Un amor de verano - Julia James - E-Book

Un amor de verano E-Book

Julia James

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Beschreibung

Bianca 3041 Su corazón no lo perdonaría nunca. Su cuerpo no era capaz de olvidarlo. Habían pasado ocho años desde que Nikos Kavadis dejó a Calanthe Petranakos sin decirle adiós, pero el dolor de ese desengaño volvió a la vida al verlo en la fiesta de cumpleaños de su padre, en Atenas. Nik la enseñó lo que era la pasión, y luego destrozó para siempre su confianza en el amor y en los hombres. Estaba claro que Calanthe todavía era susceptible a la potente virilidad de Nikos, pero, aun así, la impactante propuesta del griego la dejó sin aliento. Porque, aunque aceptar un matrimonio era la única forma de ayudar a su padre enfermo, sabía que estaba regresando a la guarida del león.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Julia James

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un amor de verano, n.º 3041 - noviembre 2023

Título original: Reclaimed by His Billion-Dollar Ring

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411804554

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

CALANTHE estaba junto a su padre, saludando a los invitados en el salón de banquetes del mejor hotel de Atenas. Toda la alta sociedad había acudido a la fiesta y ella se alegraba. Después de todo, el sexagésimo cumpleaños de su padre era algo para celebrar.

Lo miró de reojo, con el ceño fruncido. A pesar de que intentaba mostrarse alegre, había cierta tensión en él, como si estuviese haciendo un esfuerzo. No tenía buen aspecto y la ansiedad se apoderó de ella.

Su padre siempre había sido un hombre entusiasta, enérgico y contundente, características que lo habían convertido en multimillonario, propietario de un imperio que valía una fortuna.

Aunque su propia especialidad era el arte clásico, y dividía su tiempo entre los museos de Londres y Atenas, Calanthe sabía que, como hija única, algún día heredaría ese imperio. Pero no quería que ese día llegase demasiado pronto. No quería perderlo como había perdido a su madre.

Una sombra de dolor oscureció su rostro. Hacía apenas dos años que su madre había sucumbido al cáncer contra el que había luchado tan valientemente.

Calanthe intentó sacudirse la tristeza. Estaba allí como anfitriona de la fiesta y quería que su padre se sintiera orgulloso de ella.

–¡Mi querida niña, qué guapa estás! –exclamó Georgios al verla.

–Gracias, papá.

Tenía el cabello oscuro y la tez morena como su padre, pero los ojos grises azulados eran herencia de su madre inglesa.

Calanthe sabía que estaba guapa con el vestido de alta costura. La seda de color azul pálido hacía juego con sus ojos, y el ingenioso corte al bies destacaba su esbelta figura a la perfección. Con un rostro ovalado, nariz delicada, labios generosos, el pelo sujeto en un elegante moño y un discreto collar de diamantes, regalo de su padre, nadie podría ponerle ninguna pega.

Atraía las miradas, siempre lo había hecho. Pero su actitud era un poco esquiva y eso exasperaba a su padre porque quería que se casara lo antes posible.

Pero para casarse había que enamorarse y ya lo había hecho antes, cuando era más joven, más ingenua y confiada.

Y le habían roto el corazón. Habían hecho añicos sus ilusiones de la manera más cruel.

Pero llegaban más invitados y Calanthe hizo un esfuerzo para prestarles atención.

Sus ojos se dirigieron a la entrada del salón de banquetes, donde el personal del hotel hacía pasar a los recién llegados.

Uno de los camareros le ofreció una copa de champán y, distraídamente, Calanthe la tomó mientras miraba hacia la puerta.

Seguramente todos los invitados ya estaban allí y la cena se serviría en unos minutos.

Estaba a punto de tomar un sorbo de champán cuando un hombre entró en el salón. Alto, con esmoquin como todos los demás invitados.

Pero había algo en él…

El aliento se congeló en su garganta y apretó la copa de champán con dedos rígidos.

El invitado se dio la vuelta para mirar alrededor…

Y Calanthe sintió que su corazón se detenía.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Ocho años antes

 

Calanthe levantó el fragmento de cerámica incrustado en la tierra dura y seca, arrancándolo delicadamente con la punta de su paleta antes de llamar a Georgia, que trabajaba a su lado, para que echase un vistazo. Georgia era estudiante de arqueología y, por lo tanto, tenía mucha experiencia.

Ella estudiaba Historia del Arte, pero se había unido como voluntaria al grupo de estudiantes de arqueología para excavar un yacimiento hallado recientemente en las obras de construcción de un hotel.

Estaban en una de las innumerables islas del mar Egeo y los estudiantes, la mayoría ingleses, eran un grupo alegre, encantados de tener unas vacaciones pagadas en Grecia.

Y Calanthe estaba colaborando de buena gana. Podría tener un padre millonario, a quien visitaba durante las vacaciones escolares, pero su madre la había criado de forma normal. Pocos sabían que tenía un apellido griego, además del apellido inglés de su madre por el que era conocida, y ni siquiera sus amigos sabían lo rico que era Georgios Petranakos.

–¿Qué opinas? –le preguntó a Georgia, sosteniendo el fragmento de terracota en la palma de la mano.

Su amiga lo miró, pensativa.

–¿Posiblemente cerámica de Corinto? Veamos si hay más antes de decírselo al profesor –respondió, poniéndose a trabajar con la llana y el cepillo.

Una sombra cayó sobre ellas entonces.

–¿Ya han encontrado oro y joyas, señoritas?

Era una voz profunda, masculina, con acento griego.

Sobresaltadas, Calanthe y Georgia levantaron la cabeza. Y las dos se quedaron boquiabiertas.

El extraño que las miraba era impresionante y Calanthe se quedó sin aliento.

Era de caderas estrechas y hombros anchos, con un torso musculoso, moldeado por una polvorienta camiseta de color caqui. Unas gafas de sol ocultaban sus ojos, pero tenía una mandíbula cuadrada, una boca esculpida, nariz afilada y el pelo oscuro, un poco largo.

Era un hombre absolutamente devastador. El más guapo que había visto nunca.

–Hasta ahora, solo vasijas de cerámica –respondió Georgia por fin, incorporándose.

Calanthe hizo lo mismo, consciente de sus pantalones cortos, holgados y cubiertos de tierra, su camiseta empapada de sudor y su pelo desordenado.

¿Quién era aquel hombre?, se preguntó. Y luego respondió a la pregunta ella misma. Obviamente, uno de los albañiles de la obra porque llevaba un casco amarillo en la mano.

Sin embargo, no sabía qué estaba haciendo allí, en la excavación, porque la entrada estaba prohibida para todos salvo para el equipo de arqueología.

–Se supone que no debes entrar aquí –le dijo, más antipática de lo que debería.

Aunque llevaba gafas de sol, Calanthe sintió que su mirada la atravesaba.

–Sentía curiosidad –respondió él, con tono lacónico–. Después de todo, estáis desenterrando la historia de mi país.

Calanthe levantó la barbilla.

–Pues ya que se trata de tu país, podrías demostrar que valoras su historia prohibiendo la construcción de hoteles por todas partes.

La mirada velada se dirigió a ella directamente.

–El yacimiento está protegido y los griegos modernos tienen que ganarse la vida. El turismo es una importante fuente de ingresos, de modo que los hoteles no son un lujo sino una necesidad esencial.

Calanthe quería enfadarse, pero sabía que tenía razón. Además, no entendía por qué quería enfadarse con él.

–Me preguntaba si os vendría bien otro voluntario –dijo el extraño entonces–. Tal vez podría ayudaros cuando termine mi turno de trabajo.

Estaba mirándola directamente y Calanthe se sonrojó.

–Tendrás que preguntarle al profesor –respondió Georgia–. Está allí –añadió, señalando con la mano.

El extraño asintió.

–Gracias. Lo haré.

Cuando se alejó, Calanthe volvió a concentrarse en su tarea, pero Georgia lo siguió con la mirada.

–¡Qué pedazo de hombre!

–Solo es un albañil –murmuró Calanthe.

Georgia enarcó las cejas.

–Eso suena un poco altanero, ¿no?

Calanthe se encogió de hombros.

–¿Qué va a saber un albañil sobre lo que estamos haciendo?

–Está interesado –dijo Georgia–. Dale una oportunidad.

–Tal vez sea un ladrón. Después de todo, ha preguntado si habíamos encontrado oro y joyas.

–Todo el mundo pregunta eso en las excavaciones –argumentó Georgia–. Y no vamos a encontrar oro ni joyas, solo vasijas. Y hablando de eso… a ver si podemos encontrar el resto de esta olla.

Calanthe intentó quitarse de la cabeza al hombre que acababa de ofrecerse como voluntario, pero no lo consiguió.

Georgia tenía razón. Aquel hombre era realmente espectacular.

 

 

Su nombre, según le informó Georgia esa noche, mientras iban con los demás estudiantes a una taberna cerca del puerto, era Nik.

–Va a trabajar con Dave y Ken. A ellos les parece bien que los ayude un «albañil» –le dijo, burlona.

–Me da igual –respondió Calanthe.

–Venga ya, eres transparente –se burló Georgia–. Solo dices eso porque te gusta y no quieres admitirlo.

–No es verdad…

–A mí también me encanta. Esa voz ronca, con ese acento tan sexy. Está como un tren, lo admito. Pero sé que no tengo ninguna posibilidad, no está a mi alcance.

Calanthe puso los ojos en blanco.

–No te subestimes.

–No me subestimo, solo estoy siendo sincera –replicó Georgia–. Además, vine aquí con la esperanza de que Dave y yo pudiésemos arreglar lo nuestro. Ya sabes que llevo años detrás de él. Pero tú…

Su amiga la miró de arriba abajo. Con un vestido de algodón que destacaba su esbelta figura y el pelo sujeto en una coleta, recién duchada y arreglada, era una chica guapísima.

–¿Yo qué? ¿Qué estás diciendo?

–Que, definitivamente, Nik el griego sí está a tu alcance.

Calanthe soltó un bufido.

–No tengo ningún interés.

–Pero seguro que él sí estaría interesado en ti. Eres muy guapa y a los griegos les encantan las chicas inglesas. Ah, y además tú eres medio griega, siempre se me olvida.

–Georgia, por favor, no le digas que soy medio griega –dijo Calanthe entonces, lanzando una mirada de advertencia sobre su amiga.

No quería preguntas sobre su padre porque el apellido era tan conocido como la fortuna familiar.

–No diré nada, te lo prometo –le aseguró Georgia–. Bueno, vamos a cenar. Me muero de hambre.

Encontraron un sitio en el patio, entre la alegre multitud de estudiantes que devoraban gyros y souvlakis, regados con garrafas de vino local.

La conversación era animada, irreverente y familiar. Discutieron sobre los hallazgos del día y otros temas arqueológicos, y después pasaron a temas de interés universal para su generación, desde bandas de rock hasta política o cómo evitar un cambio climático catastrófico.

Todos estaban relajados y felices, y Calanthe se recostó en el respaldo de la silla, con el vaso de vino en la mano, preguntándose si tendría espacio en el estómago para uno de esos dulces y pegajosos pasteles que eran el postre tradicional de la zona.

Su padre se asombraría al verla cenando en un entorno tan humilde. Cuando estaba con él en Atenas, su chef preparaba platos exquisitos o comían en los restaurantes más exclusivos de la ciudad.

Calanthe sonrió para sus adentros, disfrutando de la ligera brisa y del rumor del mar acariciando las barcas amarradas en el puerto. Movió el cuello y giró los hombros ligeramente para relajar los músculos. Había estado encorvada la mayor parte del día mientras trabajaba junto a sus compañeros excavadores.

–¿Necesitas un masaje?

Era una voz ronca y profunda, muy masculina. Y conocida.

Calanthe levantó la cabeza.

Había cambiado la ropa de trabajo por unos vaqueros y una camiseta limpia, pero no había duda de quién era.

Alto, moreno y devastador.

Tanto que Calanthe tuvo que aclararse la garganta.

Georgia, que mantenía un tête-à-tête más que amistoso con Dave al otro lado de la mesa, levantó la mirada. Como hicieron las demás chicas para observar al hombre que acababa de aparecer en la taberna.

–Hola, Nik. Siéntate –lo invitó Ken, ofreciéndole un vaso de vino.

Él se sentó al lado de Calanthe y le ofreció una sonrisa.

–Yammas… –brindó, levantando su vaso–. Porque encontréis el tesoro.

Calanthe habría querido que siguiera llevando las gafas de sol porque sin ellas tenía un aspecto…

Oscuro y devastador, irresistible.

–Pero creo que yo lo acabo de encontrar. Un tesoro dorado –dijo él entonces, en griego.

Calanthe hablaba el idioma, pero fingió no haberlo entendido. No podía mover un músculo y se quedó inmóvil mientras esos increíbles ojos la recorrían.

Marcándola, como si fuera de su propiedad.

De repente, podía escuchar su propio pulso, los latidos de su corazón, tan fuertes que casi temió que él se diera cuenta.

–Nada de oro ni joyas, Nik –respondió Georgia–. Solo ollas y vasijas. Y algo de bronce.

Cuando él apartó la mirada, Calanthe sintió que podía respirar de nuevo y, temblando, tomó un sorbo de vino para calmarse.

¿Qué demonios acababa de pasar?

–¿Bronce? –repitió Nik–. ¿Nada de hierro?

–Tal vez encontremos algo de hierro –intervino Dave–. Pero el profesor dice que este yacimiento está entre el bronce y el hierro. Probablemente el siglo XI o el siglo X antes de Cristo.

Nik asintió.

–¿Entonces posterior al período micénico?

Calanthe lo miró, sorprendida. De modo que sabía algo del tema.

Después de eso, todos se lanzaron a una discusión sobre el período del yacimiento y cuáles podrían ser las implicaciones de su ubicación.

Aunque claramente no era un especialista, Nik se defendía bien e hizo algunos comentarios sobre los estilos y métodos de construcción que se usaban en ese período.

–Pareces haber adquirido conocimientos históricos trabajando en una obra de construcción moderna –comentó.

Lo había dicho sonriendo, de buen humor, pero la respuesta de Nik fue otra mirada impactante.

–Mis conocimientos sobre métodos históricos de construcción los obtengo en la universidad, donde estudio Arquitectura.

Calanthe se puso colorada.

«Seré tonta. He intentado despreciarlo porque pensé que solo era un albañil».

¿Por qué había hecho eso? ¿Para ponerlo en su sitio?

«Para mantenerlo a distancia porque…».

Lo oyó reírse de algo entonces y vio que echaba hacía atrás la cabeza. Su risa era abierta, alegre, y tenía unos dientes fuertes y blancos.

Con un suspiro de derrota, Calanthe tuvo que admitir que era el hombre más atractivo que había visto nunca.

Georgia se había girado para charlar con Dave, y Calanthe se inclinó hacia delante, apoyando los codos en la mesa para mirarlo.

Después de todo, ¿por qué no iba a mirarlo? ¿Por qué no admitir lo atractivo que era?

Era inofensivo, ¿no?

 

 

Atenas, el presente

 

«Inofensivo».

Esa palabra se repetía en el cerebro de Calanthe mientras miraba a Nik.

No había sido inofensivo en absoluto, al contrario.

¿Pero de qué servía recordar lo que había ocurrido tanto tiempo atrás? Había sido una ingenua y su estúpido y confiado corazón había pagado un precio muy alto por ello.

Se había quedado rota, amargamente desilusionada por el hombre que había resultado ser…

Oyó en su cabeza el eco de las palabras de su padre, diciéndole exactamente lo que Nik había hecho, a lo que se había rebajado. Con qué desvergüenza y con qué facilidad lo había hecho.

Quería olvidarse de ello, olvidar el amargo pasado.

Pero el pasado caminaba hacia ella.

Solo tuvo unos segundos para prepararse, para sacar fuerzas de algún sitio… y entonces él estaba a su lado. De pie frente a ella, a un escaso metro de distancia, tan alto y apuesto como siempre.

El esmoquin, hecho a medida, moldeaba su cuerpo de un modo fabuloso. Llevaba el pelo bien cortado y estaba recién afeitado. Era alto, fuerte, inmaculado, encajando a la perfección con los ricos y elegantes invitados que los rodeaban.

Los ojos que se posaron en ella, no en su padre, eran oscuros y tan indescifrables como lo habían sido ocho años antes.

Calanthe apretó la copa de champán con tanta fuerza que casi temía romperla. No le quedaban fuerzas para analizar ese algo que cobró vida en sus ojos, algo que no parecía nada suave.

–Hola, Calanthe, cuánto tiempo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

NIKOS vio su expresión conmocionada. Bueno, tampoco él esperaba verla allí. Solo había sido un impulso, el instinto de aprovechar las oportunidades a medida que se presentaban, lo que hizo que entrase en el salón de banquetes.

Miró entonces al hombre que estaba a su lado. Había un brillo inquisitivo en los ojos de Georgios Petranakos, pero no parecía saber quién era.

Los mediadores que envió ocho años antes para proteger a su hija lo habrían reconocido, a pesar de que entonces usaba el apellido de su abuela.

–Nikos Kavadis –se presentó.

Vio a Georgios Petranakos repasar mentalmente el nombre y luego asentir con la cabeza.

–Ah, sí, claro.

–Espero que no le importe que me haya colado en la fiesta –Nikos le dedicó una sonrisa amable y respetuosa–. Me hospedo en este hotel y vi su nombre en el panel de funciones en el vestíbulo.

El hombre sonrió afablemente.

–Me alegra que hayas venido. Tenía ganas de conocerte.

¿Se alegraba? Unos años antes no había sido así. Entonces había tomado medidas despiadadas y rápidas para alejarlo de su hija.

Pero ahora… ah, ahora podía moverse en círculos de élite como lo hacía Georgios Petranakos. Su empresa trabajaba por todo el mundo, donde se requiriesen sus servicios, tan especializados e innovadores que, en ocho cortos años, se había convertido en un hombre muy rico.

Un hombre que podía entrar, sin ser invitado, en la fiesta privada de Georgios Petranakos. Un hombre que podía mirar con impunidad a la mujer que estaba a su lado.

Una mujer a la que nunca imaginó que volvería a ver. Una mujer a la que había conocido ocho años atrás.

«Pero ella siempre fue la mujer que está aquí ahora. Incluso entonces».

Entonces no sabía quién era. No lo supo hasta que…

Nik apartó de sí esos pensamientos. Cuando descubrió quién era ella todo había cambiado.

Cuando su mirada se posó en Calanthe experimentó una reacción tan visceral como la primera vez que la vio. Aunque allí, con su vestido de alta costura, su inmaculado cabello sujeto en un elegante moño, el rostro perfectamente maquillado, los diamantes brillando en su garganta, no podría ser más diferente a la chica que él recordaba.

Y, sin embargo…

Seguía siendo igual de bella, tan maravillosa ahora como lo era entonces.

Las emociones y los recuerdos lo ahogaban. Sensuales, evocadores, arrolladores.

Pero había otros recuerdos menos placenteros. Indeseables y discordantes.

Los negociadores de Georgios Petranakos haciéndole esa oferta, explicándosela.

Una vez más, Nik apartó de sí esos pensamientos para concentrarse en sus anfitriones.

–Mi hija, Calanthe –la presentó Georgios Petranakos.

Por supuesto, estaba seguro de que Calanthe no iba a decir que lo conocía.

–Encantada –murmuró ella, con tono helado.

Sin embargo, Calanthe no era fría en absoluto. Él lo sabía mejor que nadie.

La recorrió con la mirada, pensativo. Ocho años antes era poco más que una adolescente, con la belleza natural de la juventud, pero ahora…

Ahora era una auténtica belleza.

Exquisita, ese era el único adjetivo que podía definirla. Tan exquisita como su vestido de alta costura, como los delicados diamantes que adornaban su garganta, como el delicado moño.

Elegante, equilibrada y sobria.

La recordó entonces con el pantalón corto que dejaba al descubierto sus largas y bronceadas piernas, con la camiseta ceñida que moldeaba sus pechos. El pelo sujeto en una trenza que caía por su espalda, lista para un día de trabajo en la excavación.

Por la noche, en la taberna, llevaba una falda de algodón y un blusón bordado que dejaba sus hombros al descubierto, el pelo suelto cayendo por la espalda.

Y unos días después, cuando la llevó a su habitación en la pensión en que se alojaba, ella levantó su hermoso rostro, ofreciéndole su boca, tierna y jugosa como un melocotón maduro, arqueando su cuerpo desnudo hacia él, entrelazando las piernas en su cintura del modo más íntimo mientras él se movía para poseerla…

Ese recuerdo aceleró su corazón.

El deseo era como un potente licor, llevando el pasado al presente, fusionándolo, mezclándolo, disipando cualquier duda que lo hubiera asaltado momentos antes sobre si era prudente volver a intentarlo después de tantos años.

Allí, en aquel entorno refinado y enjoyado, a un mundo de distancia de lo que habían sido cuando se conocieron en Grecia.

Una vez más, la emoción se apoderó de él, pero no quería seguir pensando en el pasado. En ese momento lo único que quería era deleitarse mirándola, la hija equilibrada y perfecta de uno de los hombres más ricos de Grecia, absorbiendo su exquisita belleza, saboreándola, mezclándola con sus recuerdos.

Pero su anfitrión se dirigía a él una vez más, requiriendo su atención.

–¿Qué te trae por Atenas? Tu empresa tiene su sede en Suiza, ¿no?

–Sí, en Zúrich –asintió Nikos–. Estoy aquí por invitación del gobierno para una ronda de consultas. Quieren reducir el coste de la vivienda y garantizar construcciones de bajo impacto ambiental, así como a prueba de terremotos. Y, como sabe, mi compañía trabaja en ese tipo de proyectos.

Georgios Petranakos asintió con la cabeza.

–Ah, sí, por supuesto. Es probable que yo mismo me involucre marginalmente en esos proyectos, aunque mi misión es más comercial que ambiental. Tal vez podríamos hacer algún tipo de colaboración, útil para ambos, mientras estás aquí.

Nikos esbozó una sonrisa.