraterrestres habitan entre nosotros desde la prehistoria, son sin duda alguna los abstemios.

Respeto aparte merece el ex borracho y abstemio forzoso hasta que el trasplante de hígado y el parcheado de cerebro sea cirugía corriente; el que se ha administrado mal y se ha bebido la ración completa que tenía asignada para toda la vida en menos tiempo que los demás. Su única culpa es el despilfarro y mueve a piedad.

Me refiero por tanto al bebedor que convive con la resaca un número de días al año al límite de la prudencia; al que ha hecho de ella una compañera, molesta pero a la que se ha acostumbrado e incluso ha cogido algo de cariño por su familiaridad; al que la acepta como al cónyuge molesto que hay que soportar como un precio que no permite impagos si se quiere practicar con asiduidad el noble deporte de darle al tanque —y al arte de la conversación— elegante y displicentemente anclado en las muchas barras de turno.

¿Es entonces el bebedor habitual, y por ende resacoso recalcitrante, un masoquista?

Ni mucho menos.

El bebedor es un aventurero mental y físico, alguien con un sentido épico y reflexivo de la vida que alterna con sabiduría el hedonismo y el estoicismo.

Algún paniaguado puede objetar que bastaría con saber detenerse a tiempo: cortar la libación antes del trago número «X» y evitar así la resaca sin dejar de beber.

Seamos serios. Eso no es beber.

Voy a hablar como ya he dicho de bebedores con fuste, de los amantes del exceso; no del que se toma un coñac porque hace frío. Y ningún bebedor serio se detendrá ante el mágico trago número «X», con el que empezará a atisbar las losas de colores del camino hacia el país de Oz, aunque prevea, como que a la noche le sigue el día, las consecuencias posteriores de su gozosa ingesta.

Porque ese trago en ese momento es lo más deseable del mundo. El bebedor de verdad no lo cambiaría por nada, aunque le saliera un genio abstemio de la botella, valga la incongruencia, y a cambio de la renuncia le prometiera fama, riqueza, éxito sexual o poder; sólo lo cambiaría por otro trago. Y si no lo hiciera así, es que se trata de un impostor al que tampoco quiero como destinatario de estas modestas pero sentidas páginas.

Bajo —nunca mejor dicho, porque una resaca en condiciones aplasta y lamina— esta hipótesis de trabajo analizaré y trataré de la resaca; la del bebedor crónico que se obstina en ver en ella, por la enorme facilidad para el autoengaño que todos —menos los abstemios— tenemos, un estado mental y físico excepcional y no lo que en realidad es en su caso: un álter ego habitual, otra forma de carácter y de afrontar el mundo que, repito, ocupa en su vida no mucho menos tiempo que el invertido en dormir y sin duda bastante más que el dedicado a la práctica del sexo, por ejemplo; aunque con resaca se puedan tener relaciones sexuales, como veremos, firmar una sentencia de muerte, declarar una guerra o contraer matrimonio, como también veremos en los ejemplos que nos brindan la historia, la literatura y algunos contemporáneos.

Y es que la resaca, al provocar un malestar tanto físico como psíquico, ocasiona que se altere la forma de actuar y de pensar. De esta manera, se posterga la realización de actos y la toma de decisiones o se escogen éstas y se ejecutan aquéllos de un modo diferente, y casi siempre menos acertado, a como se hubieran resuelto sin tener resaca.

Judicialmente, la intoxicación etílica opera como atenuante e incluso en ocasiones eximente de la culpa de quien ha cometido un delito en ese estado. ¿No debería de suceder algo semejante con la resaca?

En todo caso, la cautela aconseja que cuando toca clavo[4] se debe establecer como máxima a seguir el retruécano del popular refrán: deja para mañana lo que es mejor que no hagas hoy.

Se puede afirmar por tanto y sin exageración que la resaca es uno de los componentes esenciales del carácter de multitud de hombres y mujeres, un estado que causa y explica el porqué de muchas conductas y es elemento indisoluble, en fin, de la condición humana.

JB

NOTA BENE.- Como la última resaca fue ayer, al escribir mis iniciales me ha entrado de repente, en plan reflejo condicionado de perro de Pavlov, una sed antigua y no precisamente de agua. Barrunto con cierto fatalismo realista que aunque hoy toca jornada de reflexión mañana me tomaré el día libre.

Hasta pasado.

A.- DEFINICIONES Y CONCEPTO

El solvente diccionario de uso del español de María Moliner define la resaca en la acepción que nos interesa de un modo tan exacto como lacónico, aunque parcial en su planteamiento temporal.

«Malestar que se siente por la mañana después de haber bebido alcohol con exceso la noche anterior.»

A la morigerada señora Moliner no debió de ocurrírsele que hay dulces y letales trompas matinales y de mediodía que se coronan con siestas maratonianas —de las de dormir con los puños cerrados, según descripción de una amiga— y desembocan en terroríficas noches de resaca condenadas al insomnio, la angustia y el desconcierto; una especie de resacas con jet lag.

El diccionario de la Real Academia es todavía más lacónico que María Moliner.

«Malestar que padece al despertar quien ha bebido alcohol en exceso.»

Y hay otras dos acepciones de resaca que tienen su gracia si las comparamos con las características de las definiciones alcohólica y marina.

«Persona de baja condición y moralmente despreciable.

»Letra de cambio que el tenedor de otra que ha sido protestada gira a cargo del librador o de una de las personas que han efectuado la transmisión por endoso, para reembolsarse de su importe y de los gastos de protesto y recambio.»

¿A que con la segunda acepción casi hasta se ven las olas que avanzan y retroceden en la orilla? Aunque quizá, aún más, golpes y contragolpes dados con un mandoble.

No tiene mucho que ver, pero me ha recordado aquel principio del derecho romano, uno de los más sucintos, contundentes y ejemplificadores de la filosofía en la que se apoya nuestro derecho privado y la sociedad capitalista en general.

«El deudor de mi deudor es deudor mío».

Ni Groucho Marx lo hubiese dicho mejor.

Discúlpeme el lector la digresión.

El concepto de la resaca alcohólica se corresponde armoniosamente con la resaca marina y sin duda toma su nombre de esta lograda metáfora —la etimología de resaca es resacar, antigua palabra en desuso sinónimo de sacar—. Las olas ya mínimas que llegan a la orilla y después vuelven, retroceden para regresar al mar. Y sobre todo el uso más habitual del término, cuando se dice que hay una fuerte resaca, una peligrosa corriente que te quiere llevar adentro, lejos… Como la resaca alcohólica, que tira de ti y te quiere arrastrar al vórtice vertiginoso de la inercia oscura.

En Internet, esa «gran librería desordenada», como la llama Umberto Eco, el buscador Google encuentra nada menos que 284.000 páginas web para el término hangover, resaca en inglés, y 27.900 para la palabra en castellano. Aunque en las páginas en castellano en bastantes de ellas se utiliza resaca en su acepción marina o en un sentido metáforico del tipo «la resaca de las elecciones» o «la resaca del éxito», hay muchas que se centran en la alcohólica, sobre todo en su vertiente filantrópica, es decir, los remedios.

Es creencia extendida que el malestar del día después se debe a que la resaca es un síndrome de abstinencia, un mono por la falta de bebida. Esto sólo es cierto para los alcohólicos, que tienen una dependencia física del octanaje y necesitan beber como peces todos los días.

En términos orgánicos y químicos la resaca es el daño que produce la metabolización del alcohol, la transformación en el hígado del alcohol ingerido para hacer posible su posterior eliminación del organismo.

Bebemos alcohol etílico o etanol con algo de venenoso metanol. Según soplamos y después de haberlo hecho, el hígado, gracias a la enzima llamada alcohol deshidrogenasa, metaboliza el alcohol y lo transforma en acetaldehído o etanal, una sustancia química muy nociva cuyo paseo militar por el caudal sanguíneo es la esencia física de la resaca. Después, otra enzima, la acetaldehído deshidrogenasa[5], transforma el acetaldehído en ácido acético o etanoico, sustancia química que ya no le cuesta oxidar a los tejidos y que finalmente sale del cuerpo desde los pulmones en forma de dióxido de carbono.

El problema es que todo este proceso el hígado lo hace a su ritmo, que es constante y no muy rápido; en realidad le cuesta un montón de horas y esfuerzo realizarlo, por eso padecemos resacas.

El organismo consume en esta labor gran cantidad de vitaminas B y C, potasio, magnesio y zinc. También se pierde mucha glucosa por vía renal. Y todo esto unido al gran poder diurético que tiene el alcohol sobre los riñones y que produce la deshidratación de las células. El secado de las celulas del sistema nervioso ocasiona las migrañas y el de las gastrointestinales las náuseas.

Esto es en esencia la resaca orgánica y químicamente[6].

Pero también, muchas horas después de la ingestión del alcohol —hasta dieciséis—, se sufren alteraciones en la actividad cerebral, según demuestra el electroencefalograma.

Las definiciones académicas y clásicas se limitan al daño físico y las médicas o científicas al proceso orgánico y químico; no dan la relevancia que creo se merece al componente psicológico, a la alteración mental que produce la resaca, que es de lo que quiero tratar, o mejor dicho, consciente de mis limitaciones, elucubrar.

Por supuesto, la alteración psíquica es una consecuencia del daño físico que ha producido el ponerse la víspera de alcohol hasta las cartolas, de las secuelas que ha dejado en el organismo; mas centrémonos en su repercusión en la mente, en el funcionamiento del todavía misterioso cerebro.

¿De qué manera esos procesos químicos descritos inciden en la actividad eléctrica y química del cerebro?

¿Cómo afecta la resaca a lo que tenemos encima de la nariz y tras la frente, el córtex prefrontal, el director del cerebro, donde se cuece el sentido de la responsabilidad?

¿Cómo opera la resaca en la mente para sacar con frecuencia al Hyde que todos llevamos dentro?

¿Hasta qué punto repercute el estrago en el apabullante número de combinaciones del cerebro, en sus conexiones o en el funcionamiento de sus moléculas?

¿Qué consecuencias tiene en el comportamiento la pérdida de las decenas de miles de neuronas que matamos durante una trompa?

Cada cerebro es un universo y quizá el universo no sea más que un cerebro en expansión en el que cada estrella equivale a una célula nerviosa[7]. Y haya tantos universos como cerebros.

No me he comido un tripi, pero de todos modos, no nos pongamos panteístas.

La respuesta a las anteriores cuestiones sobre la mecánica y averías transitorias o acumulativas del cerebro que las dé la ciencia cuando pueda. En mi labor me limitaré a describir y analizar la exteriorización, los comportamientos alterados.

Reflexionemos humanísticamente sobre la resaca.

La resaca pone al alma en comunicación directa con lo mejor y lo peor de los infiernos de cada uno.

La resaca escarba en nuestro fondo más oscuro, el que ni siquiera nosotros conocemos o nos atrevemos a conocer del todo, y hace aflorar de las negras profundidades de cada quisqui aspectos sorprendentes que pueden ir desde lo espeluznante hasta lo grotesco o abyecto pasando por lo sublime, rara vez, o lo patético, más frecuentemente.

Con resaca uno se convierte a veces en un perfecto resaca, en el sentido antedescrito de persona de baja catadura y moral despreciable.

Sirviéndome de muy altos referentes literarios —pido perdón por la falta de respeto que supone citar en vano a Conrad, McCarthy, Dickens, Nabokov y Kafka—, creo que podría acotarse y conceptualizarse la resaca como una mezcla o refrito de El corazón de las tinieblas, Meridiano de sangre, Papeles póstumos del club Pickwick, Lolita y La metamorfosis.

Kurtz, el juez Holden, Pickwick y Humbert Humbert caminan en batería y del brazo —tiran de Samsa atado con una cuerda, que se hace el remolón— por una calleja oscura, maloliente y cuajada de charcos mefíticos, en la que se atisba al fondo el neón parpadeante del burdel más salvaje y abyecto. Mantienen una insulsa conversación propia de una mala comedieta de situación televisiva.

«Era como si se hubiera rasgado un velo. Sobre aquella cara de marfil vi la expresión del orgullo sombrío, del poder despótico, del terror más abyecto, de la desesperación más completa y definitiva. […] Algo, una imagen, una visión, le hizo gritar con un hilo de voz; gritó dos veces, apenas era un susurro el grito:

—¡El horror! ¡El horror!»

«Y por la mañana un sol color de orina asomó legañoso entre los lienzos de polvo a un mundo turbio y sin accidentes. […] …un reino diabólico invocado de repente o tierra suplantada que no dejaría rastro ni humo ni ruina llegado el día, como no los deja una pesadilla.»

«El espíritu que arde en nuestro interior soporta el fardo que contiene la pesada carga de cuidados y tribulaciones mundanales; y cuando ese espíritu flaquea en nosotros, es la carga demasiado pesada para que pueda sufrirse. Sucumbimos a ella.»

«La más turbia de mis poluciones era mil veces más deslumbrante que todo el adulterio imaginado por el escritor de genio más viril o por el impotente más talentoso. Mi mundo estaba escindido.»

«Sus numerosas patas, de una delgadez deplorable en comparación con su volumen corporal, vibraban desvalidas ante sus ojos.»

Un viaje a la esencia del horror primigenio, inconsciente y colectivo por la ruta del Apocalipsis, montado en el vehículo del autismo, la bonhomía, la estulticia y el egoísmo, siguiendo atentamente las señales de la depravación y la mezquindad y vigilante para que las manos no se transformen en pinzas.

(AÑADA EL LECTOR EFECTO DE AULLIDO SATÁNICO QUE RESUENA EN UNA BÓVEDA GÓTICA, CORRETEO DE SERES PEQUEÑOS Y NUMEROSOS, CHASQUIDO DE ELÁSTICO DE LIGUERO Y RISAS ENLATADAS)

B.- TERMINOLOGÍA COMPARADA

El inglés, siempre tan gráfico y amante de la onomatopeya y la metáfora visual la llama, como ya dije, hangover, literalmente «colgado sobre»; lo cual me recuerda la clave verbal que daba el inquietante protagonista de Arrebato, aquella fascinante película de Iván Zulueta. Quizá no se refería específicamente a las resacas, o quizá por el contrario englobaba las de todas clases y las elevaba a la categoría de megarresaca.

«Colgado en medio de la pausa…, arrebatado.»

Los franceses, con metáfora tan poco sutil como efectiva y de resabio pinochesco —de Pinocho, no de Pinochet—, la llaman gueule de bois. Gueule es faz de animal, o sea, jeta. Por tanto, «jeta de madera»: muy descriptivo.

Veo con la memoria una viñeta del álbum de Goscinny y Uderzo Astérix en Bretaña en la que Obélix —símbolo de Francia tanto como Catherine Deneuve, el foie o la guillotina— se despierta con resaca y en el bocadillo que representa lo que piensa se le ve transformado en un tocón con facciones humanas y un hacha clavada.

En alemán es Kater, «gato». El origen de esta alegoría zoológica parece remontarse a la forma dialectal de pronunciar la palabra Katarrh, «catarro», de los estudiantes con sed de la ciudad de Leipzig en el siglo XIX. Tomaron el símil del griego, por considerar los cofrades de Homero que el catarro era la expresión corporal del cerebro que exudaba líquidos.

No es mala comparación esa especie de sudor de meninges.

Me viene a la memoria que un antiguo camarada, le llamaré el señor Rojo, en plan Reservoir dogs, decía que cuando sufría una resaca por encima de los siete con cinco grados en la escala de Baco —en línea con su ortodoxia marxista, el proletario sol y sombra era su combinado de cabecera—, tenía la sensación de que el cerebro le destilaba gotas de gasolina, por supuesto con plomo.

Otro nombre tomado del reino animal por los teutones para la resaca es Affe, «mono». Y más raramente utilizado, pero más poético e inquietante es Katzenjammer, que vendrían a ser «los maullidos de lástima que emite el gato en época de celo».

En italiano no hay palabra específica para designar el fenómeno. Los bebedores leídos emplean con la solemnidad de Cicerón el postum sbornia. Este libro se titula en Italia Trattato sui postumi della sbornia.

En holandés resaca se dice na-dorst, pero los holandeses utilizan, al igual que los vascos, la metáfora del «clavo»: heb; también, como los alemanes, la alegórica «gato» que se escribe igual: kater.

En Suecia demuestran estar a la altura de su fama de metafísicos y de ser la cuna de Ingmar Bergman. Resaca en sueco se dice hont i haret: «dolor en la raíz de la cabeza».

En noruego da pánico, indica que los escandinavos son laboriosos y además te lo imaginas perfectamente: jeg har tØmmermenn: «carpinteros en mi cabeza». Allí, este libro se llama Avhanling om tØmmermenn.

El serbocroata es sonoro y sugerente; la contundencia fonética me hace imaginar un caldo de cultivo fétido y en ebullición o un perol lleno de puré de grava con cemento: mamurluk.

El polaco es breve y con cualidad de chasquido o de onomatopeya de mecanismo que se acaba de estropear para siempre: kac.

En rumano es persecutie, que me sugiere una persecución organizada, algo así como un pogrom.

En ruso se dice pojmielye, que viene de la raíz jmiel, «lúpulo». Pojmielye es lo que sucede después del abuso del lúpulo, o sea, de la cerveza. Para lo que pasa después de bañarse en vodka, la bebida nacional, no parece haber palabra específica; extraño.

En hebreo no hay palabra para el fenómeno, al menos culta, o no he sabido hallarla.

En árabe es sakra, que al parecer se emplea indistintamente para borrachera y para resaca. Claro, como los mahometanos no beben, no distinguen.

En japonés es futsukayoi.

En chino mandarín no se resuelve con una sola palabra, son cuatro: jiu, huo, bú y shì; cada signo chino equivale a una palabra. Vendría a ser algo así como «la sensación que tienes el segundo día después de haber bebido alcohol». No entiendo si se refiere a un segundo día de resaca o al segundo día contando también el de la trompa. China es otro mundo, ya se sabe.

El portugués y el catalán comparten término y se limitan a añadir una deslizante «s» a la palabra en castellano, otorgándole una cierta cualidad oleosa: ressaca.

En euskera, familiarmente, es aje y oste. También, lacónico y un tanto fatalista, con algo de juicio final, en consonancia con la religiosidad del aldeano vasco, llama a la resaca biharamuna, «el día siguiente».

Es probable que a don Pío Baroja le gustara este término asociado al tiempo. Tengamos en cuenta que al gran narrador guipuzcoano le fascinó la leyenda escrita en latín bajo las agujas de un viejo carillón: Vulnerant omnes, ultima necat: «Todas hieren, la última mata».

Menos frecuente, algo críptico y desde luego poético es azeria larrutu, textualmente «quitarle la piel al zorro». Y también el optimista festondoa, «al lado de la fiesta».

Cinco sinónimos para resaca. No está mal para un idioma parco como el euskera.

Como siempre, los países hispanohablantes del otro lado del charco hacen alarde de imaginación.

Por ejemplo:

En México, pueblo amante de la tequila y el mitote, la llaman cruda, que me recuerda a la calificación durante el franquismo de las «películas fuertes», subidas de tono: «una película muy cruda».

En Honduras, Costa Rica y Panamá hacen referencia a la blandura o son profilácticos: goma. ¿O será la de mascar?

En Puerto Rico son consecuentes con la colonización yanqui y se conforman con una palabreja spanglish: jangover.

En Cuba unen a su carácter descriptivo connotaciones de novela de terror o al menos de género negro: perseguidora. Menos utilizado, pero igualmente sugerente es amanecer en llama; los cubanos parecen ser conscientes del peligro de sufrir una combustión espontánea —ver resaca inflamable— que uno corre durante el día fatídico. Me dijeron que lo de «amanecer en llama» tiene su origen en la idea de un fusilamiento al alba.

En Venezuela se apuntan también a la alegoría zoológica y optan por la constancia del roedor: ratón.

Saltan entre fronteras: agrura, que se me antoja un neologismo que fusionara lo agrio con la negrura, quizá también con algo de tristeza; cañuela; mono, como aquí los yonquis cuando no tienen nada que meterse en vena;y clavo, extendido por casi todos los países de habla hispana, llenos por tanto de devotos del bragado san Bernardo de Alzira, patrón oficioso de la resaca, al que martirizaron los moros en 1180 atravesándole la frente con un clavo de bronce.

En Colombia utilizan el nombre de un árbol tropical: guayabo. En España, en el mismo periodo de las «peliculas crudas», los hombres llamaban guayabo a una chavala guapa y maciza.

En Ecuador es chuchaqui, que sugiere estrujamiento.

En Uruguay y Chile son cortantes y no pierden el tiempo con matices. Tener resaca es andar con el hachazo; declaración que suele acompañarse con el gesto de poner la mano de canto en medio de la frente. También inter fronteras y con el mismo gesto, andar con el indio, quizá por lo de los tomahawks de los casi extinguidos vecinos indígenas del norte.

En Chile, además, también se centran en el estrago bucofaríngeo y la llaman caña mala; entendiéndose por caña la garganta.

En Argentina sucede algo muy curioso, casi diría que se trata de un extraño misterio, realzada su incomprensibilidad por la rica imaginería del lunfardo. Sencillamente no la llaman de ningún modo, ni siquiera resaca. ¿Acaso las desconocen? ¿O es quizá Buenos Aires donde realmente se ubicaba el paraíso perdido? No parece posible la ausencia de intoxicaciones etílicas y por ende de resacas en el país que ha padecido a Perón o a Videla y que actualmente se desintegra.

Quizá tenga algo que ver con esta orfandad lingüística la numerosa inmigración italiana, recordemos que tampoco la nominan.

Y en Perú se apuntan también a lo gráfico: caldero. Pero además, surge la obra maestra, el apelativo insuperable, la más imaginativa, inquietante y a la vez divertida de las metáforas, a medio camino entre lo fantástico, el esperpento y el terror. En Perú se levantan con los muñecos; muñecos con el significado de marionetas. El sentido es doble: que alguien maneja durante el reinado de la resaca los hilos nerviosos por ti y que el lugar que te corresponde es el de estar con los muñecos.

C.- CONSIDERACIONES GENERALES

C1.- Maldición

Como ya se ha apuntado, la resaca es un gravoso precio que se paga por disfrutar del placer de una buena trompa; es el salario que hay que apoquinar a la eficiente puta; el castigo tras el premio; el garlito después del queso.

Mas no es así para todo el mundo.

Hay pobres desgraciados, estigmatizados, malditos tocados por el dedo de la fatalidad, que sufren el castigo sin haber disfrutado del placer.

Me refiero a los bebedores que tienen resaca sin haberse emborrachado. Es un caso más corriente de lo que pueda creerse.

El maldito bebe en serio, como si le fueran a quitar el vaso, copa tras copa, hasta llegar a una cantidad de alcohol consumido que a cualquier otro lo pondría a cuatro patas. Sin embargo, el portador de la maldición no se libra de la sobriedad, sino todo lo contrario: cada nuevo trago le aporta un grado mayor de lucidez.

Se da entre bebedores con estilo, de fuste y generalmente cultos, con frecuencia incluso auténticos intelectuales. Desconozco cuál puede ser el nexo entre esta resistencia al alcohol y la ilustración, como no sea una cruel consecuencia de la aguda máxima bíblica: «Cuanto más conocimiento más dolor».

No obstante, también puede reportar ventajas en alguna ocasión. Así le sucede por ejemplo a Jean Lombard, el atípico detective intelectual creado por François Riano, un escritor francés de origen español. En su novela Le triangle scalène, publicada por Gallimard en su prestigiosa série noire, Lombard, que es un empedernido bebedor que no se emborracha nunca, pero al que tunden las resacas, consigue afrontar y resolver con temple una comprometida situación gracias a su resistencia al alcohol.

La traducción es mía, o sea, chapucera.

«Popaul volvió con una botella de Johnnie Walker etiqueta negra y un vaso y los depositó sobre la mesa. Oreille me apuntaba con su Walter P-38 y se había metido mi Beretta en la cintura.

—¿Tienes sed, Lombard? —me preguntó Popaul exhibiendo sus dientazos equinos—. Seguro que sí. He oído que tú siempre tienes sed. Pues a beber. Y no te quejarás, es whisky del bueno.

Querían emborracharme y seguramente después tirarme al Sena. A nadie le extrañaría demasiado que un oscuro detective con el estómago lleno de whisky se hubiera caído al río y ahogado. Y el comisario Beaumeule, tal y como estaban últimamente las cosas, daría carpetazo sin investigar.

No me hice de rogar. Según fueran creyendo que el alcohol me iba haciendo efecto, bajarían la guardia y ahí estaría mi oportunidad.

—Así me gusta, Lombard. Que cooperes y que no haga falta utilizar esto, que mete demasido ruido y hace unos feos agujeros. Buen chico.

Popaul se había sentado enfrente de mí, colocó las manos sobre la mesa y entre ellas su arma, una automática inglesa Webley a la que había quitado el seguro.

Con la botella mediada, comencé a fingir síntomas de borrachera con el consiguiente regocijo de los dos hampones.

—Me caes bien Lombard. Es una pena que hayas metido tanto las narices donde no te llamaban. Esto no es nada personal, que conste.

Con cada nuevo trago mi mente se despejaba más y más del aturdimiento por los golpes recibidos, mis nervios se enfriaban y los músculos se tensaban. Estaba listo para pasar a la acción.

Cuando apenas quedaba ya whisky, entrecerré los ojos, balbuceé incoherencias e hice la comedia de que era incapaz de apurar el último vaso.