Último día de un condenado a muerte - Victor Hugo - E-Book

Último día de un condenado a muerte E-Book

Victor Hugo

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Beschreibung

Desde su celda, un condenado a muerte comparte con el lector, hora por hora, minuto a minuto, los últimos momentos de su vida. Para aliviar su intolerable espera, escribe sobre sus vanas esperanzas de ser indultado, su último viaje en furgón o su miedo a enfrentarse a la multitud en la plaza de ejecuciones, pero también sobre el recuerdo de sus últimos paseos por París o la sonrisa de su hija Marie. A través de sus palabras, el condenado anónimo y sin rostro no tarda en convertirse en un hombre de carne y hueso, cercano a cada uno de nosotros…Publicado en 1829, Último día de un condenado a muerte es un conmovedor alegato contra la pena capital, que Victor Hugo escribió en su lucha por la abolición de las ejecuciones judiciales, convertidas en espectáculo público en Francia tras la Revolución de 1793.

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Desde su celda, un condenado a muerte comparte con el lector, hora por hora, minuto a minuto, los últimos momentos de su vida. Para aliviar su intolerable espera, escribe sobre sus vanas esperanzas de ser indultado, su último viaje en furgón o su miedo a enfrentarse a la multitud en la plaza de ejecuciones, pero también sobre el recuerdo de sus últimos paseos por París o la sonrisa de su hija Marie. A través de sus palabras, el condenado anónimo y sin rostro no tarda en convertirse en un hombre de carne y hueso, cercano a cada uno de nosotros…

Publicado en 1829, Último día de un condenado a muerte es un conmovedor alegato contra la pena capital, que Victor Hugo escribió en su lucha por la abolición de las ejecuciones judiciales, convertidas en espectáculo público en Francia tras la Revolución de 1793.

Victor Hugo

Último día de un condenado a muerte

Título original: Le Dernier jour d’un condamné

Victor Hugo, 1829

The iron tongue of midnight hath told twelve:

Lovers, to bed; ‘tis almost fairy time.

I fear we shall out-sleep the coming morn

As much as we this night have overwatch’d.

WILLIAMSHAKESPEARE

Introducción

Pocas obras son tan atemporales y a la vez están tan intrínsecamente ligadas a la época en que se crearon como Último día de un condenado a muerte. Las motivaciones que impelieron a Victor Hugo a escribir este libro en 1829 se derivan de forma directa de las convulsiones políticas que azotaban a Francia en aquel momento. La Revolución de 1793 había puesto fin al llamado Despotismo Ilustrado, un periodo de absolutismo y de exaltación de la razón en favor del progreso de la humanidad y en detrimento del pueblo, y había establecido las bases de los actuales sistemas democráticos de representación parlamentaria. En nombre de los principios que la inspiraron —libertad, igualdad, fraternidad—, las autoridades de la Revolución habían ido aniquilando a aquellos personajes de la realeza y de la aristocracia que consideraban culpables de las injusticias del pasado y cuya sola vida ponía en peligro el nuevo orden político. Nació la guillotina y la decapitación se convirtió en un espectáculo público. La Revolución era incontestable; sus métodos, también. Mientras la pena de muerte se consolidaba como garante del nuevo sistema, los excesos de su aplicación, que se extendió a todo el ámbito de la delincuencia, suscitaron el alzamiento de algunas voces críticas.

Victor Hugo nació en 1802, nueve años después de la toma de la Bastilla. Ya de niño había presenciado la abominable imagen de los presos acarreando el agua de los pozos del presidio de la Bicêtre y la fiesta pública en que se habían convertido las ejecuciones de los condenados a muerte en la plaza de la Grève de París, entre los que se contaron varios familiares y amigos. La vivencia tan próxima de la tortura y el suplicio ajenos le llevaron a armarse con argumentos literarios y políticos, y convertirse en abanderado de la causa abolicionista. En su defensa acudió al Parlamento, a las audiencias públicas, a los nobles salones parisinos y a los presidios, cuyo pésimo funcionamiento y cuya insalubridad denunció en repetidas ocasiones.

Último día de un condenado a muerte es, por todo ello, un alegato contra la pena de muerte, una protesta absoluta y sin fisuras, una apuesta por el progreso de la humanidad en forma de lamento literario en primera persona. En sus páginas, Victor Hugo nos presenta el sufrimiento de un condenado a la pena capital en sus últimas horas. De él no conocemos ni el nombre; tan sólo esboza su origen social. Se trata de un personaje anónimo y, por tanto, terriblemente cercano. Es alguien que sufre, que tiene miedo, que no quiere morir. Es un antihéroe. O, mejor dicho, un héroe romántico.

Victor Hugo inaugura con esta obra, en la que se ensayan las nuevas claves de la novelística, el romanticismo literario francés, del que será sin duda uno de sus máximos exponentes. Y, como autor romántico, no podía por menos que dejar constancia de sus inquietudes artísticas en la breve Comedia a propósito de una tragedia que acompaña al texto principal. En ella, miembros de la alta sociedad parisina hablan, entre chanzas y críticas malintencionadas, de la aparición de una nueva novela sobre la agonía de un condenado a muerte.

A Victor Hugo no le satisfizo el recibimiento que la obra tuvo entre el público. Ésta es la razón por la que el autor escribió un prefacio a la edición de 1832, que reproducimos al final de este volumen. En él, y a diferencia del que antecede a la primera edición, el autor aporta nombres, fechas y lugares concretos. Ejemplifica, argumenta, rebate y presenta sus conclusiones acerca de la inutilidad práctica y la bajeza moral de la pena de muerte, obsesionado como estaba con que el pueblo hiciera causa común con los abolicionistas.

Cuando Victor Hugo murió, el 22 de mayo de 1885, la pena de muerte aún no estaba abolida en Francia, y, de hecho, no se erradicó por completo hasta 1981, casi un siglo después.

Prefacio a la primera edición

1829

Hay dos maneras de explicar la existencia de este libro. O hubo, en efecto, un fajo de hojas amarillas de tamaño desigual en las que se encontraban, registrados uno por uno, los últimos pensamientos de algún desventurado; o existió un hombre, un soñador, que se dedicó a observar la naturaleza en provecho del arte, un filósofo, un poeta, qué sé yo, cuya fantasía fue la presente idea, y que lo atrapó o, más bien, se dejó atrapar por ella, y que sólo pudo desembarazarse de ésta vertiéndola en un libro. De estas dos explicaciones, que el lector elija la que quiera.

Último día de un condenado a muerte

I

Bicêtre[1]

¡Condenado a muerte!

Hace cinco semanas que vivo con este pensamiento, siempre a solas con él, paralizado siempre por su presencia, encorvado siempre bajo su peso.

En otra época, pues me parece que han pasado años más que semanas, yo era un hombre como cualquier otro hombre. Cada día, cada hora, cada minuto tenía su propio sentido. Mi mente, joven y rica, estaba llena de fantasías. Se entretenía presentándomelas unas tras otras, sin orden ni objetivo, bordando con arabescos inextinguibles el tejido tosco y ligero de la vida. Muchachas, espléndidas capas de obispo, batallas ganadas, teatros llenos de ruido y de luz, y luego muchachas de nuevo y caminatas oscuras en la noche bajo los largos brazos de los castaños. Mi imaginación siempre estaba de fiesta. Yo podía pensar en lo que quisiera, yo era libre.

Ahora estoy preso. Mi cuerpo está encadenado dentro de un calabozo, mi mente está en prisión dentro de una idea. ¡Una idea horrible, sangrienta, implacable! No tengo más que un pensamiento, una convicción, una certidumbre: ¡condenado a muerte!

Haga lo que haga, este pensamiento infernal permanece ahí, a mi lado, como un espectro de plomo, solitario y celoso, expulsando toda distracción, enfrentándome cara a cara con el miserable que soy, sacudiéndome con sus manos de hielo cuando quiero mirar hacia otro lado o cerrar los ojos. Se desliza bajo todas las formas que mi mente busca para huir, se mezcla como un horrible estribillo en cuantas palabras me dirigen, se agarra conmigo a las rejas espantosas de mi calabozo; me obsesiona durante la vigilia, espía mi dormitar convulsivo, y reaparece en mis sueños con la forma de un cuchillo.

Acabo de despertarme entre sobresaltos, perseguido por él y diciendo: «¡Ah! ¡Sólo es un sueño!». Pues bien, antes incluso de que mis ojos pesados hayan tenido tiempo de entreabrirse lo suficiente para ver este pensamiento fatal escrito en la horrible realidad que me rodea, sobre las losas húmedas y rezumantes de mi celda, en los pálidos rayos de mi lámpara de noche, en la trama grosera de la tela de mi ropa, bajo la sombría figura del soldado de guardia cuya cartuchera brilla a través de la reja del calabozo, me ha parecido como si una voz me hubiera murmurado al oído: «¡Condenado a muerte!».

Lesen Sie weiter in der vollständigen Ausgabe!

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