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James Joyce

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Beschreibung

Ulises, escrito por James Joyce y publicado en 1922, es considerado una de las obras más influyentes y complejas de la literatura moderna. Ambientada en Dublín, la novela sigue un solo día, el 16 de junio de 1904, en la vida de Leopold Bloom, Stephen Dedalus y Molly Bloom. Joyce emplea una variedad de técnicas narrativas innovadoras, como el monólogo interior y el flujo de conciencia, desafiando las convenciones literarias tradicionales y llevando el lenguaje a nuevos límites expresivos. La segunda parte de Ulises se centra principalmente en el recorrido de Leopold Bloom, que representa una versión contemporánea de Ulises (Odiseo). A lo largo del día, Bloom deambula por diferentes espacios de la ciudad, enfrentándose a dilemas personales, sociales y existenciales. La narración aborda cuestiones como la alienación, el matrimonio, el deseo y la fragilidad de las relaciones humanas, todo ello filtrado a través de la perspectiva subjetiva del personaje. Desde su publicación, Ulises ha sido reconocido por su profunda innovación estilística y por su capacidad para capturar la experiencia humana en toda su complejidad. La obra ha generado debates, estudios académicos y análisis críticos en todo el mundo, consolidándose como un pilar fundamental de la literatura del siglo XX. La maestría de Joyce al entrelazar múltiples niveles de significado, referencias culturales y experimentación lingüística continúa desafiando y fascinando a lectores y estudiosos por igual, convirtiendo a Ulises en una lectura esencial para comprender las posibilidades expresivas de la narrativa moderna.  

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James Joyce

ULISES

Tomo 2

Sumario

PRESENTACIÓN

ULISES – TOMO 2

3

PRESENTACIÓN

James Joyce

1882-1941

James Joyce fue un escritor irlandés considerado una de las figuras más influyentes de la literatura del siglo XX. Nacido en Dublín, Joyce es conocido por su innovador uso del lenguaje, su exploración de la conciencia humana y su contribución decisiva al desarrollo del modernismo literario. Sus obras, caracterizadas por su complejidad narrativa y estilística, revolucionaron la forma de narrar la experiencia individual y colectiva.

Vida temprana y educación

James Joyce nació en el seno de una familia católica de clase media que enfrentó dificultades económicas a lo largo de su vida. Asistió a colegios jesuitas y más tarde estudió en la University College Dublin, donde se graduó en lenguas modernas. Aunque fue educado en un entorno profundamente religioso, Joyce mantuvo siempre una relación conflictiva con la Iglesia Católica, tema recurrente en gran parte de su producción literaria.

Carrera y contribuciones

La obra de Joyce se caracteriza por su experimentación formal y su profundo análisis de la psicología de sus personajes. Entre sus obras más importantes destacan Dublineses (1914), una colección de relatos cortos que retrata la vida cotidiana y el estancamiento espiritual de la clase media de Dublín. Posteriormente, publicó Retrato del artista adolescente (1916), una novela de formación que explora el desarrollo intelectual y emocional de Stephen Dedalus, un alter ego del propio autor.

Sin embargo, fue con Ulises (1922) que Joyce alcanzó su mayor reconocimiento. Esta obra monumental, estructurada a partir de la Odisea de Homero, narra un solo día en la vida de Leopold Bloom por las calles de Dublín. Con un uso magistral del monólogo interior y una diversidad de estilos narrativos, Ulises representa una de las cumbres de la narrativa moderna. Más tarde, Joyce llevó su experimentación lingüística al extremo en Finnegans Wake (1939), una obra críptica y llena de juegos de palabras que desafía las convenciones del lenguaje y la interpretación literaria.

Impacto y legado

La obra de Joyce supuso una revolución en la narrativa moderna. Su enfoque en la conciencia subjetiva, el flujo de pensamiento y la descomposición de la estructura narrativa tradicional influyeron en generaciones de escritores posteriores, entre ellos Samuel Beckett y William Faulkner. Su tratamiento de la identidad, la religión, la sexualidad y la alienación urbana lo convirtieron en una figura central del modernismo.

Además, Joyce transformó el idioma inglés en una herramienta de experimentación artística, incorporando neologismos, juegos fonéticos y referencias intertextuales de diversas culturas. Su capacidad para mezclar lo cotidiano con lo mítico hizo de su obra un objeto de estudio constante en el ámbito académico.

James Joyce falleció en 1941 en Zúrich, Suiza, debido a complicaciones derivadas de una úlcera perforada. Aunque durante su vida enfrentó dificultades para publicar y fue objeto de controversias por la supuesta obscenidad de sus textos, hoy es considerado uno de los grandes maestros de la literatura universal.

Su influencia abarca no solo la narrativa, sino también la filosofía, la lingüística y el cine. El término "joyceano" se ha convertido en sinónimo de complejidad estilística y exploración profunda de la conciencia humana. La celebración anual del "Bloomsday", cada 16 de junio, rinde homenaje a su obra más célebre, Ulises, consolidando a Joyce como una figura imprescindible en el canon literario contemporáneo.

Sobre la obra

Ulises, escrito por James Joyce y publicado en 1922, es considerado una de las obras más influyentes y complejas de la literatura moderna. Ambientada en Dublín, la novela sigue un solo día, el 16 de junio de 1904, en la vida de Leopold Bloom, Stephen Dedalus y Molly Bloom. Joyce emplea una variedad de técnicas narrativas innovadoras, como el monólogo interior y el flujo de conciencia, desafiando las convenciones literarias tradicionales y llevando el lenguaje a nuevos límites expresivos.

La segunda parte de Ulises se centra principalmente en el recorrido de Leopold Bloom, que representa una versión contemporánea de Ulises (Odiseo). A lo largo del día, Bloom deambula por diferentes espacios de la ciudad, enfrentándose a dilemas personales, sociales y existenciales. La narración aborda cuestiones como la alienación, el matrimonio, el deseo y la fragilidad de las relaciones humanas, todo ello filtrado a través de la perspectiva subjetiva del personaje.

Desde su publicación, Ulises ha sido reconocido por su profunda innovación estilística y por su capacidad para capturar la experiencia humana en toda su complejidad. La obra ha generado debates, estudios académicos y análisis críticos en todo el mundo, consolidándose como un pilar fundamental de la literatura del siglo XX. La maestría de Joyce al entrelazar múltiples niveles de significado, referencias culturales y experimentación lingüística continúa desafiando y fascinando a lectores y estudiosos por igual, convirtiendo a Ulises en una lectura esencial para comprender las posibilidades expresivas de la narrativa moderna.

ULISES – TOMO 2

(13)

El atardecer estival había comenzado a envolver el mundo en su misterioso abrazo. Allá lejos, al oeste, se ponía el sol, y el último fulgor del, ay, demasiado fugaz día se demoraba amorosamente sobre el sol y la playa, sobre el altivo promontorio del querido y viejo Howth, perenne custodio de las aguas de la bahía, sobre las rocas cubiertas de algas, a lo largo de la orilla de Sandymount, y en último, pero no menos importante lugar, sobre la apacible iglesia de donde brotaba a veces, entre la calma, la voz de la plegaria a aquella que en su puro fulgor es faro sempiterno para el corazón del hombre, sacudido por las tormentas: María, estrella del mar.

Las tres amigas estaban sentadas en las rocas, disfrutando del espectáculo vespertino y del aire, que era fresco pero no demasiado frío. Más de una vez habían solido acudir allá, a ese rincón favorito, para charlar a gusto junto a las chispeantes ondas, comentando asuntillos femeninos, Cissy Caffrey y Edy Boardman con el nene en el cochecito, y con Tommy y Jacky Caffrey, dos chiquillos de cabeza rizada, vestidos de marinero con gorras haciendo juego y el nombre H. M. S. Belleisle en las dos. Pues Tommy y Jacky eran gemelos, y tenían apenas cuatro años, unos gemelos a veces muy revoltosos y consentidos, pero, sin embargo, niños riquísimos de caritas alegres, y con una gracia que conquistaba a todos. Estaban enredando en la arena con sus palitas y cubos, construyendo castillos, como les gusta a los niños, o jugando con su gran pelota de colores, todo el santo día felices. Y Edy Boardman mecía al nene regordete en su cochecito, de un lado para otro, mientras el caballerito se reía de gusto. No tenía más que once meses y nueve días, y aunque todavía andaba a gatas, empezaba ya a cecear sus primeras palabritas infantiles. Cissy Caffrey se inclinaba sobre él haciéndole cosquillas en la barriguita regordeta y en el delicioso hoyito de la barbilla.

 — Ea, nene  — decía Cissy Caffrey — . Dilo fuerte, fuerte: Quiero beber agua.

Y el nene la imitaba balbuceando:

 — Teo bebé aba.

Cissy Caffrey dio un apretón al pequeñuelo, pues le gustaban enormemente los niños, y tenía mucha paciencia con los enfermitos, y a Tommy Caffrey nunca le podían hacer tomar su aceite de ricino si no era Cissy Caffrey quien le apretaba la nariz y le prometía la fina corteza de la hogaza de pan moreno con melaza dorada por encima. ¡Qué poder de persuasión tenía aquella chica! Pero claro que el niño era un pedazo de pan, una verdadera ricura, con su baberito nuevo de fantasía. Y Cissy Caffrey no era ninguna chica mimada, a lo Flora MacFlimsy. Una chica de corazón sincero como no se ha visto otra, siempre con risa en sus ojos gitanos y unas palabras de broma en sus labios rojos como cerezas maduras, una chica que se hacía querer de cualquiera. Y Edy Boardman se río también del gracioso lenguaje de su hermanito.

Pero precisamente entonces hubo un ligero altercado entre el señorito Tommy y el señorito Jacky. Ya se sabe cómo son los niños, y nuestros gemelos no eran excepción a esa regla de oro. La manzana de la discordia era cierto castillo de arena que había construido el señorito Jacky y que el señorito Tommy  — lo mejor es enemigo de lo bueno —  se empeñaba en mejorar arquitectónicamente con un portón como el de la torre Martello. Pero si el señorito Tommy era terco, también el señorito Jacky era obstinado, y fiel a la máxima de que la casa de todo pequeño irlandés es su castillo, cayó sobre su odiado rival, pero de tal manera que al candidato a agresor le fue muy mal (¡lástima decirlo!) y lo mismo al codiciado castillo. No hay ni que decir que los gritos del derrotado señorito Tommy llamaron la atención de las amigas.

 — Ven acá, Tommy  — exclamó imperativamente su hermana — , ¡en seguida! Y tú, Jacky, ¡qué vergüenza, tirar al pobre Tommy por la arena sucia! Ya verás como te pille.

El señorito Tommy, con los ojos nublados de lágrimas sin verter, acudió a su llamada, pues la palabra de su hermana mayor era ley para los gemelos. Y en lamentable condición había quedado después de su desventura. Su gorrito de marinero y sus inmencionables estaban llenos de arena, pero Cissy tenía mano maestra en el arte de resolver los pequeños inconvenientes de la vida, y muy pronto no se vio ni una mota de arena en su elegante trajecito. Sin embargo, los azules ojos seguían brillando con cálidas lágrimas a punto de desbordarse, así que ella hizo desaparecer sus penas a fuerza de besos, y amenazó con la mano al culpable señorito Jacky, diciendo que como le tuviera a mano ya vería, mientras sus ojos se agitaban en amonestación.

 — ¡Jacky, insolente travieso!  — gritó.

Rodeó con un brazo al marinerito y le halagó seductoramente:

 — ¿Me quieres mucho? Como la trucha al trucho.

 — Dinos quién es tu novia  — dijo Edy Boardman — . ¿Es Cissy tu novia?

 — Nooo  — dijo Tommy, lacrimoso.

 — Ya lo sé yo  — dijo Edy Boardman, no demasiado amablemente, y con una mirada maligna de sus ojos miopes — . Ya sé yo quién es la novia de Tommy: Gerty es la novia de Tommy.

 — Nooo  — dijo Tommy, al borde de las lágrimas.

El vivo instinto maternal de Cissy adivinó lo que ocurría y susurró a Edy Boardman que se le llevara detrás del cochecito donde no lo vieran los señores y que tuviera cuidado que no se mojara los zapatos claros nuevos.

Pero ¿quién era Gerty?

Gerty MacDowell, que estaba sentada junto a sus compañeras, sumergida en sus pensamientos, con la mirada perdida allá en lontananza, era, a decir verdad, un ejemplar del joven encanto irlandés tan bello como cupiera desear. Todos cuantos la conocían la declaraban hermosa, por más que, como solía decir la gente, era más una Giltrap que una MacDowell. Su tipo era esbelto y gracioso, inclinándose incluso a la fragilidad, pero esas pastillas de hierro que venía tomando últimamente le habían sentado muchísimo mejor que las píldoras femeninas de la Viuda Welch y estaba muy mejorada de aquellas pérdidas que solía tener y aquella sensación de fatiga. La palidez cérea de su rostro era casi espiritual en su pureza marfileña, aunque su boca de capullo era un auténtico arco de Cupido, de perfección helénica. Sus manos eran de alabastro finamente veteado, con dedos afilados, y tan blancas como podían dejarlas el jugo de limón y la Reina de las Lociones, aunque no era cierto que se pusiera guantes de cabritilla para dormir ni que tomara pediluvios de leche. Bertha Supple se lo había dicho eso una vez a Edy Boardman, mentira desvergonzada, cuando andaba a matar con Gerty (aquellas amigas íntimas, por supuesto, tenían de vez en cuando sus pequeñas peleas como el resto de los mortales) y ella le dijo que no contara por ahí nada de lo que hiciera, que era ella quien se lo decía o si no que no volvería a hablar nunca con ella. No. A cada cual lo suyo. Gerty tenía un refinamiento innato, una lánguida hauteur de reina que se evidenciaba inconfundiblemente en sus delicadas manos y en el elevado arco de su pie. Sólo con que el hado benigno hubiera deseado hacerla nacer como dama de alto rango, en su lugar apropiado, y con que hubiera recibido, las ventajas de una buena educación, Gerty MacDowell podría fácilmente haberse codeado con cualquier dama del país y haberse visto exquisitamente ataviada con joyas en la frente y con nobles pretendientes a sus pies rivalizando en rendirle homenaje. Y quién sabe si era eso, ese amor que podría haber sido, lo que a veces prestaba a su rostro de suaves facciones un aire, con tensión de reprimido significado, que daba una extraña tendencia anhelante a sus hermosos ojos, un hechizo que pocos podían resistir. ¿Por qué tienen las mujeres tales ojos brujos? Los de Gerty eran del azul irlandés más azul, engastados en relucientes pestañas y en expresivas cejas oscuras. Un tiempo hubo en que esas cejas no eran tan sedosamente seductoras. Fue Madame Vera Verity, directora de la página «Mujer Bella» en la revista Princesa, la primera que le aconsejó probar la cejaleína, que daba a los ojos esa expresión penetrante, tan apropiada en las que orientaban la moda, y ella nunca lo había lamentado. También estaba el enrojecimiento curado científicamente y cómo ser alta aumente su estatura y usted tiene una cara bonita pero ¿y su nariz? Eso le iría bien a la señora Dignam porque la tenía en porra. Pero la gloria suprema de Gerty era su riqueza de prodigiosa cabellera. Era castaño oscuro con ondas naturales. Se había cortado las puntas esa misma mañana, porque era luna nueva, y le ondeaba en torno a su linda cabecita en profusión de abundantes rizos, y también se había arreglado las uñas, el jueves trae riqueza. Y ahora precisamente, ante las palabras de Edy, como quiera que un rubor delator, tan delicado como el más sutil pétalo de rosa, se insinuara en sus mejillas, tenía un aspecto tan delicioso en su dulce esquividad de muchacha, que de seguro que toda la bella Irlanda, esa tierra de Dios, no contenía quien se le igualara.

Por un instante quedó callada con los ojos bajos y tristes. Estuvo a punto de replicar, pero algo contuvo las palabras en su lengua. La inclinación le sugería hablar: la dignidad le decía que callara. Sus lindos labios estuvieron un rato fruncidos, pero luego levantó los ojos y prorrumpió en una risita alegre que tenía en sí toda la frescura de una joven mañana de mayo. Sabía muy bien, quién mejor que ella, lo que le hacía decir eso a la bizca de Edy: era porque él estaba un poco frío en sus atenciones, aunque era simplemente una riña de enamorados. Como pasa siempre, alguien ponía mala cara porque aquel chico andaba siempre en bicicleta de un lado para otro delante de su ventana. Sólo que ahora su padre le hacía quedarse por la tarde en casa estudiando de firme para conseguir una beca que había para la escuela media y luego iría a Trinity College a estudiar medicina cuando acabara la escuela media como su hermano W. E. Wylie que corría en las carreras de bicicletas de la universidad en Trinity College. Poco le importaba quizá a él lo que ella sentía, ese sordo vacío doloroso en su corazón, algunas veces, traspasándolo hasta lo más íntimo. Pero él era joven y acaso llegaría a amarla con el tiempo. Eran protestantes, en su familia, y claro que Gerty sabía Quién venía primero y después de Él la Santísima Virgen y luego San José. Pero no se podía negar que era guapo, con esa nariz exquisita, y era la que parecía, un caballero de pies a cabeza, la forma de la cabeza también por detrás sin la gorra, que ella la reconocería en cualquier sitio tan fuera de lo corriente y la manera como giraba en la bicicleta alrededor del farol sin manos en el manillar y también el delicioso perfume dé los cigarrillos buenos y además los dos eran de la misma estatura y por eso Edy Boardman se creía que sabía tanto porque él no iba de acá para allá en bicicleta por delante de su trocito de jardín.

Gerty iba vestida con sencillez pero con el buen gusto instintivo de una devota de Nuestra Señora la Moda, pues presentía que no era imposible que él anduviera por ahí. Una linda blusa de azul eléctrico, que había teñido ella misma con Tintes Dolly (porque en La Ilustración Femenina se esperaba que se iba a llevar el azul eléctrico), con un elegante escote en V bajando hasta la separación y un bolsillito para el pañuelo (en que ella llevaba siempre un poco de algodón mojado en su perfume favorito, porque el pañuelo estropeaba la línea) y una falda tres cuartos azul marino, no muy ancha, hacían resaltar a la perfección su graciosa figura esbelta. Llevaba una delicia de sombrerito coquetón de ala ancha, de paja marrón, con un contraste de chenille azul huevo, y a un lado un lazo de mariposa haciendo juego. Toda la tarde del martes pasado había andado por ahí buscando, para hacer juego con esa chenille, pero por fin encontró lo que buscaba en los saldos de verano de Clery, exactamente, un poco manchado de tienda pero nadie se daría cuenta, siete dedos, dos chelines y un penique. Lo había arreglado todo ella misma y ¡qué alegría tuvo cuando se lo probó luego, sonriendo a la deliciosa imagen que le devolvía el espejo! Y cuando lo encajó en el frasco del agua para conservar la forma, sabía que iba a dejar pálida a más de una que ella conocía. Sus zapatos eran la última novedad en calzado (Edy Boardman presumía de que ella era muy petite pero nunca había tenido un pie como el de Gerty MacDowell, un cinco, ni lo tendría, rabia rabiña) con punteras de charol y nada más que una hebilla muy elegante en su elevado arco del pie. Sus torneados tobillos exhibían sus proporciones perfectas bajo la falda y la cantidad exacta y nada más de sus bien formadas piernas envueltas en finas medias con talones y puntas reforzados y con vueltas anchas para las ligas. En cuanto a la ropa interior, era el principal cuidado de Gerty; ¿quién que conozca las agitadas esperanzas y aprensiones de los dulces diecisiete años (aunque Gerty ya los había dejado atrás) tendría corazón para criticarla? Tenía cuatro lindas mudas, con unos bordados de lo más bonito, tres piezas y los camisones además, y cada juego con sus cintas pasadas, de colores diferentes, rosa, azul pálido, malva y verde guisante, y ella misma los ponía a secar y los metía en añil cuando volvían de lavar y los planchaba y tenía un ladrillo para poner la plancha porque no se fiaba de esas lavanderas que ya había visto ella cómo quemaban las cosas. Ahora llevaba el juego azul, esperando contra toda esperanza, su color preferido, y el color de suerte también para casarse que la novia tiene que llevar un poco de azul en alguna parte, porque el verde que llevaba hacía una semana le trajo mala suerte porque su padre le encerró a estudiar para la beca de la escuela media y porque ella pensaba que a lo mejor él andaba por ahí porque cuando se estaba vistiendo esa mañana casi se puso el par viejo al revés y eso era buena suerte y encuentro de enamorados si una se pone esas cosas del revés con tal que no sea viernes.

¡Y sin embargo, sin embargo! ¡Esa expresión tensa en su rostro! Hay en ella un dolor devorador que no cesa. Lleva el alma en los ojos y daría un mundo por estar en la intimidad de su acostumbrado cuartito, donde, dejando paso a las lágrimas, podría desahogarse llorando y dar suelta a sus sentimientos reprimidos. Aunque no demasiado porque ella sabía llorar de una manera muy bonita delante del espejo. Eres deliciosa, Gerty, decía el espejo. La pálida luz del atardecer cae sobre un rostro infinitamente triste y pensativo. Gerty MacDowell anhela en vano. Sí, había sabido desde el principio que ese sueño a ojos abiertos, de su boda que estaba arreglada, y de las campanas nupciales que sonaban por la señora Reggy Wylie T. C. D. (porque la que se case con el hermano mayor será señora Wylie) y en las crónicas de sociedad la recién señora Gertrude Wylie llevaba un suntuoso modelo en gris guarnecido de costosas pieles de zorro azul, no se realizaría. Él era demasiado joven para comprender. Él no creía en el amor, ese derecho de nacimiento de la mujer. La noche de la fiesta hace mucho en Stoers (él todavía iba de pantalones cortos) cuando se quedaron solos y él le pasó un brazo por la cintura, ella se puso blanca hasta los labios. La llamó pequeña con una voz extrañamente ronca y le arrebató medio beso (¡el primero!) pero fue sólo la punta de la nariz y luego salió deprisa del cuarto diciendo algo sobre los refrescos. ¡Qué impulsivo! La energía de carácter nunca había sido el punto fuerte de Reggy Wylie y el que cortejara y conquistara a Gerty MacDowell tenía que ser un hombre entre los hombres. Pero esperar, siempre esperar a que la pidieran y además era año bisiesto y pronto se pasaría. Su ideal de galán no es un príncipe azul que ponga a sus pies un amor raro y prodigioso, sino más bien un hombre muy hombre con cara enérgica y tranquila que no haya encontrado su ideal, quizá el pelo ligeramente tocado de gris, y que comprenda, que la reciba en el refugio de sus brazos, que la atraiga a él, a toda la energía de su profunda naturaleza apasionada y que la consuele con un beso largo muy largo. Sería como el cielo. Por uno así siente anhelo en ese aromado atardecer estival. Con todo su corazón desea ella ser la única, la prometida, la desposada, para la riqueza o la pobreza, con enfermedad o con salud, hasta que la muerte nos separe, desde el día de hoy en adelante.

Y mientras Edy Boardman estaba con el pequeño Tommy detrás del cochecito ella pensaba precisamente si llegaría el día en que se pudiera llamar su futura mujercita. Entonces ya podrían hablar de ella hasta ponerse moradas, Bertha Supple también, y Edy, la maligna, porque cumplía los veintidós en noviembre. Ella cuidaría de él también en cosas materiales porque Gerty tenía mucho sentido femenino y sabía que no hay hombre al que no le guste la sensación de estar a gusto en casa. Sus tortitas bien tostadas de color dorado oscuro y su flan Reina Ana, deliciosamente cremoso, habían obtenido las mejores opiniones de todos porque tenía una mano afortunada también para encender el fuego, espolvorear la harina fina con su levadura y mover siempre en la misma dirección y luego descremar la leche y azúcar y batir bien la clara de los huevos aunque no le gustaba la parte de comérselo cuando había gente que la intimidaba y muchas veces se preguntaba por qué uno no podría comer algo poético como violetas o rosas y tendría una salita muy bien puesta con cuadros y grabados y la foto de aquel perro tan bonito del abuelo Giltrap, Garryowen, que casi hablaba, de tan humano, y fundas de chintz en las butacas y aquella rejilla de plata para tostar de la liquidación de verano de Clery igual que las de las casas de los ricos. Él sería alto con hombros anchos (siempre había admirado a los hombres altos para marido) con refulgentes dientes blancos bajo un ancha bigote bien cuidado y se irían al continente de viaje de bodas (¡tres semanas deliciosas!) y luego, cuando se establecieran en un encanto de casita, íntima y cómoda, tomarían el desayuno, sencillo pero servido a la perfección, bien solitos los dos y antes de que él se fuera a sus asuntos le daría a su querida mujercita un buen abrazo apretado y por un instante se contemplaría en lo hondo de sus ojos.

Edy Boardman preguntó a Tommy Caffrey si había terminado y él dijo que sí, así que ella le abrochó los bombachitos y le dijo que se fuera corriendo a jugar con Jacky y que fueran buenos ahora y no se pelearan. Pero Tommy dijo que quería la pelota y Edy le dijo que no que el nene estaba jugando con la pelota y que si se la quitaba iba a haber lío pero Tommy dijo que la pelota era suya y que quería su pelota y empezó a patalear, venga ya. ¡Qué genio! Ah, era ya un hombrecito sí que lo era el pequeño Tommy Caffrey desde que llevaba pantalones. Edy le dijo que no, que no y que se marchara, fuera de ahí, y le dijo a Cissy Caffrey que no cediera.

 — Tú no eres mi hermana  — dijo el travieso de Tommy — . La pelota es mía.

Pero Cissy Caffrey dijo al nene Boardman que mirara a lo alto, arriba, arriba donde su dedo y le arrebató la pelota rápidamente y la echó por la arena y Tommy detrás a todo correr, habiéndose salido con la suya.

 — Cualquier cosa por la tranquilidad  — se rio Ciss.

Y le hizo cosquillas al bebé en los dos carrillos para hacerle olvidar y jugó a aquí viene el alcalde, aquí los dos caballos, aquí la carroza de bizcocho y aquí viene él andando, tintipitín, tintipitín, tintipitín tintán. Pero Edy se puso hecha una furia porque el otro se salía con la suya así y todo el mundo le tenía mimado.

 — A mí me gustaría darle algo  — dijo — , ya lo creo, no digo dónde.

 — En el pompis  — se rio Cissy, alegremente.

Gerty MacDowell inclinó la cabeza y se ruborizó de pensar que Cissy dijera en voz alta una cosa tan poco elegante que a ella le daría una vergüenza de morir, y se sofocó con un rojo rosado encendido, y Edy Boardman dijo que estaba segura de que aquel señor sentado enfrente había oído lo que dijo ella. Pero a Ciss le importaba un pito.

 — ¡Que lo oiga!  — dijo, sacudiendo pícaramente la cabeza y arrugando la nariz en provocación — . Se lo doy también a él en el mismo sitio sin darle tiempo a rechistar.

Esa loca de Ciss con sus rizos de payaso. Había que reírse de ella a veces. Por ejemplo cuando te preguntaba si querías más té chino y frambelada de mermuesa y cuando se dibujaba esos jarros y esas caras de hombres en las uñas con tinta roja te partías de risa o cuando quería ir a ese sitio decía que quería ir corriendo a hacer una visita a la señorita Blanco. Así eran las cosas de la pequeña Cissy. Ah, y ¿quién puede olvidar la noche que se vistió con el traje de su padre y el sombrero y el bigote de corcho quemado y bajó por Tritonville Road fumando un cigarrillo? No había quien la igualara en graciosa. Pero era la sinceridad en persona, uno de los corazones más leales y valientes que ha hecho nunca el Cielo, nada de una de esas con dos caras, demasiado dulces para no empalagarte.

Y he aquí que entonces se elevaron por el aire el sonido de voces y las vibrantes armonías del órgano. Era el retiro para hombres de la sociedad antialcohólica dirigido por el misionero, el reverendo John Hughes, S. J., rosario, sermón y bendición con el Santísimo Sacramento. Se habían reunido allí, sin distinciones de clase social (y era un espectáculo bien edificante de ver) en aquel sencillo templo junto a las olas, tras las tormentas de este fatigoso mundo, arrodillados a los pies de la Inmaculada, rezando la letanía de Nuestra Señora de Loreto, rogándola que intercediera por ellos, Santa María, santa Virgen de las vírgenes. ¡Qué triste para los oídos de la pobre Gerty! Si su padre hubiera eludido las garras del demonio de la bebida, haciendo la promesa o con esos polvos del hábito de la bebida curado del semanario Pearson’s, ella ahora andaría por ahí en coche, sin ceder a ninguna. Una vez y otra se lo había dicho eso mientras meditaba junto a los agonizantes rescoldos en un estudio oscuro sin lámpara porque le molestaba tener dos luces o a menudo mirando por la ventana con ojos soñadores horas y horas a la lluvia que caía en el cubo herrumbroso, pensando. Pero esa vil poción que ha arruinado tantos hogares y familias había proyectado su sombra sobre los días de su infancia. Más aún, en el círculo de su hogar ella había sido testigo de escenas de violencia causadas por la intemperancia y había visto a su propio padre, presa de los vapores de la embriaguez, olvidarse completamente de sí mismo, pues si había una cosa entre todas las cosas que supiera Gerty era que el hombre que levanta la mano a una mujer salvo por vía de bondad merece ser marcado como el más bajo de los bajos.

Y seguían cantando las voces en súplica a la Virgen poderosísima, Virgen misericordiosísima. Y Gerty, envuelta en sus pensamientos, apenas veía u oía a sus compañeras ni a los gemelos en sus pueriles cabriolas ni al señor llegado de Sandymount Green al que Cissy Caffrey le llamaba ese hombre que se parecía tanto a su padre, andando por la playa para dar un paseíto. Sin embargo, nunca se le veía borracho, pero a pesar de todo a ella no le gustaría como padre porque era demasiado viejo o por no sabía qué o por causa de su cara (era un caso palpable de antipatía a simple vista) o su nariz forunculosa con sus verrugas y su bigote color arena un poco blando debajo de la nariz. ¡Pobre padre! Con todos sus defectos ella le seguía queriendo cuando cantaba Dime, Mary, cómo quererte o Mi amor y mi casita junto a Rochelle y tenían de cena berberechos guisados y lechuga con mayonesa en conserva Lazenby y cuando él cantaba La luna ha salido con el señor Dignam que se ha muerto de repente y le han enterrado, Dios tenga misericordia de él, de un ataque. El cumpleaños de su madre fue eso y Charley estaba en casa con vacaciones y Tom y el señor Dignam y la señora y Patsy y Freddy Dignam y les iban a hacer una foto en grupo. Nadie habría creído que el fin estuviera tan cerca. Ahora descansaba para siempre. Y su madre le dijo a él que eso debía servirle de aviso para el resto de sus días y él ni siquiera pudo ir al funeral por culpa de la gota y ella tuvo que ir al centro a traerle las cartas y las muestras de su oficina, por lo del linóleum de corcho Catesby, diseños artísticos patentados, digno de un palacio, gran resistencia al desgaste y siempre brillante y alegre en el hogar.

Una hija de oro puro era Gerty igual que una segunda madre en la casa, un ángel de la guarda también con un corazoncito que valía su peso en oro. Y cuando su madre tenía esos terribles dolores que le partían la cabeza quién sino Gerty le frotaba por la frente la barra de mentol aunque no le gustaba que su madre tomara pellizcos de rapé y eso era por lo único que habían tenido diferencias alguna vez, por lo del rapé. Todo el mundo la tenía en la más alta estimación por sus modales amables. Gerty era quien cerraba la llave principal del gas todas las noches y Gerty era quien había clavado en la pared de ese sitio donde nunca se olvidaba cada quince días el clorato de cal el almanaque de Navidad del señor Tunney el tendero la imagen de días alciónicos donde un joven caballero con el traje que solían llevar entonces con un sombrero de tres picos ofrecía un ramillete de flores a la dama de sus pensamientos con galantería de antaño a través de su ventana con celosía. Se veía que había detrás toda una historia. Los colores estaban hechos que era una delicia. Ella iba de blanco suavemente ajustado en una actitud estudiada y el caballero de color chocolate con aire de aristócrata completo. Ella les miraba muchas veces soñadora cuando estaba allí por cierta razón y se tocaba los brazos que eran blancos y suaves igual que los de ella con las mangas remangadas y pensaba en aquellos tiempos porque había encontrado en el diccionario Walker de pronunciación que perteneció al abuelo Giltrap qué significaba eso de los días alciónicos.

Los gemelos jugaban ahora en la más aceptada de las maneras fraternales, hasta que por fin el señorito Jacky que era un verdadero cara dura no había modo con él dio una patada aposta a la pelota con todas sus fuerzas hacia allá abajo, a las rocas cubiertas de algas. Ni que decir tiene que el pobre Tommy no tardó en expresar su consternación pero afortunadamente el caballero de negro que estaba sentado allí acudió valientemente en auxilio e interceptó la pelota. Nuestros dos campeones reclamaron la pelota con vivaces gritos y para evitar problemas Cissy Caffrey gritó al caballero que se la tirara a ella por favor. El caballero apuntó a la pelota una vez o dos y luego la lanzó por la playa arriba hacia Cissy Caffrey pero bajó rodando por el declive y se detuvo debajo mismo de la falda de Gerty junto al charquito al lado de la roca. Los gemelos volvieron a gritar pidiéndola y Cissy le dijo que la tirara lejos de una patada y que dejara que se pelearan por ella así que Gerty tomó impulso con el pie pero habría preferido que esa estúpida pelota no bajara rodando hasta ella y dio una patada pero falló y Edy y Cissy se rieron.

 — No hay que desanimarse  — dijo Edy Boardman.

Gerty sonrió asintiendo y se mordió el labio. Un delicado rosa se insinuó en sus bonitas mejillas pero estaba decidida a que vieran así que se levantó la falda un poquito pero justo lo suficiente y apuntó bien y dio a la pelota una buena patada y la mandó lejísimos y los dos gemelos bajaron detrás de ella hacia la grava de la orilla. Puros celos claro no era nada más para llamar la atención teniendo en cuenta al caballero de enfrente que miraba. Ella sintió el cálido sofoco, siempre una señal de peligro en Gerty MacDowell, subiendo y ardiéndole en las mejillas. Hasta entonces sólo habían intercambiado ojeadas del modo más casual pero ahora bajo el ala de su sombrero nuevo ella se atrevió a mirarle y la cara que se ofreció a su mirada allí en el crepúsculo, consumida y extrañamente tensa, le pareció la más triste que había visto jamás.

A través de la ventana abierta de la iglesia se difundía el fragante incienso y con él los fragantes nombres de aquella que fue concebida sin mancha de pecado original, vaso espiritual, ruega por nosotros, vaso honorable, ruega por nosotros, vaso de devoción insigne, ruega por nosotros, rosa mística. Y había allí corazones afligidos y quienes se fatigaban por su pan de cada día y muchos que habían errado y vagado, los ojos húmedos de contrición pero a pesar de eso brillantes de esperanza pues el reverendo padre Hughes les había dicho lo que dijo el gran San Bernardo en su famosa oración a María, el poder de intercesión de la piadosísima Virgen que jamás se había oído decir que quien implorara su poderosa protección hubiera sido abandonado por ella.

Los gemelos jugaban otra vez alegremente pues los disgustos de la niñez son tan fugaces como chaparrones de verano. Cissy jugó con el nene Boardman hasta que le hizo cacarear de júbilo, palmoteando en el aire con sus manecitas. Cucú-tras, gritaba ella detrás de la capota del cochecito y Edy preguntaba dónde se había ido Cissy y entonces Cissy sacaba de repente la cabeza y gritaba ¡ah! y hay que ver cómo le gustaba eso al granujilla. Y luego le decía que dijera papá.

 — Di papá, nene. Di pa pa pa pa pa pa.

Y el nene hacía lo mejor que podía por decirlo pues era muy inteligente para once meses todo el mundo lo decía y grande para el tiempo que tenía y la imagen de la salud, una ricura de niño, y seguro que llegaría a ser algo grande, decían.

 — Haja ja ja haja.

Cissy le limpió la boquita con el babero y quiso que se sentara como era debido y dijera pa pa pa pero cuando le soltó la hebilla gritó, santo Dios, que estaba todo mojado y había que doblarle del otro lado la media manta que tenía debajo. Por supuesto que su majestad infantil armó un gran escándalo ante tales formalismos de limpieza y así se lo hizo saber a todos:

 — Habaa baaahabaa baaaa.

Y dos grandes lagrimones deliciosos le corrieron por las mejillas. Y era inútil apaciguarle con no, nonó, nene, o hablarle del chuchú y dónde estaba el popó pero Cissy, siempre rápida de ingenio, le puso en la boca la boquilla del biberón y el joven pagano quedó prontamente apaciguado.

Gerty habría deseada por lo más sagrado que se llevaran a casa aquel llorón en vez de dejarle ahí poniéndola nerviosa no eran horas de estar fuera y a los trastos de los gemelos. Miró allá hacia el mar distante. Era como los cuadros que hacía aquel hombre en la acera con todas las tizas de colores y daba lástima también dejarlos ahí a que se borraran todos, el atardecer y las nubes saliendo y el faro Baily en el Howth y oír la música así y el perfume de ese incienso que quemaban en la iglesia como una especie de brisa. Sí, era ella a quien miraba él y su mirada quería decir muchas cosas. Sus ojos ardían en ella como si la explorara por dentro, toda, leyendo en su misma alma. Maravillosos ojos eran, espléndidamente expresivos, pero ¿se podía fiar una de ellos? La gente era muy rara. Vio en seguida por sus ojos oscuros y su pálido rostro intelectual que era un extranjero, la imagen de la foto que tenía de Martin Harvey, el ídolo de las matinées, salvo por el bigote que ella prefería porque no era una maniática del teatro como Winny Rippingham que quería que las dos se vistieran siempre lo mismo por una obra de teatro pero ella no veía si tenía nariz aguileña o un poco remangada desde donde estaba sentado. Iba de luto riguroso, ya lo veía, y en su rostro estaba escrita la historia de un dolor acosador. Habría dado cualquier cosa por saber qué era. Miraba tan atentamente, tan quieto y la vio dar la patada a la pelota y a lo mejor veía las brillantes hebillas de acero de sus zapatos si los balanceaba así pensativamente con la punta hacia abajo. Se alegró de que algo le hubiera sugerido ponerse las medias transparentes pensando que Reggy Wylie podía andar por ahí pero eso estaba muy lejos.

Ahí estaba lo que ella había soñado tantas veces. Era él el que contaba y su rostro se llenó de alegría porque le quería porque sentía instintivamente que era diferente a todos. Su corazón mismo de mujer-muchacha salía al encuentro de él, su marido soñado, porque al instante supo que era él. Si él había sufrido, si habían pecado contra él más de lo que él había pecado, o incluso, incluso, si él mismo había sido un pecador, a ella no le importaba. Aunque fuera un protestante o un metodista ella le convertiría fácilmente si él la quería de verdad. Había heridas que necesitaban ser curadas con bálsamo de corazón. Ella era una mujer muy mujer no como otras chicas frívolas, nada femeninas, que había conocido, esas ciclistas enseñando lo que no tienen y ella anhelaba saberlo todo, perdonarlo todo si podía hacer que él se enamorara de ella, hacerle olvidar la memoria del pasado. Entonces quién sabe él la abrazaría tiernamente, como un hombre de verdad, apretando contra él su blanco cuerpo, y la amaría, la niña de su amor, sólo por ella misma.

Refugio de pecadores. Consoladora de los afligidos. Ora pro nobis. Bueno se ha dicho que quienquiera que le rece con fe y constancia nunca se verá perdido o rechazado: y con mucha razón es ella también un puerto de refugio para los afligidos por los siete dolores que le traspasaron el corazón. Gerty se imaginaba toda la escena en la iglesia, las vidrieras de las ventanas iluminadas, las velas, las flores y los pendones azules de la cofradía de la Santísima Virgen y el Padre Conroy ayudando al canónigo O’Hanlon en el altar, llevando cosas de un lado para otro con los ojos bajos. Él parecía casi un santo y su confesonario estaba tan silencioso y limpio y sus manos eran como de cera blanca y si alguna vez se hacía ella monja dominica con ese hábito blanco quizá él iría al convento para la novena de Santo Domingo. Él le dijo aquella vez cuando le contó aquello en la confesión enrojeciendo hasta la raíz del pelo de miedo de que él lo viera, que no se preocupara porque era sólo la voz de la naturaleza y todos estábamos sujetos a las leyes de la naturaleza, dijo, en esta vida y eso no era pecado porque eso venía de la naturaleza de la mujer instituida por Dios, dijo, y que la misma Santísima Virgen le dijo al arcángel Gabriel hágase en mí según tu voluntad. Era muy bondadoso y santo y muchas veces muchas veces ella pensaba y pensaba si podría hacerle un cubretetera con ruches con un dibujo de flores bordadas como regalo o un reloj pero ya tenían reloj se dio cuenta sobre la chimenea blanco y dorado con un canario que salía de una casita para decir la hora el día que fue allí por lo de las flores de la Adoración de las Cuarentas Horas porque era difícil saber qué clase de regalo hacer o quizás un álbum de vistas en color de Dublín o de algún sitio.

Esos desesperantes traviesos de los gemelos empezaron otra vez a pelearse y Jacky tiró fuera la pelota hacia el mar y los dos corrieron siguiéndola. Unos micos groseros como golfos. Alguien debería ocuparse de ellos y darles una buena para que se estuvieran en su sitio, a los dos. Y Cissy y Edy les gritaron que volvieran porque tenían miedo de que subiera la marea y se ahogaran.

 — ¡Jacky! ¡Tommy!

¡A buena parte! ¡Sí que hacían caso! Así que Cissy dijo que era la última vez que los sacaba. Se puso de pie de un salto y les llamó y bajó corriendo por el declive, pasando por delante de él, agitando el pelo por atrás, que no tenía mal color si hubiera sido más, pero con todos esos potingues que se estaba echando encima siempre no podía conseguir que le creciera largo porque no era natural por mucho que se molestara. Corría con grandes zancadas de pato que era extraño que no se le descosiera la falda por un lado que le estaba demasiado apretada porque Cissy Caffrey era muy chicote y bien que se lanzaba siempre que le parecía que tenía una buena oportunidad para lucirse y sólo porque era buena en correr corría así para que él viera los bajos de la enagua corriendo y sus zancas flacas todo lo más arriba posible. Le estaría bien empleado si hubiera tropezado en algo accidentalmente aposta con sus tacones altos y torcidos a la francesa que llevaba para parecer alta y se diera un buen revolcón. Tableau! Habría sido un bonito espectáculo para que lo presenciara un caballero así.

Reina de los ángeles, reina de los patriarcas, reina de los profetas, de todos los santos, rezaban, reina del santísimo rosario y entonces el Padre Conroy entregó el incensario al canónigo O’Hanlon y éste echó el incienso e incensó al Santísimo Sacramento y Cissy Caffrey agarró a los dos gemelos y buenas ganas tenía de darles unos cachetes ruidosos pero no lo hizo porque pensó que él podía estar mirando pero nunca en su vida cometió una equivocación mayor porque Gerty veía sin mirar que él no le quitaba los ojos de encima y entonces el canónigo O’Hanlon volvió a dar el incensario al Padre Conroy y se arrodilló levantando los ojos al Santísimo Sacramento y el coro empezó a cantar Tantum ergo y ella balanceó el pie adentro y afuera a compás mientras la música subía y bajaba con el tantumer gosa cramen tum. Tres con once había pagado por esas medias en Sparrow, en la calle George, el martes, no, el lunes antes de Pascua y no se les había hecho ninguna carrera y eso era lo que miraba él, transparentes, y no a esas otras insignificantes que no tenían forma ni figura (¡qué cara dura!) porque tenía ojos en la cara para ver él mismo la diferencia.

Cissy volvió a subir de la playa con los dos gemelos y la pelota con el sombrero de cualquier manera echado a un lado después de su carrera y parecía una bruja tirando de los dos chiquillos con esa blusa cursi que se había comprado sólo hacía quince días como un trapo encima y su poco de enagua colgando como una caricatura. Gerty se quitó un momento el sombrero para arreglarse el pelo y jamás se vio sobre los hombros de una muchacha una cabellera más linda, más delicada, con sus rizos castaños, una breve visión radiante, en verdad, casi enloquecedora de dulzura. Habríais de viajar muchas y muchas millas antes de encontrar una cabellera como esa. Casi pudo ver el rápido sofoco en respuesta admirativa de los ojos de él, que la hizo vibrar en todos sus nervios. Se puso el sombrero para poder mirar por debajo del ala y balanceó más rápido el zapato con hebilla pues se le cortó el aliento al captar la expresión de sus ojos. Él la observaba como la serpiente observa a su víctima. Su instinto femenino le dijo que había provocado un tumulto en él y al pensarlo un ardiente escarlata la invadió desde el escote a la frente hasta que el delicioso color de su rostro se convirtió en un glorioso rosado.

Edy Boardman se daba cuenta también porque miraba de reojo a Gerty, medio sonriendo, con sus gafas, como una solterona, fingiendo arreglar al nene. Bicho malo que era y lo sería siempre y por eso nadie podía aguantarla, metiendo la nariz en lo que no le importaba. Y dijo ella a Gerty:

 — Daría cualquier cosa por saber lo que piensas.

 — ¿Qué?  — contestó Gerty con una sonrisa reforzada por los dientes más blancos del mundo — . Estaba pensando sólo si se hace tarde.

Porque tenía unas ganas terribles de que se llevaran a casa a esos gemelos mocosos y al nene y se acabara el asunto y por eso era por lo que había insinuado suavemente lo de que se hacía tarde. Y cuando llegó Cissy, Edy le preguntó qué hora era y la señorita Cissy, tan mala lengua como siempre, dijo que era la hora del beso y media y hora de besarse otra vez. Pero Edy quería saberlo porque les habían dicho que volvieran pronto.

 — Espera  — dijo Cissy — , le preguntaré ahí a mi tío Perico qué hora es por su artefacto.

Así que allá que fue y cuando él la vio le vio que se sacaba la mano del bolsillo, y se ponía nervioso, y empezaba a jugar con la cadena del reloj, mirando a la iglesia. Aunque de naturaleza apasionada Gerty vio que tenía un enorme dominio de sí mismo. Hacía un momento estaba allí fascinada por una delicia que le hacía mirar pasmado, y un momento después ya era el tranquilo caballero de grave rostro, con el dominio de sí mismo expresado en todas las líneas de su rostro distinguido.

Cissy dijo que perdonara que si le importaría decirle qué hora era y Gerty le vio que sacaba el reloj, se lo llevaba al oído y levantaba los ojos y se aclaraba la garganta y decía que lo sentía mucho que se le había parado el reloj pero que creía que debían ser más de las ocho porque se había puesto el sol. Su voz tenía un tono de hombre culto y aunque hablaba con mesurado acento había una sospecha de temblor en su suave entonación. Cissy dijo que gracias y volvió con la lengua fuera diciendo que su tío decía que su cacharro estaba estropeado.

Entonces cantaron la segunda estrofa del Tantum ergo y el canónigo O’Hanlon se volvió a levantar e incensó el Santísimo Sacramento y se arrodilló y le dijo al Padre Conroy que una de las velas iba a pegar fuego a las flores y el Padre Conroy se levantó y lo arregló todo y ella vio al caballero dando cuerda al reloj y oyendo si funcionaba y ella balanceó más la pierna entrando y saliendo a compás. Estaba oscureciendo pero él podía ver y miraba todo el tiempo mientras daba cuerda al reloj o lo que le estuviera haciendo y luego se lo volvió a guardar y se metió las manos otra vez en los bolsillos. Ella sintió una especie de sensación que la invadía y comprendió por cómo notaba la piel del pelo y esa irritación contra la faja que debía venirle esa cosa porque la última vez fue también cuando se cortó las puntas del pelo porque tocaba lo de la luna. Los oscuros ojos de él se volvieron a fijar en ella, bebiendo todos sus perfiles, literalmente adorándola en su santuario. Si ha habido alguna vez una admiración sin disimulo en la apasionada mirada de un hombre, ahí se veía claramente, en el rostro de ese hombre. Es por ti, Gertrude MacDowell, y lo sabes muy bien.

Edy empezó a prepararse para marcharse y ya era hora para ella y Gerty se dio cuenta de que la pequeña sugerencia que lanzó había tenido el efecto deseado porque había un buen trecho por la playa hasta donde estaba el sitio por donde podía pasar el cochecito y Cissy les quitó las gorras a los gemelos y se arregló el pelo para ponerse atractiva claro y el canónigo O’Hanlon se irguió con la capa pluvial haciéndole un pico detrás del cuello y el Padre Conroy le entregó la oración para que la leyera y él leyó en voz alta Panem de caelo praestitisti eis y Edy y Cissy hablaban todo el tiempo de la hora y le preguntaron a Gerty pero Gerty les pudo pagar en su misma moneda y se limitó a contestar con fría cortesía cuando Edy le preguntó si tenía el corazón destrozado porque el preferido de su corazón la hubiera dejado plantada. Gerty se contrajo bruscamente. Un rápido fulgor frío brilló en sus ojos, expresando elocuentemente un inmenso desprecio. Le dolió: oh sí, le llegó muy hondo, porque Edy tenía su manera suave de decir cosas así que sabía que herirían, condenado bicho malo que era. Los labios de Gerty se abrieron rápidamente para pronunciar la palabra pero contuvo el sollozo que se elevaba en su garganta, tan delicada, tan impecable, tan hermosamente modelada que parecía haberla soñada un artista. Ella le había amado más de lo que él nunca imaginó. Frívolo engañador, voluble como todos los de su sexo, él jamás comprendería lo que había significado para ella, y por un instante en sus ojos azules hubo un vivo escozor de lágrimas. Ellas la miraban en inexorable escrutinio, pero, con un valeroso esfuerzo, Gerty volvió a chispear en respuesta comprensiva, lanzando una ojeada a su nueva conquista para que vieran.

 — Ah  — respondió Gerty, rápida como el rayo, riendo, y su altiva cabeza se irguió en un arrebato — , puedo arrojar el guante a cualquiera porque es año bisiesto.

Sus palabras resonaron cristalinas, más musicales que el arrullo de la torcaz, pero cortaron el silencio gélidamente. En su joven voz había algo que proclamaba que no era persona con quien se pudiera jugar a la ligera. En cuanto al señorito Reggy con todos sus aires y su poco de dinero, ella le podía dejar a un lado como si fuera una basura y jamás le volvería a dedicar un pensamiento y rompería su estúpida postal en mil pedazos. Y si se le ocurría jactarse alguna vez, ella le dejaría clavado en su sitio con una mirada de medido desprecio. A la pequeña señorita Edy se le puso una cara bastante larga y Gerty se dio cuenta al verla tan negra como un tizón de que estaba simplemente hecha una furia aunque lo disimulaba, la muy lagarta, porque la flecha le había dado en el blanco, en sus celos mezquinos, y las dos sabían muy bien que ella era algo diferente, que no era una de ellas y que había alguien más que lo sabía también y lo veía, así que ya podían darse por enteradas.

Edy arregló al nene Boardman para marcharse y Cissy recogió la pelota y las palas y cubos y ya era hora de marcharse porque le iba tocando quedarse duermes al señorito Boardman y Cissy le decía también que ya venía Fernandillo y el nene se iba a mimí y el nene estaba riquísimo riéndose con los ojos felices, y Cissy le dio una metida así jugando en la barriguita, y el nene, sin pedir permiso siquiera, disparó sus saludos en el babero nuevecito.

 — ¡Ay, ay! ¡Qué cochinillo!  — protestó Ciss — . Se ha echado a perder el babero.

El leve contratiempo reclamó su atención pero en un abrir y cerrar de ojos arregló el asuntillo.

Gerty sofocó una exclamación reprimida y tosió nerviosamente y Edy preguntó qué pasaba y ella estuvo a punto de decirle que lo cazara al vuelo pero siempre era señorial en sus modales así que sencillamente lo dejó correr con tacto consumado diciendo que era la bendición porque precisamente entonces sonaba la campana en el campanario sobre la tranquila playa porque el canónigo O’Hanlon estaba erguido en el altar con el velo que le había puesto el Padre Conroy alrededor de los hombros dando la bendición con el Santísimo Sacramento.

Qué conmovedora escena aquella, en la creciente penumbra del atardecer, el último atisbo de Erín, el emocionante son de aquellas campanas vespertinas y al mismo tiempo un murciélago salía volando del campanario con hiedra, a través del oscurecer, de acá para allá, con un débil grito perdido. Y ella veía allá lejos las luces de los faros tan pintorescos que le hubiera gustado copiarlas con una caja de colores porque eran más fáciles de hacer que un hombre y pronto iría el farolero dando la vuelta por delante del terreno de la iglesia presbiteriana y por la umbrosa avenida Tritonville por donde paseaban las parejas y encendería el farol junto a su ventana donde Reggy Wylie solía dar vueltas a piñón libre mientras ella leía ese libro El farolero, de Miss Cummins, autora de Mabel Vaughan y otros relatos. Pues Gerty tenía sueños de que nadie sabía. Le gustaba leer poesía y cuando Bertha Supple le regaló de recuerdo ese delicioso álbum de confesiones de cubiertas rosa coral para que escribiera sus pensamientos, ella lo metió en el cajón de su tocador que, aunque no se excedía por el lado del lujo, estaba escrupulosamente limpio y arreglado. Allí era donde guardaba el escondite de sus tesoros de muchachita, las peinetas de tortuga, la medalla de Hija de María, el perfume rosa blanca, la cejaleína, el portaperfumes de alabastro, y las cintas para cambiar cuando le llegaban sus cosas de lavar y había algunos hermosos pensamientos escritos en el álbum con tinta violeta que compró en Hely, en la calle Dame, pues pensaba que ella también sería capaz de escribir poesía sólo con que supiera expresarse como esos versos que la impresionaron tanto que los copió del periódico que encontró una tarde envolviendo las hierbas para guisar. ¿Eres real tú, oh mi ideal?, era el título, de Louis J. Walsh, Magherafelt, y luego había algo como Crepúsculo, ¿jamás querrás?, y más de una vez la belleza de la poesía, tan triste en su hermosura transitoria, le había nublado los ojos con lágrimas silenciosas por los años que se le iban escapando uno tras otro, y si no fuera por ese defecto que ella sabía no tendría por qué temer a ninguna competidora y eso fue un accidente bajando la cuesta de Dalkey y siempre trataba de ocultarlo. Pero tenía que terminar, lo presentía. Si distinguía en los ojos de él esa mágica llamada, no habría nada que la sujetara. El amor se ríe de las rejas. Ella haría el gran sacrificio. Su único empeño sería compartir los pensamientos de él. Ella sería entonces para él más preciosa que el mundo entero y le doraría sus días a fuerza de felicidad. Había una cuestión de suprema importancia y ella se moría por saber si él era casado o si era un viudo que había perdido a su mujer o alguna tragedia así como el noble de nombre extranjero del país de la canción que la tuvo que encerrar en un manicomio, cruel sólo por ser bondadoso. Pero incluso si… ¿qué, entonces? ¿Importaría mucho? Ante todo lo que sonara a indelicado en lo más mínimo, su refinada naturaleza se echaba atrás instintivamente. Odiaba a esa clase de personas, las mujeres caídas que daban vueltas por la acera delante del Dodder y se iban con soldados y hombres groseros, sin respeto por el honor de una muchacha, degradando a su sexo y siendo llevadas a la comisaría de policía. No, no: eso no. Serían nada más buenos amigos como una hermana y su hermano mayor sin nada de todo lo demás, a pesar de las convenciones de la Sociedad con mayúscula. Quizá él estaría de luto por un viejo amor de los días que ya no se pueden rescatar. Ella creía entenderle. Trataría de entenderle porque los hombres eran tan diferentes. El viejo amor esperaba, esperaba con las blancas manecitas extendidas, con suplicantes ojos azules. ¡Corazón mío! Ella seguiría su sueño de amor, los dictados de su corazón que le decían que él lo era todo para ella, el único hombre en el mundo para ella, pues el amor era la guía suprema. No importaba nada más. Pasara lo que pasara ella sería indómita, libre, sin trabas.

El canónigo O’Hanlon volvió a dejar el Santísimo Sacramento en el tabernáculo y el coro cantó Laudate Dominum omnes gentes y luego cerró el tabernáculo porque se había acabado la bendición y el Padre Conroy le entregó el bonete para que se lo pusiera y la malvada de Edy le preguntó si no venía también pero Jacky Caffrey gritó:

 — ¡Eh, mira, Cissy!

Y todos miraron era un relámpago de calor pero Tommy lo vio también detrás de los árboles junto a la iglesia, azul y luego verde y violeta.

 — Son fuegos artificiales  — dijo Cissy Caffrey.

Y todos bajaron corriendo por la playa para ver más allá de las casas y la iglesia, haciendo jaleo, Edy con el cochecito con el nene Boardman dentro y Cissy sujetando de la mano a Tommy y Jacky para que no se cayeran al correr.

 — Vamos allá, Gerty  — gritó Cissy — . Son los fuegos artificiales de la tómbola.

Pero Gerty permaneció inexorable. No tenía intenciones de estar a su disposición. Si ellas querían correr como locas, ella podía seguir sentada así que dijo que veía muy bien desde donde estaba. Los ojos que estaban clavados en ella le hacían hormiguear las venas. Le miró un momento, encontrando su mirada, y una luz la invadió. En aquel rostro había pasión al rojo blanco, una pasión silenciosa como la tumba, que la había hecho suya. Al fin quedaban solos sin las otras que cotillearan y comentaran y ella sabía que podía confiar en él hasta la  — muerte, constante, un hombre de ley, un hombre de honor inflexible hasta la punta de los dedos. A él le vibraban las manos y la cara: un temblor la invadió a ella. Gerty se echó muy atrás para mirar a lo alto los fuegos artificiales y se cogió la rodilla entre las manos para no caerse atrás al mirar y no había nadie que lo viera sino sólo él y cuando reveló así del todo sus graciosas piernas, tan hermosamente formadas, tan flexibles y delicadamente redondeadas, le pareció oír el jadeo de su corazón, el ronco respirar de él, porque conocía la pasión de hombres así, de sangre caliente, porque Bertha Supple se lo había contado una vez con mucho secreto y le había hecho jurar que nunca lo diría de aquel caballero el huésped que tenían en casa de la Dirección de Zonas Superpobladas que tenía ilustraciones recortadas de revistas con esas bailarinas de falditas cortas y patas por el aire y dijo que a veces hacía en la cama algo no muy bonito que ya se puede imaginar. Pero eso era completamente diferente de una cosa así porque había una completa diferencia porque ella casi sentía como él le atraía la cara a la de él y el primer contacto caliente de sus bellos labios. Además había absolución con tal de que no se hiciera lo otro antes de estar casados y debería haber mujeres curas que comprenderían sin que una lo dijera claro y Cissy Caffrey también a veces tenía en los ojos ese aire soñador de sueños así, así que ella también, vamos, y Winny Rippingham tan loca por las fotos de actores y además era por culpa de esa otra cosa que venía de esa manera.