Un amor hippie - Maximiliano Mena Pérez - E-Book

Un amor hippie E-Book

Maximiliano Mena Pérez

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Beschreibung

Desde un encuentro, a través de un exilio y hasta un retorno, dos adolescentes y dos infantes transitan días extraños, sorteando obstáculos y entrelazando experiencias con nómadas y otros jóvenes sin plan de vida definido, se inmiscuyen en la búsqueda de identidad y son tocados por el colorido psicodélico de los alucinógenos y del heavy rock entre los residuos de la época hippie.

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Crónica II. Un amor hippie© 1989-2014-2020 Maximiliano Mena Pérez

Servicios editoriales: Gilda Consuelo Salinas Quiñones(Trópico de Escorpio) Empresa 34 B-203, Col. San Juan CDMX, 03730 www.gildasalinasescritora.com

Diseño de cubierta: Luz Ma. Hernández / Daniela Castillo Bravo

Primera edición, Lulu, España, 2005 Segunda edición, Trópico de Escorpio, 2014 Tercera edición, noviembre, 2020 [email protected]

ISBN 978-607-8773-03-9

Reservados todos los derechos.

Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente, por ningún medio impreso, mecánico o electrónico sin el consentimiento de su autor.

HECHO EN MÉXICO

Heurística Informática, Procesos y Comunicación Objetiva.

 

A la memoria de Cecilia Flores Villal

 

PRÓLOGO

Amable lector:

Tal vez este relato trágico guarde en sí mismo lo que en algunas ocasiones he tratado de decir acerca del amor, pero cualquier cosa que pudiese escribir al respecto quedaría tan vacía que no lograría expresar ni siquiera un poco de la gran emotividad variable que nos brinda el autor en su obra.

Para saber qué es ese misterio tan grande que llamamos amor, tendríamos que no sólo leer este relato sino sentirlo y vivirlo como algo propio, porque, lejos de ser una mera ficción, se encuentra cargado de realidades, tantas que solamente alguien que ha sentido en su alma la saeta furtiva y quemante de este sentimiento y que lo ha experimentado intensamente ya en un largo o corto período de su existencia, puede entender realmente la magnitud de la historia.

Clasifícanse las Bellas Artes mayores como la facultad de coordinar esa emotividad y expresarla bellamente, empero siguiendo el método dialéctico me pregunté una vez: ¿Cómo debe ser tal belleza? Realmente parte de la belleza literaria radica en su estética, mas ha de entenderse por tal estética aquello que guarda en sí la coordinación de la idea a la frase escrita, tal como podría desentrañarse en un análisis riguroso, y la parte restante de esta belleza radica en el poder oculto de la palabra escrita de hacer que la mente de cualquier persona comparta el sentimiento que el autor trata de transmitir, ya sea éste alegría, tristeza, preocupación, desolación, etc. Lo primero va ligado a lo segundo, es un todo inseparable, si se separa pierde valor como el oro perdería su valor si fuese transmutado a otro elemento menos codiciado por mentes débiles y ofuscadas de su propio existir.

Resulta, pues, impresionante y halagador a mi entendimiento el surgimiento de un amor real, tan puro y sensible y lleno de vida en sí mismo, que puede decirse que surgió espontáneo de la nada, cuando es filosóficamente inaceptable la existencia de la nada por dar pie a paradojas sin salida ni sentido; pero en este momento podremos aceptar la existencia de la misma como un medio a través de la cual se gestó y nació una obra que nos hará gozar, seguro estoy, a todos los que le demos lectura, porque aceptable es que el arte casi siempre nace en momentos de dolor y de amor, y que el amor es un tal renunciamiento a todo lo cotidiano, al tiempo mismo que en sí no existe y bien podría decirse que es un constante morir de amor, un morir a la vida fugitiva y monótona que muchas veces llevamos; un renacer a la esperanza y a la esperanza de Dios y lo amado, una predilección por lo que somos y por lo que lo amado es para nosotros; un dolor por la rapidez de vivir nuestra existencia, encargada de acumular los sucesos más sigilosamente que nuestra capacidad de discernir. Y en este continuo nacer y morir de amor el único camino que queda seguir es aprender a amar.

Es por eso, amable lector, que, si eres la persona que cubre los puntos aquí anotados y buscas conocer los duros golpes de la vida cuando se está aprendiendo a amar, podrás gozar, por los senderos de este relato, todo lo que he descrito. Y porque el ser humano es un ente sensible, puedo asegurarte, sin lugar a cuestionamientos, que no quedarás defraudado.

Moisés Mena

 

 

Comentario preliminar

 

Gracias a personas interesadas en el tema y con base en sus comentarios, me di a la tarea de buscar mayor información al respecto, dado que resultaba un tanto ambigua e intemporal la secuencia de sucesos en la narrativa central.

La ambientación no concuerda con la del “Período Clásico” del hippismo, caracterizado por las larguísimas grabaciones de rock pesado y psicodélico, y que sobrevivieron por muchos años, porque, natural y claramente, los personajes corresponden al período más decadente del movimiento y, en forma somera, se intercalan formas de vida de la zona suburbana oriental de la Ciudad de México, cuya mentalidad siempre estuvo cobijada y marginada por un muy bien disfrazado clasismo social.

Leí no contados libros en relación con los hipsters, la Generación Beat, la música de jazz y la evolución al rock pesado característico de esos tiempos, mas no profundicé en variantes posteriores, como heavy metal, rock progresivo, alternativo, etc. La mayoría de esos libros, tendenciosos y denostadores de la subcultura hippie, procuraban demeritar la búsqueda de formas de vida libres de los vicios antinaturales de las economías de mercado abierto y de las formas totalitarias con sus normatividades institucionalizadas, simulando la apariencia de democracias representativas –¿representantes de qué o de quién?–, entre las cuales se vislumbra con mucha claridad el ansia de ejercer y detentar el poder, y de acumular riqueza material en forma ilimitada. Otros pretenden demeritar la búsqueda de la espiritualidad en la naturaleza y en prácticas orientales de meditación, realizadas por los hippies, en favor y beneficio de organizaciones religiosas, filosóficas y, lamentablemente, también políticas.

Abundante información puede encontrarse en la web y no cito las fuentes porque sería prolijo hacerlo y porque no pretendo construir un ensayo. Es más práctico, por ejemplo, resumir que, como los pretendidos “padres del hippismo” fueron los hipsters, quienes llevaron a sus espaldas la evolución económica del mundo, asumieron con los años el viejo adagio “todo tiempo pasado fue mejor”, con el fin, entre otros, de afirmar que el jazz es muy buena música y el rock pesado no lo es. Huelga decirlo: no comparto esa opinión.

Lo novedoso y distintivo del movimiento hippie fue y ha sido su pacifismo extremo, ese llevado y traído e igualmente vilipendiado “Paz y Amor” que llega hasta lo innatural de volver objeto de identidad a la naturaleza; el “No a la violencia” es la negación de la naturaleza humana, esa que quizás ha llevado a punto de extinción la vida en el planeta en más de una ocasión y ha legado una tecnología apabullante, cuyo curso apunta al lastimoso sometimiento masivo de la humanidad a los recursos tecnológicos, no a las máquinas sino a los artilugios provistos de inteligencia artificial y comportamiento paraviral.

Dediqué mucha atención a las bandas de rock para no perder el enfoque sobre su efecto en el movimiento y, aun así, no pude ligar la relación entre el LP etiquetado “Credence Mother’s” con sus ejecutores Freedom, que fue muy compartido por la pareja protagónica. Por supuesto hallé abundante información sobre The Beatles, positiva y negativa, de admiración y de antipatía, la cual contribuyó por igual a su descomunal fama, sin demeritar el esfuerzo mercadológico emprendido por los competidores norteamericanos anglosajones al impulsar a The Monkeys, quienes no llegaron a ser más trascendentes fueron sólo un recurso para el rescate de la música comercial de Estados Unidos y por haber nacido como un cliché un tanto anticuado para la madurez que había alcanzado la subcultura hippie.

Por supuesto, no deja de ser intrigante que el personaje sobreviviente de esta historia manejara dos facetas en su vida respecto a la música, debido a la aparente contradicción de convivir en escuela y en Zona Rosa con la música de rock pesado y en la familia especializarse en la música llamada despectivamente tropical. No debería ser extraño porque la música es lenguaje universal y cada una tiene su propio canal sensorial. En todo caso, debiera ser mucho más confuso que, años más tarde, hiciera una inmersión en la música clásica y barroca y que, simplemente por haber crecido en zona marginal de una monstruosa urbe, desdeñara al jazz… contradictorio, ciertamente.

No menos interesante es buscar los linajes gitanos desde los variados prejuicios en torno a ellos construidos con un afán descalificador y completamente denostador. Es muy claro que su origen no necesariamente es uno, aunque el más reconocido oficialmente es el “romaní”. Con todo, no está muy bien definido un rastreo confiable porque, si la evidencia escrita es la única considerada válida, está desperdiciándose todo el témpano en aras de la punta. Para el objeto de esta trama no resultaría sustantivo ni sustancioso remitirnos a tales honduras.

En lo tocante al guaraní, idioma oficial de Paraguay, me he abstenido de incluir vocablos o expresiones híbridas, puesto que no he tenido un acercamiento a dicho idioma. Incluso, el habla de las hermanas Addy en cada una de sus apariciones en esta Crónica II, es obviado o tan sólo soslayado, porque no tengo claro el neto significado de las expresiones de Elena Addy en los diálogos “adaptados” al desarrollo de la historia. Hay que considerar que tanto el guaraní como el español conviven y se influyen mutuamente en aquel país austral, pero la estructura fuerte de la mentalidad de las lenguas vernáculas de este continente atribuye significados muy particulares a palabras que creemos conocer y podemos llevarnos grandes sorpresas. Aunque se encuentre simplificado e influido por el español, en toda lengua indígena siempre hay al menos un sonido de muy difícil pronunciación y el guaraní no es la excepción. Lo mismo sucede a la inversa: del español hay por lo menos un fonema inexistente en la lengua vernácula; necesariamente tiene que haber mutua asimilación.

No omito manifestar la introducción de escenarios y actos antes no descifrados del manuscrito en relación con los dos infantes que participan en la trama general de esta crónica; ahora son más visibles y se perfila el nivel de influjo que su presencia ejerció en los protagonistas.

Mi deseo es llenar, siquiera parcialmente, esas lagunas indicadas por los sufridos lectores, en esta tercera edición corregida y aumentada.

Maximiliano Mena Pérez.

 

 

ADVERTENCIA

 

Todos los sucesos narrados en esta obra, así como los personajes, no son del todo producto exclusivo de la imaginación de quien lo escribe. Cualquier semejanza con hechos, lugares y personajes de la vida real no será casual, tampoco intencional. A excepción de la Introducción, en lo sucesivo se utilizará la adaptación de hippie y hippy al español “jipi” y su plural “jipis”.

INTRODUCCIÓN

☮ A mediados de los años cuarenta del siglo XX, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William Burroughs y Lucien Carr, éste de una mente brillante pero con escasa habilidad en manifestaciones artísticas, casi sin saberlo, iniciaron lo que daría en llamarse la “Generación Beat”, cuyo personaje icónico sería Neal Cassady, quien se les uniría posteriormente. En la Universidad de Columbia del estado de Nueva York crearon poesía y prosa en donde conjuntaban sus ideales de cultura y un común de aficiones como la música de jazz. Hacia mediados de los años cincuenta, Lawrence Ferlinghetti y Peter Orlovsky se incorporaron a un ya nutrido grupo de talentos.

No fue sino hasta 1952 que John Clellon Holmes, un articulista de la New York Times Magazine, publicó “This is the Beat Generation” refiriéndose a este grupo de manifestantes, incluso cuando se había sugerido desde 1948 la identidad de “los abatidos” (beat down), cuyo cuño era usual entre la comunidad afroestadounidense de la época. Más tarde, durante 1959, Kerouac consideró más edificante transformar el beat down en up beat, con la intención de que el movimiento apuntara hacia la naturaleza superior de la consciencia oriental, con todo el bagaje de prácticas de meditación, vegetarianismos y una cierta dosis de misticismo.

La masa conservadora y estandarizada había percibido tales manifestaciones como algo indefinido que más bien inspiraba recelo y desconfianza, por lo que no tardó en aparecer su contraparte o la parte podrida de la manzana beat: los beatnik, un cierto "antiestadounidismo" y “amenaza comunista”, liderados por una oculta entidad de las muchas que conspiran contra la humanidad. Anne Waldman y Andrew Schelling, refiere Allen Ginsberg, sugieren que la Generación Beat se significa por ser algo completo, con “apertura a la humildad”. Lo cierto es que el discurso transgresor y libertario del movimiento se atrajo un trato inflexible y duro de la sociedad estadounidense por temas como la libertad individual y las adicciones, particularmente cuando salían de boca o pluma de mujeres, llegando a acciones de represión hacia todo lo que le parecía de tinte beat a la autoridad moral del conservadurismo recalcitrante. El sentimiento de “no encajar” se extendió por todo el país de las barras y las estrellas y trascendió fronteras; este sentimiento produjo suicidios y conductas antisociales de un aislamiento arrogante que retomaba el beat down inicial de la generación. El feminismo se manifestaba vigorosamente y podemos rescatar los nombres de algunas poetisas como Ruth Weiss, Diane di Prima, Leonore Kandel y Elise Cowen, entre muchas más.

La idea y orientación beat permeó las masas y la clase media en los años alrededor de 1960. En el camino (On the Road) de Jack Kerouac, publicada por Viking Press en 1957, es uno de los clásicos más influyentes del siglo xx y todavía se reedita y reimprime copiosamente. Nos legó el mito de la “Ruta 66”, que indujo una serie televisiva protagonizada por Martin Milner y George Maharis durante los años “60”. En 1982, King Crimson lanza Beat, enfocado en el vigésimo quinto aniversario de la publicación del libro de Kerouac, En el camino, según Trouser Press Record Guide. 10,000 Maniacs graba y publica el LPIn My Tribe, en cuya segunda pista ofrece Hey, Jack Kerouac, compuesta por Robert Buck y Natalie Merchant.

El trasfondo cultural de la Generación Beat y su tendencia a la liberación espiritual catalizaron la emancipación sexual de la mujer y de los afroestadounidenses, y el destape de la homosexualidad en todas sus facetas. El surgimiento de la subcultura hippie es, ni más ni menos, el clímax mundial de las inquietudes oprimidas de los hipsters, adoptadas por la Generación Beat y transmitida a una juventud que poco o nada sabía de sus antecedentes contraculturales.

Una última retrospección nos lleva a principios de los años cuarenta, tiempos en los que los aficionados al jazz llamaban hipster a todo aquel que mostraba una cierta variante del establishment y entre quienes podríamos considerar a todos los personajes citados en los párrafos precedentes. Pero es indubitable que el jazz llegó a todos los rincones del mundo derivando ritmos como el swing, el blues y el Rock & Roll, de la mano de talentosos músicos y bandas.

☮ Se ha llegado a tomar como versión oficial que el nombre The Beatles se debió a un error de ortografía de John Lennon al escribir el nombre de su banda por The Beetles, es decir "Los Escarabajos". Sin embargo, también se especula que fue para manifestarse herederos de la Generación Beat; de tal suerte es esto que podría afirmarse que el influjo Beat tuvo su más intensa oleada con la mundialización de las doctrinas orientales, filosóficas y religiosas, ya en pleno esplendor del rocanrol evolucionado: heavy rock o rock pesado. Es incierto, al menos para quien esto escribe, si fue aquello un acuerdo muy conveniente entre Lennon, McCartney y los productores, pues la idea de un insecto como el escarabajo (beetle) no transmite un mensaje de mucha fuerza espiritual, ni siquiera rockera; en cambio beatle tiene esa partícula mística que es como un latido (beat) de la consciencia, una vida vigorosa y vigorizante con todo el respaldo de una casi tradición en proceso de maduración.

Durante la década de los años sesenta, en el cruce de las calles Haight y Ashbury, en San Francisco, California, un tanto influidos por el naturismo alemán, grupos de jóvenes entre veinte y treinta comenzaron a ser notables por su vistosa manera de romper con la tradición cultural de la época, en busca de la libertad en forma pacífica, enarbolando la bandera de la paz y del amor; sus indumentarias, su música y sus hábitos, tachados de antihigiénicos por los medios de comunicación conservadores, se expandieron por todo el globo. El seis de septiembre de 1965 por primera vez se utilizó la palabra hippie. Apareció en The San Francisco Examiner de la pluma del periodista Michael Fallon, pero tomó varios meses en propagarse en todo el país anglosajón del Continente Americano y en el resto del mundo.

A su vez The Beatles, aquella banda inglesa de rock nacida en Liverpool, había transformado su tendencia de ritmo en una búsqueda muy a propósito de la libertad de pensamiento, de la introspección y de la meditación oriental. Paul McCartney sorprendió y cautivó al mundo, con Yesterday la melodía que cuenta con más versiones alternativas (covers) en la historia de la música en general. De una dulzura rayando en el barroco y muy contrastante con el ritmo rockero de Help, publicada en el mismo año, aunque con un mensaje muy similar, Yesterday rompió la barrera generacional y marcó trascendentalmente el poderoso influjo de las acciones y de los mensajes musicales de los cuatro jóvenes originarios de donde zarpara, a principios del siglo xx, el malogrado trasatlántico “Titanic”. En efecto, tanto McCartney como Lennon se manifestaban rebasados por el transcurso de los acontecimientos…

…now I need a place to hide away… (…ahora necesito un escondite…) Paul.

…my independence seems to vanish in the haze… (…mi independencia parece evaporarse en la confusión…) John.

Hacia 1966 habían experimentado combinadamente las filosofías de medio oriente y las drogas de occidente; sus peinados y sus atuendos se transformaron y fueron adoptados por millones de sus seguidores, en tanto que otros, principalmente en Estados Unidos, dieron continuidad a las vestimentas del tipo étnico local: apaches, sioux, shonash, pieles rojas, etc. El apego de George Harrison al influjo hindú se manifestó muy claramente en la segunda pista del álbum Rubber Soul (Alma de goma): Norwegian wood (Bosque noruego). Su rock estaba entrando a la psicodelia y con él las juventudes de prácticamente todas las regiones del mundo empezaron a experimentar una rebeldía pacífica –normal de esa etapa en la vida de todos– y no pocos de ellos se perdieron en los reflejos deformes de la percepción del mundo por acción de alguna substancia psicotrópica. The Beatles no crearon la cultura hippie ni fueron los primeros en consumir drogas, pero igual a muchos nos evitaron la tentación de inclinarnos por ese camino tan estrecho y rodeado de peligrosos desfiladeros mentales.

Indefectiblemente, esta llamada “moda” llegó a México por dos caminos: misioneros de la paz y del amor, muy bien preparados con todos los argumentos que la época brindaba a los hijos de la Generación Beat, incluyendo el rock pesado de Led Zeppelin, Freedom, Iron Butterfly, Carlos Santana… y por jóvenes de clase media que adoptaron lo que superficial y frívolamente podía captarse del movimiento hippie, no necesariamente la carga ideológica.

☮ La aproximación a estas experiencias por Apaxileto de Menandro y Rosa Elena Pineda, en torno a quienes este relato gira, llegó en compañía de una ignorancia grande, tan sólo sabían la existencia de varias bandas de música de rock y que se usaban pantalones de plástico con grandes campanas y colores muy llamativos, desde mil novecientos sesenta y siete, las minifaldas que permitían admirar las extremidades inferiores de las damitas, zapatos con grosísimas suelas y cinturones anchos, no menos de dos pulgadas…, pero como ellos seguían siendo dependientes, se conformaban con mirar desde su barrera de contención, fabricada con decenas de engramas infantiles y complejos de personalidad, cada uno de los nuevos detalles sólo visibles luego de una confrontación directa.

Parece oportuno intentar la sinopsis de algunos sucesos previos antes de abordar de lleno este breve relato, bajo el supuesto de posibles confusiones por la cantidad de personajes involucrados en la historia objeto de esta crónica. Se ha pasado por las raíces oscuras de los antepasados del actor principal, de su ecosistema y los primeros años de su vida hasta llegar cerca de los diecisiete. Se sabe que su lugar de residencia es la localidad al oriente de la ciudad de México denominada Ciudad Nezahualcóyotl. Y también conocemos a sus hermanos que son, en orden de orto, los citados en seguida: Meek, Myriam, Marz, Marom, Hanna, Greg y Moses.

Así mismo, por considerarlo conveniente, se anota la cortísima amistad sostenida con Carmen Beatriz Pérez a finales de la década de los sesentas. Dicha relación amistosa se inició en la navidad de mil novecientos sesenta y nueve cuando, al vagar nuestro sujeto por los polvorientos llanos y las calles terrosas de su ciudad, se topó con Carmen Beatriz. La niña acarreaba agua, aprovechando el desvelo de la mayoría de la gente en tanto que Paxi disfrutaba la relativa soledad y caminaba sin prisa ni un rumbo premeditado.

Al doblar por una esquina fue cuando ocurrió su encuentro, violento, ciertamente, pues ambos chocaron y el agua se derramó, cayendo luego la chica en medio del charco. Ninguno acertaba a reaccionar, Carmen sentada en medio del charco y él saltando de un lado a otro para no dar paso en el lodo… aunque también estaba mojado. Finalmente reaccionó y solícito se prestó a ayudarla sin importarle ya entrar mojar sus zapatos.

Carmen Beatriz lamentaba el suceso, pero no recriminó a Paxi el accidente. Se dirigieron de nuevo a la toma de agua en donde Apaxileto la ayudó a medio limpiar el vestido mientras se llenaban los recipientes para luego ponerse en camino al domicilio de la jovencita. Al parecer simpatizaron instantáneamente, dado el hecho de que, a partir de entonces, salieron todas las tardes a caminar.

El señor Pérez, padre de Carmen, lo conoció ese mismo día y no le pareció un vago o inútil de manera que se volvió amigo de la familia, por otro lado, tan pequeña como el señor Pérez y sus dos hijas María Alma y María del Carmen Beatriz.

Como sucede con todos los adolescentes –que no han dejado de ser niños ni son todavía adultos–, Carmen y Paxi se aficionaron el uno al otro en esos poquísimos días, siendo el treinta y uno de diciembre cuando ella le comentó muy compungida de su próxima mudanza a la colonia Juárez, donde su madre tenía su asentamiento.

Paxi no quiso complicarse la vida preguntándose cómo estaba eso de que ellos vivían en Nezahualcóyotl mientras la mamá de Carmen residía en la Ciudad de México. Lo cierto es que el señor Pérez y su cónyuge, una dama de apellido Rueda, vivían separados desde hacía muchos años. Habían convenido en que él se quedara con los pequeños y llegado un cierto momento plantearles la situación para que cada quien decidiese ir con uno u otro.

Por aquello del complejo de Edipo, Carmen y Alma prefirieron quedarse con su papá y su hermano mayor eligió a su progenitora; luego que este último se hubo independizado, rompió relaciones con ambos y se fue con destino desconocido.

Al cabo del tiempo y viéndose la señora Rueda por concluir, decidió considerar con su exmarido la posibilidad de reunirse. El saldo había resultado desfavorable para ambos, pues nunca pudieron encontrar otra persona con quien compartir, más que nada por la existencia de los hijos. Habiéndose casado por el régimen de separación de bienes y para no buscarse complicaciones solamente ajustaron cuentas y cada quien se quedó con sus pertenencias. Ahora, a finales de ese año, la señora Rueda había fallecido sin que hubiesen llegado a reunirse. El sepelio se llevó a cabo por el mes de noviembre y, puesto que la casa de la señora Rueda les fue heredada a las hermanas, se dispusieron a abandonar el desagradable ambiente de Ciudad Nezahualcóyotl.

Por eso tuvieron que despedirse.

Carmen y Paxi fueron una pareja de quince por completo infantil. En efecto, llegado mil novecientos setenta, la familia se mudó y la amistad, supuestamente, terminó.

☮ El grupo musical, organizado entre algunos aficionados a la música y don Martín, comenzaba a provocar una corriente de seguidores, sin llegar a lo conseguido algunos meses después. Por esa causa, Paxi pensaba mucho en función de la música. De una influencia fuerte, aunque no tanto, la confección de tebeos de baja calidad consumía algo de su tiempo. Esto constituía su principal conjunto de actividades aparte de las escolares, tirar patadas a la pelota y uno que otro etcétera menor.

Cabe señalar que durante el período del sábado veintinueve de enero de mil novecientos setenta y dos a la Semana Santa del año posterior las actividades y relaciones de los parientes vivos de Paxi disminuyeron en su atención, marcándose el principio de una temporada de identificación del sí mismo, una pequeña época que marcaría el camino a seguir por este personaje a medias real, a medias ficticio. Es tanto el descuido en las relaciones familiares que llega casi a olvidarse por completo de todo lo existente en Nezahualcóyotl, y es esta circunstancia un obstáculo para localizar otros acontecimientos contemporáneos. Por ejemplo, es muy difícil saber con exactitud si durante mil novecientos setenta y dos ocurrieron las salidas semanales que hicieron posible la excelente coordinación del grupo musical y les borraron el pánico escénico; es complejo precisar si en ese mismo año o el siguiente actuaron en el Palacio de los Deportes, en la Isleta del Lago del viejo Bosque de Chapultepec, en la glorieta de la estación del tren subterráneo ubicada en el crucero de las avenidas Insurgentes y Chapultepec, y la actuación final y tropiezo en el Teatro al aire libre denominado en ese tiempo Pérgola Ángela Peralta. Lo único seguro fueron las pruebas realizadas en los estudios de las fábricas de discos RCA y Musart. Así, aunque la fecha exacta no está indicada explícitamente, consultando algunos documentos es posible determinar la realidad temporal de estos sucesos. Para el relato que enfocamos se antoja trivial el punto, por lo mismo no se tocará más y procederemos, en seguida, a la historia.

CAMINOS

Nómadas

Hace miles de años, buscando lugares donde el frío no flagelara sus desnudas humanidades, nuestros ancestros caminaron del norte al sur, desde Aztlan a Mesoamérica, de Chicomóztoc a Teotihuacan, los “reinos” Mayas y el “imperio” Inca –también se maneja la hipótesis de que las etnias del cono sur americano son originarias de las islas de la Polinesias y de la región de Oceanía, inclusive.

Hace unos pocos cientos, siempre en pos del poder y la riqueza, la civilización renacentista europea buscó, por la ruta de occidente, el oriente: India, Katai y Nipón, la región de las especias. Ante el control islámico de las rutas hacia el oriente europeo y el bloqueo de los caminos de Asia por los mongoles y otros grupos humanos con mentalidades muy dispares y contrarias a los intereses occidentales, la desesperación todavía oscurantista e imperialista se topó sorpresivamente con el continente americano, en donde sembraron destrucción, regímenes de saqueo ecocidio y etnocidio con el solo propósito de labrarse un lugar en la nobleza medieval agonizante del llamado “Viejo Mundo”.

De unas décadas a la fecha, los pueblos latinoamericanos han revertido la marcha hacia el norte y el “viejo” continente en busca del bienestar que no pueden tener en su país natal.

Así, Elena y Angélica Addy salieron de Paraguay hacia Perú, Colombia, Venezuela y México en busca de otros niveles de vida, Angélica de diecinueve y Elena de dieciséis. Establecieron su domicilio en la calle Praga.

En sus correrías conectaron con una comuna hippie que se autonombraba “La Familia” y que tenía su cueva en la calle Hamburgo. Ahí se reunían a estudiar, filosofar, cantar y tronárselas. Para ser aceptados, las parejas deberían casarse y los solitarios deberían renunciar a su vida “cuadrada” para convertirse en obreros y artesanos, encargados de manufacturar artículos psicodélicos de la subcultura jipi; las parejas eran los vendedores y los líderes conectaban otras familias para intercambiar conocimientos, experiencias y mercancías.

El organizador o jefe de “La Familia” era un tipo de veintisiete años con una chica como esposa. Era más bien tranquilo y no alocado. La única droga que consumían era la marihuana, pero nadie estaba obligado a fumarla y cualquiera tenía permitido usar otro medio para viajar, si así lo deseaba y si podía hacerse con ese medio.

A pesar de la ausencia total de formalidades, Angélica no quiso ingresar a la comuna pues su intención de haber llegado a México, de paso a Estados Unidos, era trabajar, pero Elena estaba tan fascinada con la onda liberal que deseaba ser algo más que artesana. Cuando halló la manera de ingresar al grupo se dedicó a tocar el sax mientras otros jipis tocaban la guitarra y el bombo, muy influidos por las reminiscencias del jazz.

☮ Algunos clanes y tribus han mantenido sus tradiciones desde remotas generaciones, siempre herméticas, siempre errantes, llevando por el mundo sus creencias, sus mitos y sus ritos. Por mucho tiempo, a estos grupos se les ha llamado con diferentes términos: gitanos, probablemente una degradación de “egiptanos” suponiéndolos procedentes de Egipto y de ahí que entre ellos se haya usado profusamente la voz “faraona”, privativo de ellos y, en la mente de Paxi, el símbolo de la feminidad entre sus componentes. También los llamaban “húngaros”, vocablo que es más probable haya sido originalmente “cíngaros” (del griego ατσίνγανος), pero que mucha gente modificó, porque no existe un lugar llamado “Cingaria” como existe Hungría (Hungaria, cuño latino vulgar. Cingaria o Zingaria pudieran ser variantes). Sea como fuere, estos grupos humanos iniciaron su vida seminómada en los años 900 llegando a ocupar diferentes áreas de la actual Rumania o Rumanía, motivo por cuya causa también se los conoce como “rom, romaníes”, aunque el origen más probable se ubique en la parte occidental de India. También hay una referencia en la época bizantina según la cual, algunos cíngaros ayudaron a Nicéforo I a contener una revuelta popular mediante el uso de artes mágicas; años después, considerados inútiles para los fines del emperador, fueron proscritos y señalados como engatusadores, tramposos y ladrones, lo que probablemente originó su peregrinar por el continente euroasiático. La imaginería europea y la nula tradición literaria de esas etnias le han atribuido herencias malditas, fama de magos y una muy bien ganada imagen de personas en las que no se puede confiar.

La vida nómada fue contribuyendo con la evolución diferenciada de su idioma original por medio de algunas voces locales de las poblaciones y diferentes países que tenían que atravesar en una búsqueda incierta de dónde poder establecerse y arraigar. Lo mismo se encuentran rastros de gitanos en países de la extinta Unión Soviética que en el centro de Europa y la península franco-hispánica, Italia, Grecia, Macedonia, Moldavia, Serbia, Albania, Gibraltar y norte de África. No pocos se animaron a buscar el nuevo continente una vez que se confirmó la veracidad de su existencia.

Uno de esos microclanes recorrió y se mantuvo parcialmente sedentario en terrenos de Lot-et-Garonne, en nueva Aquitania, al menos durante veinticinco años fungiendo como artistas de la legua hasta que su propia naturaleza y sus hábitos los segregaron de la localidad y se vieron obligados a abandonar el terreno mediterráneo que ocuparan en esa estancia. La comunidad gitana vio mermada su población durante la gripe española a principios del siglo xx, mientras habitaron la pequeña colonia Lauzun, lugar que vio nacer a una niña, a quien nombraran Lauzún como para retener el recuerdo de la villa francesa, poco antes de dirigirse a las costas españolas.

Desde que tenía consciencia de recuerdos, razón y memoria, Lauzún viajaba con su tribu cíngara, ancianos supersticiosos y tan ruidosos como sus funciones donde se tocaba el pandero y el oso bailaba, oso manso y tan viejo como una alfombra persa; finalmente, recorrieron terrenos del altiplano mexicano y luego el valle de Anáhuac. También de dieciséis, Lauzún había osado mirar de cerca los cambios en el mundo ajeno al de su tribu. A los veinte veranos debería ir a vivir con aquel a quien fuera destinada aun desde antes de ver la luz, para perpetuar la vida del clan, formado por apenas un par de veintenas, más viejos que jóvenes, y seis menores de trece. En realidad, la tribu tendía a la desaparición de la que logró recuperarse al hallar, en el valle de México y en el altiplano, otros clanes gitanos.

El rostro de esta joven conjuntaba una extraña mezcla de corte caucásico y tonalidades dravídicas, pero lo más impresionante y atractivo radicaba en el conjunto de su fisonomía, poseedora de todos los atributos que difícilmente pueden pasar inadvertidos y cuya existencia opima ya en el pasado reciente le causara conflictos y hechos de sangre a la tribu en su paso por algunas poblaciones de la provincia mexicana. No obstante, la rebeldía empujaba su voluntad hacia un cierto aislamiento y a la tribu a no mezclarse con los pobladores de las localidades, razón por la cual decidieron acampar en las inmediaciones del parque nacional del volcán Ajusco, un tanto distantes de las rutas turísticas.

Harto la disgustaba su prometido, aunque no era feo ni estúpido, pues siendo ella misma una hermosa criatura, no tan tonta, simplemente no deseaba continuar la tradición. A modo de rebeldía, se separaba del campamento largas horas, incluso días, con la sola finalidad de entender la realidad de su posición en el mundo, del por qué, a despecho de la existencia de otras comunidades gitanas, los patriarcas de su tribu se empecinaban en no adherirse a células ya localmente establecidas y asimiladas en la no tan hermética y plural sociedad mexicana.

En el anonimato

En todas partes del mundo occidental siempre hay familias y personas que pasan buscando mejores niveles de vida, mientras otras, teniéndolos o no, poco a poco y generación tras generación olvidan por qué y para qué continuar buscando.

Algo así pasaba con el señor Ramón Pineda, quien, habiendo recibido el beneficio del trabajo tanto de su abuelo como de su padre y siendo el más pequeño de cuatro hermanos, no más ver terminada una carrera profesional en el mundete de las leyes y del derecho civil, contrajo nupcias con doña Gloria Torres, dama conservadora y mojigata a ultranza y que, entre sus muchas habilidades, se preciaba de ser una buena administradora de los bienes hogareños –realmente siéndolo, además de ser buena previsora–, sin que todo esto significara poseer el don de comprensión para con sus hijos. Doña Gloria tenía esos aires y esa presencia que atraen miradas e imponen un respeto casi temeroso; sucedía así con cuantos la conocían. Don Ramón se acostumbró al buen orden y mesura de su consorte.

Este feliz matrimonio engendró seis hijos, quienes no medían las bondades en la misma escala que sus inventores. Rogelio, el primogénito, resultó ser un buen hijo, en este patriótico Año de Juárez ya casado con una bella secretaria de la burocracia. Poco visitaba al feliz hogar paterno. Gloria, la segunda, seguía estudiando Odontología en la Universidad Nacional Autónoma de México y, aunque ya se había casado, por ser la primera hija, era la favorita de don Ramón. Ramón, el tercero, estudiaba los primeros pasos en la carrera de Derecho, siguiendo el ejemplo de su padre. Rosa Elena, única con doble nombre de la familia, debido a que tanto doña Gloria como don Ramón se empecinaban en llamarla como a una de las abuelas –la abuela paterna era Rosa María y la abuela materna María Elena– era buena hija, sólo que un tanto retraída desde siempre porque, a causa del conflicto habido entre sus progenitores para su bautizo, tuvo pocos mimos y relativamente poca atención. Graciela, la penúltima, el otro lado de la moneda con Rosa Elena, sin tener que ser distante del seno familiar. Finalmente, Eduardo, jovencito de doce años de edad, consentido de doña Gloria, en camino de convertirse en un auténtico gánster y a quien no vamos a referirnos en nuestro tema.

Al cabo del tiempo, don Ramón se llevaba mejor con su secretaria, mujer madura y con buen carácter, que con su esposa. A pesar de no haber relación amorosa entre ellos, cada uno se comentaba problemas y situaciones que se les presentaban en sus respectivos matrimonios, pudiendo decirse que las dos parejas se llevaban bien y los cuatro se conocían de muchos años sin haberse creado conflicto grave alguno. Como profesional, el licenciado Pineda mostraba dos caras muy contrastantes de su personalidad: pragmática y escrupulosamente inflexible en lo referente a los asuntos propios de su profesión, y tierno y afectuoso, irreconociblemente humano en lo tocante a asuntos familiares.

La víspera del despegue

Rosa Elena, segunda hija, pero cuarto engendro, vivió una infancia no muy feliz, si se considera que sus mayores alegrías las tuvo en las escuelas, no en su casa –como sucede con el resto de nosotros–. Sin embargo, desde pequeña contó con el mayor atractivo físico de su familia y el carácter dulce de una tolerante y perenne espera. Perteneció a la generación de las chicas que se enamoraron de los Monkeys y de los Credence Clearwater Revival, y que llamaban a Radio Capital para votar por sus ídolos. En el programa Cara a cara se divertía de lo lindo oyendo una eternidad de veces la pregunta ¿Por quién votas? y, a continuación, la respuesta de la “gente joven”. Ella no llamaba porque le parecía tonto esperar algo de alguien tan lejano a ella, si bien a miles de muchachitas les complace escuchar su música favorita por la imposibilidad de obtener los discos respectivos; el caso no era el suyo, pudiendo conseguir fácilmente cualquier acetato que le interesase, desvaneciéndose así la ansiedad de votar.

Jamás hablaba de sus pensamientos más que con su hermana menor Graciela, quien siempre intentaba “ponerla en onda”, porque ¿qué hay más agradable y juvenil que el rock? Graciela se perdía en sueños laberínticos escuchando a Black Sabath, los Rolling Stones, el Grand Funk Railroad o los Doors, y tenía un montón de discos, posters y autógrafos de rockeros mexicanos; igual número de amigas y cofanáticas contábanse en su libro de direcciones.

Sin que amara más a sus amigas que a Rosa Elena, convivía con todas ellas y con todo el mundo. Inspiraba confianza y sabía guardar secretos. Por eso Rosa confiaba en ella, pues no gustaba mucho de escribir –cuando intentó llevar un diario fue al encontrarse sola, y no lo hizo por mucho tiempo; su literatura fue más bien corta.

A los siete años de edad, Rosa Elena fue inscrita por su padre a un curso de piano con una antigua conocida quien a enseñar se dedicaba, pues vivía sola, muy sola en gigantesca mansión sita en la colonia Tacuba. De tal suerte fue esto que la chica le servía de compañía a la buena mujer y, así, no podría causar más desavenencias en la pareja feliz en sus horas libres. En ocasiones se quedaba a dormir con la instructora, siempre que fuera el último día de clases en la escuela o que al otro día fuese festivo. Así que su aislamiento creció paso a paso en su vida por causas relativamente ajenas a su control.

Suponía, no sin fundamento, que poco o nada alcanzaba a vislumbrar Graciela del profundo sentimiento de soledad y del sufrimiento encerrado en su mente por haber perdido su relación de año y medio con Alfredo, el muchacho de quien se enamoró en la secundaria y quien le parecía lo más bueno y romántico del planeta, sin contar su galanura. Muchos la pretendieron y acosaron, mas ella prefirió esperar que el susodicho galán se decidiera y siempre fue a lo suyo sin prestar demasiada atención al resto de los adolescentes, compañeros suyos.

Alfredo no era más que el hijo de dos medianamente prósperos comerciantes y cuya mayor afición consistía en pasar las horas jugando futbol americano en las calles de la colonia Roma y salir a pasear en los autos, que su padre compraba, con jovencitas de su edad y otros jóvenes alocados compañeros de la escuela o vecinos cercanos. Acudía a la universidad, en donde, al igual que Gloria, la mayor de las hermanas, enfocaba una muy futura profesión como dentista.

Cuando terminó su relación, al final del tercer año escolar, fue porque Cristina, bonita universitaria de cabello claro y ensortijado, disfrutaba de las habilidades del futuro comerciante dentro de un automóvil y Rosa Elena los sorprendió en flagrante acción semierótica. La chica, al darse cuenta, tuvo una depresión tan severa que suspendió sus lecciones de piano y se encerró horas y horas, día tras día en la habitación compartida con Graciela.

Durante su encierro voluntario, gustaba de oír su música favorita, recordando, soñando, deseando y sufriendo; se soltaba llorando caudalosamente y no cesaba hasta quedarse dormida, o acariciaba su negra cabellera, larga y sedosa, brillante y aromática; siempre mirando al aire, intentando penetrar en las moléculas del muro, siempre igual, igual, igual… Una rutina, un solo programa, la misma música al mismo volumen y el mismo dolor punzante, el mismo sufrimiento obligado de su soledad. Sus dedos peinaron decenas de veces sus cuidados mechones durante esos encierros. Sus ojos enrojecieron una y otra vez luego de mirar la fotografía de Alfredo con esos rasgos varoniles-infantiles que tanto disfrutó, días de apenas probar bocado e irse a la cama temprano.

Sentíase adorada y protegida por él, la mayor parte de sus energías las concentraba en complacerlo y ser la mejor para él. Todos los atributos y ningún defecto, según ella, lo identificaban a él, la mejor persona de la escuela era él, nadie existía en este mundo fuera de él. Él para allá, él para acá, él para arriba, él para abajo, él para adelante, él para atrás, él a la derecha, él a la izquierda; todo lo bueno, él. Ciega de amor o por su necesidad de amor, no veía en Alfredo más que virtudes reales y ficticias: el más apuesto, él; el más inteligente, él; el más sano, él; el más positivo, él.

Pero todo principio tiene su fin y, un día, él no estuvo con ella, otro día no estuvo con él; un día ella caminó sola, pero no él; un día se topó con él, pero con ella también. Aún enamorada, aunque los vio “en trance”, no dudó de él… hasta que escuchó lo que jamás creyó llegar a oír de labios de él. Entonces, el castillo levantado con naipes, en los que él era el rey, se desmoronó, todo su mundo rosado se desgarró y recordó todos los momentos buenos y malos que pasó con él. Hasta entonces comprendió que él era humano y que tenía defectos… y no pocos.

De ahí vino su aislamiento.

Luego de mes y medio, durante las vacaciones escolares, echó al correo la fotografía de Alfredo y volvió a Tacuba, a sus lecciones de piano.

Ese sábado, al regresar desde la casa de la instructora de piano, dos estaciones más adelante, dos jóvenes, con facha no muy decidida de estudiantes, tomaron asiento uno a su derecha y el otro frente a ella. Sus miradas se encontraron y parecieron hablarse del mismo tema: Soledad en el Año de Juárez.

Libres sin amor

En este mundo engañoso todo es verdad y es mentira, pero todo es nauseabundo en su sociedad podrida.

Isaac, de seis años, compartía con su hermanita Norma todo alimento que podía mendigar o escamotear en las calles de Zona Rosa. No recordaba desde cuándo lo hacía ni hasta cuándo habría de hacerlo ni por qué. No alcanzaba el año y medio de edad cuando su padre los abandonó al enterarse de que su mamá otra vez estaba preñada –aunque nunca lo supo. Su mamá, apenas alumbró a Norma, tuvo que alquilarse en todas las actividades honestas que pudo conseguir, sin embargo, esto provocó que relegara a sus hijos.

Isaac aprendió a atender a la bebé cuando su mamá tuvo un empleo de sirviente que le duró casi dos años. Luego, aprendió a cuidarla y protegerla cuando su madre se convirtió en repartidora de periódico. Poco después, su madre no llegaba en las noches y su hermana y él se acostumbraron a no cenar; durante el día su madre dormía desentendiéndose de ellos y empezaron a sentir los rigores del desamor y del hambre.

A la infortunada madre le habría quedado el recurso de encargar los niños a sus vecinos o a los abuelos, mas nadie los recibió y todo el mundo le cerró las puertas. Las únicas personas que pudieron ayudarla fueron descartadas, dado que los consideraba demasiado entrados en años y con magra paciencia ni energía suficiente para atender a los infantes; además, el ahora anciano trabajaba en el mismo departamento que su esposo y suponía, erróneamente, que algo había tenido que ver con la desaparición del padre de sus hijos.

Un mal día, Norma e Isaac se encontraron durmiendo en las calles junto con su mamita. Para entonces, ésta los consideraba un estorbo que no le permitía encontrar trabajo y pensaba que sería bueno llevarlos a un asilo. Durante dos inviernos fueron alojados en los albergues para indigentes, donde, por espacio de una semana al año, comieron y durmieron bajo techo; luego fueron echados a la calle para reverdecer sus miserias.

El peor día para Isaac, fue cuando ya no volvió a ver a esa linda señora, de quien aprendió a pedir caridad y a cazar la mejor oportunidad para robar fruta o pan, porque se sintió desamparado y temeroso. Muchos días esperaron a su mamá hasta que se convencieron de lo inútil de su espera pues, merced a su mecanismo mental de protección –instinto de supervivencia–, olvidaron a quién esperaban.

Norma lloraba hambrienta y harapienta, Isaac la consolaba harapiento y hambriento. Ambos arrastraron su indigencia por la Catedral Metropolitana y por las cercanías del Palacio Nacional, de noche y de día, por mucho tiempo. Sus pies mugrientos tornáronse callosos y resistentes, sus ojos inocentes volviéronse ojeras repletas de tristeza y sus blandas pieles quedáronse semidesnudas.

Un buen día Isaac observó cómo era aprehendido un raterillo desgarbado por robar un aparato de radio portátil de un puesto callejero y allí mismo comprendió que no era bueno robar, pues si lo prendían ¿qué sería de él mismo y su hermanita? Así que no volvió a hacerlo.

Lo que no podía comprender, finalmente, era el hecho de que hubiera tanta gente sin que alguien les prestase atención sino para preguntarles, ocasionalmente, en dónde vivían, si tenían papá y mamá, en dónde dormían…

Algo tiene esta ciudad que la vuelve insensible a las pequeñas grandes miserias, miserias con factibilidad de desaparecer y que, no obstante, persisten hora tras hora. Para colmo de males, en vez de remediar algo, la sociedad mexicana se complace en causar la destrucción moral de sus integrantes, empezando el juego con un simple chismorreo de lavaderos llevado a las suntuosas oficinas de las secretarías del Estado. Todo el mundo se enfrasca en hacer del árbol caído leña en las altas esferas, en tanto que los burguesitos clasemedieros, de los leños hacen virutas para que los orgullosos miembros del proletariado jueguen a que se comieron “un pez gordo”. En esta deforestación social la prensa es el fuego.